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Revista de estudios filológicos
Nº28 Enero 2015 - ISSN 1577-6921
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reseñas

QUEVEDO Y SUS EDICIONES DE TEXTOS CLÁSICOS. LAS CITAS GRECOLATINAS Y LA BIBLIOTECA CLÁSICA DE QUEVEDO, DE FRANCISCA MOYA DEL BAÑO  

 

por Ángela Sánchez-Lafuente Andrés

(Universidad de Murcia)

angelal@um.es

 

 

Murcia, Editum, 2014, 524 páginas,

ISBN 978-84-16038-67-1

 

 

La autora de este libro es catedrática de Filología Latina del Departamento de Filología Clásica desde el año 1972 en la Facultad de Letras de la Universidad de Murcia y en la actualidad es Profesora Emérita en dicha Universidad. Una larga trayectoria como docente e investigadora avalan esta obra. La Editorial Editum ha tenido el acierto de publicar este libro de cuya reseña me hago cargo, no sin temer, por mi parte, no hacer justicia  a los grandes méritos que en él se encuentran.

Especialista en Literatura Latina y estudiosa del Humanismo, como lo demuestran los trabajos publicados, no lo es menos en literatura española y, sobre todo en la obra de Don Francisco de Quevedo, a quien ha dedicado una gran parte de sus años de investigadora. Este libro da fe de su buen hacer en la obra del autor que, además de ser un excelso poeta en su lengua propia, conocía de primera mano a los clásicos griegos y latinos, como la autora ha confirmado y dejado de manifiesto.

Nos dice la profesora Moya ,en su magnífica Introducción, que la demora en poner fin a este libro ha posibilitado el poder incorporar a algunas citas del Anacreón las respectivas traducciones castellanas que realizó Quevedo, las cuales han sido transmitidas solo por el manuscrito XV 46 de Nápoles. José María Blecua las reprodujo parcialmente en su edición de la Obra poética de Quevedo y estaban ausentes en ediciones anteriores. Supone una aportación muy importante, aunque no es la única.

Con su proverbial humildad nos confiesa la autora que su obra poco tiene de acabada, aunque haya decidido ponerle fin “por si a alguien pudiese interesar”. Se remite a sus primeros años de búsqueda, cuando todavía se investigaba en los fondos de las Bibliotecas y no como en los últimos años de su investigación, en los que es posible tener un fondo antiguo al alcance de la mano. Incluso llega a decir que echa de menos esos primeros años-pero muchos años- de búsqueda incansable, a veces de sol a sol en las Bibliotecas de nuestro país y en las de otros países, aunque nos consta que sigue acudiendo a las Bibliotecas, puesto que sigue buscando ejemplares de Quevedo en los que puedan encontrarse sus anotaciones manuscritas, para poderlas estudiar, como ha hecho ya con las de algunos ejemplares de Quevedo.

También nos habla del itinerario que tuvo que recorrer hasta llegar a la meta, de su asombro y sorpresa al considerar las numerosísimas citas de Quevedo en griego y en latín de autores clásicos, reunir estas citasen un corpus ,localizarlas y procurar presentar un texto corregido. Tarea harto difícil pero que la Profesora Moya ha conseguido llevar a cabo con su talento y tesón. Ha conseguido poner al descubierto los textos que pudo manejar Quevedo y corregir así algunos errores de algunas buenas ediciones de obras de Don Francisco, en que las citas se verificaban por una edición moderna del texto clásico correspondiente, que no había podido ser utilizado por él y que podía presentar lecturas distintas.

De las diferencias existentes entre las ediciones de las que pudo disponer Quevedo y las ediciones modernas existían algunos juicios no muy acertados: El paso más importante por parte de la autora ha sido localizar la edición o ediciones que pudo utilizar Quevedo. La gran lectora Francisca Moya “descubrió” al gran lector Francisco de Quevedo. No fue pequeño el descubrimiento, ya intuido, de que nuestro literato nunca, o casi nunca, citaba de segunda mano, ni “de memoria”.Otro descubrimiento fue el hecho de que no citaba siempre por la misma edición las obras de los autores clásicos y que estaba atento a la aparición de nuevas ediciones. Interesante es el hecho descubierto o constatado por la autora de que Quevedo dispuso de más de un ejemplar de Aristófanes, Aristóteles, Cicerón, Homero, Licofrón, Persio, Píndaro, Séneca, Silio Itálico, Símaco, Tucídides, o Verrio Flaco entre otros. Llega la Profesora Moya a la conclusión de que Quevedo leyó, anotó, copió y citó la mayoría de las veces los textos directamente y que acostumbraba a verificar las citas; que podía encontrar en alguna obra de referencia; que había textos por los que sentía especial predilección, puesto que los repite; la autora lo muestra con ejemplos significativos, como por ejemplo, el capítulo 118 de Petronio, la elegía 1.9 de Propercio, o un texto de Claudiano.

Existen en el libro dos corpora. Desde un primer momento la intención de la autora era evitar repeticiones innecesarias y también evitar a quien lo consultase ir de un lado a otro. Es por ello por lo que cada corpus repite prácticamente la misma información aunque en diferente orden. Las obras de Quevedo en donde aparecen citas de autores clásicos se han ordenado según un criterio cronológico, aunque sea muy difícil, sino imposible-confiesa la autora-acertar con la cronología, Uno de los objetivos primordiales del trabajo ha sido conocer su biblioteca clásica, descubrir los libros que tuvo, y hacerlo desde sus citas, y tratar de localizar los ejemplares de su propiedad para lo que la autora se ha valido de datos conocidos, como el inventario de sus bienes, cómo fue la distribución de sus libros y adónde fueron a parar, pero sobre todo de sus lecturas. Sobre la vocación de lector empedernido de Quevedo trae a colación la Profesora Moya una conocida cita de su primer biógrafo, Tarsia, en la que relata que Don Francisco comía sin dejar de leer libros “para cuyo efecto tenía un estante con dos tornos a modo de atril y en cada uno cabían cuatro libros que ponía abiertos, y sin más dificultad que menear el torno se acercaba el libro que quería, alimentando a un tiempo el entendimiento y el cuerpo, a imitación del filosofo español Anneo Séneca”.Trae también a colación la Profesora Moya lo que aseguraba González de Salas, que afirmaba no conocer a otro más versado en los textos clásicos que Don Francisco.

Como reconoce la propia autora, el objetivo de su libro consiste en ofrecer los textos clásicos citados por Quevedo de manera correcta e informar de las ediciones que manejó o pudo manejar para sus citas. Aquí podríamos añadir que queda fuera del propósito de la Profesora Moya el ofrecer comentarios sobre las razones de la inclusión de las citas, la función que pudieran tener o lo que suponen frente a otras citas no clásicas .Su manera de proceder es muy clara: facilitar al lector cuáles fueron, en cada obra de Quevedo, los textos y ediciones a los que acudió expresamente don Francisco. Es la naturaleza de las obras la que determina que las citas varíen en número-alerta la autora-oscilando de muy pocas a bastantes de las ediciones consultadas para facilitar el poder acudir al lugar en que se encuentra la cita. Estas ediciones han sido, sobre todo, las de: A. Fernández Guerra, la de Astrana Marín y la de Feliciano Buendía, dentro de lo que son Obras completas y se añaden las ediciones de obras particulares. Todas las citas clásicas van acompañadas de notas en las que se ofrece información sobre la edición con la que coincide el texto clásico que se lee en Quevedo; a veces se remite a más de una porque, es evidente para la autora, que fueron susceptibles de ser elegidas muchas ediciones, pero de lo que sí se puede estar seguro es de que el texto que Quevedo reproduce está de acuerdo con esta o aquella edición. 

La minuciosidad de este trabajo asombra en su propósito, en su consecución y en sus resultados. Será un libro de obligada referencia y del que podrán derivar muchos y distintos trabajos. Esperamos que vean la luz otros suyos y que la autora siga trabajando mucho tiempo todavía en este campo.