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Revista de estudios filológicos
Nº27 Junio 2014 - ISSN 1577-6921
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teselas

Una mujer en Jerusalén, Abraham B. Yehoshúa

 

(Anagrama, Barcelona, 2008)

 

 

“La madre no dice nada. El interés de su hijo, de treinta y nueve años de edad, en que mire la foto de esa mujer extranjera asesinada le resulta inútil a la vez que la exaspera. Pero ya que tanto se empeña, le manda a su hijo que le traiga las gafas y el tabaco. Coge con cuidado el expediente, lee el artículo, mira el historial laboral y entonces echa un vistazo a la foto de esa mujer de cabellos claros, pero no dice nada, tan sólo se enciende un cigarrillo, da una calada y le pregunta por la edad de la mujer.

-Te la puedo calcular… Dentro de poco cumpliría cuarenta y ocho años.

-¿Y ya le habéis pasado al hospital todos sus datos?

-Todavía no.

-¿Y por qué no?

-Porque de momento se trata de información de uso interno, o sea, sólo para la dirección de la empresa, con el fin de preparar mejor el artículo de contrarréplica. De hecho, mantengo en secreto su identidad.

-¿En secreto? –exclama sorprendida-. ¿A quién se la quieres ocultar?

-Pues por ejemplo a ese sinvergüenza de periodista, a quien le encantaría añadir un nuevo capítulo a su historia.

-Ya, pero allí, en el hospital, su cuerpo sigue sin identificar. ¿Por qué esperar?

-Esperaré hasta mañana o, como mucho, hasta pasado mañana. ¿Qué te piensas? ¿Qué no les voy a revelar su identidad? Pero sólo se la facilitaré a alguien autorizado para ello. Antes quiero tener un poco de tranquilidad para poder preparar bien la respuesta al periódico y zanjar el caso de una vez por todas. No debemos dar pie a otra investigación que, quién sabe, quizás hurgue en los sentimientos de ese supervisor de noche. Hay que andar con cuidado cuando un asunto como éste cae en manos de unos sinvergüenzas. Por cierto, el dueño de la empresa no sabe nada todavía. Mientras yo he estado toda la tarde de un lado para otro, él se ha ido a un concierto.

Sin embargo, la madre, envuelta en el humo del cigarrillo, no está de acuerdo con la decisión de su hijo.

-Ya, pero no se puede hacer eso. Seguro que hay familiares o amigos que están buscando a esa mujer.

-No creo que nadie la esté buscando. Aunque, bueno, ¿qué sé yo de eso? –Y se levanta a traerle un cenicero a su madre.

-Eso digo yo, ¿qué sabes tú de eso? –En su voz se percibe desprecio, incluso un ligero enfado-. Escucha, te advierto una cosa: desde el momento en que conoces su identidad, esa mujer es tuya.

-¿Mía?

- Quiero decir que eres responsable de ella. Y si sigues retrasando el momento de revelar su identidad, no sólo estás cometiendo una falta de respeto hacia ella sino hasta un delito. A ver, dime –de pronto alza la voz como si su hijo fuese ahora un niño pequeño-: ¿Qué problema tienes? ¿Por qué te cuesta telefonear al hospital? ¿De qué tienes miedo?

Él sabe que esa rabia repentina no tiene nada que ver con la historia de esa mujer sino con su divorcio, con las cosas que ha acumulado en su casa y tal vez también con el hecho de haber desperdiciado la ocasión de pasar un tiempo con su hija.”

 

(p. 83-5)