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Revista de estudios filológicos
Nº27 Junio 2014 - ISSN 1577-6921
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teselas

Los pícaros y los canallas van al cielo, Elizabeth Smart

 

(Editorial Periférica, Cáceres, 2010)

 

“Mi padre debe de haber muerto tan sorprendido como cuando erró un revés de tenis.

Era un huérfano alegre. Al menos, su madre murió cuando tenía seis meses, y su padre lo abandonó y se marchó muy lejos a vivir con una nueva esposa. Lo crió su vieja tía. Vivían en lóbregas pensiones. Terminó la escuela a los quince y se metió a trabajar a Woolworth. Estaba en el sótano, supervisando los embalajes. Estaba muy orgulloso de tener a quince chicas a su cargo. Pero a veces lo pillaban leyendo un libro tras las cajas de embalaje. Cuando fue lo bastante mayor, fue a la universidad. Pero siempre decía, arrepentido: “¿Crees que debería haberme quedado allí? Ahora quizás seríais millonarios”. Era un pensamiento terriblemente codicioso para nosotros. Pero siempre le decíamos no, no, orgullosos de otro tipo de riqueza, de todos aquellos libros, de la conciencia de un saber posible, más raro y correcto. Era una suerte tremenda, pero nunca supusimos, ni por un instante, que no era nuestra forzosamente. De joven iba a conciertos: hasta que dejó de aburrirle la música; insistió hasta que la música le perteneció y pudo transmitírnosla. Iba a la Asociación Cristiana para Jóvenes y ganó trofeos de esgrima. Decía: “Yo siempre he estado del lado de los ángeles”. No tenía dudas sobre ellos, tampoco. Ciertamente estaban de su parte. Vivir en una tienda de campaña cerca de Toronto y recorrer diez millas en bici para asistir a conferencias parecía una forma divertida de burlar adversarios como la pobreza y la soledad, tan enclenques que le daban pena. Sabía que nunca habían tenido la oportunidad de ganar. Incluso se enfrentó al amor. Pero los niños eran, decía él, rehenes de la fortuna, y sólo ellos pusieron a prueba su fuerza. Él todavía pensaba que iba ganando, que era sólo un tonificante combate extra, cuando la muerte lo sorprendió.

La muerte tuvo que ponerse furiosa por no ser tomada más en serio.”

 

(pp. 75-6)