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Revista de estudios filológicos
Nº27 Junio 2014 - ISSN 1577-6921
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peri-biblion

EPÍSTOLAS DE VOLTAIRE Y CADALSO PARA PERFILAR UN SIGLO. ESTUDIO DE LAS CARTAS FILOSÓFICAS Y LAS CARTAS MARRUECAS

Berta Guerrero Almagro

(Universidad de Murcia)

 

 

RESUMEN

La escritura epistolar y la perspectiva crítica del mundo son dos aspectos esenciales en las Cartas filosóficas y en las Cartas marruecas. Pretendemos, mediante este estudio comparado, enriquecer la visión aislada de ambas obras y, al mismo tiempo, trazar el perfil ideológico del siglo de XVIII.

PALABRAS CLAVE

Literatura comparada; Neoclasicismo; Cadalso; Voltaire; epístola; perspectivismo

ABSTRACT

             The letter writing and critical worldview are two essential aspects in the Philosophical Letters and the Moroccan Letters. We intend, by this comparative study, enrich the isolated view of both works and, at the same time, delineate the ideological profile of the XVIII century.

KEYWORDS

Comparative literature; Neoclassicism; Cadalso; Voltaire; epistle; perspectivism

 

1. INTRODUCCIÓN

      Cambios, rupturas y novedades marcan un siglo conocido como la época de las Luces, de la razón y del conocimiento. El siglo XVIII genera la aparición de nuevas ideas, la ampliación de perspectivas debido a la contemplación del mundo en toda su extensión y la defensa a ultranza de la libertad propia del hombre.

  Respecto al ámbito literario, podemos indicar que son numerosos los textos en prosa del siglo XVIII que se caracterizan por poseer un tono moralizador y estar orientados al didactismo. Con frecuencia encontramos ensayos en los que se pasa revista a distintos temas para conseguir, en palabras de Aullón de Haro en Los géneros ensayísticos (1982), «la destrucción de toda superchería» y la erradicación de las supersticiones presentes en las culturas. Se persigue en la Ilustración, pues, promover una visión crítica en la sociedad acerca de la realidad a través de textos que la aviven. La literatura persigue una finalidad útil, es conveniente que esta instruya a la sociedad y que no se limite a producir deleite. La enseñanza resulta fundamental para los escritores de este momento.

  En este estudio nos vamos a aproximar a dos importantes obras literarias caracterizadas, además de por la técnica epistolar, por ofrecer esa perspectiva crítica del mundo que hemos apuntado, entre otros aspectos: Cartas filosóficas, de Voltaire, y Cartas marruecas, de Cadalso. Pretendemos, mediante su estudio comparado, esbozar el perfil ideológico del siglo de XVIII y, al mismo tiempo, adentrarnos en estas creaciones, tan representativas de sus autores.

  Puntos ideológicos tan característicos del pensamiento ilustrado como la observación de la realidad, la secularización de la religión o el interés por el progreso científico resultan altamente perceptibles en las obras que vamos a estudiar. Sin embargo, antes de ocuparnos de ellos, vamos a ofrecer los rasgos principales de las obras epistolares de Voltaire y Cadalso para, seguidamente, adentrarnos con mayor rigor en el mencionado perfil dieciochesco que se desprende en ambas.

 

2. EL EXTRANJERO ESCRITOR DE EPÍSTOLAS Y SU VISIÓN SINGULARIZADA

          La posibilidad de ver con ojos nuevos el escenario de la realidad que nos circunda resulta llamativo para cualquier ser y, en especial, para muchos escritores. Parafraseando a Maupassant en el “Prólogo” a Pedro y Juan, la literatura ha de aportar visiones novedosas, y para ello es necesario contemplar el mundo con calma y atención, intentando descubrir un aspecto singular y nuevo que haya pasado inadvertido ante los ojos de la costumbre.

          En relación con este modo crítico de observar la realidad, resulta idóneo un método que los formalistas rusas denominaron singularización. Sobre ella leemos en “La teoría del 'método formal'”, de Eichenbaum (2002: 31-32), que

aumenta la dificultad y duración de la percepción; el procedimiento de percepción en arte es un fin en sí y debe ser prolongado. El arte es interpretado como un medio de destruir el automatismo perceptivo; la imagen no trata de facilitarnos la comprensión de su sentido, sino de crear una percepción particular del objeto, la creación de su visión y no de su reconocimiento.

 

          Singularizar es ver con los ojos de la novedad lo ya conocido, mirar durante largo tiempo con el fin de vencer la mecanización de la que se impregna la realidad. A este respecto podemos traer a colación unas palabras de Shklovski en “El arte como artificio” donde hace referencia a Tolstoi, aunque sus ideas pueden hacerse extensibles a muchos otros autores, como Cadalso. Afirma que «el procedimiento de singularización en Tolstoi consiste en no llamar al objeto por su nombre sino en describirlo como si lo viera por primera vez y en tratar cada acontecimiento como si ocurriera por primera vez» (Shklovski, 2002: 61). Esto es lo que el mismo Shklovski denominó ostranenie, traducido por 'desautomatización, extrañamiento'. Automatizamos la realidad al vivir en ella y las perspectivas nuevas –como también sucede con la función poética del lenguaje– nos permiten contemplarla de manera original y novedosa.

          La fuerza de la costumbre ha obnubilado la visión del mundo y el hombre ha dejado de percibir lo que le rodea. Para recuperar esta capacidad, el hombre ha de adoptar un punto de vista diferente, como el de un extraño que se introduce en un nuevo territorio y todo lo contempla por primera vez. Esto es lo que encontramos en las Cartas filosóficas, de Voltaire, y, con mayor claridad, en las Cartas marruecas, de Cadalso[1]. Este nuevo modo de percibir es el que, en esencia, buscan Voltaire y Cadalso, aunque mediante modos distintos: los personajes extranjeros ficcionales con su visión novedosa en una realidad desconocida resultan indispensables para el escritor español; para el francés, es su propio destierro el que genera, en la distancia, un sentimiento de extrañamiento hacia su realidad y una honda sensación de inferioridad respecto al pueblo inglés. Procedimientos, por tanto, distintos, que se vinculan por el enfoque crítico de sus naciones y por la técnica epistolar empleada para construir su obra. Pasamos a ocuparnos de ambos.

                                                  

2.1. Cartas filosóficas: el extranjero, recordador comparativo de su realidad

          En las Cartas filosóficas o inglesas, Voltaire no se inserta plenamente en el ámbito de la ficción, como hace Cadalso. El autor francés contempla de modo crítico la sociedad de su país, pero lo hace comparándola con el mundo inglés –al que considera más adelantado que el francés en todos los sentidos, excepto en el humanista[2]– y desde su propia perspectiva. A diferencia de Cadalso, Voltaire no se sirve de personajes de ficción para generar una visión nueva, sino que esta perspectiva desautomatizada surge en él mediante su conocimiento del mundo inglés al ser desterrado a un país como Gran Bretaña[3]. Rememora su realidad en la distancia y así emerge en él una visión extrañada de su país, pues lo compara con un espacio nuevo para él más admirable.

          En suelo inglés, Voltaire comprobó que «ni la Iglesia ni el Estado, ni los nobles, ni los intelectuales, ni el pueblo, eran como en Francia, y, desde luego, no oponían la menor resistencia a que un librepensador conviviese con ellos y defendiese […] sus ideas» (Espinosa, 1975: 67-68). Durante tres años permaneció en Inglaterra y examinó el lugar y las costumbres de sus habitantes. Tremendamente entusiasmado por lo que veía, consideró Inglaterra una nación muy superior a la suya. Estos sentimientos generaron en él, al regresar de Inglaterra, la escritura de las Cartas inglesas. Voltaire revisa sus notas sobre Inglaterra y escribe otras a modo de epístola para publicarlas conjuntamente (Espinosa, 1975: 75); este es el origen de una obra en la que Voltaire se refiere a la realeza, Iglesia, literatura, ciencia, filosofía, entre otros aspectos, para alabar la nación inglesa sobre la francesa.

2.2. Cartas marruecas: el extranjero observador de una realidad ajena

          Con el objetivo de ofrecer una visión novedosa y crítica del mundo europeo y, especialmente, de España, Cadalso se sirve del punto de vista de Gazel, un árabe que nunca ha estado en la Península y que, desde ella, escribe a su maestro Ben-Beley. Al percibir cosas nunca antes contempladas, la visión de Gazel enjuicia, desde la novedad, las costumbres y comportamientos de los españoles. En palabras de Baquero Goyanes (2011), podemos decir que Cadalso recurre a un ser «de su mismo siglo, pero no de su misma raza y sociedad, para que su mirada, desconocedora de lo europeo, pueda enjuiciarlo ante el lector de una manera crítica y objetiva». Pero no sólo Gazel nos muestra el territorio europeo con ojos críticos, pues Cadalso también incluye cartas del maestro del joven, Ben-Beley, y de un personaje español, Nuño Núñez, amigo de Gazel en España y álter ego de su creador. Tres son, pues, las perspectivas que hallamos en las Cartas marruecas (Baquero Goyanes, 2011)[4].

          Por otro lado, hemos de mencionar que, a pesar de la inserción del autor en el ámbito ficcional, no podemos considerar las Cartas marruecas una novela epistolar. Aunque hallamos episodios narrativos, la variedad temática que se nos presenta en la obra no responde a un argumento, las cartas no están fechadas –un aspecto que resulta crucial en la novela epistolar para conocer su esquema narrativo– y los tintes costumbristas y ensayísticos hacen de esta obra un cúmulo de influencias que hacen de ella un texto misceláneo sin orden riguroso. Baquero Goyanes (1981: XXXVI-XXXVII) considera que el propio Cadalso así se refiere a su obra en la carta XXXIX, donde descubrimos por Gazel que el álter ego del autor –Nuño– se refiere a sus escritos como Observaciones y reflexiones sueltas desordenadas a imitación del desorden que impera en el mundo y sostiene el investigador que «la justificación del “desarreglo” de las Observaciones y reflexiones sueltas vendría a serlo también de las Cartas marruecas».

          En consonancia con lo expuesto, podemos mencionar que Baquero Goyanes (1981: LV) apunta que la obra de Cadalso posee rasgos de tres especies como la novela, el ensayo y el artículo de costumbres, aunque «sin incidir definitivamente y exclusivamente en ninguna». Sin embargo, siguiendo a este mismo investigador (1981: XXXVIII-XL), hemos de indicar que las Cartas marruecas «no son una novela» porque no hay intriga ni tensión novelesca, aunque encontremos episodios novelescos en algunas cartas como la VII y otras, como la XL, puedan constituir breves cuentos, como expresa Joaquín Arce en su “Introducción” a la obra de Cadalso (1978). Se puede relacionar en algún modo con la novela, pero no puede considerarse como tal (Baquero Goyanes, 1981: XLV). Tampoco pueden ser consideradas un ensayo porque «un ensayo es ya, desde Montaigne, un yo opinante» (Baquero Goyanes, 1981: LV). La relación de los tres personajes impide que se trate de un artículo de costumbres, publicados estos «suelta y aisladamente en su primera versión, y recogidos luego en colecciones más o menos heterogéneas» (Baquero Goyanes, 1981: LVI). Hallamos en la obra de Cadalso, pues, aspectos propios de las tres especies citadas, aunque no llega a enmarcarse por completo en ninguna de ellas.

 

3. PRINCIPIOS ILUSTRADOS EN CADALSO Y VOLTAIRE

          Pasamos a ocuparnos en este apartado de los principales puntos que caracterizan el siglo ilustrado y que resultan visibles en las Cartas de Voltaire y en las de Cadalso. Concretamente, vamos a referirnos al examen del territorio geográfico, a la defensa de la vida natural frente a la civilización corruptora, a la secularización de la religión y al interés por el progreso científico.

3.1. El examen de la geografía en el trazado (o no) de una utopía

          Un aspecto propio del siglo XVIII es la visión crítica que adoptan muchos escritores y estudiosos debido al despliegue terráqueo –y con él, el imaginativo– que tiene lugar ante sus ojos. Con los viajes de muchos, los desplazamientos de niños de familias adineradas al extranjero, los relatos de lugares lejanos y atractivos... las perspectivas se amplían y se acentúa la visión analizadora.

          Esta mirada crítica se percibe con claridad tanto en las Cartas de Voltaire como en las de Cadalso. Ambos reflexionan sobre sus naciones y las examinan desde un punto de vista –Voltaire– o desde varios que, en esencia, confluyen –Cadalso–. Es importante mencionar que el análisis de sus espacios geográficos viene motivado por el viaje, se construye mediante la comparación, se dirige a reedificar una nación defectuosa y esconde el anhelo de habitar en una verdadera utopía terrestre.

          Ya nos hemos referido a los recorridos que Voltaire y Cadalso emprenden en vida y también al viaje que Gazel, el personaje de Cadalso, realiza. Podríamos decir, pues, que los seres críticos con los que nos encontramos en estos casos se caracterizan por la movilidad, que ha ampliado sus perspectivas; incluso Nuño «ha pasado por muchas vicisitudes de la suerte, carreras y métodos de vida» (Cadalso, 2011: 153) y examina su país. Ni el detenimiento, por tanto, ni la vida vegetativa caracterizan a estos seres de mirada inquisitiva.

          Mediante su visión comparativa, Voltaire analiza en la carta octava, titulada “Sobre el Parlamento”, el gobierno de Inglaterra y lo contrapone al de Francia. Los disturbios ingleses dieron lugar a algo tremendamente anhelado por Voltaire en su país: la libertad (Voltaire, 2010: 24). El escritor francés afirma que

la nación inglesa es la única que ha llegado el poder de los reyes resistiéndoles, y que, de esfuerzo en esfuerzo, ha establecido finalmente ese gobierno, sensato, en el que el Príncipe todopoderoso para hacer el bien, tiene las manos atadas para hacer el mal; en el que los señores son grandes sin insolencia y sin vasallos y en el que el pueblo comparte el gobierno sin confusión (ibid.)

 

          Con energía y tesón, el pueblo inglés ha sido capaz de alcanzar un gobierno coherente e inclinado al bien donde el pueblo tiene cabida y los poderosos se comportan con humildad. Una suerte de utopía donde la tolerancia y la libertad parecen ser los principales estandartes y donde la felicidad, por tanto, resulta fácilmente alcanzable. Aunque el dolor y la sangre han tenido lugar en Inglaterra antes de alcanzar esa posición esplendorosa y libre, Voltaire señala que también en otros países se han desencadenado consecuencias similares tras las luchas, pero sin el resultado final que alcanzó Inglaterra: «las guerras civiles en Francia han sido más largas, más crueles, más fecundas en crímenes que las de Inglaterra; pero de todas estas guerras civiles, ninguna ha tenido una libertad sensata por objeto» (Voltaire, 2010: 25). Así pues, a pesar de que, como sostiene en la novena carta –“Sobre el gobierno”– «la libertad ha nacido en Inglaterra de las querellas de los tiranos» (Voltaire, 2010: 28), lo importante es que esta, finalmente, ha visto la luz para terminar floreciendo entre el pueblo inglés.

          Respecto a Cartas marruecas, hemos de indicar que en la carta II, Gazel cuenta a Ben-Beley que los países son muy distintos y que no puede forjarse una opinión general de los europeos, ni siquiera de todos los españoles[5]. La mirada dispuesta y el estudio atento de Gazel permiten al joven vislumbrar la variada riqueza que caracteriza el territorio español. También Nuño presenta el país en la carta XXI como un espacio similar a otro cualquiera, con sus vicios y virtudes, sus rasgos dignos de elogio y sus aspectos criticables: «cada nación es como cada hombre, que tiene sus buenas y malas propiedades peculiares a su alma y cuerpo. Es muy justo trabajar a disminuir éstas y a aumentar aquéllas; pero es imposible aniquilar lo que es parte de su constitución» (Cadalso, 2011: 207).

          Sin embargo, a pesar de la perspectiva equilibrada de Nuño, la visión que se desprende de España en las cartas de Cadalso es más bien crítica y amarga. El enfoque de Gazel, que todo lo recibe de modo novedoso y extraño, está impregnado de un tono agrio: la Península se le presenta al lector como un lugar de costumbres relajadas –carta X–, donde aún se practican costumbres tan incomprensibles como la nobleza hereditaria –cartas XII y XIII–; un lugar donde el mundo del arte se halla en decadencia –carta XXIV– y la población se caracteriza por su afán de riqueza, fama, orgullo y envidia –cartas XXIV, XXVII, XXXVIII y LXXXIII–, además del gusto por la abundancia de cosas superfluas –carta XLI– y de practicar festividades calificadas de bárbaras, como las corridas de toros –carta LXXII–.

          Este mundo complejo, vanidoso y lejano al estado de pureza primitiva en el que sí parece hallarse su continente, confunde a Gazel y provoca su desconcierto ante el modo de comportarse entre los europeos. Ante los odios, envidias, críticas y evaluaciones que todo ser recibe independientemente del comportamiento que posea, Gazel afirma en la carta LXXXI que, como es natural, «dan al hombre gana de retirarse a lo más desierto de nuestra África, huir de sus semejantes y escoger la morada de los desiertos o montes entre fieras y brutos» (Cadalso, 2011: 340). Esa oposición entre vida retirada y natural frente a vida bulliciosa y civilizada es lo que, precisamente, tratamos en el siguiente apartado.

 

3.2. El grito libertario y la dicotomía civilización/naturaleza

          En este punto nos ocupamos especialmente de la obra de Cadalso, pues la confrontación entre vida civilizada y vida natural nos parece un tema sumamente importante en las Cartas marruecas. La idea rousseauniana de que el hombre es bueno por naturaleza y la sociedad lo corrompe es uno de los ejes vertebradores de la obra de Cadalso. Muchas veces, en el mundo que denominamos civilizado, la educación que recibe el hombre es de carácter negativo y esta actúa potenciando su torpeza o incapacidad. Sebold, en sus notas a la edición de Cadalso, señala en la carta VII una alusión a la teoría, también de Rousseau, de la educación negativa. En su correspondencia a Ben-Beley, Gazel introduce unas palabras de Nuño en las que presenta su duda acerca de qué educación es más conveniente para los niños e incluso se plantea –atendiendo a testimonios de otros– si llega a resultar beneficiosa alguna educación debido a la inmoralidad de muchas escuelas. Concluye esta epístola considerando que toda educación resulta útil siempre que sea enriquecedora para el talento del receptor.

          Otra carta interesante también a este respecto es la XVIII, donde encontramos una loa al amor paternofilial –cuyo existencia considera Gazel que surge de modo natural– y una crítica a los pleitos y conflictos entre padres e hijos que habitan una sociedad corrupta. Para el joven marroquí, tales enfrentamientos resultan incomprensibles, pues el cariño de los padres hacia los hijos es algo consustancial al género humano y el amor de estos hacia aquellos nace de modo natural ya que los han alimentado, protegido, amado... en definitiva: los han hecho felices. «Este vicio europeo no llevaré yo a África» (Cadalso, 2011: 204), escribe Gazel indicando, al mismo tiempo, que ese estado de amor natural continúa vivo en su continente y que, tristemente, ha sucumbido en muchos casos en Europa. Estos sentimientos parecen conectar con los distintos niveles de civilización y, tras la lectura de esta carta, podemos intuir que la ingratitud es mayor en un ambiente donde la materia domina el pensamiento del hombre y sus ocupaciones lo hacen considerarse más pulido humanamente de lo que en realidad es.

          Entre las cartas de la obra de Cadalso en las que se perciben con nitidez esta apuesta por la vida natural frente a la urbana, hemos de referirnos a la XLII. Esta epístola nos parece especialmente importante tanto por la identidad del emisor como por su contenido. Se trata de una de las pocas cartas que Nuño dirige a Ben-Beley y en ella, además de confesarle la estimación que siente hacia él sin conocerlo físicamente, se refiere a su deseo de tratar a sabios africanos de su altura, pues afirma estar harto de los sabios europeos. Nuño, un español habitante en la Península, ofrece en esta carta una visión comparativa entre Europa y África en la que este último continente es mostrado como un lugar, aunque menos culto, más propenso al bien y a la virtud. Estas conclusiones las extrae Nuño tras trabar amistad con Gazel, al que considera un joven inclinado a lo bueno, educado en la virtud, aunque no muy cultivado; sin embargo, esto último no le importa en demasía. El territorio europeo es presentado como un ambiente donde el interés reside en la forma, en la apariencia, en la riqueza intelectual, en el poder y en el dinero sin atender a lo verdaderamente importante: los aspectos morales, las inclinaciones y sentimientos humanos. De esto último sí parecen ocuparse los sabios africanos, motivo por el que Nuño se ve tentado a marchar a África o a solicitar ayos de este continente para que eduquen a los jóvenes españoles. Transcribimos a continuación el párrafo de la carta que estamos comentando en el que se muestran estas ideas, pues nos parece especialmente importante para ilustrar lo que apuntamos:

El trato de este joven y el conocimiento de que tú le has dado crianza me impelen a dejar a Europa y pasar a África, donde resides. Deseo tratar un sabio africano, pues te juro que estoy fastidiado de todos los sabios europeos, menos unos pocos que viven en Europa como si estuviesen en África. Quisiera me dijeses qué método seguiste y qué objeto llevaste en la educación de Gazel. He hallado su entendimiento a la verdad muy poco cultivado, pero su corazón inclinado a lo bueno; y como aprecio en muy poco toda la erudición del mundo respecto de la virtud, quisiera que nos viniesen de África unas pocas docenas de ayos como tú para encargarse de la educación de nuestros jóvenes, en lugar de los ayos europeos, que descuidan mucho la dirección de los corazones de sus alumnos por llenar sus cabezas de noticias de blasón, cumplidos franceses, vanidad española, arias italianas y otros renglones de esta perfección e importancia; cosas que serán sin duda muy buenas, pues tanto dinero llevan por enseñarlas, pero que me parecen muy inferiores a las máximas cuya práctica observo en Gazel (Cadalso, 2011: 250).

La búsqueda, en definitiva, de una vida más pura, más natural, más virtuosa y libre se desprende de la lectura de Cartas marruecas. En sus Cartas filosóficas, Voltaire alaba el alto nivel de civilización que ha alcanzado la sociedad inglesa; Cadalso, en cambio, defiende una vida, si no tan elevada culturalmente, sí de solidez humana y de impecable moral.

3.3. Secularización de la religión

          Inglaterra «es el país de las sectas», escribe Voltaire (2010: 16); grupos religiosos que emergen y crecen o, por el contrario, van decayendo. La convivencia de distintos grupos religiosos es, según Voltaire, el secreto de la felicidad del pueblo inglés. Como escribe en la sexta carta: «Si no hubiese en Inglaterra más que una religión, sería de temer el despotismo; si hubiese dos, se cortarían mutuamente el cuello; pero como hay treinta, viven en paz y felices» (Voltaire, 2010: 20).

          El escritor francés dedica sus siete primeras Cartas filosóficas al ámbito religioso. Presenta distintas doctrinas –cuáqueros, anglicanos, presbiterianos– entre las que no se adhiere a ninguna, aunque ofrezca halagos hacia alguna –como a la cuáquera–. Voltaire defiende la libertad y la tolerancia y propugna el alejamiento de todo fanatismo o grupo que implique cierta relación de vasallaje espiritual.

          El escritor francés dedica sus cuatro primeras cartas a la comunidad cuáquera, un grupo religioso fundado en Inglaterra y defensor, en esencia, del cristianismo primitivo. Sin necesidad de suntuosidades ni pompa alguna, los cuáqueros defienden una vida sencilla, austera y concentrada en el interior –plano que, consideran, permite conectar con la divinidad sin recurrir a sacramentos ni celebraciones–. Aunque elogia «un pueblo tan extraordinario» (Voltaire, 2010: 3), no lo defiende ni se adscribe a él; sólo lo examina. En la primera y segunda carta, Voltaire nos presenta esta doctrina de modo vívido: visita a un célebre cuáquero que vive en el campo cerca de Londres, dialoga con él en su pequeña casa y acude a una iglesia cuáquera con él. En las dos cartas siguientes, Voltaire aparca el trabajo de campo de su investigación y se centra en la exposición teórica del cuaquerismo: presenta la historia de su doctrina haciendo especial hincapié en Georges Fox –su fundador– y en Guillermo Penn –importante cuáquero que la transportó a América– (Voltaire, 2010: 9-15). Pese a su acercamiento, no queda convencido con las ideas de los cuáqueros; doctrina que va perdiendo acólitos en beneficio del protestantismo, que, según él, está de moda (Voltaire, 2010: 15).

          Tampoco considera Voltaire como vías posibles de inscripción el anglicanismo que presenta en la quinta carta, el presbiterianismo del que se hace eco en la sexta, ni el socianismo, el arrianismo o, en general, las doctrinas antitrinitarias a las que se refiere en la séptima. A este respecto, es significativa la crítica que encontramos hacia los clérigos anglicanos –apunta su afán de riqueza y poder y su intolerancia– y hacia los sacerdotes presbiterianos –su gusto por el lujo, su hipocresía–.

          Siguiendo a Locke, Voltaire pone en entredicho algunas ideas defendidas por la religión, como la inmortalidad del alma. En su decimotercera carta, considera que esta no puede ser demostrada y se refiere a su imposición por parte de las doctrinas religiosas en términos obligativos: «el bien común de todos los hombres exige que se considere al alma inmortal; la fe nos lo ordena; no hace falta más» (Voltaire, 2010: 44). El escritor francés critica estas ideas sin base perceptible ni analizable por la razón humana. No es un pacto con la materia absoluta y la mortalidad, sino una apuesta por la duda apoyada en una aceptación de la torpeza humana. Se trata de una crítica al fanatismo, a las ideas promovidas sin más origen que la devoción religiosa, a la ausencia total de duda.

          Respecto a las Cartas marruecas, hemos de señalar que también en esta obra se establecen comparaciones entre las ideas religiosas cristianas y árabes. Un ejemplo lo hallamos en la carta X, que versa sobre la poligamia, ordenada por la religión en Marruecos y prohibida por la misma en países como España, aunque practicada en ocasiones de modo ilícito. Tal situación peninsular, amén de los testimonios aducidos de dos hombres denotando un claro desprecio hacia el sexo femenino[6], hacen concluir a Gazel que la poligamia practicada por los musulmanes no es un trato peor al género femenino que la infidelidad revestida de burla y socarronería que muchos monógamos ostentan con sus mujeres.

          En definitiva, podemos decir que en ambas obras se cuestionan principios y prohibiciones religiosas con el objetivo de despertar el juicio crítico del lector, de plantearle interrogantes y suscitarle dudas. La amplitud del mundo es evidente, los principios de una religión no son los únicos y cualquier aspecto de la realidad resulta digno de analizarse.

3.4. Interés por el progreso científico

          En el siglo XVIII, la fascinación por los progresos científicos se adueña de los seres y, frente a la filosofía cartesiana anterior, que deduce los motivos por los que funciona el mundo, se atiende al avance, a las leyes matemáticas de Newton, a los métodos inductivos de Locke y sus ciencias experimentales. «Descartes, nacido para descubrir los errores de la Antigüedad, pero para sustituirlos por los suyos» (Voltaire, 2010: 42), es desprestigiado en el siglo ilustrado y se defienden las nuevas ideas científicas y matemáticas.

          La afinidad de Voltaire con Locke y Newton es mencionada por estudiosos como Espinosa (1975: 69) y resulta perceptible en obras como Cartas filosóficas. En la séptima de sus Cartas, Voltaire se refiere a Newton y Locke, entre otros, como «los mayores filósofos y las mejores plumas de su tiempo» (Voltaire, 2010: 22) e incluso convierte ambas figuras en los motivos principales de las cartas decimotercera –“Sobre el Sr. Locke”–, decimocuarta –“Sobre Descartes y Newton”–, decimoquinta –“Sobre el sistema de la atracción”–, decimosexta –“Sobre la óptica del Sr. Newton”– y decimoséptima –“Sobre el infinito y sobre la cronología”–. Los halagos hacia ambas figuras resultan patentes durante la lectura de las Cartas de Voltaire. A propósito de la cuestión sobre quién es el hombre más grande, afirma el escritor francés en su decimosegunda carta (Voltaire, 2010: 36): «si la verdadera grandeza consiste en haber recibido del cielo un genio poderoso, y en haberse servido de él para iluminar a sí mismo y a los otros, un hombre como el señor Newton, tal como apenas se encuentra uno en diez siglos, es verdaderamente el gran hombre». Los elogios a Locke también son palpables en cartas como la decimotercera, que comienza de este modo: «Nunca hubo quizás un espíritu más sensato, más metódico, un lógico más exacto que el Sr. Locke» (Voltaire, 2010: 41). Dos pensadores ingleses afortunados, según Voltaire, por haber nacido en un país libre, donde son respetados y admirados.

En relación con la crítica a la filosofía cartesiana que se manifiesta en la obra de Voltaire, hemos de referirnos a la postura tan comedida que mantiene el escritor francés. No se adscribe al pensamiento de Descartes, reconoce sus faltas, su capacidad imaginativa, sus desvaríos y rechaza su fe ciega en Dios; sin embargo, admite su importante labor en el ámbito del pensamiento y su condición de iniciador, capaz de descubrir nuevos territorios que, posteriormente, serían explorados con mayor rigor. En palabras de Voltaire (2010: 64):

No creo que se pretenda, en verdad, comparar en nada su filosofía [la de Descartes] con la de Newton: la primera es un ensayo, la segunda una obra maestra. Pero quien nos ha puesto en la vía de la verdad vale quizá tanto como el que ha ido después hasta el final de ese camino. Descartes devolvió la vista a los ciegos; vieron las faltas de la Antigüedad y las suyas. La carretera que abrió ha llegado a ser, a partir de él, inmensa.

 

Resulta también interesante mencionar la reflexión sobre el alma a la que asistimos en la carta decimotercera. Aquí Voltaire presenta las ideas de Descartes: el alma llega al cuerpo con conocimientos tan abstractos como Dios o el infinito, pero al nacer los olvida (ibídem), y enfrenta estas ideas a las de Locke –en las que su propio pensamiento halla asidero–: no poseemos conocimientos de tal calibre de modo innato, nuestras ideas nos llegan a través de los sentidos, desconocemos si lo puramente material es capaz de pensar (Voltaire, 2010: 43). Voltaire alaba la capacidad de Locke para razonar y dudar, para examinar con cautela y percibir los progresos sin aferrarse a ideas desprovistas de sustento sensiblemente perceptible. No se trata de una negación tajante de la religión, sino de un rechazo de las ideas infundadas y un humilde reconocimiento de la ignorancia humana. «Soy un cuerpo y pienso: no sé más», escribe Voltaire (2010: 44).

La crítica al cartesianismo es también palpable en la decimocuarta carta, donde Voltaire compara los progresos científicos de Newton y la filosofía de Locke con la filosofía de Descartes. Al fondo de tal comparación puede vislumbrarse la oposición entre el sistema de pensamiento inglés y el francés:

Entre vosotros, cartesianos, todo sucede por un impulso del que nada se comprende; en el Sr. Newton, es por una atracción cuya causa no se conoce mejor. En París, os figuráis la Tierra hecha como un melón; en Londres, está aplastada por los dos lados. La luz, para un cartesiano, existe en el aire; para un newtoniano, viene del Sol en seis minutos y medio […]. Descartes asegura que el alma es lo mismo que el pensamiento, y Locke prueba bastante bien lo contrario. Descartes asegura que sólo la extensión hace la materia; Newton le añade solidez. He aquí unas furiosas contradicciones (Voltaire, 2010: 60).

 

             Respecto a las Cartas marruecas, debemos mencionar que en la obra de Cadalso también se percibe este interés por los avances científicos y el progreso. En la carta VI, Gazel critica «el atraso de las ciencias en España en este siglo» (Cadalso, 2011: 167), debido, en última instancia a la poca consideración que reciben los que a ellas se dedican. No tacha la falta de aptitudes de los pocos científicos españoles –a los que considera aventureros condenados a morir de hambre–, sino el poco respeto del que gozan las ciencias en el país. A este respecto, nos parece importante mencionar la carta XVI, en la que se nos muestra que la corta admiración que reciben los científicos españoles en su país se hace extensible a todos los grandes héroes de la Península. Nuño, en el prólogo a su manuscrito titulado Historia heroica de España, se refiere a «la ingratitud con que tratamos la memoria de nuestros héroes» (Cadalso, 2011: 200) y apunta que sólo el pueblo inglés levanta excelsos monumentos a sus héroes, como es el caso de la abadía Westminster.

 

4. CONCLUSIÓN

          Llegamos al término de nuestro estudio comparado entre las Cartas inglesas, de Voltaire, y las Cartas marruecas, de Cadalso, desde una perspectiva ideológica que nos ha permitido aproximarnos a algunos de los aspectos más importantes del siglo XVIII. El examen del territorio geográfico, la defensa de la vida natural y libre, la secularización de la religión y el interés por el progreso científico son cuatro puntos esenciales en el esquema ideológico de la Ilustración que abarcaron muchos campos de la vida del momento y, entre ellos, el literario.

          Es importante recalcar que, al fondo de los aspectos dieciochescos estudiados que aúnan ambas obras, se halla otro rasgo que también las hace conectar: el perfil crítico de sus autores. Ambos ofrecen unos exámenes de sus países salpicados de ternura; como señala Baquero Goyanes (2011); se trata de visiones amargas y apasionadas al mismo tiempo. Voltaire y Cadalso enjuician sus realidades geográficas, las contemplan en la distancia o desde distintas perspectivas y presentan situaciones o estados criticables que perciben en ellas; pero no con afán destructor, sino constructor. Se desprende en el tono de sus escritos un deseo de mejorar los territorios geográficos en los que han nacido, de modificar todo aquello que no les parece adecuado adoptando pautas o comportamientos de otros lugares que les parecen más apropiados.

          En definitiva: dos obras que encierran las ideas de sus autores, hijos de una época y habitantes de un territorio, por lo que podemos afirmar que también en estas creaciones se recoge, en síntesis, la ideología de todo un siglo, como hemos pretendido mostrar a lo largo de este artículo.

 

BIBLIOGRAFÍA

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Baquero Goyanes, Mariano. (2011). “Perspectivismo y crítica en Cadalso, Larra y Mesonero Romanos”, [Versión electrónica] en Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes <http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/perspectivismo-y-critica-en-cadalso-larra-y-mesonero-romanos-2/html/61aa5e0a-a0fd-11e1-b1fb-00163ebf5e63_2.html#I_0_> [Consulta: 4/2/2014].

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[1] Baquero Goyanes, en “Perspectivismo y crítica en Cadalso, Larra y Mesonero Romanos” (2011), aporta ejemplos de obras en las que se vislumbra un ambiente o una sociedad con ojos ajenos a ella: las Cartas persas, de Montesquieu –con las que tanto se ha vinculado la obra de Cadalso–, Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift; El ingenuo, de Voltaire; El Criticón, de Gracián, Huracán en Jamaica, de Richard Hughes; Flush, de Virginia Woolf... «Todas estas novelas, todos estos libros–escribe Baquero Goyanes–, tienden, en definitiva, a duplicar la mirada del lector, a proporcionarle algo así como una perceptibilidad no usada con la que poder contemplar el mundo suyo de cada día -sus costumbres, sus incidentes, sus valores-, como si se tratara de un mundo desconocido».

[2] Señala Voltaire en su vigesimosegunda carta, titulada “Sobre el Sr. Pope y algunos otros poetas famosos” (2010: 101): «Me parece que los ingleses no tienen tan buenos historiadores como nosotros, que no tienen verdaderas tragedias […]. Los ingleses se han aprovechado mucho de las obras de nuestra lengua; deberíamos a nuestra vez tomar algo de ellos», y en la vigesimotercera, “Sobre la consideración debida a las gentes de letras”, critica la poca estima que los propios franceses poseen del ámbito en el que destacan: el arte. Escribe Voltaire a este respecto (2010: 102-105): «Ni en Inglaterra ni en ningún país del mundo se encuentran establecimientos en favor de las Bellas Artes como en Francia […]. Me atrevería a desear que se pudiesen suprimir en Francia yo no sé qué malos libros que se han impreso contra nuestros espectáculos, pues, cuando los italianos y los ingleses se enteren de que mancillamos con la mayor infamia un arte en el que sobresalimos […], ¿qué queréis que piensen de nuestra nación?». Arte grandioso y obras inmortales que son tachadas por los propios franceses de modo inconsciente.

[3] El ilustre caballero francés Rohan-Chabot y Voltaire mantienen una tensa relación que terminará ocasionándole el destierro al burgués de clase media. Tras algunos altercados y desencuentros que señala Antonio Espinosa en Voltaire y el siglo XVIII (1975: 63-66) –burlas de uno hacia otro, riñas amorosas y la paliza de Rohan a Voltaire que provoca el desafío a duelo de este a aquel; duelo que, por cierto, no llega a producirse ya que «un Rohan no podía cruzar su espada con un pobre diablo de la clase media» (Espinosa, 1975: 66) y genera en Voltaire la idea de llevar a cabo un atentado contra el aristócrata–, Voltaire es apresado por segunda vez en la Bastilla, en 1726 –la primera reclusión fue en 1717 debido a su sátira escrita hacia el Duque de Orleáns y su hija–. Sin embargo, esta encarcelación dura sólo un mes ya que accede a ser puesto en libertad con la condición de abandonar el país (Espinosa, 1975: 67).

[4] Para comprender la visión crítica que se desprende en las Cartas marruecas de la nación española incluso desde el personaje álter ego del autor, es importante hacer referencia al cosmopolitismo del propio Cadalso: estudió en París –en el «Colegio de Luis el Grande […], institución […] dirigida entonces por un tal P. Latour, amigo de Voltaire» (Sebold, 2011: 19)–, aprendió inglés en Inglaterra y viajó por Alemania e Italia, entre otros lugares (Sebold, 2011: 19-22). Tampoco resulta ocioso recordar las lecturas realizadas por el escritor gaditano: «Voltaire, Rousseau, Diderot, Saint-Lambert, Mercier, Gessner, Bacon, Locke, Newton, Thomson, Akenside, Young, Hervey y otros escritores modernos» (Sebold, 2011: 22).

[5] «He hallado tanta diferencia entre los europeos, que no basta el conocimiento de uno de los países de esta parte del mundo, para juzgar de otros estados de la misma. Los europeos no parecen vecinos. Aunque la exterioridad los haya uniformado en mesas, teatros y paseos, ejércitos y lujo, no obstante, las leyes, vicios, virtudes y gobierno no sumamente diversos, y por consiguiente las costumbres propias de cada nación. Aun dentro de la española, hay variedad increíble en el carácter de sus provincias» (Cadalso, 2011: 155-156).

[6] Un joven emite comentarios despreciativos hacia las féminas, otro se vanagloria de su actitud donjuanesca y falaz al poder conquistar a distintas mujeres en un solo día (Cadalso, 2010: 188-190).