tritonos
TRES
TEXTOS DISPERSOS DE EMILIA PARDO BAZÁN: “LA REFORMA INTEGRAL DEL TRAJE EN LOS
ESTADOS UNIDOS (DE INTERÉS PARA LAS DAMAS)”, “MÁS INDUMENTARIA. DE INTERÉS PARA
LOS DOS SEXOS” Y "LA MUJER PERIODISTA"
Javier López Quintáns
(IES “Ramón Mª Aller Ulloa”.
Lalín, España)
javierlopezquintans@yahoo.es
RESUMEN: El artículo recupera tres textos
de Emilia Pardo Bazán que no figuran en repertorios y antologías de la
producción en prensa de la autora. El trabajo señala la procedencia de los
textos y la correspondiente transcripción. Además, se analizan las posibles
fuentes y motivos que se muestran en ellas. En los dos primeros, se comenta la
importancia del movimiento de reforma racional de la vestimenta femenina. De
igual manera, se describe la inclinación por cuestiones relacionadas con la
moda y el traje en la mujer. En este último punto se muestra la influencia de
opiniones e intereses de su momento. El último texto se ocupa del trabajo de
las mujeres periodistas. Con él se describen las implicaciones feministas del
pensamiento pardobazaniano.
Palabras clave: edición; artículo; vestimenta;
feminismo; prensa.
ABSTRACT: The article recovers three texts of Emilia Pardo Bazán which have not listed in directories and anthologies.
The paper points out the sources of the texts, and it is offered the
corresponding transcript. It also analyzes the topics and reasons shown in
them. In the first two, it is discussed the importance of the Racional Movement about women's clothing. Similarly, it
describes the issues about fashion and dress in women. This last point shows
the influence of opinions and interests of the time. The last text deals with
the work of women journalists. Moreover, it is described the Pardo Bazán´s implications in
feminist thought.
Keywords: edition; article; clothing; feminism; press.
1.
LA
VESTIMENTA EN LA MUJER: “LA REFORMA INTEGRAL DEL TRAJE EN LOS ESTADOS UNIDOS
(DE INTERÉS PARA LAS DAMAS)” Y “MÁS INDUMENTARIA. DE INTERÉS PARA LOS DOS
SEXOS”.
2.
EL PAPEL
DE LA FÉMINAS EN LA PRENSA: "LA MUJER PERIODISTA".
El trabajo
recupera tres textos pardobazanianos que no figuran
en antologías ni repertorios modernos, y por tanto prácticamente desconocidos
para los investigadores. Se trata de los trabajos “La reforma integral del
traje en los Estados Unidos”, “Más indumentaria. De interés para los dos sexos”
y “La mujer periodista”. El artículo se estructura en dos apartados: el primero
de ellos se ocupa de los dos artículos que tratan la cuestión de la reforma de
la vestimenta femenina; el segundo, se centra en la colaboración acerca de la
figura de las mujeres que trabajan en el mundo de la prensa periódica. En cada
punto se analizan los temas esenciales, para introducir la edición de los
correspondientes textos.
1. LA VESTIMENTA EN LA
MUJER: “LA REFORMA INTEGRAL DEL TRAJE EN LOS ESTADOS UNIDOS (DE INTERÉS PARA
LAS DAMAS)” Y “MÁS INDUMENTARIA. DE INTERÉS PARA LOS DOS SEXOS”.
La
cuestión de las prendas que la mujer del XIX acostumbraba a lucir, así como
también la necesaria reforma de esos mismos complementos con el objetivo de
buscar una mayor comodidad, no fueron esporádicos en el pensamiento pardobazaniano tal y como es reflejado en sus
colaboraciones en prensa. Por el contrario, son numerosas las líneas en las que
trata de manera diversa tal asunto.
A
imitación de las teorías higienistas, juzga en el primer trabajo que
recuperamos (“La reforma integral del traje en los Estados Unidos (de interés
para las damas”, que rescatamos de El
Guadalete. Periódico político y literario)
la necesidad de una vida sana, en la que el ejercicio físico conforme un
elemento clave. En efecto, desde finales del siglo XVIII el mundo médico
promovía postulados que buscaban la mejora de las condiciones de vida y el
ambiente de trabajo y esparcimiento del hombre, siendo medio de divulgación de
las mencionadas teorías numerosas topografías médicas (Urteaga,
1980).
La reforma del traje, que
hasta la época supone una exhibición de adornos y perifollos inútiles, es
urgente, según predica Pardo Bazán, en beneficio de la salud de las mujeres. Tal
incursión favorece la defensa del divided skirt. Parte para ello de la descripción de los
diversos materiales que pueden componerlo, y continúa con las partes que lo
constituyen: las dos perneras o leglettes, combinada con camisilla o chemilette. Para la mejora del tipo de vestimentas
seleccionadas (pensando por lo tanto en una buena salud de las mujeres)
defiende el empleo que las féminas en los Estados Unidos vienen haciendo de un
peculiar corsé, el cual por su diseño no perjudica a la tradicionalmente
torturada pobre cintura de tales usuarias. En conjunto, tanto el primer
artículo que ha sido rescatado como el segundo (“Más indumentaria. De interés
para los dos sexos”, también de El Guadalete) procuran defender estas
nuevas modas de allende los mares, para al cabo lamentar que no sean
implantadas en suelo patrio ante la falta de arrojo de la sociedad; igualmente
de algunos de sus miembros, de los defensores de un comportamiento cabal capaz
de convertir en sociablemente aceptable esta moda. Pese al decidido apoyo de
doña Emilia, no parecía ella dispuesta a ser pionera en su puesta en práctica.
El segundo artículo que se reproduce ahonda en el tema, a raíz de la carta de
un autor de la, según parece, localidad cacereña de Coria; un remitente anónimo
que expone su sorpresa ante la reflexión de la escritora por lo que semeja
defensa de unas prendas más propias, según cree el buen lector, de usos
masculinos. Ouida (seudónimo de Marie Louise Ramé, 1839-1908) sirve de
ejemplificación para rechazar las costumbres en el vestir del varón; siendo por
tanto Pardo Bazán concordante con este supuesto, aduce la autora gallega que es
del todo imposible que se aspire a igualar la forma de vertir
en la mujer con la del hombre.
La afirmación citada le
permite empatizar con los que censuran el pantalón
masculino y el chaleco en boga, en la línea del pensamiento del ensayista Juan
Montalvo (1832-1889) en el volumen II de El
Espectador. La alusión se refiere al
capítulo “Vestimenta” (1887, páginas 1 a 4). A las objeciones de Montalvo añade
la autora el censurable uso de la chistera o la camisela.
Pero la parte más interesante de esta segunda colaboración pardobazaniana,
“Más vestimenta”, se identifica en los últimos párrafos, por lo que es un
alegato decidido a favor de una necesaria renovación de ideas y el paso lógico
a la modernidad, siempre que la razón y la necesidad así lo aconsejen. Ni tan
siquiera las buenas intenciones valen, aduce, si la sociedad no camina con el
mismo ritmo que los movimientos renovadores, como de esta forma ilustra con el
fallido intento del Discurso sobre el
lujo de las señoras y proyecto de un traje nacional. El documento fue
redactado durante el reinado de Carlos III, en época de Floridablanca, y
pretendía la difusión de tres tipos diferentes de traje para la mujer (la
Española, la Borbonesa y la Carolina). La referencia pardobazaniana
alude a un documento anónimo, atribuido a la mano de una bienintencionada
dama; el texto fue publicado por la
Imprenta Real en el año 1788.
Dicho documento propone los
tres tipos de trajes reseñados (el segundo de
ellos, la Borbonesa, es denominada también como “madrileña”).
Floridablanca, en efecto, considera la viabilidad del proyecto, y apoya su
difusión a través de unos pretendidos intereses comerciales que procuraban
incentivar la industria local frente a los gustos y modas que, a su juicio y al
de sus consejeros, peligrosamente se extendía entre las preferencias de la
mujer española. Convencido el político de la aplicabilidad de la propuesta,
negocia con la Real Sociedad de Amigos del país de Madrid y la Junta de Señoras
(Leira, 2003). El proyecto, como recuerda Pardo
Bazán, no cuajó.
La postura de Pardo Bazán
sobre el tema de la reforma del ropaje femenino precisa de otras
puntualizaciones, además de las reseñadas. Una vez nos situamos en el siglo
XIX, debemos recordar que existieron varios movimientos para la reforma del
traje en España, estrechamente ligados a los propósitos higienistas que se
mencionaban en líneas precedentes. Entre estos proyectos reformistas, se
encontraron el propuesto por la comunidad religiosa neoyorkina de Oneida que defendía el uso de los pantalones turcos.
Además, en el año 1881 se funda la Sociedad del vestido racional, con Constance Mary Lloyd (esposa de Oscar Wilde) como miembro destacado:
el grupo promulgaba el uso de prendas cómodas en la mujer y la erradicación de
todas aquellas que pusiesen en peligro su salud. En el año 1890, por otra
parte, ve la luz la “Unión del vestido sano y artístico” que a través de la
revista Aglaia
continúa con estas iniciativas (Díaz, 2006: 277). Las mismas ideas de doña
Emilia obtuvieron cierto eco, a raíz de las opiniones que sobre moda femenina expone en “Cartas sobre la exposición”
de La España Moderna y “Los lunes” de
El Imparcial, apreciaciones que merecen el elogio del crítico literario (buen
conocedor de la obra pardobazaniana) Luis Alfonso y Casanovas (1845-1892). Entabla tal apoyo en la colaboración
en La Época de 1890 “La vestimenta
del día” (Navarro, 2004: 348-349).
Pardo Bazán, sin duda, escribe
prolijamente sobre modas, indumentarias y cambios de tornas en las variopintas
estéticas de los trajes. Durante décadas, desde trabajos tempranos, insiste en
que la mujer aparecía atenazada por costumbres ilógicas que la embutían en un
armazón entorpecedor en demasía de sus movimientos. Las apreciaciones de la
autora gallega apuntarán a diversas cuestiones y motivos, todos ellos dirigidas
a un mejor entendimiento de lo que debe ser la prenda de vestir. Singulares son
sin duda sus apuntes acerca del uso del sombrero, para la doña Emilia un
ejemplo evidente de lo que debería ser la equilibrada fusión entre “poesía y
razón”, como así lo especifica en el capítulo “Trapos, moños y perendengues”
del libro Por Francia y Alemania
(1889):
Hoy el chic
inglés ha triunfado: en las modas de este año, en las mangas ajamonadas y las
telas candorosas, sobre todo en los sombreros de dimensiones descomunales, con
puntillas que flotan y envuelven en un nimbo de dulce sombra el rostro, hay
algo de puritanismo sentimental, un poco de la concepción novelesca y autónoma
de la mujer, que tienen los nacidos más allá del Canal de la Mancha, y se
advierte el influjo estético indudable de Kate Greenavay
y sus originales dibujos (pág. 42).
Alaba
por encima de todo un adecuado comedimiento, frente a excesos o una austeridad
excesiva:
Ello es que las
mujeres sabias y cultas pueden y suelen tropezar en dos escollos igualmente
peligrosos: el exceso de lujo y oropel, los trajes llamativos y vistosos en
demasía, o el estilo cuákero y marimacho, el zapato de oreja, el pelo en
chichitos y el traje plano, color de ala de mosca, sin adornos ni vanas
superfluidades (pág. 38).
Notable
interés ofrece este capítulo por lo que supone de muestra del gusto pardobazaniano por la descripción de las modas. En sus
palabras se detallan las tendencias de aquel año, en las que subraya el
carácter práctico del sombrero redondo, cuyo fin primordial es resguardar la
cabeza del sol, o los diversos adornos que engalanan tal complemento. Estas
líneas le permiten resaltar una virtud esencial en el vestir: el comedimiento
en prendas y abalorios. Interés añadido posee el libro de Por Francia y Alemania en tanto que aborda la misma cuestión que el
primer artículo que recuperamos en este trabajo, a saber: la moda del divided skirt o traje
pantalón. El argumento principal de doña Emilia, en la línea de los defenseros de esta cómoda prenda, enlazaba con la necesidad
de distinguir cuál debe ser el fin último de la selección de un traje, según el
contexto en el que fuese lucido, pudiéndose tratar tal situación de ocasión
festiva o un ceremonial que en nada tiene que ver con las rutinas del trabajo y
de los quehaceres diarios. Son precisamente estas últimas ocupaciones las que
justificaban, a ojos de los defensores del traje pantalón, el uso de una
vestimenta cómoda que no entorpeciese las mencionadas labores. Por lo tanto
Sólo se
escandalizarán los pusilánimes. Yo no. Me parecerá siempre más escandaloso que
la mujer se degrade y caiga en la abyección por no poder ganarse honradamente
la vida, que ver expuesto en un escaparate un traje airoso y práctico, cuya
creación, obra de eminente sastre inglés, se debe a la necesidad en que se ven
muchas norteamericanas de andar aprisa y no enredarse en las enaguas cuando
suben a tranvías, coches y barcos de vapor (pág. 53).
En suma, defiende el
carácter innovador y el halo de modernidad que esta prenda presenta, y el afán
de cambio que provoca igualmente las reacciones más airadas de los sectores
reaccionarios apegados a la tradición. La autora, por el contrario, no está
dispuesta a asumir postulados que vayan contra la razón, y por ello mismo clama
por un cambio, por la necesidad de que alguna mujer valerosa introduzca el uso
de tal prenda en Europa, a imitación de lo que ocurre en el lugar de origen,
los Estados Unidos.
Las
apreciaciones pardobazanianas sobre la moda, y los
gustos cambiantes contaminados por las tendencias de las diferentes épocas,
surgen en diversos hitos. Ocurre en el año 1897, en el que reflexiona sobre las
vestimentas de una primavera en la que se mostraban en exceso colores
chillones, junto a la pervivencia del sombrero de ala ancha (La Ilustración
Artística, "La vida contemporánea", 17 de mayo de 1897, úmero 803, pág. 322). Nos aportan sus visiones detalles sobre
célebres encajes, como los de Chantilly o Alençon,
así como del uso de corpiños o medias ("Crónicas de España”, La Nación,
"Crónicas de Europa", 25 de agosto de 1912, pág. 7; "Crónicas de
España", La Nación, 10 de enero de 1914, págs. 7-8), o del mantón
("Cacharros, muebles, encajes, joyas", Al pie de la Torre Eiffel;
La Nación, 14 de mayo de 1915, pág. 4). Sus apreciaciones conducen a la
censura de modas absurdas en las que se observan incómodos cuellos almidonados,
o botas inglesas de un peso excesivo que dificulta el andar y le resta
feminidad ("Los Goncourt", Al pie de la
Torre Eiffel; "Trapos, moños y perendengues", Por Francia y
por Alemania).
Un recorrido por las
colaboraciones en prensa de Emilia Pardo Bazán nos permite configurar su
particular visión del mundo de la vestimenta femenina. Observamos, de entrada,
su fascinación por la moda dieciochesca, de la que comenta el empleo del corsé,
los guardainfantes y los diversos complementos que engalanan las prendas.
Comenta además el uso de tocados, postizos y pelucas, y enfatiza el progresivo
cambio desde prendas pesadas y ampulosas a otras más sencillas y cómodas;
anotemos que el siglo XIX es testigo de una evolución en la que los
protagonistas fueron polonesas con sobrefalda, los vestidos forro, o sobretodos
de capa y cabriolés.
El momento crítico de la
transformación de las modas femeninas hacia un uso más racional de la ropa se
concentra en los años finiseculares, en los que Pardo Bazán destaca numerosas
veces un cambio sustancial de las tendencias. Muy clarificador es el texto de Al pie de la torre Eiffel (1889) en
algunos de sus pasajes. La descripción del traje que la esposa del presidente
de la República francesa, la señora Carnot, luce en
un acto público ilustra a la perfección el cambio que a los ojos de Pardo Bazán
debe producirse. En efecto, alaba en el porte de la ilustre dama la sencillez
(ante una moda que retorna a los usos de la época de “María Antonieta y el
Directorio”, pág. 90), sencillez que se expresa especialmente en el sombrero y
el buen acierto en la combinación de colores del modisto Félix. En otro polo
diferente, contrapuesto a la pudiente madame Carnot,
se hallan las sirvientas de los establecimientos Duval,
cuyas sencillas prendas merecen el encomiástico comentario de la escritora
gallega (pág. 247), como también recibe su aprobación el ropaje del aldeano
ruso o mujik
(261).
El gusto por la evolución
de las prendas en la mujer es patente en el capítulo XIV de Cuarenta días en la exposición (1900),
en el que se detiene especialmente en los sombreros: bimbas, cabriolés,
turbantes, modelos de ala ancha, marmotas
(96); también las diferentes medias en formas, tonos y colores (97). El raso y
el tisú, en la moda del 1900, ocupan un lugar destacado (101), y las chaquetas
de paño, los abrigos, las faldas bajeras, destacan de la mano de los grandes
diseñadores: Redfern, Doucet,
Laferriére, Félix, Worth, Storch
o Raudnitz. Es en estas páginas donde encontramos una
frase que bien podría resumir el pensamiento de la autora: “La moda no es algo
arbitrario. Por eso merece considerarse como importante manifestación social y
artística” (104). Por ello, durante su asistencia al Congreso feminista, de lo
que da cuenta en el capítulo XXII, asistirá a la discusión sobre la reforma del
traje en la mujer trabajadora. No en vano, la primera visita del programa
recreativo de dicho congreso se dirige al Palacio del Traje, según se nos dice
en el capítulo XXXIII; son estas líneas una interesante síntesis de las
apreciaciones pardobazanianas sobre la evolución del
mundo de la moda y su especial rechazo a las tendencias del segundo Imperio
francés. A su juicio, resulta pernicioso el retorno a modas en las que se opta
por ampulosos complementos y chillones colores, defecto que advierte de igual
manera en las clases pudientes y en las más humildes (en este sentido, otro
texto finisecular como Por la España
pintoresca, de 1896, nos arroja luz: pág. 188).
Su obra nos
retrata vestidos en dos piezas, faldas de amplio volumen, corpiños ajustados,
gorgueras, vestidos de muselina, el polisón, el vestido de "línea
princesa" (en honor a la princesa
Alejandra, 1844-1925); desde los años 80 el abrigo y el tacón alto. En
líneas generales, la ropa femenina asiste a un punto de inflexión que se
consolida entre los años 1870 y 1914, hasta alcanzar su máximo exponente
durante la Bélle epoque. Frente a usos más sofisticados, reivindica
la escritora el empleo de la mantilla (La Ilustración Artística,
"La vida contemporánea", 20 de abril de 1914, número 1686, pág. 270; ibidem., "La vida contemporánea",
15 de abril de 1901, número 1007, pág. 250). En conclusión, muestra estar al tanto de los cambios de
tendencias y gustos en un contexto cambiante de iniciativas desiguales, como la
de Moda de España que procuraba impulsar la producción industrial
española, y la de diversas publicaciones que divulgaban los asuntos del buen
vestir, díganse El Correo de la Moda. Periódico
del bello sexo. Modas, Literatura,
Bellas Artes, Teatros (desde 1851), La
Guirnalda. Periódico quincenal, dedicado al bello sexo (desde 1867), La Mariposa. Periódico dedicado a las
señoras y especialmente a las profesoras de instrucción primaria (desde
1866), o Blanco y Negro, reflejo
también del trabajo de prósperas casas de moda como la de Pedro Rodríguez.
Ricas
son, sin duda, las apreciaciones de Emilia Pardo Bazán sobre la moda, y
arriesgado se muestra su pensamiento alrededor de una necesaria modificación de
la vestimenta femenina. Sirvan a continuación como rica muestra los dos textos
que han sido rescatados del olvido.
NOTAS A LA EDICIÓN: se actualiza la ortografía
según la norma vigente. Se respeta la puntuación pardobazaniana,
siempre que no contradiga la norma actual.
“La reforma integral del
traje en los Estados Unidos (de interés para las damas)”
En los Estados Unidos la
mujer trabaja. Desplegando su actividad en ocupaciones serias y lucrativas, se
ve compelida a andar de prisa, a recorrer las casas aunque llueva o haga frío,
vestida de una manera cómoda, higiénica y decente. Ya sé que semejante aspiración
será calificada de abusiva por aquellos que, a ejemplo del famoso Luis Vives
(única semejanza que tendrá con este filósofo), sentencian a la mujer a la pena
de emparedamiento, a una vida sedentaria y enervante que la pone anémica y
ahilada, a modo de planta cuando vegeta en sitio oscuro, y la llena de
histérico, dengues y alifafes. Peor agrádeles o no, así acontece en
Norteamérica, y a semejante objeto responde la invención del divided skirt.
Al
trabajo y labor del invierno, a las fatigas de la maternidad, a los combates
fisiológicos que soporta la mujer en todas las edades de su existencia, opone
la medicina contemporánea el campo y su sana atmósfera, las temporadas de aguas
y los baños de mar. No surten el efecto deseado estos gratos remedios si no los
acompaña el movimiento, la gimnasia de los músculos, el largo paseo, no por
carreteras polvorosas, sino al través de valles y
montañas.
La mujer, laboratorio de
las futuras generaciones, debe fortalecerse y orearse, criar buena sangre, que le permita, llegado el
caso, ofrecer a sus hijos leche pura y nutritiva. Su traje actual, el que lleva
a visitas, reuniones y paseos, apenas le permite recorrer un kilómetro sin
fatigarse o sin dejarse entre zarzas y espinos la mitad de las faldas.
¿Cuál mujer puede andar
aprisa, bajar y subir cuestas, arrostrar el polvo y el barro con esos
faldellines, adornado de faralaes y pingos, entiesados con aceros, la misma
angostura, que ofrecen resistencia al juego de la rodilla, y por consiguiente
originan cansancio? ¿Quién no habrá observado el hecho de que el hombre, en
general no se fatiga al recorrer distancias mucho mayores que la mujer,
mientras esta, por las calles mejor empedradas, se apoya rendida en el brazo
del hombre?
¿En qué consiste esta
predisposición a la fatiga? No tan solo en la distinta conformación anatómica
de los dos sexos, sino en el traje y en la falta de costumbre de caminar.
Siempre que se camine con
algún fin útil, el traje actual de la mujer ha de servirla de estorbo. O tiene
de remangarse las faldas y sufrir el embarazo de llevarse las cogidas,
inutilizando una mano, o ha de ir enredándose los pies en el insidioso pedazo
de tela, que ahorrando trabajo a los barrenderos de la villa, acapara el polvo,
los residuos y las inmundicias de toda clase que alfombran las calles de una
capital. La operación de alzar la ropa a fin de no mancharla, sobre lo que ata
y molesta, ofrece el inconveniente de poner en riesgo el pudor y descubrir a
veces sobre todo en días de lluvia, lo mismo que se pretende tapar con las faldas.
El frío circula libremente a través de ellas; no ciñéndose a la forma natural
del cuerpo, no abrigan, y reclaman otras faldas interiores, que además de
pesar, son para la marcha nuevas rémoras.
Resuelve
satisfactoriamente tantas dificultades el divided skirt; voy a ver si explico
claramente su hechura y condiciones.
A la vista –aun a la de
los curiosos impertinentes– el divided skirt no es sino una falda, más discreta y menos delatora
que las usuales. Dividida de alto abajo en dos perneras (leglettes), puede hacerse de
cualquier tela, según la estación –de surá, de paño, de franela, de
terciopelo–; y va cubierta con una especie de sobrefalda o delantal, que puede
ser más largo o más corto, según el objeto a que se destine el traje, pero que
disimula enteramente la abertura de la
prenda. Las perneras o bombachos pueden llevarse también debajo de una falda común y corriente, a guisa de
saya bajera, prestando mayor comodidad. El complemento interior de este traje es
la camisilla o chemilette,
mezcla, en una prenda sola, de la camisa y pantalones de seda que acostumbran usar las señoras. Sirve
también para la chemilette
cualquier tejido: algodón, hilo, franela o surá.
Algunas damas
norteamericanas, en vez de la chemilette gastan con el divided skirt, sobre todo en invierno, un traje
de punto, idea práctica en sumo grado. Además usan el modelbodice, corsé construido según las reglas más sabias de la higiene, que
no puede perjudicar a los órganos de la respiración ni a las vísceras
abdominales. Todas estas prendas, las turkish leglettes, la chemilette, el jersey fifting underwear o traje
elástico interior, se anuncian en los figurines norteamericanos y alemanes, y
supongo, aunque no lo he visto, que en los ingleses, como artículo de consumo
corriente en indumentaria. Debo suponer, por lo tanto, que la reforma racional
del traje cuenta ya con bastantes partidarias y prosélitas.
En España, que yo sepa, no
se han vislumbrado indicios de sentido práctico en el traje, sino con ocasión
del sport y de la caza. Creo haber
leído en algún periódico que la infanta Isabel en sus excursiones campestres
lucía un traje corto con pantalón bombacho y polainas. Acaso alguna beldad
madrileña, en análoga coyuntura, imitará
el ejemplo de la hermana de Alfonso XII. Pero sería muy de desear que estas
novedades útiles no apareciesen como extravagancia chic de damas a quienes su posición escuda para todo, sino que se
desamortizasen y llegasen a la burguesía y aun al pueblo, extendiendo así la
esfera de su benéfica acción y cooperando al mayor bienestar y felicidad de la
especie humana.
Consíguese este bienestar a veces por medios humildes,
vulgares y sencillos, por arbitrios semejantes al proverbial del huevo de
Colón; no obstante, las innovaciones, que vuelan con vuelo de cóndor por las
esfera de las ideas, se arrastran como limazas en la de las costumbres; menos
arriesgaría hoy quien negase altas verdades metafísicas que quien en España se
determine a salir vistiendo por vez primera las leglettes. En consecuencia, yo,
escasa de valor, elegí lo menos peligroso de tarea tan ardua: expóngolo y patentizo como puedo las ventajas del divided skirt, y
aguardo a que otra dama adornada con todas las prendas de la belleza, la
elegancia y la juventud, se resuelva a aclimatarlo.
EMILIA PARDO BAZÁN
(El
Guadalete. Periódico político y
literario, año XXXVI, número 10.627, 19 de noviembre de 1890, 1-2)
“Más indumentaria. De
interés para los dos sexos”
Desde que he vuelto a
tratar la cuestión del traje partido o divided skirt, oigo y leo muchos encontrados pareceres,
teniendo por el más reflexivo y grave uno de cierto anónimo corresponsal que, a
juzgar por el timbre de la carta, vive… ¿dónde creerán ustedes? ¡En Coria!
Como principal argumento
contra el traje partido alega mi lector cauriense o coriano la confusión que vendría a establecerse si
hembras y varones usasen indistintamente
el mismo traje, y un poquito alarmado me pregunta: “¿Quiere usted,
señora, que vistamos igual los hombres y las mujeres? Hasta las leyes lo
prohíben”.
Respondo al cauriense
diciendo que, ni todo lo que prohíben las leyes seguirá prohibido hasta la
consumación de los siglos, ni es cierto que yo quiera identificara en vestidura
a los dos sexos. ¿Robarles su modo de vestir? Absit; ni aun se nombre adefesio
tal. ¿Cómo he de recomendar a la mujer un atavío que proscribo y condeno en el
hombre?
Una escritora inglesa de
bastante mérito y fama en su país, Ouida, emitió acerca del asunto un dictamen, al cual me
adhiero plenamente al reproducirlo: “La moda actual del traje viril no posee ni
una cualidad recomendable. Es tosca y fea, iguala las piernas bien formadas con
las deformes y constituye la vestimenta más grotesca y antinatural con que
nunca se disfrazó el cuerpo humano. Si alguna estatua de las que representan a
nuestras celebridades vestidas así llega a la posteridad remota, nuestros
descendientes dudarán si éramos locos o bárbaros. No hay edad de la historia
que posea un traje tan plenamente absurdo y al par tan ridículamente feo,
inconveniente para los fines a que se destina, impropio para toda estación del
año, destructor implacable de las líneas que constituyen la armonía de la forma
humana. Los pantalones o calzones largos son de por sí objeto tan espantable,
que apenas me explico cómo se somete a su tiranía quien no nació patiestevado o
zanquituerto. Solo he oído alegar en su abono que encubren deformidades; y
pregunto: si las deformidades abundan en tales términos, ¿de qué sirve la
moderna gimnasia, los ejercicios corporales, las cacerías? ¿Por qué hacemos de
la higiene el A B C D de la vida moderna? Hombres mal
conformados existieron desde los tiempos de Sócrates hasta los del príncipe
Eugenio: ¿es razón que los derechos se sacrifiquen a los torcidos? ¿Ha de
imponerse Cuasimodo a Febo? La moda actual del traje masculino persiste sólo porque no hay un hombre
eminente que tenga el arrojo de reformarla.”
Juzgo que esta afirmación
de la autora de Dos zuequecitos
es una verdad como un templo, y me sirve de satisfacción, pues creyendo yo que
el valor es cualidad moral y prenda altísima en los dos sexos igualmente, la
poca resolución del hombre en cuanto a innovar trajes, excusa la de la mujer en
igual materia y explica que ninguna salga luciendo el divided skirt, por más persuadida que esté de
sus ventajas.
Se me objetará que los
hombres se hallan a gusto con su vestimenta. Lo niego. Cuantos se precien de
algún instinto artístico han de protestar. La misma Ouida habla de los proyectos de
reforma indumentaria del príncipe de Gales, enemigo jurado del ridículo pantalón: y si busco la protesta
en el terreno de las letras, presto daré con las del malogrado escritor
ecuatoriano Juan Montalvo, en el tomo II de un Espectador que, a imitación del de Addison,
publicó en París. He aquí parte de su diatriba anticalzonaria:
“¿Cuál fue el hijo de la bruja que cortó, cosió y se puso primero esta pieza
abominable que llamamos pantalón? El pantalón debe ser suplicio de criminales,
por el orden de los grillos y el cepo, o vestido de los tontos de capirote…
Pero un hombre de bien, bien formado y razonable, ¿cómo es posible que se vea
en la necesidad de meterse cada mañana en estos veleros ridículos y tener
botones para una hora?... Cuando me acuerdo del pantalón, me admiro de que haya
hermosa que pueda querernos, y aun morirse por nosotros.”
Después arremete contra
otra prenda no menos desgarbada. “Sobre el pantalón, póngase usted chaleco, si
es hombre; chaleco, este trapo sin forma, sin donaire, dos tapas con botones
para la barriga. Botones, siempre botones; ¿cuándo ocurrirá en nosotros un gafete,
corchete, alfiler, gancho u otra cosa? El caballero de la Triste Figura se
ataba las calzas con agujetas; nosotros, más tristes que él, no tenemos sino
botones.”
Siento no poder agregar a
los dos autorizados votos que preceden algún extracto del que emitió en 1797,
al aparecer en el horizonte la moda del pantalón, traída por los currucatos, el rancio filósofo, autor de la Anatomía de las modas, para desengaño de los
incautos, donde se manifiesta que todas las modas más principales que usan los
hombres y las mujeres se dirigen a encubrir y disimular algún defecto,
deformidad o achaque, y por consiguiente, que todas encierran alguna trampa o
engaño.” Acérrimo partidario del calzón corto y de la filosofía
aristotélica, el satírico escritor sazona los párrafos de su catilinaria con
guindilla rabiosa, y el decoro me veda trasladar lo más oportuno de sus ataques
a la entonces nueva vestimenta, que, como Ouida, supone inventado por los
hombres chicos y zambos, en perjuicio de los de gallarda pierna.
¿Dónde se habrán dejado
todos los detractores del ropaje masculino su parte más risible, el tuyan de pôele de
los franceses, nuestra chistera? Ahí sí que irán bien empleados cuanto barro se
estrelle y cuanta piedra se arroje; ahí sí que la indignación del artista debe
derramar vitriolo y ácido sulfúrico.
Aplasten, apabullen esa
ignominia de nuestra edad; láncenle el chorro de una manga de hierro, pásenle
al través del antipático cilindro berbiquíes y varillas candentes; y que la
cabeza del hombre, el noble palacio de la inteligencia, maravilla
arquitectónica del mundo espiritual, se vea libre de coroza infamante.
También cabe decir mucho y
malo de las camisas de vestir, o camisolas, como les llama la gente sencilla.
Son la invención más incómoda y cara que pudo ocurrírsele al geniecillo maligno
que se goza en hacer desapacible la existencia del hombre. Aparte del primer
desembolso, quien haya usar camisola limpia, cárguese con el censo mínimo de
dos a tres reales diarios, interés, al 5 por 100, de unos mil duros de capital.
Por menos no hay camisola, según piden los requisitos de la moderna currutaquería, reluciente y tersa a la fuerza de muñecas de
planchadora, hasta dar celos al estucado de la pared. Ventajas del artículo:
estrangular al portador; si es grueso, desfigurarle, haciéndole rebosar por
cima de las tirillas el pestorejo de un jerónimo, y originar una enfermedad
nueva en la base del occipucio, que creo son quistes sebáceos, causados por la
presión del corbatín de hojalata que agarrota diariamente por su gusto al rey
de la creación. ¡Feliz él cuando al menos el sudor y la agitación del baile
convierten el cartón piedra en asqueroso guiñapo!
¿Pedir yo para las mujeres
tal serie de fealdades y suplicios? No en mis días: tranquilícese el lector
cauriense. Del traje masculino les aconsejaría huir como del fuego, exceptuando
ciertos sacos, abriguillos, impermeables y otras prendas viatorias,
que en el extranjero ya son comunes ambos sexos. Si alabé las turkish leglettes,
fue precisamente por no asemejarse en nada al pantalón de los galanes.
Mas antes de despedirme
del cauriense preguntón, he de advertirle dos o tres cosas.
Primera: que no conviene alarmarse por artículo
más o menos, aunque en esos artículos se pretenda modificar rancias costumbres,
al parecer inalterables. Hágase cargo de que, cuando atacamos costumbres, dirigimos el tiro contra ideas: y con las ideas ocurre lo que con
los astros; a veces, después que ya no existen, aún nos llega su luz por
espacio de siglos: así se perpetúan en
costumbres actuales ideas difuntas ya, sin que lo note el mismo que las ataca.
Segunda: no crea tanto en la eficacia de la pluma
para trastornar de golpe los ejes de la sociedad, ni aun para modificar el
rumbo de la indumentaria. Allá en el último tercio del pasado siglo, cuando los
ministros enciclopedistas activaban la empresa de reforma total patrocinada por
Carlos III, hubo quien intentó, bajo los auspicios de Floridablanca, poner otra
vez en vigor las leyes suntuarias, en un Discurso
sobre el lujo de las señoras y proyecto de un traje nacional. Tratábase de que ningún detalle de la vestidura femenina
viniese de Francia, y se proponían tres modelos de trajes, muy lindos por
cierto (pues al discurso acompañan los correspondientes figurines), llamados la
Española, la Borbonesa y la Carolina,
de distintos costos, muy rico el primero, más modesto el segundo, y el tercero
en extremo sencillo. En su adorno no habían de entrar gasas ni puntillas francesas, sino solamente cintas
de las fábricas nacionales y blondas catalanas. Este plan, que se supuso ideado
por una dama, campeaba con el lema de protección a nuestra industria, de alivio
a nuestras clases sociales, agobiadas por el lujo, y de arbitrio para impedir
que los capitales españoles emigrasen hacia la frontera del Pirineo: razones todas
de gran peso y trascendencia suma.
Como todo, la idea no
cuajó; y es que sobre la conveniencia
está la libertad, es decir, la
dirección autónoma que en las innumerables relaciones diarias de la vida siguen
los individuos y las sociedades. ¿Qué importan, por lo tanto, un artículo, dos
ni tres? Ya verá el amigo de Coria como
….el mundo no adelanta
Un paso más en su triunfal
carrera,
Cuando algún escritor,
como yo, canta
Lo primero que salta en su
molera,
etcétera. Y seguirán los pantalones tan feísimos
y tan universales como hoy, y el sombrero de copa, tan favorecido, y yo sin
lauro que le gusto de decir mi opinión –en uso de aquella consabida libertad.
EMILIA PARDO BAZÁN
(El
Guadalete periódico político y
literario, año XXXVI, número 10.639, 3 de diciembre de 1890, 1-2)
2.
EL PAPEL
DE LA FÉMINAS EN LA PRENSA: "LA MUJER PERIODISTA".
La singularidad de la
colaboración periodística que se edita al final de este apartado, “La mujer
periodista” (rescatada en La
correspondencia alicantina. Diario de noticias), nace de diversas
ramificaciones. De una parte, la evidente defensa del trabajo de la mujer, más
allá de su papel en el hogar, como madre y esposa. De otra, el peculiar alegato
a favor de una profesión que, como la autora dice, escasea en tierras hispanas:
la mujer periodista. Este último ingrediente adereza en especial estas letras,
en lo que se sugiere una velada reivindicación del papel que la misma Pardo
Bazán, desde varios frentes, en numerosos medios (y con objetivos plurales en
temas, términos y enfoques) venía desarrollando y desarrollaría con especial
empeño en las siguientes décadas. Ingleses y norteamericanos brillan una vez
más en las oportunidades que a la mujer se le brinda para ejercer su trabajo en
el ámbito periodístico. No sin admiración nos los describe la escritora, al
mismo tiempo que señala que son bien remuneradas las intrépidas trabajadoras,
quizás síntoma de una sociedad avanzada (¿como acaso
lo fuese también el divided skirt del que
nos ocupábamos en el apartado previo?).
Las virtudes que respaldan
a la mujer periodista no hacen sino apoyar el juicio pardobazaniano,
como así los ejemplos de la francesa Séverine
(1855-1929) o la inglesa Paula Minck (1839-1901),
la fundadora y directora de la Nouvelle Revue Juliette Adam (1816-1877), Arvé
de Barine (colaboradora de diversas publicaciones
francesas, entre ellas Revus politique, en
la que dio noticia de trabajos de Clarín) o Guiomar Torrezão (1844-1898). Con esta última, además, mantendrá
correspondencia (Freire, 1991: 9).
Configura el desarrollo de
estas ideas la defensa de la mujer en un ámbito que parece propio de hombres.
Sobrados son los testimonios que inciden en el particular espíritu feminista
que defendió Pardo Bazán en su obra: Porrúa (1989); Paredes (1992); Sandiño (1997); Gómez Ferrer (1999); Charques (2003, 2011);
Schonefeld (2007); etc. Creemos prudente realizar a
continuación un breve recordatorio que respalde el sentido del trabajo que
recuperamos. Este recorrido no es exhaustivo, como tampoco es el objeto de
estas líneas profundizar en el pensamiento feminista pardobazaniano.
Busca nuestra exposición sin más del reflejo de algunos puntos que destellan en
su defensa de la mujer, desde diversos vértices y facetas en las que encaja la
función de la mujer periodista.
Pardo
Bazán combate costumbres inveteradas. Además de los textos que tantas veces han
sido rememorados para explicar el pensamiento feminista pardobazaniano
(algunos de los cuales más adelante se recuperan) conviene además hacer un
ejercicio de lectura entre líneas, en el que percibiremos pequeñas quejas,
tímidas luchas, que hacen clara la línea combativa que la autora asumía. Si
retomamos, por ejemplo, un texto como Mi
romería del año 1888 (documento que nada tiene que ver con cuestiones
aledañas al feminismo), vemos que descuellan esencialmente sus impresiones e
incursiones en la Roma próxima al jubileo papal; en el manual, decíamos,
podemos hallar alguna joya como este párrafo:
Y dirá cualquiera: ¿no
sería preferible que, en vez de remedar la voz femenina, cantasen en las
capillas de Roma mujeres? Prescindo de la prohibición canónica, y miro
solamente la cuestión por su lado artístico. Se engaña el que piense que la de
ninguna prima donna puede competir con la finura, el
volumen y el timbre de estas maravillosas voces. El organismo de la mujer está
de tal modo condicionado por el ritmo fisiológico, y el oficio a que la ha
destinado el Creador influye de tal suerte en su laringe, que repercute de un
modo inevitable en la voz, y apenas hay nota de garganta femenil donde no se
advierta, teniendo oído sutil, algo como delgadez ó empañadura (Mi romería, 1888, p. 65)
Es
digna su mención por lo que entraña en el tono reivindicativo de una mujer en
igualdad de condiciones al hombre, sea cual fuere el ámbito, más aún si cabe en
lo que atañe al arte. Otra perla de esta
ansia de autoafirmación se descubre en las siguientes líneas:
Las mujeres somos en
política bastante consecuentes: nada ganaríamos con ser volubles. ¿Qué estímulo
nos había de empujar a la deserción? No nos es dado aspirar a más puestos
oficiales que el de estanqueras o reinas; y para mí, ya se deja entender que ni
tanto acá ni tanto allá. No obstante, el lento trabajo de integración de las
ideas se verificaba en mi cerebro tan inevitablemente como se cumplen en
nuestro organismo las acciones químicas anexas á las funciones biológicas (Mi romería, pág. 194).
Es
la referencia que dejamos atrás un pensamiento que se adentra en un tema más
espinoso, el de la política, en el que a la mujer poco se le dejaba decir en la
España finisecular. Pero Pardo Bazán, en lo que parece un tangencial e inocente
comentario, recurre a una sabia plasmación de principios. No parece transigir
ante quien dude de la capacidad de la mujer para expresarse, independientemente
del asunto que trate o el contexto en el que se produzca.
Conocía
Pardo Bazán los movimientos en defensa de los derechos de las mujeres. Hará
notar su propia visión al respecto en las colaboraciones en el Fortnightly Review en 1889, y en su asistencia al
Congreso pedagógico hispano-portugués-americano de 1892 defiende la coeducación
entre hombres y mujeres. Opina con el tiempo sobre iniciativas como la francesa
de «Obras e instituciones femeninas» o el «Congreso de la condición y
derechos de la mujer», que cataloga como “primer Congreso feminista
oficialmente aceptado por la Administración, subvencionado por el Consejo
municipal de París” (Cuarenta días en la
exposición, 1900, pág. 49). Visitante incansable de la Exposición Universal
de 1900, acude como observadora curiosa a un congreso en el que, entre otras
cosas, se tratan:
la protección al
aprendizaje, el descanso y auxilio para las parturientas, la moral única e
idéntica para ambos sexos, la educación integral lo mismo, la educación
integral de las muchachas desde el punto de vista de la función maternal que
han de cumplir, la supresión de la prostitución reglamentada, la reforma de las
leyes civiles relativas a la constitución de la familia, la de las leyes
pecuniarias en el matrimonio, la investigación de la paternidad, la reforma de
la patria potestad, la protección al niño, la admisión de la mujer a las
funciones y cargos públicos, la igualdad de derechos civiles y políticos (ibidem., 154).
Y más aún, en lo que
afecta a la formación de la mujer y, de nuevo, a la coeducación:
(que) los profesores
ensalcen más a los sabios que a los guerreros, esto es pueril; que los
programas de enseñanza sean cíclicos; que se funden granjas-escuelas especiales
de la mujer; que se autorice la coeducación; que (fijarse en esta petición tan
racional) los notarios, abogados, Procuradores y demás jurisconsultos y
funcionarios jurídicos, desechen las viejas fórmulas, y escriban y redacten
claro, de modo que las entienda el más lego... y me paro aquí, porque es tanto
lo pedido, que necesitaría llenar otra columna (ibidem.,
155).
En la última década del
siglo XIX proliferan los embites pardobazanianos
contra aquellos que arrinconan a la mujer, por su sexo, en una condición
secundaria. Sugestivas son las páginas de “La mujer española. La clase media” (La
España Moderna, año II, num. XIX, julio de 1890,
pp. 101, 121-123) en las que no encuentra justificación posible a que se
adjudique un papel menor a las mujeres, centrado en la administración del hogar
y la crianza de sus vástagos. Concomitante pensamiento se advierte en otros
trabajos, caso de “La educación del
hombre y la de la mujer. Sus relaciones y diferencias” (Nuevo Teatro Crítico,
ano II, no 22, octubre de 1892, 14-82) en el que ácidos dardos dirige a la
clase burguesa, responsable en gran medida del rango secundario que a la mujer
se le ha adjudicado.
Más beligerantes son las afirmaciones de Pardo
Bazán a partir del cambio de siglo. De los temas que trata, una parece
constituir una preocupación perenne, que con constante audacia permanece en sus
palabras: la educación. Advierte las penosas muestras que en la formación de la
mujer ofrece su patria, y que únicamente el movimiento feminista,
siempre pacífico, siempre cauto y sigiloso en sus avances en las tierras
hispánicas, puede combatir (“La vida contemporánea”, La Ilustración
Artística, número 1015, 10 de junio de 1901, p. 378; “La vida contemporánea”,
La Ilustración Artística, número 1152, 25 de enero de 1904, p. 74;
“Cartas de la Condesa. Iniciativas -Cuestiones feministas: los derechos de la
mujer española”, Diario de la Marina, 23 de octubre de 1910). Avanza el
siglo XX y reafirma la condición de feminista que palpita en su ánimo, el
fervor que se incrementa con los años en la necesaria defensa de los derechos
de una mujer que históricamente, sin razón coherente, se ha visto relegada a un
segundo plano, víctima evidente de unas leyes que no han contado con su parecer
(“Crónicas de España”, en La Nación, Buenos Aires, 28 de noviembre de
1915, p. 7).
Con
estos pocos antecedentes que se han señalado, resulta más que evidente que la
autora vea lógica la presencia de la mujer en el mundo del periodismo.
Constituye este último un campo que requiere una pronta conquista en la propia
patria de Pardo Bazán, esa nación siempre recelosa al cambio. De tal asunto se
ocupan las líneas que a continuación se transcriben.
NOTAS A LA EDICIÓN: se actualiza la ortografía
según la norma actual. Asimismo, se respeta la puntuación pardobazaniana,
salvo en casos en que incumpla la normativa vigente.
“La mujer periodista”
En un rasgo característico
de la literatura moderna que se pueda decir del periódico y del escritor lo que
Voltaire del amor y los mortales en general: “Quien quiera que seas, he aquí tu
amo: lo fue, lo es, o va a serlo”. Nadie maneja la péñola hoy que no pase, haya
pasado o espere pasar bajo las horcas caudinas del periodismo. El periódico
forma una especie de aglomerado en cuyas cajas encontramos del mundo
intelectual, así como en el conglomerado primitivo, al contemplarlo de través,
se ven reunidos el lindo zoófito, la graciosa conchilla y el despojo del enorme
pajarraco antediluviano. Desde el más alto al más bajo, desde el más ligero al
más profundo, los autores modernos dejan en el periódico su huella, y del
conjunto de tantas inteligencias y de tantos estilos de forma ¿por qué virtud
milagrosa? Lo ignoro –un todo homogéneo, algo que tiene la individualidad
orgánica, un ser– el periódico.
En esta sinfonía
periodística también toman parte las mujeres. La mujer periodística pertenece
exclusivamente al siglo XIX, y sobre todo a su segunda mitad. Cierto que antes
no existía prensa, al menos como necesidad general de los pueblos civilizados.
Cada año se aumenta el número de las periodistas activas, que trabajan, no ya
en concepto de colaboradoras, sino de redactoras fijas, en la prensa
extranjera. No tengo a la vista las estadísticas, pero recuerdo que en
Inglaterra y en los Estados Unidos las periodistas forman una legión muy
compacta y animosa.
La mujer realmente posee
condiciones especiales que la hacen apta para el trabajo periodístico. Pronta y
sagaz en ver o adivinar lo que no se ve; fina observadora del detalle menudo y
del matiz imperceptible que presta a cada objeto su atractivo y su
significación; vibrante para sentir y
fácil y rápida en expresar el sentimiento; concienzuda y exacta para el
desempeño de la diaria tarea; fresca de imaginación y bien penetrada del
criterio más corriente en la sociedad; compasiva y tierna ante la desgracia;
apegada a lo corriente y con un sentido de la realidad que aleja de las
abstracciones, y la adhiere a la tierra y la coloca en el momento presente, por
decirlo así, la mujer sirve divinamente para ese oficio literario, que consiste
en recibir impresiones de la actualidad y devolverlas sin tardanza en forma
agradable, clara y simpática a la mayoría de los lectores.
Siento no poder apoyar
esta afirmación con pruebas y datos. Si yo insertase aquí una lista de las
periodistas europeas y norteamericanas que escriben en los periódicos de más
circulación, se comprendería hasta qué punto la opinión política y literaria
está elaborada por manitas de mujer. El anónimo de la literatura periodista
envuelve esos nombres que casi conocemos. Algunos, no obstante, atravesando la
frontera, llegan hasta nosotros precedidos de universal nombradía. La escritora
más celebrada que hoy vive en Francia es una periodista: a Severine
no hay que pedirle reflexión, meditación y construcción metódica del libro,
sino la brillante improvisación del artículo sensacional, candente y
chispeante.
Algo análogo podría
decirse de otra ilustre periodista, la señora de Rute, cuyas crónicas son la
misma amenidad, y cuyas relaciones de viajes no se caen de las manos.
También descuella Paula Minck, decidida propagandista socialista. Yo no canonizo
las ideas de nadie, alabo el estilo y la habilidad tan sólo, y en lo demás que
cada cual mire por sí y responda de su criterio. Y hecha esta salvedad, digo
que los artículos de la señora Minck son muy bonitos
y conmovedores, y hasta enérgicos y apostólicos, a fuerza de compasión hacia
los pobres y desheredados.
Pertenecen asimismo a la
legión de la prensa la señora Adam, directora de La Nouvelle Revue,
la señora Asené Arus
(pseudónimo que oculta un apellido español), y la señora Arvé
de Barine (otro pseudónimo). En París tuve ocasión de
conocer a muchas más literatas periodistas, pero ¡ahórcame, lectora, he aquí mi
cuello! como dice Campoamor –por motivos asaz diferentes– ya no recuerdo sus
nombres, menos notorios que los antes citados, y se me figura que ellas en
justo castigo, tendrán el mío en el olvido más profundo. Porque es increíble
cómo se borran y difuman, no sólo los nombres, sino hasta los rostros de la
gente que no forma parte de nuestro círculo de amistad, la gente que vemos
cruzar como sombras chinescas por un telón blanco. Cada día muere en nosotros
parte del tesoro que debiera archivar la memoria.
En Portugal citaré una
periodista asidua, siempre en la brecha, infatigable: doña Guiomar
Torrezano. En Alemania debe de existir una pléyade de
periodistas de bello sexo: recibo incesantemente cartas de muchas de ellas, que
tienen la bondad de traducir mis libros y mis cuentos. Un periódico alemán está
exclusivamente redactado por señoras y consagrado a la defensa de la causa
feminista.
Hay una forma del
periodismo femenino que encuentro muy interesante: la que oculta la
personalidad de la escritora detrás de un testaferro –marido, padre, hermano o
hijo. Hace bastantes años conocí en Madrid a cierta pareja inglesa, muy
ilustrada, que se aficionó, y pronto fuimos amigos y visitamos juntos el Museo,
el Pardo y Aranjuez. El marido, pletórico y buen bebedor, se decía corresponsal
de The Times, que le pagaba por sus
correspondencias sobre asuntos políticos y sociales con un sueldo anual de mil
libras esterlinas (no es mal país Inglaterra, ni mala finca The Times). La mujer, señora ya madura, de noble y serio continente,
gastaba tirabuzones grises, cadena de oro de muchas vueltas, reloj infalible,
guantes a toda hora; hablaba con reposo, y preguntaba más que el catecismo.
Todos conveníamos en que, aun cuando él escribiese, ella era de doble lista. ¡Y
tanto! Como que al fin y a la postre averiguamos que el verdadero corresponsal
era la esposa, aunque firmase el esposo, pudiéndose decir de nuestra simpática inglesa:
Sic vos non vobis mellificatis, apes...
Cuando ya desgarró el velo
del secreto, convinimos en que el ideal periodístico lo realizaba aquella
pareja, él recogiendo datos y noticias en redacciones, librerías, salón de
conferencias y gabinetes de ministros, y ella quieta en casa, dirigiendo la
prensa que él traía, digámoslo así, en el pico. De este modo observé de cerca
una forma curiosa de periodismo femenino y de la colaboración periodística
entre el noticiero y el redactor.
EMILIA PARDO BAZÁN
(La
correspondencia alicantina. Diario de noticias, año VI, número 1.798,
viernes 22 de octubre de 1897, 1)
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