Número Actual - Números Anteriores - TonosDigital en OJS - Acerca de Tonos
Revista de estudios filológicos
Nº25 Julio 2013 - ISSN 1577-6921
<Portada
<Volver al índice de teselas  

teselas

La marca del meridiano, Lorenzo Silva

(Planeta, Barcelona, 2012)

 

          Un cuarto de hora más tarde entrábamos en territorio catalán. Celebré el acontecimiento en voz alta para arengar a los míos.

          - Benvinguts a Catalunya, nois.

          - No me digas que te vas a poner a hablar en eso –dijo Chamorro.

          - No me seas facha, Vir. Es una lengua reconocida por la Constitución, embellecida por grandes poetas y, como cualquier otra lengua, contiene una visión del mundo, o sea, un tesoro humano.

          - Ya, pero no es la mía y a veces no la entiendo.

          - Lo que, como cualquier otra forma de ignorancia, no debe enorgullecerte. ¿Por qué no aprovechas para aprender algo?

          - Ahora me va mal, voy conduciendo. Por cierto, ya me traducirás los letreros cuando no me entere, por la seguridad de los tres.

          - Com vulguis.

          - ¿Qué?

          - Como quieras. Y tú, Arnau, ¿tampoco la entiendes?

          - Pues no mucho, la verdad.

          - En alguna tumba, Dios sabe dónde, el antepasado al que le debes el apellido se estará removiendo, atravesado por el dolor.

          - Crecí en Murcia, no me dieron muchas oportunidades.

          - ¿Sabes de dónde venía exactamente tu abuelo catalán?

          - Gerona. O eso creo. Yo apenas lo conocí.

          - Catalanoparlante, seguro –deduje.

          - No hizo mucho por enseñárselo a mi padre.

          - En fin, no es difícil, para un chico listo como tú.

(pp. 154-155)

 

          Fue un día largo, como tantos de los que este oficio te permite vivir. Fue, también, un día anómalo, por todo el tiempo que tuve para pensar y la variedad de asuntos por la que discurrieron mis cavilaciones, con el fondo sonoro de los trenes que pasaban cada tanto por la vía férrea próxima a la comandancia. Siempre me gustó el ruido de los trenes, y siempre, quizá porque nunca me tocó habitar una, miré con simpatía esas casas que uno divisa al costado de la vía, y que imagina continuamente acompañadas por el estrépito de los convoyes. Sobre todo los nocturnos, los más odiosos para la gente normal, pero que son los más sugerentes para un tarado como yo. Incluso encontré algún momento para escuchar música mientras paseaba arriba y abajo a la puerta del edificio donde teníamos a los detenidos. Busqué en mi iPod la versión de Battiato de la canción de Gino Paoli que había oído días atrás. Una canción llevó a la otra y acabé escuchando L’animale:

 

Ma l’animale che mi porto dentro

non mi fa vivere felice mai.

Si porta tutto, anche il café,

mi rende schiavo delle mie passione.

 

          No podía venir más a cuento de lo que me aguardaba aquella jornada: un grupo de hombres infelices y esclavos de sus pasiones, por obra y gracia de su animal particular. La canción me despertaba, además, otras evocaciones. Todos llevamos ese animal, que conduce a la perdición a quien vive a su dictado, y a descubrir y a vivir la pasión que lo sostiene todo a quien aprende a domeñarlo y convivir con él.

(pp. 304-305)