teselas
La marca del meridiano,
Lorenzo Silva
(Planeta,
Barcelona, 2012)
Un
cuarto de hora más tarde entrábamos en territorio catalán. Celebré el
acontecimiento en voz alta para arengar a los míos.
-
Benvinguts a Catalunya, nois.
-
No me digas que te vas a poner a hablar en eso –dijo Chamorro.
-
No me seas facha, Vir. Es una lengua reconocida por
-
Ya, pero no es la mía y a veces no la entiendo.
-
Lo que, como cualquier otra forma de ignorancia, no debe enorgullecerte. ¿Por
qué no aprovechas para aprender algo?
-
Ahora me va mal, voy conduciendo. Por cierto, ya me traducirás los letreros
cuando no me entere, por la seguridad de los tres.
-
Com vulguis.
-
¿Qué?
-
Como quieras. Y tú, Arnau, ¿tampoco la entiendes?
-
Pues no mucho, la verdad.
-
En alguna tumba, Dios sabe dónde, el antepasado al que le debes el apellido se
estará removiendo, atravesado por el dolor.
-
Crecí en Murcia, no me dieron muchas oportunidades.
-
¿Sabes de dónde venía exactamente tu abuelo catalán?
-
Gerona. O eso creo. Yo apenas lo conocí.
-
Catalanoparlante, seguro –deduje.
-
No hizo mucho por enseñárselo a mi padre.
-
En fin, no es difícil, para un chico listo como tú.
(pp. 154-155)
Fue
un día largo, como tantos de los que este oficio te permite vivir. Fue,
también, un día anómalo, por todo el tiempo que tuve para pensar y la variedad
de asuntos por la que discurrieron mis cavilaciones, con el fondo sonoro de los
trenes que pasaban cada tanto por la vía férrea próxima a la comandancia.
Siempre me gustó el ruido de los trenes, y siempre, quizá porque nunca me tocó
habitar una, miré con simpatía esas casas que uno divisa al costado de la vía,
y que imagina continuamente acompañadas por el estrépito de los convoyes. Sobre
todo los nocturnos, los más odiosos para la gente normal, pero que son los más
sugerentes para un tarado como yo. Incluso encontré
algún momento para escuchar música mientras paseaba arriba y abajo a la puerta
del edificio donde teníamos a los detenidos. Busqué en mi iPod
la versión de Battiato de la canción de Gino Paoli
que había oído días atrás. Una canción llevó a la otra y acabé escuchando L’animale:
Ma
l’animale che mi porto
dentro
non
mi fa vivere felice mai.
Si
porta tutto, anche il café,
mi
rende schiavo delle mie passione.
No
podía venir más a cuento de lo que me aguardaba aquella jornada: un grupo de
hombres infelices y esclavos de sus pasiones, por obra y gracia de su animal
particular. La canción me despertaba, además, otras evocaciones. Todos llevamos
ese animal, que conduce a la perdición a quien vive a su dictado, y a descubrir
y a vivir la pasión que lo sostiene todo a quien aprende a domeñarlo y convivir
con él.
(pp. 304-305)