teselas
El invierno en Lisboa,
Antonio Muñoz Molina
(Barcelona,
Seix Barral, Colección Booket, 2008)
Mientras,
Biralbo estaba en la casa, era allí donde lo había
citado Lucrecia, tal vez fue ella misma quien le sugirió a Malcolm dos días
antes que su encuentro conmigo tuviera lugar en el Lady Bird…
Si él la vigilaba siempre, ¿de qué otro modo habría podido Lucrecia dejarle
aquella nota a Biralbo? Me di cuenta de que razonaba
en el vacío: si Malcolm desconfiaba tanto, si percibía la más leve variación en
la mirada de Lucrecia y estaba seguro de que en cuanto su vigilancia cesara
ella iría a reunirse con Biralbo, ¿por qué no la
llevó consigo cuando se fue a París?
El jueves a las siete en mi casa llama antes
por teléfono no hables hasta que no oigas mi voz. Eso decía la nota, y la
firma, como en las cartas, era una sola inicial: L. La había escrito tan
rápido que olvidó las comas, me dijo Biralbo, pero su
letra era tan impecable como la de un cuaderno de caligrafía. Una letra
inclinada, minuciosa, casi solícita, como un gesto de buena educación, igual
que la sonrisa que me dedicó Lucrecia cuando nos presentó Malcolm. Tal vez le
sonrió así cuando fue con él a la estación y le dijo adiós desde el andén.
Luego se dio la vuelta, subió a un taxi y llegó a su casa justo a tiempo de
recibir a Biralbo.
(pág. 40)
Hablaba
como ejerciendo una parodia del acento francés. Hablaba exactamente igual que
los negros de las películas y decía ameguicano y me paguece y nos sonreía a Floro Bloom y a mí como si
hubiera mantenido con nosotros una amistad más antigua que nuestros recuerdos.
Nos preguntó quién tocaba el piano y cuando se lo dijimos repitó
admirativamente: Bigalbo.
Llevaba una chaqueta de cuero. La piel de sus manos tenía la pálida y tensa
textura del cuero muy gastado.
(pág. 60)
Toussaints Morton hablaba en
español como quien conduce a toda velocidad ignorando el código y haciendo
escarnio de los guardias. Ni la gramática ni la decencia entorpecieron nunca su
felicidad, y cuando no encontraba una palabra se mordía los labios, decía miegda y se
trasladaba a otro idioma con la soltura de un estafador que cruza la frontera
con pasaporte falso. Pidió disculpas a Biralbo por su
intgomisión:
se declaró devoto del jazz, de Art Tatum, de Billy
Swann, de las tranquilas veladas en el Lady Bird:
dijo que prefería la intimidad de los recintos pequeños a la evidente bobería
de la muchedumbre.
(pág. 66)
-
Hoc est enim corpus meum –dijo,
mientras servía las copas–. Hic est enim
calix sanguinis mei. Pura
Biralbo puso música. Dijo que había estado
enfermo. Con aire de alivio fue a la cocina para buscar hielo. Se movía en
silencio, con hospitalidad inhábil, sonriendo únicamente con los labios a las
bromas de Floro, que se había instalado en una mecedora exigiendo aperitivos y
naipes de póquer.
(pág. 98)