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“Escrache de ida y vuelta”
Alex
Grijelmo
EL
PAÍS, Opinión,
16
de abril de 2013
http://elpais.com/elpais/2013/04/05/opinion/1365177599_995504.html
La palabra viene a designar un hecho nuevo, que
no disponía de vocablo específico
Miles de palabras
del castellano viajaron hacia América en distintas oleadas, pero otras muchas
llegaron a España desde allá. Los españoles decimos “tiza”, y esa voz recorrió
su largo camino hacia Europa desde el náhuatl, lengua precolombina mexicana en
la cual a la tiza se le dice “tizatl”. Por su parte,
los mexicanos a la tiza le llaman “gis”, vocablo que recorrió el trayecto
inverso partiendo del griego (gýpsos, yeso) y pasando por el latín (gypsum)
y luego por el catalán (probablemente también por el aragonés) y el francés,
según el diccionario etimológico de Joan Corominas.
Tiza en España, gis
en México.
No parece raro, por
tanto, que un término como “escrache” nos haya llegado ahora de regreso a
Europa después de dar unas cuantas vueltas por el mundo.
La palabra
“escrache” lo tiene todo para triunfar entre nosotros.
En primer lugar,
porque su formación no repele a la morfología y la fonología del español.
En segundo término,
porque su connotación sonora evoca algo que sucede con estrépito (y tiene así
un valor onomatopéyico).
En tercera
instancia, porque la palabra viene a designar un hecho nuevo, que no disponía
de vocablo específico: las manifestaciones ruidosas ante las casas de políticos
o personajes de transcendencia pública; el acoso domiciliario en grupo.
Y finalmente,
porque está de moda y ha salido con fuerza en todas las direcciones.
El Diccionario de
Así que, por ahora,
¿De dónde ha salido
entonces esta palabra?
Podemos establecer
algunas conclusiones a partir del cruce de datos al que nos dan pie el Diccionario de americanismos
(elaborado en 2010 por las Academias de la lengua hispanoamericanas), el Diccionario de argentinismos
(editado en 2008 por
“Escrachar” tiene
dos líneas de significados: una de ellas parte del inglés scrach (rasguño,
arañazo) y la otra del lunfardo escrache
(poner en evidencia o delatar públicamente a alguien).
Los significados
por la rama de rasguño se reparten entre los dos sustantivos (escrache y
escracho): en el español de Estados Unidos, escrache
significa “arañazo”. Y en Argentina y Uruguay, escracho tiene estas acepciones: “Cara o
rostro, especialmente si es feo o desagradable”, “fotografía de una persona,
generalmente de mala calidad” y “cosa mal hecha”. La vinculación entre esos
significados y el rasguño original la encontramos a partir de los usos jergales
del mundo delictivo argentino, donde —con alguna influencia del italiano scaracio, billete— se llamaba
“escracho” a un boleto de lotería engañoso, que seguramente precisaba de alguna
raspadura para alterar el número; o a un pasaporte falsificado de igual forma
(lo que explica también la relación con la fotografía y la mala cara que
solemos lucir en ese tipo de documentos).
Pero la línea de
“escrache” que nos concierne en la actualidad tiene que ver con otro origen,
cuyas definiciones en el Diccionario
de americanismos hablan de la “situación desairada en que se deja a
alguien” y —en la entrada “escrachar”— de “dejar en evidencia” a una persona,
así como “golpear duramente a alguien, especialmente en la cara” y “romperse o
estropearse algo”.
Julio Cortázar
empleó ese verbo en Rayuela
(1963) con este último sentido, y con evidente evocación sonora: un paquete “se
escracha en la calle”; y un imaginario piloto de avión “ya te lo está
escrachando en la confitería del Águila a la hora del té”. Para un español no
resultará difícil relacionar esas formas verbales con el “escachar” del
castellano (y del gallego) que significa “cascar, aplastar, despachurrar; hacer
cachos, romper”; que se basa a su vez en el verbo “cachar”, asimismo registrado
por
Los dos referidos
diccionarios del español del otro lado ofrecen finalmente el sentido que
buscamos, con definiciones casi idénticas (reproducimos la del diccionario de
Tal sonoridad de la
palabra encuentra su correspondencia con lo ruidoso de las protestas: tambores,
música, gritos. Los escraches son “lúdicos” y “carnavalescos”, como recoge la
obra Pensar y habitar la
ciudad, de los mexicanos Patricia Ramírez Kuri
y Miguel Á. Aguilar Díaz (Anthropos, 2006). Y lo corrobora
Paula Mónaco Felipe en un capítulo del libro Justicia
Penal Internacional, coordinado por Santiago Corcuera y José
Antonio Guevara (Universidad Iberoamericana, México, 2001): “Cada vez que vamos
a denunciar a un genocida es una fiesta en la que gritamos a los cuatro vientos
quién es esa persona”.
Es decir, para
dejarla en evidencia.
A este lado del
Atlántico, el banco de datos de
En otro archivo de
textos, el de la agencia Efe (Efedata), aparece
documentada esta palabra por vez primera en julio de 1998, puesta en boca de
una conferenciante argentina en Gijón. En EL PAÍS se estrenó en septiembre de
ese mismo año, en una crónica desde Buenos Aires.
El escrache se
extenderá en Argentina sobre todo a partir del año 2000, cuando los ciudadanos
toman la calle para generalizar su protesta contra los políticos, según recoge
Óscar Lamberto, exsecretario de Hacienda, en su libro Los cien peores días: el fin de la
convertibilidad (editorial Biblos. Buenos Aires, 2003). En aquellas
épocas, Argentina vivió el corralito, con los depósitos de los ahorradores
inmovilizados en los bancos.
Pero estábamos
hablando de una palabra viajera, porque nuestro ruidoso “escrache” ha llegado
ahora desde Argentina a España; y antes lo hizo desde Europa a América.
Concretamente desde Italia. De ahí pasó al lunfardo, la jerga de las clases
bajas bonaerenses; y del lunfardo, al español general de Argentina.
El referido Diccionario etimológico del
lunfardo, del argentino Óscar Conde, apunta como origen de este
segundo “escrachar” (el equivalente de “delatar”) un posible cruce entre el
genovés scraccâ
(expectorar, escupir; parecido al francés cracher, con el mismo
significado), y el italiano schiacciare (romper, destrozar). Las
protestas, pues, arrojan sus gritos a la cara de los interpelados, para
delatarlos, y lo hacen irrumpiendo en su espacio más personal. Y con el ruido
de la propia expresión “escrache” envolviendo el paquete.
Vemos así que las palabras se entrelazan,
se enriquecen, cambian de país. Analizar sus cromosomas tiene algo que ver con
conocer la historia de las personas y el lugar de sus conflictos. Siempre hay
una palabra sacando su billete en una estación.