Número Actual - Números Anteriores - TonosDigital en OJS - Acerca de Tonos
Revista de estudios filológicos
Nº24 Enero 2013 - ISSN 1577-6921
<Portada
<Volver al índice de tritonos  

tritonos

NUEVO TIPO DE INTERTEXTUALIDAD: ¿QUÉ ES EL INTERTEXTO DE ÉPOCA? EL PAPEL DEL INTERTEXTO DE ÉPOCA  EN EL PROCESO DE TRADUCCIÓN

 

Vladimer Luarsabishvili

(Universidad Estatal de Ilia, Facultad de Ciencias y Artes, Tbilisi, Georgia)

tato_luarsabishvili@iliauni.edu.ge

 

 

RESUMEN:

 

Nuestro artículo versa sobre la definición de un nuevo término, intertexto de época y sobre la distinción de sus tipos (estructural y semántico). Hemos estructurado este trabajo en cuatro partes: en la primera hacemos una reseña panorámica de la historia de la intertextualidad; en la segunda definimos el término propiamente; en la tercera analizamos la importancia de la época histórico-literaria en el proceso de traducción; y en la cuarta investigamos el papel del intertexto de época en el proceso de traducción.

 

Palabras clave: Intertextualidad; intertexto de época; traducción.

 

 

ABSTRACT:

 

In the present article we aim to define the new term – the epochal intertext and to distinguish its types (structural and semantic). It consists of four parts: in the first part we panoramically describe the history of the intertextuality; in the second part we define the new term; in the third parte we analyse the importance of the historic and literary epoch in the process of translation; and in the fourth part we investigate the role of epochal intertext in the translation.

 

Keywords: Intertextuality; epochal intertext; translation.

 

 

 

 

            1. Introducción

 

Es bien conocido el papel de la intertextualidad en el proceso de traducción.[1] Pero, a pesar de la abundancia de información, esta cuestión sigue suscitando un vivo interés en los círculos profesionales. Y, sobre todo, en lo que se refiere la importancia de la época en la traducción.

          Nuestro artículo trata de la definición de este nuevo término, intertexto de época y de la distinción de sus tipos (estructural y semántico). Lo estructuramos en cuatro partes: en la primera hacemos una reseña panorámica de la historia de la intertextualidad; en la segunda definimos el término; en la tercera analizamos la importancia de la época histórico-literaria en el proceso de traducción; y en la cuarta investigamos el papel del intertexto de época en el proceso de traducción.

   

1.1 Breve historia de la historia de la intertextualidad. En el Diccionario de la Real Academia Española la palabra “época” viene definida como:

 

época – Fecha de un suceso desde el cual se empiezan a contar los años; 2. Período de tiempo que se distingue por los hechos históricos en él acaecidos y por sus formas de vida; 3. Espacio de tiempo; 4. Temporada de considerable duración.[2]

 

          En la Antología de Teoría y Crítica, el término “intertextualidad” se define así:

 

[Intertextuality is] a text’s dependence on prior words, concepts, connotations, codes, conventions, unconscious practices, and texts. Every text is an intertext that borrows, knowingly or not, from the immense archive of previous culture.[3]

 

 

          El término “intertextualidad” se documenta por primera vez en el siglo XX. En la formación de su definición contribuyeron los trabajos del científico ruso M. M. Bajtin. Este lingüista destaca la naturaleza dialógica de cualquier discurso, partiendo del hecho de que la memoria del continente del texto conserva los textos escritos (o leídos) anteriormente. Un nuevo texto escrito por el autor (que es remitente y, al mismo tiempo, es un lector/destinatario), se halla escrito por medio de reminiscencias de textos redactados con anterioridad. Las relaciones entre dos textos son dialógicas, lo que explica la presencia de un conjunto de voces diversas en el discurso.

          Esta polifonía está compuesta por voces libres, que no están encadenadas a las del autor sino que, más bien, son independientes:

 

“Dostoievski, igual que Prometeo de Goethe, no crea esclavos carentes de voz propia (como lo hace Zeus), sino personas libres, capaces de enfrentarse a su creador, capaces de no estar de acuerdo con él, e incluso capaces de oponérsele” (Bajtin, 1993).

 

          Junto con los conceptos de dialogía y polifonía, Bajtin investigó sobre el carnaval y los géneros carnavalescos, lo que más tarde contribuyó al desarrollo de la teoría de intertextualidad. En particular, en 1967, Julia Kristeva hizo una distinción entre los términos de “intertextualidad” y “carnavalización”.[4]

          Según A. Haberer:

 

“There is no doubt that this concept was not created ex nihilo out of the fertile brain of Julia Kristeva. But she was the first to use it in print in an article on Bakhtin, whom she had read in Russia while still a student in Bulgaria, before she settled in France. The late 1960s were in Paris the years when the human science made a quantum leap forward in all directions, with a number of hyper-active, avant-gardist, mostly leftist intellectuals trying to apply the theories and methodologies of those sciences to the study of literature. Foremost were the fast-developing science of post-Saussurean linguistics (Roman Jakobson, Émile Benveniste), post-Freudian psychoanalysis (Jacques Lacan), semiology (Roland Barthes) and anthropology (Claude Levi- Strauss). It was the heyday of theorists, the years of transition from structuralism to poststructuralism (not clearly distinguished from what later came to be known as postmodernism with also Jacques Derrida, Louis Althusser, Michel Foucault all at work, the years when all forms of authority were challenged (and sometimes equated) – the Government, de Gaulle, God, tradition, capitalism, reason, the reigning doxa, the Establishment, the Author, the Sorbonne mandarins, the police, etc. They were the years that led to the great libertarian subversive explosion of May 1968 in France, echoed and sometimes amplified in the campuses of many other countries, notably in Prague, in Belfast, and in North America” (Haberer, 2007).

 

          Por todo esto, nos parece adecuado comenzar nuestra reseña con la aportación de Kristeva.

          En opinión de Kristeva, cada nuevo texto se inspira en los textos precedentes, lo que implica que cada texto porta implícitamente información previa, conocimiento del pasado y experiencia:

 

Kristeva (1969) hace hincapié en el proceso según el cual un texto mira hacia lo que precede, añade a su forma ideológicamente neutra todo el volumen de significación que lo sustenta y se nutre de la experiencia, de la previa información, etc. (Hatim, B, Mason, I., 1995).

 

“Todo texto se construye como un mosaico de citas, todo texto resulta de la absorción y transformación de otros textos precedentes” (pág. 163).[5]

 

 

          Kristeva añadió el contexto cultural a lo intertextual, subrayando el papel del primero en el desarrollo del segundo:

 

[...] no es un punto (un sentido fijo), sino un cruce de superficies textuales, un diálogo de varios escritos; del escritor, del destinatario (o del personaje), del contexto cultural o actual.[6]

 

          Kristeva nos habla de dos ejes del discurso: uno horizontal, sujeto-destinatario, y el otro vertical, texto-contexto. El primero equivale al diálogo, mientras que el segundo tiene un carácter ambivalente. Estos dos ejes coinciden para revelar un hecho capital: “cada palabra (o texto) es un cruce de palabras o textos en el que es posible leer otra palabra.” (Kristeva, 1978).

          Dos autores más que suscitan nuestro interés son Roland Barthes y Michel Foucault. Sobre manera suscitan nuestro interés sus reflexiones en lo que respecta al rol de autor. En su libro Arqueología del saber, Foucault establece vínculos entre autor e intertextualidad, y afirma:

 

“Y es porque los márgenes de un libro no están jamás neta ni rigurosamente cortados: más allá del título, de las primeras líneas y el punto final, más allá de su configuración interna y la forma que lo autonomiza, está envuelto en un sistema de citas de otros libros, de otros textos, de otras frases, como un nudo en una red” (Foucault, 1979).

 

          Barthes analiza las voces y el texto y, respecto a este último, lo denomina una “trenza”, compuesta de códigos:

 

“Estas voces trenzadas –o trenzantes– forman la escritura: cuando está sola la voz no trabaja, no transforma nada, expresa; pero desde el momento en que interviene la mano para reunir y entremezclar los hilos inertes, hay trabajo, hay transformación” (Barthes, 1989).

 

          La obra de Gérard Genette supone un paso adelante en el estudio de la intertextualidad. Este autor también se apoya en Bajtin y propone cinco relaciones transtextuales: la intertextualidad, el paratexto, la metatextualidad, el hipertexto, y la architextualidad (Genette, 1989). Genette subraya como la más importante la cuarta relación – el hipertexto.

 

          Beaugrande y Dressler (1981, 182) tratan las dimensiones, activa o pasiva, de la referencia intertextual en términos de mayor o menor mediación, respectivamente. Así, en su opinión la mediación se define del siguiente modo:

 

“Y esto es que lo que acaba ocurriendo cuando se hace uso del conocimiento de otros textos pertinentes para la elaboración del texto de que se trate. Cuando la distancia entre éste y los textos previamente conocidos es grande (gracias a factores como el paso del tiempo), la mediación es mayor. Por ejemplo, todo lo que queda de algún prototipo de la “comedia de costumbres” son las convenciones del propio género; de hecho, la perpetuidad de los géneros y los tipos textuales puede explicarse a partir de esta amplia forma de mediación. Y, al revés, la mediación es menor en el caso de citas textuales o referencias a textos conocidos de todos. La mediación mínima, por último, es también requerida en actividades como la respuesta, la refutación o la evaluación de otros textos en la conversación.” (Beaugrande, Dressler, 1981)

 

          En otro plano, Lemke (1985) identifica dos tipos de relaciones intertextuales. La primera establece relaciones entre elementos de un texto dado; la segunda se ocupa de las correspondencias entre distintos textos.

           Hatim y Mason distinguen dos funciones de la intertextualidad, activa y pasiva:

 

“[...] es mejor considerar la intertextualidad como un número de sistemas semióticos de significación [...] Pero las funciones intertextuales no son siempre tan activas. Hay formas pasivas de la intertextualidad que, a fin de cuentas, se limitan casi a cumplir con el requisito básico de que los textos han de ser internamente coherentes, esto es, inteligibles” (pág. 162).

 

    Si un texto escrito por un autor es un conjunto de textos escritos antes, es lógico que un nuevo texto represente la unidad de los discursos que lo componen históricamente. Los discursos creados en tiempos diferentes se diferencian por sus épocas. Y lo único que podría conectar estos discursos sería la epocalidad, es decir, los vínculos intertextuales entre los epístemas. Más importante resulta señalar la relación intertextual en los textos de aquellos autores entre los que no se confirma ninguna relación.

   

2. Intertexto de época. Definición del término.

 

Barthes afirma lo siguiente:

 

“Hoy en día sabemos que un texto no está constituido por una fila de palabras, de las que se desprende un único sentido, teológico, en cierto modo (pues sería el mensaje del Autor-Dios), sino por un espacio de múltiples dimensiones en el que concuerdan y se contrastan diversas escrituras, ninguna de las cuales es la original: el texto es un tejido de citas provenientes de los mil focos de la cultura. [...] el escritor se limita a imitar un gesto siempre anterior, nunca original; el único poder que tiene es el de mezclar las escrituras” (Barthes, 1987).

 

          El intertexto de época es la unión estructural-temática de textos coetáneos, que se basa en la identidad epistémica de una misma época.

          Si partimos de la teoría de la intertextualidad de Genette, podemos dibujar un esquema: el autor escribe un texto (hipertexto), para lo cual se basa en un texto previo (hipotexto) que lee el lector:

 

   

          En lo que se refiere al papel del intertexto de época en la traducción, vamos permitirnos la licencia de cambiar nuestro esquema. En concreto, dejamos los componentes de hipertexto y hipotexto y sustituimos lector por epístema/cultura y autor por traductor:

                  

 

          Estos dos componentes (epístema/cultura y traductor) desempeñan un papel de más relevancia en el caso de la intertextualidad de época. Aquí es importante el discurso, como en el caso anterior, pero un discurso de época.

          El esquema ofrecido puede ser generalizado en la dirección de “cultura”. Si nos basamos en el punto de vista de Deleuze y Guattari:

 

    El libro es forzosamente un calco: calco de sí mismo, calco del libro precedente del mismo autor, calco de otros libros, cualquiera que sean las diferencias, calco interminable de conceptos y palabras empleadas, calco del mundo presente, pasado o por venir (Deleuze, Guattari, 2000).

 

          En tal caso “cultura” puede conectar textos no de sólo de una única época, sino de distintas épocas. Los epístemas de distintos tiempos serían dependientes unos de otros. En particular, las huellas de los epístemas anteriores en el tiempo se revelarán en los epístemas posteriores.

          En opinión de De Beaugrande y Dressler (1981) un texto es definido como suceso comunicativo que encuentra siete estandartes de la textualidad: cohesión, coherencia, intencionalidad, aceptabilidad, informatividad, situacionalidad e intertextualidad. El término “intertextualidad” representa la mutua relevancia que se establece por un lado entre la creación y recepción de un texto determinado, y por otro, con el conocimiento. De este modo, el autor incluye en el texto los elementos de textos no leídos personalmente por él y el lector los reconoce. En el caso de la intertextualidad de época, el traductor debe conocer las peculiaridades del epístema/cultura de la lengua original para que su traducción sea relevante.

          Redundando en este tema, podemos recordar los dos tipos de intertextualidad subrayados por Lemke. Debemos tener en cuenta que textos diferentes pueden pertenecer a una misma época pero ser productos de diferentes autores, incluso en el caso de que la relación entre autores no esté conformada.

          Hatim y Mason (1990) distinguen al menos cuatro tipos de relaciones intertextuales:

 

1. Relaciones con otras partes del mismo texto;

 

2. Relaciones manifiestas entre textos, como enunciados realizados en dos ocasiones diferentes;

 

3. Relaciones intertextuales sutiles entre textos y otros textos del mismo tipo que posean la misma temática;

 

4. Relaciones con muchos otros textos que se refieran a la misma temática.

          La primera relación se ajusta a la opinión de Lemke sobre los elementos entre un texto; la segunda y tercera corresponden al caso segundo distinguido por este autor; en lo que se refiere al cuarto, esto puede resultar ser un caso del intertexto de época cuando encontramos textos creados en distintas épocas.

          Los tipos del intertexto de época. Pueden ser de dos tipos: estructural y semántico. El tipo semántico revela la relación que codifica significaciones en las expresiones lingüísticas. La semántica del discurso que pertenece a una época pero a diferentes culturas sin duda tendrá la significación homogénea que puede ser explicada por la identidad epistémica. Estas relaciones semánticas las estudia la intertextualidad semántica de época.

          El tipo estructural investiga la estructura del discurso. Un discurso de la misma época puede ser diferente semánticamente pero igual estructuralmente.

          Lotman destaca que el desarrollo de la semiótica de la cultura cambió la noción del texto:

 

 

    La conformación de la semiótica de la cultura – disciplina que examina la interacción de sistemas semióticos diversamente estructurados, la no uniformidad interna del espacio semiótico, la necesidad del poliglotismo cultural y semiótico – cambió en considerable medida las ideas semióticas tradicionales. El concepto de texto fue objeto de una transformación sustancial. Los conceptos iniciales de texto, que subrayaban su naturaleza unitaria de señal (¿signo?), o la unidad indivisible de sus funciones en cierto contexto cultural, o cualesquiera otras cualidades, suponían implícita o explícitamente que el texto es un enunciado en un lenguaje cualquiera. La primera brecha en esta idea que parecía obvia, fue abierta precisamente cuando se examinó el concepto del texto en el plano de la semiótica de la cultura. Se descubrió que, para que un mensaje dado pueda ser definido como ‘texto’, debe estar codificado, como mínimo, dos veces. Así, por ejemplo, el mensaje definible como ‘ley’ se distingue de la descripción de cierto caso criminal por el hecho de que pertenece a la vez al lenguaje natural y al jurídico, constituyendo en el primer caso una cadena de signos con diversos significados, y en el segundo, cierto signo complejo con un único significado. Lo mismo se puede decir sobre los textos del tipo de la ‘plegaria’ y otros.

 

          Respecto a los casos de complicación estructural del texto, Lotman (2003)[7] era de la opinión de que el texto no sólo transmite la información depositada sino que la transforma y produce nuevos mensajes.

 

En estas condiciones la función socio-comunicativa del texto se complica considerablemente. La podemos reducir a los siguientes procesos:

 

1.   El trato [obshohenie] entre el emisor y el destinatario. El texto cumple la función de un mensaje dirigido por el portador de la información al auditorio.

2.   El trato entre el auditorio y la tradición cultural. El texto cumple la función de memoria cultural colectiva. Como tal, muestra, por una parte, la capacidad de enriquecerse ininterrumpidamente, y, por otra, la capacidad de actualizar unos aspectos de la información depositada en él y de olvidar otros, bien temporalmente o por completo.

3.   El trato del lector consigo mismo. El texto –esto es particularmente esencial en lo que respecta a los textos tradicionales, antiguos, que se distinguen por un alto grado de carácter canónico– actualiza determinados aspectos de la personalidad del propio destinatario. En el curso de ese trato del receptor de la información consigo mismo, el texto interviene en el papel de mediador que ayuda a la reestructuración de la personalidad del lector, al cambio de la autoorientación estructural de la misma y del grado de su vínculo con las construcciones metaculturales.

4.   El trato del lector con el texto. Al manifestar propiedades intelectuales, el texto altamente organizado deja de ser un mero mediador en el acto de la comunicación. Deviene un interlocutor de iguales derechos que posee un alto grado de autonomía. Tanto para el autor (el emisor) como para el lector (el destinatario), puede actuar como una formación intelectual independiente que desempeña un papel activo e independiente en el diálogo. Resulta que en este respecto la antigua metáfora ‘platicar con el libro’ está llena de profundo sentido.

5.   El trato entre el texto y el contexto cultural. En este caso el texto no interviene como un agente del acto comunicativo, sino en calidad de un participante en éste con plenos derechos, como una fuente o un receptor de información. Las relaciones del texto con el contexto cultural pueden adquirir un carácter metafórico, cuando el texto es percibido como sustituto de todo el contexto, al cual él, en un determinado aspecto, es equivalente; o también un carácter metonímico, cuanto el texto representa el contexto como cierta parte del todo.[8] Además, puesto que el contexto cultural es un fenómeno complejo y heterogéneo, un mismo texto puede entrar en diversas relaciones con las diversas estructuras de los distintos niveles del mismo. Por último, los textos, como formaciones más estables y delimitadas, tienden a pasar de un contexto a otro, como ocurre por lo común con las obras de arte relativamente longevas: al trasladarse a otro contexto cultural, se comportan como un informante trasladado a una nueva situación comunicativa: actualizan aspectos antes ocultos de su sistema codificador. Tal ‘recodificación de sí mismo’ en consonancia con su situación pone en evidencia la analogía entre la conducta sígnica de la persona y el texto. Así pues, el texto, por una parte, al volverse semejante a un macrocosmos cultural, deviene en algo más importante que sí mismo y adquiere rasgos de un modelo de cultura, y, por otra parte, al volverse semejante a una persona autónoma, tiende a llevar a cabo una conducta independiente.

 

          Es muy importante tomar en consideración la tendencia mencionada desde el punto de vista del intertexto de época. Según el esquema de cinco componentes de Lotman, para nuestro dibujo son importantes los componentes 1, 3 y 4 en lo que se refiere al autor/lector; y para los componentes epístema/cultura – 1, 2, 4 y, sobre todo, 5. Según el quinto punto, la cultura ya no es tan sólo una parte del texto, sino también un componente mayor que lo define. En el proceso de la traducción, el componente cultural se transmite de un espacio (de la lengua original) al otro (a la lengua meta), para lo cual se realizan los necesarios cambios, el texto adopta un nuevo código.

          El texto, en lo referente a su contenido, posee una estructura. Para conservar los efectos semánticos o reforzarlos, el autor utiliza los paralelismos. Los paralelismos pueden tener una misma significación o la opuesta. En el segundo caso, la estructura del texto resulta más definida y compleja. En este caso es interesante el caso en el que en la línea no coinciden formas semánticas y estructurales, por ejemplo como en el caso del encabalgamiento. Entonces, un grupo simultaneo ¿simultáneamente? (o grupos, si tal grupo se repite en la segunda estrofa) junto con el significado semántico, adquiere una función emocional, que resulta más evidente en el caso de la utilización de los paralelismos opuestos.

          En el caso del verso libre, es posible expresar el significado semántico sin función emocional. En el caso de la prosa dialógica, debido a su naturaleza polifónica basada en el carácter rítmico de la lengua, se subraya un núcleo semántico que será acompañado por la función emocional, como en el caso del texto poético.

   

 

3. La importancia de la época histórico-literaria en el proceso de la traducción.

 

          Intentamos evaluar la importancia de la época histórico-literaria en el proceso de la traducción o, dicho de otro modo, durante el proceso de traducción resulta indispensable que el traductor conozca la historia de la literatura.

          Para empezar, debemos mencionar que cada cultura posee su propio arte tradicional de la traducción. En la historia de la literatura se admite que la literatura traducida es una herramienta útil para enriquecer la pobre literatura de la cultura meta. Esta idea fue expresada no solamente por los escritores, sino también por los teóricos de la traducción, basta mencionar al autor de la teoría polisistémica de la traducción, Itamar Even-Zohar.

En relación con las tres posibilidades de adaptación del texto traducido a la cultura meta, Even-Zohar señalaba el caso de una literatura “joven”, que recibe los modelos preparados de una literatura “vieja” a través de la traducción; también se aplica cuando la literatura meta es débil, -le sirve como ejemplo la literatura gallega que acoge muchos textos desde la literatura española.

          Hablando sobre el primer caso, podemos mencionar a la literatura vasca. Es bien sabido que, a pesar de su rica tradición en literatura oral, el primer texto escrito en euskara data del año 1545. Y en este caso el papel de la literatura traducida es enorme, recordemos los textos traducidos por Gabriel Aresti.

          Si nos basamos en lo más arriba mencionado, lógicamente las literaturas con tradición más pobre deben presentar una mayor cantidad de obras traducidas. A pesar de que en nuestro tiempo muchos gobiernos convocan subvenciones de traducción (nos puede servir de ejemplo el gobierno vasco que cada año subvenciona procesos de traducción, además de la existencia de la asociación profesional de traductores e intérpretes de o hacia la lengua vasca [EIZIE]), paradójicamente las literaturas “ricas” son las que poseen más tradición en el campo de la traducción. Podemos citar las escuelas de traducción en Bagdad o en China (las traducciones realizadas del sánscrito al chino de los Sutras budistas). Pero, a partir de la segunda mitad del siglo XX (aquí jugó un rol relevante la abolición de los estados totalitarios) los gobiernos de los países europeos empezaron a estimular la traducción de los textos desde las culturas extranjeras.

          A pesar de los diferentes puntos de vista sobre los métodos de traducción, nadie discute el asunto de que el texto traducido necesita hallar su lugar en la cultura meta. Creemos que un traductor debe conocer no solamente los fundamentos de la historia de la literatura, sino también las etapas del desarrollo histórico de la cultura meta. Porque el solo hecho de dominar a la perfección la lengua meta no garantiza una traducción adecuada. Desde este punto de vista, suscita nuestro interés la edición de textos bilingües y la posibilidad de leer un texto original al lado de su equivalente ya traducido.

          Partiendo de las ideas de los formalistas rusos, Itimar Eve-Zohar propuso una teoría polisistémica de la traducción. Gideon Toury desarrolló posteriormente estas ideas en su estudio descriptivo de la traductología, cuya dirección contraria tomó Chesterman al presentar normas prescriptivas. A finales del siglo XX Bassnet y Lefevere desarrollaron los aspectos culturales que determinan el papel de la cultura en la traducción.

   

4. El papel del intertexto de la época en el proceso de la traducción.

 

          Si en nuestro dibujo la parte mayor la ocupa el lector, entonces, hablando sobre el papel del intertexto de la época en el proceso de la traducción, parece necesario tener en cuenta la importancia de la época en que vive este lector. Queremos decir que cada lector acarrea consigo las características de la época en que vive, y esto hay que tomarlo en consideración durante el proceso de traducción. Como buen ejemplo de esto nos puede servir el primer intento de traducir al ruso una pieza de Friedrich von Schiller “Los bandidos”. La traducción fue realizada por N. Sandunóv del alemán, en 1793. El traductor era un hombre de ideas democráticas y anti-feudales. Es curioso que la traducción fue llevada a cabo no desde la variante del texto de 1781, sino desde el original modificado, que data del año 1782. El mayor cambio se reflejó en el debilitamiento del alma rebelde (hecho que disminuyó la tensión expresada en texto), y en la idea de la inmortalidad del alma; así como en las expresiones materialistas y el subjetivismo rebelde. Así mismo, en la escena de cerco a los bandidos desapareció la figura del pastor, ocupando su lugar un comisario, y Karl Moor, antes de entregarse al gobierno, obligó a los otros protagonistas a convertirse en “ciudadanos honrados”.

          Durante la traducción, N. Sadunov devolvió el personaje del pastor (con ello es evidente que conocía la primera versión del texto) y en la última escena, en lugar de la reconciliación, Karl Moor cae al suelo y muere.

          Dice Lotman que, teniendo en cuenta lo anterior, es indudable que la traducción de Sadunov estaba condicionada por las necesidades del comienzo del siglo XVIII y también determinó el tratamiento democrático de los textos de Schiller en la literatura rusa.

          Queremos decir que en la traducción de la pieza desempeñó un papel determinante el factor del intertexto de la época. La adecuación de la traducción al texto original resultó condicionada por la época o, mejor dicho, por los acontecimientos históricos. Evidentemente, si la traducción hubiera sido realizada por primera vez en siglo XX, o si el traductor hubiera tenido otra ideología diferente a la que tenía Sadunóv, posiblemente habría surgido otro texto distinto. Esto se explica por el hecho de que el traductor se corresponde en nuestro dibujo a ambos componentes: en primer lugar, él es un lector (cuando lee el texto original), y luego se convierte en autor (cuando traduce el original a la cultura meta). Podemos concluir que el intertexto de la época adquiere durante la traducción un carácter doble: su percepción y transferencia se realizan a través del lector y del traductor.

   

5. Conclusiones.

 

          Basándonos en la teoría de la intertextualidad, en su historia y su desarrollo, no nos parece carente de relevancia investigar los elementos intrínsecos que asocian el texto traducido a la cultura original. Si prestamos atención a la época en que fue creado un texto, a los acontecimientos sociales y políticos de su entorno, podemos afirmar que el papel de la cultura en la creación de dicho texto resulta de una influencia enorme. Y no sólo en casos de literatura social, como la poesía social de Blas de Otero, de Gabriel Celaya o de Gabriel Aresi; sino también en los movimientos universales como, el caso del romanticismo por un lado y, por otro, el caso del costumbrismo. Si los cuadros de costumbres reflejan una época y tradición, la poesía más íntima de Bécquer o Heine expresa lo divino romántico de la misma época. Por eso, la definición del término de intertexto de época nos parece obligatoria. Y, con su definición se señalan/ponen de relieve sus tipos, porque un texto no es sólo una estructura, sino también una semántica, un fondo y significado. Y las conexiones entre los dos representan un papel importante en el proceso de la traducción.

          La transmisión de la semántica y estructura del texto durante la traducción es importante. Teniendo en cuenta la época del texto original, el traductor puede encontrar más fácilmente las formas equivalentes de la lengua original en la lengua meta.

          De una manera empírica, podemos separar en dos grupos todos los casos de relación entre texto original y el traducido. El primer grupo, cuando los textos pertenecen a la corriente literaria universal; y el segundo, cuando pertenecen a una corriente unilateral.

          Como ejemplo de corriente literaria universal podemos tomar los textos del período romántico. Es probable que para traducir algún texto romántico sería conveniente leer algunos textos románticos de la cultura meta. Y aquí se encuentra el papel de la intertextualidad: traduciendo a Bécquer encontramos en su poesía huellas de Heine, traduciendo a Tiutchev hallamos a Heine también; pero no son menos interesantes que los casos de los textos, las relaciones entre cuyos autores no se muestra la historia de la literatura. En este caso podemos hablar sobre los vínculos intertextuales entre los epístemas, lo que sería lógico, puesto que, por ejemplo, el romanticismo es una corriente literaria universal, temprana en algunas culturas y más tardía en otras, pero universal.

          Como ejemplo de una corriente literaria unilateral podemos tomar como ejemplo el costumbrismo, que se trata de un fenómeno del mundo hispano y latinoamericano. ¿Cómo se puede encontrar una decisión acertada en estos casos concretos durante la traducción? O, ¿a qué podemos llamar una decisión acertada? Pues bien, hablando del costumbrismo como fenómeno unilateral, es decir, de España y Latinoamérica, no podemos olvidar los textos de Richard Steele, Joseph Addison o Étienne de Jouy. Esto significa, en última instancia, que diferentes culturas, a pesar de la estética específica de la corriente literaria, pueden poseer ciertas semejanzas epistémicas. Esto es debido a la intertextualidad, porque, por ejemplo, es bien sabida la influencia de Jouy en los autores costumbristas españoles.

          Entonces, merece la pena distinguir un tipo de intertextualidad nueva, un intertexto de época. Porque así podemos definir en qué consiste o en qué parte del texto está codificado el mensaje de la cultura original para poder transmitirlo en la cultura meta. Si un mensaje contiene una parte estructural de texto, sería conveniente conservar la estructura más que el significado; y al contrario, si el texto está codificado por su significado, podemos cambiar la forma y no el fondo. Pero es posible que ambas partes –estructural y semántica-, contengan los mensajes que codifican un texto que puede ser codificado como mínimo dos veces. Surge la pregunta: ¿qué hacemos en este caso?

          Al traducir textos complejos, y cada texto puede ser complejo al estar codificado dos o más veces, el traductor revela los mensajes del texto ocultos en la cultura original. Estos se expresan mediante la traducción y transmitirlos a la cultura meta ahora es más importante que decodificarlos leyendo un texto original. Algunos de estos códigos pertenecen a la época en la que fue creado el texto original. Por eso, entender mejor las peculiaridades de la época histórica-social es importante para un traductor. Y sólo si comprendemos debidamente la teoría podremos esbozar una traducción adecuada.

 

 

7. BIBLIOGRAFÍA

 

Haberer, A. (2007). Intertextuality in theory and practice. LITERATŪRA, 49(5), 56.

 

Bajtin, M. M. (1993). Problemas de la poética de Dostoievski. Colombia: FCE.

 

Barthes, R. (1989). S/Z. México: Siglo XXI de España Editores.

 

Barthes, R. (1987). El susurro del lenguaje. Paidós, pág. 67.

 

Beaugrande, R. de y Dressler, W. (1981). Introduction to Textlinguistics. Londres: Longman.

 

Deleuze G., Guattari F. (2000). Mil mesetas: captalismo y equizofrenia. Valencia: Pre-Textos.

 

Foucault, M. (1979). Arqueología del Saber. Madrid: Siglo XXi de España Editores.

 

Genette, G. (1989). Palimpsestos: la literatura en segundo grado. Madrid: Taurus.

 

Hatim, B., Mason I. (1995). Teoría de la traducción. Una aproximación al discurso. Madrid: Editorial Ariel, S.A.

 

Kristeva, Y. (1978). Semiótica. Madrid: Editorial Fundamentos.

 

Lemke, J.L. (1985). In  J.D.Benson y W.S.Greaves (eds.), Ideology, intertextuality, and the notion of register, Systemic Perspectives on Discource 1, Norwood, N.J, Ablex.

 

Lotman, I. M. (2003, Noviembre). La semiótica de la cultura y el concepto de texto. Entretextos. Revista Electrónica Semestral de Estudios de la Cultura. 2. ISSN 1696-7356. Traducción del ruso de Desiderio Navarro. http://www.ugr.es/~mcaceres/entretextos/pdf/entre2/escritos/escritos2.pdf

 



[2] RAE, Diccionario de la lengua española, Vigésima Segunda Edición, 2001, Editorial Espasa Calpe, Madrid. pág. 943.

[3] “Introduction to Theory and Criticism,” The Norton Anthology of Theory and Criticism, 21.

[4] Bakhtine, le mot, le dialogue et le roman, Critique, #239.

[5] Ibídem, pág. 163.

 

[7] Ibídem, pág. 5/6.

[8] Relaciones análogas surgen, por ejemplo, entre el texto artístico y su título. Por una parte, éstos pueden considerarse como dos textos independientes dispuestos en diversos niveles de la jerarquía ‘texto-metatexto’. Por otra parte, pueden considerarse como dos subtextos de un único texto. El título puede referirse al texto que él designa como arreglo al principio de la metáfora o al de la metonimia. Puede estar realizado con ayuda de palabras del lenguaje primario, elevadas al rango del metatexto, o con ayuda de palabras de un metalenguaje, etc. Como resultado, entre el título y el texto que él designa surgen complejas corrientes de sentido que generan un nuevo mensaje.