reseñas
“DONDE
Mª
del Carmen Jiménez Ariza
(Universidad de Granada. Facultad de
Ciencias de
RESEÑA:
Sánchez García, R. y Martínez López,
R. (Coords.). Literatura y compromiso:
Federico García Lorca y Miguel Hernández. Visor Libros, 2011.
“Siempre fuimos nosotros sembradores de
sangre. Por
eso nos sentimos semejantes al trigo. No
reposamos nunca, y eso es lo que hace el sol, y la familia del enamorado.”
(Miguel Hernández)
En
contadas ocasiones, el lector ávido de adentrarse en las abisales profundidades
creativas de Lorca y Hernández, tiene la oportunidad de sumergirse en un
compendio de erudición tal como la obra que nos ocupa.
En
ella hacen acto de presencia una pléyade de destacados hispanistas y docentes
que diseccionan con meticulosidad, trazan isometrías, evocan paralelismos o
similitudes, desentrañan -en suma- los matices del devenir creativo en estos
dos colosos de las Letras patrias. Una cuidada edición condensa, a modo de refractante
crisol, interesantes estudios sobre las múltiples dimensiones de dos universos
artísticos que, a fuer de asemejarse, implosionan en otro más excepcional si
cabe: un orbe “lorquihernandiano”.
Toda
inmersión en una obra literaria debe acometerse circunscrita al período
histórico en que fue creada. Posiblemente, sea en años convulsos cuando los
creadores dejen aflorar su lírica más genuina, sus sentimientos más soterrados
o recónditos. Es esencial, por tanto, retrotraerse a un contexto en el que las
patentes desigualdades sociales no propiciarán, precisamente, la relación entre
personajes de heterogénea cuna. Este manifiesto equívoco fomentará,
posteriormente, el incierto tópico de la falta de afinidad entre ambos poetas:
el rudo pastor oriolano y el diletante señorito andaluz que no pueden transitar por el mismo plano
astral, pues sus experiencias vitales son diametralmente opuestas.
Revocando
lo expuesto, y avalada por incuestionables testimonios e investigaciones,
descubriremos en este libro la sincera y recíproca admiración que ambos poetas
se profesaron; veremos en diversos estudios la particular cosmogonía lírica y
dramática de sus creaciones; en otros, asistiremos al análisis de sus rasgos
estilísticos más singulares, al conocimiento de las influencias que marcaron su
devenir creador; viajaremos al plano cuasi metafísico de su trascendencia
post-mortem, convertida en filosófico axioma de inmortalidad; contemplaremos,
en definitiva, la contundencia de un oleaje textual que horada la curiosidad
lectora con la clarividencia de predecir que no nos dejará indiferentes.
Constataremos,
de igual forma, la archiconocida regla matemática según la cual el orden de los
factores no altera el producto: el lector puede elegir entre acometer la
lectura en el justo orden de edición o, por el contrario, “rayuelear” a
discreción; avanzar concienzudamente o volver atrás para captar matices que
antes no se percibieron. No hay jerarquías preestablecidas en el erudito
muestrario, y todo invita a derribar sesgos interesados, a volatilizar
discrepancias que no existieron… Sólo hay que dejarse llevar por el albur de la
letra impresa.
Mas,
como aviso a navegantes, sostenemos que esta obra no confraterniza con el
vertiginoso y habitual modus vivendi:
sus páginas requieren una lectura reposada, pausada, reflexiva, sensible a la
evocación poética e histórica… Búsquese, pues, un entorno apacible para
deleitarse en ella.
Descubriremos
así, con el profesor Juan Carlos Rodríguez, la inaudita semejanza entre Lorca y
Freud a través de sus negatividades existenciales: el amor, sinónimo lorquiano de tragedia e imposibilidad; la muerte, que excluye el todo y es la negación de lo absoluto; el
enemigo invisible, que es el que
existe sin que el perseguido tenga constancia del motivo que incita a la
persecución… La sublimación de esta tríada evoca en el lector aquellas
hernandianas laceraciones: “vengo con
tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida…”
Y
reconoceremos “herida hasta los huesos”, de la mano de P. Valdivia, a una
España en la que Leopoldo Panero, magistral funambulista de la censura, glosa
la trascendencia universal de la figura y la obra lorquiana, su compromiso con
los principios fundamentales de justicia y solidaridad, en un alegato que
domeña el reduccionismo crítico que encorsetó en falsos estereotipos
(gitanismo, feminismo, homosexualidad) a la hipersensibilidad del objeto
literario.
Esa
herida se transmutará en “quejío” milenario por obra y gracia de C. Maurer, con
la escenificación del flamenco puro que entusiasmó a Federico: aquel cante
popular considerado “poesía niña”, que trasciende su obra para erigirse en
espíritu telúrico escindido de un prostituido flamenco (“apoyao en el quisio de la mansebía”), cultivo de café-cantante.
Abierta
la herida, supurará sangre, misterio, dolor, oscuridad y parálisis tornando a
la lírica del Poema del Cante Jondo, magistralmente evocado por C.B. Morris en
la búsqueda de la esencia andaluza que el sublime poemario derrama por todos su
poros.
Y
en ese reguero sangrante, penetraremos en el desgarrado Llanto por Ignacio
Sánchez Mejías, meticulosamente diseccionado por A.A. Anderson para mostrarnos
la analogía hiperbólica de la vida y de la muerte, no ya del amigo, sino la de
todo ser humano; clarividente certidumbre, quizás, de la inminente muerte
propia.
La
extrema sensibilidad lorquiana, ¿deviene en las reminiscencias homosexuales que
impregnan su obra, como sostiene Mateos Mira? ¿Se transmuta en la peculiar
estética del diminutivo, en cuyas raíces bucean Aparicio y Sánchez? ¿Busca la
protección divina en la metáfora de
Desbordará
estos diques –creemos-, e inundará una dramaturgia que fascina al artista
porque en ella su poesía “encarnada,
tangible, sensible”, será llevada a escena. Y en esta dimensión
transitaremos guiados por otro elenco de investigadores que despejarán, para
nosotros, la tupida fronda de su universo dramático:
Acá,
Campos y Quiles muestran una panorámica vital cuyo periplo neoyorquino deviene
en compromiso y transgresión. Acullá, de Ros y Harretche exploran, en sendos
estudios, el catálogo de voces que conforman las obras teatrales más desconocidas
del poeta, las que él llamó “comedias impresentables”, vanguardistas
representaciones de influjos trasantlánticos que convierten al espectador
minoritario en muchedumbre a la cual, según constata Dougherty en su estudio,
el dramaturgo aspira.
Avanzaremos,
magistralmente guiados por Remedios Sánchez y Ramón Martínez, artífices de la
esplendorosa compilación, por la singular cosmología de los personajes
lorquianos: una flamígera constelación que fusiona el sentimiento del pueblo
llano con la hondura lírica -desbordante
en Bodas de Sangre- y aprehende el
concepto de “mujer total” a través de modelos de mujer creados (y recreados)
como sujeto agente desencadenante de la tragedia masculina y, por ende, de la
suya propia.
Seremos
testigos, finalmente, de la trascendencia universal del poeta granadino a
través de los testimonios de Roca y Roland, investigadores uruguayos que dan fe
de su relevancia allende el océano. Y, con la profesora Dolfi, nos indignaremos
ante el “maremágnum de mentiras y
omisiones” que supuso, en la prensa italiana, la trágica noticia del vil asesinato.
Así,
deslumbrados por el fulgor del indescriptible astro lorquiano, entornaremos la granadina
ventana –que más tarde abriremos, en un postrer ejercicio didáctico- para abrir de par en par los recios postigos
de la huerta alicantina, en cuyas tablas aguarda la lírica de Hernández,
exordio y colofón de la peripecia vital de su autor.
Llegados
aquí, una nueva andanada de erudición cimenta el interés de los siguientes
textos, a través de los cuales asistimos a una glosa del artista oriolano en
sus múltiples dimensiones.
Enarbolando
la bandera de la libertad por la que el poeta “sangra, lucha y pervive”,
rememoraremos el inalienable lema que Eslava Ramírez identifica en sus tres
facetas creativas (poesía, teatro, periodismo), indiscutiblemente reconocido en
sinceros testimonios de sus coetáneos.
Morales
Lunas nos alejará, en esclarecedora reinterpretación, de la recepción crítica
que consideró su lírica más propagandística que militante, y abundaremos en
ello complaciéndonos con la lectura fragmentada de su abundante epistolario,
que J. L. Ferris reproduce para darnos cumplida cuenta de sus avatares
existenciales.
Navegaremos
después, con M. A. García, por los sinuosos meandros de su naturaleza poética,
que partirá de la orilla católica influencia del amigo Sijé para desembocar en
el rotundo estuario nerudiano.
Irá,
más tarde, nuestra nave, al socaire del “Viento del pueblo” resguardada así de
aires más recios. Balcells descubrirá para nosotros una brisa poética plagada
de “ideologemas”, acertada definición de Rei Berroa para clarificar el arte
verbal del poeta.
Prestos
en el avance, izaremos el velamen de la obra dramática con la inestimable ayuda
de Díez de Revenga, y bruñiremos los cañones de un “teatro en la guerra” que
Mariano de Paco nos descubre cual retórico armamento, para desentrañar más
tarde, con Martín de Vayas, los abundantes entresijos de su texto escénico.
Rescataremos
de las procelosas aguas la interminable epístola nerudiana lujosamente
embotellada por la profesora Pulido, y perfumaremos el aire con los efluvios de
la “rosa blindada” que Larrabide nos trajo del Madrid sitiado.
Iremos,
así, culminando nuestra singladura, absortos en los vericuetos del Cancionero y
Romancero de ausencias, interpretado por López Martínez con la contundente
partitura del verso desnudo y polifónico.
Y
al fin, avistaremos tierra en una tríada de islotes que resguardarán a las
nuevas generaciones ante los embates de la ignorancia. Al acompasado son de dos
juglares contemporáneos, tres faros refulgentes, maniobrados por profesores
curtidos en mil batallas, emitirán la excelsa luz que alumbre a esas jóvenes
inquietudes.
Vengan,
pues, a deleitarse en estas páginas, donde el arácnido no puede tejer la
telaraña de la estulticia ni el pérfido alacrán hincar el aguijón de lo
mundano.