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Revista de estudios filológicos
Nº24 Enero 2013 - ISSN 1577-6921
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reseñas

“DONDE LA TELARAÑA Y EL ALACRÁN NO HABITAN”

Mª del Carmen Jiménez Ariza

(Universidad de Granada. Facultad de Ciencias de la Educación. Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Granada, España)

 

RESEÑA:

Sánchez García, R. y Martínez López, R. (Coords.). Literatura y compromiso: Federico García Lorca y Miguel Hernández. Visor Libros, 2011.

 

                                       “Siempre fuimos nosotros sembradores de sangre.                                         Por eso nos sentimos semejantes al trigo.                                                       No reposamos nunca, y eso es lo que hace el sol,                                             y la familia del enamorado.”

                                                                               (Miguel Hernández)

 

          En contadas ocasiones, el lector ávido de adentrarse en las abisales profundidades creativas de Lorca y Hernández, tiene la oportunidad de sumergirse en un compendio de erudición tal como la obra que nos ocupa.

          En ella hacen acto de presencia una pléyade de destacados hispanistas y docentes que diseccionan con meticulosidad, trazan isometrías, evocan paralelismos o similitudes, desentrañan -en suma- los matices del devenir creativo en estos dos colosos de las Letras patrias. Una cuidada edición condensa, a modo de refractante crisol, interesantes estudios sobre las múltiples dimensiones de dos universos artísticos que, a fuer de asemejarse, implosionan en otro más excepcional si cabe: un orbe “lorquihernandiano”.

          Toda inmersión en una obra literaria debe acometerse circunscrita al período histórico en que fue creada. Posiblemente, sea en años convulsos cuando los creadores dejen aflorar su lírica más genuina, sus sentimientos más soterrados o recónditos. Es esencial, por tanto, retrotraerse a un contexto en el que las patentes desigualdades sociales no propiciarán, precisamente, la relación entre personajes de heterogénea cuna. Este manifiesto equívoco fomentará, posteriormente, el incierto tópico de la falta de afinidad entre ambos poetas: el rudo pastor oriolano y el diletante señorito andaluz  que no pueden transitar por el mismo plano astral, pues sus experiencias vitales son diametralmente opuestas.

          Revocando lo expuesto, y avalada por incuestionables testimonios e investigaciones, descubriremos en este libro la sincera y recíproca admiración que ambos poetas se profesaron; veremos en diversos estudios la particular cosmogonía lírica y dramática de sus creaciones; en otros, asistiremos al análisis de sus rasgos estilísticos más singulares, al conocimiento de las influencias que marcaron su devenir creador; viajaremos al plano cuasi metafísico de su trascendencia post-mortem, convertida en filosófico axioma de inmortalidad; contemplaremos, en definitiva, la contundencia de un oleaje textual que horada la curiosidad lectora con la clarividencia de predecir que no nos dejará indiferentes.

          Constataremos, de igual forma, la archiconocida regla matemática según la cual el orden de los factores no altera el producto: el lector puede elegir entre acometer la lectura en el justo orden de edición o, por el contrario, “rayuelear” a discreción; avanzar concienzudamente o volver atrás para captar matices que antes no se percibieron. No hay jerarquías preestablecidas en el erudito muestrario, y todo invita a derribar sesgos interesados, a volatilizar discrepancias que no existieron… Sólo hay que dejarse llevar por el albur de la letra impresa.

          Mas, como aviso a navegantes, sostenemos que esta obra no confraterniza con el vertiginoso y habitual modus vivendi: sus páginas requieren una lectura reposada, pausada, reflexiva, sensible a la evocación poética e histórica… Búsquese, pues, un entorno apacible para deleitarse en ella.

          Descubriremos así, con el profesor Juan Carlos Rodríguez, la inaudita semejanza entre Lorca y Freud a través de sus negatividades existenciales: el amor, sinónimo lorquiano de tragedia e imposibilidad; la muerte, que excluye el todo y es la negación de lo absoluto; el enemigo invisible, que es el que existe sin que el perseguido tenga constancia del motivo que incita a la persecución… La sublimación de esta tríada evoca en el lector aquellas hernandianas laceraciones: “vengo con tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida…”

          Y reconoceremos “herida hasta los huesos”, de la mano de P. Valdivia, a una España en la que Leopoldo Panero, magistral funambulista de la censura, glosa la trascendencia universal de la figura y la obra lorquiana, su compromiso con los principios fundamentales de justicia y solidaridad, en un alegato que domeña el reduccionismo crítico que encorsetó en falsos estereotipos (gitanismo, feminismo, homosexualidad) a la hipersensibilidad del objeto literario.

          Esa herida se transmutará en “quejío” milenario por obra y gracia de C. Maurer, con la escenificación del flamenco puro que entusiasmó a Federico: aquel cante popular considerado “poesía niña”, que trasciende su obra para erigirse en espíritu telúrico escindido de un prostituido flamenco (“apoyao en el quisio de la mansebía”), cultivo de café-cantante.

          Abierta la herida, supurará sangre, misterio, dolor, oscuridad y parálisis tornando a la lírica del Poema del Cante Jondo, magistralmente evocado por C.B. Morris en la búsqueda de la esencia andaluza que el sublime poemario derrama por todos su poros.

          Y en ese reguero sangrante, penetraremos en el desgarrado Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, meticulosamente diseccionado por A.A. Anderson para mostrarnos la analogía hiperbólica de la vida y de la muerte, no ya del amigo, sino la de todo ser humano; clarividente certidumbre, quizás, de la inminente muerte propia.

          La extrema sensibilidad lorquiana, ¿deviene en las reminiscencias homosexuales que impregnan su obra, como sostiene Mateos Mira? ¿Se transmuta en la peculiar estética del diminutivo, en cuyas raíces bucean Aparicio y Sánchez? ¿Busca la protección divina en la metáfora de la Córdoba lejana y sola que Gahete Jurado advierte bendecida por al Arcángel San Rafael?

          Desbordará estos diques –creemos-, e inundará una dramaturgia que fascina al artista porque en ella su poesía “encarnada, tangible, sensible”, será llevada a escena. Y en esta dimensión transitaremos guiados por otro elenco de investigadores que despejarán, para nosotros, la tupida fronda de su universo dramático:

          Acá, Campos y Quiles muestran una panorámica vital cuyo periplo neoyorquino deviene en compromiso y transgresión. Acullá, de Ros y Harretche exploran, en sendos estudios, el catálogo de voces que conforman las obras teatrales más desconocidas del poeta, las que él llamó “comedias impresentables”, vanguardistas representaciones de influjos trasantlánticos que convierten al espectador minoritario en muchedumbre a la cual, según constata Dougherty en su estudio, el dramaturgo aspira.

          Avanzaremos, magistralmente guiados por Remedios Sánchez y Ramón Martínez, artífices de la esplendorosa compilación, por la singular cosmología de los personajes lorquianos: una flamígera constelación que fusiona el sentimiento del pueblo llano con la hondura lírica  -desbordante en Bodas de Sangre- y aprehende el concepto de “mujer total” a través de modelos de mujer creados (y recreados) como sujeto agente desencadenante de la tragedia masculina y, por ende, de la suya propia.

          Seremos testigos, finalmente, de la trascendencia universal del poeta granadino a través de los testimonios de Roca y Roland, investigadores uruguayos que dan fe de su relevancia allende el océano. Y, con la profesora Dolfi, nos indignaremos ante el “maremágnum de mentiras y omisiones” que supuso, en la prensa italiana, la trágica noticia del  vil asesinato.

          Así, deslumbrados por el fulgor del indescriptible astro lorquiano, entornaremos la granadina ventana –que más tarde abriremos, en un postrer ejercicio didáctico-  para abrir de par en par los recios postigos de la huerta alicantina, en cuyas tablas aguarda la lírica de Hernández, exordio y colofón de la peripecia vital de su autor.

          Llegados aquí, una nueva andanada de erudición cimenta el interés de los siguientes textos, a través de los cuales asistimos a una glosa del artista oriolano en sus múltiples dimensiones.

          Enarbolando la bandera de la libertad por la que el poeta “sangra, lucha y pervive”, rememoraremos el inalienable lema que Eslava Ramírez identifica en sus tres facetas creativas (poesía, teatro, periodismo), indiscutiblemente reconocido en sinceros testimonios de sus coetáneos.

          Morales Lunas nos alejará, en esclarecedora reinterpretación, de la recepción crítica que consideró su lírica más propagandística que militante, y abundaremos en ello complaciéndonos con la lectura fragmentada de su abundante epistolario, que J. L. Ferris reproduce para darnos cumplida cuenta de sus avatares existenciales.

          Navegaremos después, con M. A. García, por los sinuosos meandros de su naturaleza poética, que partirá de la orilla católica influencia del amigo Sijé para desembocar en el rotundo estuario nerudiano.

          Irá, más tarde, nuestra nave, al socaire del “Viento del pueblo” resguardada así de aires más recios. Balcells descubrirá para nosotros una brisa poética plagada de “ideologemas”, acertada definición de Rei Berroa para clarificar el arte verbal del poeta.

          Prestos en el avance, izaremos el velamen de la obra dramática con la inestimable ayuda de Díez de Revenga, y bruñiremos los cañones de un “teatro en la guerra” que Mariano de Paco nos descubre cual retórico armamento, para desentrañar más tarde, con Martín de Vayas, los abundantes entresijos de su texto escénico.

          Rescataremos de las procelosas aguas la interminable epístola nerudiana lujosamente embotellada por la profesora Pulido, y perfumaremos el aire con los efluvios de la “rosa blindada” que Larrabide nos trajo del Madrid sitiado.

          Iremos, así, culminando nuestra singladura, absortos en los vericuetos del Cancionero y Romancero de ausencias, interpretado por López Martínez con la contundente partitura del verso desnudo y polifónico.

          Y al fin, avistaremos tierra en una tríada de islotes que resguardarán a las nuevas generaciones ante los embates de la ignorancia. Al acompasado son de dos juglares contemporáneos, tres faros refulgentes, maniobrados por profesores curtidos en mil batallas, emitirán la excelsa luz que alumbre a esas jóvenes inquietudes.

          Vengan, pues, a deleitarse en estas páginas, donde el arácnido no puede tejer la telaraña de la estulticia ni el pérfido alacrán hincar el aguijón de lo mundano.