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Revista de estudios filológicos
Nº24 Enero 2013 - ISSN 1577-6921
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reseñas

EXERCICES DE SURVIE DE JORGE SEMPRÚN

Jaime Céspedes

(Université d’Artois. Arras. Francia)

 

 

 

La editorial Gallimard publicó en noviembre de 2012 el libro póstumo de Jorge Semprún Exercicies de survie, que debería aparecer traducido al español en breve. Según se dice en la propia obra, el autor llevaba escribiéndolo desde 2005, lo que puede parecer sorprendente cuando vemos que solamente 95 páginas aparecen en el volumen de Gallimard, sin contar la introducción de Régis Debray. Como era habitual en el autor, sus proyectos se interrumpían mutuamente y en esta ocasión varias razones pueden ser aducidas para entender por qué Semprún no pudo terminar este libro, entre las cuales estarían los numerosos homenajes que recibió en sus últimos años de vida, su colaboración en los guiones de los telefilmes franceses Aquellos fueron los años (Ah, c’était ça la vie!, 2008) y Tiempo de silencio (Le Temps du silence, 2010) y la edición de una selección de sus discursos desde 1986 con el título de Pensar en Europa (2006), titulada en su edición francesa Vous avez une tombe au creux des nuages (2010).

 

Con Exercices de survie se cierra un año de publicaciones destacadas en la bibliografía sempruniana. En enero, la editorial Grasset recuperó en un libro titulado Si la vie continue... las entrevistas que el periodista Jean Lacouture le había hecho en 1996 para France Culture. En abril, la misma editorial Gallimard, en su colección “Quarto”, reeditó en un solo volumen titulado Le Fer rouge de la mémoire toda la literatura llamada concentracionaria de Semprún, es decir, sus cinco obras relacionadas con su experiencia como deportado en el campo de concentración de Buchenwald desde principios de 1944 hasta la liberación del mismo en abril del año siguiente. Incluye esta edición una generosa cronología ilustrada del autor en setenta páginas, un glosario de autores, obras, hechos y otras referencias recurrentes en sus libros, y una selección de otros textos menores, algunos de los cuales aparecieron ya en el citado volumen Vous avez une tombe au creux des nuages y otros como prólogos a obras de terceros. En marzo, la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona le dedicó al autor un simposio cuyas actas están en prensa. En septiembre, la editorial Peter Lang publicó nuestro primer volumen del estudio crítico sobre toda su obra Jorge Semprún. Claves de interpretación. El año anterior la colección de estudios cinematográficos CinémAction dedicó un número a su papel como guionista titulado Cinéma et engagement: Jorge Semprún scénariste, y en noviembre la revista República de la Letras de la Asociación Colegial de Escritores de España dedicó su número 124 al autor.

 

A pesar de que la obra que comentamos en estas líneas, Exercices de survie, deba ser considerada con todo derecho como una obra inacabada, no hemos de pensar que las páginas publicadas por la editorial habitual del autor estén en estado de borrador absoluto. Semprún declaró en muchas ocasiones que tardaba mucho tiempo en dar por terminado un libro, que escribía sin plan estructural preconcebido, y que la finalización de sus manuscritos era el resultado de mucho tiempo de reflexión y correcciones. Precisamente por ello tenemos ahora unas páginas tan cuidadas como de costumbre, escritas y retocadas a lo largo de seis años, aunque fuese de manera interrumpida. Las páginas que debían continuar las que están publicadas seguramente sí tengan una apariencia de borrador menos homogéneo. El propio Semprún afirmó que “la primera parte está prácticamente terminada” en 2010, en el documental L’Écriture et la Vie (de la serie Empreintes) que le dedicó el último director con quien colaboró, Franck Apprederis. Es de suponer, pues, que el autor, hospitalizado en varias ocasiones, estuviese de acuerdo para que se publicase póstumamente esa primera parte si no conseguía prolongar el manuscrito.

 

La intención de Semprún en Exercices de survie es plantear la cuestión que más necesitaba aclaración de entre todas las que componen su compleja imagen autobiográfica y pública, una cuestión de la que reconocía en el citado documental haber “hablado muy poco” en sus anteriores obras: la de precisar hasta qué punto fue torturado por la Gestapo a finales de 1943, antes de ser deportado al campo de concentración de Buchenwald. Desde nuestro punto de vista, no solamente habría que entender la intención de Semprún al referirse por fin abiertamente a este aspecto como una muestra de heroísmo, sino también como una cuestión verdaderamente identitaria. Semprún venía insistiendo en sus libros y escritos de sus últimos veinte años de vida en que lo que se consideraba realmente, más que un “excomunista”, era un “deportado”, prefiriendo incluso retirar el prefijo de la denominación que antes solía usar de “exdeportado” con el fin de darle un carácter identitario permanente. A nuestro entender, no hemos de ver en ello un conflicto que algunos podrían llamar sencillamente sicoanalítico, sino que hemos de ver el uso que Semprún hacía de esta etiqueta como algo que conllevaba una serie de presupuestos que él deseaba que fuesen inseparables de su imagen pública, pues el hecho de haber sido deportado a un campo de concentración supone necesariamente que antes fue detenido e interrogado o enjuiciado de alguna manera, así como su condena supone que formó parte de un grupo de resistencia.

 

Semprún no había insistido antes de su obra póstuma en el hecho de que fue torturado, aspecto que solía omitirse en la mayoría de las presentaciones que se hicieron del autor en vida, que sí insistían en su carácter de resistente y de deportado, lo que nunca fue suficiente para que Semprún fuese condecorado oficialmente en vida al nivel que lo fueron otros resistentes como Stéphane Hessel (antiguo deportado de Buchenwald también y condecorado con la Legión de Honor en Francia). En Exercices de survie Semprún parece buscar implícitamente ser asimilado a Hessel, en particular al ofrecerse en la página 47 del libro[1] para un encuentro público con él, lo cual no es nada habitual en Semprún, quien reconoce en esa misma página que no le gustan los encuentros con antiguos deportados en general, aunque sí le hubiese gustado un encuentro con Hessel en condiciones parecidas, podemos imaginar, a las de la conversación que mantuvo con otro superviviente de Buchenwald y premio Nobel de la Paz, Elie Wiesel, emitido por la cadena de televisión Arte el 1 de marzo de 1995, que incluso se publicó ese mismo año en un libro independiente titulado Se taire est impossible. La asimilación implícita a Hessel (quien realmente salvó la vida en Buchenwald gracias a un cambio de identidad realizado con un prisionero fallecido, como explica en el capítulo VIII de su autobiografía Mi baile con el siglo) podía ya presentirse en la anterior obra autobiográfica concentracionaria de Semprún, Viviré con su nombre, morirá con el mío (2001), cuyo argumento gira en torno al cambio de identidad que su personaje autobiográfico realiza con la de un moribundo para librarse de una convocatoria de los SS tras la que teme la posibilidad de una ejecución.

 

Cierto es que para que Semprún alcanzase altos reconocimientos oficiales jugaba en su contra el hecho de que hubiese sido uno de los Prominenten del campo de concentración de Buchenwald, cuestión que reconoció y explicó en la anteriormente citada Viviré con su nombre, morirá con el mío. Semprún fue acogido por los comunistas que organizaban el campo internamente, lo que, sumado al hecho de que hablaba perfectamente alemán, le permitió ser designado para ocupar un puesto de tipo administrativo y verse exento de la posibilidad de ser enviado a un campo de trabajo externo donde se moría por extenuación. Pero cierto es también que Semprún podría haber sido condecorado ‘simplemente’ como resistente, independientemente de la posición que ocupó después en el campo de concentración. De hecho, ya desde su primera obra, El largo viaje (1963) Semprún nunca dejó de afirmar que fue resistente en un maquis en Borgoña en el verano de 1943. Sin embargo, su propio estilo narrativo también jugaba en contra de ese anhelado reconocimiento, sobre todo a causa de tres de sus más evidentes características: su alto grado de literariedad, su falta de precisión en detalles y fechas, y el hecho de que reconociese abiertamente en sus entrevistas e incluso en sus propios libros que introducía elementos inventados en obras que se acogen en principio al pacto autobiográfico. Tal fue siempre la particularidad del pacto autobiográfico de Semprún: el lector tiene que aceptar el hecho de que algunos elementos estén inventados, justificando el autor su inclusión como necesaria para la verosimilitud del conjunto del relato autobiográfico. La intención de Semprún no es en última instancia ficcional: a nivel pragmático, sus obras concentracionarias son recibidas por la mayoría de sus lectores como autobiografías más que como novelas. Sin embargo, si el grado o porcentaje nunca determinado con precisión por el autor ni por sus narradores de lo inventado en el contenido de sus obras concentracionarias no ha impedido que puedan ser leídas como autobiografías, este hecho sí ha impedido que su contenido pueda ser plenamente considerado como un testimonio fehaciente para los historiadores.

 

Semprún, sin renunciar a ese tipo de pacto en ninguna de sus obras concentracionarias, se esforzó por reclamar más atención de los historiadores. El mejor ejemplo de ello quizá sea su afirmación en La escritura o la vida, en el telefilme Tiempo de silencio (que es fundamentalmente una adaptación de La escritura o la vida) y precisamente en las páginas finales de Exercices de survie de que el teniente del ejército norteamericano Alfred Rosenberg contó con su testimonio en los días inmediatamente posteriores a la liberación del campo de concentración para elaborar el informe oficial conocido como The Buchenwald Report. Como leemos en las páginas finales (de las publicadas) de Exercices de survie, Semprún quería desarrollar e insistir de nuevo en su encuentro con Rosenberg en las páginas que debían completar el libro. Seguramente habría dado allí más datos que en La escritura o la vida de su encuentro con él, aunque en un discurso de 2003 (“Las víctimas del nacionalsocialismo”, recogido en el volumen Pensar en Europa) ya había revelado que en La escritura o la vida el personaje de Alfred Rosenfeld representaba a Albert Rosenberg y que cambió el nombre para proteger su intimidad, literalmente “por respeto del narrador: ignoraba si el oficial estadounidense había muerto ya o si seguía vivo. En este último caso, ¿podría haberse sentido herido por la imagen que yo había trazado de él?”. Sin embargo, la propia justificación de Semprún en ese discurso pudo perjudicar su supuesta calidad de testimonio histórico, ya que no parecía que hubiese razón alguna para pensar que el oficial pudiese sentirse particularmente “herido” por la imagen que Semprún daba de él en La escritura o la vida, cuando lo llamaba Alfred Rosenfeld. ¿De qué podría haberse sentido herido cuando lo que se dice de él en ese libro es elogioso? ¿Acaso ese encuentro fue uno de los elementos que Semprún suele inventar? ¿O no se produjo en los términos en que Semprún lo recrea? Lo que sí está claro es que esa denominación desautorizaba al verdadero Albert Rosenberg en 1994 a identificarse con el personaje del libro. Por ello, ni siquiera el recurso a la conversación con el verdadero Rosenberg, hábilmente introducido también en una escena de Tiempo de silencio, podía tener garantías de ser visto como un testimonio histórico del autor. De ahí surge la motivación que se anuncia en las páginas finales de Exercices de survie, que pretenden confirmar no solamente que ese encuentro tuvo lugar, sino también que Semprún y el oficial se hicieron amigos, como la continuación de la obra habría intentado mostrar.

 

Lo que sí muestran las páginas publicadas es el esfuerzo de Semprún por ser considerado como alguien que sufrió la tortura de los nazis antes de su traslado a Buchenwald. Dado que su insistencia en definirse como “exdeportado” y más tarde como “deportado” no conllevó un reconocimiento oficial en Francia como resistente merecedor de las más altas distinciones por méritos de guerra, Semprún decidió desarrollar el episodio autobiográfico con el que mejor podía insistir de nuevo implícitamente en ello. Semprún nunca achacó la tortura a la que afirmó haber sido sometido a la policía o a los soldados franceses del régimen de Pétain, sino solamente a policías y soldados nazis, cuya identidad, como es normal, desconocía. Aunque no siempre contó, a lo largo de sus libros, los detalles de la situación de su detención de la misma manera, siempre afirmó haber sido detenido y encarcelado directamente por nazis. La intención principal de las páginas que tenemos de Exercices de survie es no solamente declarar que fue torturado, sino también fijar el nivel de tortura que sufrió, pues era consciente de que en sus obras nunca había abordado con detalle esta cuestión, como hemos dicho, lo cual puede relacionarse con su principio literario de no pretender ganarse el afecto del lector por medio de una enumeración o descripción de crueldades que para Semprún eran signo de mala literatura, como muy a menudo insistían en declarar los narradores y personajes autobiográficos de sus obras.

 

La estrategia argumentativa para establecer hasta qué grado fue torturado consiste en exponer primero, por medio del narrador, los diferentes niveles de tortura que ejercían los nazis, que, tal como se dice en la página 32, podrían resumirse en seis, literalmente: “golpes de porra, suspensión en una cuerda con las manos esposadas, privación de sueño, bañera, desgarramiento de uñas, descargas eléctricas in crescendo”, para afirmar después el narrador, en una sola ocasión (en la página 56) que “la bañera fue el último estadio del tratamiento que me fue infligido, sin resultado, antes de ser olvidado de repente como una carga inútil por una Gestapo saturada de trabajo” (traducción literal nuestra del original francés). Con ello quiere manifestar Semprún que, aunque no fuese torturado “hasta el final”, no puede quedar duda de que sí fue torturado, dando a entender en su manera de contarlo que si la Gestapo no llegó hasta el final habría sido porque habría visto “de repente” que no merecía la pena seguir torturándolo (y que por ello habría sido visto como “una carga inútil”). Esta manera de decir hasta qué punto fue torturado tiene implicaciones que Semprún no había sugerido antes. Hasta entonces, Semprún únicamente había afirmado en alguna entrevista, sin dar detalles, como en la entrevista realizada por Jean Lacouture que hemos mencionado anteriormente, que lo que sufrió fueron “golpes y bañera”, pero la manera prácticamente telegráfica en que lo decía, su rechazo a dar detalles y su afirmación de que nunca reveló nada por medio de la tortura hacían que no se pudiese saber qué le sucedió exactamente durante el tiempo en que estuvo detenido antes de que se decidiera su deportación a un campo nazi cuya gobernación interna estaba controlada por comunistas, como el de Buchenwald. Semprún sentía la necesidad de retomar el tema desde el principio, aunque, insistimos, rechazando recrearse en la violencia o servirse de detalles crueles para conmover al lector. Fiel a ese principio, Exercices de survie carece de los detalles que, aunque no fuesen muy abundantes, sí dio, por ejemplo, Stéphane Hessel en Mi baile con el siglo, donde además el autor reconoció que hubo de confesar ciertas cosas para dejar de ser torturado. Semprún, por el contrario, implica a través de una conversación que recrea con su jefe de la resistencia (con quien se encuentra en Buchenwald), que, como siempre mantuvo, nunca denunció a nadie bajo tortura y que habrían sido los nazis quienes se habrían dado cuenta de que no merecía la pena seguir torturándolo. Sin embargo, Semprún no alude en las páginas publicadas al hecho que sí recordó en Viviré con su nombre, morirá con el mío de que los nazis lo consideraron como un prisionero político, como consta en la ficha que se conserva de su entrada en el campo de concentración de Buchenwald, ya que la documentación verdadera que tenía cuando lo detuvieron permitió que se comprobase que era nieto de Antonio Maura, sobrino de Miguel Maura e hijo de José María Semprún Gurrea. No queremos decir que al joven Semprún se le reconociese el nivel de importancia política que tenía el exjefe de gobierno francés Léon Blum, por poner el ejemplo de un prisionero político que los nazis alojaron en un chalet aledaño al campo de Buchenwald, pero la importancia política de su familia también puede ayudar a entender por qué Semprún no fue torturado “hasta el final”.

 

Así, Exercices de survie funciona pragmáticamente como el intento de Semprún por añadir plenamente la calificación de “torturado” a la de “deportado” o “exdeportado” con que se identificaba continuamente en sus libros y entrevistas, con el fin de ser plenamente reconocido al más alto nivel oficial como el resistente que fue en 1943. A este respecto, hay que señalar que el equipo editorial que elaboró la biografía que la editorial Gallimard realizó para el volumen Le Fer rouge de la mémoire afirma (en la página 80) que el primer ministro francés Dominique de Villepin solicitó para Semprún en 2005 la Legión de Honor francesa a título militar, con el comentario “la única concebible para el escritor”. Imaginamos que tal petición pudo haber sido perfectamente una de las consecuencias de la colaboración de ambos hombres en el libro que firmaron juntos ese mismo año, El hombre europeo, pero no tenemos noticias de que tal solicitud haya prosperado. No es de extrañar, pues, el deseo de Semprún de dedicar su última obra a la única cuestión a través de la que todavía podía mostrar implícitamente que merecía tal distinción, aunque, una vez más, no por ello pueda garantizarse que Semprún sea póstumamente condecorado con la Legión de Honor, ya que esas características de su estilo a las que hemos aludido siguen jugando en su contra, no para el reconocimiento que tiene entre sus lectores, insistimos, sino para un mayor reconocimiento oficial y estatal. La indicación de “relato” (récit) para presentar esta obra póstuma en la portada del libro perjudica aún más su consideración como testimonio histórico, aunque esté en consonancia con las palabras del propio narrador de la obra (en la página 99) acerca de su propio estilo: “Un relato se pone en marcha por sí mismo, una especie de nebulosa narrativa, mezclando ficción posible y realidad histórica”.

 



[1] No estando la traducción española publicada todavía, siempre nos referimos aquí a las páginas de la edición francesa.