estudios
VESTIDO Y CONTRARREFORMA EN
María Albaladejo Martínez
(Universidad Católica de San Antonio. Ciencias sociales y comunicación.
Departamento de Educación. Murcia, España)
RESUMEN:
En la segunda
mitad del siglo XVI la apariencia de la monarquía española comenzó a
experimentar diversos cambios en favor de una imagen más sobria y moderada.
Buscando el
origen de esa transformación del traje cortesano se ha hallado que, a medida
que los teóricos del Concilio de Trento comenzaron a reflejar en sus tratados
ciertas consideraciones sobre la manera de vestir, se fue desarrollando en
España una nueva moda cortesana.
Humildad y
decoro fueron los valores que primaron en la apariencia de la monarquía de
Felipe II. Especialmente a través de las reinas e infantas. El traje femenino
durante este periodo reflejó un nuevo concepto de feminidad que propugnaba la
compostura y lo pudoroso.
El presente
artículo trata de abordar el análisis de diversos textos escritos a partir del
Concilio de Trento y su posible influencia en el contexto femenino del momento.
Palabras clave: Contrarreforma, Monarquía, Felipe
II, mujer, vestido.
ABSTRACT:
In the XVI century, the image of the
Infant of Spain was a symbol of her female identity, model of her royal status
and a sensible manifestation of the spirit which reigned in Philip II´s
court.
Isabel Clara Eugenia and Catherine
Michelle, daughter´s of Philip II and Isabel de Valois, embodied a distinguished
appearance, paradigmatic and sobering, of the moral and asthetic values of the
Spanish monarchy according to the Counterreform. The decorum of their dresses,
the containment of their manners and the religious manners where a
reflection of the new meaning of feminity, according to the Christian ideology
of the institution they represented.
Therefore, in this essay, the
influence of the Counterrform is being analyzed, in the creation of the
image of Isabel Clara Eugenia and Catherine Michelle, and of those elements of
their appearance which, belonging to their gender, gave prestige to the power
of the monarchy and personified the approaches shown after the Council of
Trent.
Keywords: Counterrform, Monarchy, Philip II, woman,
costume
La contrarreforma en
España y las nuevas modas. Contextualización Histórica.
En la segunda mitad del siglo XVI
la apariencia de la monarquía española comenzó a experimentar diversos cambios
en favor de una imagen más sobria y moderada[i].
Buscando el origen de esa transformación
del traje cortesano se ha hallado que, a medida que los teóricos del Concilio
de Trento comenzaron a reflejar en sus tratados ciertas consideraciones sobre
la manera de vestir, se fue desarrollando en España una nueva moda cortesana.
Humildad y decoro fueron los
valores que primaron en la apariencia de la monarquía de Felipe II.
Especialmente a través de las reinas e infantas. El traje femenino durante este
periodo reflejó un nuevo concepto de feminidad que propugnaba la compostura y
lo pudoroso[ii].
Las
diversas contiendas militares contra la herejía y en el deber de transmitir las
ideas del Concilio de Trento en España, marcaron la trayectoria de la monarquía
hispánica y su lucha por mantener su supremacía en Europa[iii]. Conflictos como
Bajo el
propósito de evitar la desmembración ideológica y política de su imperio, la
corte de Felipe II encarnó los planteamientos expuestos por
A
comienzos del siglo XVI, la moda era muy colorida y variada. La convivencia en
España de los diferentes estilos de vestir acaecidos en los territorios del
imperio de Carlos V, dio lugar en la península a una moda heterogénea en cuanto
a diseños y colores[vi]. Sin
embargo, conforme estos diferentes modos de ataviarse se fueron entremezclando
y asimilándose en uno solo, fue surgiendo la moda española propiamente dicha,
genuina y original de la corte de Felipe II, que se caracterizó además de por
la escasa variedad en sus formas, por su rigor, contención e impronta decorosa,
de acuerdo a la moral Contrarreformista[vii].
A menudo
solía verse a Felipe II, vestido de negro, con cierto tono sobrio y
severo, haciendo gala de una apariencia
muy diferente de la que exhibieron en su día los reyes que le precedieron.
Según la historiadora Marzia Cataldo Gallo, “El negro tuvo una difusión
creciente, proporcional a la expansión política de España y
<<favorecida>> por la
gravísima crisis, provocada por la reforma luterana, que en los primeros
decenios del siglo XVI sacudió los cimientos de
Felipe
II, interesado por hacer prevalecer el espíritu sobrio y humilde de
Ese ánimo
ejemplarizante, instigador de devotas y buenas costumbres, trajo consigo nuevos usos y modas en la
península hispánica que transformaron entonces la apariencia de las reinas e
infantas de
El
carácter nacional y contrarreformista del traje femenino fue mucho más
acentuado que en la indumentaria masculina[ix]. La mujer, circunscrita a la
vida familiar, se hallaba menos predispuesta a adoptar matices foráneos en sus
atavíos y más orientada a acoger los preceptos que de
Conforme
a ello, a partir de los años sesenta del siglo XVI, el traje de la mujer
intentó borrar todo signo de sexualidad, siendo la indumentaria de reinas e
infantas el testigo principal y el modelo a seguir.
A través
de las reinas Isabel de Valois, Juana de Austria y las infantas Isabel Clara
Eugenia y Catalina Micaela, se observa como la apariencia hacia el último
cuarto del siglo XVI, comenzó a representar un nuevo modelo de mujer acorde con
la contención y la moderación. Los escotes, que tanto gustaron de lucir a sus
antecesoras, desaparecieron para vestir una
indumentaria más recatada que cubría por completo sus cuerpos. El uso
combinado de esta vestimenta con algunos artificios irrumpieron dando lugar a
una moda con una gran carga simbólica. Estructuras como el verdugado y las
tablillas de pecho escondían las formas femeninas y reducían la silueta a una
figura geometría formada por dos triángulos invertidos. La amplitud que tomaba
entonces la parte baja del vestido conquistaba el espacio y les otorgaba
distancia y gravedad, asemejando la apariencia de las soberanas y princesas de
la dinastía de Habsburgo a la de una imagen de vestir, intocable y repleta de
artificios.
Estos
cambios obedecieron las nuevas corrientes de pensamiento instauradas por los
teóricos de Trento. Como señala Kamen: <<la guerra contra la carne
caracterizó la mayor parte de las publicaciones de
Consideraciones sobre el modo de vestir en algunos
teóricos de la Contrarreforma
Las consideraciones, que
Aunque la vida
religiosa, no consiste en el hábito, es no obstante debido, que los clérigos
vistan siempre hábitos correspondientes a las órdenes que tienen, para mostrar
en la decencia del vestido exterior la pureza interior de las costumbres (…)
Traigan siempre,
además de esto, vestido decente, así en la iglesia como fuera de ella:
absténgase de monterías, y cazas ilícitas, bayles, tabernas y juegos;
distinguiéndose con tal integridad de costumbres, que se les pueda llamar con
razón el senado de la iglesia[xv]. (Sesión XXIV,
capítulo XII)
Ante la
necesidad de predicar la doctrina de la castidad a la sociedad, muchos
tratadistas de la época también hicieron alarde de estos postulados,
sucediéndose así, gran cantidad de textos que pregonaban la decencia. La mujer,
punto de mira de muchas críticas por parte de los eclesiásticos, era quien
debía de guardar estos preceptos con mayor rigor acusada de apartar al hombre
del camino de la virtud[xvi].
Estas ideas que se trasmitieron del ámbito religioso al civil, alcanzaron
un gran ímpetu en la corte. <<Inmediatamente que concluyó el Concilio de
Trento sus tareas, fue el primer cuidado de Felipe II mandar por un decreto la
observancia más estricta en todos sus dominios de cuanto en aquella asamblea se
había decretado (…) Fue sin duda Felipe II el príncipe católico que con más
ardor trabajó y con más eficacia porque tuviese efecto. Sin duda era el primero
de todos ellos en ser y preciarse de ser un hijo obediente de la
iglesia>>[xvii]. Conforme a ello, fueron gestándose obras
escritas que se hacían eco de estos pensamientos.
Francisco de Guzmán, hombre de la
corte de Felipe II, coronel de la infantería de la guardia española desde el
reinado de Carlos V, publicó en el año
1565 su obra Decreto de Sabios. En
ella, su autor, en clave de soneto, daba recomendaciones para convertirse en un
hombre sabio cultivando diversas cualidades y evitando ciertos peligros. El
tratado, que está dedicado a la sabiduría, virtud, prudencia, justicia,
fortaleza, templanza, modestia, liberalidad, amistad, amor, fortuna, miseria, locura, avaricia, ira, envidia,
elocuencia, arte militar, avisos a los
príncipes y varias sentencias, muestra la preocupación por mantener una actitud
prudente ante la mujer. En lo que se
refiere a la avaricia, Francisco de Guzmán advierte que el dinero <<saca del buen
sentido mil vezes a los prudentes>>
y la codicia es capaz de “turbar
la prudencia” tanto como la mujer y el
vino [xviii].
Algunas de estas reflexiones las
expresaba el dominico español, Fray Luis de Granada, en el manuscrito titulado Guía de Peccadores: en la qual se trata
copiosamente de las grandes riquezas. Este
texto, de 1568, aprobado y revisado por
el Concilio de Trento, pone de
manifiesto la relación que la iglesia le
atribuía al pecado, la apariencia y la mujer. Para Luis de Granada era conveniente <<guardar con
diligencia todos los sentidos: mayormente los ojos de ver cosas que te pueden
causar peligro (…) Y porque el mirar inconsideradamente las mugeres, o inclina,
o ablanda la constancia del que la mira: nos aconsejo el Eclesiástico diciendo,
No quieras traher los ojos por los rincones de la ciudad, ni por sus calles, o
plazas: aparta los ojos de la muger ataviada y no veas su hermosura. Para lo
qual nos debería bastar el exemplo del Santo Job, que (con Job ser varón de
tanta santidad) guardaua muy bien sus ojos (como el mismo lo confiessa) no
fiándose de sí, ni de tan largo uso de virtud, como tenia. Y si esto no basta,
a lo menos devería bastar el de Dauid: que siendo varón santíssimo, y tan
hecho, a la voluntad de Dios, basto la vista de una muger para traerle a tres
tan grandes males, como: fueron, homicidio, escándalo y adulterio>>[xix].
La castidad y el pudor eran
entonces valores fundamentales, que podían remediar la pérdida de la virtud, y
el vestido la manifestación sensible para evitarlo. Conforme a ello, cuando
Felipe II autorizó en
La gracia de la
moderación y la modestia, el cuydado de la honestidad, la consideración del
honesto y decoro se considera y busca. Assí que hemos de tener vna orden de la
vida, y traer los fundamentos desde la verguença, que es compañera y familiar
de la tranquilidad, y placer del entendimiento, enemiga de la deverguença,
agena de toda luxuria: ama la templança y sobriedad, abraça la honestidad, y
requiere y busca aquel decoro y honesto[xxi].
Igualmente, se refiere al modo de orar de la
mujer y a la decencia del atavío femenino diciendo:
Este decoro y
honra, asi como más excelente que todas las otras cosas, es de creer que le
damos a Dios. A la muger también conviene en hábito ataviado orar: pero
especialmente le conviene orar cubierta, y prometiendo castidad con buena
conversación[xxii].
De acuerdo a estos textos, tan sólo
un año más tarde, en 1576, Massimiliano
Calvi dedicaba Del tractado de la
hermosura y del amor, a la <<Magestad de
Ana de
Austria y las infantas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela encarnaron estos
valores con su soberbia y contenida apariencia, la cual sirvió de propaganda y
representación del espíritu que reinó en la corte de Felipe II y que años más tarde aún estaba vigente.
En 1618, Juan Márquez en Origen de
Porque según
doctrina de Santo ToMás fuera contra el decoro y decencia a que obliga a los
hombres la virtud de la honestidad, que
tiene por cosa horrible descubrir las partes que la naturaleza con tanto
cuydado escondió en el cuerpo, qué quanto ellas son menos dignas de parecer en
público, han de ser tratadas (como dize
San Pablo) con mayor honra, y cubiertas con Más decencia y ornato[xxiv].
Las hijas
de Felipe II representaron un hito, un modelo a seguir para sus sucesoras,
marcando un antes y un después en la apariencia de las soberanas e infantas de
El traje femenino en la corte de Felipe II. La
apariencia de Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela.
Las infantas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela reflejaron a través
de su apariencia el influjo en España de
los ideales de
Desde los años sesenta la indumentaria de la que hicieron gala las hijas
de Felipe II se caracterizó por su impronta ponderada y distinguida. Su
vestimenta cubría por completo el cuerpo femenino, envuelto y protegido por
varias piezas que componían el traje de etiqueta creando volúmenes y juegos de
artificio.
Por encima de la ropa semi-interior, la camisa y el manteo, las infantas
vistieron ciertos artilugios que, aunque no se mostrasen al exterior se intuían y se percibían dándole al vestido
de etiqueta su impronta honorable y solemne, y a las infantas la apariencia de
princesas cristianas con un porte y una belleza lánguida, a la vez que ampulosa
y delicada. A través del verdugado y las tablillas de pecho, el traje femenino español se convirtió en una
construcción suntuosa capaz de ensalzar y proteger la efigie regia de la
infanta de España. El verdugado y las tablillas de pecho se apropiaban del
cuerpo, lo ocultaban, limitaban sus movimientos y lograban unas dimensiones que
llenaban el espacio, estableciendo una distancia simbólica y física, que
otorgaba empaque y grandeza a sus figuras, contribuyendo a que la aparición de la infanta se asemejase a una
puesta en escena con tintes que oscilaban entre lo teatral y lo sacro.
Las tablillas de pecho acentuaban la delgadez y ocultaban las curvas
sinuosas del cuerpo femenino [xxv].
Asimismo, el uso de otras piezas
como la cota y la almilla contribuían a
acentuar la lisura del torso. La cota, que aparece documentada en las cuentas
de palacio desde 1579[xxvi],
consistía <<en un jubón fuerte y pespuntado, que ninguna arma podía
atravesar, usado desde antiguo a modo de armadura de cuerpo>[xxvii]
En un primer momento se fabricaba con cueros retorcidos y anudados pero, posteriormente,
según Covarrubias, pasó a realizarse con mallas de hierro o alambre gordo. Junto a él,
la almilla también aparece entre
las cuentas con fecha de 1597[xxviii].
Ésta era una especie de jubón ajustado al cuerpo de uso semi-interior que
constaba de mangas. Se utilizaba para el frío y para guardar algún objeto de
adoración, favoreciendo la desaparición del busto, oprimido también por este
corpiño[xxix].
El verdugado cubría la parte inferior de la figura y servía para dar
rigidez y ahuecar el traje exterior. Este armazón de madera, vestido a
continuación del manteo, se fabricaba con verdugos, ramas o renuevos de los árboles[xxx].
La flexibilidad de los verdugos permitía crear aros que se forraban y se
acoplaban a una enagua, dándole al vestido externo una gran amplitud[xxxi].
Su uso se difundió especialmente dentro del círculo cortesano, siendo fue muy
utilizado por las altas clases sociales y, muy pocas veces por el pueblo llano,
ya que era una pieza muy incómoda, que
impedía la libertad de movimientos en el trabajo[xxxii].
La saya, basquiña y jubón eran las piezas exteriores que configuraban el
traje de etiqueta propiamente dicho. La saya era un vestido de cuerpo entero
con cola, cerrado en ocasiones en su parte inferior por alamares y puntas[xxxiii].
Por el contrario, la basquiña consistía en una <<falda exterior cerrada y
sin cola>>[xxxiv]
que se vestía con jubón, un corpiño a juego de talle más puntiagudo[xxxv].
Ambos se caracterizaron por envolver la parte alta del busto, anteriormente
siempre al descubierto.
Desde entonces, la gorguera o lechuguilla adquirió gran protagonismo.
Este accesorio de encaje rizado, que
decoraba y abrigaba el cuello enmarcando el rostro, apareció en la indumentaria
cortesana en la segunda mitad del siglo XVI.
Recibió este nombre por su semejanza con
<<las ondas de las lechugas encarrujadas>>, que comenzaron
siendo pequeñas y en su tiempo, dice Covarrubias <<habían crecido tanto
que más parecían hojas de lampazos, que de lechugas>>. Su tamaño, su
rigidez y blancura la convirtieron
pronto en un símbolo de linaje, ya que sólo aquellas personas que no trabajaban
con sus manos, podían llevar un artefacto, cuyas dimensiones impedían mover la
cabeza airosamente, y cuyo color exigía limpieza e higiene[xxxvi].
Asimismo, de la cintura a los pies, el cuerpo quedaba totalmente oculto.
el guardapiés, pliegue de la parte inferior del vestido que ocultaba un
dobladillo, permitía tomar asiento sin descubrir los pies, un gesto inadecuado
y liviano para la moral de la época. Hernando de Talavera en su Tratado
sobre la demasía en el vestir, calzar y comer, escrito en 1477, daba testimonio de ello diciendo:
E avn porque la
honestad y verguença ha de ser mayor en las personas ecclesiasticas y en las
mugeres que en los seglares y en los varones
por esso los clérigos y mugeres trahen y han de traher ropas luengas que
cubran pies e piernas y no tanto los varones[xxxvii].
El protagonismo que adquirió el color negro en la vestimenta del siglo
XVI, fue otro de los aspectos más característicos del atuendo español durante
el reinado de Felipe II[xxxviii].
A finales del siglo XIV, la corte de Borgoña
adoptó este color en su vestimenta y lo transmitió al resto de cortes
europeas, siendo Felipe II quien lo popularizó interesado en encarnar el
espíritu recatado de la Contrarreforma[xxxix].
Los avances en lo que respecta a los tintes también contribuyeron a su
difusión. Desde el descubrimiento de América, el palo de Campeche, raíz de la
que se obtenía este colorante, otorgó la posibilidad de obtener un negro con
una tonalidad muy oscura y brillante hasta entonces nunca vista[xl].
Símbolo también de boato, este
color utilizado por la monarquía española reflejaba, según Pastoureau,
<<la fusión de dos negros: el
negro de los reyes y príncipes nacidos en la corte de Borgoña, emblema
de lujo y distinción, y el negro de
Baldassare Castiglione en su libro El
cortesano señalaba que el atavío
negro imponía distancia y gravedad con
estas palabras:
Me parece que tiene más gracia y autoridad el vestido
negro que el de otra colora y ya que no ser negro, sea a lo menos oscuro[xlii].
El hecho de que ofreciese la oportunidad de hacer desaparecer los últimos
coletazos de la colorida moda musulmana en la península, favoreció también su
uso y su estatus como seña de identidad de la corte española[xliii].
El negro fue uno de los signos distintivos de la monarquía hispánica, siendo un
color muy habitual en la vestimenta de Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela.
No obstante, cabe señalar que el colorido en la indumentaria de hijas del monarca Felipe II fue mucho más
rico y variado que en la del rey. De esta manera, la apariencia, de Isabel
Clara Eugenia y Catalina Micaela, atemperó la austeridad que reinaba en la
corte española de finales del siglo XVI y a través de sus vestidos y la riqueza
de sus adornos, expresaron el prestigio y la ideología de su padre. Mientras el
monarca hacía valer con su imagen sencilla las ideas de
La imagen de estas princesas perduró hasta prácticamente el primer tercio
del siglo XVII. Conforme los conflictos que acuciaban a la monarquía hispánica
fueron deteriorando su hegemonía política en Europa y mermando su economía, la
influencia de
En las postrimerías de esta centuria
Como el derecho de comerciar con las Indias sólo estaba reservado para
España, surgió el contrabando de mano de potencias extranjeras como Inglaterra,
quien violó frecuentemente el acuerdo de exclusividad, actuando su flota
constantemente, con barcos corsarios, en una guerra protagonizada por
Las
diversas complicaciones económicas y el agotamiento de los modos y modas que
surgieron en época de Felipe II, fueron declinando en tiempos de Felipe IV, el
interés por encarnar estas ideas a
través de la imagen de
Alonso de
Carranza señalaba esta influencia en su Discurso contra los malos trajes y adornos lascivos, escrito en el año de 1636.
Este
texto dice así:
Más todo efto es fombra de la penalidad que viven
nuestras españolas con el nueuo trage pomposo, y ya como a porfia y emulación
tan aumentado con nueuos, y extraordinarios instrumentos de enaguas
almidonadas, polleras, guarda-infantes de fuertes y doblados arcos (hafta de
hierro o alambre de grueffos hilos) verdugados con verdugos desde fu
nacimiento, con que andan[xlviii].
A
partir de entonces el traje español que
surgió animado por la doctrina de Trento desapareció, hallándose en las hijas
de Felipe II el emblema de la imagen regia y católica que su padre impuso.
Conclusiones
En
el siglo XVI, Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela, hijas de Felipe II y de
Isabel de Valois, encarnaron la apariencia insigne, paradigmática y
aleccionadora de los valores morales y estéticos de la monarquía española de
acuerdo con
La
literatura Tridentina y el carácter confesional de
Isabel
Clara Eugenia y Catalina Micaela atemperaron la austeridad que reinaba en
la corte española de finales del siglo XVI y subrayaron la importancia
de la contención y del decoro a través de su indumentaria mostrándose como
princesas cristianas. Ésta que, cubría
con totalidad sus cuerpos, disimulaba las formas femeninas y las hacía
inaccesibles a través del dominio del espacio, creando una barrera física y
simbólica entre las infantas y sus súbditos, de acuerdo a los principios de
castidad que el Concilio de Trento pregonó a través de sus sínodos.
En
el siglo XVI, la imagen de
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DOCUMENTOS
Archivo General de Palacio (AGP)
Sección Administrativa, Legajo
5214, Expediente 2. 1585.
Sección Administrativa, Legajo
5231.
Sección Administrativa, Legajo 904.
[i] Este
trabajo se ha realizado dentro del proyecto de investigación Imagen y Apariencia (08723/PHCS/08),
financiado por el Programa de Generación de Conocimiento Científico de
Excelencia de
[ii] A medida,
que las ideas de Lutero sobre una Reforma de
[iii] Sociedad
Estatal para
[iv] Con
Guillermo de Orange, como su principal líder y soberano desde 1581 estos
estados se independizaron sumiendo a España en una grave crisis económica,
política y religiosa.
[v] El
levantamiento de los moriscos obligados a convertirse al cristianismo,
contribuyó a la afirmación de la doctrina católica, propiciando una serie de
cambios que afectaron a los modos y modas de la monarquía española.
[vi] Bernis
Madrazo, C. (19962) señala que prendas flamencas, alemanas y borgoñonas sustituyeron al atavío de época de los Reyes
Católicos, caracterizado por una clara influencia musulmana, notoriamente
rechazada tras el avance de los turcos por el mediterráneo
[vii] Bernis
Madrazo, C. (1990). Según esta historiadora, <<el vestido
de los españoles durante el reinado de Carlos V fue el resultado de dos
corrientes distintas: nacionalismo por una parte, afluencia de modas
extranjeras por otra. Desde los últimos
tiempos de
[viii] Cataldi Gallo, M. (2004). Respecto
a la indumentaria femenina dice también esta autora que “se intentó idear un
tipo de vestido apto para comunicar con inmediatez los conceptos de seriedad,
rigor y control de las pasiones que caballeros y damas debían poner en el centro de su existencia”.
Ello explicaría el cambio a un atuendo
más sobrio.
[ix] Los hombres partícipes de
una vida más activa, estaban más predispuestos a seguir ciertos rasgos de las
modas extranjeras. No obstante, los numerosos conflictos bélicos a nivel
mundial fueron atenuando la tendencia a adoptar rasgos de la apariencia de las
potencias enemigas.
[x]
Kamen, K. (1998) Señala que <<Los teóricos de
[xi]
Ibídem, p. 299 En
teoría,
[xii]
Ibídem, pp. 282-303.
[xiii]
López de Ayala, I. (1787).
[xiv]
Ibídem, p. 186-187. Así dice el texto: <<por quanto ha llegado a tanto en estos
tiempos la temeridad de algunos, y el menosprecio de la religión, que estimando
en poco su propia dignidad, y el honor del estado clerical, usan aún,
públicamente ropas seculares, caminando a un mismo tiempo por caminos opuestos,
poniendo un pie en la iglesia, y otro en el mundo; por tanto todas las personas
eclesiásticas, por esentas que sean, que ó tuvieren órdenes mayores, ó hayan
obtenido dignidades, personados, oficios, o qualesquiera beneficios
eclesiásticos, si después de amonestados por su Obispo respectivo, aunque sea
por medio de edicto público, no llevaren hábito clerical, honesto y
proporcionado a su orden y dignidad, conforme a la ordenanza y mandamiento del
mismo Obispo; puedan y deban ser
apremiadas a llevarlo, suspendiéndolas de las órdenes, oficio, beneficio,
frutos, rentas y provechos de los mismos beneficios; y además de esto, si una
vez corregidas volvieren a delinquir, puedan y deban apremiarlas aún privándolas
también de los tales oficios y beneficios: innovando, y ampliando la
constitución de Clemente V, publicada en el Concilio de Viena, cuyo principio
es: Quoniam>>.
[xv] Ibídem, pp. 333-334.
[xvi]
Ibídem, pp. 409-411. Asimismo, los sínodos del Concilio de Trento
hicieron especial hincapié en las relaciones entre clérigos y mujeres que podían llevar a castigarlos con
multas e incluso con la excomunión :<<Prohíbe el Santo
Concilio a todos los clérigos, el que se atrevan a mantener en su casa, o fuera de ella, concubinas, ú otras mugeres de
quienes se pueda tener sospecha; ni a tener con ellas comunicación alguna: a no
cumplirlo así (…) queden privados por el mismo hecho de la tercera parte de los frutos, obvenciones y rentas de todos
sus beneficios y pensiones (…) Más si
perseverando (…) no obedecieren (…) también queden suspensos de la
administración de los mismos beneficios
por todo el tiempo que juzgare
conveniente el Ordinario aún como delegado de la sede Apostólica. Y si
suspensos en estos términos, sin embargo no las despiden, o continúen
tratándose con ellas; queden en este caso perpetuamente privados de todos los
beneficios, porciones, oficios y pensiones eclesiásticas, e inhábiles, e
indignos en adelante de todos los
honores, dignidades, beneficios y oficios, hasta que siendo patente la enmienda
de su vida, pareciere a sus superiores, con justa causa, que se debe dispensar
con ellos. Más si después de haberlas una vez despedido, se atrevieren a
reincidir (…) castíguense, además de las penas mencionadas, con la de
excomunión>>.
[xvii] San
Miguel y Valledor, E. (1844), p. 306.
[xviii]
Guzmán, F. (1565).
[xix]
Granada, L. (1568). pp. 301-303. Gran literato, dominico español, autor de
diversas obras de carácter religioso.
[xx]
Humanista Vallisoletano discípulo de Luis Vives, que trabajó en la corte de
Felipe II.
[xxi]
Gracián, D. (1574).
[xxii] Arias, F. (1599). p. 739.
Muchos de los textos que reflejaban los postulados del Concilio de
Trento señalaban la importancia de la oración. Cabe señalar por ello, otros
tratados de la misma época, redactados también por este autor, como Aprovechamiento espiritual: en el qual se
contienen los tratados siguientes: exhortación al aprovechamiento espiritual,
desconfiança de sí mismo, un rosario muy deuoto, imitación de nuestra Señora,
de la oración mental, de la mortificación, del buen uso de los Sacramentos, de
la presencia de Dios, Sevilla en casa de Juan de León, 1596; Véase también Diego
de Guzmán, Tratado de la excelencia del
sacrificio de la ley evangélica, Burgos, Felipe de Junta y Juan Bautista
Varesio, 1599.
[xxiii] Calvi,
M. (1576). p. 40. Continúa diciendo: <<y en fin aunque no
quiera fino lo que ella quisiere, y aborrezca lo que ella aborreciere, en
quanto todo esto no fuere más que amor, aunque proceda de la misma affición, no dexa por ello de ser todo acompañado con
alguna manera o apariencia de razón al mismo amor acomodada , guardándole
todavía algún decoro en todas las acciones; Y por el contrario entonces faltará
en enfermedad el que ama, quando de aquel decoro saliere, y en él se vieren las mudanças y desatinos que
havemos dicho. Por manera que los que usando Más de las excelencias del amor
cupidineo que es amor, lo transfieren y convierten en sola la concupiscencia
libidinosa del otro que es apetito y no amor, paran en tales, y aún mayores
desventuras y prejuicio del sosiego del
espíritu del ánimo>>.
[xxiv]
Márquez, J. (1618). p. 422.
[xxv] AGP,
Sección Administrativa, Legajo 5231. Está documentado que Isabel Clara Eugenia y
Catalina Micaela las utilizaron para lograr los cánones de belleza que se
impusieron a finales del siglo XVI. Entre juguetes y muebles de madera aparecen
como encargos para el entallador del príncipe y sus altezas, Melchor Quero de
León, quien por orden del mayordomo mayor de
[xxvi] AGP,
Sección Administrativa, Legajo 5214, Expediente 2. Año de 1585.
[xxvii]
Covarrubias, S. (1611). p. 363.
[xxviii] AGP,
Sección Administrativa, Legajo 904.
[xxix] Real
Academia Española. (1726).
[xxx]
Ibídem. El nombre de verdugos fue otorgado también porque estás ramas tan
flexibles servían a
su vez a los verdugos para castigar a
sus víctimas
[xxxi] Bernis
Madrazo, C. (1979). El verdugado nació dentro de la corte castellana
hacía 1468. Cuenta el cronista, Alonso de Palencia, que fue Juana de Portugal
esposa del rey Enrique IV, apodado el “El Impotente”, quien, para disimular un
embarazo fruto de sus devaneos fuera de su matrimonio, inventó un traje que
llevaba este artilugio. Su uso se extendió por los reinos de Castilla y Aragón. En sus
principios resultó ser una moda muy llamativa, duramente censurada. Fray
Hernando de Talavera, confesor de la reina Isabel
[xxxii] Boucher, F. (1965).
[xxxiii] Tejeda,
t. (2007).
[xxxiv] Bernis Madrazo, C. (1990). p.
92.
[xxxv]
Ibídem.
[xxxvi] Laver,
J.
(2006)
[xxxvii]
Castro, T. (2001). pp. 11-92. Esta autora recoge el texto de Hernando de
Talavera, Tratado sobre la demasía en el vestir, calzar y comer, Granada, 1496.
[xxxviii] Laver,
J.
(2006). p. 90.
[xxxix]
Ibídem. Felipe el Bueno fue quien el responsable de que el color negro se
instaurase definitivamente en la corte de Borgoña, como una seña de identidad
de sus príncipes. Este rey mantuvo el luto por la muerte de su padre, Juan sin
miedo, asesinado en 1419, estableciendo una costumbre que España heredó junto a
su protocolo.
[xl] Roquero, A. (2006). Del palo de
Campeche se obtenía un tinte muy
codiciado por su colo negro intenso y lustroso que, además de contribuir al
enriquecimiento en matices de la paleta del tintóreo, según Roquero “contribuyó
a otro importante avance tecnológico: la obtención de un negro “ala de cuervo”
por un procedimiento más sencillo que los practicados en el momento, y sin
dañar las fibras. Cuando Felipe II, de cuyos dominios procedía la madera,
adopta el negro para el traje de ceremonia había enviudado dos veces, y también
se había erigido en máximo defensor del catolicismo. Su propósito podía ser
pues el de ofrecer una imagen de luto y severidad. La misma intención de
austeridad por otra parte por la que vestían de negro sus contemporáneos
protestantes. Sin embargo, los retratos de la familia del Emperador más bien
parecen mostrar que sobre ningún soporte lucen mejor las perlas que sobre un
fondo de tafetán o terciopelo negro”. El palo de Campeche, junto con el escarlata
o cochinilla, fue uno de los tintes más significativos como símbolo igualmente de elegancia y boato
[xli] Pastoureau,
M. (2006). p. 185. Señala que la ética protestante se apoderó de este color como símbolo de
su moral, también austera y humilde, prolongación de la doctrina iconoclasta.
En relación a ello, dice Pastoureau <<el negro protestante y el negro
católico, en efecto, parecen encontrarse>>
[xlii] Castiglione, B. (1873). p. 8
Además de ser el color de los grandes cargos eclesiásticos era un signo de
elegancia, poder y distinción dentro de la sociedad civil.
[xliii] Bernis Madrazo, C. (1979); Bernis Madrazo, C (1990).
[xliv] Ruíz
Ibáñez, J. J. (2007). p. 286. Turcos y españoles lograron convivir de manera
pacífica concediéndose en el ámbito económico y comercial mutuamente libertad
en el tráfico de recursos. Sin embargo,
España vio mermadas muchas de sus
industrias que dependían de la mano de obra morisca
[xlv] Ibídem.
[xlvi]
Sociedad Estatal para
[xlvii]
Bernis Madrazo, C. (1982). pp. 201-208. Aunque Felipe III intentó crear un clima de
entendimiento con las demás potencias, firmando la paz con Inglaterra en 1604 y
prestándole ayuda a Francia en la defensa contra los hugonotes[xlvii],
la carga fiscal comenzó a subir cada vez más y con ello los juros y los
asientos provocando una fuerte crisis, especialmente a partir de los años
cuarenta, tras los cuales España vio reducidos sus territorios a
[xlviii] Carranza, A. (1636).
[xlix] Tomas,
R. (1635). Esta moda se difundió hasta los años treinta del siglo XVII, cuando
hizo su aparición del guardainfante.
Hasta ese momento el verdugado fue la pieza más importante del traje de
etiqueta, que lo engrandeció y le otorgó una profunda significación