estudios
TRES
POETAS DEL SIGLO XIX: BYRON, ESPRONCEDA Y HUGO. ANÁLISIS DEL DESARRAIGO
EXISTENCIAL, DE
Andrés
Montaner Bueno
(Universidad de Murcia)
RESUMEN:
En
el presente estudio llevamos a cabo un estudio comparativo entre tres de los
poetas más importantes del siglo XIX: Lord Byron, José de Espronceda y Víctor
Hugo. Para ello, en primer lugar, definimos las características y la situación
social y literaria de una época tan convulsa en Europa como fue la del
Romanticismo. En segundo lugar, a través de la elaboración de un corpus con
algunas de las composiciones más representativas de los tres autores, dirigimos
nuestros objetivos al tratamiento de aspectos ideológicos afines y temas
comunes en ellos. En este sentido, hemos encontrado, fundamentalmente, tres
isotopías de referencia. En primer lugar, hemos considerado la aparición de
elementos de reflexión existencial que se dan en cada autor, si bien cada uno
desde su particular perspectiva y dependiendo de su situación personal. En
segundo lugar, tratamos de evidenciar algunos poemas en los que hay un evidente
afán de denuncia social, dado el compromiso de estos autores con el movimiento
liberal. En tercer lugar, nos hemos fijado en los motivos marginales que
aparecen en sus obras, así como en la presencia de elementos escatológicos. No
obstante, aunque estos tres asuntos son comunes en ellos, hemos de tener en
cuenta que en cada autor aparecen en mayor o menor medida, dado las diferencias
de estilo que, sin duda, existen entre ellos.
Palabras clave:
literatura
comparada europea; poesía; siglo XIX; Romanticismo; revolución social.
ABSTRACT:
In this study we conducted a comparative study of
three of the most important poets of the nineteenth century: Lord Byron, José
de Espronceda and Victor Hugo. Whit this aim, firstly, we define the
characteristics and the social and literary as a turbulent time in
Keywords:
European comparative literature, poetry, nineteenth
century, Romanticism, social revolution.
1. INTRODUCCIÓN
Y JUSTIFICACIÓN DEL ESTUDIO
El presente trabajo de investigación
se enmarca dentro del ámbito de los estudios de literatura comparada europea y,
más específicamente, de la corriente que se encarga de la crítica comparada de
la poesía moderna. A este respecto, generalmente se ha señalado que la crítica
de literatura comparada ha sido siempre una disciplina secundaria, de
nacimiento y planteamiento histórico-positivista, destinada a estudiar las
relaciones de hecho entre textos, autores y formas de dos o más literaturas
nacionales, y con pretensiones imperialistas y globalizadoras. Sin embargo,
siguiendo a Armando Gnisci (2002), nosotros queremos presentar la literatura
comparada como una disciplina que sirve para el estudio de los distintos
valores que emanan del discurso literario de cada comunidad de habitantes. Se
trata de un campo científico que ve en la literatura un discurso abierto a la
pluralidad, el discurso que podemos realizar todos juntos y paritariamente
traduciéndonos los unos a los otros gracias a la red infinita de las
reciprocidades y las diferencias. La literatura comparada se presenta pues,
como el idioma común a todas las lenguas que la literatura mantiene con el
público mundial de los alfabetizados y con los que todavía no lo son, para que
éstos puedan serlo. Así, nos encamina hacia una compresión de las
particularidades de cada mundo, la cual nos conduce a la palabra común del
mundo que vive sólo si subsiste y crece su pluralidad.
Es desde esta visión a través de la
que vamos a analizar conjuntamente los aspectos, a nuestro juicio esenciales,
de la poesía de tres de los autores más destacados del siglo XIX como son Lord
Byron, José de Espronceda y Víctor Hugo[1]. En concreto, vamos a tratar de
mostrar los parecidos que presentan, en el plano del contenido ideológico, los
poemas de tema social de cada uno de los poetas. En ellos habitualmente
encontramos una denuncia de las injusticias que existían en la sociedad
absolutista puesta en boca de seres marginados. También nos encargaremos de
analizar aquellos otros poemas en los
que, debido precisamente a que no aceptan la situación social en la que viven,
se hace patente su hastío y su frustración ante la realidad que les rodea, los
cuales se manifiestan en un lenguaje de una gran frustración existencial[2] como el que se encuentra, por
ejemplo, en Las peregrinaciones de
Childe-Harold (1973:56) en los que Byron dice que “por cambiar de teatro
hubiera descendido voluntariamente a la mansión de las sombras”.
Por otra parte, nos hemos decantado
por realizar una investigación en un ámbito como el poético debido
fundamentalmente a dos motivos: el primero de ellos tiene que ver con la
belleza y la fuerza transmisora que tiene el lenguaje en un género como éste y
que difícilmente se puede alcanzar en ningún otro y, el segundo, se relaciona
con la posibilidad de adentrarnos en el conocimiento de la obra de tres de los
autores que más contribuyeron, a través de sus comprometidos versos, a cambiar
el viejo orden señorial basado en monarquías absolutas en las incipientes
democracias del siglo XIX. A estos hechos hemos de añadir también nuestra
inquietud por la profundización en el conocimiento de los temas históricos y
político-jurídicos de la época, sin los cuales sería imposible entender de una
forma amplia las composiciones de los autores que hemos escogido. Y es que, como señala Bertalanffy en su Teoría general de los sistemas (1993),
no podemos olvidar que vivimos en un mundo de sistemas en el que todo está
relacionado con todo y, por este motivo, debemos abrir paso a una visión
compleja de la realidad, favorable a la asimilación y favorecimiento de los
planes de cooperación interdisciplinar en los distintos marcos de la
investigación científica.
Con respecto a la elección de los
autores en sí, hemos de hacer algunas precisiones que esperemos resulten
aclaratorias para tratar de resolver algunos puntos conflictivos que puedan
surgir en torno a la investigación realizada. En primer lugar, somos
conscientes de que los tres poetas que hemos seleccionado escribieron sus obras
en contextos bien diferentes, ya que no era asimilable ni el nivel literario ni
el de desarrollo político y social en el que se encontraban Inglaterra, España
y Francia en la época que nos ocupa. Es evidente que Francia e Inglaterra
estaban más avanzados que España en ambos aspectos. Sin embargo, consideramos
que, al ser los tres autores paladines de la libertad, y luchar los tres contra
la tiranía de los monarcas absolutos, podían ser susceptibles de compararse,
aunque fuera estableciendo una gradación jerárquica en cuanto a la calidad de
su poesía. En segundo lugar, hemos estudiado a los poetas teniendo en cuenta
también las diferencias que sus propias personalidades marcaron en sus
composiciones. Así, Lord Byron fue más individualista, viajero y luchador activo
que los otros dos, cantando siempre a la libertad de una forma apasionada y
sentimental, y evitando en todo momento la crítica a los gobernantes del propio
país. Espronceda, por su parte, siempre compaginó los asuntos políticos con la
poesía y, aunque en su obra hay frecuentemente una ácida y aguda crítica a la
tiranía del absolutismo ilustrado, no encontramos en ella el tono abiertamente
amenazador que sí emplea Lord Byron y, sobre todo, Víctor Hugo. Y de este
último, no hay que perder de vista que, además de la poesía, encontramos en su
producción toda una serie de ensayos y reflexiones filosóficas que hablan sobre
algunos de los temas sociales más controvertidos (pena de muerte, sufragio
universal, democracia popular, etc.), a los cuales les da un tratamiento que, a
nuestro juicio, lo aúpan como el autor más representativo de las principios
ideológicos del Romanticismo del siglo XIX. En tercer y último lugar, nos
gustaría indicar que ha sido necesario, debido a la naturaleza y extensión de
la investigación, llevar a cabo una antología de los poemarios que nosotros
hemos considerado como los más representativos, los cuales abarcan toda la vida
de Lord Byron y de José de Espronceda y se limitan hasta el año de 1853 en las
creaciones de Víctor Hugo.
Por otro lado, hemos de hacer
referencia a un hecho que va a limitar, en parte, nuestro trabajo de
investigación. Se trata de que, en el caso de las obras de Lord Byron y de
Víctor Hugo, hemos tenido que utilizar traducciones al español debido a que
preferimos profundizar en el contenido de sus obras y, para ello, el español
nos resulta un idioma más asequible que el inglés y el francés. Y esto lo hemos
hecho sabiendo la gran cantidad de matices que se pierden en toda traducción, y
más en la de poesía[3], de unos idiomas a otros. No
obstante, como no vamos a entrar en cuestiones formales (métrica, recursos
estilísticos, rima…) y dado que lo que se persigue básicamente es indagar y
realizar una labor comparativa con contenidos fundamentalmente de tipo
ideológico, creemos que no perjudica tanto a los objetivos de la investigación.
En cualquier caso, en el apartado de bibliografía complementaria podemos
encontrar las referencias de los textos empleados en sus idiomas originales.
Y es que es fundamentalmente el
posicionamiento social de estos escritores lo que nos va interesar.
Consideramos, en este sentido, que en todos ellos encontramos un tipo de poesía
que, además de ser artística, se compromete con las ideas liberales que eran
también las más progresistas en este momento de la historia que nos ocupa, las
cuales se oponían abiertamente al despotismo absolutista. De este modo, estamos
ante la concepción que veía en el género poético como un medio que podía ayudar
a la consecución de un determinado fin; en este caso, el de la liberación de un
pueblo a través de la denuncia de las injusticias e incluso amenazando al poder
establecido. Mejor que nosotros lo dice Víctor Hugo en el libro primero, poema
once de su obra Los castigos
(1888:327): “Pueblos torturados, necesitáis que alguno os vengue. Los fríos
retóricos que han dicho:
<<-El
poeta es un ángel que se cierne por el espacio>>, sin saber siquiera
quiénes son Fould, Magnan, Morny, ni Maupas y se pasan la vida contemplando por
la noche las estrellas del cielo... No debe ser así: mientras seáis cómplices
de los crímenes repugnantes que sigo yo paso a paso, mientras cubráis con
vuestro manto a esos bandidos, no os miraré, cielos azules, estrellas de la
noche. Mientras ese hombre (Napoleón III) imponga silencio a todos los labios;
mientras la libertad esté tendida en el suelo, como una mujer muerta y acabada
de ahogar; mientras en los pontones se oigan los estertores de la agonía, yo
haré brillar claridades sepulcrales en todas las frentes abyectas que ese
bandido os hace humillar, y gritaré: <<-Levántate, pueblo, desencadena
tus rayos, cielo>>, y Francia, en la profunda noche que está sumida, verá
llamear mi antorcha. Esos bellacos viles que convierten a Francia en China,
oirán el chasquido de mi látigo que descargo contra sus espaldas. Mientras
ellos cantan el Te Deum, yo gritaré ¡Memento! Azotaré a los hombres, a los
hechos, a los títulos, a los sables y a las mitras, que encerraré en mis versos
como en un estuche. Veréis como castigo a sobrepellices, a charreteras, a
breviarios y veréis como César huye, terciándose el manto. Me reconocerán los
campos, las praderas, los lagos, las flores, los horizontes y las llanuras, el
océano y los bosques, y se dirán unos a otros en voz baja: <<-Es un
espíritu vengador que pasa persiguiendo a los demonios>>”.
Pero,
además de esta denuncia totalmente abierta, tampoco faltó en nuestros poetas la
utilización de la ironía como otro recurso para la crítica social y para la
caricaturización de los tiranos. Para ello, fue frecuente la utilización de
tipos del más bajo extracto social que hacen burla de los poderosos y tratan de
aprovecharse de ellos. A éstos se les describe como personajes que sólo velan
por sus intereses personales y a los que les importan bien poco las
disposiciones que vengan desde el poder. A este respecto, podemos señalar la
utilización de piratas, mendigos, guerreros mercenarios o reos de muerte. Uno
de los ejemplos más claros de este tipo de composiciones lo tenemos en la
canción El Mendigo (2006:195-198) de
Espronceda, de la cual entresacamos aquí los fragmentos más destacados:
“del lujo sátira soy,/ y con mi aspecto
asqueroso/ me vengo del poderoso,/ y a donde va tras él voy./ […] libre estoy;/
busquen otros/ oro y glorias,/ yo no pienso/ sino en hoy./ Y do quiera/ vayan
leyes,/ quiten reyes,/ reyes den;/ yo soy pobre,/ y al mendigo,/ por el miedo/
del castigo,/ todos hacen/ siempre bien./ <<Mío es el mundo: como el aire
libre,/ otros trabajan porque coma yo;/ todos se ablandan si doliente pido/ una
limosna por amor de Dios>>”.
En
lo que se refiere a la existencia de estudios previos en español comparando la
poesía de Lord Byron, de José de Espronceda y de Víctor Hugo, hemos de señalar
que no sabemos de la existencia de ninguna investigación general. Tampoco hemos
encontrado ninguna en el que se confronte la poesía de Lord Byron y de Víctor
Hugo, a pesar de que en este último podemos encontrar varios homenajes
evidentes al poeta inglés (citas, tratamiento de los mismos temas, modos de
pensar parecidos, etc.), e incluso escribió una carta abierta a modo de elegía
tras su muerte. Si entre Lord Byron y Víctor Hugo no hallamos estudios
comparativos, lo mismo ocurre en el caso de Espronceda y Víctor Hugo, aunque la
presencia de elementos del poeta español en el francés es más dudosa. Sin
embargo, sí son varios los estudios en los que se compara la poesía de Lord
Byron y la de José de Espronceda. En este sentido, en principio, podemos
destacar dos completamente opuestos: el artículo de Enrique Piñeyro titulado
“Un imitador español de Byron” (1883) y el monográfico de Esteban Pujals cuyo
título es Espronceda y Byron (1972).
A nuestro juicio, ambas investigaciones son demasiado extremas en sentidos
opuestos porque, si bien Piñeyro plantea que la poesía de Espronceda era
prácticamente un plagio de la de Lord Byron, Esteban Pujals indica todo lo
contrario, que no es posible la comparación entre ambos porque sus estilos
poéticos son muy diferentes. Nosotros pensamos que, aunque no se puede dudar de
la originalidad de José de Espronceda, sí es cierto que las preocupaciones
sociales, los temas y el lenguaje hacen que los dos tengan un modo de componer
poesía bastante similar. Así, nos alineamos más con las ideas expuestas en los
estudios llevados a cabo por Cascales (1910), Ynduráin (1971) y Sebold (1989),
en los cuales se hace una labor exhaustiva de deconstrucción textual de ambas
obras poéticas con el objetivo de obtener diferencias y similitudes entre
ambas. En ellos se llega a la conclusión de que, sin negar los rasgos
byronianos en Espronceda, tampoco podemos limitar las composiciones del vate
extremeño a meras copias del autor inglés.
2. APUNTES
SOBRE
El objetivo de este apartado de
nuestra investigación es el de ofrecer una visión general de las condiciones
históricas, sociales y político-jurídicas que se dieron en
Y es que una vez concluidas las
guerras napoleónicas y desaparecido el gran caudillo francés de la escena
europea, mientras sus vencedores se ponían de acuerdo para devolver el orden a
Europa, merced a la restauración de viejos regímenes y oportunas
reorganizaciones territoriales, en todos los pueblos se encendían esperanzas y
se elevaban reclamaciones de independencia y de libertad. Había en ellos
necesidades de garantías jurídicas, de participación en la administración del
gobierno mediante instituciones representativas nuevas o renovadas; de variedad
de asociación entre los ciudadanos para particulares finalidades económicas,
sociales y políticas y de elaboración de constituciones que proporcionaran
seguridad a los ciudadanos.
Siendo
diferentes los antecedentes históricos y las condiciones presentes en los
diversos pueblos las exigencias variaron en su orden, medida, detalles y
entonación. En unos se daba primacía a la liberación del dominio extranjero o a
la unidad nacional, en otros a la sustitución del gobierno absolutista por el
constitucionalista y en algunos otros convenía dedicarse a combatir privilegios
políticos y cívicos de las clases feudales y persistentes formas de
servidumbre, y quitarse de encima la opresión eclesiástica. Y, aunque variadas
por su importancia y por el tiempo en que tardaron en presentarse en cada zona,
sobre todas estas pretensiones, tal como señala Benedetto Crocce (2011: 6),
“campeaba una palabra que las compendiaba a todas y expresaba el espíritu que
las animaba: la palabra <<libertad>>”.
Lo primero en lo que debemos poner
nuestra atención a la hora de tratar de ofrecer una panorámica general de
Inglaterra durante la primera mitad del siglo XIX, es que durante este periodo
de tiempo se sucedieron los reinados de Jorge III, Jorge IV, Guillermo IV y el
inicio del reinado de Victoria I con lo que ya, desde el comienzo, nos
encontramos con que no fueron precisamente los años más estables y equilibrados
del país. A esta situación hemos de añadir que durante los cincuenta años que
nos ocupan fueron catorce las personas encargadas de ocupar el máximo cargo
gubernamental, esto es, el de Primer Ministro. A saber:
Henry Addington, William Pitt, William Wyndham Grenville, William Henry
Cavendish-Bentinck, Spencer Perceval, Robert Jenkinson, George Canning,
Frederick John Robinson, Arthur Wellesley (dos periodos), Charles Grey, William
Lamb (dos periodos), Sir Robert Peel, Lord John Russell y Edward Smith-Stanley.
Centrándonos en la situación
económico-social del país, nos encontramos con que, a pesar del éxito bélico
que obtuvo al ser la nación que lideró la derrota de Napoleón Bonaparte en la
batalla de Waterloo de 1815 (muy recordada por Byron en su obra), también fue
la que más sufrió las consecuencias económicas negativas que arrostró Europa a
partir de entonces y debido precisamente a tal hecho. Así las cosas, siguiendo
a André Maurois (2007), hemos de hacer notar que entre los años de 1816 y 1821
Inglaterra conoció cinco años malos en los que sufrió una fuerte crisis
económica, que pronto se transformó en crisis política. Al venir la paz, el
gran descenso en las ventas de las máquinas y mercancías inglesas propició que
los precios de los productos subieran y una gran cantidad de obreros fueran
despedidos de sus trabajos, agravándose la situación cuando el aumento de
costes alcanzó también a los productos de primera necesidad como el trigo o la
leche.
La situación se hizo insostenible
hasta tal punto que los obreros se levantaron para protestar exigiendo medidas
drásticas al gobierno de Robert Jenkinson. Exasperados, comenzaron a prender
fuego a las fábricas y a las muelas de los molinos, reivindicando de forma
violenta su derecho a tener representación política en el Parlamento inglés,
hecho que no convenía a ninguno de los dos grupos que hasta entonces formaban
las cámaras inglesas: los aristocracia o “tories” y la burguesía o “whigs”. Si
la rebelión se generalizaba el país estaba en serio riesgo de guerra civil ya
que Inglaterra no poseía policía alguna. Además, el rápido crecimiento de las
ciudades no había permitido a las autoridades locales adquirir la experiencia
de combatir a las multitudes.
Algunos grupos radicales empujaron
al pueblo hacia la insurrección. Unos, como Henry Hunt, le aconsejaron que
reclamase el sufragio universal; otros, como Sir Francisco Burdett y el
comandante Cartwright, que exigiera el derecho del voto para todo inglés que
pagase el impuesto indirecto. Simultáneas a estas voces de apoyo, Cobbett fundó
un diario reformista llamado “Political Registred” en el que denunciaba las
míseras condiciones de los campesinos ingleses. Pronto Inglaterra se llenó de
“Hampden Clubs” regentados por numerosos predicadores políticos que pedían los
cambios necesarios para los obreros ingleses. Sus mítines, las violencias de
los obreros que destrozaban las máquinas y los recuerdos de
Después de estos desórdenes se
resolvió prohibir toda reunión o asamblea que tuviese por objeto ejercicios de
carácter militar, dar a los Jueces de Paz del país derecho a recoger las armas
peligrosas para la seguridad pública y detener a sus poseedores, a fin de
limitar el derecho de reunión y la libertad de la prensa. Una conspiración para
asesinar a los ministros (la conocida como “Cato Street”) animada por los
agentes provocadores revolucionarios acabó por encender los ánimos en las clases
privilegiadas. Cinco años después de la victoria, Inglaterra parecía al borde
de la guerra civil. La salvaron dos hechos imprevistos: un escándalo social y
una reacción económica. La segunda se produjo en el momento más inesperado
cuando los economistas ya proponían los remedios más radicales como la
inflación de precios y se debió, sobre todo, a la asunción de una política
librecambista sobre la que, hasta ese momento, se habían tenido muchas
reticencias. El escándalo surgió con el proceso de divorcio entre Jorge IV y
Carolina de Brunswick. El rey expuso en público las ligerezas de la reina y
pronto Londres se olvidó de las reformas necesarias para saborear las
obscenidades. Sin embargo, todo volvió a recomenzar, con mayor crudeza aún,
cuando en 1830 murió el rey y el pueblo volvió a exigir los cambios en el
sistema de representación parlamentario, que aunque bastante tardíamente y con
una menor influencia de la esperada en sus condiciones de vida, esta vez sí
llegaron en 1832.
Es pues el momento de ocuparse de
los aspectos más marcadamente político-jurídicos que coinciden con el reinado
de Guillermo IV a partir de junio de 1830. En este momento estalló una nueva
agitación revolucionaria por parte de los obreros agrícolas en los condados del
sur. Éstos reclamaron de nuevo la reforma electoral del parlamento con el fin
de que los nuevos poderes fijaran un salario mínimo que no fuera tan gravoso
para sus intereses, pero lo hicieron destrozando maquinaria agrícola, echando
abajo algunas “Work Houses” y exigiendo a los pastores que renunciaran a una
parte de sus diezmos. Una vez vencidos, fueron ejecutados tres de ellos y
deportados cuatrocientos. La represión fue más implacable que la insurrección
lo que, sin duda, mostraba la debilidad del gobierno.
Viendo esta situación se produjo en
seguida una reacción en la burguesía inglesa. Y es que para esta clase social
se había hecho evidente la necesidad de una reforma, tanto para apaciguar el
espíritu revolucionario como para defender sus propios intereses ante una aristocracia
en la que se empezaba a perder la confianza. Así pues, en las elecciones de
1830 se produjo la esperada sucesión, el representante “whig” Lord Grey
sustituyó al “tory” Arthur Wellesley.
El nuevo jefe del gobierno hizo en seguida saber que su principal objetivo
sería la reforma electoral con el objetivo de que el cuerpo electoral se viese
duplicado. Esta reforma se consiguió entre 1830 y 1832 y sirvió para que, a
través de ella, se aboliera definitivamente la esclavitud en el país, se
aprobara una nueva Ley de Pobres y se regulara por primera vez la educación
desde un ámbito estatal. Tras estos indudables avances, la burguesía cesó en su
afán reformista considerando que ya había conseguido todos los cambios
necesarios para el país.
Sin embargo, entre 1835 y 1841 se
produjo una nueva campaña, la de los “chartistas”, los cuales intentaron, a
través de peticiones en ocasiones desmedidas, con mítines y manifestaciones,
reavivar el entusiasmo a favor de un programa más revolucionario (sufragio
universal, voto secreto, circunscripciones iguales entre sí, etc.). Esta
campaña encontró cierto seguimiento en las clases obreras, que hasta 1850
permanecieron en hostilidad latente, lamentándose de lo que consideraban su
revolución frustrada, pero la burguesía se opuso en seguida al movimiento
“chartista”.
En este sentido, cuando éstos
recurrieron al motín en 1839 y una multitud, armada de hoces, intentó
apoderarse del municipio de Newport, gran parte de la masa de sus electores se
mostró fiel al gobierno, rechazando a los amotinados. Afortunadamente, las
tropas que se mandaron para contener la rebelión fueron comandadas por un
excelente general, Sir Charles Napier, que supo conciliar la firmeza con la
humanidad. Gracias a su intervención se evitó una matanza que parecía segura.
Del mismo modo, cuando años más tarde, en 1848, los “chartistas” amenazaron con
imitar la revolución francesa de febrero, doscientos mil ciudadanos
pertenecientes a la burguesía se alistaron como voluntarios “constables”,
consiguiendo mantener el orden y demostrando así su gran capacidad para la
organización espontánea.
No podemos acabar este apartado
sobre la historia de
En este periodo el vapor sustituyó,
a la vez, a la fuerza de los brazos, la de los animales y la del viento. Así en
1812 un “steamer” fue capaz de atravesar el Clyde; en 1819, un barco de vapor
atravesó el Atlántico y en 1852 fue botado el “Agamenón”, primer buque de
guerra acorazado y con hélice. También en 1812 Stephenson construyó su primera
locomotora; en 1830, el duque de Wellington inauguró la línea de ferrocarril de
Manchester a Liverpool y en 1838, Disraeli viajó de Londres a Maidenhead a una
velocidad de treinta y seis millas por hora. Además, debido a la magnitud y
popularidad que alcanzó el ferrocarril, se hicieron en torno a él multitud de
inversiones e ingleses de todos los oficios, antiguos oficiales, comerciantes,
maestros de escuela, etc., se convirtieron en administradores y empleados de
ferrocarriles. Por otra parte, la aparición de la carta franqueada con un
penique proporcionó a las clases menos pudientes de la sociedad el gusto de
escribir. Los periódicos bajaron de precio y el telégrafo acercó ciudades,
naciones y continentes.
Tantos
avances se produjeron en tan poco tiempo que toda la sociedad inglesa de
mediados del siglo XIX, ricos y pobres, llegaron a creer en el progreso
científico.
Si nos referimos a la historia de
España entre los años de 1800 y 1850, el primer acontecimiento importante al
que hemos de hacer referencia fue
Para comprender todas las
transformaciones que hemos señalado hay que remontarse a la segunda mitad del
siglo XVIII y recordar los hechos que se desencadenaron al oponerse los
aristócratas absolutistas a las reformas políticas y a las ambiciones de Godoy.
Con la abdicación de Carlos IV, llegó al trono Fernando VII, quien, seducido
por una gran oferta económica, entregó el poder sin oponer resistencia al emperador
francés Napoleón Bonaparte. Acto seguido, en Bayona, el propio Napoleón cedió
la corona española a su hermano José Bonaparte. Esto desencadenó
El reinado de José I Bonaparte
(1808-1813) comenzó con la aprobación por noventa y un notables españoles del
Estatuto de Bayona, expresión del liberalismo moderado de la estirpe Bonaparte.
Con José I se inició la organización de la sociedad burguesa: la
desamortización de los conventos, la abolición de
En 1814, con la vuelta de Fernando
VII, lo primero que hizo fue promover un golpe de Estado absolutista,
suprimiendo toda la obra de las Cortes de Cádiz y se dedicó a perseguir por
igual a liberales y a colaboradores del rey José I (entre ellos a José de
Espronceda). Estuvieron estos momentos marcados por el exilio y la persecución
política. De este modo, a los liberales no les quedó más recurso que los
pronunciamientos militares para restablecer la legalidad constitucional.
Fracasaron, sin embargo, sucesivamente Mina, Porlier, Lacy y Vidal que, o se
exiliaron o fueron fusilados. Mientras tanto, el rey restableció
Ante esta situación, el 1 de enero
de 1820, el coronel Riego se pronunció y logró la adhesión de las ciudades,
organizadas de nuevo en juntas para restablecer el régimen constitucional. Se
inició el “Trienio Liberal” propagado por las numerosas sociedades patrióticas
que se formaron y por la prensa. Las cortes, elegidas por sufragio universal
indirecto, repusieron la legislación aprobada en Cádiz con lo que la abolición
de los señoríos, junto a la efectiva desamortización y el cierre de conventos y la supresión de la
mitad del diezmo, desencadenaron la reacción absolutista. Los frailes en
conjunto y la mayor parte de los altos eclesiásticos apoyaron partidas de
campesinos desposeídos y promovieron conspiraciones apoyadas por el propio rey.
Además, se organizó desde Europa un ejército francés -los “Cien mil Hijos de
San Luis”- que entró en España y restableció el poder absoluto del rey. Comenzó
así la “Década Ominosa” (1823-1833) cuyo primera medida fue el ahorcamiento de
Riego. Se volvieron a producir pronunciamientos militares durante todo el
periodo que, no obstante, no tuvieron éxito.
A la muerte de Fernando VII en 1833,
Isabel heredó el trono bajo la regencia de su madre María Cristina y contra los
deseos de su tío Carlos María Isidro, que reclamando la corona, levantó
partidas absolutistas y contó con el apoyo de sectores de
Bajo el gobierno de los
progresistas, se desamortizaron las propiedades del clero secular con una ley que
garantizó el mantenimiento de las parroquias y de los seminarios, se abolieron
los fueros en el País Vasco y se apoyaron las iniciativas burguesas gracias al
apoyo del capital inglés y francés. Se organizó el sistema educativo nacional,
desde la primaria a la universitaria y se asentó el Estado liberal como una
realidad nacional. Por otra parte, surgió un partido rival, el republicano. La
crisis del textil catalán y el miedo al librecambismo provocaron la sublevación
de obreros republicanos y de patronos moderados en Cataluña. Espartero resolvió
la revuelta pero una nueva rebelión, esta vez de la parte moderada, hizo que se
tuviera que exiliar del país. Los conservadores, que no estaban de acuerdo con
un gobierno tan abierto y tan poco contundente, consiguieron así su objetivo de
alcanzar el poder y lo primero que hicieron fue proclamar la mayoría de edad de
Isabel II con tan solo trece años. Lo segundo, aprobar una nueva constitución
(la de 1845) de corte mucho más moderado que las dos anteriores.
Siguiendo
a Tuñón de Lara (1980) hemos de señalar que el reinado de Isabel II estuvo
gobernado en su mayor parte por el partido moderado con líderes como Narváez,
Salamanca, Bravo Murillo, O’Donnell y Pidal. En estos años se disolvió
Llegado el momento de referirnos a
la historia de Francia durante la primera mitad del siglo XIX, dos
acontecimientos político-sociales se nos imponen como prioritarios a todos los
demás. El primero no puede ser otro que el final de
Como hemos señalado anteriormente,
el fin de
Si nos referimos al contenido que
regula este nuevo código, siguiendo a Marc Ferro (2003: 197), señalaremos que
“se trata de un documento que unifica las leyes civiles que existían en aquel
momento, establece un derecho nuevo con el objetivo principal de nivelar los
títulos y las fortunas nobiliarias y se encarga de modular el igualitarismo
sucesorio en
En lo que se refiere a las campañas
militares que comandó Napoleón Bonaparte, sin duda, la más ilustre fue la que
consiguió en Austerlitz, donde se impuso a las fuerzas combinadas de los
emperadores de Austria y de Rusia. En aquel lugar Napoleón hizo creer a sus
enemigos en una retirada de sus tropas, dejando desprotegida una de sus alas
para que le atacaran. Tras permanecer él y sus hombres ocultos por la niebla,
una vez que el ejército rival había caído en la trampa desplazándose hasta
allí, ocupó la llanura que éstos habían abandonado para situarse en una
posición elevada y lanzarse al asalto con el grueso de sus tropas obteniendo
como resultado un glorioso éxito. Otra campaña bastante célebre fue la que le
enfrentó a Inglaterra, especialmente debido a la táctica del bloqueo
continental que ejerció a partir de 1806 contra todas las naciones favorables a
ésta. Este aislamiento obligó a los europeos a buscar sustitutos a los
productos coloniales e irritó a todas las víctimas del bloqueo: armadores,
industriales y consumidores. Con el paso del tiempo, sólo Francia dispuso de
productos para vender al resto de países europeos con lo que Napoleón aprovechó
para establecer un sistema de licencias comerciales que aumentase el tesoro de
Francia. Así por ejemplo, en 1811, ante una hambruna que amenazó Inglaterra,
Francia les proporcionó trigo, pero al precio más alto y siempre con la
esperanza de arruinarla.
A pesar de todos estos triunfos, la
excesiva ambición de Napoleón le llevó a tratar de conquistar, entre 1808 y
1814, las naciones española y rusa la vez y, aunque obtuvo victorias al
principio de ambas campañas llegando incluso a ocupar la mayor parte de sus
territorios, finalmente, la reacción popular de los ciudadanos de ambos países
consiguió su expulsión, dejando sus ejércitos muy mermados. Así, tras su breve
paso por la isla de Elba para rearmarse, fue finalmente vencido por el duque de
Wellington en la batalla de Waterloo de 1815, siendo condenado por
Tras la caída de Napoleón Bonaparte
como primer emperador francés, se sucedieron en el país una serie de
acontecimientos que se conocen con el nombre de “Terror Blanco” y que
culminaron en 1815 con la vuelta de la monarquía borbónica con Luis XVIII al
frente. A su llegada, el monarca trató desde el principio de restaurar el
Antiguo Régimen dando voz a los que la revolución y Napoleón habían hecho huir
del país a través de la promulgación de una carta otorgada. A través de ella,
los exilados exigieron violentamente la devolución de las propiedades que les
habían sido confiscadas y la restitución de puestos y títulos que habían
ocupado antes de la revuelta. Al principio, las medidas fueron aceptadas con
relativa indiferencia por el pueblo francés pero con el paso del tiempo, los
excesos del rey y de los ultra-monárquicos que le rodeaban, resucitaron la
violencia revolucionaria hasta el punto de que en 1820 el duque de Berry fue
asesinado por un obrero, Louvel, que declaró que quería aniquilar la dinastía
de los Borbones.
Tras este crimen, los
revolucionarios habían dejado claro que volvía a empezar su lucha contra la
monarquía. De este modo, se empezaron a organizar en sociedades secretas como “
El reinado de Carlos X fue
tormentoso desde el principio ya que, aunque en teoría mantuvo el régimen de
representación parlamentaria, en la práctica decidió apoyar de forma
incondicional al partido religioso compuesto por ministros de marcada tendencia
hacia el absolutismo como
Fue el anuncio de esta resolución la
que propició el fin de Carlos X al frente de la monarquía francesa. Así, los
revolucionarios, algunos partidarios de la venida de una nueva república y
otros de un cambio dinástico al frente de la monarquía, se lanzaron sobre los
componentes del partido religioso, saqueando el obispado y el seminario de los
jesuitas. Igualmente, se impidió que Carlos X volviese a entrar en el país y se
le obligó a que abdicara y a que se
marchara exiliado a Inglaterra. Días más tarde se anunció la candidatura al
trono de Luis Felipe de Orleans, el cual llega al poder siendo definido por sus
partidarios como un “rey ciudadano” o “rey republicano”.
El nuevo rey, durante sus primeros
meses al frente de la monarquía, se encargó de señalar que le hubiera gustado
inventar una nueva forma política que no fuera ni el Antiguo Régimen ni la
república revolucionaria para el Estado francés. Sin embargo, los éxitos
económicos que obtuvo al principio de su reinado unidos a una falta de carácter
democrático firme, le hicieron ceder a las presiones de los más conservadores y
otorgar su apoyo tácito a una serie de leyes que crearon aún más desigualdades
económicas entre las clases altas de la sociedad y los obreros franceses.
Éstos, que en parte se habían sentido defraudados porque la caída de Carlos X no
les había conducido a una nueva república, comenzaron a organizarse en torno a
la idea de una revolución de tipo obrero que ya empezaba a ser propuesta por
Marx, Engels, Fourier y Saint-Simon, entre otros. De esta manera, entre los
años de 1834 y 1848 fueron muy numerosas los alzamientos de trabajadores
destacando, por lo duramente que fueron reprimidos, los de la seda de Lyon.
Finalmente, tras una grave crisis económica que asoló Francia entre 1846-1847,
se produjo en el año de 1848 la gran revolución obrera, la cual obligó a
abdicar a Luis Felipe de Orleans y en la que se proclamó
Por
encima de todo, la revolución de 1848 fue un movimiento hacia la justicia, la
libertad y la democracia. Fue una revuelta contra el régimen de Luis Felipe,
que había apostado por los liberales para hacerse con el poder, revelando
después un carácter autoritario, y las manifestaciones de 1848 sirvieron para
recordar las promesas incumplidas de 1830. Se proclamó la república y, para
disociarla de la de 1793, se abolió la pena de muerte por razones políticas,
así como la esclavitud, se declaró la paz en el mundo, se proclamó el derecho
al trabajo y la lucha contra la miseria. Humanitaria y generosa, fue muy pronto
secundada por grandes literatos de la talla de Lamartine, George Sand o Víctor
Hugo. Sin embargo, lo que empezó como una revolución progresista, pronto dejó
paso a un régimen caótico e ingobernable. De este modo, la falta de acuerdo que
hubo durante los siguientes años entre los partidos republicanos, causó gran
inseguridad en la ciudadanía ya que las leyes se aprobaban y se derogaban sin
que apenas transcurriera tiempo alguno. De esta situación y del buen apellido
que portaba, se aprovechó en el año de 1851 el mismo presidente de la
república, Carlos Luis Napoleón Bonaparte, quien tras cerciorarse de que tenía
un gran apoyo popular, acabó con el régimen republicano tras el golpe de Estado
por el que se proclamó emperador del Segundo Imperio Francés en diciembre de
1851 y tras el que se exiliaron numerosos intelectuales, entre ellos Víctor
Hugo.
3.
En este epígrafe vamos a encargarnos
de realizar una visión general del Romanticismo europeo, así como la posición
ideológica y creadora que representó, a la cual se adhirieron nuestros autores.
De entre todo lo que este movimiento representó, nos centraremos,
fundamentalmente, en el componente histórico revolucionario, del que cada uno
de nuestros autores da muestra en sus composiciones, y nos fijaremos también en
la impronta político-social que dejó en sus escritos, sobre todo porque, a
través de algunos de ellos, se llegaron
incluso a generar debates en las asambleas constituyentes encargadas de la
redacción de las primeras constituciones en los principales países europeos.
A
continuación, vamos a realizar un sucinto recorrido por la vida, personalidad,
pensamiento y contexto literario en el que escribieron los tres autores que nos
ocupan. Nos parece que el conocimiento de estos aspectos constituye una ayuda
bastante importante a la hora de llevar a cabo una correcta interpretación de
su poesía, así como nos ofrecen una visión más amplia en torno a sus
circunstancias vitales y de escritura que, de alguna manera, van a justificar
los temas que abordan en sus creaciones. No se trata, sin embargo, de confundir
ingenuamente la persona del autor con la del protagonista poemático, sino más
bien de tratar de vislumbrar el sello personal que nuestros vates imprimieron
en sus composiciones con el fin de involucrarse todavía más en los mensajes que
sus textos ofrecen.
3.1. El advenimiento del nuevo movimiento
romántico
Como ya ha quedado señalado en el
epígrafe anterior, los tres autores que nos ocupan se enmarcan dentro de un
movimiento romántico general que surgió en el continente Europeo (con especial
fuerza en Alemania e Inglaterra) en torno al año 1800. Fue una corriente de
pensamiento que nació desde el principio con un sentimiento revolucionario
frente a
Desde los postulados románticos, la
razón ilustrada se mostraba tiránica en su intento de comenzar de cero, de
destruir tradiciones, condicionamientos y costumbres y también en el momento en
que se arrogaba la potestad de hacer todas las cosas de nuevo y mejor.
Asimismo, aparecía como despótica cuando alzaba la pretensión de desarrollar
una imagen verdadera del hombre, cuando presumía de saber en qué se cifraba el
interés general y cuando en nombre del bien estableció un nuevo de régimen de
opresión. El transcurso de
En un sentido totalmente contrario
al de
El ser individual que se configuraba
como individuo era y se mantuvo como un centro de sentido, por más que hubiera
necesitado siempre de una comunidad. Pero, según señaló Fichte (1976), ésta
debía estar organizada de tal manera que cada uno pudiera desarrollar su germen
individual de vida. En este desarrollo la comunidad era una unión para la ayuda
recíproca. Ésta se concebía como un conjunto de círculos concéntricos, a saber,
la familia, las tribus, los pueblos, las naciones, que en su respectivo nivel
constituían una síntesis espiritual. Además, era importante resaltar que estas
unidades superiores eran pensadas desde el individuo. Lo mismo que los
individuos particulares entre sí, también las unidades superiores formaban una
pluralidad, la del espíritu del pueblo.
Nunca la historia había sido
entendida en una forma tan dinámica y enfática, y esto sucedió precisamente en
Europa, continente que necesitaba unir sus múltiples territorios para que sus
naciones progresaran. Sobre esta base, la unión de los pueblos era una acción
necesaria para su conformación en un conjunto nacional espiritual. Para ello,
había que recoger los elementos comunes que sirvieran de alguna forma para
ligar a todos los individuos. Había que promover y vivificar la autóctona,
fomentando y respetando las particularidades de todos sus componentes, sin
excluir las características individuales de cada uno de ellos. Esto se hizo
rescatando poesías, canciones y cuentos populares. La intención era formar un
espacio común multiforme, donde las culturas de los diversos pueblos
desarrollaran sus mejores posibilidades, en un clima de diálogo, intercambio y
fertilización recíprocos.
A este respecto, la acuñación de la
historia como un ente dinámico redujo las actuaciones humanas a un plano
relativo. Y así las personas se convirtieron ellas mismas en algo absoluto:
ningún dios, ninguna idea, ninguna moral, ninguna obra podían afirmarse como
algo absoluto. Incluso el bien, lo verdadero, lo bello, cayeron en la resaca
del devenir y del parecer. También lo bello había de morir y el final de los
ídolos y la transvaloración de los valores serían una consecuencia de esta
nueva conciencia histórica.
En lo que se refiere a la concepción
del arte y de la literatura en particular, el Romanticismo europeo también
reaccionó contra
De esta manera, a partir de los
nuevos presupuestos románticos, se alteró la confianza en el pensamiento
ilustrado, el cual se tomaba las cosas demasiado a la ligera, lo que
significaba que era incapaz de captar en su arte la profundidad de la vida, su
lado nocturno. Los románticos asentaron los cimientos del arte tratando de
ajustar el pensamiento y la imaginación a lo terrible, lo cual acontecía en el
hombre y en torno a él. Se comenzó a poner en duda que el progreso trajera
siempre lo mejor. ¿No podría radicar éste más bien en lo antiguo y en lo más
primitivo? Fuera así o no, sí es cierto que se produjo una inclinación hacia lo
oscuro, hacia lo que se perdía en la memoria de los tiempos.
Los autores románticos abogaron así
por los imaginarios ocultos donde podían tejer los hilos de sus historias. Al
principio esta tendencia tuvo todavía un carácter ilustrado pero cuando el
siglo llegó a su final, el misterio cambió su naturaleza. En general, en los
comienzos del siglo XIX la fe en la razón todavía era fuerte y el misterio se
consideraba tan solo un mecanismo que era explicable racionalmente. Lo
misterioso era considerado como una categoría del engaño, algo en lo que no se
podía entrar todavía. Pero con el paso del tiempo el interés por el misterio
derivó en su plasmación en forma de episodios inexplicables en las creaciones
artísticas. En este sentido, ya no se le debía exigir al autor que todos los
elementos de una obra estuviesen dotados de verosimilitud narrativa, puesto que
era necesario aceptar, tal como señalaba Eichendorff (2008) que algunas cosas
podían permanecer perdidas en la noche.
Así pues, para los románticos el
arte no era tanto un producto, cuanto un suceso que podía tener lugar siempre y
dondequiera que algún hombre realizara su actividad con energía creadora e
impulso vital. A través de la fuerza literaria se eliminaba la separación entre
la lógica de la vida y del trabajo cotidiano y las restantes actividades libres
y creadoras del espíritu. Se trataba de hacer poética la vida y la sociedad a
través de una exaltación de la imaginación en todas las creaciones artísticas.
Y para la consecución de este objetivo el papel que desempeñó la música fue muy
importante. Ésta era concebida como un poder mítico que triunfaba sobre la
confusión babilónica de las lenguas. Era un tapiz de sonidos, una atmósfera, un
medio que servía mejor que ninguno para expresar el dolor y el placer, en definitiva,
una sonoridad organizada que expresaba mejor que ningún otro arte la expresión
inmediata de la voluntad del mundo.
En esta línea multidisciplinar, un
teórico romántico como Friedrich Schlegel (1994) señaló que había que suprimir
el curso y las leyes del entendimiento, los cuales eran demasiado racionales y
trasladarnos a la bella confusión de la fantasía, al caos originario de la
naturaleza humana. Este desorden natural fue entendido por los románticos en
dos sentidos diferentes. Uno primero en un plano más humano que asumió que
ninguna comunicación humana estaba realmente en condiciones de ser comprensible
por completo. Así las creaciones artísticas que circulaban entre los seres
humanos nadaban en un océano de cosas incomprensibles. El hombre tenía un
sentido infinito para otros hombres, y precisamente por eso, los otros eran
incomprensibles para él, pues nunca podía llegar hasta el final en la
decodificación de las representaciones de otro. Otro segundo en un plano más
divino en el que se concibió al mundo en su conjunto como un caos. Y dentro de
esta concepción tuvo gran importancia la figura de Dios. Éste era el ser
supercomplejo por excelencia, el ente absolutamente incomprensible. Y, para
ellos, donde mejor se expresaba la verdadera devoción ante esta realidad
monstruosa era en el empleo de la palabra irónica. Cualquier frase referida a
lo absoluto y a lo trascendente sólo era posible en un modo de hablar irónico.
La ironía como respeto sonriente ante lo incomprensible era un arte investido
de sublime urbanidad, el cual permitía el diálogo ya que a través de su
utilización se evitaba el estado imposible de la comprensión de lo inefable.
Así pues, como señala Rafael Argullol (1982), el
Romanticismo ofreció una respuesta filosófico-literaria en cuyos textos más
representativos se abordaron temas como la muerte, la noche, la nada, pero
desde una visión barroca del mundo como un teatro en el que los seres humanos
desempeñaban sus papeles movidos por fuerzas oscuras, generalmente sociales.
Alejado de la idea de centralidad, el individuo ocupa un rincón del mundo,
entregándose a esquivar pensamientos elevados, denunciando la vaciedad e
hipocresía de este tipo de especulaciones. Lo único realmente importante era
permanecer fieles a la tierra tratando de cambiar lo que estuviera al alcance
de cada uno, sin perder de vista que el objetivo último era la consecución de
la libertad.
3.2. Biografías y principales
producciones literarias
Nos ocupamos en primer lugar de
presentar la biografía y el contexto literario en el que escribió sus obras un
autor como Lord Byron. George Gordon Byron nació el 22 de enero de 1788 en
Londres y, a pesar de sus antecedentes de nobleza, su madre dio a luz en
circunstancias máximas de pobreza y dolor. Su padre fue un personaje díscolo, estrambótico
y juerguista que nunca se preocupó por su familia y que muró siendo Byron muy
joven, con lo que lo dejó a él huérfano y viuda a la madre. Ésta, tras tal
acontecimiento se alejó de Londres y se dirigió en busca de refugio a Escocia,
donde vivieron algunos años.
Cuando el niño no había cumplido aún
los diez años se produjo un hecho que cambió el ambiente y las perspectivas de
su vida: la muerte de un tío suyo, Lord Guillermo Byron. Éste, hermano de su
padre, le dejó una herencia considerable y el derecho a ocupar un sillón en
Durante esta evasión Byron visitó
por primera vez Portugal, España, Grecia y Turquía. En su recorrido por
Una vez que hubo retornado a Londres
y tras unos años dedicados nuevamente al despilfarro, en el año de 1812 lanzó
un discurso incendiario en
Unos años duró esta paradójica
situación de Lord Byron, en el que alcanzó su encumbramiento como poeta, pero
también recibió duras críticas por su manera de vivir, sobre todo fue atacado
por las muchas relaciones que mantuvo, destacando por el escándalo que suscitó,
la que mantuvo con Carolina Lamb, mujer casada con un alto aristócrata de la
época. Al final, acabó casándose con la que sería su mujer Miss Milbank, aunque
los rumores siguieron atribuyéndole -falsas o verdaderas- nuevas relaciones a
expensas de su mujer. Estas invectivas hacia su persona, unidas a su difícil
carácter, hicieron que Byron comenzara a sentir grandes angustias vitales que
plasmaría por escrito, como poeta que había nacido para vivir en lucha
permanente consigo mismo y con las generaciones de su tiempo, para acaso
extraer de éstas las esencias de sus obras inmortales. Lo cierto es que durante
aquellos años, el poeta diabólico que se agitaba en Lord Byron logró su
venganza contra su propio mundo; su revancha por sufrir y haber sufrido tantas
miserias y humillaciones. Como obras destacadas de este periodo nos encontramos
con El corsario, La novia de Abidos o Parisina.
No obstante, con el tiempo acrecentada, la altivez desdeñosa del poeta
triunfador rayó muchas veces en un trato de crueldad hacia su mujer, a la cual
no veía sino como un guiñapo en el que apoyarse. Por este motivo, lady Byron
abandonó el hogar conyugal para irse a vivir a casa de sus padres.
Ante el abandono de la esposa, el
poeta emprendió en 1816, sin él saberlo, el que fue su segundo y último viaje
por Europa, el cual le llevó por tierras suizas e italianas, y de ellas, a
Grecia. Fue esta etapa una de las más fecundas de su vida ya que en ella
escribió sus más logradas obras, entre las que podemos destacar: Mazeppa, Oda a Venecia y los cantos I y II de su Don Juan. Además, fue el periodo en que más trató de distanciarse
de su país natal y, sin embargo, tal como señala Encabo Fernández (2009:161)
“fue la etapa en que más interés despertó su vida y su obra en la isla”. En su
viaje por Italia entre 1817 y 1822, además de recorrer el país descubriendo las
huellas de Rousseau, Voltaire y Gibbon junto a su amigo Shelley y enamorarse de
Teresa Gamba Guiccioli, tomó partido por los Carbonarios, una sociedad secreta
que luchó por la libertad de Italia frente al yugo austríaco. Fue descubierto
por la policía italiana y tuvo que abandonar el país precipitadamente, pero no
por ello dejó de luchar por la libertad, puesto que se unió a la causa griega
por liberarse de la tiranía turca.
Una vez en el país heleno, Byron
dispuso de sus propios recursos para ponerse a la cabeza de un ejército de
quinientos soldados para marchar sobre Lepanto, pero en ese instante unas
fiebres perniciosas originadas por el clima y por su estado de agitación y
desvelo, acabaron con su vida. De esta manera, la muerte no le permitió
conseguir su gran obra, ni asistir a la culminación de la liberación de Grecia
que, con la ayuda de Rusia y de Inglaterra, abatió el poderío de los turcos y
le devolvió su libertad en el año de 1829. Pero Byron había hecho ya lo
bastante para merecer la devoción de los hombres como artífice de magnífica
poesía y como héroe de la libertad. Así nos legó entre otros, los poemas
narrativos titulados Las peregrinaciones
de Childe-Harold, La novia de Abidos,
El corsario, Lara, El cautivo de Chillon,
El sitio de Corinto, Parisina, Las lamentaciones de Tasso, Beppo,
Mazeppa, La profecía de Dante y La
isla o Cristian y sus compañeros. Igualmente, otros poemas importantes, en
este caso dramáticos, fueron Marino
Faliero, Los dos Foscari, Manfredo, Sardanapolo, Caín y Don Juan.
Nos dedicaremos a continuación a
presentar las circunstancias biográficas y las principales composiciones
literarias del segundo poeta seleccionado, José de Espronceda. Éste nació en
Badajoz el 25 de marzo de 1808 aunque pronto se trasladó a Madrid donde, en el
Colegio San Mateo, recibió su primera formación intelectual entre los años de
En mayo de 1823 el duque de Angulema
con sus “Cien Mil Hijos de San Luis puso” término al “Trienio Liberal” y
restableció el absolutismo y el colegio de Lista, por ser considerado como un
foco de ideas revolucionarias, fue clausurado, pero Lista continuó sus clases
en su casa particular. Antes del cierre, sin embargo, Espronceda con un grupo
de amigos, entre los que figuraban Miguel Ortiz, Patricio de
En ese año, debido a que la policía
le estaba vigilando estrechamente, emigró sucesivamente a Lisboa y a Londres
(donde conoció y se enamoró de Teresa, la gran pasión de su vida), llegando
incluso a participar en la revolución de julio de 1830 de París junto a su
amigo Balbino Cortés. Del mismo modo, en el año 1831, tomó parte también en la
expedición militar del coronel Chapalangarra por la frontera de Navarra,
intervención que realizó Espronceda, quien, sólo con un puñado de hombres,
detuvo el ímpetu de las fuerzas absolutistas aunque no pudo impedir que los
vencedores se apoderaran del cadáver de su jefe, cuya trágica muerte cantó
Espronceda en sentidos versos.
La amnistía a los emigrados de 1832
permitió a Espronceda regresar a España junto a Teresa, a la que había
conseguido arrebatar a su marido. A poco de volver a Madrid ingresó Espronceda
en el cuerpo de Guardias de Corps, de donde fue expulsado por haber leído en un
banquete político unas décimas en las que censuraba al gobierno; fue desterrado
a Cuéllar donde comenzó su novela Sancho
Saldaña o el castellano de Cuéllar, y al regresar a Madrid fundó, junto con
Ventura de
Tal como señala Juan Luis Alborg
(1980), al fundarse poco después
En octubre de 1838 realizó
Espronceda un viaje de propaganda revolucionaria por Granada, Málaga, Cádiz y
Sevilla y, a su regreso leyó en el Liceo Artístico y Literario de Madrid El Estudiante de Salamanca. A los pocos
días murió Teresa, cuyo cadáver descubrió el poeta por casualidad desde la
calle a través de la ventana de la habitación donde yacía. El dolor por esta
muerte le hizo estar parado hasta 1840. En este año, compuso Espronceda El diablo mundo y, en 1841, fundó con
varios amigos la revista El Pensamiento,
que sólo duró de mayo a octubre. Poco después fue nombrado diputado suplente
por Almería y consiguió tomar asiento en el congreso. Su actuación en él fue
continuada y eficaz, destacando particularmente su intervención en materias
económicas, en las que demostró gran preparación.
El 15 de mayo de 1842 asistió
Espronceda a un banquete ofrecido por Espartero a varias personalidades de
todos los partidos; fue el último acto público del poeta. Ocho días más tarde
falleció inesperadamente de una afección en la garganta, a los treinta y cuatro
años de edad. Y tras su muerte, el legado literario que nos dejó incluye, entre
otras composiciones, El Pelayo, Poesías líricas, Canciones, Poesías de asuntos
históricos, El estudiante de Salamanca
y El diablo mundo, en poesía. Ni el tío ni el sobrino, Amor venga sus agravios y Blanca de Borbón, en teatro y Sancho Saldaña o el castellano de Cuéllar,
en novela. Además, también escribió numerosos artículos literarios y políticos.
Procedemos ahora a presentar los
datos biográficos y las principales producciones literarias del último autor
que nos ocupa, Víctor Hugo. Hijo del matrimonio entre Joseph-Léopold-Sigisbert
Hugo y Sophie Trébuchet, nació Víctor Hugo en Besançon el 26 de febrero de
1802. Estudió en París en el Liceo Louis Le Grand, empezando a escribir muy
joven. En 1821, con sólo diecinueve años, se casó con Adèle Foucher de la que
también estaba enamorado su hermano Eugène. Un año antes, en 1820, se publicó
la primera versión de su primera novela, Bug-Jargal,
en el estilo de la novela negra gótica que estaba de moda. El año de 1822 es el
de las Odas y poesías diversas y del
primer drama Inés de Castro,
prohibido por la censura: le sigue una segunda novela, Han de Islandia. En 1824, nació la primera hija de Hugo,
Léopoldine.
Hito importante en la vida de Víctor
Hugo fue el año de 1827. Durante el mismo se publicó su obra Cromwell de la que lo más importante es
su prólogo, que convirtió a nuestro escritor en el líder de la juventud
romántica. Este hecho se confirmó tres años más tarde cuando en 1830 publicó el
drama Hernani en el que, en palabras
de Langa Laorga (2003: 28) “Víctor Hugo escribió en este prólogo una frase que
marcaría toda su vida: <<El Romanticismo no es otra cosa que el
liberalismo en literatura>>”. En 1831 apareció la primera gran novela
histórica, Nuestra Señora de París,
así como el poemario Las hojas de otoño.
El drama El rey se divierte, en el
cual se inspiró Verdi para su Rigoletto,
quedó prohibido por la censura en 1832, pero pudo hacer representar Lucrecia Borgia y María Tudor en 1833. En estos ambientes teatrales, Hugo conoció a
Juliette Drouet, que pronto fue su amante y a quien permaneció fiel hasta la
muerte.
En
1835 estrenó el drama Angelo, tirano de
Padua, y publicó el volumen de poemas Los
cantos del crepúsculo. Dos años más tarde, en 1837, murió su hermano
Eugène, el cual estaba internado en un psiquiátrico por accesos de locura. A él
le dedicó su poemario Las voces
interiores, publicado ese mismo año. En 1840 publicó el cuarto volumen de
poemas del decenio, Los rayos y las
sombras, y realizó un viaje a Alemania del que sacó un diario de viaje, El Rin, lleno de leyendas y apuntes
tomados en vivo. En 1841, después de varios fracasos, consiguió ser elegido
miembro de
En 1845 fue nombrado par de Francia
por Luis Felipe de Orleans y también comenzó a escribir una novela
provisionalmente titulada Jean Tréjean,
que se convirtió primero en Las miserias
y acabó siendo Los miserables.
Siguiendo a Javier del Prado (1994) hemos de señalar que, de su actividad en
Tras la revolución de 1848, y a
causa de sus escritos en contra de la pena de muerte y su acercamiento decidido
a la izquierda, se vio obligado a exiliarse a Bélgica donde se instaló en
Jersey para pasar, posteriormente, a la isla británica de Guernesey. En 1859,
Napoleón III le ofreció la amnistía, que rehusó. Entró en París, tras la
captura de Napoleón III contra Prusia en la batalla de Sedán y pasó a formar
parte de
En mayo de 1876 fue nombrado senador
por París, ya en plena Tercera República Francesa. En 1877 publicó la segunda
parte de La leyenda de los siglos y
también todos los poemas en los que mostró toda su ternura de anciano, El arte de ser abuelo. Los últimos años
fueron de reflexión: El Papa, poema filosófico
publicado en 1878, La piedad suprema,
Religiones y religión, El asno y Los cuatro vientos del espíritu completan su extensísima obra. En
1881 murió Juliette Drouet y también estrenó su último drama que llevó por
título Torquemada.
Víctor
Hugo murió en 1885, celebrándose unos funerales nacionales, con el traslado del
féretro desde el Arco del Triunfo hasta el Panteón, siendo seguido el sepelio
por una gran multitud. De entre todas sus obras podemos destacar Odas y baladas, Las orientales, Hojas de
otoño, Cantos del crepúsculo, Voces interiores, Rayos y sombras, Los castigos,
Las contemplaciones, Las canciones de las calles y de los bosques,
El arte de ser abuelo o El año terrible, en poesía. En teatro
destacaremos Cromwell, El rey se divierte, Lucrecia Borgia, María Tudor
o Los burgraves. Por último, en
narrativa podemos citar, entre otras, Nuestra
Señora de París, El hombre que ríe, Los trabajadores del mar o Noventa y tres. A todo ello hemos de
añadir la escritura de numerosos ensayos sobre temas político-sociales como el
que escribió en contra de la pena de muerte o contra Napoleón III o elegías a
la muerte de autores famosos de su época, destacando, por su relación con
nuestro trabajo, la que escribió sobre Lord Byron.
4.
Si nos referimos a la revolución
literaria que operó el movimiento romántico en Inglaterra, la voz de Byron
puede ser señalada como la más alta en poesía, de la misma forma que Walter
Scott fue el creador de la novela histórica, Tomás de Quincey, el artífice del
estilo, Dickens el psicólogo acabado de la novela, Ruskin, el crítico de arte
por excelencia y Gibbon y Carlyle, dos de los historiadores más grandes de los
tiempos modernos. A este respecto, para conocer en su totalidad la poesía de
Lord Byron, hay que discriminar primero cuáles fueron los motivos que más
generalmente le interesaron; en segundo lugar cuáles fueron sus influencias
poéticas y, por último, qué legado dejó a los poetas de las sucesivas
generaciones. Acerca de los temas que más abordó en su poesía podemos decir que
fueron sobre todo cuatro: el amor, la política, las guerras y la lucha por la
libertad. Eso sí, lo especial de su acercamiento a ellos es que todos ellos
estuvieron sazonados con reflexiones filosóficas y existenciales y tratando en
ellos a los hombres de todas clases y jerarquías, pudiendo ser considerado, en
este sentido, un poeta de registro universal.
Respecto a cuáles fueron los autores
que más influyeron en la formación artística de Byron, hemos de señalar a
algunos grandes poetas y escritores de su tiempo, como Walter Scott y Göethe.
También hay, sobre todo en su obra de madurez, una influencia más profunda que
se remonta a Milton y Shakespeare, a los enciclopedistas, a Voltaire sobre
todo, y a los clásicos griegos, Homero, Esquilo y Platón. Estos grandes
maestros de la literatura universal le enseñaron a contemplar la realidad con
ese escepticismo de la sabiduría que, sin negar todo lo horrible que puede
haber, y que hay, en la vida, hace creer y amar el destino del hombre.
Centrándonos
ahora en las influencias de Byron en las siguientes generaciones de poetas,
podemos decir que nuestro vate puso su sello en todos los hombres libres o que
buscaban la libertad de su época, como quizá no se haya repetido otro en la
historia de la humanidad. De él salieron los libertadores y de él salieron los
cantores de las emancipaciones y las libertades del hombre. Byronianos son José
de Espronceda, que conoció la cárcel y el exilio, y el Duque de Rivas, en
España. Alejandro Pushkin y Lérmontov en Rusia; y en Francia nos encontramos
con Víctor Hugo, Dumas, Lamartine y Musset. En definitiva, tal y como señala
Blanco y Quiñones (1971:97) “Byron fue el poeta de los rebeldes, de todos los
que en Europa desesperaban de la libertad política tanto como sentimental”.
4.1. Reflexiones existenciales
Es el estilo poético de Lord Byron
muy prolífico a la hora de incluir reflexiones de manifiesto carácter existencial debido,
fundamentalmente, a lo bien trazados que están los protagonistas que aparecen
en sus obras. Esto se puede relacionar con el hecho de que la mayoría de sus
composiciones son autobiográficas, pues se puede identificar a Byron
prácticamente con todos los protagonistas de sus obras. En este sentido, es
importante considerar la difícil personalidad de un autor que, a pesar de
llevar una vida marcada por la gran cantidad de relaciones sociales y políticas
que estableció, sintió siempre dentro de sí el peso de la soledad y de la
existencia. A este respecto, de entre nuestra selección de poemarios, vamos a
destacar cuatro en los que las reflexiones alcanzan el mayor grado de
abstracción y condensación: Las
peregrinaciones de Childe-Harold, El
corsario, El cautivo de Chillon y
Caín.
Dentro de Las peregrinaciones de Childe-Harold son varios los fragmentos en
los que el protagonista da muestra de su hastío vital y del cansancio que
siente ante una sociedad consumista que vive demasiado de las apariencias.
Transcribimos uno que nos parece bastante significativo:
“Childe-Harold
tenía el corazón enfermo. Quería alejarse de sus compañeros de crápula; y
aseguran que alguna vez viose en sus sombríos y humedecidos ojos brillar una
lágrima, que su orgullo helaba repentinamente. […]. Muchas veces una extraña
angustia se reflejaba en la frente de Childe-Harold, como si el recuerdo de
alguna fatal querella o de una pasión burlada, se despertase súbitamente en su
corazón. Todos sus compañeros ignoraban aquel secreto, y quizá no mostraban
muchos deseos de conocerlo, pues no era su alma de las abiertas y francas, de
las que hallan consuelo comunicando sus pesares. Cualesquiera que fuesen las
penas que no podía olvidar, no buscaba ni los consuelos ni los consejos del
amigo. No era amado por nadie, porque los jóvenes disolutos de todos los
países, que a su palacio acudían, si le prodigaban lisonjas en los días de
festines, constábale que eran parásitos sin corazón. ¡Sí! Nadie le amaba”
(1973:56-57, volumen I).
Otra parte de la misma obra en la
que también se hace muy evidente el tono existencial es aquella en la que el
poeta se cuestiona por la naturaleza del hombre y la de su alma. En la misma
también aparece una reflexión acerca de si los sentimientos y la sensibilidad del ser humano pueden
agotarse totalmente por las experiencias vividas o si, en cambio, siempre queda
algo que puede volver a encenderla. Presentamos las evidencias:
“Aquel
que ha vivido mucho por sus acciones y no por sus años, iniciado en todos los
misterios de la vida, sin hallar nada que le admire; insensible en adelante a
los crueles dardos con que el amor, el odio, la ambición o la gloria desgarran
en secreto el corazón de los mortales, aquel podrá decir por qué el pensamiento
busca un refugio en las solitarias grutas, que están para él pobladas de
imágenes aéreas y de aquellas formas que el tiempo conserva siempre las mismas
en la encantada mansión del alma […]. ¿Qué soy? Nada; pero no te sucede eso a
ti, alma de mi pensamiento; contigo cruzo la tierra: invisible, pero pudiendo
contemplarlo todo, asociándome a tu espíritu, participando de tu origen espiritual,
y volviendo a hallar por ti una nueva facultad de sentir cuando toda mi
sensibilidad parecía agotada. Pero debo pensar con menos desorden: he meditado
demasiado tiempo y entregándome a ideas excesivamente sombrías, hasta el punto
que mi ardiente y agotado cerebro llegó a parecer un torbellino en llamas y de
extravagantes caprichos: no habiendo en mi juventud aprendido a moderar las
expansiones de mi corazón, las fuentes de mi vida han sido emponzoñadas. Hoy es
demasiado tarde. He cambiado mucho; pero me queda bastante fuerza para soportar
lo que el tiempo no puede destruir y para alimentarme con amargos frutos sin
acusar al destino” (1973:125, volumen I).
Refiriéndonos ahora a los discursos
existenciales que podemos encontrar en El
corsario, podemos señalar fundamentalmente dos. El primero de ellos se
refiere a la caracterización de la personalidad de Conrado que, al igual que
Childe-Harold, es un personaje que ha conocido todos los sinsabores de la vida
demasiado pronto. Como nuestro protagonista anterior, Conrado es un alter ego
del propio Lord Byron, esto es, una persona solitaria que se odia a sí misma y
también el contacto con los demás. Vemos el fragmento en el que se nos muestra
lo dicho:
“Tímido,
repelido, calumniado, antes que la juventud hubiese perdido su fuego, detestaba
demasiado a los hombres para conocer los remordimientos, y creyó que los
consejos de su resentimiento eran inspiraciones secretas para vengarse de todos
por causa de las injurias de algunos. Él se reconocía culpable; pero los demás
no eran mejores según su modo de pensar; y detestaba a todos los que se le
asemejaban como a unos hipócritas que cometían con sigilo lo que su espíritu
audaz no tenía embarazo de confesar. No ignoraba que era odiado; pero los que
no le apreciaban, temblaban, y al menos le temían. Solitario, feroz y
arrogante, si su nombre causaba espanto, sus acciones admiraban, y los que le
temían no se atrevían a despreciarle” (1973:220, volumen I).
El segundo fragmento de tintes
existenciales es algo más positivo, aunque también nos muestra la desesperación
interior del protagonista. En él se nos describe la que es la sola ilusión de
Conrado por vivir: el amor por su esposa Medora, única persona que le da
sentido a su existencia. En este sentido, es muy frecuente encontrar en la
poesía de Lord Byron el amor de pareja como la única salvación para mantener
las ganas de continuar habitando en la tierra. Presentamos el texto en que
Medora muere y, con ella, toda la alegría de Conrado:
“El
manantial de sus más dulces deseos y de su más tierna solicitud, el solo ser
viviente a quien no ha podido odiar; todo le ha sido arrebatado […]. Inmóvil de
estupor, ha quedado tan débil, que sus ojos enternecidos se llenan de lágrimas
lo mismo que los de un niño: ¡confesión de una desgracia irreparable! Nadie vio
los lloros que inundaban sus mejillas; y delante de testigos quizá no hubieran
corrido. Su mano los enjuga luego, y se aleja con el corazón despedazado e
inconsolable…El sol aparece; el día es oscuro para Conrado. La noche viene, y
sus tinieblas no le abandonarán jamás. No hay ningún punto más oscuro que el
que extienden sobre los ojos las nubes del alma; y no hay ninguna ceguedad
comparable a la del desgraciado que no se atreve a ver, y que huyendo hacia las
sombras más espesas, no quiere admitir el socorro de un guía” (1973: 252-253,
volumen I).
Centrándonos ahora en el poemario El cautivo de Chillon, señalaremos
también dos fragmentos que nos parecen los de tono más existencial. En el
primero de ellos se nos describe la situación del protagonista, François de
Bonnivard, encarcelado y encadenado en los calabozos de la prisión de Chillon
junto a sus dos hermanos pequeños. En este fragmento que presentamos se nos
relata cómo era el carácter de sus hermanos y como, poco a poco, sus vidas se
van apagando sin que él pueda hacer nada más que sufrir por ellos. Veámoslo:
“Yo
era el mayor de los tres, y mi deber era aconsejarles y animarles; al respecto,
hice todo lo posible. Cada uno trataba de hacerlo, a su modo. El menor […]
incitaba mi piedad, pues verdaderamente resultaba penoso ver a un pájaro así en
semejante nido […]. Era hermoso como un día polar que no ha de ver su ocaso
hasta que transcurra el estío, prolongado en su luz. Lo mismo que el manto de
la nieve fulgurando al sol, igual era él de puro y de bello. Era tan alegre su
natural espíritu que sólo tenía lágrimas para los males de los demás; y así
brotaban como arroyitos de la sierra, si por casualidad no lograban atenuar la
pena ajena, la que tanto odiaba. El otro hermano, puro igual de espíritu, se
había acostumbrado a luchar con sus semejantes. Rudo de formas, no hubiese
tenido temor de morir en un encuentro, pero sí en cautiverio, cargado de
cadenas. Su espíritu se iba agostando cuando las oía rechinar, y yo lo contemplaba
aniquilarse en silencio. Lo mismo me pasaba a mí; pero procuraba darle ánimos
haciéndole recordar la casa en donde habíamos vivido. Fue un cazador montañés,
perseguía venados y lobos; el calabozo representaba para él lo mismo que un
precipicio, y los grillos de sus pies el más horrendo de los males” (1973: 284,
volumen I).
En el segundo fragmento se nos
presenta el estado de inexistencia al que llega nuestro protagonista tras la
muerte de sus hermanos. En él, el protagonista desea su propia muerte porque ya
nada tendrá sentido sin sus dos compañeros. La libertad para él no tiene ningún
sentido si no tiene con quién disfrutarla. Lo vemos:
“No
recuerdo exactamente lo que me ocurrió en esos momentos. Sé que la vista se me
nubló; luego, me faltó la respiración y me rodeó la oscuridad. Ningún
sentimiento había en mí, y era lo mismo que una piedra entre otras piedras.
Carecía casi de consciencia, y casi nada distinguía entre la tiniebla que me
rodeaba. Todo era esfumado, negro, gris, y no vivía en el día ni en la noche.
Ni en el calabozo me parecía estar, aunque tan aborrecido era a mi nublada
visión; la nada cubría todo el espacio que me rodeaba. Todo parecía inmóvil. No
había estrellas, ni tierra, ni tiempo, ni cárcel, ni cambios, ningún bien; ni
siquiera crímenes. Únicamente vivía el silencio y una forma de respiración
extraña, que no se parecía a la de la vida ni a la de la muerte. Parecía como
un mar de quietos ocios, ciegos, sin límites, mudos, y además inertes […]. La
muerte hubiera representado la liberación de mis penurias” (1973:286-287,
volumen I).
Llegamos al último poemario que
hemos considerado más relevante a la hora de tratar los motivos existenciales
de la obra de Lord Byron: se trata del poema dramático Caín. De él vamos a entresacar, como de los anteriores, dos
fragmentos de naturaleza existencial. En el primero Caín hace una reflexión
sobre la naturaleza -buena o mala- del Dios que los ha creado y sobre la
necesidad de que la vida terrena sea tan amarga y haya que soportar tantos
trabajos y penurias. He aquí:
“¡Y
es esta la vida!...¡Trabajar!...¿Y por qué debo yo trabajar?...¿Por qué a tomar
mi padre su puesto en el Edén no se atreviera? ¿Qué culpa tuve yo? Yo era
innacido. Yo no pedí el nacer, ni amo el estado a que ese nacimiento me
condujo. Mas, ¿por qué a la mujer y a la serpiente débil cedió? ¿Por qué, ya
que cediera, tiene que padecer? ¿Qué mal había? Plantado estaba el árbol. ¿Por
qué causa para él no estaba allí? ¿Por qué motivo, no estándolo, lo puso allí
tan cerca, en el centro brotando, el más hermoso? A todas las preguntas, una
sola respuesta dan: <<su voluntad tal era, y él es bueno>>. Mas,
¿cómo sé que es bueno? ¡Qué! ¿Tal vez porque sea omnipotente, que es la suma
bondad ha de inferirse? Yo juzgo por los frutos (bien amargos) que han de
nutrirme por ajena culpa” (1973:83, volumen II).
En el segundo fragmento, el
protagonista Caín, una vez que Lucifer le ha mostrado el futuro que espera a
los hombres en la tierra, se queja a su mujer Adah sobre el tipo de mísera vida
a la que está condenada la humanidad. A este respecto, señala que tanto ellos
como sus hijos son la fuente de la maldición y del sufrimiento de todos los
hombres y que, si ellos quisieran, podrían acabar allí mismo con todas las
desgracias que están por venir. Sería tan fácil como acabar con sus vidas
(incluyendo la de su hijo Enoch) y asumir ellos solos el peso de la muerte. Lo
presentamos:
“Yo
he trabajado, yo sudé bajo el sol, labré la tierra con nuestra maldición así
cumpliendo: ¿puedo hacer más? ¿por qué he de estar alegre, por la incesante
guerra contra todos los elementos, antes que nos cedan ese pan que comemos?
¿por qué tengo que estar agradecido? ¿por ser polvo y arrastrarme en el polvo,
hasta perderme en el polvo otra vez? Si no soy nada…¿Iré por nada, hipócrita, a
mostrarme contento del dolor? ¿Y por qué habría de estar contrito yo?...¿Por el
pecado de mi padre, expiado ya de sobra por cuanto todos hasta aquí sufrimos, y
que aún habrá de ser más que expiado en la futura edad de nuestra raza? ¡Ah!
¡Cuán poco sospecha nuestro tierno y lozano durmiente que los tristes gérmenes
de miserias eternales a millares de seres destinados lleva dentro de sí! Mejor
sería que en su inocente sueño le cogiese y contra duras rocas le estrellase,
que dejarle vivir para…” (1973: 143-144, volumen II).
Igualmente importante dentro de la
poesía de Lord Byron es la aparición de fragmentos de denuncia social en
contextos de esclavitud y de tiranía de los monarcas absolutos. En este
sentido, se trató de un poeta revolucionario y liberal en sus escritos, y de
una persona activamente implicada en numerosas revueltas populares. Entre estas
últimas cabe destacar su participación en la liberación de Grecia del poder
otomano o la de Italia del imperio austríaco. Al respecto de su posición
ideológica, son bastante significativas sus propias palabras: “El pobre pueblo
ya está cansado de imitar al despreciado Job. Al principio el pueblo se
lamenta, después comienza a maldecir y luego -así como David tomó la honda y se
enfrentó al gigante-, así el pueblo se apodera de las primeras armas que la
desesperación le ofrece y la guerra se incendia. Yo sería el primero en
sentirlo si no estuviera seguro que sólo una revolución purifica el infierno.
Entonces lucharé con palabras (y tal vez con hechos) contra todos los que sean
enemigos de la idea, que son los peores déspotas e intrigantes. No sé quién
podrá triunfar. Aunque lo supiera no se suavizaría tampoco mi odio ferviente y
sincero a todas las formas de despotismo que existen en el mundo” (Luis Alberto
Ruiz, 1973: 9-10, volumen I). Por otra parte, de entre los textos poéticos que
hemos seleccionado de nuestro autor, son cuatro los que destacan por la
presencia de elementos de compromiso social, y a los cuales nos vamos a
referir: Las peregrinaciones de
Childe-Harold, La novia de Abidos,
El cautivo de Chillon y las Poesías dispersas.
Refiriéndonos a Las peregrinaciones de Childe-Harold, vamos a destacar dos
fragmentos de la obra en los que se nos muestra el compromiso por la libertad
de nuestro poeta y su lucha contra la tiranía. El primero de ellos es una
exhortación realizada al pueblo español para que se libere de las cadenas del
déspota invasor francés (durante
“Despertad,
hijos de España, despertad y acudid. Escuchad la caballería, vuestra antigua
diosa, que os grita: <<¡A las armas!>> […]. Ella os dice:
<<¡Despertaos, a las armas!>> […]. ¿No oís cómo se estremece la
tierra bajo los precipitados pasos de los corceles y el choque de las armas en
la llanura? ¿No veis a los que hiere la ensangrentada hoja del sable? ¿No
volaréis a socorrer a vuestros hermanos, que sucumben a los golpes de los
tiranos y de los esclavos de la tiranía” (1973:64, volumen I).
El segundo fragmento que vamos a
ofrecer aquí habla sobre la necesidad que tienen los habitantes de Grecia de
liberarse del yugo otomano. Instiga a la revolución nacional (sin ayudas
extranjeras) a través del recuerdo de los gloriosos antepasados del país,
poniendo especial énfasis en sus héroes y en la existencia de la antigua
democracia. Helo aquí:
“¡Genio
de la libertad! […] ¿Se atreven los griegos a insurreccionarse como antaño? No,
todo ha cambiado en ellos, excepto los rasgos de su fisonomía. ¡Oh libertad!
¿Quién al ver el fuego que brilla en sus ojos no cree que su corazón arde de
nuevo en tu llama, que ya no conocen? Sueñan aún algunos que se aproxima la
hora en que podrán recobrar la herencia de sus padres; suspiran por un socorro
extranjero e invocan las armas de Europa sin atreverse nunca a marchar solos
contra sus enemigos, borrando así su envilecido nombre de la lista de las
naciones esclavas. Vosotros, que no tenéis más que cadenas por herencia, ¿no
sabéis que los que quieren ser libres deben romper sus hierros por sí mismos y
con sólo su brazo conquistar la libertad? ¿Creéis que ella os será dada por el
francés o el moscovita? Desengañaos; ellos podrán abatir a vuestros opresores;
pero vosotros no encenderéis ya el fuego divino sobre el altar de la libertad.
¡Sombras de los ilotas, triunfad de la cobardía de vuestros tiranos! ¡Oh
Grecia! Al cambiar de señor, no verás el término de tus infortunios: pasaron ya
tus días de gloria y tu afrenta se eterniza” (1973:96, volumen I).
Abordando ahora el segundo poemario,
La novia de Abidos, vamos a dar
cuenta de dos fragmentos en los que el poeta se involucra en cuestiones
sociales relacionadas con la tiranía, la esclavitud y la falta de autonomía de los hombres. El
primero de ellos se refiere a la manera dictatorial que tenían los padres de la
época para elegir al marido de sus hijas. Éstas, no podían casarse con quién
quisieran, sino con la persona designada por su padre, aún en contra de su
voluntad. Vemos el ejemplo:
“¡Hija de la más gentil de las gentiles, oh
Zuleika! […]. Tengo que conducirte a otra morada, perdiendo lo que tanto amo.
Irás con Carasmán y estarás magníficamente dotada, y los poderes de tu esposo y
del mío propio a otros harán temblar con sólo leerlos. Ya sabes cuál es la
voluntad de tu padre, que es todo cuanto las mujeres deben saber. He de
enseñarte cómo debe acatarse la obediencia y cómo sólo el padre ha de ser el
que decida sobre los amores de sus hijos” (1973:194-195, volumen I).
Por su parte, el segundo fragmento
que vamos a mostrar, está relacionado con el tema de la libertad de Grecia,
aunque esta vez a través de la rebelión personal del protagonista Selim. Tanto
él como un grupo de hombres de sangre griega, han decidido salir a la mar como
piratas a tratar de devolver las riquezas y las mujeres que les han robado los
invasores otomanos. Éste es el fragmento:
“Nuestro
grupo participa de los anhelos de una anticipada libertad y muchas veces, en
torno al vivac de una caverna, exponemos visionarios proyectos para liberar de
su destino a los griegos. De ese modo, todos ponemos contento en el corazón con
la esperanza de una igualdad de derechos que los hombres no han conocido jamás”
(1973:208, volumen I).
Si nos referimos al tercer poemario
escogido, El cautivo de Chillon,
encontramos en él dos fragmentos bastante significativos en cuanto al
posicionamiento social de Lord Byron. En el primero de ellos, nuestro poeta nos
hace la presentación del protagonista del mismo, François de Bonnivard, en
términos de héroe del pueblo de Ginebra y de luchador por su libertad. Lo
vemos:
“Aquel
gran hombre (merece Bonnivard este título por la fortaleza de su ánimo, la
rectitud de su corazón, la pureza de sus intenciones, la discreción de sus
consejos, la temeridad de sus hechos, la extensión de sus conocimientos y la
vivacidad de su espíritu), aquel gran hombre, en una palabra, conmoverá siempre
el corazón de aquellos a quienes excitan las cualidades heroicas, y ha de
inspirar siempre el más caluroso reconocimiento en el seno de los ginebrinos
que aman Ginebra. Siempre fue Bonnivard uno de sus puntales más firmes. Con el
fin de consolidar la libertad de su república, no trepidó en perder con
frecuencia la suya, descuidó el descanso, desdeñó sus riquezas, y no olvidó nada
a favor del bienestar de una patria que había elegido como la suya propia,
dándole con ello honor” (1973:281-282, volumen I).
El segundo fragmento que vamos a
transcribir habla sobre el miedo a la libertad que sintió Bonnivard tras sus
años de cautiverio. Este temor se puede extrapolar al de los pueblos que llevan
mucho tiempo siendo tiranizados y que no se atreven a romper sus cadenas. Es
bastante significativo puesto que se puede traslucir de él que Byron ve en este hombre un ejemplo de
lucha por la libertad que debería ser seguido por todos los oprimidos. Dice
así:
“Finalmente,
unos hombres llegaron a darme la libertad. No pregunté por qué, ni tampoco me
interesaba a dónde me iban a llevar. Con los grillos o sin ellos me había
habituado a amar la desesperación. Por eso, cuando esos hombres se me
presentaron y me libraron de mis prisiones, me pareció que ellas habían sido
para mí como una ermita, lo único que poseía en el mundo. Tanto que al sacarme
de allí pensé que me quitaban de mi segundo hogar […]. Hasta mis cadenas y yo
nos habíamos hecho amigos, ya que una larga relación nos lleva a que sintamos
así. De modo que, al recuperar la libertad, lo hice con un suspiro” (1973:288,
volumen I).
En cuanto al último poemario
titulado Poesías dispersas, hemos
seleccionado dos fragmentos de dos poemas diferentes. El primero de ello se
titula “Himno a Grecia”. En él, Lord Byron lleva a cabo un repaso histórico por
los diferentes periodos que ha atravesado el país. Al llegar al de su época,
reniega de la raza de hombres que viven en ella y les anima a levantarse contra
sus opresores y ser un pueblo libre. Aquí lo tenemos:
“¡Ay!
¿Qué me resta en mi dolor inmenso?/ Llanto y vergüenza por la patria esclava;/
bañad en lloro las que a Grecia oprimen./ Duras cadenas/ […]. ¿En vuestra
afrenta dormiréis tenaces?/ ¿Por qué no suena el belicoso canto?/ ¿Por qué no
emprende la falange altiva./ Pírrica danza?/ […]. Nunca esta tierra habitarán
esclavos;/ arme las diestras el fulmíneo acero” (1973:536-537, volumen II).
El segundo poema significativo al
respecto del tema que nos ocupa es el que se titula “Soneto a Chillon”. El
mismo es una versión corta del poemario narrativo que hemos visto antes -El cautivo de Chillon- y, en él, el
autor describe como sagrada la prisión de Chillon desde que el héroe de la
libertad de Ginebra, François de Bonnivard, estuvo encarcelado en ella. Es
éste:
“Eterno espíritu de la mente aherrojada,/ libertad que
brillas como nunca en las mazmorras,/ porque allí su morada es tu corazón./
Sólo el corazón que te ama se une a tu destino./ Y cuando ponen grillos a tus
hijos/ y los cubre la lúgubre bóveda,/ su martirio hace triunfar a su patria/ y
la fama de la libertad vuela en todos los vientos./ Chillon: sagrado lugar son
tus prisiones,/ y tu triste suelo un altar/ desde que Bonnivard posó allí sus
plantas./ ¡Que nunca se borren esas huellas,/ para que puedan presentar a Dios/
apelación contra la tiranía! (1973:545, volumen II).
La presencia de motivos marginales
constituye otro de los pilares básicos de la obra poética de Lord Byron. Así,
es muy frecuente encontrarnos en sus composiciones con protagonistas de las
clases sociales más bajas e incluso individuos fuera de la propia sociedad
como, por ejemplo, esclavos, piratas o guerreros mercenarios. La utilización de
los mismos en sus creaciones suele ser un paradigma de lucha por la libertad;
esto es, a través de ellos nuestro poeta señala el camino que el resto de los
desfavorecidos debe seguir en su lucha contra la tiranía. De entre nuestra
selección de textos poéticos, los tres más destacados en cuanto a la aparición
de seres marginales son La novia de
Abidos, El corsario y Mazeppa.
Respecto a La novia de Abidos, son dos los fragmentos que vamos a destacar de
la obra. El primero de ellos se refiere a la condición de hijo de esclavo que
tiene el protagonista de la obra, Selim, lo que le deja en una posición social
inferior respecto a su pretendida Zuleika, y respecto al padre de ésta, Giafar.
Presentamos el fragmento:
“Dijo
el bajá: <<Hijo de esclavo, y criado por una madre indigna de confiar en
ella: era vana la esperanza de un padre de que arribases a ser un hombre digno.
Estabas destinado a tensar el arco, lanzar la flecha y domeñar el
potro>>” (1973:192, volumen I). El segundo fragmento se centra en
describir quiénes son los piratas, a los que Selim se ha unido por no estar de
acuerdo ni con la tiranía de Giafar en particular, ni con la de los turcos
sobre los griegos en general. Los piratas son seres marginales que no se rigen
por ninguna ley, y que tienen como profesión vengarse de los poderosos por el
trato que dan a los desdichados. He aquí la evidencia: “En verdad, los piratas
son de una estirpe sin ley, rudos en su exterior, poco tiernos en apariencia, y
todas las creencias y todas las razas encuentran o pueden encontrar lugar entre
ellos. Así la franqueza de su lenguaje, la rapidez de sus manos, la obediencia
a las órdenes de sus capitanes, y su ánimo para intentar cualquier empresa sin
mirarla con ojos atemorizados, se enlazan con la amistad que sienten entre
ellos y la fe que se tienen entre sí y la venganza que toman contra los
poderosos” (1973:207-208, volumen I).
El siguiente poemario de Lord Byron
en el que podemos encontrar la existencia de elementos marginales es El corsario. En él se nos cuenta la
historia de unos corsarios que tienen su morada en una pequeña isla de Grecia,
desde la que organizan sus expediciones de combate contra los tiranos jefes
turcos. En el texto se caracteriza a los piratas como valientes guerreros, apátridas
y ajenos a toda ley impuesta. Únicamente luchan para tratar combatir la
esclavitud y la tiranía. Vemos el fragmento:
“Cuando
navegamos sobre las llanuras azuladas, nuestras almas y nuestros pensamientos
se hallan tan libres como el océano. Tan lejos cuanto los vientos pueden
llevarnos, y en todas partes donde espuman las olas, encontramos nuestro
imperio y nuestra patria. Ved, pues, nuestros estados; ningún límite los
circunda. Nuestro pabellón es el cetro al que todas las naciones obedecen. En nuestra
vida pasamos con igual alegría de la fatiga al reposo, y del reposo a la
fatiga. ¿Quién será capaz de poder explicar la dicha de esta alternativa? […].
¡Ah!, conviene esto al mortal audaz que confió su fortuna a los peligros del
mar, a él es sólo a quien pertenece el describir los latidos del corazón y los
transportes de los hombres que pasan su vida en recorrer la inmensidad de los
mares” (1973:215, volumen I).
De igual modo, en nuestro texto
también encontramos el protagonismo de otro personaje marginal. Se trata de
Gulnara, la esclava preferida del bajá turco, la cual, tras haber sido salvada
por el pirata Conrado del incendio que su mismo grupo de piratas provocó, se
enamora de él, lo libera de la prisión donde lo tenía Seïde encerrado y se escapa
con él. Antes de eso, le ha contado lo siguiente:
“<<¡Yo amar al feroz Seïde!, ¡no, no,
jamás! En vano ha sido el haber intentado corresponder a su pasión; el amor no
habita sino con la libertad; yo soy esclava, esclava favorita sin duda,
destinada a participar del esplendor que rodea a Seïde y a parecer dichosa […].
Seïde coge esta mano que ni doy ni rehuso; el frío latido de mis venas no se
demuestra ni más lento ni más rápido, y cuando la suelta, cae como un cuerpo
inanimado, alejándose del hombre a quien nunca se ha amado bastante para ser
aborrecido. La impresión de sus labios encuentra los míos sin calor, y sus
caricias me causan escalofríos y me hielan. Sin duda, si yo hubiera
experimentado el fuego del amor, hubiera podido hacerle suceder el odio; pero
veo siempre con la misma indiferencia a Seïde, que me deja y que vuelve cerca
de mí: suspira frecuentemente, y está bien lejos de mi pensamiento. Temo el
porvenir, y sólo me causará nuevos disgustos. Soy favorita del bajá; pero a
pesar del orgullo de su rango, sería más funesto para mí el tenerlo por esposo
que por señor. ¡Qué no pueda olvidar el capricho que lo une a mí! ¡Ah!, si él
quisiera tenerlo a favor de otra, si él quisiera abandonarme…” (1973:238-239,
volumen I).
Por lo que respecta a Mazeppa, se trata del tercer y último
poemario de nuestra antología en el que podemos encontrar protagonistas de un
estrato social bajo. En primer lugar, hemos de señalar que el propio
protagonista, aunque en la actualidad es un guerrero reconocido y ha llegado a erigirse
en “hetman”[4]
de los guerreros
ucranianos, empezó siendo un humilde paje al servicio del rey polaco. Lo vemos:
“Tenía
veinte años, según creo; sí, veinte años; era Casimiro quien gobernaba Polonia,
y habían pasado seis primaveras desde que yo fuera recibido en el número de sus
pajes […] Y, aunque paje, había allí pocos hombres galantes, pecheros o
caballeros, que pudiesen competir conmigo en el arte de agradar” (1937:394-395,
volumen I).
Una segunda muestra del empleo de
personajes marginales en este texto la encontramos en la joven que libera a
Mazeppa de las cadenas que lo ataban al caballo salvaje. Se trata de una bella
campesina ucraniana que, junto con sus padres, llevan a Mazeppa a una choza y
allí velan por él hasta que se recupera de sus heridas. He aquí:
“Me
despierto…¿en dónde estoy? […]. Una joven, con el cabello flotante y de
arrogante talle me contemplaba, apoyada contra el muro de la chimenea. Desde
que recobré los sentidos, fui herido por el brillo de sus negros ojos, algo
salvajes, que no había apartado nunca de los míos. A mi vez yo la contemplaba,
para convencerme de que vivía todavía y que no había servido de pasto a los
buitres. Cuando la joven cosaca me vio abrir mis pesados párpados, sonrió.
Quise dirigirle la palabra, pero mi boca se negó a ello. Ella se acercó y me
hizo con los labios y el dedo una señal que significaba que no debía aún
intentar romper el silencio hasta que, restablecidas mis fuerzas, permitiesen a
mi palabra hallar un libre paso; y después puso una de sus manos sobre las
mías, levantó la almohada que sostenía mi cabeza, se alejó en puntillas, abrió
suavemente la puerta y pronunció algunas palabras a media voz. No hubo jamás
música que me pareciera tan dulce; el ruido de su ligero paso tenía también
algo de armonioso. Los que ella llamaba no respondieron. Salió entonces de la
habitación, pero antes me dirigió otra mirada y me hizo otro signo como para
decirme que no tenía nada que temer, que todo en aquel sitio estaba a mis
órdenes, que no se apartaba mucho y volvería pronto. Cuando dejé de verla,
sentí verdadera pena de hallarme solo. Ella volvió con su padre y su madre…pero
¿qué más os diré yo? No os fatigaré con el largo relato de mis aventuras entre
los ucranianos. Me habían encontrado sin movimiento en la llanura. Me
transportaron a su choza y me volvieron a la vida (1973:404-405, volumen I).
5.
Para referirnos a la poesía de José
de Espronceda es necesario conocer primero la situación en la que se encontraba
el movimiento romántico en España en la época en que éste escribió. Para este
acercamiento seguimos a Romero Tobar (1994) quien señala que la poética de los
románticos españoles conjeturaba en la primera mitad del siglo XIX la
existencia de un alma que expandía más allá de sus límites racionales los
versos espontáneos, configurándose el poeta como una especie de profeta genial
que dictaba los pasos de la humanidad. Así, acorde con este precepto, y tal
como indica Allison Peers (1973), la característica dominante de la poesía de Espronceda
era su exhortación de la libertad, sentimiento que estaba acorde con la
personalidad del poeta quien llevó una vida regida por los impulsos libertarios
y por la tendencia a la rebelión por la rebelión.
En cuanto a este último aspecto
revolucionario, para desgracia de nuestro autor, hubo siempre en la poesía de
Espronceda una irreductible e invencible oposición entre el mundo poético y el
mundo real. El mundo externo desdeñaba siempre el dolor humano. Y así escribió
su famoso verso “Que haya un cadáver más, ¿qué importa al mundo?, del que se
trasluce una queja desesperada ante la indiferencia y la dureza de la realidad.
Como señala Pedro Salinas (1982:153), en Espronceda “el mundo real destrozaba
al mundo poético, le negaba toda posibilidad de realización. Y la única
grandeza que le quedó era la de la queja, la del grito desesperado y la de la
rebelión a través del mundo poético, de la ilusión humana, contra el mundo
real”.
El propio José de Espronceda realizó
algunas reflexiones escritas sobre el carácter de su arte poético. Dos
artículos publicados en el periódico El
Siglo y el resumen de una conferencia que dictó en El Liceo en 1839 son las
manifestaciones explícitas sobre las que se puede reconstruir sus pensamientos
acerca de la poesía. En estos textos vincula la producción de sus composiciones
a una poética abierta a las reglas no escritas, la aceptación de la misión del
escritor como una tarea histórica en la que la libertad de expresión era la
prueba necesaria para mostrar la bondad de los gobiernos liberales, y que la
poesía había de enlazarse con todos los conocimientos humanos y que significaba
en su verdadero sentido la expresión del estado moral de la sociedad.
Por
su parte, en el plano formal, Espronceda trajo a la poesía española mutaciones
de carácter parcial: modulaciones métricas, ritmos acentuales y estructuras
sintácticas iterativas, imágenes originales en la tradición poética española,
deliberada fusión de registros expresivos contrapuestos y un peculiar
tratamiento de nuevas modalidades genéricas como la canción y el poema
narrativo. Además, dio lugar a un cambio de rumbo en la forma de comunicación
lírica con la invención en España del “monólogo dramático” que se destaca,
sobre todo, en su obra El diablo mundo.
5.1. Reflexiones existenciales
Pretender indagar en el componente
existencial de la poesía de José de Espronceda resultaría imposible sin
hacernos primero una idea de la personalidad del gran vate extremeño. Era éste
externamente de un carácter ufano y muy sociable, muy viajero, siempre
dispuesto a relacionarse con nuevas personas y muy comprometido socialmente con
su patria y con el liberalismo. Sin embargo, en lo más íntimo de su ser
arrostraba una gran insatisfacción existencial o “spleen”[5] vital que le hacía expresarse, en
ocasiones, de manera nostálgica y
reflexiva, siempre tendente a un vitalismo pesimista. Tal como señala Jaime Gil
de Biedma (1987:13), “la poesía de Espronceda presenta el conflicto entre el
sueño de una perdida felicidad inocente y una insaciable y rebelde sed de
experiencia. La misma se encuentra impregnada a cada paso de la nostalgia de la
ilusión panerótica adolescente, por la ilusión de la muerte y por una vitalidad
que no le abandonará nunca”. De entre nuestra antología poética, vamos a
destacar cuatro poemarios en los que podemos encontrar reflejados pensamientos
de marcado tinte existencial. Se trata de las Poesías de asuntos históricos, las Poesías publicadas póstumamente, las Poesías desconocidas publicadas durante su vida y El diablo mundo.
Con respecto al primer poemario
seleccionado, las Poesías de asuntos
históricos, hemos seleccionado dos fragmentos de dos poemas diferentes por
su corte existencial. El primer poema se titula “A una estrella” y, en él, el
poeta canta a una estrella apagada de la que nos sigue llegando la luz por la
distancia espacio-temporal que nos separa. Pues bien, esta misma composición la
acaba Espronceda haciéndonos una confesión muy pesimista. Es la siguiente:
“Mas
hoy miro tu luz casi apagada,/ y un vago padecer mi pecho siente;/ que está mi
alma de sufrir cansada,/ seca ya de las lágrimas la fuente./ ¡Quién sabe…! Tú
recordarás acaso/ otra vez tu pasado resplandor,/ a ti tal vez te anunciará tu
ocaso/ un oriente más puro que el sol./ A mí tan solo penas y amargura/ me quedan
en el valle de la vida;/ como un sueño pasó mi infancia pura,/ se agosta ya mi
juventud florida./ Astro sé tú de candidez y amores/ para el que luz te preste
en su ilusión,/ y ornado el porvenir de blancas flores,/ sienta latir de amor
su corazón./ Yo indiferente sigo mi camino/ a merced de los vientos y la mar,/
y entregado en los brazos del destino,/ ni me importa salvarme o zozobrar”
(2006:221).
El segundo poema que hemos destacado
de entre este poemario es el que se titula “A Jarifa en una orgía”. En él,
Espronceda nos vuelve a presentar a un protagonista poemático hastiado de sus
continuos fracasos en la vida, sin ilusión ni ganas de vivirla, pues la
considera un tormento en la que no hay esperanza. Vemos el fragmento en que
aparece esta visión:
“Y
encontré mi ilusión desvanecida/ y, eterno e insaciable mi deseo,/ palpé la
realidad y odié la vida;/ sólo en la paz de los sepulcros creo./ […]. La vida
es un tormento,/ un engaño el placer: no hay en la tierra/ paz para ti, ni
dicha, ni contento,/ sino eterna ambición y eterna guerra./ Que así castiga
Dios al alma osada,/ que aspira loca, en su delirio insano,/ de la verdad para
el mortal velada,/ a descubrir el insondable arcano./ ¡Oh! Cesa; no, yo no
quiero/ ver más, ni saber ya nada;/ harta mi alma y postrada,/ solo anhela el
descansar./ En mí muera el sentimiento,/ pues ya murió mi ventura,/ ni el
placer ni la tristura/ vuelvan mi pecho a turbar” (2006:224).
Por lo que respecta a las Poesías publicadas póstumamente, entre
todos los poemas podemos destacar uno en el que aparece un discurso que
podríamos calificar de existencial. El primero de ellos se titula “A don Diego
de Alvear sobre la muerte de su amado padre”. En el mismo, el poeta, disertando
sobre la muerte del padre de su amigo don Diego, se pregunta sobre las
dimensiones y el sentido de la vida. Lo presentamos:
“¿Qué
es la vida?, ¡gran Dios! Plácida aurora;/ cándida ríe entre arreboles cuando/
brillante apenas esclarece un hora./ Pálida luz y trémula oscilando,/ baja al
silencio de la tumba fría,/ del pasado esplendor nada quedando:/ allí la palma
del valor sombría/ marchítase, y allí la rosa pura/ pierde el color y fresca
lozanía;/ no alcanza allí jamás de la ternura/ el mísero gemido ni el lamento,/
ni poder, ni riqueza, ni hermosura” (2006:227).
Pasando al tercer poemario que nos
ocupa las Poesías desconocidas publicadas
durante su vida, hemos de decir que en estas creaciones es común encontrar
reflexiones de tipo existencial. No obstante, de entre todos los que conforman
esta colección, son dos los que vamos a destacar: “Soledad del alma” “La
entrada del invierno en Londres” y “Ante la muerte”. En el primero de ellos, el
poeta trata de llevar a cabo una suerte de introspección a través de la cual
descubre lo solo que se encuentra en el mundo. Lo vemos:
“Mi
alma yace en soledad profunda,/ árida, ardiente, en inquietud continua,/ cual
la abrasada arena del desierto/ que el seco viento de
El siguiente poema que hemos
destacado por su dimensión existencial es el titulado “La entrada del invierno
en Londres”. En el mismo, un Espronceda exiliado recuerda nostálgicamente el
clima caluroso de su patria española en comparación con el frío de Inglaterra.
Además, relaciona este ambiente gélido y desangelado con el estado de su alma.
He aquí:
“Yo
triste, de contino lloro,/ y de contino crece mi quebranto/ y tu horror,
¡estación!, me enluta el alma./ Cuatro veces aquí te vi el tesoro/ a los campos
robar, tender tu espanto/ y derramar terror, silencio y calma:/ palpita el
ronco estruendo/ de la alterada mar el pecho mío,/ el ponto inmenso viendo/ que
me encadena entre el Bretón sombrío,/ y cuyas turbias olas/ me alejan de las costas
españolas” (2006:268-269).
El tercer poema que hemos destacada
anteriormente, titulado “Ante la muerte”, se caracteriza por presentarnos las
sensaciones del alma humana ante la visión de la muerte. Son las siguientes:
“Cuando
a las puertas de la tumba helada/ el hombre lucha con
Es el cuarto poemario que vamos a
abordar ahora, El diablo mundo, el
que más cuestiones de tipo existencial plantea al lector. Tras su lectura,
encontramos una revisitación a la historia de Adán y Eva, un cuestionamiento de
la vida eterna que enlaza con los mitos de Prometeo y también es un canto sobre
la miseria y la desigualdad que podemos encontrar en el mundo. No obstante, de
entre sus líneas vamos a destacar dos fragmentos por encima de los demás. El
primero de ellos nos plantea, a través de una respuesta múltiple, cuál es la
verdadera naturaleza del Hacedor de nuestro mundo. Lo vemos aquí:
“¿Quién es
Dios? ¿Dónde está? Sobre la cumbre/ de eterna luz que altísima se ostenta,/ tal
vez en torno de celeste lumbre/ su incomprensible majestad se asienta:/ de
mundos mil la inmensa pesadumbre/ con su mano tal vez rige y sustenta,/
sempiterno, infinito, omnipotente,/ invisible doquier, doquier presente./ […]
¿Es Dios tal vez el Dios de la venganza,/ y hierve el rayo en su irritada
mano,/ y la angustia, el dolor, la muerte lanza/ al inocente que le implora en
vano?/ ¿Es Dios el Dios que arranca la esperanza,/ frívolo, injusto y sin
piedad tirano,/ del corazón del hombre, y le encadena,/ y a eterna muerte al
pecador condena?/ […]. ¿Tal vez secreto espíritu del mundo,/ el universo anima
y alimenta, y derramado su hálito fecundo/ alborota la mar y el cielo argenta,/
y a cuanto el orbe en su ámbito profundo/ tímido esconde o vanidoso ostenta,/
presta con su virtud desconocida/ alma, razón, entendimiento y vida?/ ¿Y es
Dios tal vez la inteligencia osada/ del hombre siempre en ansias insaciable,/
siempre volando y siempre aprisionada/ de vil materia en cárcel deleznable?/ ¿A
esclavitud eterna condenada,/ a fiera lucha, a guerra interminable,/ tal vez
estás, divinidad sublime,/ que otra divinidad de inercia oprime?”
(2006:372-373).
El segundo fragmento que hemos
escogido lo encontramos dentro del Canto II y es una parte del soberbio poema
de amor que incluye Espronceda en esta obra y que se titula “A Teresa”. De él,
vamos a destacar las dos estrofas que plantean el problema de la pérdida del
tiempo feliz. Las reproducimos aquí:
“¿Por qué volvéis a la memoria mía,/ tristes recuerdos
del placer perdido,/ a aumentar la ansiedad y la agonía/ de este desierto
corazón herido?/ ¡Ay!, que de aquellas horas de alegría, le quedó al corazón
sólo un gemido/ y el llanto que al dolor los ojos niegan,/ ¡lágrimas son de
hiel que el alma anegan!/ ¿Dónde volaron ¡ay! aquellas horas/ de juventud, de
amor y de ventura,/ regaladas de músicas sonoras, adornadas de luz y de
hermosura?/ Imágenes de oro bullidoras,/ sus alas carmín y nieve pura,/ al sol
de mi esperanza desplegando,/ pasaban ¡ay! a mi alrededor cantando” (2006:405).
No cabe duda de que, tal y como
señala Guillermo Carnero (1974), José de Espronceda fue un poeta muy implicado
con los problemas sociales de su tiempo, pues así lo demuestran los asuntos que
abordó en sus poesías, en los que trató sobre algunas de las cuestiones más
candentes de
Por lo que se refiere al primer
poemario seleccionado, las Canciones,
dentro de ellas podemos encontrar tres composiciones en las que la denuncia
social es bastante patente. La primera de ellas se titula “La cautiva” y, en
ella, se hace, ya desde una fecha muy temprana, una exhortación a las mujeres a
que salgan del yugo al que las someten sus padres o sus maridos. Vemos el
fragmento en que esto se produce:
“¡Ah!
¿Llorar? ¿Llorar…? No puedo,/ ni ceder a mi tristura,/ ni consuelo en mi
amargura/ podré jamás encontrar./ Supe amar como ninguna,/ supe amar
correspondida;/ despreciada, aborrecida,/ ¿no sabré también odiar?/ ¡Adiós,
patria!, ¡Adiós, amores!/ La infeliz Zoraida ahora sólo venganzas implora,/ ya
condenada a morir./ No soy ya del castellano/ la sumisa enamorada,/ soy la
cautiva cansada/ ya de dejarse oprimir” (2006:188).
La segunda y la tercera son
canciones complementarias ya que en ambas se hace una crítica a la pena de
muerte. En la segunda, titulada “El reo de muerte” se adopta el punto de vista
del sentenciado a muerte y se hace hincapié en los sufrimientos que padece éste
en los momentos previos a la ejecución. Vemos como lo describe nuestro poeta:
“Loca
y confusa la encendida mente,/ sueños de angustia y fiebre y devaneo/ el alma
envuelven del confuso reo,/ que inclina al pecho la abatida frente./ Y en
sueños/ confunde/ la muerte,/ la vida./ Recuerda/ y olvida,/ suspira,/ respira/
con hórrido afán./ Y en un mundo de tinieblas/ vaga y siente miedo y frío,/ y
en su horrible desvarío/ palpa en su cuello el dogal;/ y cuanto más forcejea,/
cuanto más lucha y porfía,/ tanto más en su agonía/ aprieta el nudo fatal./ Y
oye ruido, voces, gentes,/ y aquella voz que dirá:/ <<¡Para hacer bien
por el alma/ del que van a ajusticiar>>” (2006:201). En la tercera,
titulada “El verdugo”, se asume la visión del encargado de ejecutar la
sentencia capital, en quien la sociedad ve un ser despreciable por ejercer
oficio tan vil. Él es el brazo ejecutor del deseo general de venganza hacia los
delincuentes, pero a la vez siente que lo único que hace es asesinar a sangre
fría y sufre por ello hasta el punto de que sólo disfrutaría ahorcando a algún
rey. Lo vemos: “De los hombres lanzado al desprecio,/ de su crimen la víctima
fui,/ y se evitan de odiarse a sí mismos,/ fulminando sus odios en mí./ Y su
rencor/ al poner en mi mano, me hicieron/ su vengador;/ y se dijeron:/
<<Que nuestra vergüenza común caiga en él;/ se marque en su frente
nuestra maldición;/ su pan amasado con sangre y con hiel,/ su escudo con armas
de eterno baldón/ sean la herencia/ que legue al hijo,/ el que maldijo/ la
sociedad.>>/ ¡¡Y de mí huyeron,/ de sus culpas el manto me echaron,/ y mi
llanto y mi voz escucharon/ sin piedad!!/ Al que a muerte condena le ensalzan…/
¿Quién al hombre del hombre hizo juez?/ ¿Qué no es hombre ni siente el verdugo/
imaginan los hombres tal vez?/ ¡Y ellos no ven/ que yo soy de la imagen divina/
copia también!/ Y cual dañina/ fiera a que arrojan un triste animal,/ que ya
entre sus dientes se siente crujir,/ así a mí, instrumento del genio del mal/
me arrojan al hombre que traen a morir./ Y ellos son justos,/ yo soy maldito,/
yo sin delito/ soy criminal;/ ved al hombre/ que me paga una muerte; el dinero/
me echa al suelo con rostro altanero,/ ¡a mí, su igual!” (2006:202-203).
Continuando ahora con las Poesías de asuntos históricos,
encontramos en ellas algunas composiciones en las que se tratan asuntos
relacionados con la libertad. Particularmente encontramos cuatro poemas en los
que Espronceda ensalza la lucha por la misma, ya sea haciendo un homenaje a los
caídos que han combatido por ella o exhortando al pueblo a salir a la
revolución armada. Se trata de los poemas titulados “A la muerte de Torrijos y
sus compañeros”, “A la muerte de don Joaquín de Pablo (Chapalangarra)”,
“Despedida del patriota griego de la hija del apóstata” y “¡Guerra!”. El primer
poema que hemos seleccionado es una elegía dedicada a José María de Torrijos y
Uriarte y a sus compañeros por su lucha contra el absolutismo. Espronceda los
ve como un ejemplo a seguir para derrotar a los opresores:
“Helos
allí: junto a la mar bravía/ cadáveres están ¡ay! los que fueron/ honra del
libre, y con su muerte dieron/ almas al cielo, a España nombradía./ Ansia de
patria y libertad henchía/ sus nobles pechos que jamás temieron,/ y las costas
de Málaga los vieron/ cual sol de gloria en desdichado día./ Españoles, llorad;
mas vuestro llanto/ lágrimas de dolor y sangre sean,/ sangre que ahogue a
siervos y opresores,/ y los viles tiranos con espanto,/ siempre delante
amenazando vean/ alzarse sus espectros vengadores” (2006:207).
El segundo poema tiene el mismo
asunto que el anterior: se trata de una elegía a la muerte de Joaquín de Pablo.
Ésta, sin embargo, tiene un carácter más íntimo que la anterior porque lucharon
codo con codo en la frontera francesa contra las huestes de Fernando VII.
Además, debido a que cayeron derrotados, Espronceda tuvo que ver como el
ejército absolutista se hizo con el cadáver de su líder. En cualquier caso,
para nuestro poeta, Joaquín de Pablo fue un héroe que contribuyó a la lucha por
la libertad de España. He aquí un fragmento del poema:
“Enrojece
¡oh Pirene! tus cumbres/ pura sangre del libre animoso,/ y el tropel de los
siervos odioso/ en su lago su sed abrevó./ Cayó en ellos la gloria de España,/
cayó en ellas De Pablo valiente,/ y la patria, inclinada la frente,/ su gemido
al del héroe juntó./ Sus cadenas la patria arrasando,/ y su manto con sangre
teñido,/ tardamente y con hondo gemido/ va a la tumba del fuerte varón./ Y el
ajado laurel de su frente/ al sepulcro circunda llorosa,/ mientras ruge en la
fúnebre losa,/ aherrojado a sus pies, el león./ Traición solo ha vencido al
valiente;/ senos astro de triunfo y de honor,/ tú, que siempre a los déspotas
fuiste/ como a negras tormentas el sol” (2006:209).
El tercer poema que hemos destacado,
titulado “Despedida del patriota griego de la hija del apóstata”, trata sobre
un joven griego que se va a unir a la lucha por la libertad de su patria frente
a la tiranía turca. En él, el mismo se despide de su amada y, además, hace un
discurso en contra del padre de ésta que, aún siendo griego, se ha plegado a
las exigencias del despotismo por miedo a perder sus privilegios. Esto es lo
que más odia Espronceda: los traidores cobardes que no luchan por sus ideales.
Presentamos un fragmento:
“Ya
osan ser libres los armados brazos/ y ya rompen la bárbara coyunda;/ y con
júbilo a ti, todos ¡oh muerte!/ y a ti, divina libertad, saludan./ Gritos de
triunfo, sacudido el viento/ hará que al éter resonando suban,/ o eterna muerte
cubrirá a
El cuarto poema que destaca en
cuanto a su contenido social, titulado “¡Guerra!”, trata sobre la guerra civil
que tuvo lugar en España entre los partidarios del absolutismo de Carlos María
Isidro de Borbón y los defensores del liberalismo de Isabel II. Espronceda se
decanta, evidentemente, por estos últimos y llama a las armas a todo el pueblo
español. Observemos el fragmento:
“¿Oís?
Es el cañón. Mi pecho hirviendo/ el cántico de guerra entonará,/ y al eco ronco
del cañón venciendo,/ la lira del poeta sonará./ El pueblo ved que la orgullosa
frente/ levanta ya del polvo en que yacía,/ arrogante en valor, omnipotente,/
terror de la insolente tiranía./ […] ¡Al arma!, ¡al arma!, ¡mueran los carlistas!/
Y al mar se lancen con bramido horrendo/ de la infiel sangre caudalosos ríos,/
y atónito contemple el Océano/ sus olas combatidas/ con la traidora sangre
enrojecidas/. Truene el cañón: el cántico de guerra,/ pueblos ya libres, con
placer alzad;/ ved, ya desciende a la oprimida tierra/ los hierros a romper, la
libertad” (2006:214-215).
En cuanto al tercer poemario elegido
para apoyar nuestra tesis sobre un Espronceda implicado socialmente, titulado Poesías publicadas póstumamente, podemos
entresacar de él dos poemas en los que el gran vate extremeño nos muestra su
lado más rebelde. El primero de ellos se titula “A la degradación de Europa” y,
tal como nos indica su título, en él se hace un retrato de una Europa en
ruinas, devastada social y económicamente por culpa de la tiranía de sus reyes.
Veamos un fragmento:
“Miseria
y avidez, dinero y prosa,/ en vil mercado convertido el mundo,/ los arranques
del alma generosa/ poniendo a precio inmundo,/ cuando tu suerte y tu esplendor
preside/ un mercader que con su vara mide/ el genio y la virtud, mísera
Europa,/ y entre el lienzo vulgar que bordó de oro,/ muerto tu antiguo lustre y
tu decoro,/ como a un cadáver fétido te arropa./ Cuando a los ojos blanqueada
tumba/ centro es tu corazón de podredumbre,/ cuando la voz en ti ya no
retumba,/ vieja Europa, del héroe ni el profeta,/ ni en ti refleja su encantada
lumbre/ del audaz entusiasmo del poeta,/ yerta tu alma y sordos tus oídos,/ con
prosaico afanar en tu miseria,/ arrastrando en el lodo tu materia,/ solo abiertos
al lucro tus sentidos,/ ¿quién te despertará? ¿Qué nuevo acento,/ cual la
trompeta del extremo día,/ dará a tu inerte cuerpo movimiento/ y entusiasmo a
tu alma y lozanía?/ […] Degradada raza/ arrojando sus pálidos despojos,/ ¡oh,
avergonzados!, gritaré a la gente, ¡oh, de los hombres despreciable escoria,/
venid, doblad la envilecida frente,/ un cadáver no más es vuestra gloria!”
(2006:237-239).
El segundo poema que abordamos a
continuación se titula “Canción patriótica” y en ella Espronceda hace una encendida
exaltación por la libertad de España y contra el absolutismo. Nuevamente,
nuestro poeta busca liberarse del yugo del despotismo a través de la revolución
armada. Presentamos un fragmento:
“Inspíranos
tu fuego,/ divina libertad:/ y al trueno de tu nombre,/ ¡oh déspotas!,
temblad./ Al grito de la patria/ volemos, compañeros,/ blandamos los aceros/
que intrépida nos da./ A par en nuestros brazos/ ufanos la ensalcemos/ y al
orbe proclamemos:/ <<España es libre ya>>/ […] ¡Oh siempre dulce patria/
al alma generosa!/ ¡Oh siempre portentosa/ magia de libertad!/ Tus ínclitos
pendones/ que el libre ya tremola/ un rayo tornasola/ del iris de la paz”
(2006:273-274).
Finalizando con el poemario El diablo mundo, hemos de indicar que en
él podemos encontrar dos fragmentos en los que hay una dura crítica a la
organización de la justicia de la época. En el primero de ellos nuestro poeta
nos describe, con gran y fina ironía, la reacción desmedida que suele tener el
poder cuando se produce algún altercado, sea del tipo que sea (en este caso es
la presencia de un hombre desnudo en la calle). Vemos el fragmento:
“Órdenes
dan que apresten los cañones,/ salgan patrullas, dóblense los puestos,/ no se
permitan públicas reuniones,/ pesquisas ejecútense y arrestos,/ quedan prohibidas
tales expresiones,/ obsérvense los trajes y los gestos/ de los enmascarados
anarquistas,/ y de sus nombres que se formen listas./ Que luego al son de
guerra se publique/ la ley marcial, y a todo ciudadano,/ cuyo carácter no le
justifique,/ luego por criminal que le echen mano:/ que a vigilar la autoridad
se aplique/ la mansión del Congreso soberano,/ y bajo pena y pérdida de
empleos,/ sobre todo, la casa de Correos./ Pásense a las provincias
circulares,/ y en la <<Gaceta>> en lastimoso tono/ imprímanse
discursos a millares/ contra los clubs y su rabioso encono,/ píntense
derribados los altares; rota la sociedad, minado el trono,/ y a los cuatro
malévolos de horrendas/ miras, mandando y destrozando haciendas” (2006:433).
El segundo fragmento que queremos
destacar es aquel en el que Espronceda denuncia la demora en juzgar a los
acusados de algún delito en España. En este caso particular la situación es
grave porque nuestro protagonista, Adam, pasa un año en la cárcel antes de que
se lleve su caso ante el juez. Presentamos el fragmento:
“La causa, en tanto, en un rincón dormía,/ sin cuidarse
de Adam el escribano,/ y un año largo de prisión corría,/ y nadie de él se
acuerda: y un verano,/ y otro pasara, y ciento, y pasaría/ un siglo entero, y
mil, y todo en vano,/ situación en las cárceles no extraña,/ gracias al modo de
enjuiciar de España” (2006:465).
Vamos a abordar a continuación
aquellos motivos o seres marginales de la poesía de Espronceda que no han sido
citados anteriormente en nuestro estudio. A este respecto, recordemos que hemos
hablado ya de personajes como el reo de muerte, el verdugo, el mendigo o la
prostituta Jarifa, entre otros. Antes de empezar con la selección de
fragmentos, hemos de señalar que esta serie de casos en Espronceda no están
escogidos al azar, sino que tal como señala Joaquín Casalduero (1983:132) “son
verdaderos símbolos de su vida espiritual y moral, son motivos líricos con los
cuales se expresa y revela su sensibilidad, su sentimiento. Ni el rey, ni el sacerdote,
ni el sabio, ni el artesano, ni la madre le servían para dar realidad a sus
anhelos de libertad y de justicia”. Así las cosas, de entre nuestra antología
de poemas, creemos que debemos destacar por la presencia de elementos de tipo
marginal El Pelayo, las Poesías líricas, las Canciones y El diablo mundo.
En primer lugar, con respecto al
poema narrativo El Pelayo, vamos a
destacar un fragmento que tiene título propio dentro del mismo, “El cuadro del
hambre”. En él, el poeta nos describe la situación de pobreza, angustia, hambre
y desesperación que vivió el pueblo castellano con la invasión árabe y que le
llevó incluso a recurrir al canibalismo. Dentro de este poema, encontramos
asimismo imágenes de una gran dureza como el padre que ve morir a sus hijos y a
su esposa. Veamos algunos versos:
“Gime
el anciano en lecho de tormento,/ y ya sintiendo la cercana muerte,/ al hijo
tiende el brazo amarillento,/ y árido llanto al abrazarlo vierte./ Quien, con
hórridas muestras de contento,/ feliz creyendo su infelice suerte,/ a su padre
lleva/ para que de ella se alimente y beba./ Viérase allí grabada en los
semblantes/ la desesperación: triste suspira/ y eleva aquel las manos
suplicantes;/ cual mordiendo en sí mismo en ansia expira;/ tal, clavados los
ojos penetrantes,/ morir sus hijos y su esposa mira/ con risa horrible, y muere
recrujiendo/ los dientes y las manos retorciendo./ Pálido, y flaco, y lánguido
con lento/ paso camina el moribundo hispano;/ sobre su lanza carga el
macilento/ cuerpo y se apoya en la derecha mano;/ los ojos con horror sin
movimiento/ ávidos fija sobre el muerto hermano,/ y hambriento goza y lo
devora, en donde/ avaro cree que a los demás se esconde./ Las calles en
silencio sepultadas/ sólo ocupan algunos moribundos,/ las manos reciamente enclavijadas,/
despidiendo tal vez ayes profundos;/ laten en torno entrañas destrozadas/ y
miembros de cadáveres inmundos,/ que forzado del hambre asoladora,/ cual como
grato pasto los devora” (2006:161-162).
En segundo lugar, centrándonos ahora
en las Poesías líricas, quisiéramos
destacar la utilización de un personaje elevado, como es una dama de la alta
sociedad, para hacer mofa de ella. Ésta va a fracasar en su intento de engañar
a tres amantes, viéndose en cambio burlada por ellos. Se trata de devolverle a
las mujeres, en general, y a las de clase alta en particular, el desdén con que
trataban a sus amantes. No hay en este poema motivos marginales en sí, pero lo
hemos destacado porque, al igual que aquellos, el mismo cumple la función de
atacar a las élites sociales. El poema se titula “A una dama burlada” y
presentamos ahora un fragmento del mismo:
“¡De
cuántas mañas usabas/ diligente!/ Ya tu voz al viento dabas,/ ya mirabas
dulcemente,/ o ya hablabas/ de amor, o dabas enojos;/ y en tus engañosos ojos/
a un tiempo los tres galanes,/ sin saberlo tú, leían/ que mentían/ tus afanes./
Ellos de ti se burlaban;/ tú reías;/ ellos a ti te engañaban,/ y tú, mintiendo,
creías/ que te amaban:/ decid, ¿quién aquí engañó?/ ¿Quién aquí ganó o perdió?/
Sus deseos tus galanes/ al fin miraron cumplidos,/ tú, fallidos,/ tus afanes”
(2006: 175-176).
En tercer lugar, dentro del poemario
Canciones, podemos destacar dos de
ellas en las que la utilización de personajes marginales es evidente. La
primera composición se titula “La canción del pirata” y, la misma, además de
ser un canto contra el absolutismo y una exaltación de la libertad individual,
tiene como protagonista a un pirata, un personaje al margen de la ley que se
dedica a enriquecerse robando en los barcos de los reyes y tiranos que
encuentra a su paso. Presentamos un fragmento:
“Con diez
cañones por banda,/ viento en popa, a toda vela,/ no corta el mar sino vuela/
un velero bergantín:/ bajel pirata que llaman/ por su bravura el
<<Temido>>,/ en todo el mar conocido/ del uno al otro confín./ […].
Allá muevan feroz guerra/ ciegos reyes/ por un palmo más de tierra;/ que yo
aquí tengo por mío/ cuanto abarca el mar bravío,/ a quien nadie impuso leyes./
[…] A la voz de <<¡barco viene!>>/ es de ver/ cómo vira y se
previene/ a todo trapo a escapar:/ que yo soy el rey del mar,/ y mi furia es de
temer./ […]. Son mi música mejor/ aquilones:/ el estrépito y temblor/ de los
cables sacudidos,/ del ronco mar los bramidos/ y el rugir de mis cañones./ […].
Que es mi barco mi tesoro,/ que es mi Dios mi libertad,/ mi ley, la fuerza y el
viento,/ mi única patria la mar” (2006:188-191).
La segunda composición, en la misma
línea que la anterior, tiene como protagonista también a un personaje al margen
de la sociedad, un cosaco del desierto. Él, junto con sus compañeros, se dedica
al expolio de los palacios y propiedades de los reyes y nobles. Su única misión
es la de arrasar con todos los poderes opresores y su único deseo rendir Europa
a sus pies. He aquí un fragmento de “El canto del cosaco”:
“¡Hurra,
cosacos del desierto! ¡Hurra!/
En cuarto y último lugar tenemos el
poemario El diablo mundo, dentro del
cual podemos destacar dos fragmentos por la inclusión en ellos de motivos
marginales. El primero de ellos se refiere al modo en que Adam se adapta a
vivir en la cárcel y a conocer la jerga, las costumbres y la manera de vestir
de los presos. Aquí tenemos el fragmento:
“Ni
chistes ni pillada se le escapa,/ ni gracia alguna sin respuesta queda,/ ni las
cartas mejor ninguno tapa/ cuando entre amigos el cané se enreda:/ revuelta al
brazo con desdén la capa/ con él, navaja en mano, no hay quien pueda,/ que en
la cárcel ahora ya no hay pillo/ que maneje mejor que él un cuchillo./ Ni lo
hay más suelto y ágil, ni quien sea/ más diestro a la pelota y a la barra,/ ni
más vivo y sereno en la pelea,/ ni de apostura tal ni tan bizarra,/ y a tanto
va su gracia que puntea/ de modo que hace hablar una guitarra,/ y para
acompañar se pinta solo/ su acento varonil cantando un polo./ Y áspero a par
que juguetón y atento/ sin que de su derecho un punto ceda,/ hombre de pelo en
pecho y mucho aliento/ con los <<ternes>> y <<jaques>>
entra en rueda:/ y creciendo en arrojo y valimiento,/ en juez se erige y los
insultos veda/ del fuerte al débil, y animoso arguye/ y a su modo justicia
distribuye” (2006:450).
El segundo fragmento que queremos
hacer notar es aquel en el que se describe el origen y la condición social de “
“¡Oh! ¿qué me da mi condición villana?/ Despreciable
mujer, juguete vil,/ arrojada en el mundo una mañana/ cuando la luz entre
miserias vi./ Cuando entre bosques que el viajante ignora/ mi madre moribunda
me parió,/ nacida al mundo en maldecida hora,/ ¡fruto podrido, hija de un
ladrón!/ ¿Sabes, Adam, lo que le guarda el mundo,/ a la que nace como yo nací?/
En una cárcel un rincón inmundo,/ y un hospital quizá donde morir:/ una
belleza, infame mercancía,/ que una pobre mujer por oro trueca,/ y gozando en
su propia villanía/ un corazón que el infortunio seca./ Y en pecado y vergüenza
concebida,/ y en la frente el escándalo, marchar/ a abrirse campo en su azarosa
vida,/ con lucha eterna e incesante afán./ ¡Miserable de mí!, ¡yo había vivido/
contenta con mi orgullo en mi bajeza!/ Tú no lo sabes, pero tú has herido/ un
alma, en fin, que a comprenderse empieza”
(2006:496).
6.
Analizando la poesía de Víctor Hugo
desde una perspectiva general, podemos dividir toda su obra poética en dos
grandes hemisferios, el primero de signo romántico (que es del que aquí vamos a
ocuparnos) y el segundo, posterior a 1848, lanzado a altas ambiciones
metafísico-cosmogónicas. Así, el Víctor Hugo romántico representa el triunfo de
la imaginación ante todo, siempre con un lenguaje claro y evidente, y con un
estilo que funde las imágenes existentes en la tradición bíblica y en las
leyendas profanas para convertirlo todo en visión personal. Se trata de una
poesía que se atreve a concitar en sí misma todas las visiones del mundo y de
la humanidad, otorgándoles a las mismas una robusta voz llena de auténtica
fuerza y energía moral. Además, tal como señala Flecha Andrés (1987), la poesía
de Víctor Hugo se convierte en muchas ocasiones en una suerte de agresión al
lector, como un modo de despertar la sensibilidad dormida de sus receptores, de
hacer partícipes a los espectadores de la lucha cósmica que se desenvuelve ante
sus ojos: lucha entre el bien y el mal, la pureza y el pecado, la razón y la
pasión, Dios y el diablo, los poderes terrenos y los poderes infernales.
Por otra parte, no cabe duda de que
el modelo de hombre romántico que inspiró la poesía de Víctor Hugo fue la
figura de Napoleón Bonaparte, al que consideraba un héroe. De hecho, tiene
varios poemas dedicados al gran emperador francés y destaca, además de su
espíritu libertario, su capacidad táctica en los combates militares y la gran
personalidad que poseía con la que conseguía que todo el pueblo francés le
siguiera. También hay en el poeta francés un deseo por huir de la tradición
poética académica, sobre todo, en lo que se refiere al concepto de naturaleza
humana. Víctor Hugo va a rechazar que la actuación humana pueda ser previsible
y va a reconocer lo irrepetible de la experiencia humana. Si en la poesía
anterior la razón era el principio unificador, en el literato francés el
sentimiento va a ser el mayor principio de individuación. Hugo, igual que casi
todos los románticos de su época, emprendió la aventura de vivir, su destino
trágico y su pasión amorosa desde la infranqueable soledad de su corazón, la
terrible soledad del profeta que tiene como misión iluminar a un pueblo
perdido.
Con
respecto al compromiso político y a la utilización de seres marginales en su
poesía, hemos de señalar que el tono de este tipo de composiciones es demasiado
utópico. Y esto tal vez se deba a que Hugo mantuvo siempre una clara actividad
política, sufriendo por ella largos años de destierro. Hay siempre en sus
composiciones poéticas un excesivo apasionamiento ante los problemas; se
compadece de ellos e intenta atajarlos, pero las soluciones que ofrece no son
casi nunca posibles, quizá por carecer de la perspectiva suficiente. Así, por
ejemplo, canta la tragedia interior del último día de un condenado a muerte o
ensalza la talla moral de un héroe innominado de las revoluciones americanas
pero, más allá del modélico estilo de vida heroico, no es capaz de ofrecer
soluciones racionales a los espíritus menos atrevidos.
6.1. Reflexiones existenciales
Tratándose la poesía de Víctor Hugo
de una de las más sentidas del siglo XIX, no debe extrañarnos que en ella sea
frecuente encontrarnos con reflexiones de tipo existencial llevadas a cabo por
el poeta. En este sentido, es habitual hallar en la poesía del autor francés
bastantes preguntas retóricas en las que se cuestiona el sentido de su
existencia, el por qué de las cosas o la naturaleza de la divinidad. Además, la
aparición de este tipo de lenguaje de tono íntimo suele ir asociado a
acontecimientos personales y sociales destacados, con lo que su poesía suele
ser un reflejo casi exacto de los fracasos y los éxitos que tuvo durante su
vida. Así, encontramos este tono reconcentrado en los dos poemarios que hemos
seleccionado: Las orientales y Los castigos.
Con respecto al primer poemario, Las orientales, son tres los poemas en
los que nuestro autor lleva a cabo un ejercicio de introspección de marcados
tintes existenciales. El primer poema se titula “Entusiasmo” y, en él Víctor
Hugo realiza un exaltado alegato de la libertad, mostrando todo el optimismo y
la fuerza vital y natural que le arrastra a combatir a la tiranía. Vemos un
fragmento:
“¿Pero a
dónde me arrastra el entusiasmo bélico, a mí, pobre poeta? Los niños y los
viejos quieren que vaya con ellos. ¿Pero quién soy yo? -Un espíritu que el
menor soplo arrastra, como hoja muerta escapada de un álamo. Todo me hace
soñar; el aire, los prados, los montes y los bosques; por todo algún día he
lanzado suspiros; cuando llega el crepúsculo, en el fondo de un valle oscuro
pláceme ver el lago plateado, que es el claro espejo en el que se miran las
nubes” (1888:117, volumen V).
El segundo poema al que nos vamos a
referir se titula “Los pedazos de la serpiente”. Se trata de una composición en
la que el poeta enamorado pasea tristemente pensativo por las montañas cercanas
a la costa, sufriendo por su joven enamorada que ha fallecido recientemente. El
dolor es insondable y no puede centrar su atención en nada que no sea ella. De
repente, se encuentra por el camino con una serpiente y, creyendo ver en ella el origen de todos los
males, descarga toda su ira en ella matándola y cortándola en pedazos. Al
reflexionar sobre su actuación se arrepiente de su crueldad para con el animal
y comienza a compadecerla. Sin embargo, súbitamente el reptil toma voz y le
dice lo siguiente:
“¡Oh
poeta! No me compadezcas y compadécete a ti mismo; la llaga en ti abierta es
más cruel y está más envenenada, porque tu Albaydé cerró en la tumba sus
hermosos ojos de gacela. El hachazo que sufriste cortó tu juventud, tu vida y
tu corazón, y alrededor de ese recuerdo se arrastran dispersados. Tu genio, de
alto vuelo, que, como la golondrina, tan pronto rasaba la tierra como ascendía
hasta el cielo, como yo ahora, muere cerca de las olas, y su fuerza se extingue
sin poder reunir los mutilados pedazos que se arrastran goteando sangre”
(1888:131, volumen V).
El tercer y último poema de
contenido existencial incluido en Las
orientales, se titula “Éxtasis”. Se trata de una composición en la que el
poeta se pregunta sobre cuál es la fuerza superior que ordena toda la
inmensidad de la naturaleza. Él quisiera que lo trascendental se hiciera
visible a sus ojos y poder describir lo inefable con la palabra
profético-poética Helo aquí:
“Estaba
solo, sentado en una roca al pie de las olas y en una noche estrellada. No
había una nube en el cielo ni una vela en el mar; mi vista y mi pensamiento
querían ver más allá del mundo real, y los bosques y las montañas y la
naturaleza parecía que preguntaban, con su murmullo confuso, a las olas del mar
y a las luces del cielo. Y las legiones infinitas de las estrellas de plata, en
voz alta y en voz baja, contestaban armoniosamente, y las olas azules,
inclinando la espuma que las corona, contestaban también: -Es el Señor, es
Dios” (1888:141, volumen V).
Analizando ahora el segundo poemario
que hemos escogido de Víctor Hugo, Los
castigos, vamos a presentar los tres poemas en los que son más notorias las
reflexiones existenciales. En los mismos parece que las cuestiones que plantea
están encaminadas a confirmar las bases cristianas sobre las que se asienta su
pensamiento. El primer poema que destacamos es el número IX y se encuentra
dentro del “Libro cuarto”. En un fragmento nos dice lo siguiente:
“Los que
viven son los que luchan, los que persiguen un designio constante, un alto
destino, y marchan pensativos y encariñados hacia un fin sublime, poseídos de
un gran entusiasmo y de un gran amor. Son el profeta santo, postrado ante el
arca de la alianza, el patriarca, el trabajador, el pastor, el obrero; son los
de corazón honrado y recto, que llenan útilmente los días de su existencia.
Esos son los que viven: a los demás les compadezco, porque pasan la vida
embriagados de su inútil fastidio, que les pesa continuamente; existen sin
vivir. Inútiles y dispersos, arrastran en el mundo el anonadamiento de ser y de
no pensar” (1888:348, volumen V).
El segundo poema que se hace
necesario destacar debido a su tema de corte existencial es el número XIII del
“Libro séptimo”. En él, nuestro poeta se pregunta por qué la naturaleza
permanece indiferente ante el bien y el mal y da cobijo tanto a personas
bondadosas como a crueles. Asimismo, también le reprocha que se ocupe más de
los animales y de las plantas que del propio ser humano. Vemos el fragmento:
“Cobijas
bajo el mismo cielo al justo y al injusto. Preocupada por los insectos, por las
piedras, por los arbustos, en los movimientos confusos del mundo animal, parece
que desconozcas el mal y el bien, y dejas al hombre que sufra su amarga
miseria. ¿Qué te importa Sócrates? Tú misma le preparas la cicuta. Creaste la
necesidad, el instinto y el apetito; el fuerte se come al débil y el grande al
pequeño; el oso se come al ratón y el buitre a la paloma. Naced, hormiguead,
morid, muchedumbres; vivid, haced el amor, creced, matad, que la pradera
reverdece, la noche sucede al día, el asno rebuzna, el caballo relincha y el toro
muge. Cualquiera te creería ciega, naturaleza, porque no ves lo bueno ni lo
malo; en el inmenso olvido en que vegetas, ni siquiera ves esos dos lejanos
gigantes que están inclinados sobre tu abismo; Satanás, padre del mal, y Caín,
padre del crimen (1888:381, volumen V).
El tercer poema que vamos a traer
aquí es el número XVII del “Libro séptimo”. En él, el poeta apela a la
inmensidad y al misterio de Dios para tratar de aplacar el pesimismo que
apesadumbra a sus compañeros de exilio. Dice lo siguiente:
“Compañeros valientes del destierro, proscritos como
yo, muchas veces me habéis dicho: <<- Pierde la esperanza; ¿Por qué Dios
castiga al justo? La virtud se asombra y empieza a mirar fijamente a Dios, que
se oculta y se aparta de nuestra vista. ¿Por qué han de prevalecer la iniquidad
y el crimen? No comprendemos los designios de Dios, no comprendemos cómo deja
brotar tantas alegrías para los inicuos, por qué causa tanta desolación; no
comprendemos tampoco cómo es que abrigas tan risueña esperanza>>. -¿Quién,
hermanos míos, comprende a ese inmenso ser misterioso? ¿Quién ha atravesado el
espacio, la tierra, el agua, el aire, el fuego y la extensión, y puede decir
<<he visto a Dios>>? ¿Quién puede decir <<yo le
conozco>>? […] Nadie. Todo esto es oscuro e incomprensible para los
mortales. El hombre es un vano clarín que suena. Dios solo e incomprensible
gobierna la naturaleza. ¡No dudemos! ¡Tengamos fe! Esperemos el fin de ese
misterio. Dios sabe romper los dientes de las panteras y de los Nerones. Dios
nos prueba, amigos míos. Tengamos serenidad y fe y marchemos hacia adelante”
(1888:385-386, volumen V).
A la hora de abordar lo que hay de
denuncia social en la poesía de Víctor Hugo, nos gustaría hacer algunas
precisiones con respecto a las novedades que presenta la misma respecto de
otros autores contemporáneos. Desde nuestro punto de vista, la poesía de
nuestro autor, debe ser considerada no sólo como un canto en contra de la
tiranía y en favor del liberalismo y del constitucionalismo, sino como la
primera que otorga voz a esos seres anónimos que forman el pueblo, a esos seres
marginados que él convierte en protagonistas de la historia. Está en su poesía
el germen de lo que sería la revolución obrera de finales del siglo XIX y
principios del XX. Con todo, este discurso carece de entidad individual pues
nuestro poeta otorga la palabra a los obreros considerándolos como arquetipos,
como seres idealizados que forman un grupo homogéneo y abstracto.
En las dos composiciones que hemos
seleccionado de Víctor Hugo, Las
orientales y Los castigos,
podemos encontrar multitud de cuestiones sociales que nuestro poeta suele
presentar en su discurso poético con el objetivo de denunciarlas o de expresar
su satisfacción. Así, del poemario Las
orientales vamos a destacar tres poemas: dos en los que denuncia realidades
que a él le parecen inaceptables, y una en la que celebra la consecución de la
libertad. Empezamos por este último que se titula “Navarino” y en el que el
poeta se relata a sí mismo cómo los griegos, con ayuda del ejército francés han
conseguido librarse de la tiranía turca. Lo vemos:
“¡Consuélate!
Grecia ya es libre. Entre los verdugos y los moribundos Europa ha restablecido
el equilibrio. ¡Consuélate! ¡Allí ya no hay tiranos! Francia combatió y la suerte
ha cambiado. […]
Respecto a los dos poemas de un
marcado tono acusador, vamos a comentar en primer lugar el que se titula “Las
florecillas”. En esta composición Víctor Hugo acusa al sexo masculino en
general, y en especial a aquellos que gozan de un estatus alto en la sociedad,
de coartar la libertad de las mujeres en el momento en que éstas se convierten
en sus esposas. En particular, aquí se denuncia a un príncipe que, tras
enamorar a una joven llamada Alicia, la encierra en un convento para el resto
de sus días. Presentamos la advertencia final del poeta hacia las que aspiran a
ascender socialmente:
“Es
muy peligroso enamorarse de un príncipe. Llegó un día en que a la pobre Alicia
la sacaron de la ciudad montada en un negro palafrén de orden del rey, y de
este modo la expulsaron de la provincia; y también de orden del rey terminó sus
días encerrada tras las rejas de un convento” (1888:135, volumen V).
En la segunda composición, Víctor
Hugo adopta un tono paternalista que utiliza para reprender a dos ciudades que
se encuentran en guerra como son Belgrado y Semlin. En el poema le da voz al
río Danubio que, por su ubicación de límite fronterizo entre ambas, ha sido
testigo de las continuas contiendas históricas que han tenido. Éste amenaza a
ambas ciudades con desbordarse e inundarlas si no cesan las continuas refriegas
entre ellas. Presentamos un fragmento:
“Hermanas
que os aborrecéis, ¿creéis adquirir gran renombre acribillándoos a balazos?
Sólo conseguiréis convertir vuestros palacios en ruinas. Apagad una y otra la
guerra en vuestros recintos, porque si no, yo apagaré el fuego de vuestros
cañones. ¡Pensad que soy el poderoso Danubio; desgraciadas de vosotras si
seguís probando mi cólera! No me lanzo contra vosotras porque os tengo
compasión. Si quisiera, desparramando mis olas por los campos, formaría con
ellas una cadena de montañas, que os arrastrarían a vosotras y a vuestras
compañeras” (1888:140, volumen V).
Si nos centramos en el segundo
poemario seleccionado, Los castigos,
encontramos que todo él es un canto contra la tiranía de Napoleón III en
particular, y contra todos los despotismos en general. Casi todos los poemas se
centran en denunciar al nuevo emperador francés quién, según Víctor Hugo, ha
llegado al poder de forma ilegítima y tras traicionar el juramento de honor que
hizo a la república. De esta manera, son siete las creaciones poéticas que vamos
a destacar por su tono de denuncia social, el cual llega a ser en muchas
ocasiones desafiante y amenazador. La primera de ellas se encuentra en el
“Libro primero” y es la composición XVII. En ella se refleja la situación del
viejo continente a mediados del siglo XIX. Se trata de una Europa en la que
vuelven a reinar las tiranías tras haber sido derrocados todos los movimientos
revolucionarios burgueses. Vemos un fragmento:
“En
todas partes se ve brillar el sable y mentir al altar. Los que se llaman príncipes
juran con descaro y sin bajar la vista al jurar en falso. Los soldados han dado
en las calles latigazos a las mujeres. ¿Dónde está la libertad y la virtud? Han
desaparecido. […] Han muerto los mejores hijos de Italia, de Alemania, de
Sicilia y de Hungría…Desgraciada madre Europa, vierte por ellos tus tiernas
lágrimas…; el honor se ha ausentado en ti. […] Se ahorca a los héroes que
enarbolaban con brazo fuerte la bandera libre y altiva ante los reyes
temblorosos, y la lluvia cae a torrentes, mártires, sobre vuestros despojos y
los cuervos los picotean” (1888:328, volumen V).
El segundo poema que queremos
mostrar aquí es el número V del “Libro tercero”. En esta composición Víctor
Hugo denuncia a los ciudadanos franceses de posición acomodada que han votado
Luis Napoleón Bonaparte para que sea su emperador únicamente por miedo a perder
sus privilegios de clase, y para evitar una segunda época del terror
revolucionaria. En ella se señala que ellos mismos saben que Napoleón III es un
traidor y que se lucra a costa del pueblo galo, pero que no quieren que esto se
haga público porque su honor está en juego. Vemos un fragmento:
“Napoleón
III es el hombre más bellaco que calienta el sol; pero ya que yo le he votado,
estas verdades no debían hacerse públicas. Escribir contra él es censurarme; es
lo mismo que decirme cómo deben obrar los hombres dignos; es una manera de
hacernos ver a los que permanecemos neutrales que somos unos borregos. Convengo
en que estamos muy sujetos; ¿pero qué habíamos de hacer?
El tercer poema que vamos a destacar
es el número XII del “Libro Tercero”. En él, Víctor Hugo expone cómo el
emperador Napoleón III ha acabado con los derechos fundamentales que el pueblo
francés creía tener garantizados porque los había recogido en su constitución.
Utiliza para ello la siguiente metáfora explicativa:
“Lo
que se llama Constitución es un antro que el pueblo, cuando se revoluciona,
cava en el granito, por parecerle que allí está abrigada y segura. Con regocijo
el pueblo encierra en esa fortaleza sus conquistas, sus derechos, sus progresos
y su honor, que consiguió a base de muchos sacrificios. Para conservar esos
tesoros instala en la soberbia guarida a la fiera Libertad, para que allí
sacuda la melena. Terminada esta construcción, apaciguado el pueblo, vuelve al
trabajo y a sus campos, orgulloso de haber recuperado sus derechos, y tranquilo
se duerme pensando en ellos, sin preocuparse de los ladrones que atisban dicha
guarida en la oscuridad. Despertándose una mañana, el pueblo va a ver su
Constitución donde la guardó, y ve que el antro augusto lo han convertido en
nicho, y en vez de un león se encuentra con un perro” (1888:343, volumen V).
El poema que abordamos a
continuación es el número VII del “Libro quinto”. Se trata de una composición
en la que Víctor Hugo se muestra abiertamente contra la pena de muerte. Para el
poeta francés la pena capital no puede ser el castigo que se imponga a un
criminal culpable porque, de esta manera, el inocente se iguala en culpa.
Presentamos un trozo del poema:
“El
progreso tranquilo y fuerte no sabe lo que es derramar sangre. Reina siempre
como conquistador desarmado; al ver el hacha o la espada mira a otra parte con
horror, porque el dedo eterno escribió en el azul del cielo que la tierra
pertenece el hombre y el hombre a Dios, y que la fuerza invencible es la fuerza
impalpable. ¡Pueblo, no derrames sangre nunca! La sangre que se derrama,
virtuosa o culpable, sube desde las manos a la frente; cuando salta hasta allí,
ya no hay esperanza; una sola gota basta para impregnar toda nuestra alma. No
hay en la historia una sola mancha de sangre que no vaya ensanchándose poco a
poco en el alma de los verdugos” (1888:354, volumen V).
El siguiente poema que vamos a
reproducir es una acusación directa y feroz que realiza Víctor Hugo contra
Napoleón III. Se trata de la poesía número I del “Libro sexto” y, en la misma,
el poeta ataca al emperador señalándole que, el único motivo por el que ha
alcanzado el poder y la aclamación popular del pueblo francés, ha sido porque
ha utilizado a su favor la gran fama de su tío, Napoleón Bonaparte.
Reproducimos un fragmento:
“Te
enriqueciste haciendo pasar el precioso botín del hombre del destino a tus
manos, esto es, a las manos del hombre del azar, y con imprudencia te ciñes en
la frente coronas que no te pertenecen. A cada momento oímos chasquear en tus
manos el látigo prodigioso que sometía a los reyes; llamándote Napoleón III te
apoderas de una gloria que no es tuya, de la gloria de Austerlitz, de Marengo,
de Rívoli y de San Juan de Acue” (1888:362, volumen V).
El sexto poema de tono social de
este poemario es el número VI del “Libro sexto”. En él, Víctor Hugo realiza una
vehemente arenga al pueblo francés a quien exhorta a que se subleve y rompa las
cadenas que le atan. Se trata de una apelación directa al orgullo de una nación
que ya ha conseguido en otras ocasiones alzarse con éxito contra la tiranía. He
aquí un fragmento:
“¡Despertaos!
Basta ya de abyección; tomad pólvora y fusiles, que ya sube la marea. ¡Basta de
ignominia, ciudadanos! Remangaos las mangas de las blusas; los hombres del
noventa y dos combatieron con veinte reyes; romped las cadenas, derribad las
cárceles; ¿tenéis miedo a estos pigmeos? Vuestros padres desafiaban a los
titanes. ¡Sublevaos! Aniquilad a la horda y a su jefe; tenéis de vuestra parte
a Dios y contra vosotros al sacerdote, pero Dios sólo es soberano; ante él
nadie es fuerte y todo es perecedero. […] Si consentís vivir en esa abyección
un día más, romperé el clarín y el tambor y despreciaré a los pusilánimes.
Pueblo antiguo que te batiste en días sublimes con gigantes, deja que tiemblen
esos que no pueden ser tus hijos, porque esas liebres no pueden haber nacido de
los leones” (1888:364, volumen V).
El último poema que vamos a mostrar
aquí es el número XVI del “Libro séptimo”. En sus versos, Víctor Hugo realiza
una panorámica general de la situación de corrupción en la que se encuentra
Francia bajo el reinado de Napoleón III. Además, jura que no volverá a pisar su
país hasta que no sea derrocado el tirano. Vemos el fragmento:
“La conciencia humana ha muerto; ese hombre se ceba en
ella en la orgía; su cadáver le place, y alegre vencedor, con los ojos
enardecidos de sangre, se vuelve y da un bofetón a la muerte. El juez se
prostituye por recurso; el sacerdote hace que se estremezca el hombre honrado,
que se queda despavorido; destierran el dinero de los campos del labriego… […].
No pisaré tu territorio, Francia querida, y excepto mi deber, lo olvidaré todo.
Acepto el duro destierro, aunque no tenga fin ni término, sin criticar por eso
a los que han cedido y que yo creí dotados de mayor firmeza, ni a los muchos
que se van, cuando debían permanecer lejos de la patria. Si en el destierro
somos mil, con los mil estaré; si solo somos ciento, con los ciento desafiaré a
Sila; si sólo quedamos diez, seré el décimo; si sólo queda uno, ese seré yo”
(1888:383-384, volumen V).
Dado que la poesía de Víctor Hugo,
como acabamos de ver, suele incluir numerosos asuntos de denuncia social, no es
extraño encontrarnos en ella reflejados toda una serie de personajes marginados
por la sociedad que, precisamente, sirven mejor a este objetivo. De esta
manera, hallamos en los dos poemarios seleccionados elementos en los que se
retrata a individuos marginados socialmente. En Las orientales son tres los poemas en los que lo marginal es
protagonista. El primero de ellos se titula “Canción de los piratas” y, en él,
se nos describe el secuestro de una joven por parte de unos piratas ajenos a
todo tipo de leyes. Veamos un fragmento:
“Por
el mar, atrevidos espumadores, íbamos desde Fez hasta Catania…En la galera
capitana éramos ochenta remeros. En cuanto divisábamos un convento, echábamos
el áncora y saltábamos a tierra. […]. Una joven trataba de huir hacia el
claustro.<<-¿Os atreveréis a robarme?>>, <<-Nos
atreveremos>>, le contestó el capitán. Llora, suplica, grita y se debate
en los brazos de éste, pero a la fuerza se la llevan al buque” (1888:121,
volumen V).
El segundo poema que vamos a
resaltar de este poemario se titula “La cautiva”. En él, se cuenta la historia
de una mujer prisionera en manos de los turcos. Y, aunque le gustaría ser
libre, no sería tanto para irse del país en el que está, sino para poder
visitarlo más despacio porque está maravillada de lo que puede ver a través de
la pequeña ventana de su mazmorra. Presentamos un fragmento:
“Si
no estuviese cautiva me gustaría este país, y este hermoso mar, y estos campos
de panizo; viviría bien aquí, si a lo largo de estos sombríos muros no
reluciesen en la oscuridad los sables de los spahis. […]. En estos palacios de
hadas, mi corazón poético cree en las voces apagadas que vienen de los
desiertos y oír confundidas las armonías de los genios con las canciones que
cantan en los aires” (1888: 121, volumen V).
El tercer poema digno de mención en
este apartado es el que se titula “Mazeppa”. En él, se nos relata la delicada
situación que tuvo que vivir el futuro jefe de los cosacos ucranianos atado a
lomos de un caballo salvaje. En este momento de su vida, Mazeppa no era más que
un paje que recibe este castigo por haberse enamorado de la mujer de un hombre
de la nobleza polaca. He aquí un fragmento:
“Mazeppa,
rugiendo y llorando, vio sus brazos, sus pies y sus flancos que un sable hería,
atados a un fogoso caballo, alimentado con yerbas marítimas, que humeaba y que
hacía saltar fuego de las narices y de las pezuñas. […]. Ya vuelan. El espacio
es infinito. En el desierto inmenso, en el horizonte sin fin, se sumergen los
dos; su carrera es veloz como el vuelo, y las grandes encinas, las ciudades,
las torres y los montes, todo se bambolea a su alrededor. […]. Finalmente el
infortunado yace en el suelo, desnudo, manchado de roja sangre. Una nube de
aves de rapiña, con sus ardientes picos desea roerle los ojos, quemados por el
llanto” (1888:138-139, volumen V).
Si nos centramos ahora en el segundo
poemario, Los castigos, podemos
encontrar también tres poemas en los que Víctor Hugo empleó elementos
marginales para denunciar la situación de desolación en que se encontraba
“Recuerdo
que un día bajé a los subterráneos de Lille, visité aquel tenebroso infierno,
en el que yacen bajo tierra, en miserables celdas, fantasmas pálidos y
encorvados, porque la tortura retuerce sus miembros con manos de hierro. Se
sufre mucho bajo aquellas bóvedas; el aire parece que sea un tósigo; allí el
ciego, caminando a tientas, da de beber al tísico; el agua corre allí por el
suelo; el que entra en esos subterráneos casi niño a los veinte años, es viejo
a los treinta, porque siente penetrar cada día la muerte que se infiltra en sus
huesos. […]. Allí duerme la desesperación cubierta de asquerosos harapos; allí
el abril de la vida, sonrosado y espléndido para los demás, se parece al crudo
invierno; allí se arrastran en el horror la flacura del esqueleto y la desnudez
del gusano. […]. De todos esos dolores dimanan vuestras riquezas; esas
desnudeces alimentan vuestras abundancias; vuestro presupuesto chorrea y rezuma
en gruesas gotas de las paredes de aquellas concavidades, de las piedras de
aquellas bóvedas, del corazón de aquellos moribundos” (1888:340, volumen V).
El siguiente poema del que vamos a
hablar a continuación es el número III del “Libro sexto”. En el mismo se habla
de los exiliados que han tenido que huir de Francia en busca de refugio social,
entre los que se encontraba Víctor Hugo. Se trata de un poema en el que el
poeta le pide a Dios que calme sus penurias en tierra extraña , no sólo
físicas, sino también psíquicas. Vemos un fragmento:
“Tenemos
sed, y el agua nos abrasa la boca; tenemos hambre, y nos dan pan negro; estamos
enfermos, y nos hacen trabajar con exceso; en este desierto feroz, a cada golpe
que da la azada, la muerte sale sonriendo por debajo de tierra, toma al hombre
en brazos, le ahoga y desaparece. Suframos, que al crimen ya le tocará su
turno. Pájaros y vientos que pasáis; en su choza, nuestras madres y nuestras
hermanas están llorando noche y día; pájaros, referidles nuestras miserias;
vientos, llevadles el recuerdo de nuestro cariño” (1888:362, volumen V).
El tercer y último poema que vamos a
tratar en este apartado es el número VIII del “Libro sexto”. Estamos ante una
composición en la que Víctor Hugo ensalza el papel que tienen las mujeres,
normalmente personajes secundarios en una sociedad machista como la del siglo
XIX, a la hora de plantar cara y no doblegarse ante el tirano Napoleón III.
Mostramos un fragmento:
“Solo
vosotras, mujeres, ostentáis en las mejillas el carmín de la vergüenza;
vosotras sólo os levantáis para demostrar vuestra indignación, con el seno
henchido de amargura, con los ojos preñados de lágrimas y silbáis al tirano y
consoláis a los muertos, y el buitre tiembla ante el pico de las palomas. El
solitario proscrito os glorifica; porque vosotras sois el sexo tierno y digno,
fervientes para la abnegación y el sacrificio, constantes con el sufrimiento,
siempre dispuestas a la lucha. […]. Conserváis siempre ese espíritu que realza
y que sostiene a las naciones derribadas” (1888:365, volumen V).
7.
SIMILITUDES Y DIFERENCIAS EN EL
TRATAMIENTO DE TEMAS COMUNES
Hasta
aquí hemos realizado un análisis de los principales temas poéticos comunes que
nuestros autores abordan en sus obras poéticas de forma separada y, en este
epígrafe, vamos a tratar de mostrar las similitudes y los matices diferenciales
que hay entre ellos. Para ello, hemos dividido el apartado en tres secciones:
una primera en la que vamos a hablar de las cavilaciones de tipo existencial
que aparecen en sus obras, una segunda, en la que comparamos las denuncias
sociales que realizaron y, una tercera, en la que contrastamos los motivos
marginales que los tres poetas utilizaron como protagonistas en sus poesías.
Por otra parte, hemos de señalar que, a la hora de realizar este ejercicio
comparativo, nos hemos servido de la obra de Valverde y De Riquer (2008) para
Lord Byron, de la de Bernal Salgado y Miguel Ángel Lama (2009) para José de
Espronceda y de la de Raymond Escholier (1972) para Víctor Hugo. Procedemos ya
a ello.
Como hemos tenido ocasión de
analizar en los epígrafes anteriores, tanto Lord Byron, como Espronceda, como
Víctor Hugo presentan composiciones poéticas en las que aparece un tono
marcadamente existencial. En este sentido, desde nuestro punto de vista,
podemos encontrar varios aspectos en los que sus formas de expresarse tienen
bastante semejanza. El primero que vamos a señalar es el marcado individualismo
que se encuentra ínsito en las composiciones de los tres. Se trata de un “yo”,
de un ego que prevalece siempre por encima de la creación en sí. Esto introduce
en los poemas una presencia superior que domina por encima del asunto sobre el
que se expresa y que habla siempre desde una experiencia existencial que trata
de totalizar, pero que no deja de ser parcial. No obstante, aunque esto se
aprecia en los tres autores, hay una reiteración mayor en Lord Byron y en
Víctor Hugo ya que Espronceda trata de mostrarse algo menos que ellos, aunque
también es evidente que su “yo” está omnipresente. Vamos a ver un ejemplo de
cada uno de ellos:
“Aunque
el mástil del buque próximo a romperse temblase como una caña, aún cuando las
destrozadas velas volasen en jirones por los aires, no por ello dejaría yo de
seguir mi ruta; que soy como una hierba marina arrancada de la roca y lanzada
sobre la espuma del océano para navegar a merced de las corrientes del abismo y
del soplo de la tempestad. En la primavera de mi vida emprendí el cantar de la
peregrinación de un desterrado voluntario que huía de su propio corazón:
continúo una historia que sólo quedó bosquejada; la llevo conmigo como el
impetuoso viento lleva una nube; en este ensayo de mi musa vuelvo a hallar las
huellas de mis antiguos pensamientos y el agotado manantial de mis lágrimas, que
a su paso sólo han dejado un árido desierto. Los penosos senderos de la vida ya
no son para mí sino estéril arena donde no crece ninguna flor” (Lord Byron, Las peregrinaciones de Childe-Harold,
1973:124, volumen I).
“Quiere
el alma descanso, y en el lodo/ nos hunde perezosa y encenaga;/ presume
adivinarlo todo,/ y en la región del infinito vaga./ […]. Llaman pensar así,
filosofía,/ y al que piensa, filósofo, y ya siento/ haberme dedicado a la
poesía/ con tan raro y profundo entendimiento,/ yo con erudición ¡cuánto
sabría…!/ […]. Mas me valiera el campo lisonjero/ correr de la política, y
revista/ pasar con tanto sabio y financiero,/ diplomático, ecónomo,
hacendista,/ estadista, filósofo, guerrero,/ orador, erudito y periodista./ Que
honran el siglo; ¡espléndidos varones,/ dicha no, pero honor de las naciones!/
Y mucho más sin duda me valiera,/ que no andar por el mundo componiendo,/ de
niño haber seguido una carrera/ de más provecho y de menor estruendo;/ que si
no sabio, periodista fuera,/ que es punto menos; mas ¡dolor tremendo!,/ mis
estudios dejé a los quince años; ¡y me entregué del mundo a los engaños!” (José
de Espronceda, El diablo mundo,
2006:385-386).
“Entonces
, musa mía, acudes a mí, sola, avergonzada y casi desnuda. Me dices:
<<-¿No tienes reservado en el fondo del corazón joven poeta, algo que
cantar?>>.[…]- Después colocas mis manos entre tus manos diáfanas, nos
sentamos los dos donde no llegan las miradas de los ojos profanos, y te ofrezco
el más grato de mis recuerdos. Mi infancia, con sus juegos y los juramentos de
la niña virgen, que hoy es madre feliz en brazos de otro esposo” (Víctor Hugo, Las orientales, “Noviembre”, 1888:144,
volumen V).
Otro elemento que tienen en común
nuestros tres autores y que tiene que ver con motivos existenciales, lo
encontramos en la formulación de preguntas que se hacen sobre la naturaleza de
Dios. Parece evidente que todos son cristianos y que ven en la divinidad a un
ser superior sin el que el hombre no es nada. Sin embargo, en sus obras
poéticas se plantean a veces cuestiones que parecen fruto de una reflexión muy
íntima. No se trata ya de aceptar sin más la presencia de un Dios bondadoso y
redentor, sino que tienen dudas sobre el por qué de la existencia de la muerte
y del sufrimiento en la tierra, las cuales expresan por escrito. En este
aspecto son más parecidos Lord Byron y Espronceda ya que Víctor Hugo se
cuestiona menos este problema. Aún así podemos ver ejemplos en los tres:
“Lucifer:
<<Dios nos hizo mortales para a su antojo poder atormentarnos. […].
“Tú
me engendraste mortal,/ y hasta me diste un nombre,/ pusiste en mí tus
tormentos,/ en mi alma tus rencores,/ en mi mente tu ansiedad,/ en mi pecho tus
furores,/ en mi labio tus blasfemias e impotentes maldiciones./ […]. Tú te
agitas como el mar/ que alza sus olas enormes,/ humanidad, en oleadas/ por
quebrantar tus prisiones./ ¿Y en vano será que empujes,/ que ondas con ondas
agolpes,/ y de tu cárcel la linde/ con vehemente furia azotes?/ ¿Será en vano
que tu mente/ a otras esferas remontes,/ sin que los negros arcanos/ de vida y
de muerte ahondes?/ ¿Viajas tal vez hacia atrás?/ ¿Adelante tal vez corres?/
¿Quizá una ley te subyuga?/ ¿Quizá vas sin saber dónde?” (José de Espronceda, El diablo mundo, 2006:374-375).
“Muchas
veces desde el fondo de sombrías mazmorras sale como de un infierno el murmullo
de los desdichados […] y tú no te conmueves: el manantial de la indiferencia
llena siempre tus urnas, y presencias los atentados nocturnos, los crímenes y
furores de Roma crucificada y de París aherrojado, las asechanzas de los reyes,
los falsos juramentos y el borrascoso clamor de las almas indignadas. En la
tranquilidad en que te refugias dejas fermentar la perturbación y renacer un
pasado , del que ya nos habíamos emancipado; dejas que Francia, de luto, lance
el supremo suspiro; que los cobardes se escondan en sus agujeros como los
topos; que gruñan los leones y que rujan los poetas” (Víctor Hugo, Las orientales, “Libro Séptimo”, número
XIII, 1888:381, volumen V).
La última característica común de
los tres autores en cuanto a la aparición de una poesía de tono existencial, se
refiere al peculiar pesimismo que solemos encontrar en sus obras. Y es que no
se trata de una negatividad absoluta en la que no se vislumbre salida alguna;
más bien al contrario, estamos ante un tipo de creaciones poéticas en las que
nuestros poetas nos presentan grandes esperanzas que, precisamente por ser
desmedidas y utópicas, producen una intensa desesperación cuando no se cumplen.
Presentamos a continuación tres fragmentos de cada autor:
El primero se refiere a las
sensaciones desesperanzadas que experimenta Lord Byron por no ver a Italia
liberada de la tiranía austríaca:
“Yo, ruina viviente, en medio de tantas ruinas
en este país caído; busco los vestigios de una grandeza pasada sobre una tierra
tan poderosa en sus días de gloria, que no cesó de ser encantadora […]. Eres
sólo un desierto comparado con lo que fuiste […]. ¡Italia! ¡Italia! Has
recibido el don fatal de la belleza que ha sido para ti una fuente de
desgracias; el dolor y la vergüenza han arrugado tu frente, tan radiante en
otro tiempo, y tus anales están grabados en caracteres de fuego” (Lord Byron, Las peregrinaciones de Childe-Harold,
1973:158-162, volumen I).
El segundo poema trata sobre la
amargura que experimentó Espronceda al conocer a una Teresa que no era como él
esperaba:
“Tú
fuiste un tiempo cristalino río,/ manantial de purísima limpieza;/ después
torrente de color sombrío,/ rompiendo entre peñascos y malezas,/ y estanque en
fin de aguas corrompidas,/ entre fétido fango detenidas./ […]. Mas ¡ay! que es
la mujer ángel caído,/ o mujer nada más y lodo inmundo,/ hermoso ser para
llorar nacido,/ o vivir como autómata en el mundo:/ sí, que el demonio en el
Edén perdido,/ abrasará con fuego del profundo/ la primera mujer, y ¡ay! aquel
fuego,/ la herencia ha sido de sus hijos luego” (José de Espronceda, El diablo mundo, “A Teresa” 2006:410).
El último poema es un canto de
resignación de Víctor Hugo ante la situación de oprobio por la que atravesó
Francia durante el mandato imperial de Napoleón III:
“Nuestros tiempos sirven a la historia de cloaca, y en
ella está preparada la mesa para vosotros; sobre sus manteles coméis joviales,
mientras en otras partes, desnudos y cargados de cadenas, agonizan tranquilos y
serenos los oprimidos. […]. Y la humanidad llora sin atreverse a pasar por los
patíbulos en que yacen los justos y los sabios” (Víctor Hugo, Los castigos, “Libro tercero”, número
XI, 1888:342-343, volumen V).
Sin duda, los tres poetas que
estamos analizando fueron personas muy comprometidas socialmente con las
distintas situaciones de injusticia social y de tiranía que se produjeron en
Respecto al primer tema, el relativo
a la lucha por el fin del absolutismo de los reyes europeos, hemos de señalar
que los tres poetas escribieron composiciones en esta línea aunque entre ellos
encontramos algunas diferencias. Sobre todo, son evidentes en cuanto al
sentimiento patriótico y su compromiso con la situación de sus países pues,
mientras que las composiciones de Lord Byron no aparecen vinculadas en ningún
momento a su tierra natal, las de Espronceda y Víctor Hugo están muy implicadas
en la lucha contra las figuras de tiranía dominantes en sus estados, que fueron
Fernando VII y Napoleón III, respectivamente. Presentamos a continuación las
evidencias:
En esta primera, Lord Byron celebra
la caída del emperador Napoleón Bonaparte pero a la vez se muestra escéptico
respecto del futuro de una Europa plagada de reyes opresores:
“¡Justas
represalias! Francia muerde su freno y llena de espuma sus hierros…¿Pero es más
libre la tierra? ¿las naciones combatieron para vencer a un solo hombre?, ¿no
se han coaligado más que para enseñar a los reyes hasta dónde alcanza su poder?
¡Y qué!, ¿la esclavitud será nuevamente el ídolo de barro de los siglos de la
luz? ¿Iremos a prestar homenaje a los lobos después de haber derribado al león?
¿Iremos a doblar humildemente la rodilla delante de los tronos y pagarles el
tributo de una servil admiración? ¡No; esperad todavía antes de prodigar
alabanzas! ¡Si los reyes son indignos de serlo, cesemos de celebrar la caída de
un déspota! Es en vano que ardientes lágrimas hayan surcado las mejillas de
nuestras esposas y de nuestras madres; es en vano que Europa haya gemido sobre
sus mieses holladas por la planta de un tirano; es en vano que después de haber
sufrido años de muerte, de destrucción, de cadenas y de terror, millones de
hombres se hayan despertado en un generoso transporte: la gloria no puede ser
cara a los pueblos libertados” (Lord Byron, Las
peregrinaciones de Childe-Harold, 1973:127-128, volumen I).
En la composición que presentamos de
José de Espronceda, nuestro poeta realiza, desde su exilio londinense, un canto
por la libertad de España y denuncia la situación en la que se encuentra el
país bajo el reinado de Fernando VII:
“¿Dónde
fueron tus héroes esforzados,/ tu espada no vencida?/ ¡Ay! de tus hijos en la
humilde frente/ está el rubor grabado:/ a sus ojos caídos tristemente/ el
llanto está agolpado./ Un tiempo España fue: cien héroes fueron/ en tiempos de
ventura,/ y las naciones tímidas la vieron/ vistosa en hermosura./ Cual cedro
que en el Líbano se ostenta,/ su frente se elevaba;/ como el trueno a la virgen
amedrenta,/ su voz las aterraba./ Mas ora, como piedra en el desierto,/ yaces
desamparada,/ y el justo desgraciado vaga incierto/ allá en tierra apartada./
Cubren su antigua pompa y poderío/ pobre yerba y arena,/ y el enemigo que
tembló a su brío/ burla y goza en su pena./ Vírgenes, destrenzad la cabellera/
y dadla al vago viento;/ acompañad con arpa lastimera/ mi lúgubre lamento./
Desterrados, ¡oh Dios!, de nuestros lares,/ lloremos duelo tanto./ ¿Quién
calmará, ¡oh España!, tus pesares?/ ¿Quién secará tu llanto?” (José de
Espronceda, Poesías de asuntos históricos,
“A la patria”, 2006:217).
En este poema que presentamos a
continuación Víctor Hugo lleva a cabo una amenaza abierta contra Napoleón III y
su gobierno, los cuales han ocupado el trono de Francia por la fuerza. Nuestro
poeta vaticina la venganza del pueblo contra su tirano:
“Ruedan
en el boulevard Montmartre los muertos enseñando sus heridas abiertas, mientras
que en las mesas del festín, cubiertas con pieles de marta, saborean vinos y
manjares cien hermosas, brindando por el vencedor; cien beldades, cuya sonrisa
lasciva las entrega de antemano. <<-Toca hoy a fiesta, campana de Nuestra
Señora, que mañana tocarás a rebato>>. […]. Es horrible desventura que un
bandido feroz haya destruido nuestro porvenir. Hoy se celebra la gran boda; la
prometida sube en la carroza; César va a casarse. ¡Pueblos, cantad su
epitalamio!
Otro tema común de naturaleza social
que hemos observado en nuestros tres autores es el de su implicación con la
liberación de Grecia de la opresión turca. El que más se volcó con este asunto
fue Lord Byron que, además de escribir numerosas composiciones sobre el mismo,
no tuvo reparos en ir al país heleno a combatir por su libertad, aunque como
sabemos nunca pudo llegar a luchar porque murió antes de poder hacerlo.
Espronceda y Víctor Hugo se implican algo menos, aunque también tienen poesías
en las que dejan claro que desean ver una Grecia libre, acorde con su tradición
clásica. Vemos unos fragmentos en que los poetas exhortan a la guerra por su
liberación:
“¡Grecia,
la gloria, el campo, la bandera,/ cuánta grandeza en derredor!/ […] Tú, aliento
de mi ser, despierta ya! […]. Sofoca al fin el fuego renaciente/ de la pasión,
indigna edad viril,/ que para ti ya debe indiferente/ ser el ceño o la risa
complaciente/ de la beldad gentil. Si lloras hoy al recordar la historia/ de la
pasada edad, ¿por qué vivir?/ ¡Al campo a combatir! Si la victoria/ te niega su
laurel, morir con gloria/ es muy dulce morir” (Lord Byron, Poesías dispersas, “El último canto a Grecia”, 1973:539, volumen
II).
“El
alma de Grecia existe;/ santo furor su corazón circunda,/ que ávido se hartará
de sangre hirviente,/ que nuevo ardor le infundirá y bravura./ No ya el tirano
mandará en nosotros: tristes ruinas, áridas llanuras,/ cadáveres no más será su
imperio,/ será sólo el señor de nuestras tumbas” (José de Espronceda, Poesías de asuntos históricos,
“Despedida del patriota griego de la hija del apóstata”, 2006:211).
“¡A
Grecia! ¡A Grecia! ¡Adiós a todos! ¡Es preciso partir! Ya que se ha derramado
la sangre de ese pueblo mártir, que corra la sangre de sus verdugos. Amigos,
volemos a Grecia; venguémosla y libertémosla. Ceñid un turbante a mi frente,
dadme un sable, ensilladme el caballo y partamos” (Víctor Hugo, Las orientales, “Entusiasmo”, 1888:116,
volumen V).
La última cuestión de calado social
en la que los tres autores coinciden es en la de rechazar la pena de muerte
como solución para acabar con la delincuencia. Todos nuestros poetas ven en
este tipo de medida una respuesta vengativa que ni escarmienta a los futuros
criminales, ni deja tranquila la conciencia del pueblo que pasa de ser la
víctima a ser el verdugo. Los más acérrimos defensores de abolir esta medida
son Víctor Hugo y Espronceda ya que Lord Byron trata menos el asunto. No
obstante, vemos fragmentos en que los tres autores describen los sufrimientos
de los reos condenados a la pena capital y su rechazo, implícito o explícito,
de la misma y de los que mandan aplicarla:
“Podía
empezar a cada momento para Conrado un suplicio peor que la muerte; cuando
todos los pasos que repetía el eco de su prisión podían ser los de los verdugos
que iban a conducirlo al patíbulo, y cada voz que oía la última que hiriese sus
oídos. […]. El verse cargado de hierros en un calabozo solitario; tener siempre
presente mil memorias que despedazan el alma; escudriñar los secretos del
corazón; reprenderse las faltas irreparables y ver acercarse el inevitable
porvenir; contar las horas que todavía le separaban de la muerte, sin tener un
amigo que nos grite: <<¡valor!>>, o a quien podamos decir cuán poco
sentimiento nos costará la pérdida de la vida” (Lord Byron, El corsario, 1973:244, volumen I).
“Reclinado
sobre el suelo/ con lenta amarga agonía,/ pensando en el triste día/ que pronto
amanecerá,/ en silencio gime el reo/ y el fatal momento espera/ en que el sol
por vez postrera/ en su frente lucirá./ Un altar y un crucifijo,/ y la enlutada
capilla/ lánguida vela amarilla/ tiñe en su luz funeral,/ y junto al mísero
reo,/ medio encubierto el semblante,/ se oye al fraile agonizante/ en son
confuso rezar./ El rostro levanta el triste/ y alza los ojos al cielo;/ tal vez
eleva en su duelo/ la súplica de piedad:/ ¡Una lágrima! ¿Es acaso/ de temor o
de amargura?/ ¡Ay!, ¡¡a aumentar su tristura/ vino un recuerdo quizá!!” (José
de Espronceda, Canciones, “El reo de
muerte”, 2006:198-199).
“Aborrezco a los exterminadores, tanto si tienen
derecho a serlo como si no lo tienen; pero más que aborrecerles les compadezco.
Se les ve a través de la severa historia, en la que sólo vive lo verdadero,
huir hacia la oscuridad rodeados de eternos espectros” (Víctor Hugo, Los
castigos, “Libro quinto”, número VIII, 1888:354, volumen V).
Como ya hemos tenido ocasión de
estudiar en anteriores epígrafes, es muy habitual encontrar en la poesía de
nuestros autores elementos marginales que tienen un papel protagonista en sus
composiciones. De este modo, ya ha quedado señalado la aparición de piratas
(son múltiples las canciones en torno a ellos), cosacos, mendigos, guerreros
(destaca la aparición del mercenario Mazeppa como tema común), cautivos,
verdugos, exiliados, prostitutas o reos de muerte como personajes relegados
socialmente que sirven a nuestros autores para mostrarse insumisos ante el poder
absoluto de los monarcas y emperadores de
“Soy
un mero residuo de calabozo. Estoy padeciendo el destino de aquellos a los que
se les rehúsa la generosa tierra y el aire, e incluso se ha prohibido
alimentarme. Más por observar fidelidad a mi padre aguanto cadenas y estoy
expuesto a morir. Sólo a su linaje se debió que mi padre no muriera en la
horca; en cambio, se le encerró en una lúgubre mazmorra, y por idéntica causa
su linaje ha sido encarcelado y arrojado en las tinieblas. Nosotros éramos siete,
seis mozos y uno ya mayor, y todos, hasta los muertos, sentíamos orgullo de
haber sido objeto de las persecuciones. Uno en la pira y dos en el campo
signaron su creencia con su sangre, muriendo como murió su padre, por el Dios
que sus enemigos niegan. Tres fueron lanzados a un calabozo, y ya queda
solamente éste” (Lord Byron, El cautivo
de Chillon, 1973:283, volumen I).
“¡Sentenciado
estoy a muerte!/ Yo me río;/ no me abandone la suerte,/ y al mismo que me
condena/ colgaré de alguna entena/ quizá en su propio navío./ Y si caigo,/ ¿qué
es la vida?/ Por perdida/ ya la di,/ cuando el yugo del esclavo,/ como un
bravo,/ sacudí” (José de Espronceda, Canciones,
“La canción del pirata”, 2006:190).
Palabras de los exiliados por
Napoleón III, encabezados por Víctor Hugo:
“Acabarás por ladrar, miserable. […]. Te pusimos el
estigma en la frente, y ahora la muchedumbre lo ve y te escarnece. Mientras el
castigo te clava al poste, mientras la argolla te obliga a levantar la cabeza,
mientras la historia, alentada por nosotros, te desnuda y te presentas como
eres, exclamas: <<-No me remuerde la conciencia>>, y te burlas,
bellaco, y tu risa se ceba en nosotros; pero nada nos importa, porque te
aplicaremos el hierro candente y veremos humear tu carne” (Víctor Hugo, Los castigos,
“Libro tercero”, número II, 1888:336, volumen V).
En el presente trabajo de
investigación hemos tratado de realizar un acercamiento a la poesía de tres de
los autores más representativos del Romanticismo europeo como fueron Lord
Byron, José de Espronceda y Víctor Hugo. Para ello, en primer lugar, hemos
presentado las circunstancias históricas, políticas, sociales y económicas de
cada una de las naciones de origen de nuestros autores. A través de las mismas,
nos hemos podido hacer una sucinta idea de los acontecimientos que ocurrieron
durante el periodo que abarcó la primera mitad del siglo XIX y que influyeron
notablemente en las creaciones de los tres vates. Así, nos hemos encontrado con
una Europa en la que la lucha entre el liberalismo y el absolutismo fue una
constante que varió de intensidad dependiendo de la tradición jurídica anterior
del lugar, así como de su desarrollo socioeconómico.
En segundo lugar, nos hemos ocupado
de analizar la formación literaria de nuestros poetas de acuerdo con el
movimiento general romántico y de las circunstancias de origen del mismo. En
este sentido, no debemos olvidar que el Romanticismo nació como respuesta a un
Neoclasicismo en el que la razón era la base sobre la que se sustentaban todas
las manifestaciones sociales, incluyendo las artísticas. Con el advenimiento
del Romanticismo, se acuñó, sobre todo por parte de los teóricos ingleses y
alemanes, una nueva idea del racionalismo, en el que sólo vieron un positivismo
que limitaba y que ahogaba cada vez más al individuo como persona, alejándole
de sus verdaderos intereses como ser fundamentalmente emocional que es.
Igualmente, hemos presentado las circunstancias biográficas particulares de
nuestros tres autores, así como sus principales producciones literarias y las
influencias que recibieron en su estilo poético.
En tercer y último lugar, hemos
llevado a cabo un estudio, primero de forma individual y luego de forma
comparada, sobre los temas comunes que abordaron cada uno de nuestros poetas. A
saber: la utilización de un lenguaje de tipo existencial ante un mundo que les
era ajeno y en el que no encontraban la respuesta a tanto dolor y sufrimiento
individual y colectivo, el tratamiento de los asuntos sociales relacionados con
el liberalismo y el constitucionalismo que abiertamente defendieron (tales como
la pena de muerte, la igualdad social, el voto popular, etc.), y el empleo de
personas, elementos y motivos marginales y escatológicos utilizados
frecuentemente como paradigma de la insumisión frente al poder, y también como
muestra de la situación de miseria y decadencia en que se encontraban sus
países respectivos.
De este modo, tras esta visión
panorámica de lo que ha sido nuestra investigación, podemos extraer una serie
de conclusiones, las cuales se encuentran sujetas al particular punto de vista
del investigador y, por tanto, otros estudiosos podrán estar de acuerdo o no
con ellas. Las mismas son cinco y, de entre las mismas, dos son de tipo general
y tres de naturaleza más particular. Las dos de carácter más abierto serían: 1)
la necesidad de seguir profundizando en el futuro en los estudios de literatura
comparada y 2) la importancia de fijar la posición primordial de la traducción
para poder proceder a este tipo de estudios comparativos. Por su parte, las
tres conclusiones de carácter más específico serían: 1) la naturaleza común del
tipo de lenguaje existencial empleado por Lord Byron, José de Espronceda y
Víctor Hugo en sus obras poéticas, 2) las analogías existentes en el
tratamiento de temas sociales en los tres autores y 3) La aparición en el
corpus poético de los tres autores de personajes, elementos y motivos
marginales y/o escatológicos.
Comenzando por las conclusiones de
carácter más general, hemos señalado como la primera de ellas la necesidad de
realizar más estudios en el ámbito de la literatura comparada. De esta manera,
se pueden llevar a cabo acercamientos a las distintas manifestaciones
literarias de los diferentes periodos históricos mostrando las variaciones
temáticas y estilísticas y, fundamentalmente, las similitudes que podemos
encontrar entre los autores de cada uno de ellos. Además, nos parecería
interesante realizar este tipo de estudios no sólo con literatura europea y/o
occidental, sino extender este tipo de investigaciones a la literatura oriental
y a la postcolonial. Y es que llevamos demasiado tiempo ignorando a la
literatura creada por una población que supera con creces la mitad del total de
la mundial.
Por lo que se refiere a la segunda
conclusión general, creemos necesario fijar el estatus de la traducción como
elemento principal, fundamental e imprescindible para realizar estudios
comparativos. Y es que, desde nuestro punto de vista, la traducción bien puede
contribuir a construir la idea global de literatura acuñada por los románticos
alemanes (sobre todo de Göethe) de la “Weltliteratur”, esto es, la de un
intercambio intercultural e internacional que represente concretamente la
interacción entre los pueblos y se configure como la coexistencia contemporánea
y simultánea de las literaturas del mundo. Así pues, la traducción facilita la
circulación de temas, motivos y mitos introducidos por las culturas de llegada
en las culturas de entrada, con lo que enriquece el panorama literario de
ambas: a la de entrada porque le proporciona un texto novedoso del que
disfrutar y a la de salida al exponer a la crítica de un país extranjero las
obras propias, la cual puede servir de retroalimentación a la del propio país
exportador de la obra.
Continuando con las conclusiones de
tipo más específico, hemos indicado en primer lugar la naturaleza común de un
lenguaje marcadamente existencial en las obras poéticas de Lord Byron,
Espronceda y Víctor Hugo. Esto es, sin duda, fruto del movimiento romántico
general en el que nuestros tres poetas escribieron, el cual marcó una tendencia
a un individualismo solitario y reflexivo que llevó en muchas ocasiones a la
creación de composiciones pesimistas y propensas a la introspección. Este tipo
de estilo de escritura lo hemos visto sobre todo reflejado en cuatro obras: Las peregrinaciones de Childe-Harold y Caín de Lord Byron, El diablo mundo de José de Espronceda y algunos fragmentos de Los castigos de Víctor Hugo.
En segundo lugar, hemos señalado
también la relación que hay entre los tres autores en cuanto al tratamiento de
temas de denuncia social. Esto se aprecia, sobre todo, en la tendencia liberal
de los tres autores, los cuales lucharon contra la tiranía y el despotismo
existente en sus respectivos países y en el resto de naciones europeas. Igualmente,
todos los autores batallaron por la fijación del derecho en constituciones que
aseguraran jurídica y legalmente al pueblo ante las posibles actuaciones
tiránicas de gobiernos absolutistas. También, fue común en ellos el hecho de
ensalzar en sus obras poéticas a determinados personajes históricos que fueron
verdaderos activistas revolucionarios y luchadores por la libertad. Así, en el
caso de Lord Byron tenemos rememorada la figura de François de Bonnivard, en el
de José de Espronceda de Juan Miguel Guardia, y en el de Víctor Hugo de Pauline
Roland.
En
tercer y último lugar, hemos puesto de relieve la aparición en las tres obras
poéticas de toda una serie de motivos y personajes marginales y escatológicos
que sirven, en nuestra opinión, para mostrar la rebeldía de los autores ante
los poderes dominantes de la época. En este sentido, hemos señalado la
presencia de tipos sociales marginados como mendigos, prostitutas, piratas o
guerreros mercenarios, los cuales se declaran a sí mismos al margen de la ley y
de los usos sociales corrientes. A nuestro juicio, la utilización de estos
elementos subversivos es lo que marca la diferencia de nuestros tres poetas con
sus contemporáneos, y lo que hace de su poesía la más comprometida con la
realidad social y política de
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-
Las peregrinaciones de Childe-Harold,
volumen I. (pp. 49-189).
-
La novia de Abidos.
volumen I. (pp. 191-214).
-
El corsario,
volumen I. (pp. 215-255).
-
El cautivo de Chillon,
volumen I. (pp. 281-288).
-
Mazeppa,
volumen I. (pp. 393-405).
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-
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ESPRONCEDA,
J. DE (2006). Obras completas.
Madrid: Ed. Cátedra. De entre las composiciones que se contienen en esta
edición, para nuestro estudio hemos empleado:
-
El Pelayo,
(pp. 129-169).
-
Poesías líricas,
(pp. 173-186).
-
Canciones,
(pp. 187-205).
-
Poesías de asuntos históricos,
(pp. 207-225).
-
Poesías publicadas póstumamente,
(pp. 227-242 y 259-293).
-
Poesías desconocidas publicadas
durante su vida, (pp. 243-258).
-
El diablo mundo,
(pp. 363-540).
FERRO, M.
(2003). Historia de Francia. Madrid:
Ed. Cátedra.
FICHTE, J. (1976). El
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a la literatura comparada. Barcelona: Ed. Crítica.
HUGO,
V. (1888): Obras completas de Víctor Hugo,
6 volúmenes. Valencia: Ediciones Terraza, Aliena y Compañía. De entre las
composiciones que se contienen en esta edición, para nuestro estudio hemos
empleado:
-
Las orientales
(“El fuego del cielo”, “Canaris” “Las cabezas del serrallo”, “Entusiasmo”,
“Navarino”, “Grito de guerra de Mufti”, “El dolor del pachá”, “Canción de los
piratas”, “La cautiva”, “A la luz de la luna”, “El velo”, “La sultana
favorita”, “El derviche”, “El castillo”, “Marcha turca”, “La batalla perdida”,
“El niño”, “Sara en el baño”, “Espera”, “Lázzara”, “Deseo”, “La ciudad tomada”,
“El adiós de la huésped árabe”, “Maldición”, “Los pedazos de la serpiente”,
“Nourmahal la roja”, “Los Djinns”, “El sultán Achmet”, “Romance morisco” y
“Granada” ), volumen V, (104-144).
-
Los castigos
(“Libro primero”, “Libro segundo”, “Libro tercero”, “Libro cuarto”, “Libro
quinto” y “Libro sexto”), volumen V, (pp. 311-387).
LANGA LAORGA, M. A. (2003): “Literatura y revolución”.
En Revista Cuadernos de Historia
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Ed.
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YNDURÁIN, D. (1971): Análisis formal de la poesía de Espronceda, Madrid, Taurus.
[1] Los
poemarios que hemos seleccionado para el trabajo contrastivo han sido los
siguientes: Las peregrinaciones de
Childe-Harold, La novia de Abidos,
El corsario, El cautivo de Chillon, Mazeppa,
Caín y Poesías dispersas, de Lord Byron; El Pelayo, Poesías líricas,
Canciones, Poesías de asuntos históricos, Poesías
publicadas póstumamente, Poesías
desconocidas publicadas durante su vida y El diablo mundo, de José de Espronceda; y por último, Las orientales y Los castigos, de Víctor Hugo.
[2] En
este trabajo hemos empleado el término “existencial” en un sentido amplio, no
sólo en cuanto a reflexiones abstractas sobre la vida, sino también haciendo
referencia a los temas de tipo amoroso y religioso que suscitaron en nuestros
poetas numerosas cavilaciones íntimas. A este respecto, éstas suelen ser de carácter pesimista, quizá influidas
por la tendencia literaria general del movimiento romántico en el que se
inscriben.
[3] En
nuestro caso lo que ha ocurrido es que, de ser la selección de textos
originales de Lord Byron y de Víctor Hugo poemas narrativos, en la traducción
de los mismos se ha producido un trasvase de género literario. Así, las
traducciones se configuran como narraciones poéticas que tratan de acomodarse
lo máximo posible al sentido de los textos ingleses y franceses.
[4] Literalmente
significa el “primer hombre libre” de entre los ucranianos.
[5] Melancolía.