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Revista de estudios filológicos
Nº24 Enero 2013 - ISSN 1577-6921
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estudios

CUADROS DE LA VIDA PRIVADA DE ALGUNOS GRANADINOS DE JOSEFA ACEVEDO DE GÓMEZ, ENTRE LA PRÉDICA Y LA ASPIRACIÓN ESTÉTICA[1]

 

Ana María Agudelo Ochoa[2]

(Universidad de Antioquia. Facultad de Comunicaciones. Medellín. Colombia)

 

RESUMEN

Este artículo se propone demostrar la importancia de la colección de relatos Cuadros de la vida privada de algunos granadinos de Josefa Acevedo de Gómez (1803-1861) como obra donde convergen el discurso a favor de la sociabilidad y la apuesta por un proyecto literario, ambos en el marco de los procesos de instauración nacional. Asimismo se pretende destacar el carácter pionero de la obra de Acevedo en el campo de la narrativa colombiana.

Palabras clave: Acevedo de Gómez, Josefa; literatura colombiana del siglo XIX; sociabilidad; literatura y proyecto de nación.

 

ABSTRACT

This paper aims to demonstrate the Josefa Acevedo de Gómez´s (1803-1861) Cuadros de la vida privada de algunos granadinos importance as a work where converge discourse in favour of sociability and a commitment to a literary project, both under national establishment processes. It is also intended to highlight the pioneer character of Acevedo´s work in the field of the Colombian narrative.

Keywords: Acevedo de Gómez, Josefa; nineteenth century colombian literature; sociability; literature and nation project.

 

INTRODUCCIÓN

Indudablemente la poesía y el ensayo son los géneros canónicos durante el siglo XIX en Hispanoamérica, sobre éstos recaen como sobre ningún otro la norma estética y la prescriptiva, entre otras razones, por el peso de la tradición hispánica y su afincamiento en sociedades tradicionalistas; para los intelectuales de la época el verso era la forma de expresión de la libertad (Rama, 1982). Es tal el nivel de legitimación del que goza la poesía, que con los “parnasos” se inicia el proceso de fundación poética del Estado-nación en el cual subyace la idea de que la existencia de la nación se avala tanto desde los textos de orden jurídico como en los de orden poético, yendo su función más allá de demostrar la existencia de una literatura nacional (Achugar, 1997, pp. 13-15). Caso concreto es el de Colombia, cuya primera antología publicada en género alguno es El parnaso granadino. Colección escojida de poesías nacionales en 1848, cuyo antólogo es José Joaquín Ortiz, poeta romántico, periodista, político y uno de los integrantes de la tertulia El Mosaico.[3]

La década de los años cuarenta del siglo XIX es clave; la fuerte influencia literaria española llega de la mano de escritores entre los que se cuentan narradores costumbristas y románticos como Mariano José de Larra, Ramón Mesonero y Romanos, Eugenio de Ochoa, Gertrudis Gómez de Avellaneda y Cecilia Böhl de Faber (Samper, [188?] 1938, p. 95, en línea). Por otro lado, en periódicos nacionales como El Neogranadino, El Mosaico, El Iris, El Bien Público, El Mensajero, El Catolicismo y El Pasatiempo comienzan a publicarse traducciones de novelistas franceses, sobre de todo de Sue, Dumas, Consciente, Feval, entre otros.[4] Por la misma época aparecen novelas de autores nacionales.

La crítica ha señalado que los géneros narrativos, especialmente la novela, ocuparon en Hispanoamérica un lugar muy importante a partir de la segunda mitad del XIX, como formas asociadas a la reflexión acerca de la nacionalidad. Hasta ese momento, en el sistema jerárquico de géneros literarios, por encima de la narrativa se ubicaban la poesía y el ensayo, los cuales contaban para ese entonces con una rancia tradición y eran los predilectos de los letrados, aún antes de la Independencia (Williams, 1992, p. 41). Cuando en Colombia los escritores comenzaron a explorar la narrativa y se lanzaron a la conquista de la novela como género, la efusión lírica femenina cobró gran aceptación. Entre las reputadas “poetisas” de la época se cuentan Silveria Espinosa de los Monteros, Agripina Montes del Valle, Agripina Samper de Ancízar y Josefa Acevedo de Gómez. No obstante, Acevedo de Gómez se desplaza hacia la narrativa, con lo cual marca un hito fundamental para las letras colombianas, pues la autora se configura como una de las figuras pioneras de la narrativa breve del país.[5]

Pese a ser insistentemente señalada como la primera escritora civil de la república por críticos e historiadores de la literatura colombiana, Josefa Acevedo de Gómez no ha generado un interés de las proporciones que durante las últimas décadas ha despertado la obra de otras escritoras decimonónicas, como Soledad Acosta de Samper. Si se apartan las aproximaciones que se centran en el aspecto biográfico (Martínez, 2004, 2009a, 2009b), quedan pocos trabajos que se ocupan de la producción de Acevedo de Gómez, algunos centrados en el aporte de la escritora a la configuración nacional (Davies, 2007; Davies y otras, 2006), y otros que, desde una perspectiva feminista, proponen a Acevedo como pionera de la “escritura femenina” en Colombia (Rodríguez, 1991).

A lo largo de su vida, Acevedo de Gómez incursionó en una amplia gama textual: la poesía, la biografía, el manual de comportamiento, el drama, el romance, la narrativa e incluso el discurso de tono político; muchas de estas obras quedaron inéditas. Entre las que lograron salir a la luz se cuentan Ensayo sobre los deberes de los casados (1844), Tratado sobre economía doméstica para el uso de las madres de familia i de las amas de casa (1848), Poesías de una granadina (1854) —obra que reúne su producción poética desde 1823 y que tiene el mérito de ser prácticamente la única colección de poesías escritas por una colombiana publicada en formato de libro en el siglo XIX—, Biografía del doctor Diego Fernando Gómez (1854) —su esposo—, Biografía del teniente coronel Alfonso Acevedo Tejada (1855) —uno de sus hermanos—, Oráculo de las flores y de las frutas (1857), Recuerdos nacionales. José Acevedo y Gómez (1860) —su padre—, Cuadros de la vida privada de algunos granadinos (1861). También es parte de su obra publicada el discurso Las damas de Bogotá al general Moreno, con ocasión del restablecimiento del gobierno legítimo en mayo de 1831, del cual no se tienen datos de año y lugar de publicación.[6] La colección de narraciones Cuadros de la vida privada de algunos granadinos es publicado después de la muerte de su autora en 1861;[7] constituye una obra de madurez y el cierre de su ciclo como escritora.

 

UNA LITERATURA AL SERVICIO DEL PROYECTO DE NACIÓN

Cuando Josefa Acevedo de Gómez se propone “Escribir en sentido opuesto, i publicar yo lo bueno que sé de las jentes, ya que estos dos cartajeneros se empeñan en publicar lo malo” (1861, p. VIII) expresa la motivación que la conduce a escribir una serie de relatos que conforman, más que su incursión en el cultivo de la narrativa corta, una de las mejores piezas de su obra literaria: Cuadros de la vida privada de algunos granadinos, escritos para instrucción y divertimento de los curiosos. Los dos cartageneros a quienes se refiere la autora en la cita antes transcrita son Joaquín Pablo Posada[8] y Germán Gutiérrez de Piñeres,[9] directores de El Alacrán, semanario satírico que comienza a circular en Santafé de Bogotá en 1849. Esta publicación aborda con sarcasmo los acontecimientos sociales de la floreciente ciudad capitalina. Sus directores diseñan un periódico que “hiere sin piedad, sin compasión” (El Alacrán, 28 de enero, 1849), no obstante goza de un amplio público lector.

Acevedo pretende hacer la contra al periódico y emprende también en 1849 la escritura de una “interesante i verídica relación de hechos honrosos i nobles que hicieran conocer que nuestra sociedad no está esclusivamente plagada de vívoras i ‘Alacranes’” (1861, p. VIII), propósito del cual resultan ocho narraciones que no verían la luz como conjunto sino hasta 1861, después de la muerte de la autora, cuando son publicadas gracias al historiador y crítico literario José María Vergara y Vergara, por medio de la imprenta El Mosaico.

Desde el comienzo, la obra es planeada de modo unitario, donde cada relato cumple una función argumental en defensa de una idea de sociedad soportada en una red de valores, interés característico de los narradores de la época quienes pretenden demostrar por medio de su obra que en la naciente república hay costumbres y comportamientos a la altura de los modelos europeos (Williams, 1992, p. 48). Los títulos de los relatos apuntan directamente a la cualidad o valor que se desea aplaudir, o bien, al personaje que lo encarna: “El triunfo de la jenerosidad sobre el fanatismo politico”, “El soldado”, “Valerio o el calavera”, “Anjelina”, “La caridad cristiana”, “El pobre Braulio”, “La vida de un hombre” y “Mis recuerdos de Tibacui”.[10] ¿A qué motivo obedece la necesidad de insistir en la existencia de una sociedad donde “hechos honrosos y nobles” son comunes? Las razones van más allá de la reacción frente a un periódico de carácter satírico. La autora participa de una tendencia común en el periodo posterior a las independencias: defender desde el quehacer literario una serie de modelos de conducta asociados a valores civilizadores, campo en el que ya había incursionado con la escritura de Ensayo sobre los deberes de los casados y Tratado sobre economía doméstica para el uso de las madres de familia y de las amas de casa, ambos ensayos de formación, obras cercanas a los libros de urbanidad, que aparecen en Hispanoamérica con el fin de apoyar el proyecto de formación de buenos ciudadanos para las nuevas naciones ofreciendo lineamientos a la mujer para la administración efectiva del hogar (Davies, 2007, p. XII-XIII). El modelo de mujer construido en este tipo de textos —eficiente, práctica, diligente, prudente, discreta, modesta y buena administradora de los bienes del hogar— pasa a convertirse en dominio del sentido común y filtra otros géneros, como la novela, de esta manera los personajes femeninos terminan cumpliendo las características que defienden los ensayos de formación (Armstrong, 1991; Davies, 2007). En España circularon con éxito buen número de éstas obras, que bien pudieron influir a las escritoras de Hispanoamérica: Letra para las recién casadas, Antonio de Guevara; De Institutiones Feminae Christianae, Juan Luís Vives; Speculum conjugiorum, padre Alonso Gutiérrez de la Vera Cruz; La perfecta casada, Fray Luís León; Espejo de la perfecta casada, Alonso de Herrera (Aristizábal, 2007).

Las problemáticas de Cuadros dan cuenta de una necesidad de enaltecer modelos de comportamiento que deben servir de guía a los habitantes de la floreciente y a la vez conflictiva república. Tal es la estrategia de una mujer de la élite criolla conocedora de la situación de su nación, con un explícito y evidente objetivo de contribuir a la configuración de la misma a partir del cultivo de las letras, cuya labor como escritora se enmarca en un programa que otorga a la escritura funciones de creadora de sociabilidad, emparentada ésta con un afán civilizatorio. La obra de Acevedo es parte, pues, de la construcción discursiva del ciudadano neogranadino atendiendo a los lineamientos del proyecto de nación. En este sentido, Cuadros se inscribe en el conjunto de discursos que apoyan la construcción de la nueva sociabilidad y constituye en cierta medida una continuación de la propuesta de las preceptivas escritas por la autora algunos años atrás.

La iniciativa de Acevedo no es aislada sino que surge en un contexto donde el deseo de civilización cobra cada vez más fuerza. La autora inicia la escritura de sus relatos el mismo año que aparece el periódico conservador La Civilización, que defiende una concepción jerárquica de la civilización, siendo la cota superior Europa. Los nacientes partidos políticos, liberal y conservador, contemplan en sus programas el asunto; de hecho es uno de los focos de enfrentamiento, pues mientras que los conservadores asocian civilización a moral y adquisición de conocimientos, la concepción liberal la relaciona con soberanía individual (Rojas, 2001, 84-85). Otro síntoma del deseo de civilización es la adopción del liberalismo económico, visto como una ruta para dejar atrás el periodo bárbaro y entrar a hacer parte de un nuevo orden (2001, p. 47).

Las normas que regulan el comportamiento civilizatorio emanan, por lo general, de las clases altas, de los estratos superiores (Elías, 1989). En la Nueva Granada es precisamente la clase letrada, sector de la élite, la que se preocupa por instaurar una serie de medidas que permitan a la naciente república ponerse al día con el considerado mundo civilizado.

Cuando se afirma que la obra de Acevedo se inscribe en un proyecto de sociabilidad, se considera ésta última como una manera específica de relación entre individuos que fundamenta la comunidad y permitiría a los pueblos devenir naciones, relación ésta basada en la racionalidad y la cortesía, concepción sobre la cual subyace el pensamiento ilustrado. Es una categoría explícitamente usada por la élite, aunque también por sectores subalternos, y alude no sólo a maneras de relacionarse burguesas sino también populares, a partir de habilidades o competencias que pueden ser aprendidas (González, 2008, en línea; Poblete, 2000). Queda claro, entonces, que cuando se recurre el término sociabilidad se alude a la noción decimonónica, cercana a los términos civilidad, civilización y ciudadano, fundamentales en el contexto del discurso en torno a la nación.[11]

Es así como en varias de las naciones hispanoamericanas en formación, líderes letrados piensan programáticamente la cuestión. Poblete (2000) analiza los casos de Juan Bautista Alberdi, Francisco Bilbao y Domingo Faustino Sarmiento, quienes argumentan acerca de la importancia de cambiar radicalmente las viejas estructuras y comenzar desde cero, necesidad sentida de intelectuales y autoridades de las nacientes naciones que deriva en proyectos de creación de un tejido social nuevo, por lo cual adoptan los modelos de las naciones del norte del continente y de Europa (Poblete, 2000, p. 11). Al examinar la noción de sociabilidad en textos de hombres de letras hispanoamericanos —el chileno Bilbao y los argentinos Alberdi y Sarmiento— Poblete concluye que todos ellos pretenden: “dotar a la naturaleza geográfica  y  humana  de  la  patria  de  una  eticidad  que  la transformara en paisaje (alambrar la pampa y el campo o crear bellas granjas a la alemana o a la inglesa) y la constituyera en nación” (2000, p. 12). Esto para disminuir la brecha entre el habitante real de la nación y el ciudadano ideal. Se trata, entonces, de una “sociabilidad deseada”, de una idea preconcebida acerca de cómo debe ser el “soberano” y cómo el “ciudadano” en aras de circunscribir la nación en un proyecto civilizatorio occidental. Uno de los medios que encuentran los letrados decimonónicos, explica el mismo Poblete, es la nacionalización de las novelas.

Acevedo confirma que tales postulados también valen para el caso de la Nueva Granada, donde el propósito de la élite criolla es jalonar un proceso de civilización que forme al pueblo en el marco de un sistema de valores claramente demarcado, antes de darle participación política, coincidiendo así con un proceso que se vive en otras naciones del continente donde se busca, en palabras de Poblete:

 

El sujetociudadano nacional estéticamente constituido, aquel en donde la ley funciona internamente y sin coerción, aquel en que lo nacional funciona análogamente al objeto estético: una ley hecha carne, que operara no por coerción directa sino como ley sin ley. (2000, p. 23)

 

Discursos como el literario sirven de medio para hacer llegar el mensaje a los lectores. Lo muestra Poblete para el caso de Martín Rivas, y se pretende demostrarlo para el caso de Acevedo con Cuadros, donde los temas y problemas abordados denotan una muestra del interés por la sociabilidad y la necesidad de interpelar al ciudadano. Está por ello en la línea de obras como “Sociabilidad”, “Sociabilidad chilena” y Facundo —de Juan Bautista Alberdi, Francisco Bilbao y Domingo Faustino Sarmiento respectivamente— que estructuran propuestas de generación de tejido social para los casos de Chile y Argentina (Poblete, 2000). Del mismo carácter educativo son los parnasos fundacionales que empiezan a circular en Iberoamérica poco después de las independencias, donde el sujeto interpelado es el ciudadano (Achugar, 1997).

Los temas de Acevedo en Cuadros no son para nada gratuitos, ya desde su obra poética y sus manuales de comportamiento se vislumbraba una apuesta por la sociabilidad, que se concreta en Cuadros. Sociabilidad entendida como la creación de tejido social, a la cual subyace la concepción de que el Estado precede la nación, por lo cual es imperiosa una renovación profunda una vez se ha logrado la Independencia, con el fin de concretar un proyecto nacional y reemplazar el autoritarismo colonial por la “síntesis democrática”, “aquella en que la eticidad del Estado y de la Nación se extendiera desde las instituciones sociales, políticas y religiosas a los cuerpos y las mentes de los ciudadanos y ciudadanas” (Poblete, 2000, pp. 21-22).

El éxito de un proyecto nacional así concebido depende en gran medida de la capacidad de involucrar las masas y moldear a los individuos a partir de un ideal de ciudadano, siguiendo un plan debidamente concebido donde la literatura y la educación son herramientas indispensables; el discurso literario, en especial, constituye durante el XIX un dispositivo útil al proyecto nacionalista en tanto responde a la necesidad de implantar la lógica de la civilización (Poblete, 2000; González-Stephan, 1995).

En el caso neogranadino, los procesos de sociabilidad están sujetos a un ideal de ciudadano cuya axiología se encuentra en consonancia con el ideal de nación concebido por la élite criolla, de la cual es portavoz Acevedo, quien con Cuadros propone un aporte desde la literatura a la construcción de un modelo de ciudadano. Con el objeto de exaltar una serie de valores civilistas, ella se remonta varias décadas atrás y ubica cronológicamente algunas de sus narraciones en la época de la Independencia, acontecimiento que marcaría el punto de partida de un nuevo proceso: la conformación de la nación. La elección de un acontecimiento histórico modélico inscribe la narrativa de la autora en una tendencia que recurre a la materia histórica con una finalidad literaria, que para este caso instauraría un referente que sustente la concepción de ciudadano. Es así como la ideología tras la Independencia le ofrece una base para construir la figura del ciudadano neogranadino ideal.

Acevedo postula la construcción del modelo de “buen ciudadano”, y hace explícita su voluntad de encarnar ella misma tal ideal, planteando a partir de su propia experiencia y de la familiar los modelos de ciudadano y ciudadana:

 

Como no sé de qué modo me tocaba ser buena ciudadana, me contento con saber que dejo dos hijas que se han casado con hombres honrados y que criarán hijos útiles a la Patria […] El ejemplo de mi esposo como Magistrado; de mi cuñado Neira como valiente; de mi primo Vargas Tejada como sabio; de mi hermano José como laborioso, honrado y prudente; de mi virtuoso padre como patriota; de mi amado hermano Alfonso como vigilante de la moral y las rentas, pueden formar un buen ciudadano. ([1861] 1910, p. 337)

 

Acevedo utiliza el recurso clásico de la captatio benevolentiae, típico de la voz autorial femenina, para mostrar el papel mediador de su posición de mujer, que debe dedicarse a su familia, formar buenos hijos y cultivar valores patrióticos; en cuanto a los hombres, han de reunir los valores que poseen cada uno de los varones enumerados por la escritora. Ella necesita de los hombres para ser “buena ciudadana”.

Desde su concepción, con la Independencia como suceso que da pie a un nuevo comienzo, afirma que se gestan y deben cultivarse una serie de valores constructores de nación y generadores de sociabilidad. De ahí que el tratamiento de temáticas como la Independencia, el sentido patrio, la familia y el matrimonio, las clases menos favorecidas y marginales, el rol de la mujer, la religión y la educación, apunten al establecimiento de una escala de valores propia de un modelo de ciudadano ideal para la nación en florecimiento, un ciudadano capacitado para la participación política. La mujer autora debe mostrarse sumisa pero, al mismo tiempo, afirmarse.

 

ENTRE LA PRÉDICA Y LA ASPIRACIÓN ESTÉTICA

Desde el punto de vista estético los relatos que conforman Cuadros expresan un vínculo de sometimiento de lo estético a lo ideológico. El predominio de la función comunicativa sobre la estética podría comportar un cuestionamiento acerca del valor de Cuadros. Sin embargo, el peso del interés formativo, vehiculado en la función comunicativa, no riñe con el valor literario, como es el caso de la novela histórica y la biográfica (Mukarovsky, [1934] 2000a, p. 93). Esta particularidad de Cuadros es comprensible en el contexto hispanoamericano, donde la noción de literatura está directamente ligada a un interés nacionalista regido por intereses políticos en conflicto.

Para comprender la específica apuesta estética de Acevedo invocando a Mukarovsky es necesario no sólo tener en cuenta los factores determinantes de la noción de literatura vigente, sino además escudriñar en las relaciones entre literatura e historia, y literatura y realidad que operan a lo largo de aquel periodo, para entender que la obra literaria no es un simple reflejo pasivo de la realidad sino una reinterpretación de la misma que al mismo tiempo caracteriza la época. Mucho menos debe pasarse por alto que las ideas del romanticismo literario y político ya han hecho su entrad; apelar a la anécdota histórica como materia novelable es, según se ha señalado antes, precisamente un recurso romántico. De hecho, Acevedo recurre a referentes reales —históricos y biográficos— para construir personajes y tramas, en su propósito de defender una serie de modelos de conducta y unos valores asociados al nacionalismo; referentes cercanos a los lectores, fácilmente identificables, que sumados a la potencia de la función comunicativa refuerzan el carácter formador de la obra.

Desde la “Introduccion i dedicatoria”, la autora presenta su interés por “formar una interesante i verídica relación de hechos honrosos i nobles que hicieran conocer que nuestra sociedad no está esclusivamente plagada de vívoras i ‘Alacranes’” (Acevedo, 1861, p. VIII), y en consecuencia alude con frecuencia a espacios, personajes y situaciones reales, menciona a Simón Bolívar, José Acevedo, España, Francia, Santafé de Bogotá, Fusagasugá, Tibacui, la Revolución Francesa, la Batalla de Boyacá, la Independencia de 1810, entre otros; asimismo refiere información autobiográfica. Se describe también la Santafé decimonónica y algunas poblaciones cercanas, escenarios de sus cuadros. Además de esta estrategia de verosimilitud, recurre a otras como el diálogo —que acerca a los personajes al ponerlos en el primer plano de la narración—, el narrador testigo, y al ocultamiento del nombre de algún personaje debido a que existe en la realidad y se hace necesario proteger su intimidad.

El título completo de la obra comporta varias reflexiones y cuestionamientos acerca de su finalidad y carácter: Cuadros de la vida privada de algunos granadinos, copiados al natural para instrucción y divertimento de los curiosos. En primer lugar, se ofrece una clasificación genérica de los relatos bajo un rótulo bastante común en la época “cuadros”, que aunado a la expresión “copiados al natural” delatarían una posible inclinación literaria costumbrista, donde el tratamiento “plástico” de la realidad es el objeto. La doble finalidad de la obra —educativa y de entretención— se anuncia igualmente en su título: “para instrucción y divertimento de los curiosos”, de lo que se deduce una noción de literatura que confirma el interés formativo pero que no riñe con la concepción de literatura asociada al placer. No obstante, la dimensión estética de la obra va más allá de un fin de entretención. Aspectos como el manejo del narrador, la construcción de los personajes, los elementos retomados del romanticismo, el manejo de la trama, el tiempo y el espacio dan cuenta de una apuesta artística desde la narrativa. Se destacan las expresiones “vida privada” y “curiosos”, que apuntan a la consideración de la obra como una ventana abierta a la vida íntima de ciertos personajes, a través de la cual es necesario observar con el fin de ilustrar al lector.

Es claro que Cuadros responde a un programa romántico y se encuadra en un proyecto de nación. Pero sería errado clasificar el conjunto como cuadros de costumbres, si bien cumplen en proporciones diversas con las características del cuadro de costumbres, tales como la persistencia en la añoranza del pasado, la nostalgia por ciertos valores, el autobiografismo, el empeño por lograr una escritura dibujada, las rupturas del hilo narrativo con el fin de disertar y la intención proselitista (Pupo-Walker, 1982).

Se considera que sólo la primera parte de “Mis recuerdos de Tibacui”, intitulada “La fiesta de Corpus”, y la primera parte de “La vida de un hombre”, intitulada “Santafé”, pueden ser clasificadas como cuadros de costumbres en rigor. No es gratuito que ambas hayan sido elegidas para ser incluidas en Museo de cuadros de costumbres en 1866. El resto responde a un proceso de aclimatación de la novela romántica y de otros géneros narrativos europeos durante la década de los años cuarenta, que estimula el cultivo de la narrativa por parte de autores hispanoamericanos. Aspectos como la extensión de los textos, el nivel de elaboración de ciertos personajes, la construcción del narrador y el uso de estrategias narrativas como cierta dosificación de la información permiten vincular algunos relatos de Acevedo a narraciones novelescas de corte romántico, sentimental e incluso picaresco.

Lo anterior señala una experimentación por parte de la autora con diversos formatos narrativos presentes en Cuadros, que responde a una dinámica de la época, donde la búsqueda de un tono americano que caracterice la propia producción novelesca es uno de los objetivos. La imitación de modelos europeos es la condición de la ansiada originalidad americana (Sánchez, 1968). No obstante, esta paradójica condición se podría señalar como particularidad de la obra de la autora, que efectivamente sostenga como eje de los relatos la temática nacional, y que se ocupe de la vida cotidiana de los granadinos de clases bajas en un momento donde en la novela histórica se recurre a tipos heroicos.

En “El triunfo de la jenerosidad sobre el fanatismo político” se perciben elementos de novela sentimental, metagénero que tiene su antecedente en las novelas de finales del siglo XVIII y que toma singular fuerza durante el XIX en Hispanoamérica. El ciclo de la novela sentimental en esta región se inicia con Soledad (1847) de Bartolomé Mitre, y culmina con María (1867) de Jorge Isaacs (Varela, 1982, en línea). El metagénero se caracteriza por “el juego de las emociones, la hipersensibilidad psicológica, los sentimientos amorosos y la proyección subjetiva sobre el paisaje (Varela, 1982, en línea). Algunos de estos rasgos se perciben en “Anjelina”, cuyo primer apartado se intitula de la misma manera que el primer apartado de Soledad: “Escenas conyugales”. En ambos casos se narra una discusión entre esposos. Tal circunstancia indica no sólo la posible lectura de la novela del argentino por parte de Acevedo, sino que confirma la influencia de la narrativa sentimental en la autora. A su vez en “Valerio o el calavera” se descubre cierto matiz de picaresca, pues se retoman anécdotas vividas por el mismo protagonista. La operación de cambios en su escala de valores conlleva una modificación de comportamiento; no es pseudo-autobiográfica, como suele serlo la picaresca, pero utiliza la primera persona de un testigo de los acontecimientos. Acevedo también experimenta con la forma biográfica en “La vida de un hombre” en donde, como ya se ha señalado, narra los últimos meses de la vida de su padre, con el propósito de glorificar la figura del intelectual y héroe independentista.

El filón biográfico es uno de los más explorados por la autora, quien en su interés de exaltar las hazañas de los que considera prohombres, escribe las biografías de los varones ilustres de su familia: Biografía del doctor Diego Fernando Gómez (1854) —su esposo—, Recuerdos nacionales. José Acevedo y Gómez (1861) —su padre—, Biografía del teniente coronel Alfonso Acevedo Tejada (s.d.) —su hermano—. También escribe la biografía de Luis Vargas Tejada, su primo.

 

A MANERA DE CONCLUSIÓN

Posiblemente sin proponérselo, Acevedo inicia un proceso de transformación en el sistema de roles asignados a la mujer y configura una nueva relación de la misma con los ámbitos público y privado a través de la escritura. Si bien se limita en un principio a los terrenos juiciosamente trasegados por sus congéneres en terrenos literarios —cultivar los géneros adecuados, restringirse al papel de lectora o, bien, hacer las veces de interlocutora epistolar— una vez llega a la madurez de su vida, explora otras formas para finalmente tocar las puertas de la ficción narrativa.

José María Vergara y Vergara se compromete con la publicación de la colección de narraciones de Acevedo, Cuadros, animado no sólo por el respeto, que ya para ese entonces genera esta mujer, sino porque los relatos se enmarcan en su concepción de la novela como género fundamental para el desarrollo de una literatura verdaderamente nacional. En su célebre Historia de la literatura en la Nueva Granada, Vergara promete un segundo tomo —que nunca publica— donde demostrará que es la novela el género “donde al fin se alcanza a vislumbrar una expre­sión propia, una escuela nacional” (Vergara y Vergara [1867], 1905, p. 219).

Pareciera que con la publicación de la obra de Acevedo, Vergara y Vergara pretendiese demostrar una tesis que si bien plantea años después en su Historia, venía concibiendo desde antes, como uno de los gestores de una agrupación muy relevante en el campo literario en conformación: El Mosaico, colectivo que da un valor sin precedentes a la narrativa, aunque con especial inclinación por la costumbrista. La relación de Acevedo con Vergara y Vergara, marcada por la edición de Cuadros de la vida privada, institucionaliza en cierto sentido el nexo de la escritora con la tertulia El Mosaico (que aparece, junto con el periódico, en 1858) y la postula como antecesora de la nueva generación de narradores.

 

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[1] Este artículo se deriva del proyecto de investigación doctoral “Devenir escritora: nacimiento y formación de las narradoras colombianas en el siglo XIX (1840-1870)”, realizado en el marco de una beca de la Fundación Carolina.

[2] Doctora en Filología por la Universidad de Barcelona, España. Profesora de Literatura en diferentes programas de pregrado y postgrado de la Universidad de Antioquia, Colombia. Coordinadora del Grupo de investigación Colombia: tradiciones de la palabra (http://ihlc.udea.edu.co).  Contacto: ana.agudelo@gmail.com

[3] En el título se refrenda la existencia de una literatura nacional; en el prólogo, el seleccionador asigna al poeta la tarea de dar “gloria a la Patria” y ocuparse en sus versos de “hechos prodijiosos de valor i heroismo en el alzamiento republicano y en la lucha de Independencia; héroes famosos, campos preciados de batalla, fuentes todas no tocadas aun, y que brindan objetos a cantos inmortales” (Ortiz, 1848, p. 4, en línea). Queda clara una suerte de normativa latente que vincula el discurso literario a los temas nacionales en formato poético.

[4] Acosta Peñaloza (2009) ofrece listado parcial de obras y autores de novelas por entregas, nacionales y extranjeras, publicadas en Colombia entre 1840 y 1880.

[5] Antes que ellas, cultivaron la prosa, que no ficción narrativa, la Madre Castillo y Ana María Martínez de Nisser. La primera, una monja de clausura de la época de la Colonia que se inscribe en la vertiente mística; la segunda sólo escribió el Diario de los sucesos de la revolución en la provincia de Antioquia en los años de 1840-1841 (1843).

[6] En 1910 Adolfo León Gómez, nieto de la autora y presidente de la Academia de Historia, publicó algunos materiales de escritura íntima, que se pueden considerar documentos fundamentales, pues en ellos aparecen dispersas algunas reflexiones de Acevedo que ofrecen información de interés acerca de su relación con la escritura y sobre su postura en torno a conflictos de la época. Entre tales documentos se cuentan varias cartas, una dirigida a su hija Rosa y su esposo Anselmo León; otra, al presidente José Hilario López, y una tercera cuyo destinatario es F. E. Ingunza, uno de los editores en el exterior de sus manuales de comportamiento; también ofrece León Gómez apartes del testamento de la escritora y un texto de carácter autobiográfico. Diversos críticos e historiadores, entre ellos el mismo León Gómez, señalan la existencia de otras obras, cuyos datos de ubicación se desconocen: las piezas teatrales En busca de almas, La coqueta burlada y Mal de novios; el folleto titulado Mis ideas; las biografías de Luis Vargas Tejada y Vicente Azuero, un diario y Catecismo republicano —el historiador Malcom Deas, de la Universidad de Oxford, posee el manuscrito de la cuarta parte de este Catecismo, documento que no ha sido publicado hasta el momento. Gracias al intercambio de correos electrónicos con este investigador se ha obtenido una transcripción del mismo.

[7] No es claro si la obra aparece el mismo año de la muerte (acaecida en 1861) o dos años más tarde en 1863, pues el prologuista de la única edición existente, José María Vergara y Vergara, fecha su texto introductorio de la siguiente manera “Bogotá, abril 22 de 1863”, (cfr. Acevedo, 1861, p. II). El libro se publica por iniciativa de Vergara y Vergara, quien, se presume, decide fechar la impresión con el año de muerte de la autora.

[8] (1797-1881) Escritor, político y militar cartagenero. Participó en el proceso independentista.

[9] (1816-1872) Escritor nacido en Haití, de padres neogranadinos, y educado en Cartagena.

[10] Énfasis agregado.

[11] Se retoma en este punto la concepción decimonónica de sociabilidad, no la concepción reciente utilizada por los historiadores de la cultura,  que tiene que ver con las relaciones —de todo tipo, todos los sesgos— que se entablan entre los individuos, sobre todo las de corte asociacionista. Al respecto señala González: “La « sociabilidad » de la que habla un Juan Bautista Alberdi, un Francisco Bilbao o un Bartolomé Mitre tiene poco que ver con la definición que de ella pudo dar el propio Agulhon […]  «todo grupo humano, ya se lo defina en el espacio, en el tiempo o en la jerarquía social, posee su sociabilidad, en cierto modo por definición, cuyas formas específicas es conveniente analizar»” (2008, en línea).