estudios
CUADROS DE
Ana María Agudelo Ochoa[2]
(Universidad
de Antioquia. Facultad de Comunicaciones. Medellín. Colombia)
RESUMEN
Este artículo se propone demostrar la importancia de la colección de
relatos Cuadros de la vida privada de algunos
granadinos de Josefa
Acevedo de Gómez (1803-1861) como obra donde convergen el discurso a favor de
la sociabilidad y la apuesta por un proyecto literario, ambos en el marco de
los procesos de instauración nacional. Asimismo se pretende destacar el
carácter pionero de la obra de Acevedo en el campo de la narrativa colombiana.
Palabras clave: Acevedo de Gómez, Josefa; literatura colombiana
del siglo XIX; sociabilidad; literatura y proyecto de nación.
ABSTRACT
This paper aims to demonstrate the Josefa Acevedo de Gómez´s (1803-1861) Cuadros de la vida privada de algunos granadinos importance as a work where converge
discourse in favour of sociability and a commitment to a literary
project, both under national establishment processes. It is also intended to
highlight the pioneer character of Acevedo´s work in the field of the Colombian
narrative.
Keywords: Acevedo de Gómez, Josefa; nineteenth century colombian literature; sociability; literature
and nation project.
INTRODUCCIÓN
Indudablemente
la poesía y el ensayo son los géneros canónicos durante el siglo XIX en
Hispanoamérica, sobre éstos recaen como sobre ningún otro la norma estética y
la prescriptiva, entre otras razones, por el peso de la tradición hispánica y
su afincamiento en sociedades tradicionalistas; para los intelectuales de la
época el verso era la forma de expresión de la libertad (Rama, 1982). Es tal el
nivel de legitimación del que goza la poesía, que con los “parnasos” se inicia
el proceso de fundación poética del Estado-nación en el cual subyace la idea de
que la existencia de la nación se avala tanto desde los textos de orden
jurídico como en los de orden poético, yendo su función más allá de demostrar la
existencia de una literatura nacional (Achugar, 1997,
pp. 13-15). Caso concreto es el de Colombia, cuya primera antología publicada
en género alguno es El parnaso granadino. Colección escojida
de poesías nacionales en 1848, cuyo antólogo es José Joaquín Ortiz, poeta
romántico, periodista, político y uno de los integrantes de la tertulia El
Mosaico.[3]
La
década de los años cuarenta del siglo XIX es clave; la fuerte influencia
literaria española llega de la mano de escritores entre los que se cuentan
narradores costumbristas y románticos como Mariano José de Larra, Ramón
Mesonero y Romanos, Eugenio de Ochoa, Gertrudis Gómez de Avellaneda y Cecilia Böhl de Faber (Samper, [188?] 1938, p. 95, en línea). Por
otro lado, en periódicos nacionales como El Neogranadino, El Mosaico, El
Iris, El Bien Público, El Mensajero, El Catolicismo y El Pasatiempo
comienzan a publicarse traducciones de novelistas franceses, sobre de todo de
Sue, Dumas, Consciente, Feval, entre otros.[4]
Por la misma época aparecen novelas de autores nacionales.
La crítica ha señalado que los géneros narrativos,
especialmente la novela, ocuparon en Hispanoamérica un lugar muy importante a
partir de la segunda mitad del XIX, como formas asociadas a la reflexión acerca
de la nacionalidad. Hasta ese momento, en el sistema jerárquico de géneros
literarios, por encima de la narrativa se ubicaban la poesía y el ensayo, los
cuales contaban para ese entonces con una rancia tradición y eran los
predilectos de los letrados, aún antes de
Pese a ser insistentemente señalada como la primera
escritora civil de la república por críticos e historiadores de la literatura
colombiana, Josefa Acevedo de Gómez no ha generado un interés de las
proporciones que durante las últimas décadas ha despertado la obra de otras escritoras
decimonónicas, como Soledad Acosta de Samper. Si se apartan las aproximaciones
que se centran en el aspecto biográfico (Martínez, 2004, 2009a, 2009b), quedan
pocos trabajos que se ocupan de la producción de Acevedo de Gómez, algunos
centrados en el aporte de la escritora a la configuración nacional (Davies,
2007; Davies y otras, 2006), y otros que, desde una perspectiva feminista,
proponen a Acevedo como pionera de la “escritura femenina” en Colombia
(Rodríguez, 1991).
A
lo largo de su vida, Acevedo de Gómez incursionó en una amplia gama textual: la
poesía, la biografía, el manual de comportamiento, el drama, el romance, la
narrativa e incluso el discurso de tono político; muchas de estas obras
quedaron inéditas. Entre las que lograron salir a la luz se cuentan Ensayo
sobre los deberes de los casados (1844), Tratado sobre economía
doméstica para el uso de las madres de familia i de las amas de casa (1848),
Poesías de una granadina (1854) —obra que reúne su producción poética
desde 1823 y que tiene el mérito de ser prácticamente la única colección de
poesías escritas por una colombiana publicada en formato de libro en el siglo
XIX—, Biografía del doctor Diego Fernando Gómez (1854) —su esposo—, Biografía
del teniente coronel Alfonso Acevedo Tejada (1855) —uno de sus hermanos—, Oráculo
de las flores y de las frutas (1857), Recuerdos nacionales. José Acevedo
y Gómez (1860) —su padre—, Cuadros de la vida privada de algunos
granadinos (1861). También es parte de su obra publicada el discurso
Las damas de Bogotá al general Moreno, con ocasión del restablecimiento del
gobierno legítimo en mayo de 1831, del cual no se tienen datos de año y
lugar de publicación.[6]
La colección de narraciones Cuadros de la vida privada de algunos granadinos
es publicado después de la muerte de su autora en 1861;[7]
constituye una obra de madurez y el cierre de su ciclo como escritora.
UNA
LITERATURA AL SERVICIO DEL PROYECTO DE NACIÓN
Cuando
Josefa Acevedo de Gómez se propone “Escribir en sentido opuesto, i publicar yo
lo bueno que sé de las jentes, ya que estos dos cartajeneros se empeñan en publicar lo malo” (1861, p. VIII)
expresa la motivación que la conduce a escribir una serie de relatos que
conforman, más que su incursión en el cultivo de la narrativa corta, una de las
mejores piezas de su obra literaria: Cuadros de la vida privada de algunos
granadinos, escritos para instrucción y divertimento de los curiosos. Los
dos cartageneros a quienes se refiere la autora en la cita antes transcrita son
Joaquín Pablo Posada[8]
y Germán Gutiérrez de Piñeres,[9]
directores de El Alacrán, semanario
satírico que comienza a circular en Santafé de Bogotá en 1849. Esta publicación
aborda con sarcasmo los acontecimientos sociales de la floreciente ciudad
capitalina. Sus directores diseñan un periódico que “hiere sin
piedad, sin compasión” (El Alacrán, 28 de enero, 1849), no obstante goza
de un amplio público lector.
Acevedo
pretende hacer la contra al periódico y emprende también en 1849 la escritura
de una “interesante i verídica relación de hechos honrosos i nobles que
hicieran conocer que nuestra sociedad no está esclusivamente
plagada de vívoras i ‘Alacranes’” (1861, p. VIII),
propósito del cual resultan ocho narraciones que no verían la luz como conjunto
sino hasta 1861, después de la muerte de la autora, cuando son publicadas gracias
al historiador y crítico literario José María Vergara y Vergara, por medio de
la imprenta El Mosaico.
Desde
el comienzo, la obra es planeada de modo unitario, donde cada relato cumple una
función argumental en defensa de una idea de sociedad soportada en una red de
valores, interés característico de los narradores de la época quienes pretenden
demostrar por medio de su obra que en la naciente república hay costumbres y
comportamientos a la altura de los modelos europeos (Williams, 1992, p. 48).
Los títulos de los relatos apuntan directamente a la cualidad o valor que se
desea aplaudir, o bien, al personaje que lo encarna: “El triunfo de la jenerosidad sobre el fanatismo politico”,
“El soldado”, “Valerio o el calavera”, “Anjelina”,
“La caridad cristiana”, “El pobre Braulio”, “La vida de un
hombre” y “Mis recuerdos de Tibacui”.[10]
¿A qué motivo obedece la necesidad de insistir en la existencia de una sociedad
donde “hechos honrosos y nobles” son comunes? Las razones van más allá de la
reacción frente a un periódico de carácter satírico. La autora participa de una
tendencia común en el periodo posterior a las independencias: defender desde el
quehacer literario una serie de modelos de conducta asociados a valores
civilizadores, campo en el que ya había incursionado con la escritura de Ensayo
sobre los deberes de los casados y Tratado sobre economía doméstica para
el uso de las madres de familia y de las amas de casa, ambos ensayos de
formación, obras cercanas a los libros de urbanidad, que aparecen en
Hispanoamérica con el fin de apoyar el proyecto de formación de buenos
ciudadanos para las nuevas naciones ofreciendo lineamientos a la mujer para la
administración efectiva del hogar (Davies, 2007, p. XII-XIII). El modelo de
mujer construido en este tipo de textos —eficiente, práctica, diligente,
prudente, discreta, modesta y buena administradora de los bienes del hogar—
pasa a convertirse en dominio del sentido común y filtra otros géneros, como la
novela, de esta manera los personajes femeninos terminan cumpliendo las
características que defienden los ensayos de formación (Armstrong, 1991;
Davies, 2007). En España circularon con éxito buen número de éstas obras, que
bien pudieron influir a las escritoras de Hispanoamérica: Letra para las
recién casadas, Antonio de Guevara; De Institutiones
Feminae Christianae, Juan
Luís Vives; Speculum conjugiorum,
padre Alonso Gutiérrez de
Las
problemáticas de Cuadros dan cuenta de una necesidad de enaltecer
modelos de comportamiento que deben servir de guía a los habitantes de la
floreciente y a la vez conflictiva república. Tal es la estrategia de una mujer
de la élite criolla conocedora de la situación de su nación, con un explícito y
evidente objetivo de contribuir a la configuración de la misma a partir del
cultivo de las letras, cuya labor como escritora se enmarca en un programa que
otorga a la escritura funciones de creadora de sociabilidad, emparentada ésta
con un afán civilizatorio. La obra de Acevedo es parte, pues, de la
construcción discursiva del ciudadano neogranadino atendiendo a los
lineamientos del proyecto de nación. En este sentido, Cuadros se
inscribe en el conjunto de discursos que apoyan la construcción de la nueva
sociabilidad y constituye en cierta medida una continuación de la propuesta de
las preceptivas escritas por la autora algunos años atrás.
La
iniciativa de Acevedo no es aislada sino que surge en un contexto donde el
deseo de civilización cobra cada vez más fuerza. La autora inicia la escritura
de sus relatos el mismo año que aparece el periódico conservador
Las
normas que regulan el comportamiento civilizatorio emanan, por lo general, de
las clases altas, de los estratos superiores (Elías, 1989). En
Cuando
se afirma que la obra de Acevedo se inscribe en un proyecto de sociabilidad, se
considera ésta última como una manera específica de relación entre individuos
que fundamenta la comunidad y permitiría a los pueblos devenir naciones,
relación ésta basada en la racionalidad y la cortesía, concepción sobre la cual
subyace el pensamiento ilustrado. Es una categoría explícitamente usada por la
élite, aunque también por sectores subalternos, y alude no sólo a maneras de
relacionarse burguesas sino también populares, a partir de habilidades o competencias
que pueden ser aprendidas (González, 2008, en línea; Poblete, 2000). Queda
claro, entonces, que cuando se recurre el término sociabilidad se alude a la
noción decimonónica, cercana a los términos civilidad, civilización y
ciudadano, fundamentales en el contexto del discurso en torno a la nación.[11]
Es
así como en varias de las naciones hispanoamericanas en formación, líderes
letrados piensan programáticamente la cuestión. Poblete (2000) analiza los
casos de Juan Bautista Alberdi, Francisco Bilbao y Domingo Faustino Sarmiento,
quienes argumentan acerca de la importancia de cambiar radicalmente las viejas
estructuras y comenzar desde cero, necesidad sentida de intelectuales y
autoridades de las nacientes naciones que deriva en proyectos de creación de un
tejido social nuevo, por lo cual adoptan los modelos de las naciones del norte
del continente y de Europa (Poblete, 2000, p. 11). Al examinar la noción de
sociabilidad en textos de hombres de letras hispanoamericanos —el chileno
Bilbao y los argentinos Alberdi y Sarmiento— Poblete concluye que todos ellos
pretenden: “dotar a la naturaleza geográfica
y humana de
la patria de
una eticidad que la
transformara en paisaje (alambrar la pampa y el campo o crear bellas granjas a
la alemana o a la inglesa) y la constituyera en nación” (2000, p. 12). Esto
para disminuir la brecha entre el habitante real de la nación y el ciudadano
ideal. Se trata, entonces, de una “sociabilidad deseada”, de una idea
preconcebida acerca de cómo debe ser el “soberano” y cómo el “ciudadano” en
aras de circunscribir la nación en un proyecto civilizatorio occidental. Uno de
los medios que encuentran los letrados decimonónicos, explica el mismo Poblete,
es la nacionalización de las novelas.
Acevedo
confirma que tales postulados también valen para el caso de
El sujetociudadano nacional
estéticamente constituido, aquel en donde la ley funciona internamente y sin
coerción, aquel en que lo nacional funciona análogamente al objeto estético:
una ley hecha carne, que operara no por coerción directa sino como ley sin ley.
(2000, p. 23)
Discursos
como el literario sirven de medio para hacer llegar el mensaje a los lectores.
Lo muestra Poblete para el caso de Martín Rivas, y se pretende
demostrarlo para el caso de Acevedo con Cuadros, donde los temas y
problemas abordados denotan una muestra del interés por la sociabilidad y la
necesidad de interpelar al ciudadano. Está por ello en la línea de obras como
“Sociabilidad”, “Sociabilidad chilena” y Facundo —de Juan Bautista
Alberdi, Francisco Bilbao y Domingo Faustino Sarmiento respectivamente— que
estructuran propuestas de generación de tejido social para los casos de Chile y
Argentina (Poblete, 2000). Del mismo carácter educativo son los parnasos
fundacionales que empiezan a circular en Iberoamérica poco después de las
independencias, donde el sujeto interpelado es el ciudadano (Achugar, 1997).
Los
temas de Acevedo en Cuadros no son para nada gratuitos, ya desde su obra
poética y sus manuales de comportamiento se vislumbraba una apuesta por la
sociabilidad, que se concreta en Cuadros. Sociabilidad entendida como la
creación de tejido social, a la cual subyace la concepción de que el Estado
precede la nación, por lo cual es imperiosa una renovación profunda una vez se
ha logrado
El
éxito de un proyecto nacional así concebido depende en gran medida de la
capacidad de involucrar las masas y moldear a los individuos a partir de un
ideal de ciudadano, siguiendo un plan debidamente concebido donde la literatura
y la educación son herramientas indispensables; el discurso literario, en
especial, constituye durante el XIX un dispositivo útil al proyecto
nacionalista en tanto responde a la necesidad de implantar la lógica de la
civilización (Poblete, 2000; González-Stephan, 1995).
En
el caso neogranadino, los procesos de sociabilidad están sujetos a un ideal de
ciudadano cuya axiología se encuentra en consonancia con el ideal de nación
concebido por la élite criolla, de la cual es portavoz Acevedo, quien con Cuadros
propone un aporte desde la literatura a la construcción de un modelo de
ciudadano. Con el objeto de exaltar una serie de valores civilistas, ella se
remonta varias décadas atrás y ubica cronológicamente algunas de sus
narraciones en la época de
Acevedo
postula la construcción del modelo de “buen ciudadano”, y hace explícita su
voluntad de encarnar ella misma tal ideal, planteando a partir de su propia
experiencia y de la familiar los modelos de ciudadano y ciudadana:
Como
no sé de qué modo me tocaba ser buena ciudadana, me contento con saber que dejo
dos hijas que se han casado con hombres honrados y que criarán hijos útiles a
Acevedo
utiliza el recurso clásico de la captatio benevolentiae, típico de la voz autorial
femenina, para mostrar el papel mediador de su posición de mujer, que debe
dedicarse a su familia, formar buenos hijos y cultivar valores patrióticos; en
cuanto a los hombres, han de reunir los valores que poseen cada uno de los
varones enumerados por la escritora. Ella necesita de los hombres para ser
“buena ciudadana”.
Desde
su concepción, con
ENTRE
Desde
el punto de vista estético los relatos que conforman Cuadros expresan un
vínculo de sometimiento de lo estético a lo ideológico. El predominio de la
función comunicativa sobre la estética podría comportar un cuestionamiento
acerca del valor de Cuadros. Sin embargo, el peso del interés formativo,
vehiculado en la función comunicativa, no riñe con el valor literario, como es
el caso de la novela histórica y la biográfica (Mukarovsky, [1934] 2000a, p. 93). Esta particularidad de Cuadros
es comprensible en el contexto hispanoamericano, donde la noción de
literatura está directamente ligada a un interés nacionalista regido por
intereses políticos en conflicto.
Para
comprender la específica apuesta estética de Acevedo invocando a Mukarovsky es necesario no sólo tener en cuenta los
factores determinantes de la noción de literatura vigente, sino además
escudriñar en las relaciones entre literatura e historia, y literatura y
realidad que operan a lo largo de aquel periodo, para entender que la obra
literaria no es un simple reflejo pasivo de la realidad sino una
reinterpretación de la misma que al mismo tiempo caracteriza la época. Mucho
menos debe pasarse por alto que las ideas del romanticismo literario y político
ya han hecho su entrad; apelar a la anécdota histórica como materia novelable
es, según se ha señalado antes, precisamente un recurso romántico. De hecho, Acevedo
recurre a referentes reales —históricos y biográficos— para construir
personajes y tramas, en su propósito de defender una serie de modelos de
conducta y unos valores asociados al nacionalismo; referentes cercanos a los
lectores, fácilmente identificables, que sumados a la potencia de la función
comunicativa refuerzan el carácter formador de la obra.
Desde
la “Introduccion i dedicatoria”, la autora presenta
su interés por “formar una interesante i verídica relación de hechos honrosos i
nobles que hicieran conocer que nuestra sociedad no está esclusivamente
plagada de vívoras i ‘Alacranes’” (Acevedo, 1861, p.
VIII), y en consecuencia alude con frecuencia a espacios, personajes y
situaciones reales, menciona a Simón Bolívar, José Acevedo, España, Francia,
Santafé de Bogotá, Fusagasugá, Tibacui,
El
título completo de la obra comporta varias reflexiones y cuestionamientos
acerca de su finalidad y carácter: Cuadros de la vida privada de algunos
granadinos, copiados al natural para instrucción y divertimento de los
curiosos. En primer lugar, se ofrece una clasificación genérica de los
relatos bajo un rótulo bastante común en la época “cuadros”, que aunado a la
expresión “copiados al natural” delatarían una posible inclinación literaria costumbrista,
donde el tratamiento “plástico” de la realidad es el objeto. La doble finalidad
de la obra —educativa y de entretención— se anuncia igualmente en su título:
“para instrucción y divertimento de los curiosos”, de lo que se deduce una
noción de literatura que confirma el interés formativo pero que no riñe con la
concepción de literatura asociada al placer. No obstante, la dimensión estética
de la obra va más allá de un fin de entretención. Aspectos como el manejo del
narrador, la construcción de los personajes, los elementos retomados del
romanticismo, el manejo de la trama, el tiempo y el espacio dan cuenta de una
apuesta artística desde la narrativa. Se destacan las expresiones “vida
privada” y “curiosos”, que apuntan a la consideración de la obra como una
ventana abierta a la vida íntima de ciertos personajes, a través de la cual es
necesario observar con el fin de ilustrar al lector.
Es
claro que Cuadros responde a un programa romántico y se encuadra en un
proyecto de nación. Pero sería errado clasificar el conjunto como cuadros de
costumbres, si bien cumplen en proporciones diversas con las características
del cuadro de costumbres, tales como la persistencia en la añoranza del pasado,
la nostalgia por ciertos valores, el autobiografismo,
el empeño por lograr una escritura dibujada, las rupturas del hilo narrativo
con el fin de disertar y la intención proselitista (Pupo-Walker, 1982).
Se
considera que sólo la primera parte de “Mis recuerdos de Tibacui”,
intitulada “La fiesta de Corpus”, y la primera parte de “La vida de un hombre”,
intitulada “Santafé”, pueden ser clasificadas como cuadros de costumbres en
rigor. No es gratuito que ambas hayan sido elegidas para ser incluidas en Museo
de cuadros de costumbres en 1866. El resto responde a un proceso de
aclimatación de la novela romántica y de otros géneros narrativos europeos
durante la década de los años cuarenta, que estimula el cultivo de la narrativa
por parte de autores hispanoamericanos. Aspectos como la extensión de los
textos, el nivel de elaboración de ciertos personajes, la construcción del
narrador y el uso de estrategias narrativas como cierta dosificación de la
información permiten vincular algunos relatos de Acevedo a narraciones
novelescas de corte romántico, sentimental e incluso picaresco.
Lo
anterior señala una experimentación por parte de la autora con diversos
formatos narrativos presentes en Cuadros, que responde a una dinámica de
la época, donde la búsqueda de un tono americano que caracterice la propia
producción novelesca es uno de los objetivos. La imitación de modelos europeos
es la condición de la ansiada originalidad americana (Sánchez, 1968). No
obstante, esta paradójica condición se podría señalar como particularidad de la
obra de la autora, que efectivamente sostenga como eje de los relatos la
temática nacional, y que se ocupe de la vida cotidiana de los granadinos de
clases bajas en un momento donde en la novela histórica se recurre a tipos
heroicos.
En
“El triunfo de la jenerosidad sobre el fanatismo político”
se perciben elementos de novela sentimental, metagénero
que tiene su antecedente en las novelas de finales del siglo XVIII y que toma
singular fuerza durante el XIX en Hispanoamérica. El ciclo de la novela
sentimental en esta región se inicia con Soledad
(1847) de Bartolomé Mitre, y culmina con María
(1867) de Jorge Isaacs (Varela, 1982, en línea). El metagénero
se caracteriza por “el juego de las emociones, la hipersensibilidad
psicológica, los sentimientos amorosos y la proyección subjetiva sobre el
paisaje (Varela, 1982, en línea). Algunos de estos rasgos se perciben en “Anjelina”, cuyo primer apartado se intitula de la misma
manera que el primer apartado de Soledad: “Escenas conyugales”. En ambos
casos se narra una discusión entre esposos. Tal circunstancia indica no sólo la
posible lectura de la novela del argentino por parte de Acevedo, sino que
confirma la influencia de la narrativa sentimental en la autora. A su vez en
“Valerio o el calavera” se descubre cierto matiz de picaresca, pues se retoman
anécdotas vividas por el mismo protagonista. La operación de cambios en su
escala de valores conlleva una modificación de comportamiento; no es
pseudo-autobiográfica, como suele serlo la picaresca, pero utiliza la primera
persona de un testigo de los acontecimientos. Acevedo también experimenta con
la forma biográfica en “La vida de un hombre” en donde, como ya se ha señalado,
narra los últimos meses de la vida de su padre, con el propósito de glorificar
la figura del intelectual y héroe independentista.
El
filón biográfico es uno de los más explorados por la autora, quien en su
interés de exaltar las hazañas de los que considera prohombres, escribe las
biografías de los varones ilustres de su familia: Biografía del doctor Diego
Fernando Gómez (1854) —su esposo—, Recuerdos nacionales. José Acevedo y
Gómez (1861) —su padre—, Biografía del teniente coronel Alfonso Acevedo
Tejada (s.d.) —su hermano—. También escribe la
biografía de Luis Vargas Tejada, su primo.
A
MANERA DE CONCLUSIÓN
Posiblemente sin proponérselo, Acevedo inicia
un proceso de transformación en el sistema de roles asignados a la mujer y
configura una nueva relación de la misma con los ámbitos público y privado a
través de la escritura. Si bien se limita en un principio a los terrenos
juiciosamente trasegados por sus congéneres en terrenos literarios —cultivar
los géneros adecuados, restringirse al papel de lectora o, bien, hacer las
veces de interlocutora epistolar— una vez llega a la madurez de su vida,
explora otras formas para finalmente tocar las puertas de la ficción narrativa.
José María Vergara y Vergara se compromete
con la publicación de la colección de narraciones de Acevedo, Cuadros, animado no sólo por el respeto,
que ya para ese entonces genera esta mujer, sino porque los relatos se enmarcan
en su concepción de la novela como género fundamental para el desarrollo de una
literatura verdaderamente nacional. En su célebre Historia de la literatura
en
Pareciera que con la publicación de la obra
de Acevedo, Vergara y Vergara pretendiese demostrar una tesis que si bien plantea
años después en su Historia, venía concibiendo desde antes, como uno de
los gestores de una agrupación muy relevante en el campo literario en
conformación: El Mosaico, colectivo que da un valor sin precedentes a la
narrativa, aunque con especial inclinación por la costumbrista. La relación de
Acevedo con Vergara y Vergara, marcada por la edición de Cuadros de la vida
privada, institucionaliza en cierto sentido el nexo de la escritora con la
tertulia El Mosaico (que aparece, junto con el periódico, en 1858) y la postula
como antecesora de la nueva generación de narradores.
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Raymond L. (1992). Novela y poder en Colombia (2ª ed.). Bogotá: Tercer
Mundo.
[1] Este
artículo se deriva del proyecto de investigación doctoral “Devenir escritora:
nacimiento y formación de las narradoras colombianas en el siglo XIX
(1840-1870)”, realizado en el marco de una beca de
[2] Doctora en
Filología por
[3] En el
título se refrenda la existencia de una literatura nacional; en el prólogo, el
seleccionador asigna al poeta la tarea de dar “gloria a
[4] Acosta
Peñaloza (2009) ofrece listado parcial de obras y autores de novelas por
entregas, nacionales y extranjeras, publicadas en Colombia entre 1840 y 1880.
[5] Antes que
ellas, cultivaron la prosa, que no ficción narrativa,
[6] En 1910
Adolfo León Gómez, nieto de la autora y presidente de
[7] No es
claro si la obra aparece el mismo año de la muerte (acaecida en 1861) o dos
años más tarde en 1863, pues el prologuista de la única edición existente, José
María Vergara y Vergara, fecha su texto introductorio de la siguiente manera
“Bogotá, abril 22 de
[8] (1797-1881)
Escritor, político y militar cartagenero. Participó en el proceso
independentista.
[9] (1816-1872)
Escritor nacido en Haití, de padres neogranadinos, y educado en Cartagena.
[10] Énfasis
agregado.
[11] Se retoma
en este punto la concepción decimonónica de sociabilidad, no la concepción
reciente utilizada por los historiadores de la cultura, que tiene que ver con las relaciones —de todo
tipo, todos los sesgos— que se entablan entre los individuos, sobre todo las de
corte asociacionista. Al respecto señala González: “La
« sociabilidad » de la que habla un Juan Bautista Alberdi, un
Francisco Bilbao o un Bartolomé Mitre tiene poco que ver con la definición que
de ella pudo dar el propio Agulhon […] «todo grupo humano, ya se lo defina en el
espacio, en el tiempo o en la jerarquía social, posee su sociabilidad, en
cierto modo por definición, cuyas formas específicas es conveniente analizar»”
(2008, en línea).