teselas
Riña
de gatos. Madrid 1936, de Eduardo Mendoza
(Barcelona, Círculo de Lectores, 2010)
-
¿Inglis?
La
pregunta le sobresaltó. Absorto en la redacción de la carta, apenas si había
reparado en la presencia de otros viajeros en el compartimento. Desde Calais
había tenido por única compañía a un lacónico caballero francés con el que
había intercambiado un saludo al principio del trayecto y otro al despedirse,
en Bilbao; el resto del tiempo el francés había dormido a pierna suelta y
después de su marcha, lo había hecho el inglés. Los nuevos pasajeros habían ido
subiendo en sucesivas estaciones intermedias. Aparte de Anthony, como el elenco
de una compañía itinerante de comedias costumbristas, ahora viajaban juntos un
viejo cura rural entrado en años, una moza joven de rudo aspecto aldeano y el
individuo que le había abordado, un hombre de edad y condición inciertas, con
la cabeza rasurada y ancho bigote republicano. El cura viajaba con una maleta
mediana de madera, la moza con un abultado fardel, y el otro con dos
voluminosas maletas de piel negra.
-
Yo no hablo inglés, ¿sabe usted? –prosiguió diciendo ante la aparente
aquiescencia del inglés a su pregunta inicial–. No Inglis. Yo, espanis. Usted inglis, yo espanis. España muy
diferente de Inglaterra. Different. España, sol,
toros, guitarras, vino. Everibodi olé. Inglaterra, no
sol, no toros, no alegría. Everibodi kaput.
Guardó
silencio durante un rato para dar tiempo al inglés a asimilar su teoría
sociológica y añadió:
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En Inglaterra, rey. En España, no rey. Antes, rey. Alfonso. Ahora no más rey.
Se acabó. Ahora República. Presidente: Niceto Alcalá Zamora. Elecciones.
Mandaba Lerroux, ahora Azaña. Partidos políticos,
tantos como quiera, todos malos. Políticos sinvergüenzas. Everibodi
cabrones.
(pp. 8-9)
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¡Toñina, hija, sal corriendo, que ha vuelto tu galán! –y dirigiéndose a Anthony–: No tardará, señor. Se estará aciscalando.
La pobrecilla está pirrá por usté,
eso se echa de ver. No sabe cómo le gustan los catalanes. ¡Toñina, leche, a ver
si nos damos prisa! ¡Y ponte las enaguas negras que te regaló aquel viajante de
Sabadel!
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Señora, yo no soy catalán –aclaró Anthony–. Soy
inglés.
-
¡Joroba, disculpe usté el desliz! Como tiene ese
acento tan raro y no dejó propina… Pero ya está aquí la mocita. ¡Mire usté qué ricura, Señor mío de mi alma!
Sobrio
y abatido, Anthony advirtió por primera vez una mirada famélica en los ojos
grandes de la niña.
-
En realidad, señora, yo no he venido a lo que usted supone –dijo.
Con
frases confusas refirió lo ocurrido, procurando tranquilizar a las dos mujeres
respecto de sus intenciones. (…) Antes de salir dijo la mujerona:
-
Si no tié parné, no habrá cenao.
(p. 85)