estudios
HISTORIA
E HISTORIAS EN
Sorina Dora SIMION
(Colegio Nacional “Ion C. Brătianu” – Piteşti. Rumanía)
RESUMEN: Nos proponemos analizar e interpretar una de las
novelas de Enrique Vila-Matas, Hijos sin
hijos, utilizando el análisis retórico-general, presupuestado por García
Berrio, en los niveles inventivo, dispositivo y elocutivo del discurso
narrativo. Hemos destacado las macroestructuras dispositivas en espiral, las
relaciones entre macrohistoria y microhistoria, las
figuras retóricas significativas.
PALABRAS CLAVE: Enrique Vila-Matas, Hijos sin hijos, microhistoria,
macrohistoria, shandy,
novela puzle, análisis retórico-general.
ABSTRACT:
We intend to analyze and interpret one of Enrique Vila-Mata’s novels, Hijos sin hijos, by employing the
general-rhetoric analysis estimated by García Berrio, at the inventive level, dispositio
and elocutio of the narrative speech. We have
highlighted the spiral macro structures devices, the connections between macro
and micro history, and the significant rhetoric devices.
KEY
WORDS: Enrique Vila-Matas, Hijos
sin hijos, micro history, macro history, shandy, puzzle short story, general rhetoric analysis.
1.
Introducción
En la novela Hijos
sin hijos,[1]
Enrique Vila-Matas establece una relación entre la historia general de España,
una macrohistoria, y la historia personal de cada uno
de los personajes o sus cuentos personales, es decir, unas microhistorias. Esta
relación se define, y se está mostrando a través de una novela que resulta de
un puzle de microhistorias reunidas por la voz de un
narrador general que, desde el principio, establece su estatuto de personaje,
en una antítesis buscada con el tema que agrupa estas historias.
Paradójicamente, el narrador, que aparece en el segundo capítulo de la novela,
vive en una isla, tiene once hijos, una esposa muy guapa, tierna y cariñosa de
nombre recurrente en la obra vila-matiana,
Rita, un loro, dos gatos, un perro, tres peces y dos conejos. Además, cumple 41
años de edad, edad simbólica en el contexto general de la novela. El tema
dominante de la novela parece la descendencia, mejor dicho, la opción de
quedarse uno soltero y no tener hijos, y esto para interrumpir la cadena sin
fin de la historia misma, que lleva al abismo y a la nada.
Las
explicaciones del segundo capítulo –Los
de abajo (Sa Ràpita,
1992)– quieren aclarar la cita tan corta y críptica que abre la novela, y que
sugiere, al mismo tiempo, el propio ritmo de la narración:
“NATACIÓN
Alemania ha declarado guerra a Rusia. Por la tarde, fui a nadar.
Del
Diario de FRANZ KAFKA, 2 de agosto de
1914”
(Vila-Matas, 1993: 9)
Éste es el ritmo del mar, de las olas y de una navegación
distinta a través de los eventos de la historia general de España, del destino
individual y del tiempo, un ritmo impuesto por la estructura y la dimensión
desigual de los capítulos, también, y por el trastorno cronológico propuesto.
Lo que se refleja es una historia subjetiva, otro tipo de historia, filtrada
por una mirada que se fija siempre en la isla de Cabrera y contada por una voz
narrativa, que no tiene la vocación de las grandes aventuras, sino de las
grandes contemplaciones del mar infinito. El paso del tiempo no se puede
percibir a través de los sucesos históricos determinados y dramáticos, sino a
través de historias o cuentos reducidos al destino de cada personaje y vividos,
imaginados, inventados y narrados de otra manera. Esta manera distinta supone
dilataciones y reducciones que se están doblando o plegando según el gusto de
un capricho desconocido, al principio. El sentimiento resulta ser el mismo: el
sentimiento del infinito tanto del mar o de la selva navarra
como del tiempo y de la historia, un sentimiento que lleva hasta el borde del
abismo, del vacío, y da la dimensión misma de la propia y completa inutilidad,
pero en antítesis con el espacio cerrado de la “estrecha tumba para tres” o con
los espacios restringidos de las ciudades pequeñas como Lugo y Laxe, o de la
isla Cabrera. Es inútil pensar en la
incidencia de la historia en los destinos humanos, y es inútil pensar que podemos sustraernos al paso sinuoso de la
historia general, ya que los seres humanos se encuentran presos en una telaraña
que es el mismo conjunto general. La percepción de los sucesos históricos
contemporáneos es distinta, es como si alguien o algo quisieran entrometerse en
nuestros propios destinos pero de una manera oblicua y casi desapercibida y sin
una relevancia inmediata muy importante[2]. Es como un eco que pierde
su intensidad al reflejarse en el destino y en el alma de los personajes.
2.
La historia shandy
Pero hace falta que regresemos a las amplias
explicaciones del segundo capítulo, explicaciones que se refieren a otro tipo
de historia, una historia shandy, una historia en la cual no cabe el heroísmo, no se
pueden insertar los sucesos de primera plana, no hay grandes dimensiones, se
está excluyendo lo que significa el mito. Es una historia concentrada,
minúscula, aquélla de un universo pequeño, modesto, una historia de lo
insignificante, de los personajes comunes que viven desapercibidos debajo de la
espesa sombra de la Historia General, personajes aplastados por la gente que
aparece en los tratados de historia como autores de los grandes sucesos. La
verdad es que todo se basa en otros puntos de vista, y se construye de otra
forma. Los que se sitúan en la base misma de la pirámide se quedan aplastados,
destrozados y anónimos, sacrificados por el transcurso de una historia ciega y
apresurada, obtusa e insensible, una historia árida y seca. Esta historia
pisotea los destinos individuales, y es una historia injusta, que favorece a
los poderosos, y hunde a los débiles. La única manera de transformarla en una
historia heterodoxa es la de volcar, derrocar los planes, imaginar unos
episodios nacionales, que no tienen nada que ver con una enraizada dimensión
heroica de los sucesos históricos:
“[…] he escrito, sin darme cuenta,
una Breve y heterodoxa Historia de España de los últimos 41 años. Una
historia en la que este país aparece más bien como tierra baldía y desheredada,
sin demasiado futuro, casi yerma, muerta para la gracia de la vida, hasta el
punto de que vemos aparecer en el libro la sombra de eso que Guillén, en carta
a Salinas, llamó «la realidad modesta de
España».
Esa realidad
modesta sintoniza a veces con el espíritu de esa Breve Historia del Mundo que escribiera
H. G. Wells […] y en la que los supuestos
grandes acontecimientos y los más célebres personajes son reducidos a su justa
estatura y situados –con enorme garbo– en el lugar
que se merecen.
También en mi libro yo he reducido la importancia de tanto acontecimiento histórico y de tanto
personajillo en el fondo del todo irrelevante. Cuando, por ejemplo, se
produce una noticia de primera plana, los
fantasmas ambulantes que protagonizan mis episodios nacionales la ven como una
injerencia en sus vidas y se dedican a esperar –como ya hiciera Kafka– a que llegue la tarde, y entonces se van a nadar.
Como se ve, ellos también sitúan al mismo
nivel el plano histórico y el personal” (Vila-Matas, 1993: 11-12).
Todo se reduce
a lo modesto, a lo breve, a lo insignificante, se miniaturiza, se achica, y se
pierde en un mar de lo común, de lo gris y monótono, de lo que no sobresale y
de aquello a lo que se quita importancia; se está nivelando, situando todo en
el mismo nivel de percepción. La Historia General, la macrohistoria,
se percibe en lo personal, ya gulliverizada y
diminuta, como si los grandes sucesos no tuvieran importancia alguna, y como si
la falta de la descendencia fuera el eje central de este universo en el cual el
número 41 tiene un impacto esencial. El fatídico número 41 puede organizar no
sólo la escritura y su red, sino también la existencia entera del mundo
ficticio, que gira en torno a lo que es relevante para el “hijo sin hijos por
excelencia”, el escritor checo, Kafka:
“El libro contiene 41 breves pasajes –41 eran los años de
Kafka cuando murió en el sanatorio de Kierling, hoy
un edificio de viviendas modestas que no hace mucho visité–
en los que de un modo consciente aludo a la vida, la obra o la ciudad del
escritor checo, del hijo sin hijos por excelencia” (Vila-Matas, 1993: 13).
Las repeticiones o las reiteraciones están potenciando la
clave que se ofrece, así que la historia heterodoxa, esta otra historia de
España de los últimos 41 años, reflejada en los destinos de los de abajo, no es nada convencional, y
no tiene nada que ver con la estricta cronología requerida por tal enfoque
histórico. Se quita cualquier protagonismo, y lo que surge es el Infierno de
existencias extrañas, minúsculas, desviadas y deshechas, el Infierno de los
seres deformados por la vejez[3], el trabajo excesivo[4], el peso de un supuesto
secreto secular[5],
el alcohol, el temor excesivo[6], la maldad excesiva[7], los defectos físicos[8], los sentimientos contra
la naturaleza misma[9]
o la indiferencia total y cruel[10].
El mosaico de la novela desborda, y no se confunde con la
realidad, sino que se traslada a una especie de imaginación jamás concebida
hasta entonces: un mundo construido según reglas arbitrarias, realidad muy
distinta de una versión oficial, es decir, otra realidad, una metarrealidad, mezcla inédita de lo libresco, lo
autobiográfico y lo imaginario. La imagen de conjunto sería la imagen reflejada
por un espejo de circo, que siempre pudiera cambiar las dimensiones y no sólo
esto, un circo en el cual el personaje está preso en un laberinto de
pesadillas, y ya no puede salir del “circo de Oklahoma” (Vila-Matas, 1993:
111). Es decir, esta construcción no carece de reglas, pero el resultado ya no
respeta las reglas del realismo, del parecido o de unas u otras conveniencias.
Alejándose de la realidad, de lo oficial, de lo mayor o importante, en cuanto a
los sucesos, y de la percepción clásica habitual de la historia, esta novela
superpone una visión única. Esta versión al revés de la historia de España en
los últimos 41 años, elegidos a propósito de la edad que tenía Kafka cuando
murió, en realidad, no es más que un juego, un pretexto que proporciona la inserción
de los elementos llamados checos, y sirve para crear un tipo de atmósfera
checa, evocar “el tufo rancio” (Vila-Matas, 1993: 142) y algo de lo
centroeuropeo, fascinante y exótico en el contexto de tal historia de la España
de los últimos 41 años:
“Me digo que para escapar a la arbitrariedad de la existencia a veces –
como me ha sucedido en este libro – necesito imponerme reglas algo rigurosas,
aunque esas reglas sean, a su vez arbitrarias. Siempre podrá pensarse que
haberme impuesto, a lo largo de todo el libro, la regla de tener que combinar
mi pálida biografía y un mundo imaginario de hijos sin hijos con cierta
atmósfera libresca y checa y el color algo desteñido de unas visitas de la
historia de España de los últimos 41 años es, como mínimo, haber apostado por
una asociación algo arbitraria. Pero me
parece que de esta combinación ha surgido una realidad rigurosa –esa gran
verdad que cuentan las mentiras–, distinta de la
oficial y posiblemente única. Después de todo, qué somos, qué es cada uno
de nosotros sino una combinatoria, distinta y única, de experiencias, de
lecturas, de imaginaciones” (Vila-Matas, 1993: 14).
Casi podemos hablar de un procedimiento transparente de
aclarar tanto los temas enfocados como la manera de hacerlo, de enfocarlos, así
que la adición o enumeración de los temas, como la historia, el destino humano
en relación con la historia, la valoración de la historia general en el marco
de la historia personal o su interpretación en la vida de estos personajes
fantasmales, el modo propio de escribir y también lo que significa la escritura
no representarían nada si no se mezclaran los elementos de la realidad con los
elementos librescos o pertenecientes a la metaliteratura.
Por una parte, aparecen permanentes cambios de perspectiva literaria, y los
narradores son distintos: el escritor con once hijos, personaje-narrador que
utiliza la primera persona, en alternancia con el narrador que adopta la
tercera persona o con el mosquitero que narra en primera persona la historia
del dramático dormitorio de Olga y Benito, con la hermana que cuenta su
historia en primera persona, también, o con cualquiera de los personajes que
utiliza el enfoque subjetivo. Por otra parte, se recurre a cambios de ritmo
narrativo, con un propósito estético cierto, el de sugerir el progreso mismo de
una historia desconocida, hallada en la sombra de la historia narrada y
conocida de España. La imagen es aquélla de las olas que se rompen
estrepitosamente en el eterno acantilado de la inutilidad perfecta, pero que
destruyen los seres humanos por dentro. El Infierno
de Dante no es sólo un motivo de uno de los capítulos, sino que es lo que vive
cada personaje que baja a su Infierno personal, y que tiene o no algo que ver
con el transcurso de la macrohistoria. Asistimos a un
desarrollo de episodios nacionales que sólo aparentemente carecen de vínculos
entre sí, pero entre los de abajo
siempre hay una solidaridad que extraña. En la más profunda capa, todos estos
destinos se unen a través de los tormentos, las penas, la desgracia o
infelicidad, el vacío, los temores, el profundo sentido de la inutilidad, el
aburrimiento y la nada, porque nada importa, todo es igual, y no cuenta nada.
El mundo se puede tirar a la papelera, los vampiros son jorobados y fascinados
por la cara murillesca del niño que acompaña al
sacerdote o del niño de los seises, los hermanos se enamoran, y comparten la
locura de una ciudad encantada, Praga. A veces, es un mundo enloquecido por el
chirrido de un columpio de hierro inmenso, el columpio no de la infancia de
Esteva, sino el columpio de hierro de la misma Historia llena de maldad, de
intransigencia y de un absurdo que roza los destinos frágiles de los de abajo. La metáfora de la historia
en esta novela es este columpio de hierro de las pesadillas de Esteva; y este
columpio terrible, como metáfora, se asocia siempre con el leitmotiv de los
“hijos sin hijos”, con la infancia lejana e infeliz marcada a veces por traumas
severas y con el símbolo de una selva o un bosque impenetrable, inextricable,
como lo es, también, la poesía de Praga o del mar. El aislamiento se traduce
por símbolos como la isla, la tumba, la incapacidad de comunicar, el silencio
injustificado o el sueño, la pesadilla eterna, ininterrumpida,
el circo, el manicomio, la casa y el piso.
3.
Historia
heterodoxa de España
Las referencias a las fechas históricas mencionadas no
pasan de unas sencillas notas, lo que envía a un plano lejano el evento mismo,
sirviendo sólo para crear un marco temporal. De los dieciséis capítulos, nueve
fijan las acciones de las narraciones antes de 1975, es decir, durante la
dictadura franquista. El aparente desorden temporal se debe a las conexiones
temáticas y macroestructurales de simetría o de
antítesis, que confieren orden estético al material histórico. De estas cortas
anotaciones, citamos, por ejemplo, del cuento de Rita y Juan, Mandando todo
al diablo (Granada, 1968), “Estamos en Mayo del 68” (Vila-Matas, 1993: 16),
cuando ya (repetición) “Las cerillas ya no son lo que eran” (Vila-Matas, 1993: 15).
En Un alma desocupada (Meudon, 1974),
Benito puso una bomba en el Pensamiento
Navarro, y a la fecha lleva doce o catorce años “del exilio más puro y
duro”, y “se dedica a esperar aquí en Meudon a que muera el dictador” (Vila-Matas,
1993: 28), comparando a la vez su exilio con el exilio voluntario de los
artistas españoles. El paseo repentino (Cáceres, 1956) se
refiere a desordenes o levantamientos que no salen en la prensa, sino que se
saben de los rumores: “Yo sabía –era un secreto a voces aunque no venía en el
periódico de mi padre– que por la mañana en Madrid se
había celebrado el Día del Estudiante Caído, y los rumores hablaban de
disturbios y de un falangista herido” (Vila-Matas, 1993: 60). El personaje de Azorín de la Selva (Arive,
1989), Fermín, médico de cabecera y antiguo amigo del escritor, “llegó a Palma
el mismo día en que las televisiones de todo el mundo difundían la noticia de
la sorprendente caída del Muro de Berlín. […] le ofrecimos dormir en la litera
del cuarto de los muebles y objetos abandonados” (Vila-Matas, 1993: 84). Fermín
se quedó para siempre allí, como si el Muro de Berlín hubiera caído, y otro más
alto e indestructible se hubiera alzado en la casa y en el alma del escritor. Una estrecha tumba para tres (Lugo,
1960) plantea “el tema del final definitivo de nuestro aislamiento
internacional” –la visita navideña del general americano Eisenhower (Vila-Matas,
1993: 88)–, es decir, enfoca un problema delicado de la dictadura y de sus
aparentes conexiones con los Estados Unidos. Irónicamente, el cuento del electricista
de los espacios cerrados se asocia con el aparente fin del aislamiento de
España, así que todas las figuras basadas en insistencia no hacen más que
subrayar, desde luego, el juego de la historia, lo del mundo como escenario o
teatro y la permanente mala jugada de las apariencias y conveniencias: Leiriñas dice haber visto al general americano hablando con
el Caudillo en la puerta del garaje de Argimiro mojados por la lluvia; es el
mismo lugar donde se encontraba la tumba de los protestantes, ahora en un
gallinero. Vagamente, el capítulo Señas
de identidad (Port de la Selva,
1977) se refiere a unas imprecisas elecciones que, sin embargo, tuvieron su
importancia y sus ecos, su impacto general, no sólo individual o personal:
“Nada recuerdo de ese año salvo que hubo elecciones y que alguien, en una noche
que me pareció infinita, juró y perjuró que yo era catalán” (Vila-Matas, 1993:
111). En El hijo del columpio
(Barcelona, 1981) sale en la radio la noticia del golpe de Estado de Tejero,
que preocupa a los empleados, y les llama la atención de tal manera que el
padre de Esteva acepta que lleven la radio a la oficina; después de la tensión
creada por la noticia y manifestada por el desinterés frente al cuento de
Esteva, que llega hasta a molestar a los demás, sigue la irritación y la
réplica dura a causa de la desviación creada por este hijo del columpio, hijo
sin hijos, Esteva. Te manda saludos Dante
(Salamanca, 1975) termina con la imagen simbólica del entierro de Franco como
fin de una época infernal: “– Es que hasta ahora todo estaba perfecto –dijo
hundiendo su mirada en el ataúd de Franco–. Y
parpadeó. Se quedó mandándome saludos siniestros desde el fondo mismo de su
oscura, negra, repugnante conciencia” (1993: 183). En Mirando al mar y otros temas (Palma de Mallorca, 1991) hay una
referencia a la historia actual mundial: “me has hablado de tu deseo de volver
a la vida de acción ahora que la Guerra del Golfo ya ha acabado” (Vila-Matas, 1993:
214).[11]
Pero hay, también, casos en que los personajes hacen sus
propios comentarios, sobre todo cuando la meta es evocar la atmósfera durante
la dictadura, atmósfera gris, aplastante, en que los personajes llevan sus
vidas también grises. Por ejemplo, el comentario de Antonio Massimo llama la
atención:
“Llegué a la remota ciudad de Zaragoza una tarde de mayo de este piadoso
año de 1952, huyendo –con toda la razón del mundo–
del Congreso Eucarístico de Barcelona. La hoy plomiza y beata capital catalana
no es la ciudad tan lejana o remota como pueda serlo o parecerlo Zaragoza, pues
se trata de una población con vistas y maneras mediterráneas y se nota mucho
que en otro tiempo tuvo mundo y fue ambiciosa. Pero la verdad es que hoy no es
nada. Pasan sombras por sus grises calles polvorientas, y los pocos que
discrepan de su asfixiante atmósfera se refugian en portales a cambiar breves
comentarios y, cuando más, buscan cafés desiertos y hablan de política en voz
muy baja. La ciudad hoy no es nada, aunque se le adivina un pasado brillante y
modernista, de muchas joyas y bombas en los palcos de la Ópera. Pero hoy no es
nada Barcelona” (La familia suspendida
(Zaragoza, 1952) - Vila-Matas, 1993:40).
Este comentario se basa en una antítesis ya esbozada
antes (Mandar todo al diablo) entre
pasado y presente, y pone de relieve la cobardía, el temor causado por el
terror instaurado por el régimen de Franco, como si se tratara de una
capitulación total y completa por parte de la gente de Zaragoza y por un tipo
de resistencia insignificante por parte de los catalanes. También, otros comentarios
desarrollan más las sencillas notas sobre los sucesos históricos, poniendo de
manifiesto algunos aspectos considerados relevantes por los personajes,
aspectos sucios y repugnantes de los regímenes fascistas, el enfrentamiento
entre terrorismo y fascismo y la intolerancia manifestada a cada paso:
“Le he dado un cigarrillo y hemos fumado un rato en silencio. Ha hecho su
aparición una suave niebla, un trueno ha rodado débilmente por detrás del
horizonte, en la radio han mencionado el asunto de los patriotas vascos que los
militares están juzgando en Burgos, ha habido un segundo trueno que me ha
parecido mucho más cercano.
–Asesinos de mierda –ha dicho Joseba–.
No había mucho que añadir, si acaso algún comentario en torno a esa
suciedad del ánimo que significa el fascismo. He preferido callar y hacer un
gesto. He apagado con rabia la radio. La débil claridad de la luna, que la
niebla aún no había escondido del todo, parecía haberse posado sobre el pequeño
estanque de bruma que se había formado a la puerta de la casa de Joseba” (Volver a casa (Alkiza,
1970) – Vila-Matas, 1993: 161).
O bien,
cuando Argentina gana el título mundial, momento deportivo de máxima
importancia, éste está trasladado a otro registro o plano, el cultural:
“Soy embustera pero juro que es verdad que cuando ganamos el Mundial fuimos
a ver al abuelo para decirle que habíamos derrotado a los holandeses. Pero el
abuelo es judío, es ciego, es español. No puedo creeros, dijo. Que yo sepa,
nosotros nunca vencimos a Spinoza, nunca hemos vencido al sabio de Ámsterdam· (Fútbol
(Toledo, 1978) – Vila-Matas, 1993:184).
El más
interesante comentario de todos estos es el comentario de José Ferrato o Nosferato, el barbero jorobado, porque relaciona las dos
vertientes: la macrohistoria y la microhistoria,
sintonizando, además, con el punto de vista inicial expresado en el segundo
capítulo por el escritor que reflexiona sobre su libro apenas acabado:
“Abandona ahora José Ferrato sus
recuerdos de infancia y se queda un largo rato pensando en lo que oyera
comentar ayer a la gente, todo eso tan raro de que los rusos habían enviado un
segundo Sputnik al espacio y que en ese cohete había
viajado una perra llamada Laika. Mira que son extravagantes los rusos, piensa.
Es lo mismo que se dijo ayer cuando se enteró de esa noticia que le dejo sumido
en la mayor de las perplejidades. Una perra viajando por el espacio, se repite
él ahora varias veces. ¿Qué pensará Dios al ver a una perra volando en
dirección al reino de los Cielos? Sólo una mente rusa puede suponer que es
normal enviar una perra ver las estrellas. Y, además –continua reflexionando José Ferrato–, ¿por qué no
nos han consultado al resto de los humanos? A nosotros nunca nos preguntan si
tenemos un interés especial en que se tomen determinadas decisiones. Está claro
que no somos rusos, pero es que aquí en España sucede otro tanto de lo mismo y tampoco nos consultan
nada y nunca quien saber si tenemos un interés especial – aquí lo llaman
nacional – por según qué cosas. Está claro que la Historia va por un lado y
nosotros, pobres ciudadanos anónimos, vamos por otro bien distinto y nadie nos
escucha ni consulta. Queda al menos el consuelo de que no han sido del todo
irreverentes con Dios y no han enviado un galgo o un asno al cielo, que habría
sido eso todavía peor…” (Vila-Matas, 1993: 187).
“Sigue andando a ritmo de danza ceremonial y, al pasar
por el cine cercano a la Torre del Oro, le sorprende que una película de
vampiros, Rapsodia de sangre, haya
sido declarada de «interés nacional»,
pero no tarda en darse cuenta de que se ha equivocado al pensar que la película
podía tratar del mundo infernal y humilde de vampiros como él, pobres diablos
de pronto afortunados en la fría mañana de un domingo de invierno en Sevilla.
La película habla de algo bien distinto, es una apología de la sublevación
húngara contra los comunistas. Y piensa: ya me extrañaba que una película sobre
tristes nosferatos pudiera ser declarada de interés
nacional.
Se
queda pensando en los húngaros y se da cuenta de que no conoce a ninguno. En
cambio vampiros sí que conoce, pues sin ir más lejos conoce a uno que es él
mismo. Y piensa: buscamos en lejanía personas que suelen estar muy cerca,
buscamos en las películas vampiros que están en nosotros mismos” (El vampiro enamorado (Sevilla, 1957) – Vila-Matas,
1993: 195-196).
4.
Los hijos sin hijos frente a la Historia y
la red del discurso de sus historias
La actitud
general de los de abajo ante la Historia es de indiferencia. En el mundo de
personajillos grises y sin importancia, anónimos y perdidos, los sucesos de
primera importancia no les afectan. Los de abajo siguen con sus vidas
monótonas. Sus vidas no pueden cambiar si pasa un evento u otro por más
importantes que sean. Todo lo de la Historia tiene el estatuto de simple
noticia, de rumor comentado, de evento que no puede ocupar el primer plano,
sino que se queda atrás, en el plano lejano, que no parece incidir mucho en
tales existencias minúsculas. Estos personajes sólo esperan la tarde para ir a
nadar; tales “genios de la natación” se complacen en las aguas turbias de la
cotidianidad, del transcurso diario de sus existencias, y no dejan huella
alguna en la Historia, y tampoco quieren dejar hijos, prefiriendo quedarse
solteros, como una condición previa de la pertenencia a la clase de anónimos de
la Historia. Éste es un modo shandy de mirar todo al revés y de bajar de la misma manera
a lo de abajo[12], y ver cómo siguen
viviendo sus eternas historias personales los
de abajo. La relación con la Historia es la relación con unos sucesos a los
que se les quita su importancia, y nadie está dispuesto a fijarse en ellos, así
que en el último capítulo se hace patente la total indiferencia hacia tales
eventos que no pueden pertenecer al universo de los “hijos sin hijos”, sino que
quedan ajenos, y hasta se rechazan. Todo está centrado en lo personal, y el
mundo es un mundo cerrado, como “un pez que se muerde la cola” (Vila-Matas, 1993:
168), en un gesto de autosuficiencia y, tal vez, desafío hacia lo mayor; en
esta dialéctica de lo mayor y lo menor hay dos mundos que casi quedan sin
comunicarse, en un mutismo voluntario, porque cada uno de los mundos se
contenta con su propia sustancia y con su propia “perfección”:
“Recuerdo que de todos los niños de
la pandilla del barrio yo era el único que tenía televisor […] les grité a
todos que habían matado a John Kennedy, lo
grité varias veces muy exaltado, han matado a Kennedy, han matado a
Kennedy, y recuerdo que el jefe de la pandilla, tan impasible como siempre, me dijo: «¿Y?»” (Televisión
(Valencia, 1963) – Vila-Matas, 1993: 215).
Al mismo
tiempo, se confiere importancia a la verdadera tradición, a un pasado remoto e
importante, porque aparecen unas cuantas veces los términos romano y céltico, unas repeticiones que subrayan el peso de la historia a la
larga. Esta historia se muestra por signos como el adarve, el antiguo camino romano, o el sintagma que pone de relieve
un tipo de comportamiento, es decir, “la melancolía céltica” del electricista Leiriñas. Es
otra Historia, la Historia condensada en los mitos, en los verdaderos cuentos,
es la Historia que redescubre las propias raíces de esta gente que parece
carecer de las conexiones con su pasado, con sus orígenes, con lo importante y
mayor. Parece el bosquejo de una posibilidad de salvarse y dar la dimensión que
se merece a la Historia, a la Historia que ha dejado vestigios y huellas, y a
la que esta gente se puede conectar para recuperar un pasado glorioso y
misterioso, el enigma mismo del incesante paso del tiempo. Es la Historia que
no determina a ninguno de los hijos sin hijos a encogerse de hombros o apagar
la radio, una Historia que llena los huecos dejados por algo reciente, y que no
puede percibirse como de máxima importancia, sino que es algo pasajero y común,
porque está tan cerca que no encuentra su lugar en una axiología de la
contemporaneidad.
Cada
capítulo tiene un estribillo, se está constituyendo en torno a una repetición
sintáctica que funciona en el conjunto del discurso como una parte que confiere
una monotonía especial, como si se tratara de una letanía, sobre todo si el
cuento es un monólogo del personaje-narrador. Este estribillo concentra,
también, el sentido de cualquier parte de las dieciséis de la novela,
irradiando en otras direcciones para construir el significado de la parte y contribuyendo
a la construcción del significado global de la novela. En esta red se pueden
identificar las metáforas recurrentes o simplemente se trata de una réplica del
personaje, que tiene que ver con alguna de estas metáforas. La repetición, en
posición anafórica o en epífora, se está haciendo en
cada párrafo de dos, y centra el interés del lector (las repeticiones son
figuras de la insistencia, y tienen un importante valor semántico). Esta
distribución dibuja los campos retóricos en relación directa con los
significados, sobre todo en los capítulos largos. Por tanto, la adición como
operación se concreta a través de enumeraciones y, después de proponer una
definición de la relación entre los “hijos sin hijos” y la historia, se inserta
una parábola significativa a propósito del asunto tratado, para particularizar
más los símbolos o las metáforas. Tal recurso narrativo y retórico recurrente
en los capítulos desarrollados es una de las figuras de insistencia y una marca
de esta construcción progresiva o ascendente del significado de cada capítulo y
del significado global del texto. Es decir, se está configurando un texto
basado en movimientos de escalera espiral o de caracol; a veces, estos intentos
parecen concéntricos, pero la impresión final no es de un círculo cerrado, sino
de una curva abierta, y la progresión es ascendente, en espiral. De esta misma
manera se explica y detalla, en el mismo capítulo segundo, el retrato de los
“hijos sin hijos”, sobre todo recurriendo al paréntesis y a la inserción. Se concreta
más la actitud de los “hijos sin hijos” frente a la Historia general, sea
añadiéndose sucesos concretos, sea haciéndose referencias a lecturas o a
personajes:
“Algunos de ellos son como ese amigo mío que paseando por París me cogió de
repente del brazo después de ver en la valla de una construcción un cartel que
invitaba a un mitin y que empezaba diciendo: «Isabel Allende se dirige a
nosotros…» ¡A nosotros!, exclamó indignado. Se volvió y escupió. ¡Gentuza!,
dijo. Poco después, al pasar por delante de un quiosco de periódicos, leyó que
las tropas turcas invasores de Chipre habían entrado en Nicosia, la capital. Se
avecinaba la guerra. Qué lata, dijo mi amigo. Y es que todo lo veía como una
injerencia en su vida.
Algunos de ellos son como ese exiliado ruso del que Nina Berberova nos dice que pasó dos años en cárceles nazis y
que en el momento de recuperar la libertad no pensaba en nada más que en que le
devolvieran los cordones de sus zapatos, pues de lo contrario se vería obligado
a ir por la calle con los zapatos desatados y sujetándose los pantalones,
porque tampoco le habían devuelto el cinturón y, como había adelgazado mucho en
la cárcel, temía que se le cayeran los pantalones. Esto era lo que ocupaba sus
pensamientos y no cosas teóricamente más importantes como la idea de que por
fin estaba en libertad” (Vila-Matas, 1993: 12-13).
Lo mismo pasa con el sintagma los de abajo, sinónimo en el contexto de hijos sin hijos, que, como centros del capítulo y del libro mismo,
se definen a través de retratos sucesivos y resultados de enumeraciones y
repeticiones, estableciéndose una relación de equivalencia entre los términos
verbales o nominales:
“Todos son hijos sin hijos y su conducta, en la mayoría de los casos,
recuerda a esos seres a los que su propia naturaleza aleja de la sociedad;
seres que, en contra de que pueda suponerse, no necesitan que nadie les
defienda, porque siendo oscuros, la incomprensión no puede hacer blanco en
ellos; seres que tampoco necesitan ser confortados, porque si quieren seguir siendo
de verdad sólo pueden alimentarse de sí mismos, de forma que no se les puede
ayudar sin hacerles daño.
Todos estos seres han invadido mi libro y han añadido mayores
preocupaciones a las que ya de por sí tengo como padre de familia numerosa.
Entre todos componen una Antología de ciudadanos anónimos, fantasmas
ambulantes, pobres personas y otros genios de natación. Para muchos de ellos,
la Historia con mayúsculas, sus grandes protagonistas y los acontecimientos
solemnes, tienen una incidencia muy oblicua en sus difíciles y azarosas vidas,
pues, además de estar ocupados en sus problemas personales, han inventado una
especie de indiferencia distante que les permite no estar ligados a la realidad
sino por un hilo invisible, como el de araña” (Vila-Matas, 1993: 12).
“los de abajo –así llamaba a los
marginados de sus cuentos el realista checo Jan Neruda–,
es decir, de todos cuantos viajan en mi caravana de fantasmas ambulantes,
ciudadanos anónimos, hombres de zapatos desatados, pobres personas y otros
genios de la natación” (Vila-Matas, 1993: 13).
De este modo, en una gradación ascendente, se nos ofrece
un retrato de los de abajo, de los
“hijos sin hijos”, creciendo todo desde la efigie hasta una sucesión de
actitudes y de metáforas subsumidas en la metáfora central, en una conexión
íntima, y que tiene mucha importancia en lo de dar mucha variedad pero también
peso a lo que aparece desde el principio. Se pone de manifiesto una identidad a
la que se quita el protagonismo, la importancia, una identidad anónima, que
supone la falta de personalidad destacada, en el sentido de agente en la
Historia de una tierra “baldía y desheredada” (Vila-Matas, 1993: 11), y
supuesta a una esquizofrenia y alienación propia de la gente moderna del siglo
XX. Mejor dicho, la presión de los matices de gris es tan fuerte que estos
seres se disuelven por completo en una cotidianidad aplastante, que les quita
los rasgos personales, propios, y les confiere el estatuto de autómatas, de
títeres. Es, también, una característica del universo temático vila-matiano en cuanto a la
construcción de los personajes situados en lo gris y monótono de una existencia
sin sentido, en una existencia irreal de los desprovistos de cualquier
profundidad y manejables a través de cordeles, en realidad sin contenido, el
vacío llenándoles sus vidas. Por tanto, la autosuficiencia puede ser una marca
de lo estético, porque no puede quedarse sólo como sello de la mediocridad: son
personajes literarios que carecen de vida, y que se pueden manejar al gusto del
titiritero, el que dirige en el universo ficticio los movimientos de sus
personajes pero transformado, a su vez, en personaje cuyos movimientos se
dirigen, también, por finos cordeles. Es un juego de sombras al que Vila-Matas
ya nos acostumbró en sus novelas anteriores, y me refiero, especialmente, a la
novela Una casa para siempre.
La
hipérbole representa la culminación natural, ya que, por extensión y
exageración, la situación del ser humano y su propia condición es el columpio
de hierro de la infancia, metáfora que se prolonga y cubre todo: “Educación férrea, oficina de hierro y el maldito
columpio. Vaya vida” (Vila-Matas, 1993: 14). El crescendo se basa en una repetición y en una enumeración a las que
se asocia la última inversión que pone de relieve un tipo de vida y de destino
marcados hasta desde la más tierna infancia por la terrible imagen del columpio
y de su chirrido metálico. De esta pesadilla, el niño que llegó a ser adulto no
se puede liberar. Sus respiraderos parecen ser la evocación de la tienda del
judío húngaro con su tufo rancio y la misma aglomeración de objetos que causa
siempre un extravío, sea en el sueño, sea en el recuerdo o en el tiempo, sea en
el mundo de la imaginación; pero la salvación o la salida del laberinto del
eterno columpiar parece el mismo arte de contar mejor las historias de los
demás. Al revivir la misma historia, obsesionado con la misma historia, Esteva
queda preso, y siente la presión de un balanceo continuo al contar el drama de
la paternidad de su padre biológico, de la incertidumbre de sus propias raíces,
de sus orígenes (“Me veo bereber de vez en cuando” (Vila-Matas,
1993: 153)), el mismo balanceo de los barcos, de las olas del mar[13]: “Pero yo no lo veo tan
claro. Entre los dos padres me han condenado a balancearme, en permanente y
eterna duda, en el más incómodo de los columpios de hierro de este mundo. Desde
ese columpio llevo ya dos días contándome, poco a poco, esta historia que me
vuelve loco. Hasta en sueños oigo el trágico y obsesivo chirrido del columpio”
(Vila-Matas, 1993: 154). Por tanto, la metáfora del columpio extiende sus
significados más allá del capítulo, y se conecta con la metáfora central, de
los “hijos sin hijos” que viven dramáticamente situaciones diversas, pero que
son parábolas de la condición humana, y que se confrontan siempre con la vida
diaria y con la Historia. Es algo que sobrepasa los límites de estos seres que
no pueden cargar con el peso del mundo, porque el peso de sus propias
existencias los sobrecoge. Además, todo esto se relaciona con la metáfora del
primer capítulo –“natación”–, y con el gesto de encogerse de hombros,
significando la resignación ante eventos que no se pueden controlar, y
pertenecen a otro plano de la vida. Utilizando la visión metafísica checa,
evocando la “misteriosa ciudad de Praga” (Vila-Matas, 1993: 142), volviendo a
contar la historia del drama de la paternidad de Parikitu,
la cena en la casa de éste, su propia vida y una historia de “sombra y botijo”[14] (inserción que tiene como
fin sustraerse a las noticias apremiantes del golpe de Estado de Tejero),
Esteva trata de sustraerse a la pesadilla del perpetuo columpio, a la pesadilla
de su propia vida anodina, a la pesadilla de su existencia, pero el temor
parece no tener límites y fin, así que ni siquiera la ficción puede devolverle
la certidumbre, sino un pasajero alivio después del cual sigue un
enfrentamiento duro con la realidad.
Parece un
mundo ficticio sin salidas, sin horizontes, sin esperanza, laberintico,
donde todos los personajes se pierden, se despiden, mueren o fracasan, pero el
mundo en su completitud se salva por el mismo y sencillo hecho de que es
sombra, es espejo, es inconsistencia, es telaraña, y entonces sólo con “mirando
el mar” y “tratar otros temas” se cierra sobre sí mismo, es íntegro.
A todo
esto se añade el último capítulo, Televisión
(Valencia, 1963), que ofrece la alternativa de otro engaño, la alternativa de
la pantalla, como símbolo del espejo, imagen reflejada y fugaz, efímera.
El final
es el sencillo “¿Y?” que abre el universo agobiante, abrumador, símbolo de la
indiferencia, pero también de la abertura, de lo que sigue, porque la cadena no
se rompe, siempre hay esperanza, y los “hijos sin hijos” tienen su genio, el
genio de la natación, son únicos, sobreviven en el espejo de la obra literaria.
El escritor mismo es único, no tiene descendencia si escribe en registro mayor,
es diferente de los demás, tiene su identidad, y puede presentar la Historia y
las historias de una manera distinta, suya.
5.
Conclusiones
En
conclusión, la metáfora central, del título mismo, “hijos sin hijos”, se
despliega en parábolas, representadas por cada capítulo, se concreta en
símbolos de esta situación, mejor dicho, en personajes que encarnan tal
tipología predefinida en el segundo capítulo. Los personajes son facetas
concretas de los seres autosuficientes, grises, que casi han perdido el
contacto con la realidad, a la que les une un hilo muy débil. Cada historia se
centra en otro “hijo sin hijo”, en otro aspecto del tema central, y refleja
otro destino. Kafka, el escritor, Rita y Juan, Olga y Benito, Antonio Massimo,
Espoz, el Estudiante Caído, Fermín, Leiriñas, Parikitu, Esteva, el soltero del valle, Dantito, la
embustera, José Ferrato y los dos hermanos son “hijos sin hijos” con la
vocación de la soledad y del aislamiento, con una visión distinta sobre la
vida, la historia, sobre sus propios destinos. También son voces, ecos o
títeres en un mundo ficticio fragmentado y constituido como una telaraña, un
laberinto o un producto heterogéneo, una resultante de corrientes muy diversas.
La creación de estos mundos supone imaginario e imaginario cultural; por tanto,
la confrontación permanente en el libro entre la naturaleza y la cultura es
significativa: el mar, la selva navarra y la tormenta
son símbolos de lo natural y las odiseas de los personajes, sus extravíos a lo
largo de paseos o caminos, la recuperación voluntaria o no de la memoria o del
tiempo, las metamorfosis, la catedral, la recuperación de los mitos son datos
culturales, librescos. Éstos abren otros horizontes hacia la literatura, y
podemos citar algunos nombres que aparecen explícitamente o sólo a través de
alusiones: Kafka, Joyce, Azorín, Cervantes, Dante,
Hugo, Márquez, Borges, Cortázar, Benedetti, Hemingway y otros, o “collage” de sintagmas,
frases, situaciones.
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[1] VILA-MATAS, E. Hijos sin hijos.
Barcelona: Anagrama, 1993.
[2] “[...] tras su presumible odisea inútil” (Vila-Matas, 1993: 25); “mi error imperdonable de quedarme
en Zaragoza a husmear un nombre secreto tan poco fiable como inútil” (Vila-Matas, 1993: 58); “No te
das cuenta de que todos somos unos inútiles,
pues inútil es, también, la vida. Y
si todos somos unos inútiles, el
hombre viejo aún lo es más. El hombre viejo es el inútil por excelencia” (Vila-Matas, 1993: 66); “Pero yo te digo,
padre, que la vida es una cosa perfectamente inútil y que nosotros, por tanto, somos seres inútiles. No vamos a ninguna parte, no necesitamos equipaje. Somos
unos perfectos inútiles. Y tú, padre,
eres el inútil por excelencia” (Vila-Matas,
1993: 67).
[3] Mandando todo al diablo (Granada, 1968) –Rita y Juan–:
“Pero, después de todo, más aún habría de inquietarle que hoy nos hubiéramos
hecho tan viejos y nuestras vidas se hubieran apagado tanto que ya ni siquiera
nuestras almas temblaran a la luz de este fuego lento” (Vila-Matas, 1993: 26).
[4] Un alma desocupada (Meudon, 1974) –Benito Robles y
Olga–: “No creo equivocarme si digo que Olga está tratando, una vez más, de
cuestionar la para ella excesiva afición de Benito por el trabajo. […] un destino duro de trabajador puro componen
para Olga los trazos que configuran la personalidad de Benito” (Vila-Matas, 1993:
35).
[5] La familia suspendida (Zaragoza, 1952) –Antonio–: “El
nombre secreto de Roma, por error juvenil exclusivamente mío, lo ha perdido la
humanidad para siempre. Y los Massimo, por mi culpa, son hoy en día algo así
como una familia suspendida en sabiduría, una familia con un secreto conservado
azarosamente durante siglos y que yo eché por la borda en un instante tonto,
insuperablemente imbécil” (Vila-Matas, 1993: 58).
[6] Una estrecha tumba para tres (Lugo, 1960)
–el electricista Leiriñas–: “El alcohol lo estaba
arruinando, había caído en la demencia. Pero de vez en cuando se permitía
hacerle un guiño a la realidad y entonces pronunciaba –o, mejor dicho, dejaba
que resbalara, lento y denso, como un lagrimón– el nombre de Eisenhower.” (Vila-Matas,
1993: 108); “Vive solo y, como en una pesadilla, parece condenado a vagar
eternamente por la estrecha tumba de sus padres.” (Vila-Matas, 1993: 110)
[7] Te manda saludos Dante (Salamanca, 1975) –Tito–.
[8] El vampiro enamorado (Sevilla, 1957) –el jorobado José
Ferrato o Nosferato–.
[9] Mirando al mar y otros temas (Palma de
Mallorca, 1991) –los dos hermanos incestuosos y criminales–.
[10] Televisión (Valencia, 1963) –el jefe de la pandilla–.
[11] Oñoro Otero, C. El universo literario de Enrique Vila-Matas. Madrid: Universidad
Complutense Madrid, 2007 (Tesis doctoral).
[12] Kafka: “«Y también está lo de abajo,
todo lo que aún pueda ocurrir abajo, de lo que no se sabe nada arriba cuando se
escriben historias a la luz del sol. Quizá haya otra forma de escribir, pero yo
sólo conozco ésta»” (Vila-Matas, 1993: 82).
[13] También Parikitu está contemplando el mar cuando
se queda delante del “Pabellón de los Locos”: “Y se quedó allí en el sol,
encantado de la vida, en un perfecto mediodía africano, mirando al mar que se
dibujaba más allá de las palmeras y del espléndido jardín francés” (Vila-Matas,
1993: 116).
[14] “Tan aliviado me sentí que, sin darme cuenta, me distraje más de lo
razonable y, alejándome de la consternación e incertidumbre general, me puse a
recordar jocosamente y en voz alta el caso de una guardia civil que traficaba
con quesos y azúcar y al que, una tarde, tratando yo de saber en qué ocupaba el
tiempo libre cuando no traficaba, seguí por las calles de Ceuta hasta descubrir
que el hombre era simplemente feliz cuando lograba dar con la sombra de una
buena parra y podía allí tranquilamente beber agua.
Una historia de sombra y botijo –concluí–. Y en ese momento dio la casualidad de que se estropeó
definitivamente la radio y me convertí en el centro de la ira y el nerviosismo
de todos, que acusándome de inconsciente y de animal, y mirándome como si yo
fuera chino, ante mi lógica y natural turbación, me llamaron Hong Kong” (Vila-Matas,
1993: 135-136).