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Revista de estudios filológicos
Nº23 Julio 2012 - ISSN 1577-6921
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estudios

EL ALEPH DE JOYCE. ESTUDIO DE LOS MICROCOSMOS EN EL ULISES DE JOYCE Y EN EL ALEPH DE BORGES

 

Elena Nicolás Cantabella

(Universidad de Murcia)

 

RESUMEN:

          A pesar de que entre la publicación del Ulises de James Joyce (1922) y la colección de cuentos de Jorge Luis Borges El Aleph (1945), en la que se encuentra el famosísimo cuento del mismo título, median más de veinte años, miles de kilómetros de distancia y unas circunstancias vitales muy diferentes entre ambos autores, al leer la novela del irlandés y el cuento del argentino surgen en nuestra mente vínculos que enlazan las dos obras y que justifican este breve estudio comparativo, el cual tiene como base de comparación la presencia de un microcosmos, de un “quark”, de un aleph o de una compresión de la esfera de Pascal (utilizando las metáforas de Borges) en ambos textos.

Palabras clave: Aleph; Borges; Ulises; Joyce; microcosmos.

 

ABSTRACT:

Although between the publication of Joyce´s Ulysses (1922) and the collection of short stories El Aleph (1945) by Jorge Luis Borges, in which is inserted the famous story with the same title, are separated by more than twenty years, thousands of miles and a very different circumstances in the life of both authors, when the irish´s novel and the  argentinian story are read, in our minds some bonds come up that tie this two works and justify this brief comparative study, which compares the presence of a microcosm, a “quark”, an aleph or a compresion of Pascal´s sphere (using Borges´s metaphors) in both texts.

Keywords: Aleph; Borges; Ulises; Joyce; microcosm.

 

1. Introducción

          Tanto en Joyce como en Borges se intuye esa concepción del tiempo como una espiral en la que confluyen todos los planos temporales en un único punto y un replegamiento del universo que forma un micocosmos. Los similares planteamientos temporales de ambos autores justifican la elaboración de un trabajo comparativo entre el Ulises de Joyce y El Aleph de Borges, que se presenta tras la lectura de ambas obras, la selección de diez fragmentos del Ulises y su confrontación con las ideas que el autor argentino tiene sobre el Aleph o microcosmos.

 

          Analizando cada uno de los fragmentos del Ulises por separado se han extraído las ideas relacionadas con la concepción del tiempo como microcosmos y se han buscado puntos convergentes o divergentes con las ideas borgianas para poder hallar unos resultados y, a partir de ellos, afirmar o negar la relación entre ambos autores en primer lugar, y elaborar una hipótesis que explique la similar o diferente concepción del tiempo como la concentración de todos los planos temporales y espaciales.

 

2. Objetivos

          El objetivo del presente estudio, por un lado, es confrontar el Ulises de James Joyce y El Aleph de Jorge Luis Borges para comprobar la existencia de ese microcosmos en el que el espacio y  el tiempo confluyen superponiéndose, creando esa sensación de “simultaneidad” o de summa del universo, de la que habla Umberto Eco en su obra Las poéticas de Joyce[1]. Y, por otro, analizar aquellos aspectos o planteamientos en los que ambos autores convergen o difieren, señalando aquellos aspectos relacionados con este microcosmos.

 

3. Material y métodos

          Como trabajar con el texto completo de Joyce sería una ardua e inabarcable tarea, se propone una selección de diez breves fragmentos escogidos del Ulises, en los cuales aparecen las ideas sobre el microcosmos antes mencionado. En cuanto a Borges, aunque se ha trabajado con el cuento completo, sólo se expondrán fragmentos en los que aparece o se caracteriza el “Aleph” que el álter ego de Jorge Luis Borges contempló en la casa de la difunta Beatriz Viterbo. Asimismo, también se presentarán otros textos de Borges (“Camden, 1892”, “El inmortal”, “La noche cíclica”, “Las ruinas circulares”) que refuercen o ejemplifiquen ideas que surjan en los fragmentos de Joyce. Aunque también se han manejado textos críticos, como el de Umberto Eco, el de Terry Eagleton o el de Nabokov[2], o algunas obras filosóficas de Nietzsche o de Bergson, nos ceñiremos más a los propios fragmentos propuestos que a éstos.

 

          Todo este material se presentará de la siguiente manera. En primer lugar haremos una pequeña introducción sobre el significado filosófico del concepto de “Aleph”, para pasar a exponer los diez fragmentos de la obra de Joyce uno a uno y comentarlos relacionándolos con fragmentos del citado cuento de Borges y de algún título más del argentino. Por último, presentaremos los resultados extraídos mediante el comentario – análisis de los fragmentos y haremos una pequeña conclusión final.

 

4. Desarrollo

          “En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al  principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo”[3]. Ésta es la descripción que hace el personaje Borges cuando contempla por primera vez el Aleph del decimonoveno escalón de la casa de Carlos Argentino. El fenómeno que se denomina “Aleph” es, pues, una esfera de dos o tres cm en la que se concentran todos los puntos del universo a la misma vez y de una manera simultánea, no sucesiva. Esta idea del Aleph se relaciona con otra idea matemático – filosófica que también desarrolla Borges en muchas de sus obras, “la esfera de Pascal”.

 

          La esfera de Pascal se define como una esfera que tiene el centro en todas partes y la circunferencia en ninguna. Esto se puede explicar al intentar realizar el siguiente experimento. Si yo intento trazar una circunferencia cada vez mayor y mayor, llegará un momento en el que todos los puntos sean equidistantes al borde de la circunferencia, pero estos bordes al tender a infinito no estarán en ninguna parte. Pues bien, si éste es el ejemplo en dos dimensiones, sólo tenemos que añadir una tercera dimensión y, de esta manera, nos encontraremos con la esfera de Pascal.

 

          Ahora bien, ¿por qué se relaciona la esfera de Pascal con el Aleph? Pues, porque el Aleph es una esfera de Pascal comprimida. En el Aleph nos encontramos esa idea de lo infinito, de todo lo posible y lo imposible, pero sólo en dos o tres centímetros.

 

          La esfera de Pascal representaría, en el ámbito de la física, el universo, y el Aleph vendría a ser como la concentración de materia que existía originariamente, es decir, como una especie de “quark”, similar al que, al explosionar y expandirse durante el Big Bang, dio lugar a nuestro universo.

 

          Aclarados estos conceptos, vamos a mostrar en los siguientes fragmentos del Ulises de James Joyce que en esta obra existe también esa concepción de la realidad como una concentración del universo, como un microcosmos, y que esta concepción se haya relacionada con la conciencia del sujeto.

 

          1. El primer fragmento extraído del Ulises de Joyce es el siguiente. “Se acercó a ella, la sostuvo un momento entre sus manos, sintiendo su frescura, oliendo la baba viscosa de la espuma en que estaba metida la brocha. Así llevé yo aquella vez el incensario en Clongowes. Ahora soy otro y sin embargo el mismo. También un sirviente. El servidor de un sirviente”[4]. En este primer fragmento del Ulises de Joyce, del capítulo I, nos encontramos con la siguiente escena; el irreverente personaje de Buck Mulligan lleva una especie de bacina de barbero, pues está a punto de afeitarse, la sostiene entre sus manos oliendo la espuma y, en ese preciso momento, esa imagen evoca en Stephen Dedalus un recuerdo de su niñez; cuando era monaguillo y transportaba el incensario.

 

          Lo que nos interesa de este fragmento es precisamente cuando Stephen tiene el siguiente pensamiento: “ahora soy otro y sin embargo el mismo”, puesto que nos conduce a un tema ampliamente tratado en Borges y relacionado con el Aleph, el tema de la otredad. Stephen está evocándose desde una época distinta y estableciendo la paradoja de ser uno mismo, pero también otro. De la misma manera, cuando el personaje de Borges contempla el Aleph llega a verse a sí mismo desde fuera, como si se tratara de un espejo que reflejase fielmente su imagen, pero que le devolviera una imagen contemplada desde el exterior, desde el no yo, desde lo ajeno al individuo, es decir, reflejando “el otro”. De esta manera, podemos leer en Borges, “vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré”.

 

          Lo que plantea Borges con el tema de la otredad en el cuento de El Aleph es la paradoja de ser y contemplarse a la vez, lo que se conoce como “autorreferencia” y que se formula como una paradoja relacionada con una teoría del matemático Bertrand Russell, cuyo ejemplo puede ser el siguiente. Existe un barbero que afeita exclusivamente a los hombres de un pueblo que no se afeitan a sí mismos, ahora bien, ¿el barbero debe afeitarse o no? En cualquier caso no existe solución posible ya que nos encontramos con una paradoja irresoluble. Ahora bien, lo que diferencia a Joyce de Borges es que esta paradoja tiene diferente naturaleza en ambos casos. Mientras que la paradoja de Stephen se resuelve mediante la explicación de la consciencia del individuo, puesto que Stephen no es exactamente el mismo sujeto que el del recuerdo, pero en esencia sí que lo es, en Borges la paradoja se vuelve infinita y nos muestra espejos que reflejan espejos que reflejan más espejos reflejados, y así hasta el abismo. En Joyce esa “otredad” o dicotomía del ser es posible porque se produce dentro del sujeto, mientras que en Borges no tiene solución al plantearse desde el exterior de éste.

 

          2. El segundo fragmento que planteamos es: “¡Bah! – exclamó Buck Mulligan -. Ya hemos sobrepasado a Wilde y las paradojas. Es muy sencillo. Por medio del álgebra se demuestra que el nieto de Hamlet es el abuelo de Shakespeare”, y que él mismo es el espectro de su propio padre, y pertenece también al primer capítulo de la obra. En él se muestra una intervención de Buck Mulligan durante su diálogo con Stephen.

 

          En este texto encontramos una clara vinculación con El Aleph de Borges, pero también con otras muchas más obras del autor argentino. La paradoja que plantea Buck está relacionada con las teorías matemáticas y filosóficas que se desarrollan a principios del siglo XX y con las que Borges también está muy familiarizado. En primer lugar, podemos hablar de la ruptura del tiempo lineal, puesto que ya Nietzsche había hablado del “eterno retorno”[5], esto es, la teoría de que todos los acontecimientos del mundo, todas las situaciones pasadas, presentes y futuras se repetirán eternamente, con la que rechazaba la visión cristiana de un tiempo situado en un eje horizontal en el que los acontecimientos se suceden de manera progresiva. De esta manera, y partiendo de las ideas del filósofo alemán, surge la idea del tiempo como una espiral en la que se produce la superposición de todos los planos temporales en cualquiera de los puntos de esa espiral. Una idea ésta que podemos encontrar en el artículo “El caracol y la sirena” de Octavio Paz[6] y que explica el sentido del tiempo para los modernistas. Este replegarse el tiempo sobre sí mismo es lo que posibilita la paradoja de que el nieto de Hamlet sea el abuelo de Shakespeare y de que él mismo sea su propio padre. Es decir, que cualquier hombre pueda ser cualquier otro, y, para Borges, que cualquier hombre pueda ser todos los hombres. En este sentido, no podemos evitar el recordar innumerables fragmentos de las obras de Borges, tales como: “No está lejos el fin, su voz declara:/ Casi no soy, pero mis versos ritman/ la vida y su esplendor. Yo fui Walt Whitman”[7]; “Yo he sido Homero; en breve, seré Nadie, como Ulises; en breve seré todos: estaré muerto”[8] y otros muchos más, en las que se anula la sucesión de la raza humana para presentar esa confluencia de todos los hombres en uno sólo, ese juego metafísico de identidades en el que el ser es, a la vez, él mismo, el otro, todos y nadie.

 

          Y son las matemáticas las que abren el mundo de estas continuas paradojas que encontramos en la obra de Joyce y en la de Borges. En el presente fragmento del Ulises, como observamos, dice Buck que esta paradoja es explicada por el álgebra. De la misma manera, Borges nos refiere al final de El Aleph las posibles explicaciones que se han ofrecido sobre el mismo y nos habla de la “Mengenlehre” (“para la “Mengenlehre” es el símbolo de los números transfinitos, en los que el todo no es mayor que alguna de las partes”), que es el nombre que recibe un grupo de matemáticos alemanes que tiene una teoría sobre los conjuntos que son infinitos. Ellos consiguen contar estos conjuntos mediante la aplicación de los números naturales. A cada elemento de un conjunto se le asigna un número (1, 2, 3, 4…), pero el problema es que en estos conjuntos infinitos, el todo no tiene porqué ser mayor que una de sus partes, lo cual constituye una paradoja. Un ejemplo bastará para explicar esta idea. El conjunto de los números naturales es infinito, pero si yo intento contar el subgrupo de los números pares asignándoles a cada uno un número natural, esto es al 2 el 1, al 4 el 2, al 6 el 3, y así sucesivamente, este conjunto de números pares no será menor que el conjunto total de los números naturales. Pues bien, son estas ideas de las matemáticas de principios del siglo XX las que abren nuevas perspectivas en la ciencia y que convulsionan el pensamiento de autores como Joyce o como Borges.

 

          Aunque en esto, Joyce y Borges coinciden, en lo que sí se distancian es que, mientras que en Joyce estos conceptos, aunque filosóficos, están aplicados a la vida real y siempre están llenos de humor, en Borges nos encontramos con el puro juego filosófico alejado del ser real y que se complace en mostrar una generalización o universalización de los conceptos. Enlazando con esta idea podemos decir que, mientras que Joyce va de lo particular a lo general, esto es a través de unos personajes llegar a la universalización del problema del hombre, en Borges es al revés, ya que él parte directamente de conceptos teóricos y no de ejemplos concretos que le conduzcan a aquéllos.

 

          3. Dentro de esta percepción del tiempo simultánea de Joyce y de Borges nos encontramos con el tercer fragmento del Ulises: “Como el primer día que regateó conmigo aquí. Ahora es lo mismo que al principio”, en el que podemos comprobar otra vez ese replegamiento del tiempo sobre sí mismo, en el que el pasado y el presente confluyen. El fragmento se sitúa también en el primer capítulo de la obra, y constituye un pensamiento que tiene Stephen mientras espera al Señor Deasy para que le pague su sueldo como maestro de escuela.

 

          Este pensamiento que tiene Stephen lo conduce a un estado de tiempo en el que éste no avanza, lo que provoca la sensación de una condena a la circularidad o repetición eterna del tiempo. Esta idea está ampliamente relacionada con el concepto del “tiempo real” del filósofo francés Henri Bergson[9], que viene a decirnos que el tiempo de las ciencias como las matemáticas es distinto del tiempo que vive el sujeto dentro de su conciencia. El rasgo fundamental de este tiempo es el de la duración, ya que el “yo” vive el presente con el recuerdo del pasado y la anticipación del futuro, que sólo existen en la conciencia que los unifica. Es por ello que, en la conciencia de Stephen el instante que él define como al principio ha quedado ligado al momento ahora en su conciencia. Mediante estos fragmentos vamos comprobando cómo una de las mayores diferencias en el planteamiento del microcosmos de Joyce frente al de Borges, es que todo él se desarrolla dentro de la conciencia del sujeto, mientras que en el argentino ese microcosmos se observa desde fuera.

 

          4. Avanzando un poco más en el libro, nos encontramos con un fragmento del segundo capítulo, que se relaciona con los tres expuestos anteriormente. “Su sangre está en mí, sus lujurias mis olas. Me movía entre ellos sobre el helado Liffey, ese yo, retador en medio de los crepitantes fuegos de resina”. En él contemplamos cómo en la mente de Stephen confluyen las distintas historias de su raza, algo que es evocado en su conciencia al encontrarse en un lugar significativo para la historia de sus antepasados. Stephen repasa acontecimientos históricos anteriores, pero no como mero observador, sino y, siempre a través de su conciencia, como auténtico sujeto activo, y todo ello se desarrolla en virtud de ese foco o perspectiva sobre la que está asentada la obra, que es la conciencia del individuo. La circularidad del tiempo, la eliminación de las “falsas” barreras temporales se produce en lo más profundo de Stephen y del resto de los personajes.

 

          Como hemos mencionado anteriormente, esto no se produce en El Aleph ni en ninguna de las obras de Borges. Podemos hablar de esta nueva concepción del tiempo como algo intrínseco al sujeto en Joyce, pero extrínseco en Borges, ya que en el argentino los juegos matemáticos, la metafísica y los laberintos ocupan un lugar privilegiado, mientras que la profundización en el individuo no aparece. Los personajes de Borges son esquemáticos, intercambiables, precisamente porque Borges va de lo general a lo particular y no al revés, como ya hemos visto. A pesar de estas diferencias no podemos dejar de recordar cuentos de Borges en los que aparecen varios planos temporales que confluyen mostrando relaciones entre antepasados y personajes contemporáneos, o el poema La noche cíclica, cuyo tiempo no es otro que el tiempo circular que se repite constantemente y que ya habían descifrado “los arduos alumnos de Pitágoras”. “Esta rosa apagada, esta vana madeja/ de calles que repiten los pretéritos nombres/ de mi sangre: Laprida, Cabrera, Soler, Suárez…/ Nombres en que retumban (ya secretas) las dianas,/ las repúblicas, los caballos y las mañanas,/ las felices victorias, las muertes militares”. Como podemos observar en los fragmentos del Ulises y de este poema la vívida evocación de los antepasados como algo no lejano ni temporal ni espacialmente está, pues, tanto en Joyce como en Borges.

 

          Otro aspecto destacable de este fragmento es esa idea de otredad que vuelve a aparecer cuando Stephen se refiere a sí mismo como “ese yo”, es decir señalándose con el deíctico que va asociado a la segunda persona, al tú. Stephen, otra vez, establece una distancia entre el sujeto que evoca y el sujeto evocado, ya que son distintos, son diferentes alteridades de un mismo ser, como sucedía en Borges. Lo que sí es cierto es que en Joyce nos encontramos con una paradoja reconciliable puesto que sucede en la mente del personaje, mientras que en Borges esta alteridad produce un efecto de extrañeza en el sujeto, ya que no sucede en su mente, sino en el exterior. Así, cuando Borges se contempla a sí mismo, lo hace a través del Aleph, mientras que en el caso de Stephen su Aleph es su propia conciencia.

 

          5. Uno de los más breves fragmentos que exponemos, pero con una mayor complejidad es el siguiente y pertenece al capítulo IX y dice lo siguiente: “Aférrate al ahora, al aquí, a través del cual todo el futuro se sumerge en el pasado”. Este fragmento se corresponde argumentalmente con un pensamiento que tiene Stephen mientras mantiene una conversación de índole filosófica, que trata más concretamente de las concepciones platónica y aristotélica, y es de vital importancia para entender la obra.

 

Esta idea del “ahora” y el “aquícomo una fusión de todos los planos temporales nos conduce inequívocamente a la segunda cita con la que Borges encabeza su Aleph: “But they will teach us that Eternity is the Standing still of the Present Time, a “Nuncstans[10] (as the Schools call it); which neither they, nor any else understand, no more than they would a “Hic stans” for an Infinitive greatness of Place”, que procede del Leviathan de Thomas Hobbes. La relación entre el fragmento de Joyce y el del clarividente y oscuro Hobbes es muy fuerte, ya que el “ahora” del que habla el primer autor se identifica con el concepto del “Nuncstans” del segundo y el de “aquí” con el de “Hic stans”.

 

Pues bien, para Hobbes la Eternidad no es otra cosa que el detenimiento del “aquí” y del “ahora”, esto es la fijación en un punto de todos los planos temporales y espaciales. Y lo que viene a decir Joyce es que en el ahora y en el aquí se producen todos los planos temporales a la vez. La diferencia entre ambos autores es que para Hobbes estos conceptos son incomprensibles para el ser humano, mientras que, como vengo afirmando desde el inicio de este trabajo, en Joyce estas ideas son reconciliables y comprensibles gracias a la conciencia del sujeto.

 

Por supuesto, y aunque resulte quizás innecesario recordarlo, entre Hobbes y Joyce hay trescientos años de distancia y, sobre todo, una revolución en el pensamiento humano gracias a la Fenomenología de Husserl, que es quien afirma que debemos analizar los fenómenos en tanto en cuanto son percepciones del ser humano, esto es, que la realidad no es sino la percepción de la realidad que tiene el individuo. Este paso se percibe en Joyce.

 

6. Otro fragmento del Ulises de Joyce en el que también encontramos esta idea del microcosmos o del Alpeh borgiano es el siguiente. “Y así como el lunar de mi seno derecho está donde estaba cuando nací, a pesar de que mi cuerpo ha sido tejido de materia nueva muchas veces, así a través del espíritu de un padre inquieto la imagen del hijo muerto se adelanta. En el intenso instante de la creación, cuando el espíritu, dice Shelley, es una brasa que se desvanece, lo que fui y lo que en posibilidad pueda llegar a ser es lo que soy. Así en el futuro, hermano del pasado, yo podré verme como ahora sentado aquí, pero por reflexión de lo que entonces seré”. Este fragmento pertenece también, como el anterior, al capítulo IX, se produce en la misma conversación y también pertenece a Stephen.

 

En el fragmento Stephen está intentando explicar la paradoja que representa el hombre, puesto que en esencia siempre es el mismo, esto es, ese lunar del que habla, pero al mismo tiempo va cambiando constantemente, como su cuerpo. Asimismo, se alude al instante de la creación, en el cual, “lo que soy”, es decir el presente de un sujeto, es la suma de “lo que fui” y “lo que en posibilidad pueda llegar a ser”, es decir de la suma del pasado y del futuro. Es decir en ese instante de la creación, confluyen en el presente, el pasado y el futuro, volviendo a mostrarnos que el tiempo es una espiral en la que en todos los puntos se encuentran a la vez todos los planos temporales.

 

Es destacable, otra vez, que el individuo se pone a sí mismo como objeto de esta concepción del tiempo. No se trata de que en el presente confluyan el pasado y el futuro, sino que en el presente del sujeto confluyen tanto su pasado como su presente. En este sentido, volvemos a insistir en la diferencia de Joyce con Borges, ya que este último no toma como punto de partida la conciencia del sujeto.

 

Dentro de esta diferencia entre Joyce y Borges podemos señalar que, mientras que en El Aleph Borges contempla todos los sucesos de todos los espacios y todos los momentos, Stephen se está refiriendo a sí mismo en todos los momentos; de la misma manera, mientras el Borges ficticio se contempla a sí mismo mediante un Aleph externo, físico, Stephen dice que se verá a sí mismo en el futuro, pero sin ningún tipo de artilugio. Precisamente, esta idea de cómo Stephen en el futuro contemplará el momento actual pero sometido a los cambios que se hayan producido entre el momento en que sucedió este instante y el momento de la evocación, momento este último que influirá sobre su percepción, debemos recordar uno de los versos más importantes del poema Otro poema de los dones de Borges, que dice: “por la memoria que anula o modifica el pasado”, puesto que en Borges también está esa idea de que la memoria no reproduce fielmente lo que recordamos, sino que en el recuerdo influye todo lo vivido y lo percibido hasta ese momento transformando los hechos pasados.

 

Finalmente, sobre este fragmento, es conveniente señalar que esta concepción del tiempo que impide la sucesión puede llegar a convertirse en una condena para el hombre, ya que éste se ve sometido a la no sucesión, al bucle eterno. En este sentido, entendemos el Ulises como un viaje a ninguna parte, porque no hay sucesión; los personajes vagabundean por Dublín sin ningún tipo de meta, a diferencia del Ulises homérico, cuyo viaje estaba justificado por un fin. El hombre de Joyce es como el hombre borracho de libertad de Sartre que se sube en un tren,  enfermo de abulia, no sabe si bajar, si continuar el viaje…

 

7. El siguiente fragmento del Ulises nos conduce a una revisión de la historia que parte de una idea que también está en Borges. “Si Pirro no hubiera caído a manos de una bruja en Argos, o si Julio César no hubiera sido acuchillado a muerte. No se podrán borrar del pensamiento. El tiempo los ha marcado y, sujetos con grillos, se aposentan en la sala de las infinitas posibilidades que han desalojado. Pero ¿podría haber sido que ellos estuvieran viendo que nunca habían sido? ¿O era solamente posible lo que pasaba? Teje, tejedor del viento”. El fragmento pertenece al capítulo I, y refleja los pensamientos que tiene Stephen mientras está dando clase de historia a sus alumnos.

 

Mediante la caída de las verdades universales, el hombre comienza a cuestionarse todo lo que le rodea y uno de estos aspectos puestos en duda es la historia. Ésta se presenta como una de las posibilidades que podrían darse, es decir, como algo posible, pero no como algo cierto y seguro. Esta concepción de la historia conduce a auténticos juegos metafísicos, como podemos observar también en cuentos borgianos como El jardín de senderos que se bifurcan o en La lotería en Babilonia, ya que Borges adora las múltiples opciones que le ofrece la probabilidad.

 

Pero, es que además, en el fragmento del Ulises que estamos analizando no sólo se planeta una nueva visión de la historia, sino que, además, Stephen se plantea qué sucedería si ellos viesen que nunca habían sido, esto es, que estos personajes de la Historia no hubiesen formado parte de la posibilidad que, sin un motivo justificado, el azar eligió. El planteamiento ya de por sí es una paradoja y está dentro de esa revisión y cuestionamiento de todos los conceptos tradicionales que se hace el hombre del siglo XX y que podemos observar en un significativo cuento de Borges, Las ruinas circulares.

 

En este cuento, un hombre que llega a unas ruinas con la pretensión de soñar un hombre, y allí lo va soñando poco a poco, por partes, hasta que finalmente lo sueña por completo, pero, para que éste no viva sabiendo que en el fondo no es más que el sueño de un hombre, le concede el olvido. Este hombre fruto del sueño de otro hombre, al final del relato se da cuenta de que él no es más que ese sueño de otro hombre, el cual, por su parte, es posible que sea el sueño de otro hombre, y así hasta el infinito (“Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo”). La pregunta que Borges lanza con este cuento y que lo encabeza es “And if he left off dreaming about you”, que pertenece al IV capítulo de A través del espejo de Lewis Carroll. De la misma manera que Borges y Carroll se preguntan “qué sucedería si él dejara de soñarte”, lo que se está planteando Stephen en el Ulises es más o menos lo mismo, ¿qué sucedería si Pirro, Argos o Julio César nunca hubieran sido? ¿Y si sólo hubiesen sido el sueño de un hombre?

 

8. El siguiente fragmento del Ulises que está relacionado con estas ideas pertenece al capítulo VIII, y se trata de un pensamiento que tiene Leopold Bloom. Al pasear por la calle, ve una barca y se pregunta cómo se puede alquilar el agua al tener un barco anclado en un río. “¿Cómo se puede ser dueño del agua en realidad? Fluye en un torrente variable siempre, corriente que en la vida trazamos. Porque la vida es un flujo. Todos los sitios son buenos para avisos”.

 

En primer lugar, y de manera indudable, debemos señalar la vinculación de este fragmento con el filósofo presocrático Heráclito, llamado “El Oscuro de Éfeso”, que señala que “todo fluye” (panta rhei) y que nada permanece mediante la metáfora de las aguas de un río.

 

Pero Joyce va más allá con esta reflexión y presenta una clave para entender sus obras. La vida es un flujo, una corriente, no es algo estático, sino un continuo movimiento, lo que la hace ser, paradójicamente, al mismo tiempo una y muchas, una y otra, la misma y lo diferente. La vida nunca es la misma, pero nunca es distinta, está en todas partes y en ninguna al mismo tiempo, por lo que es como la esfera de Pascal.

 

Además de esto, yendo un paso más allá, podemos señalar que esta caracterización del río no es que se identifique con la vida en sí, sino que, si la vida no es en realidad, según la fenomenología más que la percepción que tiene el individuo de los fenómenos de ésta, este fluir se produce dentro de la conciencia del sujeto.

 

9. El siguiente fragmento del Ulises, también relacionado con la concepción del tiempo como una espiral, y que tiene que ver con la idea de la repetición de la que ya hemos hablado, pertenece al capítulo XIII, y se corresponde con el momento en que Bloom está en la playa observando a Gerty MacDowell. “También estábamos en junio cuando le hacía el amor. El año vuelve. La historia se repite. ¡Oh, despeñaderos y picos!, estoy con vosotros otra vez. La vida, el amor, el viaje alrededor del pequeño mundo de uno mismo. ¿Y ahora? […] Todo lo que ha visto esa vieja colina. Cambian los nombres: eso es todo. […] Uno cree que está escapando y se encuentra de manos a boca con uno mismo. El camino más largo es el más corto para llegar a casa. Y justamente cuando él y ella. El caballo del circo caminando en círculo. […] Ruega por nosotros. Y ruega por nosotros. Y ruega por nosotros. Buena idea la repetición. Lo mismo con los avisos. Cómprenos a nosotros. Y cómprenos a nosotros”.

 

En el fragmento, como ya hemos visto en otros, se insiste en la idea de la circularidad del tiempo, el cual distribuye los momentos como una eterna repetición, de la cual el hombre no puede escapar, sino que se siente como un caballo de circo dando vueltas y más vueltas sin poder llegar a ningún sitio. El hombre moderno está condenado, de esta manera, a la no sucesión.

 

En Borges nos encontramos en multitud de textos con la misma idea de las repeticiones y de lo cíclico. En primer lugar, y a manera de ejemplo, podemos señalar el cuento ya mencionado de Las ruinas circulares, puesto que en él se entreteje una red de infinitas repeticiones; el hombre que sueña a otro hombre, que a su vez sueña a otro hombre… Asimismo, en El Aleph nos encontramos los espejos enfrentados que reflejan una y otra vez, una y otra vez, hasta que se pierden en el infinito. Pero, quizás, donde podemos encontrar de una manera más clara esta idea de la repetición y el tiempo que se repliega sobre sí mismo es en el poema ya citado La noche cíclica, en la cual Borges nos dice que todo el universo que conocemos es una constante repetición que ya intuyeron los alumnos del filósofo Pitágoras: “Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras:/ los astros y los hombres vuelven cíclicamente;/ los átomos fatales repetirán la urgente/ Afrodita de oro, los tebanos, las ágoras./ En edades futuras oprimirá el centauro/ con el casco solípedo el pecho del lapita;/ cuando Roma sea polvo, gemirá en la infinita/ noche de su palacio fétido el Minotauro./ Volverá toda noche de insomnio: minuciosa./ La mano que esto escribe renacerá del mismo/ vientre. Férreos ejércitos construirán el abismo […] Vuelve la noche cóncava que descifró Anáxagoras;/ vuelve a mi carne humana la eternidad constante/ y el recuerdo ¿el proyecto? de un poema incesante:/ «Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras…»”

 

La gran diferencia entre la circularidad en Joyce y en Borges es que, como hemos insistido, en Joyce esa circularidad atañe a la propia y real situación del hombre, mientras que en Borges es un juego metafísico. Esta diferencia justifica que en Joyce nos encontremos con una asfixiante condena del hombre, que se siente perdido al no poder avanzar, mientras que en Borges esa idea de la repetición no provoque ningún tipo de angustia de tipo existencial.

 

10. El último fragmento con el que quiero cerrar esta confrontación entre Joyce y Borges es una reflexión de Bloom que se encuentra en el capítulo XVI, y en la que se puede observar un pequeño Aleph. “El estímulo intelectual es, pensó, tomándolo de tiempo en tiempo, un tónico de primer orden para la mente. A lo cual se agregaba la coincidencia de su encuentro, la discusión, la danza, la pelea, el viejo lobo de mar del tipo hoy aquí y mañana quién sabe dónde, los merodeadores nocturnos, toda la galaxia de acontecimientos contribuía a mostrarle como en un camafeo una miniatura del mundo en que vivimos especialmente, ya que la vida de los trabajadores que forman las falanges sumergidas; a saber, los mineros de carbón, los buzos, los basureros, etc., que ya en los últimos tiempos se hallaban bajo el microscopio”.

 

          Este camafeo metáforico al que se refiere Bloom es un auténtico Aleph en el que se muestra el mundo en miniatura, esto es, se trata de una concentración del universo, o, como se dice en el propio texto de toda la galaxia de acontecimientos. Es, pues, como el Aleph entendido como una condensación de una esfera de Pascal, como la compresión de todo el universo en unos pocos centímetros, como esa nuez en la que dice Hamlet que se puede contemplar uno mismo como el rey de un espacio infinito, que aparece en la cita que encabeza El Aleph borgiano (“O God!, I could be bounded in a nutshell, and count myself a King of infinitive space”. (Hamlet, II, 2)). Este camafeo es a mi entender la propia novela de Joyce, que no es más que un Aleph, donde todos los planos temporales, todos los puntos del espacio y todos los personajes confluyen en un único punto.

 

5. Resultados

          Mediante la lectura de los diez fragmentos extraídos del Ulises de Joyce, su análisis y su posterior confrontación con ideas borgianas sobre el concepto Aleph, extraemos los siguientes resultados:

 

1. Queda demostrado que tanto en Joyce como en Borges existe la concepción de un microcosmos, que se puede explicar como una condensación del universo o, en términos físicos, un “quark”. Esta existencia de un microcosmos determina el alcance universal de ambas obras, ya que tienen una intención universalista no de contar una historia, sino de contar “la historia” del hombre.

 

2. Dentro de esta idea del microcosmos, tanto en Borges como en Joyce aparece la idea de la “otredad”, esto es, el desdoblamiento de un personaje que puede “ser” desde dentro y “observarse” desde fuera, estableciendo una, en principio, irreconciliable dualidad uno – otro, lo propio y lo ajeno. Ahora bien, mientras que en Borges esta situación sólo entraña una sensación de extrañamiento en el sujeto que la experimenta, en Joyce no existe ningún tipo de extrañamiento ni se trata en último caso de una paradoja inexplicable. En el Ulises la otredad se produce en el interior del sujeto, esto es, en su propia conciencia, por lo que sí que puede entenderse que un sujeto pueda sentirse a la vez él mismo y otro diferente, como le sucede a Stephen, que es capaz de verse a sí mismo en recuerdos y no reconocerse. Como hemos comentado, la otredad es intrínseca al sujeto en Joyce y extrínseca en Borges.

 

3. La historia para ambos autores no se muestra como algo seguro y cierto, sino que es, sencillamente, un conjunto de infinitas posibilidades de entre las cuales el azar y nada más que él elige una de ellas. Pero, en ambos autores nos encontramos con los juegos filosóficos de intentar recuperar aquellas posibilidades que no se dieron y de plantearse: ¿qué sucedería si la historia hubiese sido distinta? ¿qué ocurriría entonces con los personajes que no hubiesen llegado a existir?

 

4. Aunque no se ha aportado ningún fragmento que denote cómo Joyce utiliza el concepto de Aleph o de microcosmos en el lenguaje del Ulises se hace imprescindible mencionar este aspecto. Mientras que en Borges el Aleph se sitúa sólo en el plano del contenido, ya que el lenguaje tiene una naturaleza lineal que imposibilita la representación fiel de lo que tiene naturaleza simultánea, como es el Aleph, Joyce hace un experimento con el lenguaje al intentar reflejar la simultaneidad mediante el lenguaje. Este problema al que ambos autores se enfrentan aparece en un fragmento de El Aleph borgiano: “Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; ¿cómo trasmitir a los otros el infinito Aleph, que mi temerosa memoria apenas abarca? […] En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es”. Mientras Borges, ante la imposibilidad de transcribir todo lo que vio en el Aleph de forma simultánea, hace una descripción lineal, la genialidad de Joyce está en romper el lenguaje para poder dar esa sensación de espacialización. 

 

5. Precisamente por esta ruptura del lenguaje que encontramos en Joyce y no es Borges, podemos señalar el desorden y el caos que encontramos en el Ulises y que no encontramos en Borges. El autor irlandés no es sólo moderno por los temas que trata y por sus conceptos del tiempo y del individuo, sino por su reelaboración caótica del lenguaje. Si en Borges nos encontramos con un “cosmos” en Joyce se produce el salto del que habla Umberto Eco del “Cosmos” al “Chaosmos”.

 

6. Dentro de este “Chaosmos” debemos señalar la utilización que Joyce hace del “Stream of conciuosness”, que es el vehículo mediante el cual se puede traducir el Aleph que se produce en la conciencia del sujeto. Un fluir de conciencia éste, por otra parte, que no está en Borges.

 

7. Tanto Joyce como Borges presentan un concepto del tiempo que es fruto de la modernidad. Se trata del tiempo circular que nace con el concepto del “eterno retorno” de Nietszche y que tiene una de sus mayores expresiones en la filosofía de Henri Bergson. Este tiempo, clave de todo lo demás, se forma como la espiral de un caracol, tomando la metáfora de Octavio Paz, en la que todos los planos temporales confluyen en todos los puntos de la espiral, lo que permite que Borges cree vínculos de identidad entre personajes como Ulises, Homero, Dante, Walt Whitman, Paul Groussac, o él mismo, de la misma manera que en Bloom somos testigos de la historia de todos los hombres en uno solo, la historia del hombre moderno, en una ciudad que podría ser cualquier otra. Es lo que Umberto Eco explica en la siguiente cita: “el mundo ya no es una pirámide formada por una serie de caídas continuas sino un círculo o una espiral cerrada sobre sí misma”. Esta percepción del tiempo como una espiral produce, por otra parte, una sensación en el sujeto de “girar al vacío”, lo cual le produce una sensación de vértigo y hastío.

 

8. Y esta concepción del tiempo nos conduce al siguiente resultado obtenido mediante el análisis realizado. En Joyce y en Borges este tiempo se traduce en una serie de repeticiones que se dan continuamente limitando la historia de un hombre a unas pocas metáforas. El tiempo es para Joyce como un caballo de circo que da vueltas y más vueltas en la pista y para Borges es la noche cíclica que resurge una y otra vez. Pero, la diferencia entre ambos autores es que, ante esta visión de la historia y de la vida del hombre, no reaccionan igual. En Borges no hay ningún tipo de sentimiento que esta situación produzca en el hombre; es como si a Borges no le interesara la vida real de éste, sino que se dedicara más a los conceptos metafísicos. Por el contrario, en Joyce este bucle eterno que es la vida del hombre provoca en éste una sensación de angustia existencial, e incluso de hastío, ya que está condenado a deambular por el mundo sin poder alcanzar ninguna meta. En el Ulises Bloom, el moderno Odiseo, anda sin rumbo por Dublín porque ya no le esperan Ítacas ni abnegadas Penélopes. No existe un fin si no existe sucesión, y sin un fin no existen motivos ni razones; se ha roto la relación causa - efecto. Es lo que Stephen afirma cuando dice que ha pasado de lo desconocido a lo conocido mediante “la incertidumbre del vacío”. El tiempo espiral es una condena para el hombre moderno según Joyce.

 

9. Otra de las diferencias que encontramos entre el Aleph de Joyce y el de Borges tiene que ver con la naturaleza misma de ambos microcosmos. Si en Joyce nos encontramos con un microcosmos desacralizado, hiperrealista y profundamente humano, en Borges, por el contrario, el microcosmos tiene un cierto carácter sagrado, mítico (“A los pocos minutos ves el Aleph. ¡El microcosmo de alquimistas y cabalistas, nuestro concreto amigo proverbial, el “multum in parvo”!”). Ello se relaciona con las distintas actitudes que adoptan ambos autores. La ironía y el humor irreverente tienen una enorme importancia en Joyce, pero en Borges estos aspectos quedan imposibilitados por ese carácter sagrado del Aleph.  

 

10. Finalmente, uno de los resultados más obvios y que ya ha aparecido anteriormente es la diferencia que sustenta las distintas concepciones que tienen estos dos autores del microcosmos. En Borges el hombre observa un Aleph en un escalón de una escalera de una casa, es decir, él se sitúa fuera de ese Aleph como distinto de él y, aunque él aparezca luego dentro de ese Aleph como una proyección de su propio yo o como un efecto de su otredad, percibimos ese Aleph como algo exterior al sujeto. En Joyce, por el contrario, el Aleph es la propia conciencia del sujeto, donde todo lo que recibe éste, los fenómenos, las percepciones, los recuerdos, la imaginación, la fantasía, los sueños…. se producen de una manera simultánea. La conciencia del ser humano es un microcosmos del universo, es como una condensación del todo.

 

6. Conclusión

          A la vista de los resultados obtenidos y teniendo en cuenta el objetivo de este trabajo, la conclusión que se extrae a la hora de confrontar a estos dos magníficos autores separados tanto espacial como cronológicamente es que, aunque ambos tratan el mismo concepto filosófico, que se deriva de las nuevas teorías filosóficas, físicas y matemáticas que trae consigo el siglo XX, el punto en que ambos divergen es el ser humano. Mientras que Borges no se detiene en el estudio caracterizador del ser humano, por lo que no presta atención a las teorías de la psicología moderna, Joyce se introduce en lo más profundo de la conciencia de éste, lo que justifica ese “torbellino de realidad”, en palabras de Eco[11], que es su Ulises. Con su “Chaosmos”, sus paradojas, juegos, contrastes, burlas, etc., Joyce muestra de una manera real al hombre real, y ese hombre real posee un verdadero Aleph en su interior: su conciencia.

 

BIBLIOGRAFÍA

  • Bergson, H. (2004). Memoria y vida. Madrid: Alianza.
  • Borges, J. L. (1996). “Camden, 1892”, El otro el mismo. En Obras completas. Barcelona: Emecé.
  • Borges, J. L. (1996). “El Aleph”, El Aleph. En Obras completas.  Barcelona: Emecé. 
  • Borges, J. L. (1996). “El inmortal”, El Aleph. En Obras completas. Barcelona:  Emecé.
  • Borges, J. L. (1996). “La noche cíclica”, El otro, el mismo. En Obras completas. Barcelona: Emecé.
  • Borges, J. L. (1996). “Las ruinas circulares”, Ficciones. En Obras completas. Barcelona:  Emecé.
  • Eagleton, T. (2009). La novela inglesa: Una introducción. Madrid: Akal.  
  • Eco, U. (1998). Las poéticas de Joyce. Barcelona: Lumen.
  • Joyce, J. (2002).Ulises, traducción de J. Salas Subirat. Barcelona:  Círculo de lectores.
  • Joyce, J. (2003). Ulises, edición de F. García Tortosa. Madrid: Cátedra.
  • Navokov, V. (2010). Curso de literatura europea. Barcelona: RBA.
  • Nietszche, F. (1998). La gaya ciencia. Madrid: Akal.
  • Paz, O. (1999). “El caracol y la sirena”, Cuadrivio. En Obras completas. Barcelona: Galaxia Gutenberg.


[1] Eco, 1998.

[2] Nabovok, 2010.

[3] Borges, 1996, p. 625.

[4] Joyce, 2002, pp. 48-49.

[5] Para profundizar en esta teoría, ver Nietszche, F. (1998): La gaya ciencia, Akal, Madrid.

[6] Paz, 1990.

[7] Borges, 1996, II, “Camden, 1892”, p. 291.

[8] Borges, 1996 I, “El inmortal”, p. 543.

[9] Bergson, 2004.

[10] Hobbes se refiere a la vivencia subjetiva del tiempo como un «nunc stans» —como un Ahora que permanece—, al margen del «nunc fluens» vinculado a su experiencia habitual transcurrente. Ambas vivencias se pueden inscribir dentro de un marco no excluyente en el que se supera su aparente dualidad y se pone de manifiesto su carácter complementario.

 

[11] Eco, 1998.