REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


Tratado de ateología, Michel Onfray

(Círculo de Lectores, Barcelona, 2006)

 

          Difícil, por lo tanto, reconocerse como ateo… Nos llaman así, y siempre ante la perspectiva insultante de una autoridad dispuesta a condenar. La construcción de la palabra lo precisa, por lo demás: a-teo. Como prefijo privativo, la palabra supone una negación, una falta, un agujero y una forma de oposición. No existe ningún término para calificar de modo positivo al que no rinde pleitesía a las quimeras fuera de esta construcción lingüística que exacerba la amputación: a-teo, pues, pero también in-fiel, a-gnóstico, des-creído, ir-religioso, in-crédulo, a-religioso, im-pío (¡el a-dios está ausente!) y todas las palabras que derivan de éstas: ir-religión, in-credulidad, im-piedad, etc. No hay ninguna para significar el aspecto solar, afirmativo, positivo, libre y fuerte del individuo ubicado más allá del pensamiento mágico y de las fábulas.

          El ateísmo proviene de una creación verbal de deícolas. La palabra no se desprende de una decisión voluntaria y soberana de una persona que se define con ese término en la historia. La palabra ateo califica al otro que rechaza al dios local cuando todo el mundo o la mayoría creen en él. Y tiene interés en creer… Porque el ejercicio teológico en el poder se apoya siempre en las fuerzas armadas, las policías existenciales y los soldados ontológicos que eximen de reflexionar e invitan a creer y a menudo a convertirse lo más pronto posible.

(p. 32)

 

 

          Ejemplo judío: la historia es conocida. Yahvé interviene en persona, en la montaña, en medio del fuego, en una nube, con una aureola de nubarrones, y le entrega a Moisés, con voz atronadora –cuesta imaginarla débil y poco firme…–, los diez mandamientos. En la lista, el quinto, el más célebre: «No matarás» (Dt 5, 17). No puede ser más simple: sujeto tácito, adverbio de negación, verbo en futuro imperfecto, con valor de imperativo. Dios se expresa con sencillez. Un ejemplo típico para el análisis gramatical en una clase de primaria; una fórmula comprensible hasta para la inteligencia más obtusa; está prohibido asesinar, quitarle la vida a alguien; es un principio absoluto, intangible, que no justifica modificación alguna y no otorga dispensas ni admite excepciones. Queda dicho y entendido.

          La selección de algunas palabras del decálogo basta para definir una ética. La no violencia, la paz, el amor, el perdón, la bondad y la tolerancia: todo un esquema que excluye la guerra, la violencia, los ejércitos, la pena de muerte, las luchas, las Cruzadas, la Inquisición, el colonialismo, la bomba atómica, el asesinato… No obstante, los seguidores de la Biblia han practicado todo esto durante siglos, sin vergüenza, en nombre incluso de su famoso libro sagrado. ¿Por qué, pues, este aparente paralogismo?

(pp. 182-183)