REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


UNA MUJER EN BIRKENAU, DE SEWERYNA SZMAGLEWSKA

Christina Holgado Sáez

(Facultad de Ciencias Empresariales. Universidad de Huelva)

 

 

                                                                   Es war einmal ein Land, das hieβ Deutsch.

                                                                                Schön war es, gehügelt und flach

                                                                                und wuβte nicht, wohin mit sich.

                                                                                Da machte es einen Krieg, weil es überall

                                                                                auf der Welt sein wollte und wurde klein davon.

                                                                                Nun gab es sich eine Idee, die Stiefel trug,

                                                                                gestiefelt als Krieg heimkam, harmlos tat und schwieg,

                                                                                als habe sie Filzpantoffeln getragen,

                                                                                als habe es auswärts ichts Böses zu sehen gegeben.

                                                                                Doch rückläufig gelesen, konnte die gestiefelt Idee

                                                                                als Verbrechen erkannt werden: so viele Tote.

                                                                                Da wurde das Land, das Deutsch hieβ, geteilt (…)[1]

                                                                                Günter Grass, Die Rättin, p. 107-108.

 

 

En 1914 estalla la I Guerra Mundial, finalizaba con la derrota de Alemania, el resultado: más de nueve millones de muertos hasta noviembre de 1918, momento en que tiene lugar la abdicación del emperador Guillermo. Las consecuencias: severas cláusulas de ejecución inmediata, aceptación de su “íntegra culpabilidad” y liberación de los criminales de guerra (Jiménez Burillo, 2007, p. 11); en estas condiciones se firmaría el Tratado de Versalles, suponiendo una gran vergüenza para el pueblo alemán. A estos acontecimientos proseguiría la República de Weimar, fundada en 1919, que, atacada por partidos de derecha e izquierda, se convertirá en el perfecto pretexto en manos de A. Hitler para alcanzar las máximas cotas de poder: 1. Ese mismo año se funda el NSDAP (Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei: Partido Nacional Socialista Obrero Alemán), Hitler se afiliará con posterioridad convirtiéndose en jefe máximo del partido el 9 de noviembre de 1923. 2. El carácter democrático de Weimar se asociaba a la “humillación nacional” (Echazarreta/López García, 2000, p. 2), tal es así que desde 1919 a 1933 se sucedieron 20 gobiernos diferentes, algunos con una duración quincenal (Jiménez Burillo, 2007b, p. 12); acontecimientos que no hacían más que desprestigiar al parlamento alemán y aumentaban la creencia en el electorado de que los partidos políticos “dividían la nación”. 3. La gran depresión de 1929 sumerge al país en una grave crisis económica, política y social, sirvan de ejemplos, un 33% de paro en 1932, afectando a siete millones y medio de la población, aumento de la delincuencia, la prostitución y el vandalismo, los comedores de beneficencia colapsados y venta de enseres por las calles. Este panorama, propiciado por la añoranza entre la empobrecida clase media y del campesinado rural de un “líder fuerte” (Jiménez Burillo, 2007c, p. 13) que trajera consigo la seguridad anhelada, reafirmó, aún más si cabe, la intención de voto y, por consiguiente, la obtención de un mayor número de escaños del partido nazi, que por aquel entonces contaba ya con un millón de afiliados. En 1932 el NSDAP consigue un 37% de los votos y 230 escaños, situándose en la oposición; ese mismo año y tras la celebración de unas segundas elecciones Hitler pierde 44 escaños, sin embargo sus maniobras y conversaciones con los partidos de derecha le convertirán en canciller de Alemania en enero de 1933. A partir de este momento Europa será testigo de la época más gris de un país considerado muy culto e igualmente respetable: la persecución sistemática, amparada en la “legalidad[2]”, de una parte de la población, que inicialmente no observó la perversidad inicial, y que derivará en la amputación de los derechos fundamentales del ser humano, independientemente de razas, religiones y otras consideraciones. El lugar pensado para llevar a cabo esta increíble maquinaria: los campos de concentración y de exterminio, de cuya existencia y crímenes allí perpetrados ignoraban los ciudadanos “corrientes”, en palabras celanianas “Nadie testimonia por el testigo”; por tanto la propia incredulidad y actitud de los civiles comprometería de plano el valor del testimonio mismo; por el contrario, los alemanes sí estaban al corriente de tales atrocidades, no sólo por las emisiones radiofónicas de la BBC (en lengua alemana) y por los millones de folletos lanzados por los aliados, sino también por entrevistas realizadas con posterioridad en el seno del país teutón (Jiménez Burillo, 2007, p. 67). Afortunadamente la naturaleza humana, en situaciones límite de supervivencia y castigo, se hace más fuerte, así se refleja en las reflexiones de la propia autora:

“Cuando el cuerpo se ha secado hasta adoptar formas infantiles, cuando las manos y las piernas son como palos, cuando la boca se llena de la sequía que produce el tifus, cuando cada bocado de comida desencadena un nuevo brote de disentería, cuando el mero olor de la sopa del Lager[3] le provoca náuseas, cuando no recibe ninguna ayuda, ni protección ni medicinas, ¿de dónde nace, en qué rincón del organismo aumenta y florece la mágica voluntad de vivir, tan fuerte que puede vencer incluso la Muerte en todas sus formas? ¿De dónde sale esa fuerza de voluntad inquebrantable que te impulsa a la supervivencia?” (1ª parte, año 1942: “Es sólo una gripe”, p. 65)

Como recompensa, el siglo XX pudo conocer lo que en aquellos lugares ocurrió: los supervivientes, testigos incalculables, que jamás olvidarán el dolor, los castigos, las enfermedades sufridas, los experimentos pseudo médicos, el frío, el calor, el odio incomprensible que suscitaban y, fundamentalmente, los más apreciado por el ser humano: el individuo único, diferente del resto, para convertirse en un número de “n” cifras, en resumen, perder el sentido de la individualidad.

La doctora Garlicka abandonaba el trabajo subrepticiamente para visitar a enfermas en los barracones, examinándolas con la ayuda de una vela, la doctora K. conocía los trucos para conseguir medicamentos, Edyta L. evitó que su hermana fuera condenada al crematorio, Barbara C.-Ch. remendaba edredones para las prisioneras más necesitadas, Maria I., jefa del barracón 11, era fácilmente sobornable, a cambio de comida liberaba del duro trabajo, Walentyna K., las doctoras W. y J., Kasia L. … Más allá de nombres, apellidos, letras, origen, credo, todas compartían una misma idea: gracias a ellas muchas mujeres evitaron ser ejecutadas, combatieron enfermedades o incluso sufrieron en menor medida el frío intenso del invierno y del otoño polaco. Permanecerían en el olvido sin el ejercicio de evocación de Seweryna Szmaglewska (1916-1992), cuya narración de desasosegante dureza, combinada con un sorprendente lirismo, se convierte en la memoria de innumerables mujeres que no vivieron para contarlo.

Nacida en Przygłow (Polonia), estudió ciencias sociales y literatura polaca en las universidades de Łódź, Cracovia y Varsovia, publicando sus primeros relatos a la edad de 20 años. Formó parte de la resistencia polaca, Armia Krasowa; en 1942 fue detenida y enviada a Auschwitz, donde permanecerá 3 años. Su supervivencia contribuyó a la finalización del libro, en julio de 1945, apenas seis meses después de que la autora escapara del campo; publicado en otoño de 1945 se traducirá en su momento a 20 idiomas; hasta 2006 sería ignorado en España. La calidad de los relatos de Szmaglewska, primeros testimonios de un testigo del campo de exterminio y aceptados como prueba documental en los procesos de Nuremberg en 1946, contribuyeron tanto para aportar una valiosa información a las autoridades encargadas de perseguir y juzgar a los criminales de guerra nazis, como para conocer la organización del “Lager”.

De forma muy llamativa el lector puede interpretar qué sentimientos, vivencias y horrores se le descubrirán gracias a una ilustración que ocupa la sobrecubierta al completo: una perfecta alambrada, a través de sus líneas de color oxidado destacan unas siluetas borrosas, como pinturas embadurnadas, de las fronteras electrificadas de un campo de concentración. En el interior del libro se proporciona un plano detallado (p. 9) de Birkenau (Auschwitz-II), diseño gráfico de R. Placzek, acompañado de un listado exhaustivo (p. 8) de la ubicación de los campos –tanto masculinos como femeninos–, crematorios[4] II al V equipados cada uno con una cámaras de gas, hospital para hombres, puestos de guardia de las SS, zonas de enterramientos en masa, cocinas, almacenes de ropa, zona de cuarentena de ingreso para mujeres, torres de vigilancia, ramal del ferrocarril y de descarga –de judíos, naturalmente– (denominada “Judenrampe[5]”), baños, retretes y lavabos, cuartos de pelar patatas, lugares donde se esparcían las cenizas de los prisioneros asesinados, almacenes con bienes saqueados a los deportados, comandancia y barracones de los puestos de mando, campos para mujeres y hombres de diferentes nacionalidades, para familias judías, gitanas, sectores donde se quemaban cadáveres al aire libre, entre otros.

Esta autobiografía, a través de un relato muy realista y estremecedor, descubre al lector en qué consistía la rutina diaria y la supervivencia de las mujeres en el campo de concentración, hechos vividos, sin necesidad de ser exagerados, u observados directamente por esta fabulosa narradora. Lugar: Birkenau (Auschwitz II), 43 km. al oeste de Cracovia. Categoría: campo de exterminio en masa. Construcción: octubre de 1941, por orden de Heinrich Himmler. Capacidad: 20.000-30.000 personas. Fallecidos: 900.000 (judíos, la gran mayoría). Su descripción:

   “De vez en cuando una selección limpia el campo de quienes se han quedado sin fuerzas, de quienes por un momento se han detenido en su lucha contra las difíciles condiciones de vida. Y ésta es la forma más eficaz de aniquilar a miles de personas. La muerte natural causada por enfermedad. Nadie ha tenido que fusilarlas, nadie les ha inyectado nada, no han tenido que contagiarles el tifus porque los piojos lo propagan de forma más eficaz que cualquier método artificial. Los piojos, que es imposible erradicar por falta de agua y de una muda de ropa interior, pueblan las mantas y los cuerpos, y noche y día nos inoculan el tifus a las prisioneras.

Así es Birkenau en pocas palabras.” (2ª parte, año 1943: “Es kommt hoher Besuch[6]”, p. 178)

Las experiencias de la protagonista se estructuran en tres densos apartados con previa introducción (p. 11-14) y posterior epílogo (p. 401-405): primera parte, año 1942 (p. 15-132), segunda parte, año 1943 (p. 133-290), y tercera parte, años 1944-1945[7] (p. 291-400). Las primeras informaciones que se proporcionan en la introducción detallan la nacionalidad de los muertos: polacos detenidos por la Gestapo o capturados por su colaboración en el levantamiento de Varsovia, rusos, yugoslavos, checos, holandeses, franceses, belgas, italianos, ucranianos, estonios, delincuentes comunes alemanes, niños de diferentes nacionalidades, algunos nacidos en el seno del campo, y también gitanos[8], cuya condición era homóloga a la judía; sin distinción de género y edad, todos sucumbieron en las cámaras de gas. Del mismo modo, el masivo número de personas que entraban en Auschwitz II, así como la imposibilidad de verificar la identidad de los que vivían o habían fallecido, obligó a las autoridades a adoptar otras medidas de identificación de prisioneros: tatuarlos; con esta medida pasaron por alto que aquellos que lograran escapar se convertirían en pruebas vivientes[9], incluso a pesar de los intentos por destruir los certificados de defunción ante el avance a un ritmo inesperadamente rápido del Ejército Rojo. Finalmente, hace hincapié en las escenas grabadas en su retina de las selecciones, en las que ancianos, niños e inválidos eran conducidos al bloque 25 (el bloque de la muerte); en los enfermos de tifus[10] y disentería[11] que agonizaban durante horas tirados en el fango; sin olvidar a artistas, genios, personas con talento, personalidades del pasado que lo podrían haber sido en el futuro. En enero de 1945 se abrieron las puertas de Birkenau, miles de personas salieron, ésta fue la reacción de la población alemana:

“ …, cuando en el camino de Oświęcim-Gross Rosen se formó una procesión de varios kilómetros compuesta por unos miserables encorvados por la fatiga, y cuando esta procesión ocupó por completo los caminos de Silesia, dejando por doquier sobre la nieve la figura negra de algún prisionero rematado por un SS, los silesios de las ciudades y pueblos cercanos se detenían sorprendidos. Se echaban las manos a la cabeza y hacían la señal de la cruz sobre las siluetas lejanas de los prisioneros; eso sí, desde los umbrales de sus casas, sin atreverse a acercarse al siniestro camino.

- ¡No puede ser! –decían–. ¿Acaso había tantas personas en Oświęcim? ¡Es increíble!

A los prisioneros les estaba prohibido pronunciar una sola palabra, así que no podían detenerse para gritarles:

- ¡No es increíble! Al contrario, lo que veis es sólo una mínima parte de los que estábamos en Oświęcim. Éramos muchos más. Somos tan sólo un puñado, algunos de los supervivientes. …” (Introducción, p. 13)

          Año 1942. Escenario: coyes[12], colchones rellenos de virutas o juncos de los estanques cercanos, un millar de mujeres en un barracón sin tabiques ni separaciones, silbatos a las 4:00 de la mañana para comenzar el recuento prolongado en caso de fugas, medio litro de café en sucias escudillas como alimento para afrontar la dura jornada de trabajo, prisioneras desplomándose en las filas ante la mirada impasible de las jefas de barracón; aquellas que no se presentaban, porque se escondían para morir en paz, eran buscadas por las Kapos[13] y Oberkapos[14] en compañía de la decana del campo, Lagerälteste[15], continuas luchas contra la invasión de piojos, ataques de perros guardianes, hambruna (los nazis experimentaban sobre el mínimo de ingesta necesaria para sobrevivir y rendir en el trabajo) (Jiménez Burillo, 2007c, p. 42), duchas con agua fría, suicidios provocados por la falta de esperanza de que la liberación llegaría algún día, escenas que se vivían diariamente en Auschwitz II-Birkenau, una superficie fangosa de 127 hectáreas y 300 barracones de madera y de ladrillo, cercada por una alambrada electrificada, sin agua corriente y sistema de alcantarillado (no llegó a tenerlo nunca), excrementos y desechos pudriéndose a la intemperie, quema de cadáveres al aire libre cuando la cifra de muertos superaba la capacidad de los crematorios. Ésta era la imagen de la factoría de la muerte para el exterminio de la raza judía, un lugar que nunca había visto sobrevolar pájaros, quizás por el olor o el instinto. Enfermedades como la disentería, sarna, tuberculosis, artritis, neumonía, tifus o fiebres elevadas se trataban en el barracón del hospital, cuyas condiciones higiénicas eran aún peores que las del resto del campo: las entrantes, sin diagnóstico previo, compartían cama con las enfermas de tifus; la labor de las prisioneras alemanas se limitaba al reparto de una ración muy modesta de comida, así como permanecer en este lugar hasta su completa recuperación (entre armónicas y cantos), el resto debía abandonarlo en tres o cuatro semanas. El despiojamiento en pleno diciembre y primer aseo en varios meses, realizado en el campo de los hombres por carecer de baños el propio de las mujeres, consistía en desnudarse y ser inspeccionadas por éstos, duchas colectivas de vapor seguidas de agua fría, líquido desinfectante de las zonas rasuradas y una toalla para centenares de cromosomas XX.

          Año 1943. Escenario: el número identificativo que se llevaba en la ropa es ahora punzado en el antebrazo izquierdo de los prisioneros (salvo alemanes y  Volksdeutsche[16]), niños y bebés tampoco están exentos de estas prácticas, tatuándolos en el muslo (un número de cinco cifras se extendía desde la ingle hasta la rodilla). Heinrich Himmler, la única visita que recibe Birkenau, hace que salten las alarmas: se programan ejecuciones para ese día, se realizan selecciones especialmente inhumanas, los camiones, repletos de gente, se dirigen a los crematorios, en el campo de los hombres aumentan los sonidos de las horcas y de los gritos humanos por los látigos de goma. Los castigos están a la orden del día; escribir a la luz de una vela, emplear retales para confeccionar bolsillos, intercambiar palabras con un marido repentinamente encontrado, enviar una carta sin pasar por la censura del campo, satisfacer la necesidad de comer, pueden conllevar la pena de muerte o la cadena perpetua a trabajos por tiempo indefinido. El Stehbunker[17] y los potros de madera, en los que se azotaba inmovilizando de pies y manos con correas, provocaban bajas humanas. Los actos perversos de los mandos femeninos, comparables en crueldad al de sus homólogos masculinos, se hacen patentes a lo largo del relato, destacando: Aufseherin[18] J. Bormann, conocida por “la mujer de la perra”, E. H. Hasse, M. Drechsler, Oberaufseherin[19] M. Mandel, entre otras. En esta época se crea un prostíbulo en el bloque 24ª, al que los prisioneros califican Puff[20], prostitutas alemanas y mujeres de diverso origen trabajarán en él, saciando la sed de oficiales y prisioneros, a los que se les premiaba por buen comportamiento y colaboración. Hasta la actualidad se ignora si las propias prisioneras servían de carnaza sexual ante el apetito masculino, exento en largas temporadas. El genocidio masivo comenzará a partir de entonces, los crematorios trabajan día y noche, llevando a cabo extracciones de dientes de oro a los que van a morir; del mismo modo se acumulan montañas de cadáveres frente a los barracones del hospital, sirva el dato de 300 mujeres muertas al día desde el otoño de 1943 al invierno de 1944.

Años 1944-1945: Escenario: otras formas de exterminio: a) el trabajo diario, siete días a la semana y los domingos, un par de horas menos, constituirá otra modalidad de exterminio entre la población femenina; b) el ácido cianhídrico, ciclón-B[21], se suministra en las cámaras de gas que trabajan mucho más deprisa que los hornos crematorios; c) experimentación médica a través de inyección u operaciones quirúrgicas en el bloque 10, la primera consiste en inocular con un virus que produce una enfermedad, tras la cual la mayoría de mujeres fallece de forma rápida bajo observación facultativa; la segunda, en cortar trozos de útero, extirpación de ovarios y cosas parecidas, la gran parte no sobrevive y muere al cabo de un tiempo. A continuación los SS buscarán más conejillos de Indias; d) J. Rudolf Mengele, oficial médico en jefe de Auschwitz,  y apodado “el ángel de la muerte”, realiza duras selecciones decidiendo con un gesto quién viviría: a la derecha ancianos, niños, mujeres embarazadas e incapacitados; a la izquierda las mujeres jóvenes y hombres de evidente buen estado de salud. La moral quebrantable en los prisioneros del campo de concentración se refleja en las escenas previas a las selecciones nocturnas realizadas por los SS y los Sonderkommando[22], borrachos de vodka; que  apremian a los judíos para bajarse de los vagones y les obligan a entregar sus pertenencias: joyas, productos alimenticios de diversos países (manteca de ganso, lonjas de tocino ahumado y bacón, confituras de fresa, ciruela y melocotón, vodka, vinagre, chocolate, patatas, pan, sacos de azúcar, gansos vivos, jamones enteros, barriles de miel, vinos, frutas ), oro, jabón, etc., en los que frecuentemente y en vano esconden objetos valiosos.  Las cantidades de comida tan asombrosas no sólo abastecen a los SS, el SK[23] y la cocina del Lager, sino también a los testigos del desmantelamiento de los que llegan, a los que les está permitido coger las sobras, pero no ayudar a los indefensos. La autora describe la amoralidad así:

          “No puedes comportarte como un hermano, pero sí te dejan actuar como una hiena. … Por cada mano que decide no participar en el botín, hay diez manos, cientos y miles de ellas que buscarán hasta el objeto más nimio. … Algunos dicen que es mejor coger lo que se pueda antes de dejárselo a los alemanes. Pero sólo es una excusa más para tu avaricia. Una vez que has dado el primer paso comienzas poco a poco a cambiar de actitud. … La idea de apropiarse de lo ajeno, aunque sea por un tiempo breve, seduce a muchos. … Birkenau se ha convertido en una selva en la que resulta fácil perder el rumbo. … Aquí caen los caparazones de los principios, los moldes de las buenas conductas que a veces en una vida normal pueden ayudar a un hombre, a un don nadie, a atravesar muchas situaciones de manera ejemplar sin que se dé cuenta de que es un cero a la izquierda.” (3ª parte, años 1944-1945: “Zyklon”, p. 306-309)

Las noches de muertes se mezclan con las orgías nocturnas de los SS, hombres y mujeres, rodeados de opulencia, esplendor y exquisitas viandas. Las visiones de libertad se aproximarán a Auschwitz II en el periodo de 1944-1945, durante los que se sucederán las derrotas del ejército alemán. A partir de ahora comenzará el proceso de desmantelamiento hacia otros campos en Alemania y fugas cada vez más a menudo y de forma más organizada, las cuales propician un mercadeo de artículos con la finalidad de sobornar a los SS y soldados alemanes; el vodka, bebida para el olvido, ocupará el primer lugar en el listado de trueque. En el invierno un mando nazi dirigirá Birkenau y expresará el objetivo de la permanencia de los judíos en el Lager:

“En invierno un comandante nuevo que se apellida Krause se hace cargo del campo. Su cara, como la de un retrato alemán antiguo, tiene rasgos típicamente germanos. … Se detiene delante de un grupo de prisioneras y le pregunta a Perschel, que lo acompaña, cómo se explica que algunas prisioneras tengan números muy bajos. ¿Quiere decir esto que estas prisioneras llevan en Oświęcim un año, dos o incluso más?

- Jawohl, Herr Kommandant. Así es, mi comandante.

Krause está indignado. Clava su mirada en los ojos enfermizos de Perschel y declara que un prisionero de campo de concentración no debería vivir más de seis semanas. Si no está muerto en ese tiempo, eso significa que ha aprendido a hacer chanchullos y por eso hay que exterminarlo.” (3ª parte, años 1944-1945: “La liquidación del campo”, p. 392)

Los crematorios dejan de funcionar y los vagones sirven para transportar cascotes de los barracones, camastros, edredones y mantas, maquinaria e instrumental de los crematorios. Toda huella de los crímenes perpetrados deben esfumarse y Birkenau desaparecer.

Llegados al final de este trabajo, cierren estas líneas el principio del escepticismo en las mujeres prisioneras por medio de las palabras de Seweryna:

          “Probablemente todas las prisioneras empiezan el día con la misma pregunta: “¿Cuántos días como éste me quedan?”. Como el tiempo pasa y nada cambia, los días de la pregunta se sustituyen por semanas, después por meses. Y pasan los años, y el sol naciente continúa dando la bienvenida a las filas de mujeres que se dirigen al trabajo con sus uniformes de rayas. Y entonces nadie tiene valor ya en el corazón para preguntar: “¿Cuándo?”. (1ª parte, año 1943: “Arbeit … Arbeit … Arbeit”, p. 31)

 

 

 

 

Bibliografía:

Nota 1. GRASS, G. Die Rättin, Darmstadt: Luehterland, 1986.

Nota 2. HERNÁNDEZ, J. El Reich de los mil años. Un viaje en el tiempo a la Alemania nazi (1933-1945), Madrid: La Esfera de los Libros, 2010, p. 57-72.

ECHAZARRETA CARRIÓN, J./LÓPEZ GARCÍA, G. “Manipulación de las masas y propaganda en la Alemania nazi”, en: Actas del V Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea, Valencia, 2000, p. 1-10.

ELSTERMANN, K. (autor) Sobreviviendo al Ángel de la Muerte. La Historia de una superviviente del infame doctor Mengele de Auschwitz (DVD). Directora: Britta Wauer. Alemania: Divisa Home Viedo, 2008.

JIMENEZ BURILLO, F. El holocausto nazi. Barcelona: Editorial UOC, 2007.

TORÁN, R. Los campos de concentración nazis. Palabras contra el olvido, Barcelona: Península, 2005.

 



[1] Traducción: Había una vez un país, cuyo nombre era Alemán./Era hermoso, ondulado y llano/y no sabía qué hacer de sí mismo./Entonces hizo una guerra, porque quería/estar en el mundo entero y así se hizo pequeño./Tuvo una idea que calzaba botas,/y se fue, con sus botas de guerra, a ver mundo,/volvió como guerra, se hizo el inocente y se calló,/como si llevara botas de fieltro,/como si por ahí fuera no hubiera visto nada malo./Sin embargo, leyendo hacia atrás, esa idea con botas/podía reconocerse como crimen: tantos muertos./Entonces el país, llamado Alemán, fue dividido (…).

[2] a) Ley de la Restauración de la Administración Pública (07/04/1933), b) Otra leyes promulgadas en abril de 1933: una, limitaba el número de estudiantes en las escuelas y universidades, otra, destinada a reducir la “actividad judía” en las profesiones médicas y legales, c) (14/07/1933) Leyes que permiten la esterilización de gitanos, minusválidos y alemanes de color (Torán, 2005, p. 32), d) Leyes de Nuremberg (Nuremberger Gesetze) (15/09/1933), compuestas por la Ley de Ciudadanía Alemana y la Ley para la protección de la sangre y el honor alemanes, e) (1936) creación del “Ahnenpass”, documento de pureza de sangre o pasaporte racial, f) otros decretos limitaron el reembolso que podían obtener los médicos judíos del seguro de salud estatal.

[3] Lager (alemán), traducción: campo. Esta palabra forma parte de otra compuesta, “Konzentrationslager”.

[4] Según informes de las SS (Schutzstaffel), la élite de la Gestapo, diariamente podían ser quemados 4.756 cadáveres. Fuente: http://www.corazones.org/lugares/polonia/auschwitz/auschwitz_concentracion.htm. Consulta: 08/07/2011.

[5] Allí, junto a la línea del tren, se llevaba a cabo la selección de los recién llegados tan pronto como bajaban de los vagones en que venían apretujados como ganado.

[6] Traducción: “Se acerca una visita importante”.

[7] En 1945 se hundió el III Reich y con él una ideología enemiga acérrima de la libertad, basada en el odio y en el desprecio absoluto de la vida humana.

[8] El Centro de Investigaciones de Higiene Racial y Herencia Biológica de la Oficina de Salud del Reich, fundado en 1936 y dirigido por el doctor R. Ritter, proporcionó uno de los fundamentos para el exterminio al certificar que los gitanos pertenecían a una raza inferior, eran sumamente desequilibrados, sin carácter, imprevisibles, pocos de fiar, remisos al trabajo, caprichosos e irritables (Toran, 2005, p. 60)

[9] La superviviente Gerda Rother (apellido de soltera), posteriormente Gerda Schrage (apellido de casada), confiesa al periodista Knut Elstermann que se hizo arrancar su número de prisionera en la consulta de un médico, lo guardó en un diminuto recipiente que conservaría la piel gracias al alcohol. Ella misma afirma que lo conservó como prueba de su estancia en Auschwitz.

[10] Enfermedad infecciosa grave, caracterizada por provocar fiebre alta, diarrea, hemorragias intestinales, escalofríos, exantema (erupción cutánea), cefalea, delirio o postración, aparición de costras negras en la boca y a veces presencia de manchas punteadas en la piel. Transmitida por la picadura de diferentes artrópodos como piojos, pulgas, ácaros y garrapatas.

[11] Enfermedad infecciosa que se caracteriza por diarreas dolorosas con sangre y mucosidad e inflamación del intestino.

[12] Andamios de madera que hacían las veces de camastros en los barracones de las mujeres. En los propios de los hombres se denominaban “sirgas”.

[13] Kapo: prisioneras que dirigían una cuadrilla e identificadas por un brazalete amarillo.

[14] Oberkapo: Kapos de rango superior en la jerarquía oficiosa del campo.

[15] Lagerälteste: veterana; prisionera que llevaba mucho tiempo en el campo y que por ello disfrutaba de ciertos privilegios. Identificadas con un brazalete negro.

[16] Personas de origen alemán nacidas fuera de las fronteras del Reich.

[17] Celda para estar de pie. Lugar exclusivo para los hombres, sus medidas limitadas (un metro cuadrado) y una ventana enrejada, grande como las palmas de dos manos, era ocupado por cuatro hombres y un cubo. El castigo, con una duración de una semana o más tiempo, se cumplía por las noches, dado que por la mañana debían acudir al trabajo. Aplicado durante un tiempo prolongado provocaba la muerte natural por agotamiento, ya que los penalizados permanecían de pie tarde y noche.

[18] Una SS en funciones de capataz o guardia.

[19] Una SS que desempeña el puesto de guardia mayor.

[20] Nombre coloquial con el que se conocen los prostíbulos en lengua alemana.

[21] El gas ciclón-B, originariamente, servía para exterminar insectos y roedores. La muerte de una persona bastaba con 4 gr., una tonelada suponía la desaparición de 250.000 sujetos. Se estima que 1175 kg. se suministraron en Auschwitz y 2175 kg. en Oranienburg, la suma equivalía a un millón de vidas humanas. Este veneno era abastecido por las compañías alemanas Degesch (Deutsche Gesellschaft für Schädlingsbekämpfung mbH, Corporación Alemana para el Control de Plagas) y Testa (Tesch und Stabenow, Internationale Gesellschaft für Schädlingsbekämpfung mbH), bajo licencia del dueño de la patente, la empresa IG Farben. Testa proporcionaba 2000 kg. al mes, y Degesch 750 kg.

[22] Cuadrilla de trabajadores que tenía la función de conducir a los prisioneros a las cámaras de gas y de incinerar sus cadáveres.

[23] Sonderkommando.