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EL
ALMA QUE ALLÍ CANTA… ES EL ALMA DE SU ANDALUCÍA.
Clara Eugenia Peragón López
(Universidad de Córdoba)
Resumen:
La
configuración de un itinerario andaluz a partir de la obra del poeta granadino
Federico García Lorca revela una intensa y profunda relación con la ciudad de
Granada. Sin embargo, analizando su producción como poeta, prosista y autor
dramático podemos apreciar, aunque en menor medida, la importante presencia, no
siempre explícita, de otras ciudades y paisajes andaluces que igualmente
llegarán a convertirse en entidades poéticas. Por tanto, además de la ya
mencionada, y con personalidad propia, irán desfilando por la obra lorquiana
las grandes ciudades históricas consagradas tales como Sevilla y Córdoba, sin
olvidar la presencia de Jaén, Málaga, Almería y Cádiz.
Palabras clave: Federico García
Lorca, Andalucía, ciudad, paisaje, poesía, prosa, teatro.
Abstratc:
The aim of the present paper is to analyze how
the work of Federico García Lorca, both his prose and poetry and theater, shows
a close and intense relationship between the author and Granada, although in
his words we also can find the presence of other landscapes and places of
Andalusia, such as Jaén, Málaga, Almería and Cádiz, beside the two great
historic cities, Seville and Córdoba, which will become poetic entities.
Key words: Federico García
Lorca, Andalucía, city, landscape, poetry, prose, theatre.
“Viene al mundo en Granada con el
`ángel´ andaluz por excelencia: el poético. No tiene que reñir con la tradición
ni romper molde alguno. Siente en sí y tiene frente a sí a un pueblo magnífico.
Y se pone a cantar como el pueblo canta en su Andalucía, y se pone a poetizar,
redondo universo absoluto, a su Andalucía”.
Jorge Guillén
En el ámbito de
Pero sobre todo, esta relación
llega a ser especialmente intensa y profunda entre Federico García Lorca y
Granada si bien, analizando su obra como prosista, poeta y autor dramático
podemos apreciar, aunque en menor medida, la importante presencia de otras
ciudades andaluzas que igualmente llegarán a convertirse en entidades poéticas.
Además de Granada, y con personalidad propia, irán desfilando por la obra
lorquiana las grandes ciudades históricas consagradas, Sevilla y Córdoba, sin
olvidar la presencia de Jaén, Málaga, Almería, Cádiz, e incluso pueblos
significativos como Ronda, Úbeda y Baeza[1].
Nuestro objetivo, por tanto, en
este trabajo, es trazar un itinerario lorquiano por las distintas ciudades y
paisajes de Andalucía. Un recorrido completo, que no exhaustivo, para el cual
tomaremos como base fundamental las propias palabras del poeta tanto en verso
como en prosa, pues nadie mejor que él para manifestar la pasión que sentía por
su tierra.
Para comenzar, debemos plantearnos
una cuestión prioritaria: ¿cómo es
1. Interpretación de Granada
“Andaluz ejemplar”, denominación
de Pedro Salinas (1970, p. 192), Federico García Lorca nació, vivió y murió en
Granada y nunca pudo alejarse definitivamente de aquélla que le había dado su
luz y sus temas y le había abierto las venas de su secreto lírico, que
sagazmente encontró en el carácter, las costumbres y el habla de sus paisanos
junto a determinados motivos pertenecientes a la tradición granadina que
reelaboró, destruyendo determinados tópicos localistas con el fin de elevar,
depurar y enaltecer a su ciudad, dotando así a su obra de la genialidad y
universalidad que siempre se le ha atribuido[3].
El diálogo callado, siempre
existente, entre la ciudad y el poeta se materializará en sus palabras, como
muy bien puede observarse no sólo en su obra escrita, sino también en sus
declaraciones y, sobre todo, en las cartas dirigidas a sus amigos y a su
familia, donde también podemos observar cómo sentimientos a veces encontrados,
a veces opuestos, embriagarán su alma de una ciudad que observará de manera
profunda y meditada. En algún momento Lorca (1997a, pp. 130-131) escribirá a Melchor Fernández Almagro: “Granada
va palideciendo por instantes y en las calles que dan al campo hay una
desolación infinita y un rumor de puerto abandonado”.
En febrero de 1922 se dirige a
Regino Sáinz de
A veces, Federico se ahoga
viviendo en su ciudad, a la que en otras ocasiones considera propicia para
superar los conflictos que constantemente le atormentan: “Ahora más que
nunca, necesito del silencio y la densidad espiritual del aire granadino
para sostener el duelo a muerte que sostengo con mi corazón y con la
poesía”[4]. Sin embargo, en 1925, nuestro poeta, que por
entonces atravesaba una importante crisis personal, comunica a Fernández
Almagro su necesidad de abandonar la ciudad: “Granada es horrible. Esto no
es Andalucía. Andalucía es otra cosa […] La verdadera Granada es la que
se ha ido, la que ahora aparece muerta bajo las delirantes y verdosas luces de
gas” (García Lorca, 1997a, p. 301).
Pero por encima de todo Lorca
amaba su tierra, “la más misteriosa y encantadora del mundo musulmán” (1997a,
carta a José Bello Lasierra, p. 285), “pero para vivir en otro plan, vivir
cerca de lo que uno ama y siente. Cal, mirto y surtidor” (1997a, carta a
Melchor Fernández Almagro, pp. 244-245). Además, el poeta tenía opinión formada
sobre la vida social granadina, que consideraba “prodigiosa de poesía y
putrefacción lírica” (1997a, carta a Ana María Dalí, pp. 361-362), y sobre la
cultura, ante cuyo discurrir se sentía irritado. Visiblemente enfadado escribe
a su familia en 1930 convencido de que lo peor del mundo era Granada en lo
referente a esta cuestión[5].
Quizá el texto en prosa que mejor
exprese la interpretación de Granada que lleva a cabo García Lorca sea el
correspondiente a su conferencia sobre el poeta gongorino Pedro Soto de Rojas,
al plasmar en ella una estética de su ciudad basada en el amor a lo diminuto,
delicado e íntimo. Dice Lorca: “Granada ama lo diminuto. Y en general toda
Andalucía. El lenguaje del pueblo pone los verbos en diminutivo. Nada
tan incitante para la confidencia y el amor […]. Granada no puede
salir de su casa. No es como las otras ciudades que están a la orilla
del mar o de los grandes ríos, que viajan y vuelven enriquecidas con lo
que han visto: Granada, solitaria y pura, se achica, ciñe su alma extraordinaria
y no tiene más salida que su alto puerto natural de estrellas. Por eso,
porque no tiene sed de aventuras, se dobla a sí misma y usa del diminutivo para
recoger su imaginación, como recoge su cuerpo para evitar el vuelo excesivo
y armonizar sobriamente sus arquitecturas interiores con las vivas arquitecturas
de la ciudad”[6].
Más tarde, Lorca (2006, p. 115)
volverá a desarrollar una teoría estética de lo granadino en una conferencia de
1933 titulada “Cómo canta una ciudad de noviembre a noviembre”, donde añadirá
que la expresión más alta de su ciudad no es la poética, sino la musical: “Granada
está hecha para la música porque es una ciudad encerrada, una ciudad
entre sierras donde la melodía es devuelta y limada y retenida por paredes
y rocas […] Está recogida, apta para el ritmo y el eco, médula de la música”.
Esta vertiente musical, tan
significativa en la obra del poeta y que volverá a poner de manifiesto en su
charla sobre las “Canciones de cuna españolas” (García Lorca, 2006, pp. 89-107),
está ya presente en su primer libro, publicado en 1918 con el título: Impresiones
y paisajes[7],
donde en el bloque dedicado a “Granada”, incluye un texto titulado “Sonidos”
que bien podríamos considerar un “gran fresco musical” en el que los sentidos
del poeta despiertan ante un paisaje que “tiene tonos menores y tonos mayores.
Tiene melodías apasionadas y acordes solemnes de fría solemnidad”[8].
Sin embargo, un año antes García
Lorca había publicado su primer texto en prosa poética con motivo del
centenario del nacimiento del poeta José Zorrilla. El Centro Artístico de
Granada organiza un acto homenaje que completaría con la dedicación de un
número extraordinario de su Boletín al autor de A buen juez, mejor
testigo. Lorca tituló su texto “Fantasía simbólica”, breve composición
en la que intenta definir la personalidad de Granada siguiendo una tendencia
fundamentalmente dramática en la que se dejan oír las voces de
A partir de este momento,
Con respecto al primero, las
calles son estrechas y dramáticas, extraños senderos de miedo y de fuerte
inquietud o remolinos de cuestas imposibles de bajar, llenas de grandes
pedruscos y muros carcomidos por el tiempo. Las casas están dibujadas con gran
teatralidad, evocando la danza. Personificadas, “se montan unas sobre otras,
con raros ritmos de líneas. Se apoyan entrechocando sus paredes con original y
diabólica expresión”. Lorca seguirá describiendo todo el ambiente de misterio y
dramatismo de este Albaicín pasional y trágico. Sin embargo: “Hay otros
rincones por estas antigüedades en que parece vivir un espíritu
romántico netamente granadino… Es el Albaizín hondamente lírico…”.
El contraste es evidente. El
macabro escenario anterior deja paso a calles silenciosas con casas de hermosas
portadas, jardines admirables de color y sonido, conventos de clausura
perpetua…: “Calles de serenata y de procesión con las candorosas vírgenes
monjiles… Calles que sienten las melodías plateadas del Dauro y las romanzas
de hojas que cantan los bosques lejanos de
Siguiendo la línea de esta
idealización romántica de la ciudad histórica recuperada por el modernismo[12]
no podemos olvidar, ya en su poesía, composiciones tempranas como “Granada:
Elegía Humilde”, -publicada en
el periódico granadino Renovación, en el número extraordinario dedicado
a las fiestas del Corpus correspondiente al 25 de junio de 1919-, o la “Elegía
a Doña Juana
Aquélla que irá evolucionando
hacia la estilización de lo popular en libros como Poema del cante jondo y
Romancero gitano. En 1931 Lorca declarará refiriéndose a este último: “[…]
no es gitano más que en algún trozo al principio. En su esencia es un
retablo andaluz de todo el andalucismo. Al menos como lo veo yo. Es un canto
andaluz en el que los gitanos sirven de estribillo. Reúno todos los elementos
poéticos locales y les pongo la etiqueta más fácilmente visible. Romances
de varios personajes aparentes, que tienen un solo personaje esencial:
Granada”[14].
Granada, por tanto, se presenta
como el símbolo por excelencia de una Andalucía siempre presente en la obra
lorquiana, o, más concretamente, la pena granadina que, según palabras de Lorca
(2006, pp. 155 y 159) en su “Conferencia-recital del Romancero gitano”,
“se filtra en el tuétano de los huesos y en la savia de los árboles y que no
tiene nada que ver con la melancolía ni con la nostalgia, ni con ninguna otra
aflicción o dolencia del ánimo; que es un sentimiento más celeste que
terrestre; pena andaluza que es la lucha de la inteligencia amorosa con el
misterio que la rodea y no puede comprender”. Es la pena de muchas mujeres
lorquianas, pero sobre todo de
Normalmente, el espacio granadino
siempre se presentará desrealizado por el poeta y convertido en mito, “juego de
luna y arena” en el “Romance de
“San Miguel lleno de encajes
en la alcoba de
su torre,
enseña sus bellos
muslos
ceñidos por los
faroles.
Arcángel
domesticado
en el gesto de
las doce,
finge una cólera
dulce
de plumas y
ruiseñores.
San Miguel canta
en los vidrios;
efebo de tres mil
noches,
fragante de agua
colonia
y lejano de las
flores”.
Por último, la ciudad también está
presente en algunas de las mejores obras del teatro de Lorca. Destacaremos como
ejemplos más significativos el caso de Doña Rosita la soltera o el
lenguaje de las flores y Mariana Pineda, que nos van a situar,
aunque de manera distinta, en
Esta “tragedia sin sangre”
presenta ya un subtítulo bastante significativo para la finalidad que
perseguimos: “Poema granadino del novecientos, dividido en varios jardines con
escenas de canto y baile”. Aquí, a la alusión directa a Granada, debemos unir
la presencia del jardín como “paraíso cerrado para muchos”, o lo que es lo
mismo, el típico carmen en el que Lorca sitúa esta obra de la que nos interesa
destacar fundamentalmente la evocación nostálgica de un mundo romántico ya
desaparecido y recreado en poemas como “Granada y
Con Mariana Pineda, Lorca
pretendía construir un carácter recreando el ambiente de
Este carácter anecdótico, que no
histórico, con el que Lorca quiere impregnar su obra, está perfectamente
reflejado en una carta enviada a Melchor Fernández Almagro en 1923: “Marianita,
en su casa de Granada, medita si borda o no borda la bandera de
2. La provincia de Jaén y las
primeras excursiones artísticas con Martín Domínguez Berrueta.
Ya adelantábamos al principio que
también existen en la obra de Lorca algunas referencias, no siempre explícitas,
a otros territorios andaluces, entre ellos Jaén. Debemos situarnos en el curso
académico 1915-1916 en que el poeta inicia sus estudios universitarios en las
facultades de Derecho y Filosofía y Letras de
Muy influido por
En Baeza, el grupo de estudiantes
conocería al poeta Antonio Machado, quien desde 1912 enseñaba francés en el instituto
de la ciudad. El 10 de junio por la mañana, los estudiantes llegaron en tranvía
a Úbeda donde recorrieron, entre otros, los palacios del Marqués de
Ya por la tarde, visitaron
oficialmente el Instituto de Baeza, ubicado en la antigua Universidad,
asistiendo a una lectura de Campos de Castilla dada por el propio
Machado, quien también recitó versos de Rubén Darío, fallecido el 6 de febrero
de aquel mismo año, algo insólito en él dada su reticencia a la declamación. La
jornada finalizaría con una velada que tendría lugar en el Casino de Artesanos
de Baeza, en la que Lorca interpretó al piano una selección de piezas clásicas
y varias composiciones suyas de inspiración andaluza.
Sin embargo, no sería éste el
último contacto de Lorca con la ciudad giennense a la que tendrá oportunidad de
volver un año más tarde en una nueva excursión artística[20].
También en esta ocasión, Machado llegó a leer partes de “La tierra de
Alvargonzález” y Lorca, como ya venía siendo costumbre, deleitó a los presentes
al piano. A raíz de estos viajes por tierras de Baeza, la amistad entre
Domínguez Berrueta y Machado se intensificó. El 4 de junio de 1917, el gran
poeta escribiría en El País: “Berrueta recorre con sus alumnos los
pueblos de España; más que en las aulas tiene su cátedra en el tren, en
los coches de postas, camino de las viejas urbes, donde él con los suyos
busca una viva emoción del arte patrio y a donde lleva su palabra, su
ciencia, y la noble curiosidad de sus alumnos. Todas las primaveras,
coincidiendo con el paso de las cigüeñas y la vuelta de las golondrinas,
hemos visto aparecer por esta vieja ciudad de Baeza, a Berrueta con su
alegre grupo de universitarios granadinos. Van a Córdoba o vienen de Toledo,
se proponen llegar a Santiago pasando por Zaragoza y León, tal vez deriven
hacia Levante, acaso les esperan en Salamanca o en Burgos”[21].
Tiempo después, Francisco García
Lorca (1997, pp. 116-117) referirá cómo este primer contacto con ciudades y monumentos
fuera de Granada hizo que Federico organizara algunos viajes “menos académicos”
a Úbeda y Baeza con algunos amigos donde “era cuestión de vivir la pequeña
ciudad, callejeando, asomándose al paisaje, entrando en el casino, charlando
con los amigos locales que ya Federico tenía […]. No olvidaré la noche de
grandes nubes y luna llena, sentados en la fuente de
Fruto de estas experiencias
nacería un escrito no conservado con el título “A la fuente de Santa María de
Baeza”[22]
y algunos capítulos del mencionado libro Impresiones y paisajes: “Ciudad
perdida” y “Un palacio del Renacimiento”, donde su autor nos transmite una
personal y romántica visión de
En el marco de un espléndido
paisaje, y “cercada de montañas azules, en las cuales los pueblos lucen su
blancura diamantina de luz esfumada”[23],
Baeza se erige como una ciudad sumida en un abandono que Lorca atribuye a
“¡Esta monomanía caciquil de derribar las cosas viejas…!”; una ciudad solitaria
de “calles tristes y silenciosas” y “ruinas color sangre, arcos convertidos en
brazos que quisieran besarse, columnas truncadas cubiertas de amarillo y yedra,
cabezas esfumadas entre la tierra húmeda, escudos que se borran entre
verdinegruras, cruces mohosas que hablan de muerte…”; “palacios y casonas de un
renacimiento admirable, ornamentadas con figuras y rosetones primorosos” y la
catedral, “que tapa a la plaza con su sombra, y la perfuma con su olor de
incienso y de cera que se filtra por sus muros como recuerdo de santidad”. En
definitiva, “piedras antiguas llenas de herrumbre y oro” ante cuya presencia el
poeta se confiesa “borracho de romanticismo”.
Y Lorca siguió viajando a Jaén. El
2 de noviembre de 1925 envía a Melchor Fernández Almagro una tarjeta postal con
la imagen del Acueducto y el Carmen de
Pero sin duda, la más
significativa por su contenido es la enviada cinco días más tarde a Fernández
Almagro en la que Lorca (1997a, p.
307) escribe: “¿Pero tú conoces Jaén? No. Tú conoces Úbeda y quizás
Baeza. Éstas son dos ciudades mitad castellanas y mitad andaluzas. De
ahí es tu sangre. Pero el que está en Jaén puede decir que ha llegado al
corazón recóndito y puro de Andalucía la alta”.
En la segunda parte de esta carta,
Federico también escribirá sobre el Santo Rostro: “Se puede hacer el viaje
por besar el cristal donde surge la cara bizantina de Cristo, aceitosa y
llena de dulce intimidad entre las viejas esmeraldas y rubíes del
católico y viejo marco. Envuelta, además, en la unción sedosa de la liturgia.
Granada ya no es. Granada tiene, Jaén es unificada” [26].
Por lo que se refiere al resto de
la producción de Lorca, la provincia de Jaén no aparece sino intuida a través
de los elementos que configuran su característico paisaje. Sin embargo, hoy
sabemos que el famoso “Romance de la pena negra” se titulaba en una versión
inicial “Romance de la pena negra en Jaén”, según lo señala el propio Lorca a
Fernández Almagro en 1926, una localización que el poeta decidió suprimir en la
versión final de esta composición. En cualquier caso, el curioso dato nos sirve
para localizar esas “tierras de aceituna” en tierras giennenses.
También en el Poema del cante
jondo aparece nuevamente este paisaje del olivar donde “El campo/de
olivos/ se abre y se cierra/ como un abanico./ […] Los
olivos/ están cargados/ de gritos”. (“Paisaje”) o en “El
grito” donde “Desde los olivos/ será un arco iris negro/ sobre la noche azul”,
ambos pertenecientes al “Poema de la siguiriya gitana”.
También en el “Poema de la soleá”, Lorca evoca esta “Tierra seca, tierra
quieta/ de noches/inmensas. (Viento en el olivar,/viento en la sierra.)”, o los
“olivos centenarios” de ese “pueblo perdido,/en
3. La pasión por el
Mediterráneo: Málaga.
En 1925, nuestro poeta, que por
entonces atraviesa una importante crisis personal, comunica a Fernández Almagro
su necesidad de abandonar Granada y marchar a Málaga, sin duda una de las
ciudades por las que sintió mayor predilección de toda Andalucía “por su
maravillosa y emocionante sensualidad en carne viva” (García Lorca, 1997a, p.
240): “[…]. Yo, que soy andaluz y requeteandaluz, suspiro por Málaga,
por Córdoba, por Sanlúcar
Una vez recuperado de su profunda
depresión referirá a Ana María Dalí, hermana del pintor, cómo Málaga le ha dado
la vida. Una ciudad desde la que también escribe a Benjamín Palencia: “Su luz
es tallada como un brillante y su brisa tiene vello como los melocotones”, y a
Manuel de Falla, al que expresa su pasión por este “paraíso de Andalucía”, como
él lo llama: “¡Viva Málaga, señores! Viva el puente de Tetuán, el
huerto de los claveles y el barrio e
Y es que el Mar Mediterráneo va a
ejercer siempre un poderoso influjo sobre el poeta transmitiéndole el sosiego y
la serenidad interior perdidos; unos sentimientos que expresará de manera
recurrente en sus cartas: “el mar, la única fuerza que me atormenta y me turba
de la naturaleza… ¡más que el cielo! ¡mucho más! […]. Frente al mar olvido mi
condición, mi sexo, mi alma, mi don de lágrimas… ¡todo! Sólo me pincha el
corazón un agudo deseo de imitarlo y de quedarme como él, amargo, fosfórico y
desvelado eternamente”, escribiría a Fernández Almagro, y a Jorge Guillén: “¡Qué
mar prodigioso el Mediterráneo del Sur![…] (admirable palabra sur). La
fantasía más increíble se desarrolla de modo lógico y sereno. Los rasgos
andaluces se entrelazan con rasgos de un norte fino y tamizado!” (García Lorca, 1997a, pp. 240-241 y 360-361).
Sin embargo, la relación de Lorca
con Málaga procede de su más tierna infancia, cuando su familia pasaba sus
vacaciones estivales en esta ciudad donde se había asentado un tío abuelo del
poeta, también llamado Federico, que había dedicado su vida a la música dando
conciertos de bandurria en el mítico Café de Chinitas. Todo ello implicaría una
relación muy especial entre Lorca y esta tierra, afianzada “por amistades
imborrables” (García Lorca, Francisco, 1997, pp. 36-37), entre las que podemos
destacar las de los poetas Emilio Prados y Manuel Altolaguirre, entonces unos
niños. “A Emilio Prados (Cazador de nubes)” dedicará “La balada del agua
del mar”, del Libro de poemas: “El mar/ sonríe a lo lejos./
Dientes de espuma,/ labios de cielo”, porque, suscribiendo las
palabras de Manuel Alvar (1988, p. 7), “¿dónde podía haberse inspirado -¡en
1919!-, sino en las marinas de la costa malagueña? ¿A qué si no su dedicatoria
A Emilio Prados?”
Asimismo, la suite “Estampas del
mar” está dedicada a “Emilio y Manolo” (“El mar/quiere levantar/su
tapa./Gigantes de coral/empujan/con sus espaldas./Y en las cuevas de oro/las
sirenas ensayan/una canción que duerma/al agua./¿Veis las fauces/y las
escamas?/Ante el mar/tomad vuestras lanzas”), que también aparecen citados en
una composición de 1925 publicada tres años más tarde en la granadina revista gallo
titulada “La doncella, el marinero y el estudiante”: “Alrededor de la luna,
gira una rueda de bergantines oscuros. Tres sirenas chapoteando en las
olas, engañan a los carabineros del acantilado. La doncella en su balcón
piensa dar un salto desde la letra Z y lanzarse al abismo. Emilio Prados
y Manolito Altolaguirre enharinados por el miedo del mar, la quitan
suavemente de la baranda”[28].
Ante estas intensas impresiones y
experiencias es lógico pensar que la imagen de esta ciudad seguirá
reflejándose, estilizada y depurada, en algunas de las composiciones de nuestro
poeta. Podemos destacar el poema “En Málaga”, incluido en su libro Canciones
(“Suntuosa Leonarda./Carne pontifical y traje blanco,/en las barandas de
“Villa Leonarda”./Expuesta a los tranvías y a los barcos./Negros torsos
bañistas oscurecen/la ribera del mar. Oscilando/-concha y loto a la vez-/viene
tu culo/de Ceres en retórica de mármol”) o la evocación de “los limonares/de
Málaga la dormida” (“Juan Breva”)[29]
en su Poema del cante jondo, donde en el poema titulado “Malagueña”, el
cante aparece personificado en una mujer que a la vez representa la muerte que
“entra y sale/ de la taberna”, pero donde subyace, lógicamente, una alusión
indirecta a Málaga ciudad: “Y hay un olor a sal/y a sangre de hembra,/en los
nardos febriles/de la marina”. También los limonares, esta vez de “Málaga la
bravía”, volverán a aparecer en el romance de Torrijos de Mariana Pineda (estampa II, escena VIII) donde, en la estampa I Lorca
nos sitúa “En la corrida más grande/que se vió en Ronda la vieja”, ciudad
malagueña que había conocido en el ya mencionado viaje de estudios con el
profesor Berrueta.
Por último, en el cuadro III de
“De Cádiz a Gibraltar
¡qué buen
caminito!
El mar conoce mi
paso
por los suspiros.
¡Ay muchacha,
muchacha,
cuánto barco en
el puerto de Málaga!”
4. Algunos meses en Almería.
Otra de las ciudades andaluzas que
Lorca llegó a conocer en su infancia es Almería. La estancia del poeta queda
justificada a partir de la presencia en ella de Antonio Rodríguez Espinosa,
maestro de Fuente Vaqueros hasta 1901 en que marcha a Jaén donde permanece
hasta 1903, cuando es trasladado a
Almería ascendido a maestro nacional. Con objeto de incrementar el escaso
sueldo que percibía, Rodríguez Espinosa decide acoger en su casa como
pensionistas a un reducido número de escolares a los que tutela en sus
estudios. Sus dotes pedagógicas unidas a la amistad que mantenía con la familia
de García Lorca influyeron para que en 1908 éste se trasladase a la ciudad
acompañado de dos primos suyos con el objetivo de preparar su examen de ingreso
en el bachillerato.
Cuando Federico llega a Almería,
su maestro regenta la escuela del Hospicio. Sin embargo Lorca estudiará en la
escuela privada que el maestro poseía en la calle Arráez, en el que fue Palacio
de los Marqueses de Cabra, actual sede del Archivo Municipal, interrumpiendo su
permanencia en la misma en los primeros meses de 1909 por graves problemas de
salud (González Guzmán, 1964, pp. 203-220).
El poeta, que parece ser que no
volvió a visitar esta ciudad, tampoco declaró nunca cómo influyeron en él los
recuerdos de aquellos meses. Almería aparece nombrada una sola vez en la poesía
de Lorca, concretamente en el poema titulado “La monja gitana”, perteneciente
al Romancero gitano: “Cinco toronjas se endulzan/ en la
cercana cocina./ Las cinco llagas de Cristo/ cortadas en Almería”[30].
Su hermano Francisco (1997, p. 86)
escribirá que la misma palabra “Almería” despierta en el romance que la nombra
la presencia de las “yertas lejanías” propias de su paisaje, añadiendo que en
el romance del mismo libro titulado “Thamar y Amnón”, “el paisaje árido y
calcinado, la luz que cae como un cauterio sobre la tierra, las terrazas bajo
la luna, los muros y atalayas,
Ciertamente, este paisaje
desértico, casi africano, va a estar relacionado en su obra con acontecimientos
trágicos y violentos[31].
En su lectura del Romancero gitano el poeta ambienta el “Romance de
Precisamente, para escribir Bodas
de sangre, Lorca se basará en un violento suceso ocurrido el 22 de julio de
1928 en las inmediaciones del Cortijo del Fraile, situado en el almeriense
término municipal de Níjar[32];
un trágico asesinato que elevará al plano de lo poético y de lo mítico y donde
según una reseña de Melchor Fernández Almagro (1933), está presente el alma
misma del Romancero gitano, que no alude sino a los andaluces en su
proyección histórica y psicológica más profunda.
Nuevamente veremos aquí reflejada
5. Las grandes ciudades
históricas: Córdoba y Sevilla.
Prácticamente toda Andalucía, como
vemos, aparece reflejada en la obra de Federico García Lorca. Sin embargo, hay
tres ciudades especialmente significativas que, además, el poeta va a
caracterizar de forma radicalmente distinta utilizando en muchas ocasiones la
comparación entre ellas lo que, a su vez, le va a permitir destacar de manera
más intensa las particularidades de cada una. Se trata de Córdoba, trágica y
mortal[34];
Sevilla, alegre, brillante y seductora y, por supuesto, Granada, a la que
volvemos puntualizando que es sin duda la que ocupa el máximo lugar en la
creación lorquiana. En composiciones como la “Baladilla de los tres ríos”, del Romancero
gitano, y “Arbolé arbolé”, de Canciones, podemos ver cómo estas
ciudades aparecen representadas conjuntamente.
En la “Baladilla de los tres
ríos”, Lorca definirá dos de las tres ciudades señaladas: Sevilla y Granada, a
través de sus emblemáticos ríos: el Guadalquivir, gran río de Sevilla y los dos
pequeños ríos de Granada: el Darro y el Genil, estableciendo de esta forma un
parangón entre
“El río Guadalquivir
va entre naranjos y olivos.
Los dos ríos de
Granada
bajan de la nieve
al trigo.
¡Ay, amor
que se fue no
vino!
[…]
Guadalquivir, alta torre
y viento en los naranjales.
Darro y Genil,
torrecillas
muertas sobre los
estanques.
¡Ay, amor
que se fue por el
aire!”
Pero quizá sea en “Arbolé arbolé”
donde se encuentre una más acertada caracterización de las tres ciudades, que
van a ir adquiriendo forma de apuestos jóvenes cuya descripción coincidirá con la
de la urbe correspondiente:
“Pasaron cuatro
jinetes,
sobre jacas
andaluzas,
con trajes de
azul y verde,
con largas capas
oscuras.
´Vente a Córdoba, muchacha´.
La niña no los
escucha.
Pasaron tres
torerillos
delgaditos de
cintura,
con trajes color
naranja
y espada de plata
antigua.
´Vente a Sevilla,
muchacha´.
La niña no los
escucha.
Cuando la tarde
se puso,
morada, con luz
difusa,
pasó un joven que
llevaba
rosas y mirtos de
luna.
´Vente a Granada,
muchacha´.
Y la niña no lo
escucha”.
También en el poema “Sevilla” del Poema
del cante jondo, y a pesar de su título, Lorca se referirá a esta ciudad en
claro contraste con la de Córdoba, que sólo aparecerá en un estribillo
(“Sevilla para herir./Córdoba para morir”) donde aquélla es una ciudad que
hiere, pero que, lejos de toda tragedia, hiere con su luz y su belleza frente
al sentido funesto de
“Los cien enamorados
duermen para
siempre
bajo la tierra
seca.
Andalucía tiene
largos caminos
rojos.
Córdoba, olivos
verdes
donde poner cien
cruces,
que los
recuerden”.
La “Córdoba./Lejana y sola”,
sobriamente evocada por Lorca en su “Canción de jinete”, es una ciudad soñada y
creada poéticamente que representa una lejanía que la muerte, siempre trágica,
impide alcanzar: “Aunque sepa los caminos/yo nunca llegaré a Córdoba […]. ¡Ay
que la muerte me espera,/ antes de llegar a Córdoba!”, lamentará, frustrado, el
jinete[36].
La relación de Lorca con esta
ciudad abarca el período comprendido entre 1916[37]
y 1936, existiendo documentos[38]
que avalan la presencia del poeta en Córdoba en dos ocasiones a mediados de los
años 30. Precisamente, en una tarde del verano de 1935 en que Lorca paseaba por
la ciudad con un grupo de amigos cordobeses, entre los que se encontraba Manuel
Carreño[39],
comentó ante el Triunfo de San Rafael existente entre el Puente Romano y
“Un solo pez en el agua
que a las dos Córdobas junta.
Blanda Córdoba de
juncos.
Córdoba de
arquitectura.
Niños de cara
impasible
en la orilla se
desnudan,
aprendices de
Tobías
y Merlines de
cintura,
para fastidiar al
pez
en irónica
pregunta
si quiere flores
de vino
o saltos de media
luna.
Pero el pez que
dora el agua
y los mármoles
enluta,
les da lección y
equilibrio
de solitaria
columna.
El Arcángel
aljamiado
de lentejuelas
oscuras,
en el mitin de
las ondas
buscaba rumor y
cuna.
Un solo pez en el
agua.
Dos Córdobas de
hermosura.
Córdoba quebrada
en chorros.
Celeste Córdoba
enjuta”.
Y llegamos a Sevilla donde a San
Gabriel, el Arcángel que cierra esta trilogía, “anunciador, padre de la
propaganda, que planta sus azucenas en la torre de Sevilla”, Lorca lo
caracteriza como
“Un bello niño de
junco,
anchos hombros,
fino talle,
piel nocturna de
manzana
boca triste y
ojos grandes, […]
Sus zapatos de
charol
rompen las dalias
del aire,
con los dos
ritmos que cantan
breves lutos
celestiales.
En la ribera del
mar
no hay palma que
se le iguale,
ni emperador
coronado
ni lucero
caminante.
Cuando la cabeza
inclina
sobre su pecho de
jaspe,
la noche busca
llanuras
porque quiere
arrodillarse”.
García Lorca supo, de manera aguda
y extraordinaria, penetrar y captar la verdadera esencia de esta ciudad,
grandiosa e imponente, y lo hizo desde su propia experiencia. Parece ser que su
primer viaje a la capital hispalense tuvo lugar durante
Pero no sólo el tema de
Por otra parte, destacaremos la
aparición de otro elemento consustancial a la ciudad:
Sevilla, por tanto, nunca se
mostrará como una individualidad, sino respaldada por sus tradiciones más
arraigadas, sus monumentos y, por supuesto, por un entorno natural
perfectamente identificado con esta ciudad de “aire sonrosado”, emblema de
optimismo. Ya nos hemos referido al gran río de Sevilla, pero no podemos
olvidar sus olivos, el azahar (“Lleva azahar, lleva olivas/Andalucía, a tus
mares”, escribirá Lorca en la “Baladilla…”), sus naranjos, asociados a la
felicidad y el amor, y su llanura, a la que se referirá Rosita en
En definitiva, si como señala
Vázquez Medel (2003, p. 188) fue Juan Ramón Jiménez quien, rompiendo con la “obsesión
castellanista” de
“Pero el alma que
allí canta, que allí en el misterio de la creación poética se cela y a la par
se descubre, no es el alma del poeta: es el alma de su Andalucía, es el alma de
su España. […] ¡El alma de su España andaluza, gitana y romana, patente y
densa, olor y luz aliviados en música en la poesía de García Lorca!”
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p. 184-191.
[1] No tenemos
constancia de ningún texto donde se haga referencia a la provincia de Huelva,
aunque sabemos que García Lorca expuso sus dibujos en el Ateneo de su capital
en 1932.
[2] Cfr. “Andalucía.
Tema y visión”, en García Lorca, Federico (1986), pp. 19-54. Luis García Montero,
en su edición del Poema del cante jondo
(García Lorca, 1990, p. 21) sostiene que desde el siglo XIX se establece una
disputa básica entre el regionalismo tópico y la lectura estilizante y
universista de las formas populares, y que Lorca siempre va a mantener esta
opinión diferenciadora entre costumbrismo y depuración huyendo, en definitiva,
del costumbrismo que el propio Federico denominó de “primeros términos”,
cuya única razón de ser es la exaltación de lo local.
[3] Enrique Martínez
López (1989, pp. 15-69) realiza un exhaustivo análisis de la presencia de
Granada en la obra de Lorca. Vid. también Soria
Ortega, A. (1978); Soria Olmedo, A. (2003) y Millán, M. C. (2005) pp. 397-411.
[4] “Mariana
Pineda en Granada”, El Defensor de Granada, 7 de mayo de 1929.
[5] Lorca (1997a, pp.
669-700) está realmente indignado ante la falta de vida, arranque y afición del
Ateneo de Granada “pobre y engurruñado”. A este respecto, también resulta muy
significativa una carta enviada desde Madrid a Constantino Ruiz Carnero el 21
de diciembre de
[6] “Paraíso cerrado
para muchos, jardines abiertos para pocos. Un poeta gongorino del siglo XVII”, García Lorca (2006), p. 55.
[7] Para las citas,
seguiremos la edición de Lozano Miralles (García Lorca, 1994).
[8] Sobre esta actitud
musical de Federico García Lorca vid. Soria Ortega, A. (1980), p. 232-297.
También Guillermo Díaz-Plaja (1948) incide en la correspondencia existente
entre la música y una prosa impregnada de un fuerte romanticismo.
[9] “Fantasía
simbólica”, Boletín del Centro Artístico
y Literario de Granada (Homenaje a Zorrilla en el primer centenario de su
nacimiento, 1817-1917), p. 50. Los coordinadores de este número fueron
Antonio Gallego Burín y Melchor Fernández Almagro, que lograron reunir las
colaboraciones de Natalio Rivas, Melchor Almagro San
Martín, Francisco Arévalo, José Zahonero, Juan Ramón Jiménez, Alfredo Cazabán,
Nicolás María López, Manuel Machado y Federico García Lorca, entre otros. El magnífico resultado fueron 56 páginas en las que
Zorrilla comparte protagonismo con Granada, la ciudad que años atrás lo había
acogido durante aquellos días espléndidos de su coronación como poeta nacional
en el Palacio de Carlos V. Precisamente, la mayoría de los trabajos publicados
hacen referencia, de una u otra forma, a dos aspectos al referirse al poeta
vallisoletano: por un lado, Zorrilla como poeta nacional, y más concretamente,
y este sería el segundo aspecto que destacamos, Zorrilla como cantor de las
bellezas de Granada.
[10] Cfr. Gallego
Burín, A. (1929).
[11] Cfr. Ruiz Carnero
C. (1924) y Gil, R. (1901), pp. 141-144.
[12] Heras Lázaro, M.
A. (2000), pp. 412-421, analiza los diferentes procesos de elaboración de
Granada como mito, desde la mencionada idealización romántica de la ciudad histórica
recuperada por el modernismo, hasta la estilización de lo popular llevada a
cabo por los poetas del 27.
[13] “No es frecuente
que Lorca cante en su obra la tópica Granada árabe que sale maltrecha,
literariamente, tras la maurofilia del siglo XIX, la presencia física en la
ciudad del poeta Zorrilla y la insistencia en los paseos literarios por sus
jardines y palacios de Villaespesa. Por temor a esa rutina y por talante
generacional Lorca canta la otra Granada, la de abajo,
[14] Entrevista
realizada por Gil Benumeya,
[15] Son poemas pertenecientes
al libro Canciones.
[16] Así lo declara
Lorca (2006, p. 595) en diciembre de 1935.
[17] En unas
declaraciones de 1927 Lorca (2006, p. 335) sostiene: “No enfoqué el drama
épicamente. Yo sentí a
[18] Sobre la
biografía de Martín Domínguez Berrueta vid. Esperabé de Arteaga, E. (1945), pp.
44-45; Ebro, M. C. (1952), pp. 226-227; Gallego Morell, A. (1989); Gibson, I.
(1998), pp. 71- 72.
[19] La revista
granadina Lucidarium (1916-1917) servirá de altavoz de tales excursiones
artísticas. Sobre ello, y para conocer de forma más detallada el itinerario y
pormenores de cada uno de los viajes realizados, remitimos a Gallego Morell, A.
(1989). Sobre este primer viaje de Lorca a Baeza vid. también Gibson, I.
(1985), pp. 114-127; Chica, F. (1992), pp. 13-20, y Gibson, I. (1998), p. 77.
[20] Sobre este
segundo viaje vid. Gallego Morell, A. (1989)
Gibson, I. (1998), pp. 95-96. Francisco Chica no alude a esta visita a
la ciudad giennense, señalando que la segunda realizada es la correspondiente a
1925.
[21] Antonio Machado,
“Granada: el doctor Berrueta”, El País, Madrid, 4 de junio de 1917.
Artículo reproducido por Baamonde, M. A. (1969), pp. 1 y 12.
[22] Sabemos de su
existencia a través de una carta sin fecha remitida a Lorca por su amigo de
Baeza Lorenzo Martínez Fuset: “Hace unos días estaba con Reposo Urquía [joven
pianista a la que Lorca había conocido en Baeza y a la que dedicaría el capítulo que versa sobre esa ciudad
incluido en Impresiones y paisajes], que es una linda muchacha
que profesa por tu música y tus escritos gran veneración y marchando en tu
derredor me citó un escrito que según ella es cautivador y que no has tenido a
bien leerme y aún menos referirme. Es el tal escrito `A la fuente de Santa
María de Baeza´, y ardí en tales deseos que exijo y espero de tu bondad leerlo,
siendo mi súplica acordada por Reposo que saborearía con sumo gusto el néctar
de definición placenterísima. Ésta repitióme mil veces te diese recuerdos y en
títulos pomposísimos, como al más preclaro de los hombres, pues así te
conceptúa”, García Lorca, F. (1997a), nota 69, p. 46.
[23] Las citas
corresponden al primero de los capítulos señalados. También resulta interesante
el texto sobre “Baeza” publicado por Domínguez Berrueta (1915, p. 3).
[24] Lorca realizó
este viaje acompañado de sus amigos José Segura Soriano, Alfonso García
Valdecasas, Miguel Pizarro y Manuel Torres López.
[25] Título de la
revista que por entonces dirigía el ubetense y cronista de la ciudad Alfredo
Cazabán.
[26] García Lorca, F.
(1997a), p. 307.
[27] García Lorca, F.
(1997a), p. 301. Advertimos en estas palabras la presencia de Cádiz, tierra de
su gran amigo Rafael Alberti, una ciudad de espíritu abierto, alegre y
bullicioso que Lorca recordará desde
[28] Gallo (1928/1988), p. 19. Sobre la
amistad de Lorca y Emilio Prados vid. Prado, E. (1998) y Gómez Torres, A.
(1989), pp. 82-84. En este último artículo, Gómez Torres (1989, pp. 86-90) también
se refiere al carácter profesional que adquiere la amistad entre García
Lorca, Emilio Prados y Manuel Altolaguirre en 1925 al fundar la imprenta
Sur, de donde saldría, dos años más tarde, la primera edición del libro Canciones.
Meses antes, a finales de noviembre de 1926, Lorca había colaborado
también con los poetas malagueños al enviar algunos de sus romances
(“San Miguel”, “Prendimiento de Antoñito el Camborio” y “Preciosa y el aire”)
a la revista malagueña Litoral.
[29] Sobre este famoso
cantaor de malagueñas vid. la nota al poema incluida en García Lorca, F.
(1986), p. 189.
[30] También se la
vuelve a nombrar en su obra teatral Mariana
Pineda, en la que aparece de nuevo el recurso de la procedencia almeriense
de las naranjas, tal y como le cuenta por carta Federico (1997a, pp. 207-208) a
Melchor Almagro: “Por la calle pasa un
hombre vendiendo `alhucema fina de la sierra´ y otro `naranjas, naranjitas de Almería´”.
[31] Desde la
disciplina de
[32] Cfr. García Lorca
(1997b).
[33] Cfr. García Lorca
(1997c).
[34] “Si en la poesía
lorquiana la noche es el espacio habitado por la muerte y expresado por la
elegía, donde el puñal o el llanto se encadenan,
[35] Son poemas
pertenecientes al Poema del cante jondo. También en el poema “Alba”, del
mismo libro, vuelve a aparecer la ciudad de Córdoba comparada, esta vez, con
Granada: “Campanas de Córdoba/en la madrugada./Campanas de amanecer/en
Granada”. Allen Josephs y Juan Caballero (García Lorca, 1986) ponen en relación
a su vez este poema con “La aurora” de Poeta en Nueva York, haciendo
notar la diferencia existente entre esta Andalucía que Lorca poetiza y el mundo
neoyorquino, caótico y mecanizado.
[36] Francisco García
Lorca (1947, pp. 233-244) realiza un interesante y profundo análisis de este
poema, reproducido en Gil, I. M. (ed.)
(1975), pp. 275-285.
[37] Recordamos que en
junio de ese año tendrían lugar las ya mencionadas excursiones artísticas con
el profesor Berrueta. Gallego Morell (1989, p. 55) se sorprende de que a pesar
de que los estudiantes habían permanecido en Córdoba tres días visitando todos
los monumentos de la ciudad, Lorca no recoja en su libro Impresiones y
paisajes ninguna evocación de este viaje: “[…] es sorprendente que la
conciencia literaria del Lorca de 1916 no vibrase ante el primer contacto con
Córdoba, tan distante de lo que era
[38] Se trata de dos
dedicatorias dirigidas al joven poeta cordobés José María Alvariño sobre
ejemplares del Romancero gitano y Bodas de sangre.
[39] Según Carreño, las
visitas de Lorca a Córdoba eran muy habituales, lo que siempre aprovechaban
para realizar rondas poéticas nocturnas. Una noche de Jueves Santo de
principios de los 30, viendo la salida de
[40] Cit. Hernández,
M. (1996).
[41]
“Conferencia-recital del Romancero gitano”, García Lorca, F. (2006), p.
159.
[42] Vid. carta a su
familia, 13 de abril de 1922, García Lorca, F. (1997a), pp. 145-146.
[43] Para el análisis
de los distintos temas relacionados con Sevilla seguimos a Durán Medina, T.
(1974).
[44] Vid. carta a
Melchor Fernández Almagro, García Lorca, F. (1997a), pp. 155-156. El motivo del
agua detenida ha sido analizado por Brian Morris, C. (1988), pp. 159-189 y
Soria Olmedo, A. (2003), pp. 107-109 y (2004), pp. 86-89.
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