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Raquel Fernández Cobo
(Universidad Autónoma de Barcelona)
RESUMEN
El
presente artículo analiza los microrrelatos de Ajuar funerario de Fernando Iwasaki desde un modelo de análisis
cognitivo con la intención de demostrar que la transgresión que se produce en
el lenguaje, la cual da lugar al género fantástico, es causa de una ruptura
entre las relaciones que se establecen entre el lenguaje, la mente o la
experiencia y el mundo.
Palabras clave: Fernando Iwasaki, lingüística cognitiva, Ajuar funerario, ironía
ABSTRACT
This article analyzes the micro-stories of “Funerary trousseau” of
Fernando Iwasaki from a cognitive analysis model with the intention of
demonstrating that the transgression that occurs in language, which gives rise
to the fantasy genre, it causes a rift between the relations established between language, mind or
experience and the world.
Keywords: Fernando
Iwasaki, cognitive linguistics, irony, Funerary trousseau
1.
Introducción
Los seres humanos
nos hemos comunicado durante toda nuestra larga historia de dos maneras
distintas. Una es el lenguaje racionalista, empírico y lógico del que hacemos,
tal y como señala Barthes en Mitologías,
un “uso social”. La otra forma es el mito que, de una manera general, tiene la
función de dar sentido a nuestra realidad, de ordenar el caos. Es el patrón
narrativo que cada sociedad concreta utiliza para respaldar sus creencias, dar
significado a la existencia y calmar los miedos y angustias colectivas
provocadas por la incertidumbre de lo desconocido. Esos miedos se han
transmitido a través de la memoria colectiva de diversas formas artísticas y
culturales. Centrándonos en las formas artísticas, ha sido sobre todo la
literatura fantástica la encargada de recoger todos esos mitos que se escapan a
los límites de la razón.
Algunos críticos
como Louis Vax consideran el miedo como característica indispensable del texto
fantástico. Del mismo modo, también para H.P Lovecraft “un cuento es fantástico
si el lector experimenta una sensación de temor y terror, la presencia de
mundos y presencias insólitas” (LOVECRAFT, 1984: 16). No obstante, la mayoría
de los críticos coinciden en señalar que lo fantástico reside en el elemento
sobrenatural y no en el sentimiento de temor o angustia. Entendiendo aquí por
sobrenatural todo aquello que transgrede las leyes que gobiernan nuestro mundo.
Lo fantástico es, como acertadamente apunta Callois un juego que “traduce el miedo ante la transgresión de una aparente
realidad de un mundo que se quiere controlar” (CALLOIS, 1970: 12). Es la
transgresión, por tanto, la característica fundamental que un texto debe
cumplir para clasificarse como género fantástico. Y cuando ésta se da el lector siempre
experimenta una intensidad emocional
de terror, miedo, angustia, peligro, desconcierto, etc.
El interés de la crítica por abordar esta
transgresión fantástica se ha centrado mayoritariamente en indicar los temas
canónicos del género (nivel de los contenidos) y la predilección por
representar determinados recursos formales (nivel semántico y gramatical),
olvidando por completo la transgresión que se genera desde el propio lenguaje.
Así, Todorov en Introducción a la
literatura fantástica plantea que para analizar todo texto fantástico es
necesario establecer tres niveles de análisis: semántico, sintáctico y verbal,
cada uno de los cuales tiene sus propios recursos y procedimientos formales. De
igual modo Rosa Campra afirma que “no existe lo fantástico sin la presencia de
una transgresión: sea a nivel semántico, como superación de los límites entre
dos órdenes dados como incomunicables; sea a nivel sintáctico, como ruptura o
carencia de funciones en sentido extenso; sea a nivel verbal, como negación de
la transparencia del lenguaje” (CAMPRA 2001: 157). La diferencia de la teoría
de Todorov y la de Campra es que, según ella, la transgresión sintáctica puede
surgir de una ruptura en la organización de unos contenidos no fantásticos que
distorsionen igualmente la realidad y nuestra concepción de mundo. Además, Todorov postula que no hay un género
fantástico más allá del siglo XX desde la aparición del psicoanálisis y, plantea que el género termina con la
“Metamorfosis” de Kafka. La propuesta de Campra, en cambio, propone que lo
fantástico se concentra en el nivel verbal y
piensa, al igual que Erdal Jordan, que hemos pasado de un fantástico
semántico en el XIX a un fantástico del discurso[i] en el siglo XX. Es decir,
al intentar hilvanar una historia del género fantástico que explique la
continuidad entre los relatos fantásticos del XIX llenos de monstruos, vampiros
y otras presencias insólitas, y los relatos fantásticos del siglo XX que
carecen (supuestamente) de esa dimensión terrorífica, ha surgido la diferencia
entre lo fantástico de percepción y
lo fantástico del discurso o del
lenguaje, como prefiere llamarlo Erdal Jordan. Lo fantástico de percepción va ligado a la confianza de que el
lenguaje puede representar la realidad identificando siempre el significado con
el significante; mientras que lo fantástico del lenguaje nace de la ruptura y
desconfianza entre la relación lenguaje/mundo. Ahora el lenguaje no sirve para
representar la realidad porque esta no es única, sino múltiple y cambiante. Ya
Callois decía: “Si la realidad es cambiante, lo son también sus reglas y sus
representaciones, con que podemos afirmar que las categorías de realismo y fantástico resultan necesariamente históricas, dado que los
sistemas convencionales son evidentemente tributarios de la historia, no
pudiéndose establecer con validez para todas las latitudes” (CALLOIS 1970: 45).
Esa desconfianza en
el lenguaje explica que para Campra y Jordan la transgresión se concentre en el
nivel verbal: si significado y significante mantienen una relación inmotivada
entonces estamos admitiendo que el sistema lingüístico es autónomo y que, por
tanto, el lenguaje es una realidad en sí misma con gran poder. De ahí que ya no
sea necesaria la aparición del elemento sobrenatural porque la transgresión se
puede generar simplemente por las incoherencias y falta de nexos entre los
elementos de la realidad porque “a diferencia de lo fantástico del XIX lo
neofantástico no trata de destruir la realidad mediante la irrupción de lo
sobrenatural, sino ofrecer intuiciones acerca de una realidad más profunda. Lo
neofantástico respondería a una concepción inédita de la realidad, según el
cual al margen de la realidad existirían otra realidad” (ROAS 2002: 43 ).
Como hemos visto,
todas las propuestas de análisis de lo fantástico se centran en aspectos
semánticos (como en Todorov) o en aspectos sintácticos y verbales (como en
Campra y Erdal Jordan). No existe todavía una propuesta de análisis que vincule
esa transgresión desde el propio lenguaje a excepción del modelo cognitivista
de Tahiche Rodríguez.[1]
Él, con ayuda de la lingüística cognitiva, formula un modelo de análisis que
logre dar cuenta de la evolución del género fantástico desde sus inicios
románticos hasta las manifestaciones más posmodernas. Y sintetiza su modelo de
análisis en tres puntos:
1. La transgresión como elementos semántico formal: la
transgresión es siempre una transgresión desde el lenguaje
2. La transgresión como prototipo: la transgresión funciona
como elemento de continuidad y cohesión del género sincrónica y
diacrónicamente.
3. La transgresión como configuración: la transgresión no se
corresponde con recursos lingüísticos aislados sino con combinaciones
particulares de los mismos.
La novedad de la
tesis de Tahiche es que considera que la transgresión siempre se genera desde
el lenguaje como una ruptura en la necesaria combinación y relación entre los
niveles semánticos, gramaticales y pragmáticos. Ya Roas señalaba que “el lector
necesita de lo real para comprender lo expresado; en otras palabras, necesita
de un referente pragmático” (ROAS, 2001: 30).Yo propongo un análisis que parta
de la lingüística cognitiva similar al de Tahiche Rodríguez pero añadiendo y
matizando algunos conceptos.
La lingüística
cognitiva nace con fuerza en 1987 y defiende que el pensamiento surge de la
experiencia y tiene sentido según esa experiencia; idea que parte del
experiencialismo filosófico. Para los cognitivistas la función del lenguaje es
simbólica y su función es significar de modo que el léxico, la sintaxis y la
semántica se conciben como una continuidad porque hay una relación estrecha y
desvinculable entre lenguaje, mente y mundo. Para ellos, el estudio del
lenguaje no puede separase nunca de su función cognitiva y comunicativa. Dentro
de la lingüística cognitiva existen tres modelos de análisis que destacan: la
teoría de los prototipos, la semántica cognitiva y la teoría de la metáfora. Me
propongo analizar, por medio de esas tres teorías, los microrrelatos de Ajuar Funerario de Fernando Iwasaki con
la intención de demostrar que la lingüística cognitiva es el modelo más
adecuado para abordar los temas y recursos formales de la literatura fantástica
puesto que es un modelo de análisis que establece una relación equilibrada
entre el significado semántico y gramatical teniendo en cuenta que la
experiencia que cada ser humano tiene del mundo la procesa en la psique con
unas creencias culturales y personales que plasma en el lenguaje.
2.
Un enfoque cognitivista para el análisis de Ajuar
Funerario de Fernando Iwasaki
2.1. Semántica cognitiva
La semántica cognitiva intenta comprender
cómo creamos sentido a nuestro alrededor y como esos espacios de significados
nos permite perpetuarnos y sobrevivir en el mundo en que coexistimos, es decir,
la tarea de extraer un “mundo” del caos que gobierna el “cosmos”. Los conceptos
no son, por tanto, meramente “representaciones internas de una realidad
externa”, sino que cada significado deriva de una experiencia, y las
experiencias se organizan, al igual que el lenguaje, dentro de una base
cultural común. De ahí que las historias de terror no solo tengan la función de
provocar miedo en el lector sino que, al mismo tiempo, reflejan un sistema de
valores y creencias específico.
Los relatos de
Iwasaki nacen todos de esa base cultural común; utiliza historias de terror que
pertenecen a determinadas culturas y las parodia con la intención de
desmitificar los temores del ser humano y acercarnos más a fondo al origen del
miedo. En mi opinión, Iwasaki consigue desvelar por medio de un tratamiento
humorístico el origen del miedo. ¿Y cómo consigue aproximarse y analizar el
origen del miedo? jugando con los conceptos de la vida cotidiana que están
llenos de contenido ideológico y que se vinculan directamente con la mente y el
mundo.
En “La muchacha
nueva” un narrador homodiegético nos dice que no quiere, él y otros niños, que
llegue la nueva niñera a casa porque “todas nos cuentan historias espeluznantes
cuando papá y mamá salen”. Se revela en ello el miedo al desamparo, a sentirse
solos y desprotegidos. Sienten el miedo que provoca el desengaño de los padres
al dejarles solos, al traicionar su confianza, porque se supone que son ellos
quienes deben cuidarles y no unas extrañas que les “clavan los alfileres del
miedo en los ojos develados”. Iwasaki alude, por tanto, no a un miedo físico
sino a lo que Roas ha denominado como miedo
metafísico o intelectual. Pero el relato no termina ahí, en
la pura inocencia del niño que se siente desamparado, sino que Iwasaki nos
cuenta también qué le sucede a un niño cuando esto ocurre: “Esta noche nos
quedamos solos y la muchacha nueva nos ha amenazado con sus historias, pero no
la vamos a escuchar. Todavía tenemos la calavera y le pediremos al diablo que
también se la lleve”(…) (2004, 54-55).
La inocencia de los
niños queda interrumpida cuando pactan con el diablo. Así, es la perspectiva
infantil lo que en la mayoría de los relatos produce una ruptura entre las
relaciones conceptuales puesto que en la mayoría de las culturas la palabra
“niño” remite directamente a “dulzura” e “inocencia”. Estos juegos con las
relaciones conceptuales, que se dan en la mayoría de los relatos de Ajuar funerario, nos hacen reír y, al mismo tiempo,
reflexionar sobre las costumbres y tabúes culturales. De este modo en “De
incorruptis” se narra una procesión de monjas que se dirigen a una cripta con
la intención de realizar un acto religioso. Aparentemente parece un hecho
normal, propio de las monjas; lo que no es lógico es que tenga lugar bajo “la
luz de la luna” y que “la madre superiora” recite “la maldición”. Las monjas
rezan, no realizan sacrificios matando a tres novicias, o por lo menos esa es
la idea que nos han enseñado en la escuela. Las monjas son (culturalmente)
mujeres espiritualmente limpias, de ahí que el título “De incorruptis” nos dé
las claves de interpretación del texto o, mejor dicho, de recodificación del
texto. El DRAE define la palabra “incorrupto” como “no dañado, ni pervertido”
en la primera acepción y, curiosamente en la tercera acepción encontramos
definido el vocablo como “dicho de una mujer que no ha perdido la virginidad”.
Todos sabemos que las monjas son mujeres virginales, no dañadas y mucho menos
pervertidas, pero el acontecimiento del relato nos narra lo contrario. Iwasaki
juega con la relación de conceptos antitéticos como son monja-maldición e
invierte así los códigos culturales provocando la ironía por medio de un título
que nos ayuda a recodificar el relato.
En “Dulces de convento” el juego
antitético con el concepto “monja” es hiperbólico. Las monjas son aquí
literalmente convertidas en monstruos que el narrador describe como perros
“negros, crueles, y veloces”. Aunque es cierto que en ningún momento se dice
explícitamente que tales características pertenezcan a las monjas y no a los
perros, el narrador deja caer conceptos simbólicos altamente connotativos (“boca
ensangrentada”, “gorda”, “santiguaba”) que reflejan la perversión de las monjas
y los combina con un tono irónico (“monjitas”, “merendando”, “inocentes”). La
transgresión fantástica se da, por tanto, desde el lenguaje.
(…) Según la policía
las monjitas no oyeron nada, porque estaban merendando al otro lado del
convento. Las pobres tenían la boca como ensangrentada por culpa de las moras.
Papá enloqueció y un
día saltó el muro armado para acabar con los perros, pero después de una
batalla feroz volví a escuchar sus ladridos como carcajadas y el crujido de los
huesos en sus mandíbulas. De mi padre apenas quedaron algunos despojos, y
encima fue acusado de disparar contra las inocentes monjitas.
Pero esta vez pude verles mejor desde lo alto del
muro y no descansaré hasta acabar con esas alimañas. Especialmente con la más
gorda, la que se santiguaba mientras comía (2004: 33).
Otros microrrelatos sobre monjas perversas son “Las reliquias” o “Las manos
de la fundadora”. Las monjas no son las únicas que provocan temor, también las
abuelas, las madres y los niños más inocentes son convertidos por Iwasaki en
entes fantásticos que nos hacen experimentar miedo, angustia, horror o
desconcierto. En “Abuelita está en el cielo” Iwasaki juega con el concepto de
ternura y cariño que provocan las abuelas: “Mamá decía que la abuelita había
sido la mujer más buena del mundo, que todos la querían y que nunca le hizo
daño a nadie. (…) Pero mamá no quiere verla cuando viene de noche a mi cuarto,
llorando y toda despeinada, arrastrando a un bebito encadenado. Seguro que
tiene hambre porque a veces lo muerde” (2004: 85).
Todos hemos dicho alguna vez que las abuelas son como
unas “segundas madres” o que “mientras las madres nos crían las abuelas nos
malcrían”. Todas estas ideas parten de una base cultural común donde las
mujeres son principalmente las encargadas del hogar, la protección y la
educación de los hijos. Por ello, la mayoría de estos relatos hacen referencia
a los lugares dominados por mujeres como son la escuela (“Vamos al colegio”) y
el hogar (“El cuarto oscuro”, “La casa embrujada” o “El cuarto de
huéspedes”). No obstante, en particular
el relato anterior hace referencia a la obsesión que sienten las abuelas por
sus nietos; Iwasaki convierte esa obsesión en motivo de horror volteando el
concepto abuela-ternura desde la ironía. Como vemos, el lenguaje es clave para
descifrar lo fantástico que, como apunta Roas, “tiene que ver con los
sentimientos reprimidos, con los miedos colectivos que atenazan a los seres
humanos, con todo aquello que se escapa a los límites de la razón” (ROAS 2002:
42).
Otros de los recursos lingüísticos de los que se sirve
Iwasaki para desmantelar y desmitificar nuestras creencias y tabúes sociales
son, como señala Paz Soldán, la ambigüedad del lenguaje, convertir el lenguaje
figurado en lenguaje literal y utilizar un lenguaje “performativo” que consiga transformar la realidad. En el relato “La silla eléctrica” es el mismo título el que
nos conduce a una confusión en la interpretación del texto. A lo largo del
relato el narrador nos dice que solo piensa en “el dolor, el ruido y la luz”. Y
dice: “Si el trámite fuera indoloro miraría desafiante a mi verdugo, pero el
pánico me paralizará cuando contemple la obscena exhibición de los instrumentos
de tortura” (2004: 56). Todo nos hace pensar literalmente en una silla
eléctrica, es sólo al final del relato cuando el narrador nos desvela que
sentir todo eso es inútil porque dentro de un año estará allí: “en la consulta
del dentista”. De nuevo, Iwasaki nos hace volver al principio para
reinterpretar el relato. La ambigüedad del lenguaje sirve aquí para reflejar
nuestros temores más cotidianos como ir al dentista: los términos dolor, ruido,
luz, verdugo, pánico e instrumentos de tortura no dicen nada en sí mismos sino
que adquieren significado completo cuando los ponemos en relación dentro de
nuestro sistema conceptual que está puramente ideologizado. La metáfora de
“verdugo” como “dentista” y, todas las relaciones conceptuales que de esa
metáfora se derivan, desempeña un papel decisivo en la conformación de nuestra
realidad puesto que muchos de los cambios denominados culturales nacen de la
introducción de esas metáforas que reflejan los miedos más cotidianos. Esa
metáfora construye, por tanto, una nueva realidad; no es simplemente un recurso
lingüístico propio de la literatura, sino un medio para estructurar nuestras
acciones y actitudes frente al mundo.
En “La habitación maldita”, “Hambre”, “El milagro
maldito” y “Hasta en la sopa”, por citar los más representativos, el lenguaje
figurado se convierte en lenguaje literal. El más claro ejemplo sea quizás el
del último relato titulado “Hasta en la sopa”:
Comenzaron con los cubiertos. Yo los colocaba con
mucho cuidado y de pronto los guardaban o me los cambiaban de sitio. Luego
fueron las copas. La del agua a la derecha de la del vino. Pero nada. En cuanto
me descuidaba, todo desordenado. Por eso decidí sorprenderlos cuando sacaron la
vieja vajilla. Fue una pena. Si hubiera sido la azucarera no me hubiera
importado tanto, pero mi cabeza solo entraba en la sopera. No han vuelto a
poner la mesa (2004: 47).
Es uno de los
recursos más utilizados en sus relatos: darle un sentido literal a las
metáforas más coloquiales de uso cotidiano.
Otro de los recursos es emplear un lenguaje “performativo” que modifique la
realidad. En “El horóscopo”, por
ejemplo, el lenguaje se hace autónomo en sí mismo y es capaz de cambiar la
manera en la que percibimos el mundo y, por lo tanto, cambiar nuestra
percepción de lo real y la verdad. Aquí el lenguaje no solo describe sino que
provoca los hechos: “Antes de disparar restalló en mi memoria aquel mensaje
definitivo que leí en el periódico: tenga
cuidado con esa persona de su entorno que se propone arruinar todos sus planes.
Pero de pronto ella se volteó y sin darme tiempo a reaccionar me clavó un
cuchillo en el corazón. Nunca debí dejarle el periódico. Ella también era Tauro”
(2010: 80).
En “Peter pan” se da
cuenta de cómo la mirada infantil de un niño no distingue entre la realidad y
la ficción. En este caso, la perspectiva infantil no entiende que el lenguaje
es una manera de representar la realidad sino que necesita que el lenguaje
(“soy el hijo del Capitán Garfio”) se corresponda literalmente con la realidad.
Todos los papás de mis amigos son
superhéroes o villanos, menos mi padre que insiste en que él solo vende seguros
y no me crea esas tonterías. Aunque no son tonterías porque el otro día Gómez
me dijo que su papá era Tarzán y me ensenó su cuchillo todo manchado con sangre
de leopardo. (…)
Un día se quedó frito leyendo el
periódico y lo vi flaco y largo sobre el sofá, con sus vigores de mosquetero y
sus manos pálidas, blancas blancas como el mármol de mesa. Entonces corrí a la
cocina y saqué el hacha de cortar carne. Por la ventana entraban la luz de la
luna y los aullidos del papá de Mendoza, pero mi padre grita más fuete y parece
un pirata de verdad. Que se cuiden Merino, Salazar y Gómez, porque ahora soy el
hijo del Capitán Garfio (2004: 27-28).
El lenguaje, de nuevo, termina influyendo en la realidad
y construyendo una realidad nueva. El niño que, como Peter Pan, no quiere
crecer porque quiere ser “hijo del Capitán Garfio” y por tanto, no puede ni
tiene la capacidad como hijo y niño de ser responsable y maduro. Es el padre
quien tiene la función de proteger y de cuidar a su hijo de las agresiones que
éste reciba. En este caso, el padre debe adoptar la personalidad de un
superhéroe o supervillano para que ningún otro niño pueda agredirle: “Si yo
fuera hijo de Conan, Skywalker o Spidermanm entonces nadie volvería a pegarme
en el recreo”. Así, el niño no comprende el horror del acto de cortarle la mano
a su padre porque ha conseguido lo que todo niño necesita: seguridad y protección.
Iwasaki muestra aquí, mediante el lenguaje, que la inocencia de los niños
también tiene algo de perversión como vimos también en el relato de “La
muchacha nueva” donde los inocentes críos pactan con el diablo: “Que se
cuiden Merino, Salazar y Gómez, porque ahora soy el hijo del Capitán
Garfio” . Por otra parte, es interesante la referencia que hace Iwasaki a los
nombres de Merino, Salazar y Gómez, nombres que nos pueden hacer pensar en
otros autores de relatos fantásticos como son José María Merino, Salvador
Salazar Arrué y Gómez de la Serna. Es evidente el guiño del autor.
En “Los visitantes” (2004: 38) un narrador homodiegético
nos cuenta que llegaban huéspedes de todo el mundo a su vieja casona y para que
no estropearan los muebles, ni saquearan la despensa o se bebieran su whisky
mandó poner un azulejo “ténebre y barraco” que poco a poco fue ahuyentando a
todo el mundo, hasta que se fueron los criados, los amigos, los vecinos y ya no
quedó nadie. Sólo aquellos que “estropeaban los muebles, saqueaban la despensa
y se bebían mi whisky”. Entendemos aquí, que el texto del propio azulejo ha
creado una realidad autónoma y fantástica que se ha insertado en las leyes del
mundo del narrador. Así, el título “Los visitantes” en realidad alude tanto a
los huéspedes que llegaban a su vieja casona como a los “entes” que provocaron
la partida de sus habitantes. No obstante, Iwasaki no dice explícitamente si
realmente lo que provocó la huída eran fantasmas, monstruos o cualquier otro
tipo de seres insólitos o, si por el contrario, son las supersticiones y el
miedo que genera el texto lo que ha ahuyentado al pueblo; la elipsis está por
todas partes y es la imaginación del lector la que tiene que rellenar el contexto que
falta para que el sentido de la narración se complete.
En “Los yernos” la elipsis es también el recurso clave
que configura el sentido del texto. En él, un padre nos cuenta que no soporta
la idea de pensar que sus yernos arrasaran y maltrataran su biblioteca cuando
él muera.
Me sulfura suponer
que dentro de veinte o treinta años un yerno la tire a la basura para hacerle
sitio a un televisor más grande. “Hasta cuándo vamos a guardar la biblioteca
del empollón de tu padre?” chillarán. Ay, mis libros, mis viajes, mi memoria.
Por eso cogí un cuchillo y me escondí en el garaje hasta que salieron esos
maleducados. No se dieron ni cuenta.
¡Pobrecitas! Eran tan guapas (2004: 83).
Iwasaki con el título “Los yernos” juega con el lector a
hacerle creer que todo lo que va a acontecer en el texto tiene que relación
directa con los yernos, y es sólo en la última frase cuando, por medio de la
elipsis y la ironía, se recodifica el sentido del mismo. Por tanto, las expectativas del lector de encontrarse
con un relato de terror se invierten al llegar a la última frase (¡Pobrecitas!
Eran tan guapas) y nos propone una nueva lectura desde el humor. Asimismo,
suponemos que ellas están muertas por la combinación de los tiempos verbales
entre futuro y pasado (chillarán/ eran). Una vez más la transgresión se genera
desde el propio lenguaje.
Otro de los de los recursos lingüísticos que emplea
Iwasaki para la configuración de sus relatos son los juegos con las relaciones
conceptuales espaciales. Iwasaki en “El salón antiguo”, “Familia numerosa”, “La habitación maldita”,
“El cuarto oscuro” o “La casa embrujada” crea ambientes opresivos, asfixiantes
y claustrofóbicos que reflejan el miedo a ser enterrado vivo combinando y
alterando las relaciones conceptuales de habitación, cuarto, ascensor y caja
que remiten directamente al ataúd de los muertos. En “El salón antiguo”, por ejemplo, un niño
relata inocentemente el miedo que le produce el salón de sus abuelos porque
recuerda un lugar lleno de fotografías espeluznantes donde su madre siempre
llora:
Nunca me gustó el
salón antiguo de la casa de los abuelos. (…) Cada vez que abre el salón antiguo
todo el mundo se pone muy triste, y justo ahora que me han dejado entrar no me
dejan salir. Mi mamá se ha pasado horas de horas llorando, como el día que
metieron al abuelo en el salón. (…)
Todos se han ido del
salón antiguo y se han olvidado de mí. Igual que el día del abuelo. La señora
me mira con odio, esa niña me está llamando, el Cristo tiene un corazón en la
mano y yo no me puedo escapar de esta caja (2004: 76).
La inocencia y la incredulidad del niño no le permiten ver que el salón
antiguo de los abuelos se utiliza como sala para velar a los muertos y, por eso,
todo el mundo se pone muy triste y su madre llora cada vez que entra. El
narrador es un niño que acaba de morir y no sabe que ha muerto porque la
educación y la cultura que ha recibido han estado exentas, por lo visto, de
explicaciones sobre la muerte y los ritos que ella conlleva. El problema,
entonces, no reside en que la perspectiva infantil sea incapaz de descifrar los
códigos culturales sobre la muerte sino en que no comprende dichos códigos
porque su cultura lo considera tabú. D e
este modo, Iwasaki desmitifica la muerte
utilizando un narrador homodiegético que está muerto y nos habla con
naturalidad; la muerte no le ha provocado ningún pavor porque
no conoce los códigos culturales. Es al narrador a quien le tiene que provocar
congoja saber que nos habla un niño fallecido y, sin embargo, la ironía del
texto nos produce el efecto catártico contario: humor.
En “Familia numerosa” (2004, 60) un hombre nos
narra que se quedó atrapado en el ascensor de su trabajo junto con una familia
que le irritaba porque los padres estaban “más preocupados en rezar que en
buscar soluciones prácticas”. Cuenta como antes de perder el conocimiento vio a
aquél hombre rezando, “abrazado a los cuerpo desvanecidos de su familia”. Y al
recuperar la conciencia su mujer le dijo: “ha sido un milagro porque el verano
pasado murió una familia entera en el mismo ascensor”. La muerte produce pavor, miedo, horror porque
no sabemos que hay más allá de lo que conocemos, y lo desconocido, como apunta
Lovecraft, provoca el miedo más intenso. Pero las creencias sobre la muerte son
creencias fundadas por la cultura y la religión y tienen, por tanto, un
trasfondo puramente ideológico. En este relato Iwasaki intenta, una vez más, quitarle
importancia a la muerte con la intención de que el lector consiga aproximarse
al origen del miedo. Así, el narrador nos cuenta los hechos con tranquilidad y
naturalidad, en ningún momento percibimos que sienta la presencia de seres
insólitos o miedo a morir y, es solo en la última frase del texto donde nos
damos cuenta de que, en realidad, el protagonista estaba solo en el ascensor.
En “El cuarto
oscuro” (2004: 59) un hombre nos relata
como una pesadilla parece llevarle a un episodio de la infancia. En ella, la
madre Dolores le obligaba a hacer “unas cuentas larguísimas” y como no le
salían “los ojos de la madre se ponían rojos como los de los monstruos de los
dibujos” y al ponerse a llorar, lo
encerró “en el cuarto oscuro hasta el día siguiente”. La transgresión en este
relato se da en la última frase cuando nos damos cuenta de que esa pesadilla
fue un suceso real: “Mi esposa no me cree y quiere saber dónde estuve toda la
noche”. En esta historia encontramos conceptos claves que aparecen en otros
relatos y que configuran el significado del conjunto de los 89 microrrelatos.
Me refiero a la monja, la educación y el castigo.
Fernando Iwasaki se
sirve del lenguaje (y su lengua) para representar un trasfondo cultural que
responde a un sistema de vida como es el caso de la educación católica.
Asimismo, denuncia que muchos de nuestros miedos se originan a causa del mal
adoctrinamiento y del uso, a veces, del castigo como arma moral represora. La
utilización del miedo es, entonces, una herramienta ideológica y moral de las
que se han servido muchas doctrinas,
sobre todo la religión, para marcar unas normas y pautas de conducta ante
determinados actos. De ahí que Iwasaki nos plantee en sus relatos fantásticos la religión como una herramienta docente
perversa. Y ante tal idea sólo cabe la ironía y la distancia para poder hacer
una crítica de la educación ideológica. Ajuar
funerario es, ante todo, un juego con el miedo que nos plantea una nueva
lectura de las costumbres y las tradiciones desde una perspectiva irónica y
humorística.
De modo que para explicar lo fantástico en estos relatos no podemos
centrarnos solo en el interior de la obra analizando los temas (nivel
semántico) y su funcionamiento (nivel sintáctico) sino que, debemos analizar la
obra desde el exterior del texto porque un discurso está siempre en relación
constante con el discurso de la realidad que se articula como una “construcción
cultural”. Así, las expresiones lingüísticas y los conceptos de monja, madre,
abuela, monstruo, etc., son estructuras abstractas que no tienen significado en
sí mismas, sino que adquieren el significado por lo que tienen de realismo, por
la correlación directa no mediada con las cosas.
2.2
Semántica de los
prototipos o teoría de los prototipos
La teoría de los prototipos o semántica de los prototipos tiene sus
orígenes en la psicología y la antropología. Esta teoría no concierne más que a
uno de los niveles de categorización. Y debemos entender por categoría, no una
clase léxica, sino una clase de conceptos; un nivel conceptual de abstracción,
una idea mental. El prototipo no se produce solo en la estructura conceptual no
lingüística, sino también en las propias estructuras lingüísticas porque el
lenguaje forma parte del aparato
cognitivo general que se estructura por relaciones de mayor o menor grado de
proximidad. El ejemplo más utilizado en lingüística para comprender dicha
teoría es el ejemplo del gorrión: “El gorrión es más pájaro que el pingüino”.
En esa frase vemos como cada elemento de la oración no se define por sus rasgos
suficientes y necesarios, sino por la relación de semejanza de familia (campo
semántico) y se organizan en la mente gracias a los llamados “modelos
cognitivos idealizados” de manera que el prototipo puede cambiar dependiendo de
la realidad y las costumbres de cada contexto. Para explicarlo de una manera
más coloquial, volvamos al ejemplo de “gorrión”: en la antigua Roma se
utilizaba “passer” para designar al “gorrión” y no al genérico “pájaro”. En el
paso del latín al romance “passer” evolucionó a pájaro pero con el significado
genérico olvidando, así, la designación de “gorrión”. Con la palabra “mater”
sucedió algo similar: el vocablo designaba tanto a la nodriza (nutrix) como a la madre biológica (geretrix), mientras que hoy día la
palabra “madre” que funciona como prototipo designa muchas más realidades:
madre soltera, madrastra (madre adoptiva), madre trabajadora, madre (monja), segunda madre (abuela) etc. Lo que ha ocurrido
para que el campo semántico se amplíe es que la realidad ha cambiado y nuestra
mente necesita nuevas estructuras cognitivas que designen esa realidad .
Todo discurso se configura por medio de
ideas prototípicas. En los relatos de Iwasaki el prototipo se hace evidente
cuando percibimos que la mayoría de relatos giran en torno a figuras femeninas
que se asocian con el prototipo de “madre”. Al igual que el ejemplo anterior,
Iwasaki juega con el término de “madre biológica”, de “abuela” como persona que
ejerce las funciones de la madre y de “monja” como madre santa. Todos ellos
léxicos derivados de un mismo “modelo cognitivo idealizado”: madre.
PROTOTIPO |
REALIZACIONES SOBRE EL PROTOTIPO |
“MADRE” (modelo cognitivo
idealizado) |
“madre biológica” |
|
“abuela” (segunda madre) |
|
“monja” (madre santa) |
Ahora bien, Iwasaki utiliza las distintas realizaciones sobre el prototipo
para realizar una inversión lógica de ese modelo cognitivo idealizado que dé
lugar a un nuevo prototipo totalmente antitético a la idea de “madre”: el
prototipo de “monstruo”. Así, vimos en el análisis anterior como las monjas se
convertían en perros hambrientos, las abuelas visitaban a sus nietos después de
morir, y las madres, encargadas de la protección y el cuidado de sus hijos, los
abandonan y los dejan solos ante presencias insólitas.
PROTOTIPO |
REALIZACIONES SOBRE EL PROTOTIPO |
“MONSTRUO”(modelo cognitivo idealizado) |
“madre biológica” (abandono del hogar) |
|
“abuela muerta” |
|
“monja monstruo” |
En todas estas
historias las mujeres representan el lado maligno asociado, además, a los
espacios dominados por mujeres como la escuela, el hogar y los conventos. El
juego connotativo de la relación entre “madre” y “monstruo” es también reflejo
de la dualidad humana del ser humano. No olvidemos que estamos ante relatos
fantásticos y no podemos dejar escapar los motivos más representativos de la
literatura fantástica. Ya Robert Louis Stevenson en “El extraño caso del Dr.
Jekyll y Mr. Hyde” (1886) trató el tema de la dualidad humana y la pérdida de
la identidad, motivo constante también en los relatos de Ajuar funerario.
Aunque de la relación conceptual entre
“madre” y “monstruo” surge, como hemos dicho, el motivo de la dualidad humana,
el motivo de la pérdida de la identidad también se utiliza como trasfondo en
los relatos sobre fantasmas, vampiros, mutantes, hermanos muertos, etc. Todas
esos entes fantásticos son personificaciones de un alter ego o imágenes especulares del mismo personaje. En “Monsieur le revenant” un narrador homodiegético
nos narra su miserable vida trasnochadora:
Por eso perdí mi trabajo, porque dormía de día
hasta resucitar en la noche, insomne y hambriento. No es fácil convertirse en
un trasnochador cuando toda la vida has disfrutado del sol y de los horarios comerciales,
pero la noche tiene sus propias leyes y también sus negocios. (…) Siempre
regreso temeroso de las primeras luces del alba para desmoronarme en la cama,
donde despierto anochecido y avergonzado sobre vómitos coagulados. Tengo mala
cara. Me veo en el espejo y me provoca llorar. Lo del espejo es mentira. Lo de
los crucifijos también (2004: 32).
El título, además,
es muy sugerente pues el término francés “revenant” expresa claramente la idea
de “ser que ha regresado de la muerte”. El mismo término, por tanto, implica
una característica transgresora que alude a la imposibilidad de que los muertos
formen parte del mundo de los vivos.
En
“La habitación maldita” (2004: 45) el narrador nos relata cómo un día que llegó
a una habitación de hotel sin reserva insistió en que le dieran la única
habitación libre. Era una habitación distinta a las demás; llena de crucifijos
y espejos. Cuando se quedó dormido un clavo frío lo despertó y le dijo: “¿por
qué has sido tan imprudente? Ahora te quedas tú”. Desde entonces sigue
atrapado, esperando a que venga otro para despertarlo y poder dormir de una
vez.
Pero, quizás, el relato más identificativo
sobre el motivo de la dualidad humana sea el de “El parásito” (2004: 92). En él
se representa la historia de un hombre que tiene “un mellizo enquistado en su
espalda como un inquilino perpetuo y satisfecho”. El hombre acude al hospital
para quitárselo y “dos días después de la operación falleció por causas
desconocidas. El parásito le sobrevivió un día más”. Como vemos, la unión de
ambos es indisoluble, lo que nos recuerda a las tradicionales historias sobre
el doble en las cuales para acabar con el doble el protagonista debe matarse a
sí mismo. De igual modo, Iwasaki nos cuenta una historia en la que la
desaparición del doble, el alter ego
o el parásito conllevan la desaparición del protagonista.
Volviendo de nuevo al asunto de los
prototipos, hemos comprobado mediante los ejemplos citados de Ajuar funerario que las palabras
mediante las cuales codificamos las realidad (madre, monja, abuela, etc.)
constituyen grupos abiertos a cambios de significado o a alteraciones
connotativas que giran en torno a un “modelo cognitivo ideal” llamado prototipo
con las que se establecen relaciones de semejanza. Asimismo, lo que intento demostrar
es que dichas relaciones de semejanza no se producen meramente por una
estructura lingüística sino que cada prototipo es variable según el contexto. Y
es por eso que Iwasaki es capaz de invertir la imagen central de “madre” en
“monstruo”. Así, como apunta Tahiche Rodríguez, el prototipo de lo fantástico
se correspondería con la combinación que provoca un conflicto semántico-formal
sujeto a la progreso del contexto y el conocimiento de los lectores. El lenguaje humano, por ello, está situado en
una confluencia psicológica, siendo la mente una fuente de las imágenes
sensibles y cognoscitivas: “la expresión de nuestros estados mentales se
articula según leyes formales generales del pensamiento” (SWIGGERS 1997:
622-623).
2.3. La teoría de la metáfora
El estudio de las
metáforas cuenta con una amplia bibliografía, pero la mayoría de esos estudios
se han centrado en el valor meramente decorativo o retórico de la metáfora y
han olvidado que nuestro lenguaje común y cotidiano está más impregnado de
metáforas de lo que percibimos. Una aportación importante al estudio de las
metáforas es el realizado por Lakoff y Johnson en Metáforas de la vida cotidiana. Ambos plantean que la metáfora no
es un simple producto de la actividad
artística sino como proceso de construcción
de significado. Este cambio de perspectiva se debe a la importancia que la
lingüística cognitiva le dio a la relación entre semántica, gramática y
pragmática.
Muchas de las
metáforas de nuestro lenguaje consideradas “convencionales” son generadas por
estructuras básicas de nuestra experiencia y de nuestra manera de pensar. Los
seres humanos organizamos la experiencia en nuestra mente por medio de
conceptos que son ordenados y estructurados en nuestra memoria con ayuda de los
sistemas de metáforas. Lakoff y Johnson distinguen tres tipos de metáforas:
metáforas orientacionales, encargadas de organizar un sistema global de
conceptos con relación a otro sistema. Son sobre todo metáforas que nos ayudan
a orientarnos espacialmente y nacen de nuestra constitución física y la
experiencia empírica (por ejemplo: arriba/abajo); metáforas ontológicas,
encargadas de organizar y clasificar los fenómenos como personas, cosas,
sustancias, etc. Y por último, las metáforas estructurales, encargadas de
organizar y estructuras las experiencias en términos de otras (por ejemplo: una
discusión es una guerra). Las metáforas
necesitan un referente pragmático para poder entenderse en su totalidad. Por
tanto, no podemos decir que sean un fenómeno meramente lingüístico sino que
tienen que ver directamente con el conocimiento de las personas. Como apunta
Lakoff “pensamos que ninguna metáfora puede entenderse o siquiera representarse
adecuadamente de modo independiente de su base experiencial” (LAKOFF y JOHNSON 1986:
56). Así, la metáfora ocupa un lugar central en el lenguaje.
En Iwasaki podemos
advertir el uso magistral de la metáfora orientacional en el microrrelato
titulado “La cueva” donde un niño juega con sus hermanas a imaginar que la cama
de sus papás es una cueva y, al meterse debajo
y arrastrarse para explorar el fondo se termina
convirtiendo en una cueva de verdad.
Cuando era niño me encantaba jugar con mis
hermanas debajo de las colchas de la cama de mis papás. (…) Una vez cogí la
linterna de la mesa de noche y les dije a mis hermanas que me iba a explorar el
fondo de la cueva. Al principio se reían, después se pusieron nerviosas y
terminaron llamándome a gritos. Pero no les hice caso y seguí arrastrándome
hasta que dejé de oír sus chillidos. La cueva era enorme y cuando se gastaron
las pilas fue imposible volver. (…) (2004, 23).
Los conceptos de
arriba/debajo, fondo/superficie y todo lo relativo a la posición y al
movimiento son conceptos que emergen de nuestra experiencia espacial afectiva.
Además, son conceptos que difícilmente consideramos metafóricos pero que sirven
realmente, como explica Lakoff, para conceptualizar nuestras emociones en
términos mejor definidos y menos abstractos que las emociones mismas, ya que
los conceptos espaciales son una prueba (supuestamente) empírica de “estar en
el mundo”. Esa emoción que se disfraza
con los presentes conceptos espaciales se puede interpretar como una regresión
al útero materno en la que no percibimos el miedo, sino la sensación contraria
de seguridad y amparo que un niño siente cuando está junto a su madre. De ahí
la perspectiva infantil del relato y la referencia al vínculo familiar: (“me
gustaba jugar con mis hermanas”) y sobre todo maternofilial (“He oído que mamá
ha muerto”). El lector no percibe que el narrador sienta miedo, angustia o
inquietud ante la noticia de la muerte de la madre porque las referencias
espaciales han invertido la sensación de desamparo.
Las metáforas
ontológicas, como hemos dicho, sirven para categorizar fenómenos y, Lakoff y
Johnson dividen esos fenómenos en entidad, sustancia y recipiente. Advierten,
además, que son fenómenos que surgen de
nuestra experiencia: “nos experienciamos a nosotros mismos como entidades
separadas del resto, como recipientes con una parte exterior y otra interior; nos
experimentamos como hechos de una cierta sustancia –carne, huesos- y
experimentamos las demás cosas como hechos de diferentes sustancias: madera,
plástico, metal, etc.” (LAKOFF y JOHNSON 1986: 95). Este tipo de metáfora me
parece sumamente importante porque si para categorizar el género fantástico los
críticos han clasificado y divido temas propios del género, se han olvidado de
dividir esos temas dependiendo de la relación directa con el lector y la
percepción que éste tiene del mundo y de sí mismo como entidad independiente y
distinta del mundo que lo rodea según su experiencia. Por ello, de las
distintas clasificaciones de los temas fantásticos es la de José María Merino,
a mi parecer, la propuesta más acertada y la que más se acerca a la división fenomenológica
de Lakoff y Johnson.
Merino en su
artículo “La impregnación fantástica: una cuestión de límites” (2004: 25-29)
divide los temas fantásticos en
tres conjuntos: el de los entes fantásticos, el de los atributos y situaciones
fantásticas y, el de los tiempos y situaciones fantásticas. Y es que realmente
no podemos establecer otra clasificación porque nuestra percepción y
experiencia del mundo nos demuestra que solo hay entes o entidades
(aparentemente) reales o fantásticas, dotados de determinados atributos o
sustancias, y que se encuentran en el espacio y en el tiempo como recipientes
del mundo. Ya sean entes, atributos o tiempos y espacios del mundo real o
fantástico debemos tener en cuenta que son las únicas cosas que el ser humano
es capaz de percibir y, por lo tanto, es absurdo buscar otro tipo de
clasificación para los temas fantásticos que se escaparía a nuestra experiencia
empírica del mundo. Por supuesto, los conceptos no nacen únicamente de la
experiencia, sino que están constituidos a partir de metáforas culturales
imperantes y dentro del sistema cultural en el que se vive.
Teniendo todo esto en cuenta podemos dividir los
temas fantásticos de Ajuar funerario
en entes fantásticos, atributos fantásticos y, espacios y tiempos fantásticos.
Dentro de los entes fantásticos incluiremos los microrrelatos de fantasmas,
vampiros, mutantes, etc. El personaje fantástico más destacado de los relatos
de Iwasaki es, sin duda alguna, la monja monstruo que, como he explicado en los
puntos anteriores, representa el lado femenino maligno que hace referencia a la
dualidad humana y al mal adoctrinamiento. En el tema de atributos fantásticos
Iwasaki resalta con fuerza aquellos objetos de colección de los difuntos que
presentan el espíritu de las personas. Destaca los libros antes de otro tipo de
objetos porque éstos forman parte de la personalidad (“El libro prohibido”[ii]). Y por último, dentro
del tema de los espacios y tiempos fantásticos Iwasaki hace en sus relatos
especial hincapié en los lugares y espacios comunes al adoctrinamiento en la
infancia como el colegio, el hogar y nuestra habitación. Todos los ambientes
que recrea se sitúan en el interior, nunca en el exterior. Todo ocurre en
ambientes opresivos, asfixiantes y claustrofóbicos, como por ejemplo en “El
salón de los muertos” donde percibimos el terror a ser enterrados vivos
(catalepsia). Algo novedoso son los relatos sobre internet, el llamado “espacio
cibernético”, como en “A main in the life”
y “Dominio” donde se roba la identidad de las personas para adquirir
otras nuevas. O el relato de “666” que alude al móvil como forma de contactar
con el más allá. En realidad, cada uno
de los temas alude de forma indirecta a la pérdida de la propia identidad (la
cual hemos comentado la teoría de los prototipos), ya sea por medio de la
transformación de un ente real a un ente fantástico o por medio de espacios que
consiguen robarnos o transformarnos en otros seres distintos.
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[1] RODRÍGUEZ, Tahiche, “La conspiración fantástica: una aproximación lingüístico-cognitiva
a la aproximación del género”. En: www.ucm.es/info/especulo/numero43/consfan.html [Consultado el día 12 de enero de 2011]
[i] Muchos críticos denominan ese
fantástico del discurso como neofantástico.
Sobre la denominación de lo fantástico véase: ALAZKARI, Jaime, “¿Qué es lo
neofantástico?”, Mester, XIX, núm. 2 (1990), pp. 20-33; recogido en Roas [2001b:265-282].
[ii] Muchos críticos denominan ese
fantástico del discurso como neofantástico.
Sobre la denominación de lo fantástico véase: ALAZKARI, Jaime, “¿Qué es lo
neofantástico?”, Mester, XIX, núm. 2 (1990), pp. 20-33; recogido en Roas [2001b:265-282].
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