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MURCIALOGÍA
(De Murcia, ciudad española, capital del antiguo reino
de su nombre y de la actual Comunidad homónima, y de -logía, discurso,
doctrina, ciencia). f. Saber de Murcia.
ANTONIO MARTÍNEZ CEREZO
2010-2011
1
'Breviarium
Cartaghinense' (1484)
«La Verdad».
Murcia, 13.08.2010
http://www.laverdad.es/murcia/v/20100813/opinion/breviarium-cartaghinense-1484-20100813.html
http://blogs.laverdad.es/hilando-fino/2011/3/17/breviarium-carthaginense-1484-
Durante mucho
tiempo se pensó en Murcia que el primer libro impreso en nuestra ciudad había
sido el 'Oracional', de Alonso de Cartagena (1384-1456), por el impresor
(alemán murcianizado) Lope de la Roca (Wolf von Roch) (1), en 1487.
Los datos
aportados por Serrano y Morales en su 'Reseña histórica' en forma de
diccionario de las imprentas que han existido en Valencia desde la introducción
del arte tipográfico en España hasta el año 1868 (Valencia, 1898-1899), de los
que oportunísimamente se hiciera eco María Teresa Guarnaschelli en su
impagable ensayo 'Alfonso Fernández da Córdoba e la prima stampa di Murcia'
(1947), al punto incorporado al IGI: 'Indice Generale degli incunaboli delle
biblioteche d'Italia' (1943-1981), obra en 6 volúmenes realizada por la citada
autora en colaboración con Enriquetta Valenziani, instaron a adelantar tres
años el establecimiento de la imprenta en nuestros pagos.
Con tan
contundentes aportaciones, la primicia de la implantación de la imprenta en
Murcia pasó al 'Breviarium Carthaginense'; obra de 400 hojas, con signaturas, a
dos columnas, tipos góticos, impresa a dos tintas (negro y rojo) por Alfonso
Fernández de Córdoba (asistido por su hermano Bartolomé) a instancias de Martín
de Selva, decano de la Catedral y protonotario, en cuyo colofón consta que se
imprimió en Murcia el 12 de enero de 1484.
El artículo de
Antonio Odriozola 'El primer libro impreso en Murcia (1484)', publicado en
1972; el de Guillermo S. Sosa 'La imprenta en Valencia en el siglo XV', de
1982; y el de Juan Torres Fontes, 'En el centenario de la introducción de la
imprenta en Murcia: los Fernández de Córdoba', publicado en 1984, dejaron las
cosas merididanamente claras. Con una sola laguna: la autoría del libro; que,
en mi modesta opinión, cabría atribuirla a Fray Diego de Bedán (1362-1422),
sucesivamente obispo de Badajoz (1409-1415), Cartagena (1415-1442) y Plasencia
(1442), quien dejó un trabajo manuscrito con este preciso título.
La British
Library, en su 'Incunabila Short Title Catalogue', refiere el incunable
murciano en términos inequívocos que no hace al caso recoger por fácilmente
accesibles, y remite a dos referencias de autoridad: IGI (1943-1981) y GW
(1925-38, 1968); aquella italiana y ésta alemana.
Por contra, 'El
Buscón', metabuscador de la Biblioteca Nacional, Madrid, refiere la obra en
términos restrictivos: «'Breviarium Carthaginense'. Autor: Cartagena
(Diócesis). Año 1535. Impresión: s. l, s. n., s. a.». Corrobora la existencia
de este 'Breviarium' el propio Archivo Municipal de Cartagena, donde se
encuentra depositada la obra, y el artículo 'La imprenta y sus publicaciones en
Cartagena', de Eduardo Cañabate Navarro, publicado en 1963; cuyo autor se acoge
a la autoridad mayor de Díaz Cassou, que, en efecto, refiere una reimpresión
del 'Breviario' llevada a cabo, en Valencia, en 1535.
La reciente
publicación del libro 'El arte tipográfico en Cartagena (desde sus orígenes
hasta 1900)', de Antonio J. del Puig (2004), describe con rigor el ejemplar
(incompleto) existente en Cartagena y concluye con un aserto que, muy a su
pesar, reaviva el ceremonial de la confusión: «Actualmente se encuentra en el Archivo
Municipal de Cartagena y lleva una encuadernación moderna en plena piel. Es el
único ejemplar de este 'Breviario' que se ha conservado».
Mi impresión
personal es que la edición príncipe del 'Breviario' es la de 1484, que conserva
el Archivo Diocesano de Casale Monferrato. Y que el ejemplar (incompleto)
existente en el Archivo Municipal de Cartagena (ahitada por Del Puig) es la
reimpresión del mismo que Díaz Cassou ya apuntara en su día.
La discrepancia
en cuestión debe disiparla de una vez por todas la contrastación de ambas obras
a partir de la venturosa existencia en la Biblioteca Regional de Murcia de un
CD rom con el incunable de Monte Casale recogido in extenso, cuyo colofón es
tan explícito que ahorra todo comentario adicional.
Sentado lo cual,
creo obligado por mi parte señalar que Murcia no puede postegar 'ad infinitum'
la reimpresión del 'Breviarium Carthaginense (1484)', previa obtención de los
oportunos permisos de reproducción, el primer libro (documentado) impreso en
nuestra ciudad exige el esfuerzo de ser reimpreso en latín (sin punto poner ni
coma quitar), acompañado de una traducción al español y un estudio confiado a
especialistas en la materia.
Mientras no se
cumpla este objetivo, Murcia estará en deuda con su propia historia. La cuestión
no es baladí, pues con este incunable Murcia se sitúa a la cabeza de las
primeras provincias españolas donde se instaló la imprenta.
__________________
1 Error de
transcripción. Léase Wolf von Stein. Para más información al respecto, véase
Delgado Casado, J. Diccionario de impresores españoles (siglos XV-XVII).
Arco/Libros. Madrid, 1996.
2
EL ORIGEN DE LAS
FIESTAS EN MURCIA
«La Verdad».
Murcia, 30.11.2010
http://www.laverdad.es/murcia/v/20101130/opinion/origen-fiestas-murcia-20101130.html
Quienes escriben
de prestado, adictos al arte sin arte del ‘cortar y pegar’, vienen insistente,
machacona e imprudentemente propalando la indocumentada especie de que las
Fiestas de Murcia nacen (en 1851) en una rebotica del barrio de San Antolín
(la farmacia de Rubio en la calle de Vidrieros). Y que sus inspiradores
fueron un grupo de jóvenes murcianos, estudiantes en Madrid, de donde traen
consigo (como pichoncico de nieve entre las manos para que no se derrita) la
idea del Entierro de la Sardina; a cuyo rebufo se origina, también, el Bando de
la Huerta.
Planteado el
asunto en tan estrictos términos, el rigor exige volver la vista a Madrid.
Aquí, el 17 de
febrero de 1839 Mesonero Romanos publica, en el «Semanario Pintoresco», su
celebrado artículo «El martes de carnaval y el miércoles de ceniza», en cuya
última parte reproduce el «Programa de la solene función y estupenda asonáa que
a e celebrarse el miércoles de ceniza de esta Corte, como es uso y de-bota
costumbre en toa la cristiandá de estos barrios, saliendo la procesión den ca
el tío Chispas el tabernero, cofrade mayor de la sardina con el intierro de
este animal y too lo demás que aquí se relata».
Goya (que
pintara el Entierro hacia 1812-1819) criaba ya malvas cuando el costumbrista
recoge en su pureza original el programa del festejo, al que asiste armado con
su libreta de apuntes. Obsérvese el casticismo de la proclama (solene, asonáa,
etc.) y el ingenioso juego de palabras (de-bota costumbre). Alude el cronista a
la existencia de dos cofradías: la de san Marcos y la de la Sardina. Y el
remate de fiesta, con otras felices ocurrencias: «En la boca del pelele, y casi
sin que nadie lo echase en ver, una mísera sardina iba destinada a la fatal
huesa».
Por razones
cronológicas, sería esta versión del festejo la que contemplara en Madrid el
aludido grupo de jóvenes estudiantes murcianos. Su naturaleza populachera
coincide con el apunte de Martínez Tornel sobre su implantación en nuestra
ciudad («La Paz», 7.IV.1876): «...Unos cuantos murcianos, entonces jóvenes,
sorprendieron a Murcia en la última noche del carnaval presentándose en sus
calles, a guisa de disciplinantes, con sendos capuchones negros, hachas de
viento en las manos y formando terrorífica comitiva que concluía con un
disforme féretro, en el cual, se supo después, iban los restos mortales de una
desgraciada sardina. Al son de una lúgubre música, recorrieron las principales
calles, y después, formando una pira con los hachones, quemaron el féretro».
El también
periodista local, Blanco y García (1894) redondea el apunte: «De una botica
salió la idea del vistosísimo y ya difunto Entierro de la Sardina, y allí se
confeccionaron los primeros Bandos de la Huerta». Lo que confirma Blanco y Rojo
de Ibáñez (h. 1899): «Según un murciano viejo, debió ser por los años mil
ochocientos cincuenta y tantos. El último día de Carnaval, varios jóvenes
pusieron sobre unas improvisadas angarillas una sardina, que condujeron entre
hachones y algazara, a la plaza de San Antolín. Allí, con las hachas de viento
formaron una pira, en la que el féretro sardinero fue incinerado».
Hasta aquí, todo
va cuadrando. Salvo la pompa, suntuosidad y hasta magnificencia que la fiesta
alcanza en Murcia en apenas cuatro años (Arróniz: ‘El Carnaval de Murcia en el
año 1854’ y Espinosa: ‘El Entierro de la Sardina en Murcia’, 1859). Básica
razón que no elucidan los dos autores que más han estudiado el tema:
Valenciano, ‘Las mascaradas murcianas del siglo XIX’ (1981); y Pérez Crespo,
‘El Entierro de la Sardina y el Bando de la Huerta en el siglo XIX’ (1998).
Cierto es que
aquél registra buen número de los precedentes conocidos. Mientras éste, que
vicariamente le sigue, se limita a fijar como antecedente remoto de las
mascaradas murcianas los actos celebrados en 1789 con motivo de la coronación
del rey Carlos IV.
Por mi parte,
archiprobado tengo que la propensión murciana a la organización de cabalgatas
suntuosas en honor de sus monarcas se inicia en tiempo de los Austrias y se
consolida en el de los Borbones. Son las llamadas ‘fiestas reales’ o ‘fiestas
de proclamación’, en las que Murcia se echa a la calle y se distingue por su
largueza, enarbolando su condición de Muy Noble, Muy Leal, Fidelísima, Siete
Veces Coronada y Cabeza del Reino de su nombre.
Así, en la
celebrada (el día de Navidad) con motivo de la boda del rey Felipe III con la
princesa Isabel de Francia (1615), el Concejo procura (para el desfile) tres
hachas de fuego a cada caballero, una para sí y dos para sus lacayos. En la
organizada para festejar el nacimiento de Carlos III, Murcia se alegra en ‘la
repetición de infantes’ con tres noches de luminarias generales, repique de
campanas y desfiles (1716). Y, cual suele, la ciudad echa la casa por la
ventana en las proclamaciones reales de Fernando VI (1746), Carlos III (1759) y
de Carlos IV (1789), entre tantísimos otros festejos documentados, en los que
juegan un papel esencial los Gremios.
Son éstos
quienes, por encargo del Concejo, rivalizan en organizar suntuosos desfiles de
carrozas dedicadas a los dioses del Olimpo y a Murcia, Huerta y Campo,
iniciándose el desfile de huertanos (con zaragüelles y montera) y reparto del
Romanciquio (precedente del Bando).
Resumiendo: si
el Entierro arraiga y dinamiza las fiestas en Murcia, en la segunda mitad del
siglo XVIII, es porque éstas venían ya muy rodadas, desde dos siglos atrás. El
nombre del Entierro es prestado; pero la deriva es autóctona. La letra y el
guión son murcianos de toda murcianidad.
Y quien mejor lo
ha sabido ver así, con Valenciano, es Antonio de los Reyes en su impagable y
bien articulado libro ‘Murcia y Carlos III’ (1984). Que más les valdría, a
quienes escriben de prestado, tenerlo por ‘fuente de ley y cita obligada’.
3
UNA PRIMERÍSIMA
ESTAMPA HUERTANA
«La Verdad».
Murcia, 13.12.2010
http://www.laverdad.es/murcia/v/20101213/opinion/primerisima-estampa-huertana-20101213.html
En mi particular
banco de datos, que sobrepasa largamente ya las mil entradas, hay una a la que
vez en cuando vuelvo embelesado. De finales del s. XVIII, es de la
autoría de Joseph Mariano Ripa Asin y Roha y luce el pomposo tí́tulo
(muy de época) ‘Ligero rasgo, en que se ven copiadas las solemnisimas, y
reales fiestas, que la M. N. y M. L. Fidelí́sima, y siete veces coronada
ciudad de Murcia celebró en el presente año de 1784, por el grande
beneficio, que la omnipotente mano del Altisimo, se ha dignado conceder à
nuestra Monarquía en el felíz Nacimiento de los dos Serenisimos
Infantes Gemelos, Carlos, y Felipe, y por el plausible motivo del ajuste de
Paz, con la Nacion Britanica’.
Nuestra ciudad,
siempre dispuesta a echar la casa por la ventana, se alegra y regodea en ‘la
repe- tición de infantes’ (los gemelos Carlos y Felipe), celebrando el
acontecimiento (en los días 26, 27 y 28 de enero) con fiestas en la calle
que anticipan (a pie juntillas) los festejos hoy conocidos como ‘Bando de la
Huerta’ y ‘Entierro de la Sardina’.
Paso del primero
para hablar del segundo. Por ser éste el que hoy reclama mi
atención.
Figuran en el
texto una seguidillas (pp. 37-43), de las que entresaco tres versos respetando
la grafía original:
Que
en estas Fiestas
Mas
con Mas-caras vimos,
Que
no sin ellas.
Máscaras.
Más-caras. Interesante retranca que sublima nuestra natural tendencia
(debilidad hu- mana) a ir por la vida con la máscara de diario puesta.
Siguen unas
décimas (pp. 43-45), también muy reveladoras:
Te
procuras esconder,
carretero,
con tus Mulas,
y
quanto mas disimulas,
Mas
te das à conocer.
Tu
Carro salio à explicar,
Que
en él, hechaste á rodar,
caudal,
y amor verdadero.
Pero
el amor, y dinero,
No
se pueden ocultar.
Hidra
de siete cabezas
En
tu Carro se figura,
Que
forma opina segura,
De
tus muchas agudezas;
Colocas
sobre estas piezas
La
Corona bien pintada,
Y
en empresa bien formada
Pintas
a Murcia lucida
Siete
veces afligida,
Y
otras tantas coronada.
Y, finalmente,
(pp. 45-46), el cronista nos deslumbra con ‘una primerí́sima estampa
huertana’, claro anticipo del Bando de la Huerta: «Un crecido numero de
Labradores con Mascara, aunque vestidos de su propio trage, de que usan en esta
Huerta, en compañia de los individuos del Gremio de Aladreros se
presentaron en una dilatada, y arreglada formacion con un Carro de excelente
idea, y estructura, adornado de pinturas, y erramientas correspondientes
à sus respectivas facultades, gran golpe de Musica, empleandose muchos de
ellos en diferentes operaciones de su exercicio, significadas en las referidas
pinturas, y expendiendolas al público».
El Gremio de
Aladreros se alí́a con sus clientes naturales: los labradores. ‘Aladreros
se juntan con labradores’. Y unos y otros sacan carros (y carretas). O sea: carrozas,
pintadas, decoradas, engalanadas y ‘con gran golpe de música’. Y, en
clara expresión de la murciana costumbre de dar a manos llenas, ‘van
echando’ al personal ‘cosas de su oficio’, que hacen sobre la marcha
(artesaní́a en vivo). Y ora la entregan de ‘a nada monada’ a los
circunstantes, ora la expenden.
Tan finamente
delineada estampa el cronista la enjoya con la siguiente copla:
Con
que asi Musa mia
Vuelvete
al Carro,
Y te vendrá el concepto,
Como
rodado.
Haz
Seguidillas,
Las
Decimas no piensen
Ser
tus primicias.
Si
Decimas oyeran
Los
Labradores,
Puede
ser, que te hecharan
Mil
maldiciones.
Te
la juraran,
Y
era muy contingente,
Se
las pagaras.
Aladreros
se juntan
Con
Labradores
Ate
usted esos cabos
De
dos colores
Yo
no me espanto,
pues
se vieron Cereros
con
otros cabos.
De
distintos Oficios
En
estos dias,
A
un mismo fin las gentes
Todas
se unian.
Menos me admiro;
No
hay cosa, que mas una,
que
un amor fino.
Aladreros
en Carro
Gozosos
salen,
Y
de ser Aladreros
Hacen
alarde.
Pues
van echando,
Cubos, Pinas, y Cuñas,
Lanzas,
y Rayos.
Sacan
los de la Huerta
su
propio trage,
Pues
de los Zaraguelles
No
hay quien los saque.
A
mas de quatro,
Puede
ser les vinieran
Pero
bien anchos.
Iban
con sus Monteras
Ladeado
el pico,
Con
Chugas, alpargates,
Y
el Romanciquio.
Parejas
dobles,
Si
se cuentan los pares
De
los calzones.
Va de sí́
que de grandí́simo valor etnográfico es ‘el retrato al minuto’ que
el texto hace de los huertanos; quienes ‘sacan su propio trage, pues de los
zaragüelles no hay quien los saque’. La soca-
rronerí́a vernácula se afina con la aclaración ‘a más de
cuatro, puede ser que los zaragüelles les vinie- ran pero bien anchos’ (como cuando el alcalde y los
ediles se los calzan en los comicios y fiestas populares por congraciarse con
el electorado).
Monteras,
alpargates (de los que sólo cubren tres dedos), parejas dobles (por los
calzones). Y no el romance, sino el romanciquio (con el diminutivo más
genuinamente murciano) que el lector avisado ya habrá traducido por ‘el
Bando’ (del que el romanciquio es precursor).
Un papel
impreso, en suma, donde el huertano expone sus quereres, penares y sentires a
la ciu- dad ‘siete veces afligida y otras tantas coronada’. Como en el romance
‘La Barraca’ (exhumado por Díaz Cassou en 1897), que escrito hace ya
más de dos siglos su emoción aún perdura.
4
VILLANCICOS DE
NAVIDAD
PUESTOS EN
MÚSICA POR EL MAESTRO DE CAPILLA
D. DIEGO BELTRÁN
DEL CASTILLO (1797)
Inédito
Murcia, año de
gracia de 1797. En la Imprenta de la Viuda de Felipe Teruel ve la luz una
modestísima publicación, en 4º y 12 páginas, que responde al pomposo título
«Letras de los villancicos que se han de cantar en los solemnes maytines del
sagrado nacimiento de Nuestro Señor Jesuchristo en la insigne iglesia
parroquial de Nuestra Señora de la Asuncion de la muy noble, leal y fidelísima
villa de Yecla. Puestos en música por D. Diego Beltrán del Castillo1, maestro
de capilla de la dicha insigne Iglesia. Quien los dedica a su respetable cura y
reverente clero».
El valor
litúrgico de la composición obviamente escapa a mi interés y competencia. No
así el etnológico y lingüístico, que ofrece sutiles matices y joyosos
contrastes.
Todo el arranque
del texto aparece redactado en español normativo (voz culta); pero en el
Segundo Nocturno (I) se incluyen pasajes en lengua vernácula:
1.
Alifonso, hombre ¿no albiertes
Que
noche cace tan guapa?
Como
ay sanes que ni un pelo
De
frio, siento en la cara.
2.
Mira Gil, en lo mesmiquio
Agora
yo arreparaba,
Porque
suo comun perro
Si
marrebozo en la capa.
3.
¡Qué estrellas tan relucientes!
¡Qué
sereniha tan guapa!
Yo
coroque senifiquia.
Esto
anguna cosa rara.
4.
Mira aquellos Corderiquios
Cata
retozan, y saltan.
Sobre
que toos estamos
Alegres
dinda las cachas.
5.
¿Pos y á mi que me paece
Si
la vista no me engaña,
Que
siento aqui en las orejas
Una
Musiquía muy guapa?
I.
Muchachos, estarus quietos,
Grigoriquio,
calla, calla,
Que
á mi tamien me santoja
Que
siento como guitarras.
Unos:
¡Ay qué viene, qué sacerca,
Qué
me pilla, qué magarra!
Otros:
Vamunos toos corriendo,
Que
nus coge la Pantasma.
Nótense las
variantes léxicas: albiertes por adviertes, cace por que hace, mesmiquio
(murciano a más no poder) por mismico, agora por ahora, arreparar por reparar,
suo por sudo, comun por como un, (...) me santoja por se me santoja (con el
trastocamiento contra el que en párvulos ya se nos advertía: ‘la semana antes
que el mes, zoquete’).
Inspirada,
asimismo, en lo popular es el Aria, con intervención coral:
Ni
un menuto solamente
Nus
detengamos muchachos,
Vamos
toiquios corriendo:
1.
Esperar, ¿estais borrachos?
¿No
veis que están muncho rotos
Los
vestios que llevamos
Y es
fenitamente grande
El
Señor a quien buscamos?
2.
Pos por eso mesmamente,
Que
este Dios tan Soberano
Con
los probes tiene gusto,
Y no
ace caso de guapos.
3. Pos es menestel tamien
Llevalle angunos regalos,
que a quien too nus lo da,
Es juerza le demos algo.
4. Ea á correl arranquemos,
Y vamos toos diciendo
Anguna cosiquia nueva
Para dilnus divirtiendo (...).
Menuto,
mesmamente, toiquios, muncho rotos, cosiquia, dilnus... Por estos y otros
vocablos, tan bien traídos a cuento, se advierte el dominio que el autor tiene
del habla popular, que alcanza vibrantísimos matices en la Pastorella:
1.
Chitico muchachos
No
hay que rechistal,
Que
quiza el chiquito
Durmiendo
estará,
Y si
se dispielta
Y
arranca á llorar,
Disgusto
á su Mayre
le
poemos dal.
2.
Gil no seas tonto,
Que
su Magestá
Por
á entro siempre,
Sin
durmil está.
1.
Miren que tontuna
Dulmil,
y velar,
Too
aun mesmo tiempo,
Valiente
animal:
2.
Tu si que eres tonto,
Tu
sí que eres mas.
1.
Tu eres un machaca,
3.
He ¿quereis callar?
2.
El chico es Dios hombre,
Y
sin mas ni mas,
Como
Dios y hombre,
Sabe
siempre obrar;
Duelme
como hombre
Humano,
y mortal,
Y
como Dios vela,
¿Lo
ves animal?
El pueblo en su
puridad, expresándose cual suele, a la pata la llana, con voz de tierra (voz de
la tierra), filosofando al hablar («que su Magestad, por dentro siempre, sin
dormir está»), como padres de la patria en la Tribuna del Congreso de los Diputados
intercambiando tontunas («tú si que eres tonto» «tú sí que eres más» «¿lo ves,
animal?»).
Por no sepultar
su composición en el olvido, el yeclano ‘maestro de capilla’ dio a la estampa
la puesta en música que hoy me cumple a mí rememorar, admirado y reconocido.
Valga como fin de fiesta, pues que en Pascua estamos y la calle anda a tortas,
su ‘Tocata de Instrumentos’ e invitación (a Todos) a cantar a coro (con
sonajas, castañuelas y zambombas):
Y
pues todos alabamos
Dios
Niño tu Nacimiento,
Danos
Gracia, y de la Gloria
Al
fin el sumo contento.
________________
1 De este mismo
autor es la obra ‘Letras de los villancicos que se han de cantar al nacimiento
de Nuestro Redentor Jesucristo en los solemnes maytines, que la iglesia parroquial
de Nuestra Señora de la Asunción de la Muy Noble muy Leal y Fidelísima villa de
Yecla ha de celebrar en el presente año de 1823, puestos en música por don
Diego Beltrán del Castillo, maestro de Capilla y sochantre de dicha parroquia,
quien los dedica al Ilustrísimo Sr. D. Antonio Posadas Rubín de Celis, Obispo
de Cartagena, del Consejo de S. M. etc’. Murcia: Imprenta de Mariano Bellido.
En esta obra, ya
no aparece el componente rústico, redactada toda ella en español normativo.
5
PORQUE EN TU SUELO
SE MECIÓ MI CUNA
«La Verdad».
Murcia, 24.1.2011
http://www.laverdad.es/murcia/v/20110124/opinion/porque-suelo-mecio-cuna-20110124.html
Duele en el alma
constatar que la leyenda atribuída a la matrona del Almudí se confirma
irremisiblemente en todo tiempo: «Murcia, madre de extraños; madrastra de sus
propios hijos». Sólo a la luz de esta leyenda (que ojalá no fuera cierta) puede
entenderse que en el Callejero Murciano, donde figuran criaturas tan
prescindibles como Júpiter o Urano, no figure una calle dedicada a la simpar
memoria del cronista murciano de lo murciano Miguel Rubio Arróniz1; nacido en
1830, como fehacientemente consta en el Padrón municipal de 1850.
De su padre,
boticario de profesión, era la farmacia de la calle de Vidrieros donde se da
por urdida la idea del ‘Entierro de la Sardina’ y el ‘Bando de la Huerta’ a
mediados del s. XIX. Veinte años tenía entonces y veinticuatro cuando asiste a
la fiesta que inmortaliza en su libro «El carnaval de Murcia en el año 1854.
Poema Joco-Serio en siete cantos y una invocación», que ve la luz en 1858 y
pacientemente espera la gracia de una reedición que nunca llega.
Bastaría ya tan
meritorio trabajo para situarle en la ‘Memoria de Murcia’ con letras de molde,
pues salva para la memoria una página viva de nuestra historia que diversos
autores han recreado a partir de la reseña crítica que Diego Espinosa inserta
en «La Paz» (7.III.1858). Razón por la cual, los ediles menos mindangos (si los
hubiera) tendrían que haberse ya movilizado para elevar el nombre del cronista
Rubio Arróniz a condición de placa conmemorativa en la esquina de la calle
murciana donde naciera, en la Puerta de Vidrieros. Una de las más antiguas de
la ciudad; como prueba el acta municipal del 3-VII-1395, citada por el también
cronista Ortega Pagán (1973: 430).
La hoja de
servicios del olvidado cronista murciano de lo murciano no acaba aquí, pues
obra suya fue también la «Crónica Oficial de los festejos celebrados en la
ciudad de Murcia en los días 24, 25, 26 y 27 de Octubre de 1862, con motivo de
la visita de SS. MM. y AA. a dicha población».
Redactada de
orden y a expensas de la Junta Central de Festejos, relata lo acaecido a la salida
de la comitiva real del monasterio de los Jerónimos, cuando ‘un simpático joven
de nuestra alegre sociedad, conocido por los originales rasgos de un humor
siempre risueño y festivo, y por su claro ingenio de imitación; vestido al uso
de nuestros labradores, y precediéndole dos hermosos niños que conducían un
tierno corderillo, adornado con cintas y lazos, y en el lenguaje propio de
aquellas gentes, ofreció el modesto presente, manifestando en sentidas frases,
que era la sincera expresión de su lealtad y cariño hacia las Regias personas’.
Afinado el
relato con el del cronista real, Cos Gayón (1863), el episodio se reconduce a
anécdota en la que el huertano (que no panocho), ‘en lenguaje más franco y
expresivo que correcto’, dice a la Reina: «Acéptelo con arbullo, Magestad, que
ni el cordero topa ni las floreciquias punchan».
El polígrafo Pío
Tejera apuntaba al médico Francisco Meseguer el mérito de haber dado forma
moderna a los Bandos de la Huerta a finales del s. XVIII y a Miguel Rubio
Arróniz el de ser el primero de quien restan testimonios escritos. Y que de
éste recibió el encargo de redactarlos y pronunciarlos Joaquín López, el
huertano de pega (pues era churubito) del ‘cordero que no topa y las
floreciquias que no punchan’. Que éstos dos jacarandosos murcianos se
complementaban lo confirma Martínez Tornel («La Paz», 25.III.1876) al admitir
como único mérito del Bando de la Huerta por él escrito ‘la gracia y donaire
con que lo recitaran sus queridos amigos López y Arróniz’.
Del apunte se
infiere que Arróniz se encontraba en Murcia en 1876. A saber si no sólo de
paso, pues en la Guía Diplomática de España (1887) ya figura como vicecónsul de
Safi (1881 y 1882) mientras que en «La
Paz» (6.XI.1891) reza: «Según leemos en los periódicos de Madrid, nuestro
paisano y antiguo compañero de redacción D. Miguel Rubio Arróniz, Vice-Consul
español que está en Puerto Plata, ha sido trasladado con igual destino a Nueva
Orleans».
Aquí y así, se
pierde la pista de quien tan inspiradamente escribiera:
¡Oh
Murcia sin igual, rico tesoro
De
imágenes de amor y de poesía;
No
estraño (sic), al verte, que entusiasta el moro,
Con
fé profunda, te adorara un día.
Que,
yo tambien con frenesí te adoro,
Fanal
de flores para el alma mía.
Y
orgullo siento que á placer aduna,
Porque
en tu suelo se meció mi cuna.
Por sus
indudables méritos murcianistas, Murcia le debe una biografía y una calle.
Siquiera sea por acallar la fama de ‘olvidadiza de ciertos sus buenos hijos’
que a la Matrona del Almudí (símbolo de Murcia) se atribuye. Y, sobre todo,
para que el verso de su ingenio y mano (‘porque en tu suelo se meció mi cuna’)
por siempre le glorie como cumplido epitafio.
_____________________
1 De Rubio
Arróniz acumulo un notable apretón de papeles para una futura posible
biografía, que alguien debería atreverse a publicar. Ojalá que acepte el reto
algún alumno de
6
UN TAL JUAN
PANOCHO, ESCRIBANO DE OFICIO
«La Verdad».
Murcia, 7.2.2011
http://www.laverdad.es/murcia/v/20110207/opinion/juan-panocho-escribano-oficio-20110207.html
Visto el
caudaloso ‘Corpus Histórico’ de la Real Academia Española de la Lengua, resulta
que ‘la que limpia, fija y da esplendor’ data en el año 1872 el origen de la
voz ‘panocho’. Y lo fundamenta en la autoridad mayor del inefable Javier
Fuentes y Ponte (1830-1905), en cuya obra ‘Murcia que se fue’, editada en
Madrid en aquel año, la voz ‘panocho’ viene, en efecto, varias veces referida
en su más recto sentido inicial: habitante de la huerta y campo de Murcia.
En el tiempo
evocado por citado escritor (a quien no ser murciano de nacimiento no le
impidió ser más murciano que nadie) ‘panocho’ era sinónimo de huertano aferrado
a su condición de labrador y campesino contra las moderneces que en todos los
sentidos traía el tiempo nuevo. En la Huerta de Murcia, había ya entonces gente
que se había acogido al pantalón, chaqueta, ‘chapeo’ (sombrero) y demás
indumentaria capitalina y se apuntaba a toda idea nueva proveniente de la
ciudad. El panocho insta la cepa, en cambio, se aferraba a su indumentaria:
montera, blusón, zaragüelles y esparteñas de las que cubren sólo un par de
dedos y dejan al aire los juanetes.
La Tabla XV de
tan provechoso libro refiere al tío Higuerica, «panocho del campo y huerta,
hombre leído y escribido, que Relator era de riego y Abogado de secano como
pocos». Y la Tabla XVI retrata «en el fondo á un panocho que relata en su habla
las ordenanzas de labraduría». El relato culmina subrayando la tópica condición
de patán tradicionalmente atribuída al mocerío huertano: «Caía ya el dorado
sol, y rojo tornábase á su crepúsculo, cuando con guitarreo y relinchos, daban
la vuelta á Murcia y á sus barracas los panochos».
Que el panocho
relinchaba y rebuznaba y coceaba y se esfaraba por la pata abajo y no sé
cuantas burradas más es tópico que forma parte de un cuadro folklórico con el
que disto de estar enteramente de acuerdo. Que no fuera ilustrado no le convertía
en cafre. Sin duda alguna era más directo, más elemental, menos ceremonioso
pero no es cierto que tuviera entre sus costumbres más confesables deslomar al
prójimo con el gobén de un carro.
Dos años más
tarde, Martínez Tornel generaliza el uso de la voz ‘panocho’ al incluírla en su
poema ‘El Busano de la Sea’ (premiado con la Flor Natural en los Juegos
Florales de 1874):
Porque,
es claro, los panochos
no
entendemos de pulítica,
y
no hay mas Dios que los tolmos
pa
rebuscarnos la vida.
De momento,
documentar en Murcia la voz ‘panocho’ con anterioridad a estas fechas no me ha
sido posible. Sí, en Granada. En 1858. Por mor de un tal Juan Panocho,
escribano de oficio, reiteradamente referido en la ‘Pieza del pleito
humorístico del Sr. Darra con el Hombre Gordo sobre sus pretensiones a la moña’
que guarda la Biblioteca de la Universidad granadina. De la cual, valgan un
par de brevísimos botones de muestra:
• «Auto: Se
revoca el decreto precedente, / concediendo la gracia en el momento / à este
hermoso animal tan eccelente (sic) / por sus partes tamaño y complemento, / y
el cochino que obtuvo anteriormente / a la mierda se vaya mi contento / pues
mui bien lo merece ese mestizo / por ser tan indecente su chorizo. / En Granada
y julio á ocho / del año que va citado, / el auto anterior fue dado, / por las
Señoras: Panocho.
• «Granada y
Mayo treinta / de ochocientos treinta y ocho / Lo mandó la Presidenta / Por
ante mi / Juan Panocho».
Si el anónimo
autor de esta pieza humorística puso al escribano el apellido Panocho para que
rimara con mil ochocientos treinta y ocho, año de la obra, no lo descarto.
Tampoco es que haga demasiado al caso. Lo que, a los efectos pretendidos,
importa resaltar aquí es que el vocablo ‘panocho’, hace en dicho año y ciudad
su temprana entrada triunfal en el idioma. Y esto sin perjuicio de apuntes
previos que pudieran encontrarse aquí. Pues razón antigua en Murcia es ‘que
mientras rula no es chamba’.
7
DONDE LOS MOROS
MURCIANOS ORABAN
Y ENTERRABAN A
SUS MUERTOS
«La Verdad».
Murcia, 7.3.2011
http://www.laverdad.es/murcia/v/20110307/opinion/donde-moros-murcianos-oraban-20110307.html
Gran Jefe
Autonómico Valcárcel, carmelitano de pro, tal vez acuerde conmigo que hay que
rescatar del olvido para la memoria el preciso y precioso topónimo mozárabe
«alhariella» con que los moros murcianos nombraban el lugar donde oraban y
enterraban a sus muertos.
Preclaras mentes
(Steiger, Pockington) determinaron (cada uno a su manera) que al’hara vale en
árabe por la calle o el barrio, hispanizado con el diminutivo -iella.
Alhariella es, por tanto, un topónimo mestizo, híbrido de español y árabe,
nacido en nuestros pagos hace más de siete siglos.
Y quien lo
inmortaliza, oído al parche, no es otro que Alfonso X El Sabio, en la Carta que
signa en Sevilla el 14 de mayo de 1266; en la que de su mano mayor ordena: «De
la puente de ‘Alhariella’, e desde la mezquita de ‘Alhariella’, alli donde
comienza la carrera de Al gebeça, que sea de los cristianos”. Y lo repite en
diversos pasajes de los ‘Repartimientos’.
Del documento
alfonsí se deduce que hubo un tiempo en que buena parte de cuanto quedaba más
allá del río Segura (actual Barrio del Carmen) se nombraba Alhariella. La
puente, la mezquita y la acequia Alhariella (única, con la calle Alarilla, que
aún colea orgullosa su histórico nombre, ¡un diez para los regantes!) hasta
donde comienza la carrera de Al gebeça (actual Torre de Romo), picoesquina que
recibe a la Fuensanta en jueves y en martes la despide.
Que, en tiempos
posteriores, todo aquello fuese renombrado partido de San Benito se explica por
la cesión de la Alhariella, antigua mezquita y cementerio musulmán, por el
obispo Diego de Coomontes (1442-1462) a los benedictinos para que en el solar
resultante construyeran la ermita de San Benito (1 de agosto de 1451). Con la
posterior cesión de dicha ermita, por el obispo Gerónimo Manrique (1583-1590) a
los carmelitas calzados (20 de marzo de 1586), se da un primer y decisivo paso
para el definitivo renombramiento del lugar (entonces huerta) como barrio del
Carmen a partir de la construcción de la Iglesia homónima, cuya primera piedra
puso el obispo Luis de Belluga y Moncada (1663-1743) el 13 de septiembre de
1721, dándose la obra por acabada en el año 1769.
¡Las vueltas que
da la vida! Lo que hasta el siglo XIII se nombrara Alhariella (o sea: el
Barrio); hoy, se conoce como el Barrio (o sea: Alhariella). En los siete largos
siglos transcurridos desde entonces el lugar ha conocido una profunda
transformación, pasando de rústico a urbano. Pero en el imaginario murciano,
cuanto queda río al sur, sigue siendo el Barrio (y también: el Carmen), feudo
de los ‘coloraos’.
En Murcia, barrios
hay infinidad. Pero barrio a secas, sin apellidos, barrio por antonomasia
(aquel que placeó por toda España el simpar ‘Niño del Barrio’) sólo hay uno: el
Barrio, que vale por Alhariella. Topónimo mozárabe que, en su origen segureño,
significó eso mismo: el barrio presidido por la mezquita y el cementerio donde
los moros murcianos oraban y enterraban a sus muertos.
8
LA INCREÍBLE Y
CÁNDIDA HISTORIA
DE ‘LOS PANOCHOS
DE ISTÁN’
«La Verdad».
Murcia, 28.3.2011
http://www.laverdad.es/murcia/v/20110328/opinion/increible-candida-historia-panochos-20110328.html
http://www.laverdad.es/albacete/hemeroteca/index.php?edicion=albacete&qAND=panochos
http://www.latribunademarbella.com/noticia/8532/Cultura-y-agenda/prensa-.html
El Ayuntamiento
de Istán (Málaga) mantiene en ‘el portal municipal’ (web) un apunte sobre su
historia y gentilicio, sin fuente de autoridad ni referencia documental, que ha
hecho picar en el anzuelo a más de un incauto comentarista murciano.
Tras relatar el
conflicto entre moriscos y cristianos de 1570, que dizque el duque de Arcos
(enviado por Felipe II) resolvió en favor de la corona, alude al subsiguiente
inició de un proceso de repoblación del lugar con cristianos viejos (52) procedentes
de diferentes puntos de España y concluye afirmando que «uno de aquellos grupos
procedía de la huerta murciana y hablaba el “panocho”, una peculiaridad
lingüística que influyó para que se aplicara a los nativos de Istán este
gentilicio».
Delirante
conclusión ante la cual obligado es fruncir el ceño.
Primer reparo:
diccionarios tan fiables como el Espasa-Calpe (1926) refieren como istaneños o
istaníes a los naturales de Istán, antes que como ‘panochos’.
Segundo reparo:
¿En qué cabeza cabe que en el siglo XVI repoblara Istán un grupo de murcianos
que hablaban el «panocho» si el término ‘panocho’ (aplicado a personas y habla)
no se documenta, de momento, en la región de Murcia hasta el último tercio del
siglo XIX?
En otro apunte
local se abre una línea de investigación no menos soprendente: «Tanta gente
vino del pueblo de Murcia de El Cristo de Panocho, que los habitantes de Istán
recibieron el mote de ‘panochos’, que pervive en nuestros días».
Nuevo reparo:
¿Ha existido (o existe) tal pueblo en Murcia? En el ‘Repertorio Alfabético de
la Toponimia de la Región de Murcia’, tan meticulosamente coordinado por
González Blanco (1988), no figura. Sí, ‘El Panocho’ y ‘Los Panochos’; término
y ermita, respectivamente, en el área de Lorca, sin que conste la antigüedad de
estos topónimos, donde cabría hallar la clave que descifrara el arcano.
Una última
posibilidad vendría dada por el andalucismo «panocha»; nombre que en los
cortijos andaluces se da a la hogaza de pan (más bien de panizo). Lo que
abonaría la observación del bienavisado Gómez Ortín («ABC», 28-9-97): «El
expárroco de ese pueblo (...) achacaba el mote de ‘panochos’ a su excesiva
afición al pan de panizo»1.
Acorde con la
máxima latina verum est factum corresponde al Ayuntamiento de Istán y a los historiadores
locales (Urbaneja Ortiz estaba en ello: «Enza’03») probar fehacientemente
desde cuando y por qué comparten sus vecinos el gentilicio de ‘istaneños’ o
‘istaníes’ con el remoquete de ‘panochos’, sin que tan peregrina circunstancia,
que ha hecho picar en el anzuelo a más de un incauto comentarista murciano, se
desprenda del suceso histórico, sin fuente de autoridad ni referencia
documental, al que aparece ligado en ‘el portal municipal’ de dicha localidad.
_______________________
Coincide en esta
opinión el profesor J. Gómez Zotano; quien en «El papel de los espacios
montañosos como traspaís del litoral mediterráneo andaluz. El caso
de Sierra Bermeja» (tesis doctoral, p. 354), Granada, Universidad, 2006, literalmente
anota:
«Así, en
Istán, por ejemplo, la falta de tierras era tal que no permitía el
cultivo de trigo y cebada y se mantenían con pan de maíz*, por lo que los
reducidos bancales se dedicaban exclusivamente al cultivo de las mazorcas.
___________________
* Del
aprovechamiento intensivo que secularmente ha hecho el pueblo de Istán de
ésta plan-
ta se ha
derivado el topónimo por el que se conoce popularmente a sus habitantes:
“panochos”».
9
CAMINO DEL
CIELO,
DOS NOTABLES
MURCIANOS
JUSTICIA DE LA
TIERRA ESPERAN
«Siete Días».
Alcantarilla, 25.3.2011
Conste, de
entrada, que el titular alude a la obra artística de dos notables murcianos
que, por razones ignotas y según todos los indicios, permanece desde hace casi
siglo y medio relegada al olvido en la Biblioteca Nacional, Madrid, donde he
obtenido una copia que acaricio estremecido.
De confirmarse
tan lamentable descuido histórico, habría que remediar de inmediato el fallo
por los mandamases de nuestra cultura. Pues nada cuesta. Y es de justicia.
Título: ‘Camino
del Cielo’. Música de Manuel Fernández Caballero (1835-1906). Poesía de Miguel
Rubio Arróniz (¿1830-1906?). Dedicado a la señorita doña Enriqueta Carrasco
Torrijos. Año: 1866. Canción para piano, música pautada.
Impresa en dos
páginas, la obra en cuestión fue editada en Madrid, en el año referido, por el
músico, musicólogo y editor A. Romero, con establecimiento en la calle
Preciados, 1. Y se encuentra disponible (para investigadores) en la sala
Barbieri de citada Biblioteca Nacional.
No es de
descartar que la pieza fuese interpretada en algún momento próximo al tiempo de
su edición, cuando Miguel Rubio Arróniz aún permanecía en Murcia como
significada figura de la cultura local. Pero mis ‘búsquedas’ y ‘preguntados’
no han dado fruto alguno hasta el momento.
Ignoro también
si, con posterioridad, la pieza habrá sido interpretada en Murcia o en algún
otro escenario público o privado; lo que me alegraría. Pero todo me hace
suponer que no porque los resultados hasta ahora son infructuosos. El ‘Orfeón
Fernández Caballero’, que tal vez fuera el más indicado para ofrecerla en los
conciertos, no la incluye en su página electrónica. Ni ninguna otra institución
murciana próxima a las ‘artes tónicas’; concepto que la generación de párvulos
a la que pertenezco, devota del arco del Vizconde, aprendió a descifrar ante la
Estatua de la Fama, en el Jardín de Santa Isabel de cuando entonces, no el de
cartón-piedra actual.
Noble causa para
un noble título. Interpretar, en Murcia, la pieza para piano ‘Camino del
cielo’. Música del más grande Manolón que los tiempos murcianos recuerdan y
letra de Miguel Rubio Arróniz, cuyos últimos servicios diplomáticos le sitúan
en Charlestón y Mazagán, apareciendo como jubilado de Estado en 1906; último
dato suyo de que dispongo.
Concepción
Arenal dejó escrito que «el mejor homenaje que puede tributarse a las personas
buenas es imitarlas». Nobleza obliga. El Conservatorio, los Amigos de la
Música, la Sinfónica, la Real Academia de Bellas Artes de la Arrixaca (cuyo
primer director pertenecía a la rama musical) y cuantos, en fin, sientan en
Murcia la música como ‘el más tolerable de los ruidos’ (ironía de Borges),
podrían aunar esfuerzos para que aquellos dos notables murcianos (músico el
uno y poeta el otro) a quienes la creatividad acercara en el año de gracia de
1866 queden por siempre unidos en el recuerdo de la musicología murciana en el
año de gracia de 2011.
10
TEN EN MEMORIA
QUE SI MUCHO
ME QUIERES GANAS
LA GLORIA
Inédito
Mi parco saber
musicológico me impide pronunciarme sobre el valor musical de la
composición intitulada ‘Camino del
cielo’, del ingenio y mano del compositor murciano Manuel Fernández Caballero
(1835-1906) sobre el poema homónimo del también murciano poeta Miguel Rubio
Arróniz (¿1830-1906?), editada por A. Romero, en Madrid, en 1866; de cuya feliz
recuperación, por mí, en la Biblioteca Nacional, Madrid, di cuenta hace unos
días.
Quede para los
musicólogos pronunciarse sobre el particular, que suya es la competencia.
Por lo demás, en
la cabecera del papel pautado impreso consta la dedicatoria de la obra: «á la
Señta. D.ª Enriqueta Carrasco Torrijos». Y los preceptivos créditos de
autoridad. Música: Manuel Fernández Caballero. ‘Camino del Cielo’. Poesía:
Miguel Rubio Arróniz. Y, ya en el preámbulo de la pieza,‘Piano. Moderato con
delicadeza’, con las preceptivas notas musicales acogiendo la composición
poética, dividida en cuatro estrofas, de siete versos cada una.
De la atenta
lectura de la primera estrofa se desprende un amor que se presume contrariado.
Los
que de amores viven
viven
muriendo:
los
que mueren de amores,
suben
al cielo.
Ten
en memoria
que
si mucho me quieres
ganas
la gloria.
El amante hace a
la amada una confesión moralizadora. Vivir de amores es vivir muriendo. Mas
quienes mueren de amores suben al cielo. O sea: lo ganan. Pero el cielo puede
también alcanzarse en la tierra. De ahí que el contrariado amante aleccione a
la amada en favor de su causa: «Ten en memoria que si mucho me quieres ganas
las gloria».
Un
mundo sin amores
fuera
un infierno,
que
el amor es sin duda
la
luz del cielo;
y
los amantes,
cuando
mueren de amores
se
tornan ángeles.
El cielo y el infierno en la tierra son
estados mentales. Envés el cielo. Y revés el infierno. Amor y desamor. Gozo y
pena. El mundo sin amores es un infierno, un vivir agonizante, un sinvivir
anhelando merecer ese amor que está ahí, al alcance de la mano; pero que se
resiste. Porque... ¿qué es el amor, sino la luz del cielo, el cielo en la
tierra, paraíso? Razón de más para que los amantes cuando mueran de amores
(amor que mata) se tornen ángeles, criaturas con alas, espíritus celestes,
almas que vuelan ala con ala, flotando sobre mullidas nubes, rumbo a la gloria.
Díceme
tu vecina
que
no me quieres.
¡Qué
envidiosa es el alma
de
las mujeres!
¿Y
en esta lidia,
será
tu amor movido
por
otra envidia?
El amor no está
de amor lleno cuando la amenaza de la envidia acecha. El del amor no es un
camino de rosas. La rosa oculta tras su belleza la espina. Los amantes pugnan
por amarse, que no otra aspiración alientan. Pero el mundo en torno pugna por
deshacer los vínculos que sella el amor emergente. En el círculo de tiza del
amor aflora la entrometida, la que anda murmurando que la amante no quiere al
amado, tal vez porque lo ansía para sí. Sentimiento que inspira una sospecha
que apunta a certeza en el alma recelosa del amante, sutil como un lazo.
Cuando
estoy a tu lado
me
siento enfermo,
y
cuanto más te acercas
mas
me conduelo.
Haz
por mi suerte,
que
por este camino
llegue
a la muerte.
Claro es que el amor mata, lenta
y eficazmente. La patología amorosa ofrece infinitos matices, permanentes
ahogos, insufribles traumas e interesa con su aherrojada daga el alma del
amante la ausencia de la amada. Y, también, la presencia del ser amado, fuego
que quema. Verte y no verte. Sentirte y no sentirte. El amante enferma sin la
amada, sin más presencia de ella que la ausencia, el vacío dibujado como un
roto en el recuerdo. Y, no menos, cuando la amante se acerca a su lado,
presumiblemente con desdén, ahogándole con su indiferencia. Lo que inspira un
ruego final, un voto con ínfulas de epitafio: ‘Haz por mi suerte, que por este
camino llegue a la muerte’.
11
GALÁN DEL HUERTO
EL LIMO,
SE ADVIERTE AQUÍ
LUCIR
El «Diario de
Murcia» del martes 10 de abril de 1792, bajo el titular ‘El mes de Abril’,
saluda así al ‘de las aguas mil’:
¡Qué
objetos tan risueños,
qué
agradable pensil,
á
los ojos ofrece,
en
este dia Abril!
Por
esta pradería,
se
mira alli luzir,
la
Reyna de las flores,
afrenta
del carmin,
Allá
se ve un clavel,
por
acá un alheli,
acullà
un amaranto,
y
un tulipan alli.
Con breves y
precisos trazos el edénico entorno va siendo delimitado:
En
los brazos de un olmo,
la
parra se vé aqui,
y
en su regazo forman,
el
talamo felíz.
Allí
lasciva yedra,
se
mira al muro azir,
y
en dulce maridage,
vinculan
su vivir.
Galan
del Huerto el Limo,
se
advierte aqui lucir,
formando
verde enlaze,
con
el blanco matiz.
He aquí un
precioso retrato tardoochocentista de la Huerta Murcia, en su finisecular
esencialidad:
Narcízo
del vergel,
y
Adonis del Jardin,
hacia
esta parte asoma,
el
candido Jazmin.
Florido
el mirto, á Venus
se
consagra gentil,
y
el verde Cipariso,
el
cuello empieza à esguir.
La
arpada Filomena,
el
Alva vè venir,
y
con su canto anuncia,
las
luces del nadir.
Que en Murcia
faltara el mirto a Venus sería imperdonable, la diosa a quien pudiera deber su
nombre (Myrtia) convoca al catecumenado:
Por
toda la floresta,
se
notan discurrir,
Zagalas
ciento à ciento,
Zagales
mil à mil.
A
Pacorra y Colasa,
à
Manolo y à Gil,
al
són de su rabél,
Anton
les canta asi:
“De
que sale Maruja,
de
su barraca,
se
queda Alifonso,
echo
una estauta”.
Exhausto el
numen cultista, el deje local se va configurando en el hacer del vate:
“Desde
Carrastuliendas,
que
se fue Pencho,
estàs
hecha Maama,
un
escaleto...
Trinan
las castañuelas
y
sin ningun deslíz,
Zagalas
y Zagales
alternan
al salir.
Con
su escopeta y manta,
con
listas carmesis,
está
Paco embozado,
en
torno del festin”.
La huertana
tarjeta de presentación se perfila en sus mínimos detalles:
«Al
otro lado Pepe,
mas
bello que Amadis,
cortando
està un cigarro,
mirando
de perfil.
Pacorra
viendo á Pepe,
se
pone á sonreir,
y
Anica se sonrrosa,
mirando
à Paco asi.
Y, como no hay
regla sin excepción, la bucólica escena muestra su sombrío envés:
Solo
el triste Colache,
sin
hablar ni reir,
adora
de Bastiana
los
rigores sin fin.
¡Miserable
Colache!
¡Zagalejo
infeliz!
tú
solamente eres,
desgraciado
en Abril.
Que solamente
uno sea desgracido en abril no es justo. Lo normal en abril no es sufrir de
amor, sino gozarse en amores. Porque Murcia, en abril, es un amor. Un amor de
amor lleno.
12
OCHOCENTISTA
CELEBRACIÓN DE
LA PASCUA
FLORIDA EN LA HUERTA MURCIANA
«La Verdad».
Murcia, 27.4.2011
Bajo el titular
‘Anacreóntica’, el «Diario de Murcia» del 8 de abril de 1792 recoge los
pormenores de la celebración en la huerta de Murcia de la Pascua florida o
Pascua de monas (por las de huevo con la señal de la cruz por montera).
Festiva costumbre, la de tomar la mona de pascua en amor y compaña, dándole gusto
a la panza, que se ha perdido en la Huerta. ¡Una pena! Pues tomar la mona de
pascua, bota en mano, al pie de un bancal de habicas tiernas, en una ‘tená’
encendida de geranios y clavellinas, vendría a ser como tocar el cielo con las
manos.
Que ‘en Murcia se
piensa con el estómago’ consta en los versos de arrancada:
Clásicos estos dias felices
Jubilos
en la Huerta celebran,
Timpanos
castañuelas y danzas,
Prodigas
bacanales meriendas.
Músicas de galanes agrestes,
Circulos
de zagalas morenas,
Jóvenes
de la Huerta de Murcia,
Canticos
à dos coros alternan.
Al entresol de
la parra, barrocamente se ensalza el jardín de Venus que Murcia en primavera
es:
Pindaro à Amarilis regala,
Celido
à su Anarda requiebra,
Lisida
le hace señas á Anfrise,
Dorida
con Deifobo conversa.
Torrida la estacion de las flores,
Delficos
los destellos presenta,
Timidos
los zagales se amparan,
Viendolos,
de un nogal ó morera.
Y la acción se
encalabrina con los mozos que al compás de las guitarras saltibrincan como
pulgas sin romper lebrillo:
Ritmicos los cantores entonan,
Tacitos
el sarao comienzan,
Maximas
cabriolas repiten,
Icaros
por el ayre se elevan.
Filida de mi amor imposible,
Tremula
las mundanzas empiezan,
Nitidos
sus cabellos, formando
Carceles
á mi vista alagüeña.
El ‘partior de
la cieca’ se enritma y enjoya con la bucólica escena de nuestros salidos
abuelos encaramándose a los nidos de las merlas para el apareo:
Paxaros los rapaces que sienten
Metricas
y suaves cadencias,
Arboles
y barracas escalan,
Emulos
del que goza la fiesta.
Edipos los zagales del bayle,
Emfacis
encruzados nos muestran
Conclave
de mirones al verlos,
Trapala
y bataola fomentan.
Cual era de
esperar, las botas de vino se empinan hasta el codo, sin que falten pastelicos
de carne, pan de leña y tocino magroso:
Numeros de patrullas que atentas,
Frigidas
las meriendas se engullen
Calidos
los licores se espetan.
Parbulos
infinitos escuchan,
Liricas
seguidillas diversas,
Dándoles
á sus candidas monas.
Osculos
de amistades sincéras.
Y como todo buen principio tiene un mejor
remate, desde el beso robado a la mona monísima (que no de Pascua) hasta el
brazo bajado más de la cuenta, el moreno de la copla (vulgo sol de abril) dando
tumbos se retira por donde Murcia se abraza con Andalucía:
Rapida finaliza la tarde,
Palidos
los fulgores se ausentan,
Hecate
se descubre, y le sigue,
Lobrega
la nocturna carrera.
Párase la festiva algazara,
Dexanse
las opiparas mesas,
Marchanse
cada qual, y repiten,
Vitores
à la Pasqua y a la Huerta.
Pues eso: ¡Que
viva la Pascua y la Huerta! ¡Viva y bevamos, por quien nos parió huertanos!
13
Y QUE NO ME
MUERA YO SIN QUE LO CUENTE
Murcia
Murcia debe su
himno a Alcantarilla. O mejor dicho: a un alcantarillí con los machos bien
puestos. El ‘Himno a Murcia’ (1922), tan solemne, grave y bucólico, lo compuso
‘el poeta con quevedos’, Pedro Jara Carrillo (1878-1927), natural de
Alcantarilla, musicado por el maestro Emilio Ramírez.
Interpretado por
primera vez, en el Teatro Romea, el nueve de junio de 1922, gozó de pronta
aceptación en los actos públicos más solemnes, como protocolario y regio cierre
de todo acontecer festivo o conmemorativo, su natural broche de oro.
Como ‘himno
oficial de la tierra’ rivaliza con el ‘Canto a Murcia’ de ‘La Parranda’ (1928),
de Luis Fernández Aldavín y Francisco Alonso, configurado éste como ‘el himno
popular’, el que inevitablemente se entona cuando las entrechocadas copas
invitan a volar por libre y el espíritu del personal murciano se eleva hasta
parajes siderales.
La cuarteta
inicial del ‘Himno a Murcia’ traza con fina hilatura las bondades de la novia.
¡Murcia!,
la patria bella
de
la huerta sultana;
novia
rica y lozana
siempre
llena de azahar.
Desprovista de
velo (que eso significa desvelar) su aromante y primorosa figura vegetal
aparece tocada por el dosel del cielo (simpar corona), ese azuleante cielo azul
(tan nuestro) que de tan buena gana se llevarían consigo de Murcia los foráneos
que en sus verdes pagos no conocen cosa igual.
De
tu cielo esplendente
el
dosel se despliega
desde
el mar a la vega,
desde
la vega al mar.
Sultana, novia,
reina..., entre la vega y el mar, las insignias de la esplendorosa novia se
subliman ya en su condición de madre de familia, noble y virtuosa, con pecho de
quita y pon, para el hijo propio y el ajeno, corazón de acequia derramada para
el rey Alfonso X El Sabio, a quien en Murcia llanamente se nombra Alfonso
‘Equis’ por aquello de la confianza.
Reina
de las matronas,
demuestras
la hidalguía
de
tu blasón,
pues
llevas en tu escudo
entre
siete coronas, un corazón.
Corazón alfonsí.
De grana y oro, claro. Porque sin sangre y sol la tierra es nada. Murcia, tan
pasional en su sangre, mantiene un idilio con el sol que viene del principio de
los tiempos. Ese sol nuestro, tan nuestro, que ya era moneda de oro antes de
que hubiera monedas y antes de que hubiera oro.
Desde
tu torre cristiana,
que
baña su cruz de oro
en
la luz de la mañana,
parece
el sol un rey moro
que
requiebra a su sultana.
Viento el mundo
de su propio fuego, la tierra y el agua conforman la rica argamasa donde nace
la flor más humilde de la senda: la floreta, pasto de llantas, herraduras y
esparteñas, frescor de la siesta, amor de la cabras.
Y
entre una senda de flores
que
van tejiendo el estío,
murmurando
sus amores
perezoso
cruza el río.
Y, a modo de
estribillo, la felicísima nueva de la flor abriéndose en el huerto en su
renovada anual circuncisión, como el niño que da en adolescente cuando las brevas
maduran y la miel sabe a romero.
Cuna
florida del sol,
joya
del suelo español.
La chicharra en
la morera rubrica su ebriedad. El sol la enciende y aviva. No hay en la Huerta
murciana criatura viva que simbolice mejor el caneo local, la calor que sigue
al calor y las calores en que gozosamente remata el proceso: la chicharrera.
Vega,
divino tesoro,
entre
tus verdes maizales
vibra
como arpa de oro
el
manto de tus trigales.
Maizales de los
amores de urgencia, donde el milagro de la vida se reinventa cuando ‘dos son
estopa y... pasa el viento y sopla’. Trigales, en rubias pirámides, de cuando
las eras daban nombre a los lugares. Un suponer, las Ericas de Belchí, vecinas
de la Arrixaca, hoy enfermas de autovía.
En
tus naranjos se llena
un
incensario de azahar,
para
la Virgen morena,
que
hizo en la tierra su altar.
Por un dorado
hilo de oro, tan joyoso y rutilante como el que el gusano de seda enhebra en
las intrincadas ramas de la boja, el diapason desciende desde lo alto y deviene
trasunto competencial.
Parranda
soñadora
siempre
hendida de gozo;
copa
madrugadora
que
suena retadora
en
los celos de mozo.
Y hete aquí que
por la senda a zaga que va tejiendo el estío, en ruidosa avanzada llega la
jacarandosa parranda, metiendo bulla y requiriendo tratos de amor con resultas.
Oyendo
la armonía
que
tu guitarra guarda,
todo
la vida mía
a
la sombra estaría
de
tu torre gallarda.
Qué virilmente,
o gallarda, se alza la torre catedralicia en mitad de la vega, orientando el
tiempo que va desde el orto al ocaso, cuando el mundo clama «¡salve!» ante el
milagro repetido de la vida en forma de nuevo día y ‘hasta mañana, si Dios
quiere, que seguro que querrá’.
De
tu torre gigante
que
a los cielos se asoma
y
en un lápiz fragante
duerme
como paloma.
La sombra, luz
con antifaz. La media tarde, la noche en ciernes, la noche plena. El reloj se
embosca, las campanas se embozan, la torre se diluye. La ciudad y la vega,
indefensas cordericas, duermen apabiladas por la torre, esperando el nuevo día;
que a diario rompe por el Miravete, patria de Antonete Gálvez, el caudillo
cantonal que cabalgaba un caballo con una estrella en la frente.
Murcia,
joya del rico suelo español,
soñando
paraíso, cuna del sol.
Se incendian los
papos, se alzan los ojos, se abre el pecho, falta la respiración. Alguien mueve
un brazo para darle fuelle a los pulmones. Hora es del sostenido do de pecho.
¡Murcia,
la patria bella
de
la Huerta sultana;
novia
rica y lozana,
siempre
llena de azahar.
Y con lágrimas
en los ojos, por la emoción y el contento, el climax alcanza ribetes de suprema
exaltación, un cólico etílico de legítimo orgullo, de vernácula satisfacción.
Rico
tesoro, bella ciudad,
sagrario
de la santa fecundidad.
‘Que no me muera
yo sin que lo cuente’ es verso de Jara Carrillo, periodista, poeta y político
alcantarillí, a quien todo murciano debe lauro. La anchura de nuestro pecho la
mide el fiel de su himno. El ‘Himno a Murcia, claro. Y que no me muera yo sin
que lo cuente.
14
DOS SIGLOS Y
MEDIO CUMPLE
EL PRIMER
VOCABULARIO MURCIANO
«La Verdad».
Murcia, 14.5.2011
http://www.laverdad.es/murcia/v/20110514/opinion/siglos-medio-cumple-primer-20110514.html
En el año de
gracia que felizmente discurre se cumplen doscientos cincuenta años de la
publicación del primer vocabulario murciano. Y nuestros mandamases culturales
sin enterarse, que bastante tienen con los comicios electorales y otras hierbas
y matujas. Su autor: Antonio de Elgueta y Vigil. La obra: «Cartilla de
agricultura de moreras y arte para la cría de la seda: sus reglas y varias
observaciones para el mejor modo de practicarlas».
Tan tempranera
obra, vio la luz en la Imprenta de Gabriel Ramírez, Madrid, en el año 1761,
reinando Carlos III, monarca ilustrado que no tardaría en valerse de los servicios
de nuestro Floridablanca (que ya se ponía los rulos e iba para estatua de
jardín el noble).
Contando con los
dedos, que es como mejor se cuenta, la ‘Cartilla’ de Elgueta incluye un total
de doscientos veintiséis vocablos con presunto origen y seguro asiento en
Murcia, adonde venían a comprar seda, en grande tropel, aquellos mercaderes
toledanos con los que se topara don Quijote y su escudero en plena Mancha un
largo siglo y medio antes.
Difícil de
encontrar en las librerías de viejo, pedir que la ‘Cartilla’ se reedite sería
vano mester. Porque en nuestros pagos para que una idea prospere hay que hacer
mucha antesala y corrillos y trapisonderías y uno ya no va estando para esos
tejimanejes tan propios de ganapanes.
Caballero del
Orden de Santiago, secretario del Secreto de la Inquisición de Murcia, etc., el
autor de la ‘Cartilla’ procedía de la villa de Atienza, obispado de Sigüenza,
de donde por fortuna nos llegara. No ser de Murcia le libró del «veneno que,
según Sánchez Madrigal (1879), no hay quien al murciano exima / y que es su
carcoma: el clima: / —¡Así no fuera tan bueno!— / El nos da esa indiferencia, /
esa triste dejadez / de que sale rara vez / nuestra típica indolencia».
Puesto el
natural de Atienza manos a la obra fue dando cumplida cuenta de todo lo
concerniente a ‘la cultura (cultivo) de la morera (setecientas cincuenta mil
censadas), de la habitación de los gusanos y de la descripción de estos
insectos y el modo de su cría y utilidades’. Adornada la ‘Cartilla’ con laminas
‘para facilitar su cabal inteligencia, no sólo a los que se ejerciten en su
práctica, sino también a los físicos en la investigación de la Naturaleza’,
colocó al fin de la misma ‘un
diccionario que explica los nombres y voces de este arte que se usan en este
reyno de Murcia’, universalmente conocido como ‘Murcia de la seda’ entre los
siglos XV y XVIII.
Tan impagable
servicio a Murcia la capital del reino se lo ha pagado con silencio. Buscar el
nombre de Antonio Elgueta y Vigil en el callejero murciano es perder el tiempo.
Ni estuvo ni se le espera. Ni siquiera en el Jardín de la Seda, donde justo
sería tuviera una lápida conmemorativa.
Como mi
capacidad de maniobra e influencia es mínima, obraré con el ejemplo. Desde
mañana, a mi morera más frecuentada y querida la nombraré ‘la Elgueta’.
15
RÉQUIEM POR ‘EL
MOLINO DEL AMOR’
«La Verdad».
Murcia, 6.6.2011
http://www.laverdad.es/murcia/v/20110606/opinion/requiem-molino-amor-20110606.html
http://www.que.es/ultimas-noticias/opinion/201106060044-requiem-molino-amor-lverd.html
http://patrindustrialquitectonico.blogspot.com
• Publicado por Diana Sanchez Mustieles
en 6/07/2011
blogcyl.patrimoniocastillayleon.org/.../archives/1068
bitacoras.com/canales/articulos+opinion
Abandonado a su
suerte, triste suerte del abandonado, el Molino del Amor se muere lenta e
irremisiblemente, sin que el alcalde Cámara y su camarilla pedánea muevan un
dedo por remediarlo.
No faltará quien
con justa razón aduzca que el Molino del Amor carece de valor arquitectónico.
Ciertamente su valor no es el artístico, ni el que puede medirse y ajustarse
con la vara metálica del oro. Su valor es histórico, cultural, literario,
sentimental y ecológico.
Salvador Jacinto
Polo de Medina (1603-1676), lo inmortaliza en el décimo verso de su celebrado
romance ‘A las calles de Murcia’ (1637); de las que viene a ser su testamento,
pues buena parte de ellas o ya no existen o han cambiado de nombre.
En Murcia (donde
lo que hace una generación lo destruye la siguiente) hubo calles, puertas,
plazuelas y enclaves que nuestro mayor poeta festivo engarza en un rosario de
cuentas que no se recita de corrido en los centros docentes (escuelas,
institutos y universidades) porque inspira mala conciencia.
Buscar en el
actual callejero murciano la Puerta del Sol o la Plazuela de Gracia es vano
mester. Pasaron a mejor vida y son pasto del olvido. Quien quiera saber de ello
siga los pasos de ‘la que dicen que es su casa el Molino del Amor, y si no le
dan maquila la posada del León’.
Si la heroína
del poema, una buscona, moró en dicho molino y ofreció en los harinosos
jergones de la maquila sus servicios o si el poeta recurrió metafóricamente al
nombre por razones literarias es cuestión que no hace al caso discurrir ahora.
Lo que importa resaltar es la función referencial del Molino del Amor; presente
en graves momentos históricos (riadas, movilizaciones, guerras...).
En ‘Bosquejo
Histórico de Murcia’, por ejemplo, Frutos Baeza cuenta que, en tiempos del
Fraile Pepón (1835) ‘se organizaron milicias urbanas para defender a los
ciudadanos de los alborotadores, situándose las compañías de La Albatalía y
Arboleja en el Molino del Amor’.
Ubicado en la
carretera de La Ñora, sobre la acequia Aljufía (la del Norte) cuyas remansadas
aguas movían las pesadas piedras de la molienda, permaneció activo hasta
aproximadamente 1970, encontrándose actualmente cerrado y en estado ruinoso. Y
amenazada de mendaz entubamiento, la acequia de origen y nombre árabe, antesala
de La Mota, de la que ya sólo queda el nombre, pues donde hubiera acequia ya no
hay acequia, ni mota. Semáforo, sí. Y pésimo urbanismo.
Hasta su
imperdonable abandono, el Molino del Amor dio amplio y buen servicio al
vecindario, moliéndose en sus intalaciones todo tipo de granos; sobre todo:
maíz; cuya harina servía para la alimentación de cerdos; que, hablando conmigo
mismo, en ninguna casa del lugar faltaban.
Gratuita y
mareantemente aromado por el vino peleón de la paredaña tasca ‘El Jumillano’,
en el establecimiento molinero expendíase a granel harinilla, harina de
panizo, harina de salvado y centeno, y demás harinas forrajeras; amén de
granos y semillas.
Fuera, la niña
del molino, guapa, inocente y lozana, era injusta y ladinamente perseguida en
los carriles aledaños por los gamberros del momento (entre los que me contaba).
El ángel de la Guarda la preservó de salacidades. Si podrá, o no, preservar el
Molino del Amor es cuestión que está por ver.
Abandonado a su
suerte, el Molino del Amor se muere lenta e irremisiblemente. No de amor, sino
de justo lo contrario. De desamor municipal, naturalmente.
16
EL
MINIVOCABULARIO IGNORADO
DE NUESTRO DON
PEPE
«La Verdad».
Murcia, 27.6.2011
http://www.laverdad.es/murcia/v/20110627/opinion/minivocabulario-ignorado-nuestro-pepe-20110627.html
Antes que plaza
pública, José Martínez Tornel (1845-1916) fue escritor y periodista. Y entre
sus poemas de temática huertana tal vez el más citado y reproducido haya sido
‘El busano de la sea’ (1874). Pero los autores que lo citan y reproducen
(¡tantos y en tantos medios!) incurren en el mismo defecto: lo copian y pegan
unos de otros sin peregrinar a la fuente original, donde luce (como perla en su
concha) la advertencia implícita en los versos primerizos:
El
busano de la sea
se
esmangarilla en seguía,
si
no se le dá tóo el cúdio
que
el animal necesita.
Falto de cúdio
(cuidado), su primoroso poema se esmangarilla (malea) al reproducirlo, aquí y
allá, privado de sus naturales atributos. Vulgo ‘capao’. Léase: sin las treinta
y seis breves notas a pie de página con que el autor lo enjoya, ilumina y
realza.
Ignoro la razón
por la cual esas treinta y seis notas a pie de página no han llamado la
atención de ‘los glosadores a la carrera’ de nuestro don Pepe. Orillar tales
anotaciones es hacer de menos al autor, quien naturalmente no las puso ahí en
función de aliño, sino para ilustrar al churubito murciano no versado en el
significado de los términos propios de la Huerta.
Las ‘joyuelas’
en cuestión tienen por objeto desasnar al ignaro capitalino. Razón de más para
que se aireen convenientemente, cosa que acaso se haga aquí, y ahora, por
primera vez. En conjunto constituyen un agudo minivocabulario murciano (uno
más) que los cultivadores del panocho deberían ser los más interesados en
meterlo en sus bolchacas y usarlo como es debido.
Murcianísima en
extremo, un suponer, es la expresión ‘al fin y a la prepartía’, de la cual se
aclara que ‘es una palabra que no significa nada en el lenguaje de la huerta’,
y que no es un equivalente a ‘al fin y al cabo’ sino que quiere decir ‘al fin y
sin más remedio’. Espicazar no equivale a explicar, sino a ‘hacer una cosa con
constancia y ahinco’. Y ‘panocho’, oído al parche, rectamente se subraya que es
‘el natural de la huerta’.
Que el maestro
de periodistas incorpore esta aclaración al pie de su poema es muy de
agradecer. Y autoriza a deducir que, en su tiempo (tan cercano al nuestro), el
significado de la voz ‘panocho’ aún no era de dominio público, mal que les pese
a quienes piensan (¡y son tantos!) que el panocho era la lengua en que
aprendieron a pecar Adán y Eva en el Paraíso Terrenal.
No menos
sorprendente es que a los duros de mollera se nos aclare que ‘a los de la
huerta les parece basto decir pimentón’, voz que sustituyen por pimiento. Como
sustituyen ‘capillo por capullo’. Y que ‘a ninguno de la huerta se le oye decir
zaragüelles, sino zaragüeles’ (salvo al alcalde Cámara y al presidente de las Peñas
Huertanas, que comparten sastre y traje de lujo con falsa botonadura de plata
charra, porque no son panochos). Cauza, en fin, es ‘el avivadero de la
simiente’. Y ‘frailes’ los manojos de esparto en donde cuelgan los gusanos el
capullo’.
Y, estando que
estamos en tiempo de renovación de corporaciones (Comunidad y Ayuntamientos),
viene al pelo recordar a los nuevos cargos públicos que, en el lenguaje de la
huerta, ‘seista es el gusano que llega bueno para hacer capullo’. Conque
aplíquense al cuento, que en el sueldo les va hacer capullo. Y líbrennos de
esclavejíos.
17
MALOS TIEMPOS
CORREN
PARA LA LÍRICA
HIDRÁULICA
«La Verdad».
Murcia, 26.7.2011
Los cauces de
riego son a la huerta murciana como las venas al cuerpo. Las venas llevan la
sangre donde es falta. Y donde la sangre no llega, el cuerpo sufre gangrena,
azulea, negrea, oscurece y muere. Que eso es mismamente lo que le pasa a la
huerta cuando el humor del cauce de riego no se echa a pegar la oreja un rato
sobre el propicio bancal o el agradecido huerto. Sin sangre, el cuerpo entra en
necrosis, por muerte de los tejidos. Sin agua, la tierra se cuartea, agosta y
da en yelmo, como un pellejo de vino escurrido hasta las heces.
Lo que el
huertano más ceporro sabe los mandamases lo ignoran. Los políticos se
desgañitan pidiendo ‘agua para todos’ sin discurrir primero donde van a poner
el agua que les den, porque contenido sin continente son dos bocas que no
riman.
¿Qué
le queará a este infelis
si le erribais la barraca?
Con este pulso
al futuro en forma de interrogante finaliza el poema ‘La Barraca’, canción con
motivo de la orden del Sr. Corregidor para derribar las de los que no tienen
tierra, exhumado por Díaz Cassou en 1897. Y, remedando al vate anónimo
inspirado por la musa popular, hora va siendo de interrogar a los detentadores
de poderes públicos con otro pulso al futuro en forma de interrogante:
¿Que
le quedará a la huerta,
infeliz
huerta murciana,
si
le clausuráis las aceñas,
le
derribáis los molinos,
le
emborronáis los brazales,
le
quitáis las regaderas
y
le entubáis las acequias?
Si las tuberías
de plástico o los tubos de cemento son la solución, malos tiempos corren para
la lírica hidráulica, señores gobernantes. Murcia tendrá ‘agua corriente’.
Pero no ‘corriente de agua’. Época hubo en la huerta murciana en que al par de
‘los caminos de andar’ discurrían ‘los caminos que andan’, haciendo camino al
andar entre cañares sonreídos de limones. Frutos que el poeta García Lorca
pedía a las jovencitas que los tiraran a las acequias para que parecieran de
oro.
La distinción
entre aguas vivas y aguas muertas, que un servidor recreara en 1984, consta en
las ‘Ordenanzas de la Huerta’. Una de cuyas primeras versiones es del tiempo de
los Reyes Católicos, obra en el Archivo Municipal y fue primorosamente
reeditada por quien ni las cumple ni las hace cumplir: el Ayuntamiento de
Murcia.
De las
‘Ordenanzas’ conozco varias versiones. La entonces aludida, en su art. 37 avisa
que ‘los cauces de aguas vivas sirven o están destinados para regar las
tierras, y son las acequias mayores, las menores o particulares, los brazales y
las regaderas’. Y, en el siguiente, determina que ‘los cauces de aguas muertas
sirven para recibir los avenamientos o escurrimbres de las tierras,
descargándolas de la excesiva humedad que les perjudica. Son: los escorredores,
las azarbetas y los azarbes o ladronas. Y los cordialmente llamados
meranchos y meranchones.
Ocioso es ya en
Murcia hablar de aguas vivas. Hoy en día, los cauces de riego que priman son
los de aguas muertas. De ahí que los regidores de la cosa pública los quiten,
soterren o entuben. Lo que nada tendría de extraño que fuera por nuestro bien.
Para evitar a los espíritus sensibles el bochorno de verlas correr sin aliento,
fétidas y canas, coronadas de inmundicia.
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