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José Manuel Fraile gil y el
Romancero Cántabro
Emilio del Carmelo Tomás Loba
(Universidad de
Murcia)
Hablar del gran investigador José
Manuel Fraile Gil es sinónimo de Romancero (vocablo éste apenas al alcance de
unos pocos a pesar de haber sido trabajado por muchos) y adentrarse por este
campo presupone, sin duda, entablar un conversación con uno de los referentes
literario, histórico, musical, etnográfico y antropológico más importantes de
la literatura española o, si queremos, hispánica por utilizar un término de
mayor amplitud. Decimos esto porque el mencionado Fraile Gil, eminente
investigador en el marco nacional en lo referente a costumbres o ritos
tradicionales y literatura popular, ha publicado bajo el auspicio de
Profundo conocedor de los ritos
etnográficos como afirmábamos anteriormente, José Manuel Fraile asienta en el
mundo romancístico un término, el de Ocasionalidad,
a través del significativo capítulo: “La ocasionalidad en el Romancero
Cántabro”, donde el autor entiende y atiende a este concepto para advertir de
la importancia del medio en el que está inserto un determinado canto narrativo
de carácter tradicional, adscrito a un rito religioso o profano dentro del
calendario (esto es con una forma de funcionamiento repetitivo) o bien una
manifestación ritual acíclica. De esta forma, el autor, desde nuestro humilde
punto de vista, creemos que escoge el sendero adecuado cuando, consciente de
que el Romancero ha pasado durante
muchos años por las vicisitudes intelectuales de “la variante”, “el cotejo
lingüístico” o “la jerga dialectal”…, decide ubicar la narración en su contexto
original: el juego, el baile o danza, el periodo religioso, etc., porque es ahí
indudablemente donde el texto adquiere vida y sentido, para lo cual, tal y como
establece el gran etnomusicólogo Bruno Nettl, confluyen tres criterios siempre necesarios
para abordar el campo de la literatura y la música tradicional adscrito al
paradigma de la evolución y la dependencia con el entorno social: a) que tenga
una transmisión oral, proceso que marca la evolución de una composición
ocasionando variantes, dando lugar incluso al olvido de la forma primigenia o
quién la compuso; b) que un determinado canto sea funcional, esto es, que
responda a una función determinada en el marco de un ritual; y c) que tal
retazo sea usado y aceptado, o lo que es lo mismo, interpretado. En definitiva,
estas tres pautas de comportamiento, conducta y rigor científico son las que,
de alguna forma, ayudan al investigador a localizar la ubicación u ocasionalidad de una narración en verso
en un determinado contexto ya que tales representaciones narrativas (en gran
parte musicadas) representan a quienes la usan o interpretan, conteniendo, en
no pocos casos, señas de identidad a decir por el tipo de ritual al que está
asociado.
Así, al adentrarnos por las sendas de
esta gesta recopilatoria, el prólogo del maestro Samuel G. Armistead advierte
de la importancia del mismo en el panorama nacional e incide en varias de las composiciones
recogidas por alzarse éstas como cimas del mundo romancístico (como el romance
del Príncipe don Juan) además de por
tener su extensión o antecedente en los antiguos cantares de gesta franceses como
La infancia de Gaiferos o Grimaldos desterrado entre otros de los
aquí recogidos.
Por lo que respecta al primer, segundo
y tercer punto: “Introducción general”, “La ocasionalidad en el Romancero
Cántabro” y “Bailes romancísticos en Cantabria” respectivamente, desarrolla el
autor un proceso de descripción construido conforme a un desarrollo narrativo desde
lo general a lo particular, de tal forma que a través de la introducción Fraile
Gil subraya características del romancero cántabro donde la presencia de lo
francés medieval adquiere tintes de tesoro intangible, así como el aire
arcaizante, y los parentescos no sólo con el corpus hispánico peninsular sino
también con las propuestas narrativas sefardíes o bien determinadas
correlaciones con cancioneros como el de Amberes
(1550). Para el segundo punto o bloque relacionado con
Concretando así los pasos de nuestro
camino a lo largo de tan esmerado trabajo, nos conduce el autor hacia uno de
los ejemplos más curiosos en la relación romance–ritual: los bailes
romancísticos, o lo que es lo mismo, manifestaciones coreográficas (bailes o
danzas) acompañadas de determinados ritmos y melodías, en las que además está
presente la literatura de un determinado romance, adscritas o no al marco de
una fiesta. Por su importancia histórica y documental, señala el autor la
maravilla que entonces pudo encontrar don Ramón Menéndez Pidal en 1930 cuando
presenció “el baile a lo llano” del pueblo de Ruiloba acompañado por el
soniquete, ritmo y literatura de La boda
estorbada, o bien, en 1932, la Danza
del Romance de Comillas, hermana gemela del anterior baile romancístico… Y
advierte finalmente cómo, los llamados “bailes agarraos” o “panceaos” fueron
desplazando la solemnidad de los bailes anteriores por esta nueva moda de gran
éxito y calado social pero eso no quitó para que algunos romances fueran
insertados en melodías más cercanas a nuestros días como el pasodoble, la
copla, etc.
Más adelante y a través de los puntos
IV (“Los portadores de la tradición en Cantabria”) y V (“La recolección
romancística en tierras cántabras”), el autor realiza un recorrido histórico
por los estandartes locales que dejaron su impronta en la historia de este gran
mundo de oralidad y pervivencia como José Ramón Lomba y Pedraja, persona que
colaboró estrechamente con don Ramón Menéndez Pidal, o Eduardo Martínez Torner,
por poner un ejemplo, a través de importantísimas publicaciones pioneras; así
como también señala Fraile Gil al hombre, no sólo a la mujer, como esencial
informante en la recogida de flores narrativas de diversa índole. En el último
bloque de este grandioso volumen, los puntos VI, VII y VIII, son establecidos
los criterios de nomenclatura, clasificación y transcripción del corpus
romancístico así como la tabla que compone el grueso de romances (sector que copa
la mayor parte del libro). Sin duda, la grandeza de una descomunal flor de romances
se hace patente a decir por la clasificación que propone el autor como forma de
catalogación lógica, histórica y/o temática dando lugar así a propuestas perfectamente
conjuntadas como romances con referente épico–francés: carolingios y
caballerescos, romances de asunto burlesco y anticlerical, romances de asunto
bíblico, cristológico y hagiográfico, romances fronterizos, romances que tratan
sobre cautivos y presos, etc., donde, en definitiva, el gran legado de la
oralidad nutre con narraciones en verso un mundo donde lo importante no es ser
un vulgar ladrón o un solemne rey, lo que realmente adquiere valor es la relación
que se establece entre el emisor y el receptor, proceso a través del cual permite
que el hecho en sí de narrar o contar algo por pequeño que sea el contenido, se
convierta en una realidad y no un recuerdo compartimentado, propiciando de esta
forma que este tipo de literatura culmine, consiga y confirme el fin para el que
nació: producir placer estético.
Unido a todo este corpus romancístico como
buen recopilador, investigador e intérprete del contenido literario
tradicional, nos ofrece también el autor un índice de informantes, un índice de
primeros versos, las localidades donde ha tenido lugar la recogida así como los recopiladores que han intervenido
en tan magnífica obra, demostrando Fraile Gil que, en este mundo, existe la
ética, el rigor y la profesionalidad. Sin duda, lo que hace más atractivo, si
cabe, toda esta odisea de oralidad es la aportación magnífica de un soporte
sonoro en disco compacto (CD) con un total de ochenta temas donde, narraciones
en verso tales como La Hermana Cautiva,
La Adúltera y el Cebollero, El Paje y la Infanta, Los Primos Romeros, La Infancia de Gaiferos o El
Cura y la Criada…, consiguen adentrarnos por una música añeja, retirada, en
cierta forma olvidada que, gracias a este trabajo, adquiere los tintes de
tesoro patrimonial inmaterial vivo.
Así, tras la lectura de este libro,
dos ideas son las que van a quedarnos absolutamente claras: la grandeza del Romancero
como mundo portador de mundos, aunque esté lamentablemente hoy en día en vías
de extinción, y la capacidad del maestro e investigador José Manuel Fraile Gil de
coordinar, recopilar, agrupar y explicar tan ingente floresta de narraciones
arrancadas al olvido. Sin duda, el romance habla de nosotros como individuos
adscritos a un territorio, a una tradición, a una forma de hablar y de contar
las cosas, de reflejar un pasado o una historia, una manera de cercar en un
mismo mundo una narración donde todos los estratos sociales se ven reflejados,
un universo musical con rasgos identitarios…, en definitiva, una literatura
para todos que hasta hace no mucho copaba la vida de nuestro inmediato pasado.
A juzgar evidentemente por esa notable
sensibilidad para con lo tradicional, es una suerte para nosotros, un placer y
un honor que el gran maestro Fraile Gil continúe esta labor ingrata, en pleno
siglo XXI, como ya lo hiciera don Ramón Menéndez Pidal, allá por las primeras
décadas de la centuria pasada.
[1] Fraile Gil,
José Manuel, Romancero Tradicional de
Cantabria, con prólogo del profesor Samuel G. Armistead, Fundación Marcelino Botín, Salamanca, 2009.
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