REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


José Manuel Fraile gil y el Romancero Cántabro

 

Emilio del Carmelo Tomás Loba

(Universidad de Murcia)

 

 

          Hablar del gran investigador José Manuel Fraile Gil es sinónimo de Romancero (vocablo éste apenas al alcance de unos pocos a pesar de haber sido trabajado por muchos) y adentrarse por este campo presupone, sin duda, entablar un conversación con uno de los referentes literario, histórico, musical, etnográfico y antropológico más importantes de la literatura española o, si queremos, hispánica por utilizar un término de mayor amplitud. Decimos esto porque el mencionado Fraile Gil, eminente investigador en el marco nacional en lo referente a costumbres o ritos tradicionales y literatura popular, ha publicado bajo el auspicio de la Fundación Marcelino Botín, un espectacular volumen titulado El Romancero Tradicional de Cantabria[1], trabajo que además de estar tratado con la precisión del ebanista presenta un abanico de textos tradicionales genialmente anotados y clasificados. Fruto de ese celo, el autor nos regala algo más de novecientas cincuenta páginas de inmediato pasado, aires novelescos, históricos, religiosos, profanos, jocosos, etc., que dicen de un hábitat, el campesino, desde donde a gritos se nos implora que hurguemos en su corpus antes de que el ocaso de la vida tradicional se cierna en una oscuridad absoluta cuando ya no quede tiempo para recoger ni siquiera una mala copla en el pozo de la memoria humana, ahora que la sociedad camina o evoluciona, cada vez más ligera, hacia una especie de prototipo globalizador similar al desarraigo.

          Profundo conocedor de los ritos etnográficos como afirmábamos anteriormente, José Manuel Fraile asienta en el mundo romancístico un término, el de Ocasionalidad, a través del significativo capítulo: “La ocasionalidad en el Romancero Cántabro”, donde el autor entiende y atiende a este concepto para advertir de la importancia del medio en el que está inserto un determinado canto narrativo de carácter tradicional, adscrito a un rito religioso o profano dentro del calendario (esto es con una forma de funcionamiento repetitivo) o bien una manifestación ritual acíclica. De esta forma, el autor, desde nuestro humilde punto de vista, creemos que escoge el sendero adecuado cuando, consciente de que el Romancero ha pasado durante muchos años por las vicisitudes intelectuales de “la variante”, “el cotejo lingüístico” o “la jerga dialectal”…, decide ubicar la narración en su contexto original: el juego, el baile o danza, el periodo religioso, etc., porque es ahí indudablemente donde el texto adquiere vida y sentido, para lo cual, tal y como establece el gran etnomusicólogo Bruno Nettl, confluyen tres criterios siempre necesarios para abordar el campo de la literatura y la música tradicional adscrito al paradigma de la evolución y la dependencia con el entorno social: a) que tenga una transmisión oral, proceso que marca la evolución de una composición ocasionando variantes, dando lugar incluso al olvido de la forma primigenia o quién la compuso; b) que un determinado canto sea funcional, esto es, que responda a una función determinada en el marco de un ritual; y c) que tal retazo sea usado y aceptado, o lo que es lo mismo, interpretado. En definitiva, estas tres pautas de comportamiento, conducta y rigor científico son las que, de alguna forma, ayudan al investigador a localizar la ubicación u ocasionalidad de una narración en verso en un determinado contexto ya que tales representaciones narrativas (en gran parte musicadas) representan a quienes la usan o interpretan, conteniendo, en no pocos casos, señas de identidad a decir por el tipo de ritual al que está asociado.

          Así, al adentrarnos por las sendas de esta gesta recopilatoria, el prólogo del maestro Samuel G. Armistead advierte de la importancia del mismo en el panorama nacional e incide en varias de las composiciones recogidas por alzarse éstas como cimas del mundo romancístico (como el romance del Príncipe don Juan) además de por tener su extensión o antecedente en los antiguos cantares de gesta franceses como La infancia de Gaiferos o Grimaldos desterrado entre otros de los aquí recogidos.

          Por lo que respecta al primer, segundo y tercer punto: “Introducción general”, “La ocasionalidad en el Romancero Cántabro” y “Bailes romancísticos en Cantabria” respectivamente, desarrolla el autor un proceso de descripción construido conforme a un desarrollo narrativo desde lo general a lo particular, de tal forma que a través de la introducción Fraile Gil subraya características del romancero cántabro donde la presencia de lo francés medieval adquiere tintes de tesoro intangible, así como el aire arcaizante, y los parentescos no sólo con el corpus hispánico peninsular sino también con las propuestas narrativas sefardíes o bien determinadas correlaciones con cancioneros como el de Amberes (1550). Para el segundo punto o bloque relacionado con la Ocasionalidad, el autor, hombre conocedor del importante legado etnográfico, asume y tiene en cuenta la circunstancia que rodea a la emisión del romance (esto es, el contexto) por utilizar un término del filósofo José Ortega y Gasset… Y es que el medio, ritual o no, en no pocas ocasiones es o ha sido garantía de pervivencia para diferentes manifestaciones romancísticas y por ello, Fraile Gil, investigador avezado del mundo tradicional, bucea por los paradigmas tanto del calendario anual como del acíclico, de tal forma que menoscaba en la intrahistoria cántabra a través de los Ramos de Navidad, la petición de reyes, las marzas y las pascuas, los corros infantiles, las faenas agrícolas y pesqueras así como la actividad propia de las jilas y veladas, sin olvidar las oraciones y plegarias, ofreciéndonos así un micromundo etnográfico gigantesco adosado al corpus literario del Romancero, muestra indudable de la grandeza y vastedad del género.

          Concretando así los pasos de nuestro camino a lo largo de tan esmerado trabajo, nos conduce el autor hacia uno de los ejemplos más curiosos en la relación romance–ritual: los bailes romancísticos, o lo que es lo mismo, manifestaciones coreográficas (bailes o danzas) acompañadas de determinados ritmos y melodías, en las que además está presente la literatura de un determinado romance, adscritas o no al marco de una fiesta. Por su importancia histórica y documental, señala el autor la maravilla que entonces pudo encontrar don Ramón Menéndez Pidal en 1930 cuando presenció “el baile a lo llano” del pueblo de Ruiloba acompañado por el soniquete, ritmo y literatura de La boda estorbada, o bien, en 1932, la Danza del Romance de Comillas, hermana gemela del anterior baile romancístico… Y advierte finalmente cómo, los llamados “bailes agarraos” o “panceaos” fueron desplazando la solemnidad de los bailes anteriores por esta nueva moda de gran éxito y calado social pero eso no quitó para que algunos romances fueran insertados en melodías más cercanas a nuestros días como el pasodoble, la copla, etc.

          Más adelante y a través de los puntos IV (“Los portadores de la tradición en Cantabria”) y V (“La recolección romancística en tierras cántabras”), el autor realiza un recorrido histórico por los estandartes locales que dejaron su impronta en la historia de este gran mundo de oralidad y pervivencia como José Ramón Lomba y Pedraja, persona que colaboró estrechamente con don Ramón Menéndez Pidal, o Eduardo Martínez Torner, por poner un ejemplo, a través de importantísimas publicaciones pioneras; así como también señala Fraile Gil al hombre, no sólo a la mujer, como esencial informante en la recogida de flores narrativas de diversa índole. En el último bloque de este grandioso volumen, los puntos VI, VII y VIII, son establecidos los criterios de nomenclatura, clasificación y transcripción del corpus romancístico así como la tabla que compone el grueso de romances (sector que copa la mayor parte del libro). Sin duda, la grandeza de una descomunal flor de romances se hace patente a decir por la clasificación que propone el autor como forma de catalogación lógica, histórica y/o temática dando lugar así a propuestas perfectamente conjuntadas como romances con referente épico–francés: carolingios y caballerescos, romances de asunto burlesco y anticlerical, romances de asunto bíblico, cristológico y hagiográfico, romances fronterizos, romances que tratan sobre cautivos y presos, etc., donde, en definitiva, el gran legado de la oralidad nutre con narraciones en verso un mundo donde lo importante no es ser un vulgar ladrón o un solemne rey, lo que realmente adquiere valor es la relación que se establece entre el emisor y el receptor, proceso a través del cual permite que el hecho en sí de narrar o contar algo por pequeño que sea el contenido, se convierta en una realidad y no un recuerdo compartimentado, propiciando de esta forma que este tipo de literatura culmine, consiga y confirme el fin para el que nació: producir placer estético.

          Unido a todo este corpus romancístico como buen recopilador, investigador e intérprete del contenido literario tradicional, nos ofrece también el autor un índice de informantes, un índice de primeros versos, las localidades donde ha tenido lugar la recogida  así como los recopiladores que han intervenido en tan magnífica obra, demostrando Fraile Gil que, en este mundo, existe la ética, el rigor y la profesionalidad. Sin duda, lo que hace más atractivo, si cabe, toda esta odisea de oralidad es la aportación magnífica de un soporte sonoro en disco compacto (CD) con un total de ochenta temas donde, narraciones en verso tales como La Hermana Cautiva, La Adúltera y el Cebollero, El Paje y la Infanta, Los Primos Romeros, La Infancia de Gaiferos o El Cura y la Criada…, consiguen adentrarnos por una música añeja, retirada, en cierta forma olvidada que, gracias a este trabajo, adquiere los tintes de tesoro patrimonial inmaterial vivo.

          Así, tras la lectura de este libro, dos ideas son las que van a quedarnos absolutamente claras: la grandeza del Romancero como mundo portador de mundos, aunque esté lamentablemente hoy en día en vías de extinción, y la capacidad del maestro e investigador José Manuel Fraile Gil de coordinar, recopilar, agrupar y explicar tan ingente floresta de narraciones arrancadas al olvido. Sin duda, el romance habla de nosotros como individuos adscritos a un territorio, a una tradición, a una forma de hablar y de contar las cosas, de reflejar un pasado o una historia, una manera de cercar en un mismo mundo una narración donde todos los estratos sociales se ven reflejados, un universo musical con rasgos identitarios…, en definitiva, una literatura para todos que hasta hace no mucho copaba la vida de nuestro inmediato pasado.

          A juzgar evidentemente por esa notable sensibilidad para con lo tradicional, es una suerte para nosotros, un placer y un honor que el gran maestro Fraile Gil continúe esta labor ingrata, en pleno siglo XXI, como ya lo hiciera don Ramón Menéndez Pidal, allá por las primeras décadas de la centuria pasada.

 

 

 



[1] Fraile Gil, José Manuel, Romancero Tradicional de Cantabria, con prólogo del profesor Samuel G. Armistead, Fundación Marcelino Botín, Salamanca, 2009.