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ADIÓS A LA
UNIVERSIDAD, DE JORDI LLOVET
Xavier Laborda Gil
(Universidad de
Barcelona)
Jordi Llovet
Adéu a la
Universitat. L’eclipse de les humanitats.
Barcelona, Galàxia Gutemberg; 379 páginas
ISBN 978-84-8109-920-1
Jordi Llovet
(Barcelona, 1947) es catedrático emérito de Teoría de la Literatura de la
Universidad de Barcelona. Después de una larga y provechosa trayectoria
académica, se prejubiló hace tres años, en parte por su rechazo a la reciente
reforma universitaria. Ha sido profesor de estética, en los años setenta, y
posteriormente de crítica literaria. Promovió la licenciatura en Literatura
Comparada, que tuvo una afortunada acogida, hasta que el Plan Bolonia canceló
esta titulación y el modelo curricular en el que nació.
Se ha distinguido por
su actividad como traductor y promotor cultural. Ha traducido obras de
Hölderling, Kafka, Rilke, Musil, Flaubert y Baudelaire, entre otros autores. Y
es miembro fundador del Col·legi de Filologia y de la Societat d’Estudis
Literaris. Ha dirigido la cátedra Barcelona-Nueva York, en la que se ha
promovido el diálogo de intelectuales de estas dos comunidades. Jordi Llovet ha
tenido también una destacada presencia en la prensa como crítico musical y, en
especial, como articulista a propósito del Plan Bolonia para la homologación de
la enseñanza universitaria en Europa.
El libro Adéu a la
Universitat o “Adiós a la Universidad”, traducido el título del catalán, es
un obra que ha escrito como protesta por la implantación del Plan Bolonia. Se
trata de un ensayo original, que se revela como una caja de sorpresas. El
alegato a favor de las Humanidades es una elegía en honor de los antiguos
planes de estudio, que considera más abiertos e interdisciplinares, más
profundos y sugestivos. En consecuencia, es también una crítica detallada y
vehemente de los principios y la aplicación de los actuales. Esta tarea
argumentativa, que desarrolla con eruditas referencias a los clásicos y a los
padres de la Ilustración, a literatos y filósofos, a profesores universitarios
y personalidades de la política y la cultura, se acompaña con capítulos sobre
su biografía intelectual. El adiós a la Universidad es una composición en dos
planos: la crítica de la política educativa y la semblanza personal como
estudiante y profesor. La moraleja es que los dos planos coinciden en un
escenario, al final del trayecto, en la postración de las Humanidades y la
jubilación prematura del profesor.
Manifiesta el autor
que le ha dado pereza escribir sobre este asunto porque “la cuestión
universitaria no interesa a casi nadie” y porque, en España, el problema
secular de la educación “tiene muy mala solución”. Sin embargo, el lector no
aprecia que el ensayo se resienta de esta desgana inicial. Antes al contrario,
el texto recorre los numerosos motivos de una vigorosa argumentación y
transmite un discurso frondoso. El don de la narración oral del autor está
presente en las páginas en que cuenta su peripecia personal. Las anécdotas
recogidas aquí desprenden un espíritu risueño e inclinado a la acción. Son piezas
narrativas que esconden en su sencillez un valor de categoría, porque revelan
momentos en los que se producen quiebros significativos y en los que
intervienen agentes culturales de primer orden.
Aparecen en un relato
ágil e instructivo intelectuales como José María Valverde, Gérard Genette,
Julia Kristeva, Umberto Eco o Claudio Magris, por citar unos pocos. Jordi
Llovet dialoga incansablemente con ellos, organiza o comparte actividades como
académico y contertulio. La amistad y la convivialidad son valores con que
fusiona vida y profesión en una unidad intelectual. E invoca las doctrinas de
una numerosa colección de autores, desde Platón, Aristóteles o Cicerón hasta
Gadamer y Walter Benajamin, pasando por Erasmo, Kant, D’Alembert, Hegel y
Nietzsche. La filosofía de la Ilustración y las teorías de la historia componen
un fondo teórico fundamental. Con todo, el grueso de los comentarios de Llovet
se centra en los literatos, entre los que destacan Montaigne, Cervantes,
Shakespeare, Goethe, Flaubert, Kafka y Melville. Un índice onomástico con más
de trescientos autores orienta muy bien la lectura, además de ser un detalle
congruente con una cuidada edición.
Una batería tan
profusa de referencias está al servicio de una historia polifónica de las
instituciones educativas. Se inicia este recorrido en el escenario medieval,
con la Universidad de Bolonia como referencia. Que la revisión conduzca al Plan
Bolonia de nuestros días dota a la obra una fórmula parecida al palíndromo,
pues se abre y se cierra con Bolonia. Tras las etapas áureas de la universidad
renacentista y la ilustrada de Humboldt desde 1810, el autor señala el quiebro
fatídico del pasado siglo, en el que “no ha prosperado la clase intelectual
heredera de la ilustración, sino el espíritu verbal burgués”. Entiende Jordi
Llovet que es un escarnio invocar ahora el espíritu de la primitiva universidad
con motivo de la actual reforma.
El autor combate el
mito del progreso como motor lineal e imparable de perfección. Y lo hace con la
ayuda de dos modelos historiográficos consistentes. Hace suyos los principios
de la filosofía crítica de Benjamin y la hermenéutica de Gadamer. Y señala la
ideología neoliberal como garante de la revisión tecnocrática de los fines y
los contenidos de la Universidad, que entiende pareja con la depauperación de
la enseñanza primaria y secundaria. Sus vituperios no conocen la tibieza;
tampoco la dubitación. Afirma que la subordinación de las humanidades a los
requisitos de las ciencias empíricas y aplicadas supone el ocaso de las humanidades.
Por añadidura, la sumisión de la docencia a objetivos de productividad
investigadora y al despliegue en el aula de la informática son despropósitos
que sumen en el desorden conceptual las facultades de letras. Proclama que “no
hay ninguna máquina que pueda substituir el bien que hace la palabra del
profesor”. Y concluye con desánimo que una institución como la universidad, en
su inicio “arraigada en el concepto de jerarquía”, por efecto de una deriva
histórica y un golpe de gracia denominado Bolonia “ha ido a parar a la
anarquía”.
Al modelo socrático y convivial, que profesa admiración por los
maestros, estimula el debate con los discípulos y busca la iluminación en los
clásicos, opone los tópicos y confusiones del Plan Bolonia. Discute la premisa
mayor de la movilidad de los alumnos, por la ausencia de una koiné de
intelectuales. Lo fue el latín hasta hace no tanto, pero parece una falacia que
el inglés tome el relevo en las facultades europeas. Y denuncia por falso el
objetivo de la interdisciplinariedad y la profundidad del saber, porque en la
práctica se trastoca en especialización, desconocimiento de la perspectiva
histórica, mera atención al presente y a su tiranía de prisas y cambios,
formación instrumental y al gusto de las empresas o, finalmente, descuido de
las inquietudes cívicas y políticas.
La relación de críticas que anota el autor es tan extensa que parece
una disputa quijotesca contra el signo de un ocaso irremediable. Sin ánimo de
hacer un inventario, cabe anotar la crítica al nacionalismo literario, los
estudios de género, la superficialidad de ciclos de conferencias y la
frivolidad de programas de máster. También el estamento profesoral es objeto de
las diatribas, por sus hábitos acomodaticios y una resignación ante la
degradación que subleva al autor. Y, por elevación, añade la denuncia de
fariseísmo de los estamentos de gobierno universitarios.
El lector hallará mucha más munición en el libro Adéu a la
Universitat, que va dirigida a instancias corporativas, pero también a
personas cuya identidad es fácil de distinguir, en especial si se conoce la
historia reciente de la Universidad de Barcelona y de otras más catalanas. Un
aliciente de esta “homilía” atípica, como califica el propio autor, es la
facilidad narrativa y la riqueza de fuentes clásicas de que hace gala. La
combinación de argumentación y de relato personal, es decir, la amalgama de
exterioridad e intimidad –extimidad, diría Lacan– es un mérito capital del
ensayo. A ello se añade una dimensión ética de primer orden. El escenario
polemista que perfila Jordi Llovet aporta un campo muy grande para la discusión
y la disensión.
La valentía de un ataque tan amplio y tan taxativo puede verse como
osado o bien como imprudente. Tal vez no altere el debate si se considera que
el Plan Bolonia es la causa o bien la consecuencia de un proceso reformista. Si
se nos permite una propuesta cauta, diríamos que la historicidad a la que apela
el autor aconseja considerar el eclipse de las humanidades en un período más
largo, superior a la perspectiva de un ciclo personal. A Jordi Llovet le cabe
el consuelo de cuarenta y tres años vibrantes. Ingresó en 1965 como estudiante
en una Universidad donde le acogieron grades maestros, tales como Martí de
Riquer, José Manuel Blecua, José María Valverde o Antoni Comas. Y concluyó su
periplo como catedrático de teoría literaria, en el año 2008, al acogerse a un
plan de prejubilación.
Impresiona conocer de viva voz el balance de un académico original, un
traductor exquisito y un crítico perspicaz. Declara que ha vivido momentos de
belleza, provecho y dignidad, pero a su vez otros de malestar y consternación
han precipitado su salida de la Universidad. El manifiesto de su renuncia es
una elegía cuyo mayor mérito es el memorial de su vida universitaria. En Adéu
a la Universitat se plasma con viveza y múltiples matices la erudición, la
locuacidad y los ideales de una personalidad emocionante, para quien el cultivo
de las humanidades está vinculado a una dimensión moral y política. Para Jordi
Llovet “el retorno a las formas de educación basadas en el arte de la palabra y
en la discusión intelectual podría convertirse en un aliado para volver a
ofrecer a las democracias el sentido, o el valor, que no habrían debido perder
nunca”.
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