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María Florencia
Rizzo
(Instituto de Lingüística, Universidad de Buenos Aires
(UBA)
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas (CONICET))
Resumen
En este
trabajo abordamos los discursos sobre la lengua como espacios privilegiados
para indagar la construcción de imaginarios identitarios. Con este propósito,
analizamos dos congresos de la lengua española realizados en coyunturas
diferentes y alejadas en el tiempo –1892 y 1992– que comparten, sin embargo, un
acontecimiento con una función simbólica significativa: la celebración de los
Centenarios del llamado Descubrimiento de América. En primer lugar, estudiamos el imaginario de comunidad hispánica desplegado
en el Congreso Literario Hispanoamericano (Madrid, 1892). En segundo término, indagamos
en los discursos del Congreso de
Palabras clave: imaginario
identitario – comunidad hispánica – memoria discursiva – congresos de la lengua
española – discursos sobre la lengua.
Abstract
In this
work we approach discourses of language as privileged spaces to investigate the
construction of imaginaries of identity. With this intention, we
analyse two Spanish language congresses developed in different
situations and distanced in the time -1892 and 1992- which share, however, an
event with a symbolic significant function: the celebration of the Centenaries
of the so called Discovery of America. First, we study the imaginary of
Hispanic community in the Literary Spanish-American Congress (
Key words: Imaginary of
identity – Hispanic community – discursive memory – Spanish language congresses
– discourses of language.
1. Introducción
Los
discursos sobre la lengua constituyen
espacios privilegiados para indagar la construcción de imaginarios identitarios
en tanto exhiben la estrecha relación entre las representaciones que circulan
en torno a las lenguas y las construcciones identitarias de los grupos
sociales, así como el vínculo con los procesos políticos en los que se
inscriben. Desde la etapa inicial de las
Independencias y a lo largo del proceso de constitución de los Estados
nacionales en Hispanoamérica, se manifestó, de diversos modos y con diferentes
objetivos y alcances, la voluntad de unión de los países americanos en
entidades o confederaciones políticas y económicas supranacionales. Los
Congresos realizados o proyectados en distintas ciudades hispanoamericanas, el
primero de los cuales fue en Panamá en 1826, constituyen un claro ejemplo de
estos intentos.[1]
De ahí que la cuestión de la identidad común y, como parte de ella, de la lengua
compartida hayan acompañado no solo las reflexiones en torno a la formación de
identidades nacionales –recordemos que también durante el siglo XIX tienen
lugar los procesos de construcción y consolidación de los Estados nacionales– sino también las de extensión más amplia:
latinoamericana/ hispánica/ iberoamericana/ sudamericana. En este marco, la
necesidad de definir el vínculo con España ha sido un elemento constitutivo de
esas reflexiones, que se fueron orientando en distintos sentidos pero que
abarcaron polos que van desde el rechazo absoluto hasta la consideración de
aquella como madre patria. Del mismo modo, para
En el
contexto de la globalización, marcado por tensiones y alianzas entre las
exigencias de los Estados nacionales y de las integraciones regionales, en las
cuales interviene la articulación entre lo global y lo local, se activan
imaginarios identitarios en función de los intereses de los grupos que elaboran
e implementan las políticas lingüísticas referidas al español. En este sentido,
los congresos de la lengua española realizados desde fines del siglo XX, que se
presentan oficialmente como foros de intercambio entre actores sociales
españoles y latinoamericanos con la finalidad de debatir las cuestiones que
están o deben estar en la agenda pública del español, son lugares privilegiados
para examinar la construcción de identidades colectivas y el papel que cumple
en ellas la lengua en relación con las coyunturas en las que están insertos y,
en particular, con el desarrollo de políticas lingüísticas.
Desde el campo disciplinario de
En este trabajo nos proponemos analizar la
construcción de imaginarios identitarios en dos congresos de la lengua española:
el Congreso Literario Hispanoamericano (CLH), realizado en la ciudad de Madrid
en 1892, y el Congreso de
En el CLH –así como en otros discursos de la
época– se instala un imaginario de comunidad hispánica que se afianza en la
primera mitad del siglo XX, luego de los
sucesos de 1898, y perdura, con mayor o menor fuerza en distintos momentos, a
lo largo de décadas hasta que el nuevo escenario de fines de siglo motiva una
redefinición, como podremos observar en el análisis de los discursos del CLE. En el marco de los
inicios de la conformación de una nueva política lingüística implementada por
España durante las dos últimas décadas del siglo XX, se retoman, en el Congreso de 1992, algunos componentes del
imaginario de la comunidad hispánica configurado en
1892 y se movilizan, de este modo, diferentes zonas de la memoria discursiva.
2.
Los congresos de 1892 y 1992: continuidades y discontinuidades
El
CLH se realizó en Madrid entre el 31 de octubre y el 10 de noviembre de 1892 en
el marco de los festejos por el IV Centenario
del Descubrimiento de América. Esta convocatoria fue la primera abierta a
escritores e intelectuales de este continente y postuló como fin afianzar los
vínculos entre España e Hispanoamérica. La organización del encuentro estuvo a
cargo de
Un
siglo más tarde, entre el 7 y el 10 de octubre de 1992, tuvo lugar en la ciudad
de Sevilla el CLE, con motivo de la clausura de
Nuestro
interés por indagar estos materiales y por ponerlos en relación se apoya, al
menos, en tres consideraciones. Por un lado, la relevancia del contexto en el
que se sitúan los Congresos de 1892 y 1992: en el primer caso, España y los
países hispanoamericanos buscan consolidarse como Estados nacionales y
reflexionan acerca de sus identidades, repensando los vínculos entre sí; en el
segundo, en el marco de los procesos de globalización económica, estos países
realizan alianzas a nivel regional –por ejemplo, en
3. Imaginarios,
identidad y memoria
Los imaginarios sociales se constituyen a
partir de los discursos y las prácticas que circulan en la sociedad y regulan
–y condicionan–, a su vez, dichos discursos y prácticas. En el clásico trabajo La institución imaginaria de la sociedad (1975),
C. Castoriadis señala que lo simbólico es constitutivo de lo imaginario[4]
no solo porque le permite a este “expresarse” sino también porque es condición
de existencia, en tanto lo imaginario representa necesariamente algo, cumple
una función simbólica. Apoyados, entonces, en la idea de que los imaginarios
integran la realidad y se plasman, de un modo privilegiado, en los discursos
sociales, apelamos en nuestros análisis a un enfoque discursivo.
Los diferentes imaginarios colectivos
“conviven”, con mayor o menor grado de tensión, en distintos ámbitos sociales,
ocupan lugares más centrales o periféricos y reflejan en su interior
situaciones de conflicto (Baczko 2005). En efecto, observamos en los congresos
no solo la coexistencia de distintas configuraciones identitarias sino también
la exclusión, el silenciamiento, de otras construcciones imaginarias que
circulan en cada época.[5]
En términos de D. Cabrera (2004), las significaciones imaginarias sociales que
integran los imaginarios funcionan de tres modos interrelacionados: instituyen
y crean, por un lado, un orden social y, a su vez, son instituidas y creadas
por este mismo orden; por otra parte, mantienen y justifican una realidad
social en tanto legitiman ciertas ideas y representaciones, mientras que
ocultan o excluyen otras; por último, cuestionan, critican y buscan cambiar
determinados aspectos del orden social. Llevado a un plano más acotado, el
lingüístico y cultural, los imaginarios que se activan en los congresos actúan,
en efecto, como esquemas interpretativos (Baczko, 2005) que buscan orientar a
los grupos sociales hacia cierta lectura de la realidad.[6]
A través de estas representaciones simbólicas
–que poseen un aspecto “racional-real” y uno imaginado (Castoriadis, 1975)– las
sociedades construyen identidades colectivas, es decir, se conforma un conjunto
de ideas compartidas que implican una visión de sí mismos como “nosotros”, para
lo cual es necesario delimitar o diferenciarse de “los otros”. Estas
construcciones identitarias son entendidas como comunidades imaginadas en términos de B. Anderson (1993 [2007]), en
el sentido de imaginarse como formando parte de un todo, en comunión,
independientemente de que eso nunca pueda ocurrir. En el caso de los
materiales que analizamos, se trata de identidades culturales que atraviesan
los límites de los territorios nacionales y en las cuales la lengua ocupa un
lugar primordial. En términos de P. Cichon, la lengua constituye en dos sentidos
la identidad: por un lado, es constitutiva porque los hablantes se identifican
con ella; por otro lado, es necesaria para manifestarse y hacer actuar a un
grupo social, es decir, para “traducir nuestra identidad en la práctica social
concreta” (2006, p. 210). De ahí que nuestro interés consista en indagar
discursos sobre la lengua para analizar la construcción de imaginarios
identitarios.
En el campo de
4. La construcción de la comunidad hispánica en el
Congreso Literario Hispanoamericano
En un
trabajo anterior (Rizzo, 2010a) hemos analizado el CLH como uno de los espacios
públicos en los que España, en el marco de la crisis que atravesaba hacia fines
del siglo XIX, configuró el imaginario colectivo de la comunidad hispánica,
formada por esta nación y las repúblicas americanas que fueron sus colonias,
con el objetivo de revertir su imagen ante estas –asociada durante décadas a la
etapa de dependencia política (cfr. Rama, 1982; Bertoni, 2001)– y de establecer
vínculos culturales y económicos con ellas. En el ámbito lingüístico, el
Congreso funcionó como instancia de formulación de los principales lineamientos
político-lingüísticos diseñados desde la metrópoli, con el propósito de generar
en las naciones americanas espacios de intervención sobre la lengua y sobre las
prácticas lingüísticas.
En
primer lugar, el tópico[7] de la lengua
como patrimonio común constituye la seña de identidad por excelencia en el
imaginario de comunidad hispánica. De los discursos del CLH de 1892 se
desprende que el castellano es depósito de la historia compartida, es un tesoro
en el que queda plasmado el pasado de españoles y americanos; pero también es
el elemento que permite pensar en un futuro, ya que es el vehículo de progreso
de esa raza:
1. Trátase de conservar, ante
todo, de rectificar en cuanto lo necesite, de mejorar y extender la lengua española, vínculo común de la vida
hispano-americana y vínculo de vínculos, porque en ella está, en suma, depositada casi toda nuestra historia
colectiva, la historia de tanta parte común de estas naciones aquí
representadas (Cánovas del Castillo 1892 [1992], p. 30).[8]
2. Los pueblos de América lo
quieren, y ¿cómo no habrán de quererlo, si es imposible que renuncien a su origen y a sus tradiciones, si es uno mismo
el Dios a quien adoran, una misma
sangre la sangre que hace latir sus corazones, y si es una misma su alma, porque también
su lengua es una misma, la lengua, que es relación del espíritu y la
expresión divina de las almas? (Cruz 1892 [1992], p. 40)
La apelación recurrente a la identidad
compartida entre España e Hispanoamérica que recorre los discursos del Congreso
de 1892 exhibe la necesidad de
La idea más fuerte que opera en los discursos
es la unión entre España y
3. (…) la fuerza que ha de unir
las Repúblicas Hispano-Americanas con la madre
patria, será la simpatía, la mutua atracción, el mutuo cariño; y empleando la palabra en
su acepción más general, será el amor
(…) (Echegaray 1892 [1992], p. 218).
4. Ilustres historiadores,
inspirados poetas, arqueólogos insignes, forman la cohorte que, para celebrar
la más gloriosa fiesta de nuestra raza,
nos han enviado nuestros hermanos de
América, y que hoy, sentados en el
hogar de la madre patria, comparten con nosotros, como miembros de la misma familia, el legítimo orgullo que despierta en
todos la épica grandeza de nuestra
historia (Núñez de Arce 1892 [1992], p. 17).
Comenzaremos por analizar los modos de
designación (Guimarães, 2002, Guimarães y Mollica 2007) de los elementos que
componen el imaginario, es decir, cómo estos son construidos discursivamente en
el enunciado, a partir de las operaciones enunciativas de reescritura y
articulación.[11]
En primer término, es evidente el lugar superior en que es ubicada España
respecto de América: aquella es designada como madre o, más específicamente, como madre patria.[12]
Este sintagma, que ya había circulado durante el siglo XIX y que será incorporado en el
marco de la ideología de
De este modo, la autoridad de España sobre
América se construye como un vínculo natural cuyo origen reside en el
acontecimiento del descubrimiento representado a través de la expresión
metafórica dar a luz; siguiendo esta
lectura,
5. Cierto es que un
día, muy reciente, señores americanos de
El
papel que ocupa España se sustenta fundamentalmente en el sintagma madre patria, privilegiado para designar
su misión en el destino de Hispanoamérica. En efecto, la construcción
discursiva de España como “generadora de vida” determina que su lugar de madre patria sea incuestionable y permanente. En cambio, identificamos mayor
inestabilidad en el papel asignado, mayormente por parte de congresistas
españoles, a los países americanos dentro del imaginario. Como se observa en la
cita anterior, lexemas como hijos, madre (patria), por un lado, y como hermanos, fraternidad,[14]
por otro, suelen aparecer en los enunciados en entornos próximos. Así, las
formas en que son designados los Estados hispanoamericanos oscilan entre los
términos hijos y hermanos, aunque con preponderancia de los primeros. La vacilación
entre el tipo de unión filial y el vínculo fraternal, entre pares, no es, desde
nuestro punto de vista, aleatoria, sino que da cuenta de la dificultad por
parte de los españoles de definir el papel de Hispanoamérica en el imaginario
de identidad colectiva.[15]
De este modo, se ponen en escena dos gestos diferentes que conviven: la
apelación a relaciones horizontales entre Estados independientes y, a la vez, con
mayor fuerza, a vínculos asimétricos, que se remontan a la época de la
conquista, al nexo entre dominador y dominado.[16]
El elemento central que conforma el imaginario
de la comunidad hispánica, más allá de sus formulaciones concretas, es la
lengua y en ella se condensan el resto de los componentes: la raza, la
historia. La lengua es depósito de la
historia compartida, es su testimonio, lo que permite hablar de una raza
hispana: “vínculo común de la vida hispano-americana y vínculo de los vínculos,
porque en ella está, en suma, depositada casi toda nuestra historia colectiva,
la historia de tanta parte común de estas naciones aquí representadas” (Cánovas
del Castillo 1892 [1992], p. 30).
“La
raza” se presenta como un elemento
común a España y América, de ahí las referencias a nuestra raza; sin embargo, por lo general implica la raza hispana,
con raíces españolas, extendida a América.[17]
En cuanto al componente de “la historia”, este es esencial en tanto el pasado
común se origina en el hecho histórico del descubrimiento de América. En este
objeto discursivo que se configura en los discursos ancla un nuevo sentido, una
relectura del pasado –sintetizado en la llamada “leyenda negra”– que consiste
en borrar los aspectos más controvertidos de la conquista (entre otros, la
violencia ejercida sobre los habitantes originarios, los objetivos económicos y
de expansión del imperio) y destacar consecuencias positivas desde una
perspectiva peninsular: de este modo, se considera que aquel acontecimiento
permitió la fusión de España y América en una raza, en una lengua. Así, el pasado común
es representado en otro de los tópicos que caracterizan este imaginario: el
descubrimiento de América. Este acontecimiento marca el origen de la historia
compartida entre España y América y se construye discursivamente como una
hazaña:
6. Claro es que tratándose del
descubrimiento de América, no podían menos de tener, en cuanto se refiere á la
conmemoración de este hecho providencial,
importantísima representación histórica,
7. Nada podría conmemorar tan gloriosamente el Centenario
como la nación hidalga y valerosa
que, hace cuatro siglos, fué á descubrir las tierras del otro continente, se
propusiera realizar una nueva y no menos
grandiosa epopeya; un segundo descubrimiento
no menos brillante que el
primero: el de todos los tesoros de la inteligencia, el del movimiento de la
vida moral de nuestra América (Cruz 1992 [1892], p. 42).
En
los ejemplos que presentamos el sintagma descubrimiento
de América es reescrito como hecho
providencial, grandiosa epopeya y
descubrimiento […] brillante. En
efecto, esta reconstrucción del descubrimiento de América como una providencia,
como una misión en la historia busca, por un lado, borrar los aspectos más
controvertidos de la conquista (por ejemplo, la violencia ejercida sobre los
habitantes originarios, los objetivos económicos y de expansión del imperio) y,
por el otro, activar en la memoria de los latinoamericanos interpretaciones que
se asocien con el progreso y con la conformación de una familia.
5. Identidad y
memoria discursiva en el Congreso de
Tomando
como punto de partida la propuesta de J. J. Courtine (1981) en relación con el
análisis del discurso político, retomada y redefinida años más tarde por varios
autores, entendemos la noción de memoria
discursiva como el retorno de un ya-dicho en el presente de un
acontecimiento discursivo. Estos enunciados ya-dichos que reaparecen en una nueva
coyuntura se localizan en el interdiscurso y se materializan en el
intradiscurso, esto es, en la secuencia discursiva efectivamente realizada. De
este modo, todo decir se ubica en la confluencia de dos ejes: uno vertical, el
de la memoria situada en el interdiscurso; otro horizontal, el de la actualidad
que se plasma en el intradiscurso (Orlandi, 1999, p. 33). Asimismo, las huellas
del interdiscurso presentes en la superficie lingüística producen un efecto de memoria que puede ser, en
términos de Courtine, un efecto de redefinición, de transformación, pero
también de olvido, de ruptura, de rechazo, de lo ya-dicho.
A
partir de la propuesta de M. Foucault en L'Archéologie
du savoir, Courtine distingue tres dominios de objetos para ordenar las
secuencias discursivas que se organizan en torno de la secuencia de referencia,
que instaura el punto de partida en el corpus: el dominio de memoria, el de
actualidad y el de anticipación. En nuestro caso, las secuencias discursivas
alrededor de las secuencias discursivas de referencia –pertenecientes al
Congreso de
En
los discursos del CLE de 1992 se apela a una zona de lo que designamos como memoria discursiva hispanista, que
representa el imaginario de comunidad hispánica. Si bien los componentes de
esta memoria remiten a una variedad de discursos sociales que circularon hacia
fines del siglo XIX, adquieren
conocimiento público y se concentran en el Congreso de 1892. Ahora bien, junto
con las regularidades presentes en la conformación de la comunidad hispánica en
cada congreso, en el encuentro de 1992 operan desplazamientos de sentido y
transformaciones en función de las nuevas condiciones socio-históricas. En este
sentido, hacemos nuestras las palabras de E. Orlandi (1999, p. 36), para quien
en todo discurso se manifiestan dos fuerzas en permanente tensión: por un lado,
en el decir siempre se mantiene algo, la memoria, en este sentido hablamos de
estabilidad; por el otro, se producen rupturas en los procesos de
significación. La memoria discursiva del Congreso de 1992 activa determinados
elementos que anclan en el imaginario de comunidad hispánica de fines de siglo
XIX, pero también modifica e incorpora
otros aspectos discursivos en esa configuración.
En
términos históricos, las bases de la memoria discursiva que se actualiza en el
CLE se remontan al movimiento que apareció hacia fines del siglo XIX,
denominado por varios historiadores como hispanismo,
panhispanismo o hispanoamericanismo (cfr. Pike, 1971; Rama 1982; Rojas Mix, 1991; Álvarez
Junco, 2005; Sepúlveda, 2005). Desde esta concepción, los elementos en que se
basa la identidad cultural que funda el imaginario de comunidad o familia
trasnacional, esto es, la lengua, la historia, la raza, la religión, las costumbres
y tradiciones, fueron “trasplantados” desde España hacia América gracias al descubrimiento de este continente. Hacia
fines de siglo, España comienza a recuperar en este imaginario el papel
privilegiado de madre patria que da vida y protege a sus hijos (sus excolonias)
–concepción cuestionada luego de las guerras de Independencia por varios
sectores de la intelectualidad latinoamericana–, ocupando una posición
hegemónica sobre América Latina. Tomando en consideración lo precedente,
intentaremos dar cuenta de las regularidades y de las discontinuidades que
operan en la memoria discursiva del Congreso de 1992, es decir, qué aspectos
retornan y cuáles son las transformaciones que tienen lugar en el contexto de
finales del siglo XX.
5.1. Operaciones
de desplazamiento en los sintagmas descubrimiento
de América y lengua como patrimonio
común
La
memoria discursiva emerge en el Congreso de Sevilla a partir de determinados
elementos del pasado que retornan en el presente: concretamente, los tópicos
del descubrimiento de América y de la lengua española como principal patrimonio
común entre españoles y americanos. Pero también operan en esta memoria
transformaciones y desplazamientos –en este sentido podemos hablar de
discontinuidades– que dan cuenta de una nueva coyuntura y, por lo tanto, del
despliegue de operaciones distintas en la conformación de la comunidad
hispánica. En efecto, el Congreso de 1992 constituyó un punto de partida
estratégico de la política de promoción internacional del español impulsada a
comienzos de la década del noventa por el Estado español y acompañada por
agentes sociales y estatales, como
En
primer lugar, en los discursos aparece el tópico del descubrimiento de América,
a partir de la aparición de expresiones como (Cristóbal) Colón, almirante,
500 años, acompañadas también por la
referencia a Nebrija para dar cuenta
de la importancia del año 1492 para la lengua española –porque esta se “fija”
con la gramática al tiempo que llega a América y comienza su expansión– y para
la relación entre España y América:
8. Al cumplirse 500 años de la primera travesía
atlántica de Cristóbal Colón, la
lengua española se halla firmemente arraigada y en fecunda existencia en ambos
lados del Océano (Ponce de León, 1994 [1992], p. 35).
Comenzaba así una relación que,
por, encima de avatares y circunstancias políticas y económicas, constituye aún
hoy día nuestro más importante activo
patrimonial y nuestra más preciada seña
de identidad (Chaves, 1994 [1992], p. 28).
Sin
embargo, el retorno del acontecimiento en el discurso se limita a la mención de
figuras protagonistas, como marco de referencia. No opera la construcción de un
relato heroico del hecho histórico ni la exaltación del papel de España
(recordemos que en el Congreso de 1892 se hablaba de nación hidalga y valerosa y de madre
patria). En efecto, en el contexto de las celebraciones por el V Centenario del Descubrimiento de América, el Estado
español impulsó en discursos y encuentros públicos una relectura del pasado
sintetizada en el sintagma encuentro de
dos mundos, con el objetivo de borrar el carácter colonizador del
acontecimiento histórico y, de este modo, mostrarlo como un simple encuentro –lexema que borra la acción de
un agente sobre otro y el origen mismo de esa acción– entre dos mundos –situados a un “mismo
nivel”–. Al respecto, N. García Canclini señala que los organizadores de
En
esta dirección, una transformación significativa que operó en la memoria
discursiva que se actualiza en el Congreso de 1992 fue respecto del tópico de
la lengua como patrimonio compartido,
concretamente, de los alcances del sintagma. Es decir, si bien la lengua
conservó su carácter de elemento de unión y de identidad esencial entre
españoles y americanos, hubo un cambio en cuanto al “grado” de pertenencia a
ella, lo cual trajo como consecuencia una modificación en los vínculos entre
España y América. En los discursos, los sintagmas que dan cuenta de la herencia
común de ambos hemisferios, la lengua española, son modificados por relativas o
complementos que especifican el núcleo del sintagma:
10. En nuestros días la lengua
española es una pertenencia compartida
<que nadie puede monopolizar> porque es mucho más que la expresión de
un país determinado. (Chaves, 1994 [1992], p. 29).
11. Este noble empeño [la adhesión
de centros de investigación de España y América] no hace más que reflejar la
situación de una lengua, patrimonio
común, enriquecida por hablantes y escritores de ambas orillas del
Atlántico, cuyo cuidado e investigación corresponde
a todos <por igual>, <sin
que nadie pueda presumir de tener algún título que le permita constituirse en
modelo>, ya que el único modelo es su empleo cuidado en Bogotá, en
Buenos Aires, en México, en Sevilla, en Madrid, en Toledo o en Santander.
(Pérez Rubalcaba, 1994 [1992], p. 24).
12. Sacudámonos falsos pudores que
nos dificultan ver claro y recordemos a los americanos que hablan en español que
ésta es la lengua de todos, <ni más
ni menos nuestra que suya, ni al revés>, y que todos, queramos o aun sin
quererlo, somos hispanos o hispánicos o iberos o ibéricos. (Cela, 1992, p. 34).
De
este modo, el lexema todos y el
sintagma pertenencia compartida
contienen una extensión que explica el significado de nociones que, en
principio, no deberían ser precisadas. La operación de expansión del sintagma
evidencia la necesidad de aclarar la posición de igualdad de España y América
frente a la lengua: en este sentido, la política de promoción internacional de
la lengua impulsada por España supuso la inclusión de una nueva mirada hacia
América. Frente a la supremacía de
5.2. La nueva perspectiva del español: unidad en la diversidad
Desde
fines del siglo XX y principios del
XXI, el lema de la diversidad lingüística y
cultural ha adquirido un protagonismo cada vez mayor y se ha cristalizado como
uno de los emblemas de la era de la globalización. Los modos de organización
económica, social, política y cultural propios de esta etapa impulsan la
integración de los Estados nacionales en nuevos espacios que trascienden las
fronteras existentes para diseñar otras nuevas, lo cual da como resultado el
reordenamiento del mapa mundial. En este contexto, la idea de un mundo en el
cual hay lugar para todas las lenguas, donde pueden “convivir pacíficamente”
las centrales y las periféricas, se ha convertido en un lugar común en
discursos pronunciados en acontecimientos públicos por agentes de política
lingüística (cfr. Fernández, 2009). La bandera de la diversidad, del mestizaje,
parece otorgarle a una lengua la capacidad de trascender las fronteras
territoriales, de “expandirse” internacionalmente, porque logra integrar lo
diferente, adaptarse a distintos contextos, ser de todos y de nadie a la vez,
sin afectar “su esencia” (cfr. Fernández, 2007). Uno de los espacios públicos
donde se ha explotado durante los últimos años este tópico es el de los congresos
de la lengua española.
Si
bien el tema tuvo una presencia notable a partir del III Congreso Internacional
(Rosario, 2004), hecho que coincidió con la publicación del documento de
13. El español es hoy un caudaloso
río que, al igual que el latín en su día, ha trascendido sus orígenes geográficos y se ha convertido en vehículo de comunicación de múltiples
pueblos y culturas (rey Juan Carlos I, 1994 [1992], p. 39).
14. Español en una y otra orilla
atlántica, el mismo y también diverso,
porque se fue enriqueciendo con aportes culturales y lingüísticos hasta
producir ese espléndido mestizaje de
tonalidades, donde se funden los sentimientos e ideas que todos
compartirnos (Chaves, 1994 [1992], p. 28).
15.
En el Congreso de 1892 –y en general,
en el contexto de fines del XIX– el término unidad
tenía una valoración altamente positiva –asociada al progreso, a la
civilización– y se oponía al de diversidad
que implicaba barbarie, retraso, fragmentación (Rizzo 2010b). En cambio, en
1992 se incorporan en los discursos públicos las nociones de mestizaje y diversidad –aunque con cierto reparo: se habla de tonos o tonalidades–, para dar cuenta de la variedad presente en la
comunidad hispánica, fundamentalmente en el continente americano. De este modo,
identificamos en el Congreso de 1992 las primeras formulaciones del lema unidad en la diversidad que comenzaron a
utilizar los agentes españoles –de manera más acentuada a partir del Congreso
de 2004– para expresar la nueva realidad de una lengua española que se
pretendía expansiva, abierta: el español es el
mismo y también diverso, presenta diversos
tonos pero todos cantamos la misma
canción.
6. Conclusiones
Los discursos de inauguración del CLH de 1892
exponen los aspectos centrales que configuran la memoria discursiva de la
comunidad hispánica y que se materializan en diversos tópicos: la lengua como
patrimonio común, el descubrimiento de América como hazaña o hecho providencial
y España como la madre patria. En el juego discursivo entre la repetición y la
transformación, la memoria discursiva del CLE de 1992 produce un efecto de
olvido al “borrar” el último elemento y activa los dos primeros tópicos aunque
con alcances e interpretaciones distintas: en un caso, la lengua deja de ser un
patrimonio compartido monopolizado por España; en el otro, desaparece el
carácter heroico del descubrimiento y se resignifica este acontecimiento como
encuentro de dos mundos. El elemento de la memoria discursiva de 1992 que rompe
con los enunciados del pasado es el tópico de la diversidad, componente que
quedaba excluido de la conformación de la comunidad hispánica y que ahora
adquiere un protagonismo absoluto en los discursos públicos sobre la lengua
española. En efecto, en el contexto de la nueva política impulsada por
Si bien consideramos que estas operaciones
discursivas no se corresponden con los hechos, dado que en la actualidad el
centro de las decisiones en materia de política lingüística continúa en España,
entendemos que estos aspectos que conformaron una “nueva” comunidad hispánica
fueron y continúan siendo funcionales a esta política. Dado que
Fuentes
Congreso
Literario Hispanoamericano. IV Centenario del descubrimiento de América.
Asociación de Escritores y Artistas españoles. Madrid, 1892. Madrid: Instituto Cervantes, Pabellón de España,
Biblioteca Nacional, 1992 [1892] (edición facsímil). Memorias disponibles en
línea: http://cvc.cervantes.es/obref/congreso_literario/
[Consulta: 20 de octubre de 2010].
Actas del
Congreso de
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s/p.
[1] Entre los
efectivamente realizados podemos mencionar, además del Congreso de Panamá, los
de Lima en 1848 y en 1864-1865, el de Santiago de Chile en 1856 y los proyectos
de Congresos Latinoamericanos de Colombia y Venezuela previstos para 1880 y
1884 respectivamente (cf. Heredia 2007).
[2] Asistieron de
[3] Además de los congresos
mencionados –1892 y 1992– nos referimos a los cuatro Congresos Internacionales
de
[4] Al respecto, señala Castoriadis:
“hablamos de imaginario cuando queremos hablar de algo ‘inventado’ -ya se trate
de un invento ‘absoluto’ (‘una historia imaginada de cabo a rabo’), o de un
deslizamiento, de un desplazamiento de sentido, en el que unos símbolos ya
disponibles están investidos con otras significaciones que las suyas ‘normales’
o canónicas (…)” (1975: 219).
[5] Constituyen un ejemplo de ello los
discursos que se inscriben en la tradición latinoamericanista que apelan a la
memoria de las guerras de
[6] Al respecto, señala B. Baczko: “El
dispositivo imaginario asegura a un grupo social un esquema colectivo de
interpretación de las experiencias individuales tan complejas como variadas, la
codificación de expectativas y esperanzas así como la fusión, en el crisol de
una memoria colectiva, de los recuerdos y de las representaciones del pasado
cercano o lejano” (2005: 30).
[7] Utilizamos el término en el
sentido en que lo considera M. Angenot (1982), es decir, como enunciados o
máximas ideológicas aceptadas por la doxa
en un contexto determinado y marcados por lo evidente.
[8] En las citas optamos por
identificar el apellido del autor de cada discurso. Los destacados en negrita
son nuestros.
[9] Recordemos que en 1898 España
pierde Cuba, Filipinas y Puerto Rico en la guerra contra Estados Unidos.
[10] En M. F. Rizzo (2010a) analizamos
otra de las dimensiones que adopta el imaginario identitario en el CLH, basado en
la idea de nacionalidad. Asimismo,
identificamos la construcción del “otro” al que se opone el “nosotros”.
[11] A través de los procedimientos de
reescritura la enunciación de un texto redice lo que ya fue dicho haciendo
interpretar una forma como diferente de sí. Entre aquellos, privilegiamos la
paráfrasis por especificación, por sustitución y por expansión. La operación de
articulación permite dar cuenta de cómo el funcionamiento de ciertas formas
afecta a otras. Ver E. Guimarães (2002, 2004, 2007).
[12] “Y por lo que toca a nuestros
hermanos de Sur-América, sin pretender ejercer ni la más leve sombra de tutela,
procuremos extender y conservar la dulce influencia de la madre patria, cuyo
grato y cariñoso recuerdo aún conservan los que se titulan ciudadanos de las
Repúblicas Hispano-Americanas” (Vega-Rey y Falcó 1892 [1992]: 276).
“Nosotros vemos con
gran satisfacción que todos esos pueblos de América quieran estrechar más sus
vínculos de fraternidad con la madre patria (…)” (Cámara 1892 [1992]: 36).
“[El americano] Parece que con satisfacción filial, puede
decir á la madre patria: Tú conquistaste á América para la civilización
cristiana; América reconquista el mundo para ti, para tu lengua, para tu
gloria” (Zorrilla de San Martín 1892 [1992]: 281).
[13] Los términos “Colonida” y
“hermanos” se encuentran destacados en el original.
[14] En relación con la definición de
la nación como comunidad imaginada, B. Anderson señala lo siguiente: “[…] se
imagina como comunidad porque,
independientemente de la desigualdad y la explotación que en efecto puedan
prevalecer en cada caso, la nación se concibe siempre como un compañerismo
profundo, horizontal. En última instancia, es esa fraternidad la que ha
permitido, durante los últimos dos siglos, que tantos millones de personas
maten y, sobre todo, estén dispuestas a morir por imaginaciones tan limitadas”
(1993 [2007]: 25).
[15] Para E. Guimarães la designación
funciona bajo el modo de la estabilidad pero tiene una relación inestable con
lo real (2002, 2007).
[16] “La vieja España, madre de sus
antiguas colonias, hoy Estados independientes pero unidos siempre por los
vínculos de sangre y de la historia, ha de ser la que proponga cuanto juzgue
procedente para bien de la obra común, la que acoja solícita los consejos y las
necesidades de sus hijos (…)” (Nieto Serrano 1892 [1992]: 352).
[17] “Para que llegue un día, señores,
en que, así como en el origen de las cosas flotaba el espíritu de Dios sobre
las aguas, aquí, en la humilde región de lo humano, flote ese día el espíritu
de nuestra raza, de la raza española, de una á otra orilla, de la orilla de
nuestra península, á las orillas americanas, por encima de las olas azules ó
turbulentas del Atlántico” (Echegaray 1892 [1992]: 211).
[18] Esta presencia puede identificarse
tanto en los discursos del encuentro como en las repercusiones mediáticas que
tuvo, aparecidas en numerosos periódicos nacionales e internacionales.
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