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UNA POÉTICA DE LA MEMORIA: LA POESÍA DE RAFAEL JUÁREZ
Pablo Valdivia
(Universidad de Ámsterdam)
Resumen
En este artículo se analizan en profundidad las bases intelectuales y
literarias sobre las que se asienta el proyecto poético de Rafael Juárez, a la
vez que se estudia, de forma concreta en su poemario Aulaga, el conjunto de características particulares y distintivas
de su poesía. Desde la perspectiva de las teorías enunciadas por Paul Ricoeur
sobre las nociones de memoria y olvido, proponemos un horizonte de lecturas, de
diálogos y de conceptos con el fin de ayudar a la comprensión no sólo de las
claves de la poesía de Rafael Juárez sino también las del paradigma en el que
se articula su escritura. Finalmente, a modo de conclusión, se enuncian una serie
de posibles líneas de investigación con las que enriquecer el ámbito de las
reflexiones críticas sobre la poesía contemporánea, al mismo tiempo que se
invita a los especialistas a enfrentarse con nuevas posibilidades de lectura.
Palabras clave:
Rafael Juárez, Aulaga, poesía española contemporánea, memoria, olvido.
Abstract
In this essay, the intellectual and literary
foundations of Rafael Juárez’s poetic discourse are studied in depth. Such
assessment is specifically carried out taking as an example his poetry
collection entitled Aulaga. From the
theoretical framework provided by Paul Ricoeur in his works about the notions
of memory and oblivion, we propose a new body of possibilities of readings where
Juárez’s project articulates in relation to the literary context of its time
and the author’s interests and concerns. Finally, we propose potential further
lines of research that could enrich the critical field on Spanish Contemporary
Poetry in general and our consideration of Juárez writings in particular.
Keywords:
Rafael Juárez, Aulaga, Spanish Contemporary Poetry,
memory, oblivion.
I
Introducción
La poesía de Rafael Juárez, Estepa
1956, probablemente constituye uno de los proyectos literarios más sólidos de
la poesía española escrita en los últimos treinta años. Sin embargo, a pesar de
la larga trayectoria que lo avala, se trata de un poeta sobre el que todavía no
se han realizado estudios académicos o análisis de entidad, ni su obra ha
alcanzado la difusión que merece.
Sabido es que el público lector de
poesía siempre ha sido minoritario y que lo sigue siendo a pesar de que vivamos
una época literaria caracterizada por la “pluralidad” de voces poéticas. El ámbito restringido de la poesía es aún en
demasiadas ocasiones un mundo que se alimenta de sí mismo tanto en España como
en otros países de Europa. Esta realidad
es uno de los elementos configuradores de los cánones literarios que tantas
veces se consagran al margen de las cualidades de las voces y las obras.
Sea como fuere, lo cierto es que la
poesía de Rafael Juárez constituye, tanto por la amplitud de su proyecto como
por la profundidad de su mirada, un espacio distinto y necesario al margen de
determinados convencionalismos como los que han ido marcando los estudios sobre
la poesía española contemporánea a través del interesado sistema de las
antologías supuestamente representativas o de las “generaciones de poetas”, el
mismo invento que tan bien sirvió a Azorín para legitimar los principales
lugares comunes sobre la llamada del 98 y a Salinas con respecto a la del 27,
pero del que hace tiempo que ha quedado demostrado su carácter artificial e
intencionado.
Por
todo ello proponemos una lectura del conjunto de la obra de Rafael Juárez al
margen de cualquier etiqueta, sólo desde una perspectiva que se centre en sus
poemas y en el contexto en el que se han ido produciendo. Sus textos han sido
publicados, además de en “plaquettes” y a través de diversas colaboraciones en
revistas, en un cuerpo de títulos que, desde Otra casa (1986), Las cosas
naturales (1990), Aulaga (1995), La herida (1996), Para siempre. Poemas 1978-1999 (2001), Lo que vale una vida (2001) hasta la reciente reedición ampliada de
Aulaga (2006), nos ofrecen un
discurso poético lleno de matices caracterizado por la concisión en la forma y
por la calidad del horizonte de sentidos posibles que propone en sus versos.
Conviene
para empezar que examinemos en primer lugar algunos de los rasgos más
significativos presentes en los libros de Rafael Juárez y que analicemos el proceso en el que se
fragua su discurso poético. Después, la reedición de su libro Aulaga (2006) nos servirá para ilustrar,
a la luz de sus versos, lo que iremos exponiendo a lo largo de estas páginas.
Nos detendremos en algunos de los poemas de esta última edición, para acabar
proponiendo todo un conjunto de perspectivas de lectura o posibles caminos de
trabajo que transitar para seguir adentrándonos en la poesía de este sevillano
de origen, granadino de residencia, que a nuestro juicio conforma una de las
voces más sobresalientes de la actual poesía española.
II
La Memoria (individual y
colectiva): la técnica, el palimpsesto, el diálogo
Para poder hablar con rigor del
discurso poético de Rafael Juárez es preciso que antes reflexionemos brevemente
sobre la noción poética de la “memoria”. El Diccionario de la Real Academia
Española de la Lengua ofrece una definición extensa del término, pero si
examinamos con atención todas las acepciones que recoge, encontramos una de
especial relevancia para el propósito de nuestro estudio. Nos referimos a la
acepción undécima: “Libro, cuaderno o papel en que se apunta algo para tenerlo
presente; como para escribir una historia”. (1)
Uno por uno, los términos que
conforman la definición que hemos reproducido, “Libro, cuaderno o papel”,
aluden a un soporte físico, a un espacio de almacenamiento. La utilidad de ese
soporte que señalan las palabras “en que se apunta algo”, denota la existencia
de un proceso en el que aprehendemos un objeto con la finalidad de “tenerlo presente”. En otras palabras,
podemos decir que el fin de ese proceso es dotar de temporalidad al objeto,
situarlo en el tiempo.
La imagen que puede evocar la
definición de la Real Academia es la
figura, quizá un tanto tópica, de una persona que anota lo que ve, siente,
experimenta o reflexiona: un cuaderno de notas, el movimiento ágil de algún
utensilio de escritura y la mirada intensa de un artista que se afana en el
trazo de las letras.
En cambio imaginemos por un momento
que no existe ni libro, ni cuaderno, ni papel en el sentido que comúnmente le
otorgamos. Olvidemos cualquier tipo de soporte físico y pensemos en un libro o
un cuaderno o un trozo de papel que no se pueda palpar ni percibir por ninguno
de nuestros sentidos físicos porque está dentro del cerebro. Ese soporte mental
es el territorio vivo en el que se fragua el discurso poético de Rafael Juárez.
Su poesía es un conjunto de
palimpsestos relacionados entre sí que se encuentran en continua reescritura.
Rafael Juárez, como veremos más adelante a propósito de su libro Aulaga, establece diálogos en los que el
texto escrito es la forma última en la que el poema cobra vida propia, pasa a
pertenecer a sus lectores y construye un espacio nuevo en el que cohabitan la
memoria individual y la memoria colectiva.
El juego con las voces en los textos
de Rafael Juárez, la inclusión del “Tú” o del “Nosotros”, en definitiva, la
hospitalidad dispensada al “Otro” que desarrolla con sutileza su poesía, enlaza
con una cuestión que en el terreno de las ideas viene de largo. Paul Ricoeur ya
planteó en el capítulo tercero de su libro La
Mémoire, l’histoire, l’oubli, (2) en el que analizaba la “memoria personal”
y la “memoria colectiva”, la siguiente pregunta esencial para lo que tratamos
de exponer:
¿No existe, entre los dos polos de
la memoria individual y de la memoria colectiva, un plano intermedio de
referencia en el que se realizan concretamente los intercambios entre la
memoria viva de las personas individuales y la memoria pública de las
comunidades a las que pertenecemos?
(Ricoeur, 2003, 172)
A esta cuestión Ricoeur respondía que
“este plano es el de la relación con los allegados, a quienes tenemos derecho a
atribuirles una memoria de una clase distinta”. (Ricoeur, 2003, 172) En el caso
de Rafael Juárez ese “plano” es la poesía y los “allegados” sus lectores. No
hace falta más que recordar esta frase con la que cierra el penúltimo párrafo
del prólogo a su antología Para siempre:
“Toda mi poesía es para ustedes, mis lectores, y para mi familia, el otro
espejo en el que vivo”. (3)
Ricoeur entiende los “allegados” como
“esa gente que cuenta para nosotros y para quien contamos nosotros” y el
camino, que va desde la “memoria individual” a la “memoria colectiva”, como un
flujo de distanciamientos y acercamientos “que hacen de la proximidad una
relación dinámica en continuo movimiento; hacerse próximo, sentirse próximo”
(Ricoeur, 2003, 172).
Nos quedamos con las palabras con las
que Ricoeur cierra la frase cuando habla de “hacerse próximo, sentirse
próximo”. He aquí otra de las claves del discurso poético de Rafael Juárez. El
“Yo” de sus textos es en muchas ocasiones una primera persona que,
paradójicamente, incluye a la segunda, a un “Tú” al que nunca reemplaza, pero
sobre el que se superpone unas veces y con el que se identifica en otras. Esa
proximidad que nunca llega a desplazar al Otro en la construcción del poema, la
voluntad de comunicar de manera cercana sin estruendo, el respeto a la
inteligencia y al espacio de intimidad del lector, constituyen a nuestro entender
un conjunto de cualidades por las que la poesía de Rafael Juárez se distingue
del resto de proyectos poéticos coetáneos.
Mientras que las líneas más comunes en
el panorama poético español basculan entre un “Yo” que pretende ser el reflejo
lírico exacto del “alma” del poeta o un “Yo” que nombra al “Otro” para
reafirmar su posición dominante en el texto, la posición literaria de Rafael
Juárez nos traslada a un terreno en el que, como toda la literatura que alcanza
la calidad necesaria para ser lo suficientemente autónoma y comunicar más allá
de la coyuntura en la que cristalizó, percibimos la proximidad de la voz del
poeta pero sin ser aleccionados, adoctrinados o sermoneados. Su “Yo” nos habla
de igual a igual como lo hacemos con nosotros mismos, pero también a la vez con
distancia, la distancia que paradójicamente otorga la amistad sincera, aquella
del que, conociendo lo mejor y lo peor de nosotros, camina a nuestro lado, nos
acompaña. Esta proximidad de la que hablamos, este fenómeno característico de
la poesía de Rafael Juárez que hemos descrito, es para Ricoeur sinónimo de algo
que apuntábamos unas líneas más atrás:
La proximidad sería así la réplica de la amistad, de esa “philia”,
celebrada por los antiguos, a mitad de camino entre el individuo solitario y el
ciudadano definido por su contribución a la “politeia”, a la vida y a la acción
de la polis.(…) Los allegados son otros próximos, prójimos privilegiados.
(Ricoeur, 2003, 172)
Esta consideración de los lectores
como “prójimos privilegiados”, porque construyen el texto con su inteligencia y
conforman a la vez un horizonte de conocimiento nuevo y distinto, permite que
entendamos las condiciones de posibilidad del discurso poético de Rafael
Juárez. No estamos sólo ante una innovación en el marco formal sino ante un
proceso de superación de los discursos literarios anteriores. El “Para ti, para
siempre”, con el que Rafael Juárez abre Para
Siempre no es el de “a los mejores” de Ortega o el de “a la minoría
siempre” de Juan Ramón Jiménez. Por el contrario, lejos de cualquier tinte de
elitismo, el proyecto de Rafael Juárez integra la visión del Otro porque es
consciente de que sin su mirada el poema
no puede ser eficaz y, en todo caso, existir.
De esta manera podemos afirmar que la
“memoria individual” y la “memoria colectiva” confluyen en la poética de Rafael
Juárez y nutren el poema. La memoria es la poesía, tal y como el propio poeta
manifiesta a propósito del título de su antología Para Siempre: “El título, Para
Siempre, es una forma poética de decir “poesía”.(4) Los poemas se hacen, o
se deberían de hacer, para la perennidad, para la memoria.” Efectivamente, en
el caso del proyecto literario de Rafael Juárez, la relación entre memoria y
poesía es muy estrecha, mucho más de lo que cualquier lector pueda imaginarse o
percibir en la lectura.
Existen tantas posibilidades de
escritura como escritores. Los hay quienes gustan de ir apuntando versos en
pequeñas libretas que portan en sus bolsillos; hubo otros que escribieron en el
margen de un libro cualquiera e incluso quien a falta de algún soporte mejor
empleó el papel del cuarto de baño. Sin embargo, Rafael Juárez escribe en su
pensamiento: “Escribo mientras ando./ Al pie de aquellos montes/ verdean los
secanos.//” Esta “soleá” resume lo que, en una entrevista publicada en octubre
de 2004 para la Revista Literaria
Imaginando de la Fundación Jorge Guillén, (5) expuso de manera más extensa,
tal y como aquí reproducimos a continuación:
Todos los poemas de Aulaga
están escritos durante paseos (…) al natural. Me habitué entonces a escribir
caminando hasta el punto de no poder hacerlo de otra manera. Hasta 1990, había
escrito generalmente poemas “de estudio”, pero en cualquier caso he procurado
evitar siempre la redacción de versos. El poema comienza por ser una sorpresa
para el poeta y el oficio consiste en no dejarlo escapar, lo que puede incluir
algún recurso a la ficción. Se trata de intentar darlo todo.
(Juárez, 2004)
Rafael Juárez se separa de lo común
hasta en la técnica que emplea para escribir el poema. No “redacta” sus poemas
porque en el proceso de escritura en el que el texto se fragua, a través de un
devenir de tensiones entre correspondencias y palimpsestos, tal acción es
sencillamente imposible. Como todos conocemos, los palimpsestos son
“manuscritos antiguos que conservan huellas de una escritura anterior borrada
artificialmente” (RAE). Esos manuscritos sólo residen en la propia memoria de
Rafael Juárez y los conforman el conjunto de lecturas (no sólo de obras
literarias) que se almacenan en su pensamiento. Lo que resulta extraordinario
es cómo su cerebro procesa esos textos, los modifica y termina dando forma a
algo totalmente nuevo, a la vez que los dota de temporalidad y vida propias. De
esta manera las huellas de los palimpsestos permanecen en el poema no como
rémoras o formas inconclusas, sino como elementos necesarios para el diálogo.
No es nueva esta concepción de los
procesos y tensiones donde se forja el pensamiento como un palimpsesto. En
seguida nos viene al recuerdo el famoso estudio de G. Genette que lleva por
título Palimpsestes, La littérature au
second degré de 1982.(6) Sin embargo, hay un referente anterior y más
estrechamente ligado con lo que nosotros hemos descrito. Es preciso que
recordemos el capítulo “Visiones de Oxford. El Palimpsesto” perteneciente al
volumen de los Paraísos Artificiales
de Ch. Baudelaire.(7) Nos consta que Rafael Juárez leyó este texto con especial
interés en la misma época que escribía los poemas de Aulaga y que además lo tradujo, ya que como el propio poeta ha
declarado se trata de “un texto que me interesó mucho porque contenía una idea
que todos esos años me pareció fértil: la literatura o la cultura en general
como palimpsesto”. Estas preocupaciones tienen un peso fundamental desde 1988,
tal y como lo corrobora una nota de la traducción que realizó del texto de
“Visiones de Oxford”. Baudelaire definió el palimpsesto con los siguientes
términos:
¿Qué es el cerebro sino un palimpsesto inmenso y natural? Mi cerebro
es un palimpsesto, y el vuestro también, lector. Capas innumerables de ideas,
de imágenes, de sentimientos han caído sucesivamente sobre vuestro cerebro tan
suavemente como la luz. Ha parecido que cada una sepultaba a la precedente.
Pero ninguna ha perecido en realidad.» No obstante, entre el palimpsesto que
lleva, superpuestas una sobre otra, una tragedia griega, una leyenda monacal y
una historia de caballerías, y el palimpsesto divino creado por Dios, que es
nuestra inconmensurable memoria, hay la siguiente diferencia: que en el primero
hay como un caos fantástico, grotesco, una colisión entre elementos
heterogéneos; mientras que en el segundo la fatalidad del temperamento pone
forzosamente armonía entre los elementos más dispares. Por incoherente que sea
una existencia, la unidad humana nos es perturbada. Si se pudieran despertar,
simultáneamente, todos los ecos de la memoria formarían un concierto, agradable
o doloroso, pero lógico y sin disonancias. (Baudelaire, 1983, 155)
La cita de Baudelaire es valiosa
porque habla por sí misma. Como más adelante señalaremos a propósito de Aulaga, en la literatura de Rafael
Juárez encontramos una continua y muy sutil dinámica de intertextualidades,
homenajes, guiños que enriquecen la lectura sin estorbarla en absoluto, ya que
no invalidan la autonomía del poema. No se trata de una pose culturalista y
huera, tan común en la poesía contemporánea española, sino de una superposición
de planos de significado que no se neutralizan los unos a los otros. Baudelaire
adquiere así un peso determinante en la configuración del discurso poético de
Rafael Juárez. La idea del palimpsesto de Baudelaire es el presupuesto desde el
que nuestro poeta elabora la forma en la que dialoga no sólo con la literatura
sino también con el mundo.
De este modo queremos señalar que
“diálogo(s)” y “memoria(s)” son dos de las coordenadas desde las que es posible
una aproximación efectiva al discurso poético de Rafael Juárez. Decimos
“diálogo(s)” porque no sólo lo entabla con la tradición a la que decide
afiliarse, sino también entre las mismas voces y puntos de vista que
intervienen en cada uno de los poemas. Hablamos de “memoria(s)” porque en el
proceso de escritura de los textos, además de la técnica mnemónica que emplea
el poeta, también nos encontramos con una concepción del poema como un espacio
cuya naturaleza radica en la tensión que surge del encuentro entre la “memoria
individual” y la “memoria colectiva”, entre la temporalidad y lo que trasciende
el momento, “lo uno y lo diverso”, en definitiva, entre las fuerzas que configuran
una mirada lúcida sobre la vida. En el diccionario de autores de la Cátedra
Miguel Delibes, Rafael Juárez escribe las siguientes líneas a modo de poética y
que refrendan todo lo que hemos expuesto hasta ahora:
Mi poesía ha evolucionado desde la oscuridad expresiva y la
imprecisión sentimental hacia la claridad y la búsqueda de lo universal como
materia del poema. Quiero escribir poesía directa, destinada a formar y
mantener una emoción que pueda ser revivida por cada lector. La poesía es una
forma de decir y las formas anodinas a las que dan lugar los prejuicios
contenidistas, aunque la métrica de cada verso sea correcta, resultan endebles
como poemas. Una forma anodina, mecánica o simplemente torpe no aguanta dentro
una emoción, si es que alguna vez la puso el autor cuando escribía, o no
permite que el lector acceda a ella, equiparándose así a las formas vanas,
narcisistas. Los poemas no son textos efímeros, sino que aspiran a perdurar en
su literalidad, a alcanzar la comprensión del lector y a ser parte de su
memoria.
(Juárez, 2000)
Sus palabras abren un amplio abanico
de posibilidades desde las que orientar el estudio de su discurso poético.
Tales perspectivas deberán ser desarrolladas en el futuro de una manera mucho
más amplia que la de esta escueta aproximación preliminar y, por consiguiente,
incompleta. La poesía de Rafael Juárez
se asienta sobre una postura de tal sencillez cuya naturalidad aún no ha sido
valorada. Esa postura supone una mirada madura ante la relación entre la vida y
la literatura. La mirada de aquél que conoce que vida y literatura se tocan, se
abrazan, se rozan, pero nunca son la misma cosa. Es la sencillez del maestro lo
que desconcierta a muchos estudiosos, la misma naturalidad transgresora de la
mejor pintura de Courbet o de la poesía de Machado que, por construirse sin
adornos ni exclamaciones, suele ser soslayada y en algunos casos, como creemos
que ocurre en el caso de Rafael Juárez, malinterpretada en lo que se refiere a
este aspecto.
Una vez situado el horizonte en el que
nos moveremos vayamos a los textos de los que, por otra parte y como el lector
podrá comprobar, no nos hemos separado ni un solo instante. Ahora caminemos
juntos por los versos.
III
Aulaga
Del conjunto de la obra de Rafael
Juárez, hemos elegido el libro que lleva por título Aulaga para este estudio. Aulaga
tiene un interés múltiple para nosotros. Por un lado se trata de una obra
peculiar por su forma. Como bien apuntó Antonio Muñoz Molina en un artículo
publicado en el periódico “El País” es “un álbum de acuarelas tenues y exactas
(…) un diario íntimo cifrado, (…) y un almanaque”) (Muñoz Molina, 1996). Por
otro lado, en relación al resto de los libros de Rafael Juárez, podemos
encontrar en él una intensa búsqueda de nitidez, tanto emocional como
expresiva, y del diálogo como forma de la mirada ante el mundo, que se muestra
rigurosa y sistemática.
A todo esto, se suma la presencia de un contexto de
lecturas especialmente rico que ocupa un
lugar determinante en el palimpsesto de su memoria y del que tenemos constancia
en los cuadernos que el poeta conserva, donde detalla los textos que leía en la
época en la que escribió los poemas que finalmente dieron origen a Aulaga.
Aulaga ha sido publicado recientemente en 2006 por EDA
Libros, en la colección “Seguro Azar”. Se trata de la reedición de una obra,
con idéntico título pero con ciertas variaciones en el contenido, editada por
primera vez en 1995 por la Fundación Jorge Guillén:
El libro que ahora se llama Aulaga está compuesto por poemas que he
ido escribiendo durante los últimos quince años en Cogollos Vega. “Aulaga” es
un nombre ficticio de ese lugar, de ese pueblo y su entorno. En esta edición se
incluyen cerca de cincuenta poemas. Y digo en esta edición porque, hace ya más
de diez años, la Fundación Jorge Guillén y Ediciones Monograma de Palma de
Mallorca publicaron dos de las secciones que se incluyen en el poemario: Aulaga y La herida (Juárez, 2006).
Efectivamente, la edición de Aulaga de 2006 alberga por primera vez
todos los textos que el autor pensó incluir en el libro. Sin embargo, lo más importante es que
adquiere una entidad diferenciada como conjunto con respecto a la edición de
1995, ya que el poemario en su totalidad resulta más rico y elaborado. Antonio
Carvajal, de forma breve y clara, expone en el prólogo de Aulaga (2006) las diferencias de esta edición con la anterior. Así
resume las discordancias entre los dos textos:
1.- Se mantiene el texto de la primera edición, con la única excepción
del poema VII de Aulaga, que desaparece;
se renumeran los demás de la sección, de forma que quedan doce más una coda.
2.- Entre el poema inicial (“Ofrecimiento”) y la sección “Aulaga” se
interpone “La Herida”, un grupo de doce sonetos escritos inmediatamente antes o
a la vez que los poemas de Aulaga.
Son los que se publicaron en El Cantor (Palma de Mallorca), salvo “Granada
1980”, “Córdoba” y “Sevilla”, que por diversos motivos se eliminan.
3.- El libro termina ahora con la sección “El encuentro”, formada por
cinco sonetos: “Aulaga”, “Soneto de la casa y de la huerta” y “El refugio”,
escritos entre 1996 y 2000, se publicaron en Lo que vale una vida; “Finca del Cura” y “El encuentro” son
inéditos en libro; el primero está escrito en 2002, el segundo el 15 de
septiembre de 2005.
(Carvajal, 2006, 13)
Hasta este momento hemos venido
repitiendo la palabra “Aulaga” sin reparar en su significado. Como bien ha
señalado Antonio Carvajal en los prólogos a las ediciones de Aulaga de 1995 y 2006, esta palabra hace
referencia de forma literal a un tipo de planta espinosa que crece en el monte
bajo, pero su significado es mucho más amplio. Rafael Juárez emplea para este
libro el mismo recurso que posteriormente utilizara para Lo que vale una vida, donde nombra el espacio en el que se
desarrollan sus poemas con una
metátesis: “Maro”, o sea, “Roma”. Un proceso similar encontramos en el caso de Aulaga: sirve también como topónimo a
través de un relación de metonimia, pues con él nombra a una pequeña localidad
situada a doce kilómetros al norte de Granada donde Rafael Juárez tenía una
casa y en la que pasaba largas estancias. El propio autor nos lo hace saber en
la siguiente entrevista de la que es necesario que leamos un breve fragmento:
Todos los poemas del libro están escritos durante paseos por los alrededores
de Cogollos Vega, un pueblo a doce kilómetros al norte de Granada, cuyo nombre
aparece cambiado por el de “Aulaga”. Durante catorce años aquel paisaje,
formado por la confrontación de la llanura y la serranía, ha resultado para mí
un lugar de revelación o de inspiración poética, pero sobre todo un vasto
refugio, una especie de balneario en el que reponerme de la agitación y de
ciertas heridas sin sangre. (…) Cambié los nombres de Cogollos (un pueblecito
perdido, en el límite del asfalto) y de Roma (la madre de las ciudades) por los
de Aulaga y Maro para ampliar mi libertad al escribir y la del lector al
interpretar, para que nadie tuviese que partir de un conocimiento previo de los
lugares reales.
(Juárez, 2006)
Este interés de Rafael Juárez por el
espacio del campo se ha malinterpretado cuando en alguna ocasión se ha adscrito
su obra en lo que se ha venido en llamar la “nueva pastoral andaluza” o se le
ha marcado con la etiqueta de un “neobarroco”. Esos términos son inadecuados,
desde nuestro punto de vista, por la sencilla razón de que no describen la
realidad de su escritura sino que proyectan sobre el texto los a priori del
crítico. El campo es, como diría el propio Rafael Juárez, el “espacio
privilegiado” pero nada más: “Aulaga” es un territorio simbólico. Este espacio
tiene como referente geográfico concreto las tierras de monte bajo entre Sierra
Nevada y la Vega junto a la ciudad de Granada. Sin embargo, el lector no
necesita conocer el lugar en el que fue escrito el libro ni su paisaje para
identificarse en seguida con sus páginas, ya que es un espacio literario en
términos similares a como lo son “Mágina” de Antonio Muñoz Molina o “Celama” de
Luis Mateo Díez.
Otro aspecto que resulta relevante en
las páginas de Aulaga es el modo en
el que Rafael Juárez entabla un diálogo con la tradición a través de una nómina
muy variada de autores, citas y referencias intertextuales. Gracias al
testimonio del propio autor, que fue anotando meticulosamente sus lecturas en
diversos cuadernos conocemos cuáles
fueron los autores y textos exactos que Rafael Juárez visitó y de los que se
empapó durante aquellos años.
Basta ojear estos cuadernos para
constatar que sus versos se apartan pretendidamente de la adscripción servil a
cualquier precedente aflora a poco que indaguemos en los textos. Si algo
debemos resaltar del planteamiento poético de Rafael Juárez es su profunda
modernidad e independencia precisamente sustentadas en el conocimiento preciso
de su tradición y de su tiempo.
Sus textos están construidos con
imágenes que no resultan deslumbrantes a primera vista, que no nos golpean por
el retorcimiento de sus juegos de correspondencias. Al contrario, las metáforas
de sus poemas aluden a un nivel más esencial, que no básico, del pensamiento.
Recuerdan a las de Machado porque, al igual que sus poemas, los de Rafael
Juárez alcanzan la difícil virtud de decirlo todo desde la sencillez. Es esa
sencillez esencial, que sólo se alcanza a través de la depuración, la nota
predominante de todo su discurso. En los poemas de Rafael Juárez no sobra nada,
las palabras no se pueden sustituir. Tal es el rigor de su desbrozamiento, que
todas son indispensablemente significativas, porque todas aguardan al lector
plenas de sentido.
Examinemos a modo de ejemplo algunos textos
que de forma concreta ilustren lo que hasta ahora hemos ido exponiendo en estas
páginas. Podemos comenzar con el poema
que abre el libro y que se titula “Ofrecimiento”. El primer poema, en
todos los libros de Rafael Juárez, suele tener el carácter de un indicador
determinante, porque con él siempre se establece un horizonte por el que el
poeta ha decidido transitar. En este caso es preciso que prestemos atención a
los últimos tres versos:
Álamos altos y colinas suaves.
Vamos a ver qué dicen estas cosas.
Un poema se escribe para eso.
(Juárez, 2006, 21)
Aquí comienza la propuesta de la
lectura de Aulaga como un diálogo. La
sinestesia de los “Álamos altos” y las “colinas suaves” que hablan nos invita a
escuchar. Si este poema se hubiera escrito desde el territorio del Yo en el que
se inscribe buena parte de la poesía contemporánea, habríamos encontrado casi
con total seguridad unos versos diferentes. Quizá el primer verso se hubiera
mantenido por ser una descripción pero, en el segundo, el “vamos” habría sido
sustituido por un “yo voy” a ver qué dicen estas cosas y en el tercero se
habría modificado hacia una fórmula equivalente a “El poema lo escribo para
eso”.
Esto no quiere decir que en el
discurso dominante de la poesía española contemporánea no haya habido espacio
para la experimentación con las personas que aparecen en el poema (no hace
falta más que recordar a Gil de Biedma o el propio Ángel González), pero lo que
sí que no encontramos es la inclusión
del “Otro” en los términos que Rafael Juárez lo consigue. Si no existiera ese
“vamos”, para Juárez el poema estaría incompleto. Al dejar el artículo
indefinido “Un” en el último verso, la mirada con la que entiende la poesía no
deja de ser una propuesta, la invitación de un amigo, nunca una imposición. He
aquí un claro ejemplo de lo que anteriormente definíamos como “memoria
individual” y “memoria colectiva”, de las posibilidades que brindan las
paradojas del uso de distintas voces en los textos y el poema entendido como
territorio de diálogo.
Otra de las características esenciales
que destacábamos a propósito de la poesía de Rafael Juárez era el uso del
palimpsesto. En Aulaga, como ya hemos
afirmado en otra ocasión, las referencias a otros textos son prolijas. De todas
ellas hemos elegido la que encontramos en “De un diario ajeno”. Este poema
posee la peculiaridad de que todo el soneto es una sola oración. El texto sobre
el que Rafael Juárez lo construye proviene del fragmento de un libro de Pla
titulado Madrid, 1921: un dietario,
(9) que él manejó en la edición de Alianza de 1986. Lo que Juárez realiza es
una versificación del siguiente texto de la introducción a la obra de Pla:
(…) comprendí desde muy joven lo vivaz que es la memoria humana en lo
que atañe al mal que se ha hecho y al bien que se ha dejado de hacer por
abandono, por dejadez, por mero azar.
(Pla, 1986, 16)
Un ejemplo clarificador de cómo Rafael
Juárez construye los poemas y de cómo funciona el palimpsesto de su memoria lo
constituye este soneto incluido en la segunda sección de Aulaga, titulada “La
Herida”. Un poema que, si bien parte del original de Pla, termina conformando
un horizonte nuevo de posibilidades distinto al del texto original. Examinemos
con atención los siguientes versos:
De un diario ajeno
Qué viva es la memoria de lo hecho
mal, y de lo que no quiso que se hiciera
el azar o la duda, cuando era
su tiempo y se pudrió dentro del pecho
(Juárez, 2006, 27)
El título nos marca desde un principio
la referencia intertextual y el palimpsesto. Este primer cuarteto es el que
guarda una relación más estrecha con el texto de Pla, pero a medida que nos
adentramos en el resto de los versos se va dispersando la huella originaria
para dejar paso a un pensamiento mucho más elaborado. A pesar de estas
influencias que rastreamos no sentimos que sea la voz de Pla la que domine o
nos hable, sino otra voz, la que pertenece a Rafael Juárez.
que lo soñaba, o se quedó al acecho
como ladrón burlado en la frontera
del sueño descubierto, y qué ligera
la memoria feliz, qué sin provecho
(Juárez, 2006, 27)
Es aquí en el segundo cuarteto donde
da una vuelta de tuerca a lo que Pla planteaba porque nos ofrece un amplio
juego de matices. Fijémonos en la sofisticación y riqueza de la imagen de lo
que permanece “como ladrón burlado en la frontera/ del sueño descubierto”. Es
excepcional cómo a partir de un sentimiento primario como el de la memoria
amarga que regresa para invadir el presente (así lo expresa Pla), Rafael Juárez
alcanza otra profundidad. Así desemboca en los tercetos donde juega a su antojo
con los conceptos del pasado, el presente y el futuro, en lo que recuerda al
poema de Quevedo “Represéntase la brevedad de lo que se vive, y cuán nada
parece lo que se vivió”, a aquellos famosos versos como “soy un fue y un será y
un es cansado./En el Hoy y Mañana y Ayer junto/ pañales y mortaja, y he
quedado/ presentes sucesiones de difunto//”. (9) Y decimos sólo que recuerda
porque Rafael Juárez, al contrario de lo que hace Quevedo, despersonaliza el
poema, desprende toda la carga de la primera persona para que aún sea mucho más
universal. Podríamos plantearnos la siguiente pregunta al leer el poema: ¿Quién
nos habla, la voz del poeta o nosotros mismos? Conseguir ese efecto, crear ese
desasosiego en el lector es uno de los principales hallazgos de su poesía.
Prestemos atención a cómo finaliza el soneto:
el pasaje confuso de los días
por la conciencia intacta como arcilla
en los que fue la vida un repetido
espejo de perdidas lejanías,
sombra yerta el pasado, y la semilla
el futuro arrojada a más olvido.
(Juárez, 2006, 27)
Efectivamente, resulta mucho más
directo el poema de Juárez con la imagen final de la semilla, que es el futuro,
arrojada al campo del olvido porque la hace más próxima al lector que se sabe
incluido en el texto, paradójicamente, sin nombrar la primera ni la segunda
persona.
La sección “Aulaga”, que da nombre al
libro, está formada por composiciones de heptasílabos de una extensión variable
pero que ronda en torno a los diez versos. De entre los trece textos que
configuran esta parte hemos seleccionado el siguiente en el que podemos volver
a rastrear otros autores y donde la concisión alcanza su máximo nivel. Menos es
más, como podemos comprobar a continuación:
VIII
Es diciembre en el campo.
Son los únicos frutos
los caquis, los paisajes
las únicas pasiones.
Por la orilla desnuda
voy remontando el río,
pero no mi pasado.
(Juárez, 2006, 46)
Hay un simbolismo muy intenso en estos
versos, a lo que se une la referencia a
Verlaine con toda su carga implícita de significado, cuando escribe: “voy
remontando el río,/ pero no mi pasado”. Se trata de una de las pocas veces en
las que Rafael Juárez incluye la primera persona como voz dominante del poema.
Lo interesante es que esta primera persona no es suya sino que la toma prestada
del cuento titulado “Bartleby, El Escribiente” de Herman Melville.(10) La clave
está en el último verso en el que dirá “Preferiría no hacerlo”, que deja
abierta al lector la resolución del poema.
Como la niebla al valle
bajaré por la noche.
Preferiría no hacerlo.
(Juárez, 2006, 46)
El conflicto interior, evocado por ese
“Preferiría no hacerlo”, constituye una constante en los cimientos sobre los
que se sustenta la poesía de Rafael Juárez. El “conflicto” en sus poemas es
puesto de relieve en distintas formas entre las que la contradicción y la
paradoja juegan un papel importante. Así ocurre en el siguiente poema que
proponemos para el análisis. Se titula “Horizonte” y está extraído de la
sección denominada como “La muerte sin ventajas”. Rafael Juárez cuando escribe
no parte de una estructura a priori en la que encorsetar el pensamiento sino
que es cada poema el que va encontrando su forma. Este aspecto posee relevancia
en “Horizonte”, donde de nuevo utiliza el soneto para dar cuerpo a un
pensamiento abstracto con la musicalidad y la sencillez necesarias para que
perdure en la memoria del lector. Los dos primeros cuartetos son un espejo
tanto desde el punto de vista formal como del significado. ¿Quién mira? ¿Quién
miente a quién? ¿De qué clase de mentira nos habla la voz o voces del poema? En
seguida estos versos despiertan en nosotros un buen número de interrogantes:
Horizonte
Nada se enciende ni se apaga
si no es el sol lejano y lento.
Tras la mirada el pensamiento
busca una sombra que lo haga
sentir, al tiempo que divaga
como un camino. Miro y miento.
Nadie me engaña: miro y siento
una mentira que me halaga.
(Juárez, 2006, 64)
Es extraordinaria la imagen del
pensamiento que divaga como un camino tras la primera impresión de la mirada.
¿Nos engañan nuestras impresiones? Fijémonos en la aguda contradicción de los
dos últimos versos del segundo cuarteto: “Nadie me engaña: miro y siento/una
mentira que me halaga./ Se trata de una paradoja, al más puro estilo de Borges,
que nos sirve de vehículo para transitar por un nuevo plano de significado en
el que nada hay seguro y que hace que el lector se implique para construir su
sentido mediante este diálogo que ha establecido entre mirada, mentira,
pensamiento y halago. De esta manera pasamos a los dos tercetos donde se
muestra un “yo” muy tenue que acompaña al pensamiento, que es el verdadero
protagonista del poema.
Es el engaño de las luces
que yo traía en la mirada
de la ciudad. Como en la calle
el pensamiento busca cruces
por no perderse en la hondonada
donde se difumina el valle.
(Juárez, 2006, 64)
Las luces de la ciudad, como ocurre
por las noches con su contaminación lumínica, no permiten al pensamiento mirar
lejos, buscar con seguridad el horizonte. Para encontrar un lugar en el que
ubicarse entre tanto desasosiego, el pensamiento recurre a los cruces que
marcan los caminos de luces y así poder orientarse dentro de su desconcierto.
En realidad, el poema a través de este simbolismo tan cuidado y reducido a
pocos elementos, nos está emplazando ante la sensación de desconcierto que
cualquiera puede experimentar en un momento determinado. Además vuelve sobre la
idea de que “mirar lejos descansa” que en otras varias ocasiones repite. Esa
mirada no es tanto física, aunque ése sea el vehículo que escoge el autor para
expresarla, sino emocional. Mirar lejos es situarse en el mundo, en la propia
vida de uno, en los acontecimientos compartidos e individuales, para desde ahí
tomar la distancia necesaria para sentir con lucidez la vida o ver “pasar las
cosas”. “Pasar las cosas” es la penúltima sección de Aulaga. De ella hemos tomado el siguiente poema para finalizar
nuestro breve análisis del libro:
VI
Hay un camino que sube
-y que no andaremos nunca-
a una cueva entre las nubes.
En ese estanque redondo
brilla el sol y pasa el tiempo
como en un reloj de oro.
Serenidad, flor de marzo.
Te han visto mis ojos grises
y no te alcanzan mis manos.
(Juárez, 2006, 74)
Si en el poema anterior el
protagonista era un concepto, es decir, el pensamiento, en este otro el “yo”
del poema dialoga con un sentimiento: la serenidad. Los dos primeros tercetos
se mueven en una cierta abstracción que nos alcanza espacios armónicos y
amplios. En el tercero la serenidad queda materializada con tan sólo tres
palabras: “flor de marzo”. Sin embargo, esa flor es inalcanzable para las manos
a pesar de que con la mirada se conozca su existencia. Estamos, por tanto, ante
un amplio juego sinestésico, La mirada y el tacto gozan en él de un papel
predominante y conforman los otros interlocutores de este diálogo imposible, en
el que alcanzar ese estado de ánimo lleno de paz y tranquilidad que parece
rezumar el campo en el mes de marzo, resulta demasiado lejano para la voz del
poeta.
Por último, para acabar este
acercamiento a Aulaga y a través de sus textos a la poesía de Rafael Juárez
dirijamos nuestra mirada hacia el texto que lleva por título “El encuentro”.
Como hemos venido subrayando ésta se caracteriza por ser un lugar de encuentro
y de diálogo. Probablemente no se pueda aportar mejor ejemplo de ello que este
poema con el que se cierra también Aulaga,
en el que Juárez dialoga consigo mismo, a la vez que aúna la memoria individual
y la memoria colectiva para trascender el instante: el pasado, el presente y el
futuro se encuentran en estos versos. Se trata del poema más reciente, 15 de
septiembre de 2005, de todo el conjunto del libro y que ha sido incluido en
esta reedición de Aulaga:
El
encuentro
Agua de ayer será la que derrama
la acequia. Tantos años que no llueve
y aún crían las paredes musgo y lama
y es la umbría un rincón de selva
leve.
Un
niño entre los juncos viene y bebe
del cuenco de sus manos. Se retira
por el lento camino y no se atreve
a volverse a mirar a quien lo mira
y sabe a donde va. Nada se altera.
Septiembre huele a médula de higuera
y un pájaro en el aire da al presente
otro espejismo de la primavera.
Recoge agua, que también te espera
el camino y no vas hacia la fuente.
(Juárez, 2006, 85)
La sencillez con la que está descrita
la situación en la que el niño llega, bebe agua y se marcha con vergüenza y la
del que lo observa no sólo desde un espacio físico distinto, sino desde la
lejanía de los años y de las experiencias vividas, es pura emoción contenida.
La imagen precisa del encuentro se fija rápidamente en el lector. Una imagen de
quietud, pero a la vez de incertidumbre por lo que le espera al niño y más aún
por el largo camino que le queda por recorrer. Es el tono con el que el
simbolismo de ese “Recoge agua” marca a la voz del poema en el penúltimo
verso,. Una voz en la que se han fundido con total maestría, tal y como unas
páginas atrás destacábamos, el “yo” y el “tú” para dar lugar a un tercer
espacio, un territorio en el que al lector le es posible reconocerse plenamente
como protagonista en los versos del poema, como “prójimo privilegiado”, como
hito indispensable con respecto al que situar nuestra memoria individual y
nuestra memoria colectiva.
La emoción y la memoria van unidas en
la poesía de Rafael Juárez. Son elementos en continuo diálogo, en un diálogo en
el que, como anunciaba Juárez al comienzo de Aulaga (“Yo pongo las palabras y tú el beso”) el lector construye,
gracias a la palabras exactas de sus poemas, una nueva relación con el mundo y
con los otros a cada paso que da por las páginas de sus libros.
IV
Conclusiones
En una entrevista, publicada en mayo
de 2006 en el periódico “Granada Hoy”, Rafael Juárez afirmaba lo siguiente: “Yo
no he renunciado nunca a la pretensión de que el poema sea lo más universal
posible. Mi lucha como poeta es despersonalizar los poemas y que se conviertan
en algo de lo que se pueda participar”.
Esta cita confirma lo esencial de
nuestra exposición: la inclusión del Otro a través de la despersonalización del
poema es la constante principal de su obra. Dotar a los textos de universalidad
es el afán de toda la producción de Rafael Juárez y adquiere un carácter
sistemático sobre todo en sus últimos libros.
Por lo tanto, creemos que se puede
iniciar una línea amplia de trabajo en torno a los temas que aquí hemos señalado.
En primer lugar, es necesario profundizar en la idea del Palimpsesto como
discurso literario formado con restos más o menos borrados u ocultos de otros
discursos literarios. En segundo lugar, debemos ahondar en la noción de la
Memoria como el pergamino raspado y
reutilizado en el que se acumulan los textos donde el poema constituye un lugar
de encuentro entre la memoria individual y la memoria colectiva, a la vez que
es preciso destacar la inclusión del Otro en el poema como elemento necesario
para construir el sentido del texto a través del juego de voces que se
identifican y se superponen, pero nunca se anulan.
A todo esto hay que sumar un posible
camino de estudio que se centre en el diálogo como forma de conocimiento en su
relación con otros textos, con otras voces y con el mundo, mientras se presta
especial atención al modo en el que se articulan las distintas
intertextualidades que amplían los posibles significados sin caer en la rémora
culturalista: el lector no necesita conocer los ecos de otros poetas en la
poesía de Rafael Juárez para entenderla y compartirla. En cuanto al estilo
insistimos en la importancia de la concisión, la nitidez y la sencillez en las
formas, así como el uso de las herramientas métricas sin caer en prejuicios
contenidistas: cada poema busca su forma. Por último, queda abierto el camino
para estudiar de qué manera la técnica facilita la concentración intensa de
distintos planos de significados en el menor espacio posible. Decir lo justo
sin que nada sobre ni se vean los andamios del poema. Menos es más.
Estas premisas deberán ser ampliamente
desarrolladas en el futuro para dotar a los posibles lectores del corpus de
herramientas necesario con las que aproximarse al discurso poético de Rafael
Juárez con mayor amplitud de miras. La literatura siempre será la libertad que
escapará de todas las teorías e intentos de encorsetarla. Esta autonomía que
define cualquier producción literaria sólida y de calidad es la que late en los
poemas de Rafael Juárez, lo que en el momento íntimo de la lectura permite
que cada uno pueda descubrirse en ellos,
experiencia individual, intransferible y única que ninguna teoría ni
explicación académica podrá reemplazar nunca.
NOTAS
1 Véase Diccionario de la Lengua Española,
editado por la Real Academia Española. Vigésima segunda edición. Madrid: Espasa
Calpe, 2006, p.1485.
2 Véase
RICOEUR, P. La Memoria, La Historia, El
Olvido. Traducción de Agustín Neira. Madrid: Editorial Trotta, 2003.
3 Véase
‘Prólogo’ en JUÁREZ, R. Para Siempre. Poemas 1978-1999. Granada: Editorial Comares, 2001.
4 Idem.
5
Universidad de Valladolid/ Fundación Jorge Guillén. “Entrevista a Rafael
Juárez” por Pablo Valdivia. Revista
Literaria Imaginando. ISSN:
1577-3965.[Octubre 2004].
6
GENETTE, G. Palimpsestos: Literatura en
segundo grado. Madrid: Taurus, 1989.
7 BAUDELAIRE,
CH. ‘Visiones de Oxford’ en Los Paraísos
Artificiales. Traducción y notas de Mauro Armiño. Madrid: Editorial Akal, Colección
Akal Bolsillo, 1983, pp.155-166.
8 Véase
VARO ZAFRA, J. ‘La poesía de Rafael Juárez’ en Revue Romance, 39, 2,2004, pp. 296-314.
9 Véase
PLA, J. Madrid, 1921: un dietario.
Traductor Alfons Sureda. Madrid: Alianza Editorial, 1986: “Ciertamente, me
gusta sumergirme alguna que otra vez en medios humanos espesos, de gran
densidad. También he conocido medios más reducidos y refinados, constituidos
por lenguas viperinas y reacciones de resentimiento, de maldad y de
esterilidad. Pero todos estos remolinos, que a veces me interesaron por mera
curiosidad, acabaron por dejarme frío. Puesto en medio de la gente y de las
cosas muy pronto me doy cuenta de que allí estorbo (aunque sea un mundo
pequeño), siento la nostalgia del aislamiento y de la soledad. Educado en una
familia económicamente decadente y, por tanto –en el caso a que me refiero-, de
un cierto tono moral, porque esta clase de familias suelen atribuir sus
desgracias a la inmoralidad de los demás, comprendí desde muy joven lo vivaz
que es la memoria humana en lo que atañe al mal que se ha hecho y al bien que
se ha dejado de hacer por abandono, por dejadez, por mero azar. Al punto
comprendí que mi vida sería atormentada, a pesar de mi buena salud, por la
presencia alucinante de la memoria, por la persistencia de problemas morales
íntimos que la memoria avivada plantea a cada paso. Todo había de llevarme,
pues, por comodidad al menos, a ser un contemplativo, un mirón, un simple
transeúnte. Me faltó así, desde el primer momento, lo esencial para tener de mí
mismo un gran concepto. Para tener un gran concepto de sí mismo es preciso
colocarse o establecerse en algo real o aparentemente estable, y yo me he
sentido siempre errático y nostálgico, conservador y voluble, franciscano y
animal.”
10 Véase
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