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VISIÓN DE
Antonio Unzué Unzué
(IES Santiago
Sobrequés. Girona)
Resumen
Este artículo analiza los capítulos relativos a la
literatura pertenecientes a la antología de la obra ensayística de Caballero
Bonald seleccionada por Jesús Fernández Palacios. De estos escritos se infiere
la visión de la literatura del escritor jerezano, su percepción de la tradición
literaria, el mestizaje en la literatura hispanoamericana y la literatura española
contemporánea. Se analizan también algunos aspectos formales destacados de
estas obras.
Palabras clave – Caballero Bonald,
prosa crítica, ensayo, poética.
LITERARY POETICS IN JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD’S ESSAYS
Abstract
This
article looks at Caballero Bonald’s essays on literature selected by Jesús
Fernández Palacios. Those texts show Caballero Bonald’s poetics, his perception
of literary tradition, Latin-American melting pot in literature and Spanish contemporary
literature. In addition, some outstanding formal aspects from those essays are
also studied.
Keywords
– Caballero Bonald, critical articles, essays, poetics.
1. Introducción
El año
2006 Jesús Fernández Palacios editó en el Servicio de Publicaciones de
Este conjunto de prosas comprende
cincuenta años de actividad literaria del escritor jerezano, desde sus primeras
colaboraciones críticas en la revista palmesana Papeles de Son Armadans
(1956) hasta el año en que se cierra la selección (2005). Frente a las sesenta
y cinco prosas reunidas en Copias del natural (1999), la presente obra
reúne unas doscientas setenta y siete, de las cuales unas ciento quince se
ocupan de literatura. En cuanto a la tipología textual, la heterogeneidad es la
tónica: abundan los artículos críticos, como los que en los lejanos años
cincuenta el autor publicó en la revista dirigida por Camilo José Cela en Palma
de Mallorca o los más recientes, en revistas como República de las Letras o
El Urogallo; los prólogos, como el que dedica a
La obra literaria de José Manuel
Caballero constituye un referente básico de la literatura española de la
segunda mitad del siglo XX. Su dedicación a la poesía, iniciada en la década de
los cincuenta, se ha mantenido de forma constante a lo largo de todos estos
años. Tras la poesía, el autor se ha dedicado de forma intermitente también a
la novela, con la publicación de cinco obras desde Dos días de setiembre
(1962), escrita en plena época socialrealista, hasta Campo de Agramante
(1992), una novela en la que el escritor reelabora literariamente un accidente
cardiovascular. Asimismo, Caballero Bonald convierte en materia literaria su
biografía en sus dos “novelas de la memoria”, Tiempo de guerras perdidas
(1995) y La costumbre de vivir (2001).
El objetivo de este trabajo es, pues,
analizar los aspectos más destacados de las prosas dedicadas a la literatura de
esta antología de Fernández Palacios: respecto a los temas, se analizará la
herencia literaria reclamada por el escritor, en la que sobresale la impronta
barroca, romántica y vanguardista; la consideración del carácter policéntrico
de la lengua y la literatura hispánicas o la valoración que el autor hace de la
literatura hispanoamericana contemporánea; el punto de vista del escritor en
relación al grupo del medio siglo; en cuanto a los aspectos formales, se
tendrán en cuenta algunos rasgos destacados, como ciertos esquemas
estructurales reiterados, la elección del punto de vista, el humor y algunos
juegos verbales.
Así pues, este trabajo se centra en
los aspectos temáticos y estilísticos más sobresalientes de este conjunto de
prosas, si bien las observaciones encuentran eco en otros ámbitos de la
literatura de Caballero Bonald, particularmente en las “novelas de la memoria”,
donde las reflexiones metaliterarias son muy frecuentes. Todo ello compone, en
definitiva, una verdadera poética que el autor ha ido construyendo a partir de
su propia experiencia creativa.
2.
Caballero Bonald y sus herencias
La formación literaria del escritor
constituye un proceso determinante para la configuración de su poética. En Tiempo
de guerras perdidas Caballero Bonald analiza sus primeros contactos con la
literatura: las novelas de aventuras, la poesía romántica y modernista, los
poetas barrocos, la fascinación por Juan Ramón Jiménez y los poetas del 27[1].
En realidad, todo escritor acaba elaborando un catálogo de preferencias
literarias, incardinándose en un conjunto de tradiciones (Caballero Bonald,
2006, p. 122).
El
concepto de tradición o de herencia literaria no puede desvincularse, por
tanto, de la operatividad como fermento de una nueva poética. La asimilación de
las diferentes tradiciones pasa por encima de tópicos y convencionalismos. Esta
actitud es la que defiende Caballero Bonald, por ejemplo, cuando debe
enfrentarse a la adaptación de algún dramaturgo del Siglo de Oro. Ante Tirso de
Molina o Rojas Zorrilla, el escritor jerezano lleva a cabo una “revisión
despreocupada” de los textos (2006, p.23), atento más al espíritu de la obra y
a su valor como espectáculo teatral que a la preservación de la integridad
textual. Eso se traduce en la eliminación de algunos pasajes expositivos que
lastran la acción o la omisión de algunas referencias oscuras para el público
actual. La fidelidad a la tradición consiste precisamente en su asimilación
como una referencia válida. Así pues, para Caballero Bonald, modernidad y
tradición no funcionan necesariamente como términos antónimos (2006, p.120).
En su labor crítica, la subjetividad
constituye un punto de partida incontestable, pues nadie juzga sino desde su
propia sensibilidad. Este es, sin duda, un aspecto clave, en la medida en que
toda esta obra crítica deja entrever una concepción muy personal de la
literatura. En un texto publicado con motivo del centenario de la muerte de
Bécquer, Caballero Bonald reconoce la imposibilidad de enfrentarse de manera
objetiva a la obra del autor sevillano, pues no existe más objetividad que “la
libre opción a revisar nuestras propias preferencias” (2006, p. 151).
Naturalmente, esta afirmación, que cuestiona implícitamente todos los intentos
llevados a cabo desde el formalismo y el estructuralismo para crear una ciencia
de la literatura, avala el interés de la obra crítica de Caballero Bonald para
dibujar el mapa de sus preferencias literarias. De hecho, al inicio de muchos
textos el propio escritor evoca su experiencia personal de lector, como su
primer acercamiento a algunos capítulos del Quijote (p.28-29) o la relectura
de Herrera desde su perspectiva actual (p.25).
Por otra parte, este punto de vista
subjetivo que adopta el escritor en la valoración de la tradición literaria y
de la obra de sus contemporáneos no puede desvincularse de una intencionalidad
evidente: la actualización, el rescate, la identificación de la materia viva de
la tradición cultural. Así, en un artículo primerizo dedicado a la obra de
Aranguren, Caballero Bonald recuerda las palabras de Antonio Machado en las que
expresa su deseo de ver el milagro de la belleza. Sólo así, recuerda, la
crítica puede ser fecunda. En otro artículo de aquella etapa inicial palmesana,
Caballero Bonald, al reseñar Función de la poesía y función de la crítica
de T.S. Eliot, subraya la idea del poeta inglés acerca de la crítica como
búsqueda del germen que independiza una obra de su tiempo, “el punto de
intersección de lo intemporal con el tiempo” (2006, p. 242). Por eso, el
recorrido de Caballero Bonald por el barroco, el romanticismo, el simbolismo,
las vanguardias y las últimas promociones literarias se ajusta a este afán por
rescatar los cimientos en los que se sustenta su poética, su visión de la
literatura.
2.1.
El barroco
En “Persistencia del barroco” (2006,
p. 70-79), Caballero Bonald sintetiza su visión de esta corriente literaria de
tanta incidencia en su obra. En primer lugar, considera, con Eugenio D’Ors, que
el barroco, más que una etapa histórica vinculada a las especiales
circunstancias del siglo XVII en España y otros países europeos, es una constante
literaria que reaparece en distintos momentos y autores. Este planteamiento
justifica la consideración de una tradición barroca que, al margen de la
eclosión literaria del XVII, encuentra antecedentes en figuras como Mena o
Herrera y extiende sus tentáculos hasta el siglo XX a través de algunos autores
como Lezama Lima o Carpentier, por ejemplo. El propio autor jerezano defiende
el barroquismo de algunas de sus creaciones, particularmente la novela Ágata
ojo de gato y el poemario Descrédito del héroe (2006, p. 486).
Como
señalará también en relación con el surrealismo, el barroco no es
principalmente una técnica, sino una actitud psicológica. Esa disposición
mental configura un nuevo credo estético que, en el siglo XVII lleva a la
saturación formal de la poética renacentista. Esa actitud, que sobrepasa el
contexto literario el XVII, consiste, pues, en transgredir las convencionales
fronteras expresivas como una vía de indagar en la cara oculta de la realidad,
esto es, como un método de conocimiento. Este aspecto es el que, en el
planteamiento del escritor, vincula al barroco con las vanguardias. Así, en un
artículo dedicado a la obra poética surrealista de Picasso, Caballero Bonald introduce
una de las frases que reflejan mejor su visión de la literatura:
Me
gustaría aprovechar esta última frase –“no sin ser deformada puede la realidad
exhibir sus enigmas”- para aplicarla no sólo a la aventura, a la tiranía
pictórica de Picasso, sino a sus tiranías, a sus aventuras poéticas. Es verdad
q ue el malagueño alumbra el límite
secreto de la realidad porque deforma el
contenido de la realidad. Toda su sabiduría expresiva está montada sobre esa
aparente paradoja. (2006, p.196)
La
función de la literatura no es, en su opinión, la reproducción de la realidad,
por muy compleja que sea, sino su interpretación, lo cual implica a menudo una
técnica deformante. Con frecuencia, la tarea del escritor consiste en sustituir
la historia por sus equivalencias mitológicas. Esta operación, que Caballero
Bonald lleva a cabo en su novela Ágata ojo de gato, está en la base de
su concepción de la literatura[2].
Para ello, la lengua literaria desarrolla un papel clave, tensando
sintácticamente el idioma y desarrollando un despliegue metafórico. En
definitiva, ese método de conocimiento que es el barroco, que trasciende los
límites del XVII y reaparece en distintos momentos de la historia literaria, no
puede desvincularse, sin embargo, de su dispositivo técnico, con el cual puede
acceder a la cara oculta de ese enigma que identificamos con el nombre de
realidad, en palabras del autor.
Entre las herencias barrocas,
Caballero Bonald valora particularmente la poesía de Góngora. En el prólogo
titulado “Recordatorio de Góngora” (p.80-98), destaca su ingenio de raigambre
andaluza[3]:
el juego imaginativo, la agudeza lingüística, los equívocos metafóricos, las
aliteraciones, las anfibologías, en suma, la creación de un idioma poético
propio sobre la base del modelo renacentista, llevando al extremo la herencia
recibida de Juan de Mena, Garcilaso y Fernando de Herrera. En Soledades,
Góngora consolida, por una parte,
un modelo clave de sustitución de la realidad por sus equivalencias mitológicas
y, por otra, despliega una construcción literaria centrada en el puro placer
verbal.
La recuperación de Góngora llevada a cabo por los
poetas del 27 lo sitúa como una de las referencias clave de la literatura
española y su herencia, al margen de homenajes como el de Alberti, funciona
como sustrato de una corriente barroca que encuentra acomodo en el siglo XX en ambas
orillas del idioma[4].
En Descrédito del héroe, uno de los poemarios por los que Caballero Bonald siente especial
predilección, el autor jerezano incorpora, junto con el empleo alucinatorio de
la expresión, ciertos juegos verbales de raigambre barroca orientados al
rastreo en las zonas prohibidas de la experiencia. En definitiva, para
Caballero Bonald, técnica literaria e indagación en la realidad son las dos
caras de esta actualización de la herencia barroca.
Esta tradición, sin embargo, no constituye una
referencia venerable e inamovible. Por eso, el escritor jerezano no tiene
reparo en adaptar algunas obras teatrales barrocas con el objetivo de hacerlas
atractivas al público actual, manteniéndose fiel a su espíritu original. Eso no
le impide proceder al expurgo de algunos pasajes expositivos y soldar, de su
propia cosecha, los cortes. Asimismo, en los montajes teatrales basados en
estas adaptaciones, el autor destaca algunos aspectos que le parecen
especialmente heterodoxos: la ridiculización de los partidarios del código de
la honra en Abre el ojo de Rojas Zorrilla y la crítica social, adobada con cierto feminismo avant la lettre en Don Gil de las calzas verdes de Tirso. Tal vez estas opciones no sean del agrado de algunos
expertos en la comedia española, que pueden considerarlas anacrónicas. Con
todo, el enfoque defendido por Caballero Bonald refleja muy bien su actitud
ante la tradición literaria, que consiste en asimilarla y renovarla a la luz de
las inquietudes actuales.
2.2. El romanticismo
La valoración global de la literatura romántica española no es
demasiado positiva a ojos de Caballero Bonald. Para él, el romanticismo y el
neoclasicismo, que no es sino la expresión del fracaso de aquel, constituyen un
peso muerto de nuestra historia literaria (2006, p. 147). A excepción de
Espronceda y, por supuesto, de Bécquer, que funciona según otros parámetros,
los logros son escasos y aparecen ahogados por la tendencia a la ampulosidad
declamatoria. De hecho, a pesar del atractivo novelesco de la biografía de
Espronceda, Caballero Bonald manifiesta un cierto desdén por la poesía
romántica española y un interés, forjado en su juventud, por los poetas
británicos y germánicos del momento, como señala en Tiempo
de guerras perdidas (1995, p.139).
Por otra parte, el
romanticismo, como se ha apuntado también en el barroco y las vanguardias,
constituye un “état d’esprit”, una constante histórica, un conjunto de
actitudes humanas y artísticas más que un credo literario coherente, como
indica el escritor en “Sobre la imaginación romántica”, un artículo muy
interesante en el que resume su visión de este movimiento. Del romanticismo
español, en el que critica la superficialidad, el retoricismo, destaca, sin
embargo, la recuperación de algunas conexiones con el barroco: el desengaño, la
fugacidad del tiempo, el gusto por lo difícil artificial (p.146).
Al margen de la corriente romántica dominante,
Bécquer entronca con el concepto de poeta visionario de filiación nórdica
(p.157), incorporando elementos propios de la poesía tradicional española.
Según indica en “De las inciertas fronteras de la realidad”, Bécquer destaca
por el intimismo y por un cierto buceo en lo irreal: el sueño se convierte en
una vía de conocimiento, lo que para Caballero Bonald permite establecer conexiones
con desarrollos posteriores del irracionalismo (p.157-159). Este eje
sueño-realidad constituye, por tanto, el umbral de la poesía española
contemporánea, cuya huella puede rastrearse en Juan Ramón Jiménez, Antonio
Machado, los autores del 27, particularmente Alberti y Cernuda, y los
neorrománticos (p.160). Ciertamente, la relectura de la tradición constituye
uno de los muchos atractivos de estas prosas críticas de Caballero Bonald.
2.3. La huella simbolista
En “Homenaje a
Mallarmé”, el autor jerezano evoca el deslumbramiento que le produjo el
contacto con la poesía, hermética y ambigua, de Mallarmé. En su noviciado
poético, la lectura de este poeta francés supone un salto cualitativo que lo
sitúa ante el legado del fundador de una tradición poética todavía vigente. No
obstante, Caballero Bonald explica en Tiempos
de guerras perdidas su escasa sintonía con la
lírica francesa, circunstancia que relaciona con factores lingüísticos. De este
desencuentro se escapan figuras como Mallarmé, Baudelaire y Rimbaud (1995,
p.251-253).
En la estela simbolista,
el escritor jerezano destaca la figura de Juan Ramón Jiménez, a quien considera
como el fijador de un paradigma estético
que sirve de puente entre la retaguardia romántica, simbolista y
modernista y los nuevos movimientos del XX (2006, p.178). En el ámbito
latinoamericano, Rubén Darío integra la tradición francesa parnasiana y
simbolista en el caudal literario hispano, lo que constituye un curioso caso de
mestizaje entre literario y lingüístico que inaugura una prolífica línea
literaria (p.299)
2.4. El modelo vanguardista
En la línea señalada
respecto a los movimientos precedentes, para Caballero Bonald, el surrealismo,
la vanguardia de más fecunda incidencia en nuestra literatura, va más allá de
la técnica de la escritura automática. Es más bien una práctica temperamental,
una sensibilidad, un impulso. Su base irracionalista, al margen de modas
pasajeras, constituye el eje de una corriente centrada en una lógica interior,
cuya coherencia puede ser más profunda en ocasiones que la derivada de la
reflexión racional (p.193). A este respecto, la perpetuación de algunos rasgos
vanguardistas tangenciales puede derivar en una fosilización estéril. De hecho,
frente a la reiteración del automatismo en la poesía de Picasso, “anclada en su
excitante vanguardia juvenil” (p.197), Caballero Bonald destaca la incidencia
surrealista en varios poetas del 27 que se apartan, sin embargo, de la
ortodoxia inicial.
Así, el salto de la
poesía neopopularista de García Lorca al vanguardismo de Poeta en Nueva York se
explica más por contagio ambiental que por una adscripción fervorosa a los
postulados surrealistas. El discurso poético discurre por las vías del
irracionalismo, con una visión andaluza del surrealismo (p.208). No obstante,
perviven todavía algunos rasgos rítmicos que enlazan con la etapa precedente
del poeta granadino, empeñado entonces en una revisión de los tópicos
románticos según “la teoría y el juego del duende” (p.206-207). La impronta
surrealista se observa también en Vicente Aleixandre. En La destrucción o el amor, señala Caballero Bonald, el poeta opera una simbiosis entre el
aliento romántico y una expresión de cuño surrealista. En cierta manera, el
surrealismo aparece como una “resultante desmesurada del romanticismo” (p.217).
Esta capacidad de establecer conexiones sugerentes entre épocas y autores no es
uno de los menores atractivos de estos escritos.
Al igual que sucede con
García Lorca, en Alberti el tránsito del neopopularismo y el neogongorismo al
surrealismo se explica en un contexto de crisis personal y literaria, en el que
el autor se ve asediado por dudas e incertidumbres. No obstante, el surrealismo
de Alberti tampoco es ortodoxo, sino que funciona como una coincidencia
marginal, un contagio ambiental, lo que explica que el poeta del Puerto nunca
aceptara del todo ese marchamo, como tampoco lo hizo García Lorca (p.227). Lo
más interesante es, en opinión de Caballero Bonald, el tono discursivo
dominante, marcado por las estrategias del irracionalismo, que con cierta broma
califica como una versión andaluza y neobecqueriana del surrealismo. Este nuevo
enfoque no impide el contrapeso de algunos quiebros rítmicos deudores de la
canción popular (p.228).
Como un epígono de las
vanguardias, el postismo de Carlos Edmundo de Ory constituye un conato de
insurrección poética contra el marasmo del garcilasismo de la posguerra, un
tónico vitalista frente a las consignas oficiales. En esta iniciativa personal,
la pirueta formal se une a la transgresión de las normas ambientales, actitud
que no deja de tener un efecto positivo en la transformación del horizonte literario.
Para Caballero Bonald, que considera la desobediencia como un requisito de la
verdadera literatura (p.287-288), el ejemplo de Ory, al margen de los juegos
lingüísticos, constituye un referente en la poesía de la posguerra.
2.5. La herencia de la otra orilla del idioma
En “Literatura y
mestizaje”, Caballero Bonald relaciona el concepto de mestizaje con la
copropiedad lingüística de los hispanohablantes. La lengua, que es la verdadera
patria del escritor en toda su variedad territorial, funciona como un conjunto
de hablas diversificadas. Esta multiplicidad de modelos constituye una riqueza,
un gran activo de la cultura hispánica, no sólo por la diversidad dialectal,
sino también por la integración en un caudal lingüístico múltiple de
tradiciones culturales heterogéneas: la europea, la amerindia e incluso la
afroamericana. Desde su punto de vista, la destrucción de las Indias, el
expolio derivado de la conquista, no invalida el hecho de que el mestizaje está
en el origen de una cultura más rica (p.291-292).
El mestizaje funciona como una constante vital y
literaria en
La figura de Alejo
Carpentier constituye una referencia clave para el escritor. En un texto
preparado para un curso de verano en El Escorial, “Carpentier y lo real
maravilloso”, Caballero Bonald subraya la consideración del realismo
maravilloso como resultado de la voluntad indagatoria en los yacimientos de la
realidad (p.345). En esta empresa, el escritor cubano opera a partir de la
herencia de las novelas de caballería y, especialmente, de las crónicas de
Indias. Su prosa, de corte barroco, genera una dinámica estilística orientada a
la creación de una nueva realidad a partir de la expresión desbordante de la
geografía física y humana (p.346-347). Esta capacidad imaginativa conecta
también, en cierta medida, con el surrealismo, o más bien con su derivada más
fecunda, el irracionalismo.
Caballero Bonald subraya
sus vínculos familiares y afectivos con Cuba y su aprecio por una tradición, la
de la novela latinoamericana, con la que algunos críticos han relacionado su
obra narrativa (p.300). En realidad, el autor jerezano reclama su admiración
por el mestizaje lingüístico y artístico operado en la novela latinoamericana
del siglo XX, si bien simultáneamente manifiesta su incapacidad para abordar
literariamente una historia alejada de su tierra gaditana. Para él, literatura
y memoria se implican mutuamente, y ésta aparece unida a su tierra natal. Ahora
bien, desde su punto de vista, ninguna obra podría considerarse artísticamente efectiva
si no alcanzara a trascender los límites geográficos (p. 305-306).
A través de sus
comentarios en torno a ciertos escritores latinoamericanos, pueden perfilarse
más aún las líneas maestras de la poética de Caballero Bonald. Así, de Juan
Carlos Onetti destaca un rasgo que le gusta repetir frecuentemente y que
constituye uno de los pilares de su visión de la literatura: la idea de que
mediante el relato, el autor procede a un rastreo por el lado oscuro de la
vida. Esa búsqueda va acompañada también de una técnica literaria exigente,
pero finalmente reveladora (2006, p. 355). Asimismo, destaca en Onetti el
mestizaje entre tradiciones literarias heterogéneas: por un lado, la raigambre
cervantina de su obra; por otro, la presencia de rasgos que remiten a Kafka o a
Faulkner (2006, p. 355-356).
En un texto sobre Mario
Vargas Llosa y la novela de contenido histórico, defiende con claridad su tesis
en torno a este tipo de relatos. Por una parte, desprecia el subgénero de la
novela histórica, muy dado “al cliché y al espejismo” (360); por otra parte,
considera los hechos históricos como un buen ingrediente de la novela siempre
que su presencia quede subordinada a su operatividad artística. Es lo que
sucede, desde su punto de vista, en Vargas Llosa: en muchas de sus novelas,
como La guerra del fin del mundo, La fiesta del chivo o El paraíso
en otra esquina, el autor se sirve de un marco histórico muy bien
documentado para construir un relato con valor en sí mismo. Se trata,
naturalmente, de una cuestión de jerarquía; por encima de la realidad
documentable, al escritor le interesa la eficacia literaria de su obra (p.363).
Este punto de vista es coherente con la visión de
la literatura que defiende el autor jerezano. Para él, se trata de una
actividad artística, construida a través de la lengua, que permite un abordaje
particular de la realidad. Eso deriva, naturalmente, en el cuestionamiento de
la subordinación de la literatura a objetivos sociales o éticos. Por supuesto,
todo escritor filtra su visión del mundo a través de su obra, pero la validez
de ese empeño se justifica, en opinión de Caballero Bonald, por el resultado
artístico. Por eso, al escribir las “novelas de la memoria”, su interés no está
en la reconstrucción fiel de su vida, asunto de casi imposible viabilidad, sino
en la configuración de una narración literariamente consistente y atractiva. En
definitiva, por encima de compromisos extraliterarios, Caballero Bonald reclama
la autonomía de la literatura como vía de conocimiento y de comunicación
artística.
A este respecto, la
lectura de “Poesía, historia y música”, un prólogo dedicado a la poesía de
Mario Benedetti, confirma los postulados literarios de Caballero Bonald. Así,
en el caso del poeta uruguayo, de reconocida implicación en causas sociales a
través de su obra, Caballero Bonald pondera dos aspectos significativos: por una
parte, la sensibilidad indagatoria en el mundo, es decir, la utilidad de la
literatura como medio de interpretar la realidad; por otro, subraya la
supeditación de la mecánica de la realidad a la de la imaginación con elementos
lingüísticos seductores y sutilezas en las que no falta la ironía (p.376-377). En
suma, la lectura que Caballero Bonald hace de la obra poética de Benedetti
incide en los aspectos que más conectan con su sensibilidad y con sus intereses
literarios.
En una conferencia
pronunciada en
La valoración de la
novela del boom resulta muy interesante para la caracterización de la
visión de la literatura de Caballero Bonald. Para él, la irrupción de una serie
de escritores latinoamericanos en el panorama literario hispánico implica una
refundación del lenguaje literario; frente al agotamiento de las pautas del
realismo social, el nuevo modelo implica una revolución lingüística marcada por
la exuberancia de una lengua de gran capacidad expresiva (2006, p.319). Aunque
algunos de los autores “canónicos” de ese fenómeno entre literario y comercial,
en su opinión, sean inferiores a otros desplazados, el balance general es
altamente positivo, en la medida que facilita la difusión de unas cuantas
generaciones de novelistas latinoamericanos por todos los ámbitos del idioma. La
aportación de un modelo lingüístico de fuerte personalidad es, particularmente,
uno de los rasgos más destacados por Caballero Bonald.
A este respecto, su
actitud ante la narrativa cubana surgida tras el triunfo castrista reviste gran
interés. En un trabajo fechado en 1968, el escritor formula algunas opiniones relevantes
para la caracterización de sus preferencias. Por una parte, detecta en algunas
obras los efectos del dirigismo político: la autocensura, la inhibición, así
como la aceptación entre algunos escritores de las fórmulas del realismo
socialista. Todo eso no impide, sin embargo, el ascendiente de otros modelos,
los que preconizan escritores como Lezama Lima o Carpentier, cuya fecunda
tutela se deja sentir. En realidad, Caballero Bonald considera los criterios
literarios y artísticos como prioritarios para la valoración de una narración.
La denuncia del colonialismo no justifica la adopción de recetas narrativas
esquemáticas:
Casi nos atreveríamos a argüir que la única
literatura válida de una revolución consiste en la revolución que se opera
estéticamente en la literatura. (2006, p.342)
En definitiva, la
conexión de Caballero Bonald con la literatura latinoamericana deriva, no sólo,
de la relación familiar con Cuba o de su estancia en
3. La
generación de medio siglo
El último apartado del primer volumen de Relecturas
lleva por título “Mi generación”. Se trata de un conjunto de diecinueve prosas
dedicadas a diversos poetas y narradores de su grupo generacional. El estudio
titulado “Un grupo poético” recoge su cuestionamiento de la cohesión del grupo.
Desde su punto de vista, si algo parece unir a estos escritores de su
generación es la recuperación de las enseñanzas de Juan Ramón Jiménez, Antonio
Machado y los escritores del 27, cuyo ascendiente se vio afectado por el corte
cultural de la guerra. Esta circunstancia, así como la incidencia temporal del
realismo socialista durante los cincuenta, aporta cierta unidad al grupo. Todo
ello no resiste, sin embargo, la deriva individual de este conjunto heterogéneo
de escritores. La mayoría de ellos, como el propio Caballero Bonald, rechazan
una literatura mimética de la realidad y las restricciones expresivas impuestas
por los mandarines de turno (2006, p.448-449).
De
hecho, como comenta en el prólogo a su antología Selección natural, el realismo propugnado en los años 50, si bien
se justifica por razones históricas, muestra una evidente confusión entre
motivaciones e instrumentos, y una pobreza expresiva incapaz de contrarrestar
el paupérrimo discurso oficial (p.482). Desde su punto de vista, la unión del
grupo se fundamenta más en motivos políticos y personales, que en el ideario
estético (p.483). El propio escritor, al revisar su poesía de aquella época, la
encuentra carente de incertidumbre y ambigüedad, dos requisitos que, desde la
perspectiva actual, considera imprescindibles. Ve en su obra una crédula
confianza en el papel didáctico de la escritura, lo que deriva en una voz
impostada con la que no se siente en absoluto identificado (p.484). Pero la
hegemonía del testimonialismo no dura demasiado: la crisis del realismo
coincide con otras crisis de carácter personal y poco a poco cada autor va
buscando su propio camino.
En una conferencia titulada
“Recapitulaciones literarias”, Caballero Bonald dibuja un panorama de la
literatura española desde la posguerra hasta el año 2000. Al abordar la
literatura de los 50, subraya la inevitable politización de la vida literaria,
como reacción a las constricciones del franquismo. En este contexto, la
celebración del trigésimo aniversario de la muerte de Antonio Machado en
Collioure alcanza un valor simbólico como reivindicación de su figura y de su
obra. En este acto comparece un conjunto de autores, que Caballero Bonald
considera más bien como un grupo dentro de una generación, cuyas afinidades
literarias, por otro lado, no pasan de ser superficiales (p.491).
Por lo que respecta a los comentarios
sobre novela y novelistas, en este apartado aparecen diversos textos de
interés. En “Novela y sociedad rural” comenta la incidencia de la sociedad
rural en la narrativa propia y ajena. Para él, nacido en el seno de una
sociedad agraria, el régimen andaluz de la propiedad constituye un factor clave
en el funcionamiento de los mecanismos sociales. De ahí la eclosión de obras
que abordan la cuestión del campo andaluz. Si bien el realismo constituye una
constante en la narrativa española, el uso testimonial y crítico alcanza
especial incidencia en la década de los 50, como un modo de sortear la falta de
libertades. Narrar el mundo vinícola, como lo hace él, lleva aparejada la
crítica de una determinada sociedad. La cuestión clave, a su entender, es la
manera como se trasvasa artísticamente la crítica: el cambio del testimonio
directo de Dos días de setiembre al
abordaje mítico de Ágata ojo de gato
supone un salto cualitativo en el despliegue de las preferencias del escritor
(p.395). Como indica en “Acerca de Ágata
ojo de gato”, esta novela es la versión legendaria del proceso de
colonización de un territorio virgen. El relato sustituye una historia por sus
equivalencias mitológicas (p.442). Caballero Bonald reivindica el barroquismo
expresivo de esta novela como un abordaje crítico de la realidad, a través de
una exigente selección estilística (2006, p.443)
Incluso en el comentario de una novela
de tan evidente enfoque realista como El
fulgor y la sangre de Ignacio Aldecoa, Caballero Bonald destaca la
presencia de algunos rasgos que remiten a la estética barroca como modo de
conocimiento de la realidad. Tras comentar la sabiduría lingüística y técnica
del escritor vasco, así como su profundización psicológica, la siguiente cita
subraya la relectura del barroco propuesta por Caballero Bonald:
Parece
evidente que esa técnica narrativa enlaza con ciertos recursos provenientes de
la poética del barroco. Pero no en su más consabida restricción de manual –una
acumulación de bellos términos para llenar un vacío o una decorativa
complicación léxica o sintáctica-, sino como una vía de conocimiento de la
realidad, es decir, como un sistema de valores expresivos tendentes a
perfeccionar los modelos reales. Cuando el novelista busca un adjetivo –valga
el ejemplo-, siempre lo elige en función de su andamiaje poético, cuidando de
que al juntarse con el sustantivo genere una peculiaridad calificativa nunca usada
hasta entonces. (2006, p.400)
El análisis de
esta novela subraya, por otro lado, el ascendiente del modelo conductista, así
como ciertos rasgos costumbristas enfocados con una mirada vinculada con el
naturalismo. En alguna ocasión, Caballero Bonald identifica cierta acumulación
retórica lindante con el esperpento. Sin embargo, echa en falta la ironía que
caracterizará otras obras del autor vasco.
En “Un elocuente proyecto narrativo”,
se ocupa de dos obras, El capirote y Guarnición de silla, de Alfonso Grosso.
Se trata de un prólogo que plantea algunas cuestiones básicas en torno al
debate del realismo y su superación, fenómeno que se verifica entre la
aparición de la primera (1963) y la segunda (1970). Con todo, tal vez por la
huella del barroquismo andaluz que a él también le afecta, Alfonso Grosso
mantiene siempre una preocupación estética al margen de dogmatismos. Esta
evolución es paralela a la vivida por el mismo Caballero Bonald. Ambos
escritores coinciden también en la reinterpretación del barroco. Para Grosso,
este concepto remite igualmente a la indagación en la realidad, lo que implica
la búsqueda de equivalencias literarias a través de la técnica de la
imaginación. En este proceso, señala el escritor jerezano, intervienen la
adjetivación, el fraseo, el encadenamiento sintáctico. Así, a pesar del
carácter testimonial de El capirote,
se aprecia en esta novela una evidente preocupación estilística, reflejada en
el ritmo o en la entonación, si bien la estética queda supeditada a la
didáctica de la fatalidad (p.414). En cambio, en Guarnición de silla el planteamiento es mucho más ambicioso. La
historia, que queda entreverada de mitología, encuentra su plasmación en una
técnica barroca (p.414-415).
En otros textos, Caballero Bonald se
ocupa de aspectos referidos a la narrativa de García Hortelano y Marsé. En
ambos, valora la fuerza de la oralidad. En el primer caso, la habilidad
narrativa del autor a la hora de contar oralmente historias se plasma en un
oído finísimo para los monólogos externos de los personajes y la confección de
los diálogos (p.420). En cuanto a Marsé, su pericia en la transmisión de
narraciones orales queda transferida también a sus relatos, al servicio de la captación
de un espacio moral a medio camino entre
la marginación y la picaresca (p.430). En ambos, la capacidad lingüística y
técnica es el punto clave para la valoración de la obra como construcción
literaria.
Dentro del ámbito de la narrativa, la
escritura autobiográfica es objeto de análisis en dos textos clave, al margen
de los frecuentes comentarios metanarrativos dispersos en las “novelas de la
memoria”. En “Autobiografía y ficción”, el texto de una intervención en los
cursos de verano de Santander en 1996, Caballero Bonald reflexiona sobre la
autobiografía como una obra de ficción. Desde su punto de vista, en Tiempo de guerras perdidas y en La costumbre de vivir despliega un
esfuerzo de reinvención de su peripecia vital. Al igual que sucede con
cualquier otro tipo de narración, la propia dinámica del relato desencadena, a
partir de los materiales de la memoria, una obra de ficción, cuyo protagonista
guarda un cierto parecido con la persona del autor. Escribir unas memorias,
desde este punto de vista, no difiere apenas del trabajo novelístico: por una
parte, el proceso del recuerdo no está libre de engaños; asimismo, al margen de
que la escritura genera un proceso que desborda la exigencia testimonial, para
él lo importante es la configuración de una obra literariamente válida
(p.439-440).
Algo similar puede leerse en “Barral,
personaje de sus memorias”. Lo mismo
que en las “novelas de la memoria”, en las tres entregas de los relatos
autobiográficos de Carlos Barral, Caballero Bonald insiste en la idea de que
una autobiografía nunca lo es del todo: o bien queda configurada como un
artefacto literario, dando cabida en él a la ficción, o acaba supeditándose al
lucimiento o a la autocomplacencia (p.452). Desde su punto de vista, lo que
interesa es el hecho estético consumado y no la fidelidad a la historia real.
Carlos Barral, creador a juicio de Caballero Bonald de la obra memorialística
más ambiciosa de su generación, incurre en errores
y no comprueba aspectos de fácil verificación. Sus intereses van por otro lado.
Las memorias son como incursiones selectivas, poéticas, centradas en la
construcción de un personaje con cierta
relación con el autor. Por eso, las lagunas del relato, cierta arritmia,
responden a un planteamiento en el que se movilizan los mecanismos de la
ficción en torno a ciertos episodios de corte biográfico (p.454).
Hay una reseña procedente de las
colaboraciones en Papeles de Son Armadans,
“En torno a las relaciones entre autor y lector”, en la que comenta La hora del lector de José María Castellet. En ella, destaca algunos
aspectos positivos: la sistematización y puesta al día de los problemas de la
novela, centrados en una mayor exigencia a la figura del lector; la acertada
selección de textos para la ejemplificación de las diferentes técnicas
comentadas, así como la selección ensayística de Sartre, Magny y Robbe-Grillet.
Sin embargo, esta labor tan eficaz queda lastrada, según el autor jerezano, por
un cierto dogmatismo en el enfoque (p.427). Justamente, la independencia frente
a las imposiciones de las modas o las capillas literarias es una de las características
más arraigadas de Caballero Bonald.
Los textos en los que comenta la obra
de los poetas coetáneos sirven también para marcar algunos aspectos
interesantes de su propia visión de la literatura. Por una parte, no hace falta
insistir más en el rechazo de la existencia de un grupo homogéneo. A finales de
los cincuenta, cada autor inicia su andadura personal, una vez superada las
exigencias de la literatura comprometida. Ya en 1957 aparece Metropolitano de Carlos Barral, un
poemario en el que Caballero Bonald reconoce la estabilización de una poesía al
margen de las herencias culturales y de las constricciones del momento (2006,
p.450). La escasa aceptación de esta obra está relacionada, a su juicio, con la
desobediencia del poeta, “un consumado infractor” (p.451) frente a las normas
dominantes. Esta valoración incide en dos aspectos de gran importancia: la
independencia de criterio y la reacción frente al gregarismo, actitudes de las
que reiteradamente alardea el propio Caballero Bonald.
Dentro del grupo de escritores
catalanes en lengua castellana de su generación, se ocupa también de José
Agustín Goytisolo en “Una semblanza poética”. La aceptación de la poesía como
instrumento de crítica social adopta en Goytisolo fórmulas satíricas y
caricaturescas (p.458), algo en lo que coincide, según Caballero Bonald, con
Ángel González. Sin embargo, y este detalle es revelador de las preferencias
del escritor jerezano, José Agustín Goytisolo, abandonando el tono elegíaco en
torno a la figura materna ausente que había cultivado hasta el momento, opta en
Salmos al viento (1958) por un
discurso cuyos ingredientes irónicos son “tal vez más incautos, más explícitos”
(p.458). Esta afirmación refleja el mismo rechazo formulado hacia Pliegos de cordel, el poemario que, entre
los de su creación, Caballero Bonald considera más alejado de su sensibilidad
actual, lastrado por la falta de ambigüedad.
Abundan textos sobre otros poetas
contemporáneos, como Claudio Rodríguez, Francisco Brines o Manuel Padorno. En
“Memoria de Claudio”, lleva a cabo un interesante análisis de la trayectoria
poética de Claudio Rodríguez. Destaca
en él la búsqueda de equivalencias entre la vida cotidiana y al experiencia
lingüística, en un enfoque que combina la idea de poesía como vía de
conocimiento y de comunicación (p.466). Desde Don de ebriedad el poeta
indaga en el enigma de la realidad a través de un planteamiento estilístico y
temático cuya vigencia permanece a lo largo de toda su producción. Esta
atención a la vida como un enigma conecta con las preferencias de Caballero
Bonald. Del mismo modo, en un poemario posterior, Alianza y condena (1965),
aparecen otros aspectos que refuerzan el aprecio del autor jerezano por Claudio
Rodríguez, “un nuevo ahondamiento reflexivo, una más aquilatada tendencia a
concederle al poema el beneficio de la ambigüedad” (2006, p.466-467). Otro
punto de interés entre ambos escritores reside en el tratamiento del espacio
físico. Salvando las distancias genéricas, ambos escritores optan por un
paisaje físico y humano acotado: la baja Andalucía, en el caso de Caballero
Bonald, y Castilla, en el de Claudio Rodríguez. En palabras del crítico, en el
fondo de la provincia se encuentra siempre el sentido de lo universal (p.468).
En un artículo dedicado a Manuel
Padorno, “La poesía como procedimiento”, Caballero Bonald incide en el hecho
lingüístico como factor clave en aquel poeta. El uso de una técnica discursiva
próxima a la narratividad queda interceptado por la conversión del acto
lingüístico en norma estética. Incluso algunas conexiones realistas resultan
mitigadas por el irracionalismo. La poesía parece generada por el propio riesgo
verbal, aspecto muy del agrado del crítico, en el lado opuesto a un discurso
obvio y explícito, incapaz de generar sus propias ambigüedades. Al contrario,
el procedimiento lingüístico que sostiene la poética de Padorno, según
Caballero Bonald, crea una realidad distinta y autosuficiente.
Dentro de este apartado dedicado al
grupo de los 50, Caballero Bonald valora la tarea de Jaime Gil de Biedma como
crítico cultural a partir de El pie de la letra, la selección de
artículos que el poeta barcelonés publicó en 1980. Del prólogo, Caballero
Bonald reproduce una afirmación que revela la sintonía de planteamiento en
torno al sentido de la crítica:
La
crítica no es sino una variante del arte de escribir y el efecto estético es
tan principal en ella como en cualquier otro género de literatura. (2006,
p.462)
Efectivamente,
Caballero Bonald reconoce en estos ensayos una vigilancia estilística, un
cuidado en la construcción de la prosa, lo que no impide la atención al
desarrollo de la tesis. El atractivo principal de estos textos reside, según el
escritor jerezano, en su clarividencia indagatoria y en la variedad de
registros culturales, canalizados a través de una prosa de resonancias
anglosajonas y un talante singular (p.462). El pie de la letra constituye
una solvente guía sobre las experiencias culturales de Gil de Biedma, con un
repertorio crítico de primera mano. Curiosamente, señala Caballero Bonald, en
ocasiones Gil de Biedma no aplica estas preferencias críticas a su propia obra.
El desdoblamiento entre poeta y crítico revela, por un lado, la inquietud
intelectual del poeta barcelonés y, por otro, la divergencia entre la dinámica
de la reflexión y la de la creación poética.
4.
Algunos rasgos estilísticos
Todo este heterogéneo conjunto de
textos presenta, sin embargo, numerosos aspectos comunes: elementos
constructivos, subjetividad, juegos verbales, humor… Aunque la tipología
textual es variada, pues hay prólogos, artículos, reseñas, conferencias,
discursos…, puede comentarse, con todo, la reiteración de algunas estructuras
organizativas. Muchos textos, particularmente las reseñas, comienzan con el
comentario de la experiencia lectora: el escritor intenta transmitir sus
impresiones como lector, rechazando la asimilación de su papel a la del crítico
(2006, p. 188). Esto es lo que asegura, por ejemplo, en relación a la poesía de
José Agustín Goytisolo, cuya obra comenta desde la perspectiva de un lector doblado
de amigo (p.456). Con mucha frecuencia alude a la primera impresión de la obra
comentada, como sucede con las referencias a la lectura adolescente del Quijote
(p.28-39), con la poesía marinera de Alberti (p.219-221) o la obra de Paul
Bowles (p.243-245).
Suele
seguir después el análisis de los rasgos temáticos más destacados de la obra
analizada, como ocurre con el sentido de los ángeles en “Huésped de las
nieblas” (p.222-230), en el que se valora el significado de estas figuras en la
poesía de Alberti, subrayando su dimensión en cierta manera surrealista y las
conexiones con el romanticismo becqueriano. Posteriormente, estas reseñas
suelen incluir, antes de la valoración final, un análisis de los rasgos
estilísticos más sobresalientes, de acuerdo con la convicción de que la
literatura es, fundamentalmente, una creación artística de base verbal.
En consonancia con la idea de que el
autor sólo aspira a consignar su experiencia lectora, puede señalarse la
subjetividad que destilan estos textos, lo que constituye uno de sus
principales atractivos. La primera persona aparece por doquier, tramitando
textualmente las impresiones del autor a través también de adjetivos, léxico
connotativo y estructuras sintácticas de corte argumentativo, que refieren la opinión
del autor. Es lo que sucede con la siguiente cita, que abre un comentario sobre
la poesía de Antonio Machado, donde menudean los adjetivos valorativos
(espléndido, inolvidable, defectuoso) y las indicaciones de primera persona:
Este
libro espléndido me ha hecho recordar muchas cosas. Y me ha permitido volver a
agradecerle a su autor una inolvidable lección poética. Y crítica, claro. La
cosa viene de lejos. Yo fui un lector tardío y más bien defectuoso de Antonio
Machado. Tampoco era fácil encontrar en aquellos primeros años 50 algún libro
suyo. (2006, p. 180)
En el siguiente
fragmento, que comenta una obra de Cadalso, el autor emplea una serie de
adjetivos valorativos (delirante, arquetípicas, palmario) junto con sustantivos
abstractos que reflejan el carácter interpretativo del texto, sustentado todo
ello en la primera persona del autor:
En Las
noches lúgubres hay, desde luego, mucho del delirante pesimismo amoroso, de
la exacerbación emocional, de las exóticas nocturnidades más arquetípicas del
pensamiento romántico, pero todo ello está retenido aún –me parece a mí- por un
filtro neoclásico de palmario cuño francés. (2006, p. 128)
Con frecuencia,
el escritor emplea sustantivos cargados de connotaciones, a través de las
cuales se intuye su punto de vista. Así, sus referencias a la poesía
neopopularista de Alberti y García Lorca aparecen contaminadas de una
valoración negativa, como dejan entrever las palabras “contagios” y
“cascabeleos”:
Todos
conocemos de sobra la burda propagación alcanzada por la parte más vulnerable
de la poesía de García Lorca, esa especie de contagio folklórico que ha
fomentado de rechazo tantos insufribles cascabeleos oficiales y oficiosos.
(2006, p. 214)
La dimensión
argumentativa de estas prosas constituye un reflejo más de la subjetividad
textual. Por ello son abundantes las estructuras sintácticas de contraposición,
que permiten la matización del punto de vista del autor, particularmente las
formas adversativas negativas. En el siguiente fragmento, en el que el autor desglosa
su percepción del barroco, se observan tres estructuras de este tipo, siendo la
primera implícita y las dos siguientes construidas con “sino”:
No se
trata de eso: se trata de medir el alcance de una poética cuya potencia
expresiva no depende de ninguna clase de florituras ornamentales, sino de su
grado de penetración en la cara oculta de la realidad. El barroco –nunca estará
de más reiterarlo- no consiste para nada en una complicación léxica o
sintáctica, sino en un método de conocimiento. (2006, p. 76)
Del mismo modo,
son frecuentes las estructuras causales y explicativas. En algún caso, sobre
todo en textos pensados como conferencias, estas últimas construcciones
revisten cierto componente coloquial:
Los
actores hacen suya, suplantan la vida de otro. Y sobre todo la adaptan a su
temperamento, a su modo de ser. Incluso añaden de su cosecha un gesto, un
matiz, una palabra que el autor no había consignado. O sea, que colaboran de
alguna manera en adecuar la literatura al espectáculo. (2006, p. 119)
La siguiente cita
simula la espontaneidad propia del discurso oral:
(…)
se oscila entre un nuevo humanismo (…), entre la solemnidad metafísica y
–digamos- la física recreativa. ¿Cómo se conciliaban esos diversos frentes
poéticos? Pues de una manera muy poco razonable, esa es la verdad. (p. 446)
También las
estructuras comparativas tramitan la perspectiva del autor. Sucede de esta
manera en esta secuencia, en la que valora la incidencia del romanticismo en
nuestra literatura:
El
arraigo del romanticismo en España tuvo más de fuego de artificio que de
trascendencia estética. (p.146)
A veces, el
discurso argumentativo adopta un cariz paradójico, muy del gusto del escritor.
Así, los conceptos de modernidad y tradición aparecen vinculados de forma
aparentemente contradictoria:
La
modernidad de estos relatos viene a potenciarse en virtud de su misma tendencia
a actualizar la tradición. (p.257)
En el fondo, el
escritor aboga por una asunción desprejuiciada de la herencia literaria. En la
siguiente cita, reaparece el gusto de Caballero Bonald por las expresiones
paradójicas:
Se ha
dicho ya tantas veces que conviene repetirlo: si la patria consiste en lo que
se ve desde la ventana donde uno vive en paz –Ubi bene ibi patria-, la
del escritor es sin duda la lengua que le sirve para acometer su trabajo.
(p.291)
Esta tendencia a
la paradoja se relaciona también con el gusto del autor por las frases redondas:
Me
gusta repetir que, en literatura, lo que no tiende al barroquismo, tiende al
periodismo. (p.74)
Como
es natural tratándose de un poeta, el autor incorpora abundantes juegos
verbales de base metafórica para transmitir de forma más expresiva su punto de
vista. Eso el lo que permite hablar del romanticismo o del neoclasicismo como
“un peso muerto” de nuestra literatura (p.147) y de la heterodoxia como “un
buen camino” y el dogmatismo como “una pésima guía” (p.111). Del mismo modo, al
comentar la poesía de Bécquer, destaca su arraigo en “los claros veneros de lo
popular”, lo que le permite una “laberíntica indagación en las sombras”
(p.161). En ocasiones, este tono metafórico no deja de incorporar ciertas
connotaciones negativas:
Me
temo que la obra poética de León Felipe tiene ya algo de volcán apagado.
Tampoco es un destino necesariamente adverso. Pues el poeta se ha quedado en la
frontera de un fuego purificador que el mismo exilio se encargó noblemente de
avivar. (p.201)
Finalmente, el humor sazona la prosa
del escritor jerezano. Así, en uno de los múltiples comentarios sobre el
sentido del barroco, el escritor emplea una metáfora de carácter sexual, cuya
descontextualización resulta sorprendente:
Un
escritor barroco (…) empieza a indagar en el conocimiento del mundo acotado en
su obra a partir de donde se quedó inmovilizado (en situación de coitus
interrumptus) el escritor no barroco. (p.75)
La siguiente
intervención utiliza el humor como “captatio benevolentiae” al comienzo de un
artículo dedicado a la acumulación de celebraciones conmemorativas:
El
mucho incienso espanta el feligrés, dice un refrán que acabo de inventarme,
pero que encaja bastante bien en el asunto que ahora me ocupa. (p. 213)
En el fragmento
siguiente, el propio escritor se burla de las ilusiones poéticas de sus
comienzos, en un claro ejercicio desmitificador:
O
sea, que el librito era como el producto de una apasionada asimilación de
fórmulas estilísticas vinculadas –digamos- a un culto bastante libresco por el
valor purgativo de la palabra poética. Pero con él me sentí ufano protagonista
de una taciturna epopeya personal dignificada por la literatura. (p. 478)
La valoración de
su propia obra poética introduce, en efecto, algunas acotaciones irónicas, como
la siguiente, referida a su baja productividad:
Con
posterioridad a Descrédito del héroe, apenas si he escrito cuatro o
cinco poemas. Salgo a menos de un poema por año, cantidad que tampoco es
irrelevante. (p. 487)
5. Conclusiones
Llegados a este punto, resulta
evidente el interés de la lectura de estas prosas de Caballero Bonald en torno
a la literatura. Si bien la obra ensayística del escritor jerezano aborda otras
vertientes de gran atractivo, los artículos, prólogos, reseñas, conferencias y
discursos centrados en el ámbito literario permiten dibujar las preferencias
del autor, apuntando los rasgos básicos que componen su poética, que son los
siguientes.
En primer lugar, es evidente la
incardinación del autor en una tradición literaria asumida de forma
desprejuiciada y anticonvencional. En el centro de sus preferencias se
encuentra el barroco, entendido no como una concreta etapa histórica, sino como
una forma de penetración en los misterios de la realidad, a través de una
técnica literaria exigente. Si bien esta admiración no incluye el romanticismo
español, el autor destaca la impronta romántica en el rastreo de la intimidad,
lo que ya en el caso de Bécquer apunta al nacimiento del irracionalismo. Esta
será la principal aportación de las vanguardias. Su interés subversivo
constituye un aspecto fundamental para el escritor, quien rechaza, sin embargo,
la deriva dogmática de algunos de estos movimientos renovadores.
En segundo lugar, respecto a la
literatura hispanoamericana, Caballero Bonald defiende el policentrismo en la
lengua y en la literatura, así como un gran aprecio por las variantes
americanas del idioma. No resultan ajenas a esta predilección las conexiones
lingüísticas entre las formas americanas y andaluzas del idioma. En cuanto a la
literatura, el escritor jerezano pondera la incidencia en la otra orilla del
idioma de una corriente estética de raigambre barroca, corriente con la que
Caballero Bonald se siente muy identificado.
Por otra parte, en cuanto a la
generación de los 50, en la que suele enmarcarse la obra de Caballero Bonald,
son muy interesantes algunas valoraciones del escritor. Por un lado, desde el
punto de vista histórico, justifica la adopción del compromiso cívico en
defensa de las libertades durante la década del realismo social. Ahora bien, su
valoración literaria del período es bastante crítica. Cuestiona en esta época
la pobreza expresiva adoptada como modelo, la falta de la ambigüedad textual.
En el fondo, desde su punto de vista, la cuestión clave no es la defensa o no
del compromiso político o cívico del escritor, pues todo creador trasvasa una
ideología a su obra, sino la manera como se opera este trasvase, su validez
artística. Del mismo modo, el autor rechaza los dogmatismos, las capillas
literarias exclusivistas. La independencia de criterio y el rechazo del
gregarismo son dos principios muy arraigados en el autor. Así, aun cuando
considera de suma importancia la herencia del surrealismo, defiende siempre su
aplicación no dogmática, la asunción libre de los aspectos más estimulantes del
movimiento, particularmente el irracionalismo.
Finalmente, todas estas ideas, que
transmiten una visión muy personal de la literatura, se vehiculan a través de
una prosa subjetiva, llena de elementos sugerentes. En efecto, la adjetivación,
el léxico connotativo, las formas metafóricas, aportan una evidente
expresividad a estas prosas en las que se observa la mano maestra del poeta y
el narrador. La subjetividad se aprecia no sólo en los indicadores personales,
sino también en numerosas estructuras argumentativas, particularmente
explicativas, causales y adversativas, con las que el autor expone su visión de
la literatura.
En
definitiva, la lectura de estas prosas constituye una experiencia estimulante
no sólo por el interés de las opiniones del autor, que permiten inferir su poética
y establecer muchas conexiones con el resto de su producción, sino también por
el atractivo de una prosa en la que se adivinan algunos rasgos inconfundibles
de José Manuel Caballero Bonald.
6. Bibliografía
CABALLERO BONALD, J.M. Copias
del natural. Madrid: Alfaguara, 1999
CABALLERO BONALD, J.M. La
costumbre de vivir. Madrid: Alfaguara, 2001
CABALLERO BONALD, J.M.
Relecturas. Prosas reunidas (1956-2005). Cádiz: Servicio de Publicaciones.
Diputación de Cádiz, 2006
CABALLERO BONALD, J.M. Tiempo
de guerras perdidas. Barcelona: Anagrama, 1995
UNZUÉ UNZUÉ, A. “Formación literaria y visión de la
literatura en las novelas de la memoria
de Caballero Bonald”. Espéculo. Revista
de Estudios Literarios, 2010, nº44
(http://www.ucm.es/info/especulo/numero44/novmemor.html)
[26/7/2010]
[1] Para el análisis de este proceso formativo, ver Unzué, 2010.
[2] De ahí el aprecio reiterado por esta novela y la preterición de En la casa del padre, narración de corte más realista. Lo mismo sucede en su poesía: mientras Descrédito del héroe o Laberinto de fortuna son poemarios muy del agrado del autor, otros, particularmente Pliegos de cordel, de una mayor transparencia expresiva, quedan alejados del gusto actual de su autor (2006: 483-486).
[3] Es interesante la actitud de Caballero Bonald en torno a la determinación geográfica de la literatura. Por un lado, considera a este respecto (y también sobre cuestiones generacionales) que cada autor es diferente, por lo que rechaza la asignación indiscriminada de etiquetas localistas. No obstante, con frecuencia subraya la impronta del paisaje o la tradición cultural propia como elementos constitutivos de la lengua y del mundo de un autor. Así, el exceso verbal de Ágata ojo de gato, por ejemplo, se ajusta a la naturaleza que intenta reflejar (2006, p.441-443).
[4] A este respecto, es muy ilustrativo el texto “Carpentier y lo real maravilloso” (2006: 345-352). En él, Caballero Bonald expone la poética barroca que conforma la narrativa del novelista cubano.
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