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40 POEMAS. MIGUEL HERNÁNDEZ. ANTOLOGÍA ILUSTRADA POR
38 ARTISTAS
Manuel García Pérez
(Universidad de
Murcia)
40 Poemas. Miguel
Hernández. Antología ilustrada por 38 artistas. Edición y comentarios de Mariano
Abad y José Antonio Torregrosa. Asociación Cultural Orihuela 2m10.
“(…) un
animal salvaje devoró el corazón del amante.”
Georg Trakl
“Toca aquello que no conoces.”
Miles Davis
Cualquier posibilidad comunicativa remite a
realidades poéticas que se fraguan en una imprevisible premeditación de formas
de escritura. Intentando inútilmente sondear la vastedad del mundo, o de sus
posibles mundos - sus experiencias consumadas, en tantas ocasiones dolorosas- el
poeta transgrede por fin los usos ordinarios de todo aquello que es
convencionalmente comunicable.
En el caso de la poesía hernandiana hay un
proceso de creación que reinterpreta la insondable contingencia en un primer
momento desde la re-escritura de tópicos conceptistas, de mitemas
renacentistas, evolucionando hacia rupturas convencionales que en El hombre acecha o en Cancionero y Romancero de ausencias
advierten de un creador maduro, adiestrado ya en una técnica compositiva propia,
que descubre el don creador de la inefabilidad, su oscuridad y su soledad, el
rigor de la depuración formal, la asunción del silencio, sustantivo tras sustantivo,
para expresar la indómita sustancia del dolor existencial. Porque la doliente
humanidad, devastada por su propia experiencia carcelaria, arrasada por la
improbable concesión que la palabra otorga a nombrar con plenitud la angustia instintiva,
no es asumible por la escritura, siempre escasa e insuficiente; su mismidad es
definitivamente inútil.
Heredera
de la carpeta de antología ilustrada Imagen
de su huella (Almansa, I. B. “José Conde García” – Ayuntamiento de Almansa,
1992), esta nueva selección de poemas hernandianos, comentados por Mariano Abad
y José Antonio Torregrosa e ilustrados por un total de 38 pintores oriolanos, contribuyen
no sólo a profundizar en la puridad mística en la que la escritura hernandiana
desembocó en menos de una década desde derroteros heterodoxos, sino también a
comprender que toda producción artística representa una arriesgada
confrontación personal, flagrante, destructiva, con un mundo de referentes que
es improbable denotar en su complejidad .
El don genesiaco se vincula a una posesiva
obstinación por trascender las convenciones comunicativas en cualquier
manifestación estética. En este caso, la riqueza expresiva de esta antología
que vincula poesía, pintura y ensayo sobresale por identificar las
posibilidades ilimitadas de interpretar el mundo, su mistérica eclosión de
realidades inéditas con las que el creador restituye sus propias realidades
estéticas, con la aceptación de que los límites formales no abastecen la
proyección humana y semántica de las creaciones hernandianas.
Sin duda, el compromiso político de Miguel
Hernández determina su activismo y su destino trágico, pero no supera su devota
condición de creador, atribulado por la incomprensión social, por un afán enfermizo,
pero tan necesario al final de su vida, de contemplación de la muerte como
previsible liberación material, eugenésica, recurrente en todos aquellos creadores que describen una evolución
sintáctica y plástica tan vertiginosas: Arthur Rimbaud, Reinaldo Arenas, Paul
Celan o Jackson Pollock.
Algunas de las pinturas de esta antología
re-componen metáforas esplendentes de una primera etapa hernandiana
vocacionalmente ensimismada en la imitación de modelos clásicos y costumbristas
(Perito en lunas, El rayo que no cesa), para proceder a poemas
con una determinación realista y social (Viento
del pueblo) cuya escritura no cesa en sus fulgurantes intermitencias
modernistas, en la construcción progresiva de un lenguaje que vacila entre reverberantes
sinestesias influidas por generaciones de poetas en ciernes y por un telurismo
que, adoleciendo todavía de una mística que en breve rebasará los límites de lo
comunicable, incide en una originaria -no
original- vertiente expresiva; aún la forma depurada va quedando relegada
por la efusividad vital y por el amor impetuoso.
Porque los textos finales del poeta
oriolano profundizan en la asepsia
formal como expresión última de la completitud de la vida, significada en
su aislamiento, en la pérdida perentoria de todo lo que sensitivamente ama
(Cancionero y romancero de ausencias);
pero sus palabras, reconoce, aman
sobre todo lo sensitivamente desconocido, esto es, la vaciedad o la revelación
abismática que hallará después de la muerte.
La heterogeneidad de estilos pictóricos que interpreta
cada uno de los poemas de esta antología subraya la potencia semántica de los
sinsentidos del propio lenguaje hernandiano, o sus significados consumados, sus
metáforas insistentes, predecibles a lo largo de sus obras, irreverentes en su
esencia, o aquellas avenidas desde la traumática realidad estigmatizada de la
guerra y la prisión. Lo que queda tras el rastro de aquellas formas visibles
del doliente destino son más que palabras a las que la pintura se doblega para,
en primer lugar, enriquecer aún más sus posibilidades semánticas y,
posteriormente, desafiar sus concreciones conceptuales, sus aparentes significados
lingüísticos unívocos.
Al igual que el poema revoca todo ápice de
racionalidad, el lienzo invoca a sus demonios para explorar el impenetrable
vacío de lo no-pintado todavía; y la realidad tangible existe ya en el poema, pero como acto de comunicación intangible,
abrasado, extinto, y sin embargo inacabable. Por tanto, cada pintura de esta
antología irrumpe desde la realidad del poema como un lenguaje presuntamente imprevisto,
aunque previsible, meditado, apresado, forjado conscientemente como representación
del mundo, que es catalizador de otras realidades cognoscibles,
aprehendidas, demostrables, (que ahí permanecen y permanecerán después de la
realidad y de los hombres) con el fin de crear nuevas significaciones ontológicas
a los versos de Miguel Hernández.
Ahora cada uno de esos cuarenta poemas es
una sintomática representación pictórica,
o una representación pictórica inmersa en la esencialidad poética de un texto literario. Porque, tras el don
epifánico de la creación, existe la reducción fatalista de saber componer una obra
pictórica a partir de la materialidad concreta, escueta, de texturas y
cromatismos abigarrados para rendir un tributo a la propia experiencia creativa
de quien pinta y de quien escribe; un
pintor, un escritor quizá, que han de ser insurgentes, inconstantes, sensitivos
más allá de su escritura, más allá de sus formas limitadas.
El
hiperrealismo de Roberto Fernández, de Amalia Navarro, de Eva Ruiz, el
neocubismo de Miguel Ángel Cremades, el grafiti de José Manuel Rodríguez y el
expresionismo abstracto de Alejandro Pertusa, de Verónica Ruiz, por ejemplo,
obedecen a ese arduo trabajo de recomposición figurativa, sinestésica, en
ocasiones abstracta, de los textos de Miguel Hernández. Cada pintura de esta
carpeta prolonga paradójicamente la
significación incompleta de un poema en tanto que desafía la realidad material,
infinita, desde las mismas formas expresivas, tan convulsas e inacabadas como
la propia rebeldía creadora del escritor ante la inefabilidad de lo que las
palabras pueden llegar a significar.
No obstante, esta antología destaca además
por otro proceso hermenéutico de re-interpretación de la poética hernandiana.
Cada poema introduce un comentario crítico de los profesores Mariano Abad y
José Antonio Torregrosa explicando las
características biográficas, contextuales y literarias que gravitan en el propio proceso creativo de los textos, concluyendo
en cuatro claves interpretativas de relectura más que necesarias para profundizar en la trascendencia
lingüística de la escritura hernandiana como significación de la experiencia
poética en sí misma.
Los comentarios, en primer lugar, estudian
la clarividencia simbólica de motivos que el poeta oriolano va introduciendo en
sus poemas a lo largo de su breve vida según lecturas e influencias. En segundo
lugar, estos análisis no están exentos de aspectos biográficos y sociales que permiten
comprender mejor las interpretaciones literarias posibles (lejos de
sentimentalismos políticos, en tantas
ocasiones descontextualizados), incidiendo en el panteísmo mixtificador de sus
claves temáticas, en su reinterpretación de los clásicos y en la derivación
hacia nuevos horizontes de simbolización que retoma especialmente de la poética de Juan Ramón Jiménez, de Pablo
Neruda, entre otros.
Además, cada análisis compositivo está
elaborado desde la convicción de que los
textos hernandianos proceden de la necesaria reelaboración formal de un creador
reflexivo, sincero con las exigencias de su don, impelido finalmente a una motivada
depuración adjetival, a un conocimiento consciente de que forma y mundo
significado son modalidades indisolubles de aprehensión de la realidad sentida
a través de la escritura. Por último, estos comentarios críticos esbozan posibles formas
de comprender la composición originaria del poema, su evolución formal hasta su
definitiva reproducción, esclareciendo los posibles sentidos metafóricos, a
veces oscuros, solapados, poliédricos, arraigados
en su propia matriz literaria, si bien resarcidos de su realidad vivificada en
el mundo de las cosas a pesar de la garra, el barro y la esperanza.
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