REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


Un enano español se suicida en Las Vegas, Francisco Casavella

(Anagrama, Barcelona, 1997)

 

 

         Una vez te dejó entrar en «la leonera», en «el agujero del pirata», en «la cantina de tropa»; había un buen número de apodos familiares para designar la habitación común que dejaba de serlo cuando él escuchaba música. Humo y una suerte de alboroto, desorganización, colchas arrugadas sin que nadie se hubiese tumbado en ellas, portadas de discos tiradas por el suelo, vinilo apilado. La dejadez que tanto te irrita y te confunde.

- A ver, siéntate. Escucha esto.

         Y sonaba una canción, y él fingía que cantaba, que tocaba una guitarra invisible, que golpeaba unos bombos, que de pronto asía con fuerza un micrófono y girando una y otra vez cantaba en un idioma imposible.

         - Güel. Sinsmaibeibilefmi. Güel. Aifaunaniupleistuduel.

         Tú habías visto monos en el parque. «Señores haciendo el idiota.» Comprendías lejanamente el concepto del baile y disfrutabas (y aún disfrutas, aunque lo guardes en secreto) con las sintonías de las series de televisión. Pero no tenía nada que ver con eso; ni siquiera tenía que ver con la locura. El mismo payaso de siempre, el payaso en que no querías convertirte. Te imaginaste haciendo lo mismo dentro de unos años y dijiste: «No puede ser.»

         - Güel. Isdaunatdienoflonliestrit. Atjarbreicjotel.

(pág. 99)

 

 

         El negro, dos metros de alto, camiseta blanca con tirantes y pantalones blancos, no le soltaba. Reía. Dejó de reír. Ignacio tuvo la sensación de que habían cerrado la tapa de un piano. Ignacio rió para no gritar. El negro se puso a reír otra vez. Reían los dos a carcajadas.

         - Tú tienes mucha prisa siempre –repitió–. ¿Tú no recuerdas Bruno? Tú y yo corriendo en la arena Lloret. Muchos gritos detrás de nosotros. Tú tenías prisa también ahí.

         Bruno estalló en carcajadas. Ignacio comprendió que era un chiste y se puso a reír sin emitir sonido alguno, mientras se golpeaba el pecho: estaba jurando adaptarse a aquel peculiar sentido del humor.

         - Yo, claro, por favor… –fue lo único que se le ocurrió.

         - Tú tomar algo conmigo. Cerveza buena. O, mejor, Licor Gran Guerrero. Bebes Gran Guerrero, bailas danza guerrera.

         - ¿Y qué es eso?

         - Whisky, tonto culo. ¡Hombre, vaya! –Los dos metros de alto se doblaron de risa.

(pág. 114)