REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


PALOMA DÍAZ-MAS

José María Jiménez Cano

(Universidad de Murcia)

 

No es nunca fácil hablar de un escritor. Todavía lo es menos en su presencia, y, de manera especial, resulta harto difícil en el dominio universitario. En esta sede, se estila la reseña, el artículo o el ensayo analítico de la obra literaria para descuartizar su entraña estilística, con ignorancia supina de lo que pueda decir, pensar o sentir el pobre autor.

 

El camino se allana en la presentación de Paloma Díaz-Mas al ser ella cocinera antes que monja; entiéndaseme: por su condición de catedrática de literatura española y sefardí, amén de, en estos momentos, profesora de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas[1]. De esta faceta dio cumplida cuenta ayer mi colega y amiga, la profesora Sagrario Ruiz Baños, Directora del Área de Literatura de la Universidad de Murcia.


Paloma Díaz-Mas pertenece a un grupo importante, a la par que heterogéneo, de escritores y de escritoras al que el editor Jorge Herralde se ha referido en algunas ocasiones con el término clasificador de “Nueva Narrativa española”. En la actualidad, muchos de ellos inauguran o recorren la cincuentena -quién lo diría-; pero, tanto en el último tercio del siglo pasado como en esta primera década del XXI, todos han publicado obras decisivas.

 

Con sólo 19 años, Paloma publica en la Editora Nacional su primera novela: Biografías de genios, traidores, sabios y suicidas (1973). Cambia de registro en 1983 con la obra de teatro La informante, que la hace merecedora del Premio Teatro Breve Rojas Zorrilla. Un año después, queda finalista en la primera edición del Premio Herralde con su novela El rapto del Santo Grial. Regresa a la librerías en 1985 con Tras las huellas de Artorius, ganadora del Premio Cáceres. Vuelve a cambiar de registro de género en 1987 con la colección de cuentos Nuestro misterio, finalista del Premio Nacional de Narrativa. Quizás por ser año de conmemoraciones, en 1992, publica el libro de viajes Una ciudad llamada Eugenio y la novela que la consagra y la hace merecedora, esta vez sí, del Premio Herralde de novela, El sueño de Venecia. Ulterior periodo de barbecho y de silencio – interrumpido con la edición de algún cuento memorable como “La niña sin alas” (1996)-, hasta reaparecer en 1999 con una obra maestra: La tierra fértil, merecedora del Premio Euskadi y finalista del Premio de la Crítica. Después de un remanso premonitorio del giro autobiográfico de su narrativa -me refiero a su autorretrato La construcción de una escritora, incluido en el libro de Christine Henseler: En sus propias palabras: escritoras españolas ante el mercado literario (2003)- publica su última novela Como un libro cerrado (2005), con la que, por razones de sintonía generacional, me siento muy identificado.[2]

 

Cinco líneas para cumplir con mi tarea de presentador y recurro para ello a cinco líneas esculpidas por Paloma para presentar su obra:

 

“…los elementos que se han convertido en recurrentes en mi literatura: el gusto por el pasado histórico, la invención de personajes y hechos históricos apócrifos, los juegos intertextuales, la preocupación por la inanidad del esfuerzo humano, el interés por los seres anónimos como protagonistas de la historia, el gusto por la paradoja o la acción de las trampas del azar.” (2003: 25-26).

 

 

Estas claves estaban ya en las dos primeras páginas que abrían su primer libro:

“En Llegao (pueblo blanco y polvoriento, bajo cuya única higuera, la higuera de la plaza, pasaron muchas horas de los veranos de mi infancia) vivía, cuando yo era chica, un viejo a quien llamaban el Tío.

El Tío (de cuya salud mental no estoy ahora muy segura) tenía fama de poeta. Todo el mundo sabía en el pueblo que había decidido escribir un poema, y que llevaba muchos años trabajando en él, aunque ocultaba cerrilmente su contenido.

Pensaban que sería una poesía muy larga y complicada, ya que llevaba tanto tiempo componiéndola.

Por otra parte, era frecuente ver al Tío sentado en el pilón seco de la fuente o bajo los soportales, pensando; si alguien se le acercaba, solía contestar con muy malos modos, escupiendo y agitando su bastón, que le dejasen en paz, que estaba pensando en su poema.

Cuando el Tío murió, los vecinos hurgaron toda su casa en busca del famoso poema que durante tantos años había tenido entretenido al pueblo. Por fin encontraron un cuaderno escolar, sobre cuya pasta azul había escrito trabajosamente: Mi poema. Pero todas las páginas estaban en blanco; sólo en la primera había estos tres versos, que constituyen toda la producción literaria del Tío:

                  Yo quisiera, yo quisiera

                  a escribir sólo un poema

                  dedicar la vida entera.

Estos versos los aprendí de pequeña y, más tarde, me sugirieron la idea de recopilar en un libro las vidas de los hombres que, como el Tío, dedicaron su vida a una sola obra o a una sola actividad.

He dedicado a ello varios años de trabajo en los archivos de Potterwen, Revende y Lausa, y las abadías de Saint Gervaise y San Prisciliano. También me han servido varios documentos particulares (como cartas) y en la prensa he encontrado noticias al respecto.

Algunos de los hombres cuyas vidas se narran aquí no han existido todavía, pero existirán en el futuro.” (1973: 11-12).

 

Paloma, tu turno.

 

   

 



[2] En mayo de 2009 se ha publicado el cuento titulado “Los mayorales exhaustos” en el libro Cuentos de amigas, editado y prologado por Laura Freixas. Anagrama. Narrativas hispánicas. Barcelona. Págs.163-179.