REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


ANÁLISIS ESTILÍSTICO-FORMAL

DE UN ARTÍCULO DE JULIO CAMBA

 

Juan L. de la Cruz Ramos

(Universidad del País Vasco)

 

 

RESUMEN.- No abunda la investigación teórica española sobre el comentario de textos periodísticos. Desde el ámbito de la Filología, imbuido de cierto deseo de interdisciplinariedad, el autor se propone aportar su granito de arena. Se procede a un análisis estilístico formal de un artículo de Julio Camba para, a partir de ahí, tratar de elucidar su manera de escribir. El lenguaje periodístico es, con frecuencia, plano en exceso. Existe, sin embargo, un tipo de periodismo de autor con evidente voluntad de estilo literario. A tal tipo pertenece, eminentemente, el de Julio Camba. Maestro de la ironía, su arte ligero, de tono menor, está lleno de humanismo.

 

PALABRAS CLAVE: comentario de textos periodísticos / filología / interdisciplinariedad / análisis estilístico-formal /  estilo periodístico / voluntad de estilo

 

SUMMARY.- Theoretical research in Spain doesn’t abound in journalistic text analysis. From the field of philology, imbued with a wish for interdisciplinarity, the author sets himself out to do one’s bit. A formal stylistic analysis of an article by Julio Camba is carried out in order to elucidate his writing style. The journalistic language is often overly flat. There is, however, a type of signature journalism with a clear vocation for literary style. Julio Camba’s style clearly belongs to this type of journalism. As a master of irony, his low-key and light style, is full of humanism.

 

KEY WORDS: journalistic text analysis / philology / interdisciplinarity / formal stylistic analysis / journalistic style / will of style

 

 

 

ALGUNAS CUESTIONES PREVIAS

 

         Estimulante, sí. Pero no resulta tarea fácil hoy en día, al menos es nuestro caso, abordar el comentario de un texto periodístico. Habitualmente nuestro ámbito de trabajo es el filológico, el estudio de la literatura, área en la que abunda una valiosa producción de aparato crítico. Muy diferente es el estado de la investigación teórica española respecto al objeto que ahora nos ocupa. Como con acierto observa Manuel Martínez Nicolás, predomina en este campo “un intuitivismo descriptivo de corto vuelo teórico” y una “escasez de la investigación empírica fundamentada en la teoría social y las humanidades”[1]. El profesor de la Universidad Rey Juan Carlos sostiene que, a pesar de una notoria autocomplacencia, en España, los trabajos universitarios sobre comunicación y periodismo no gozan de buena salud:

 

…ha arraigado ese intuitivismo descriptivo al que antes nos hemos referido. Sobre prácticas y técnicas periodísticas abundan, en efecto, los trabajos que vienen a ser el resultado de combinar la transmisión acrítica de los saberes instituidos por la práctica profesional realmente existente y una aversión contumaz por la “teoría” y el desarrollo de dispositivos conceptuales fuertes. Y esta es la actitud heurística que prevalece en muchos de los manuales pretendidamente destinados a la capacitación en técnicas periodísticas, en los que puede leerse recomendaciones absolutamente anodinas. Por ejemplo, que el lenguaje informativo debe ser claro, fluido, equilibrado, expresivo, gramaticalmente correcto y ordenado; y que debe evitar la torpeza, la confusión, la vulgaridad, el telegrafismo, la vacuidad, la pobreza expresiva, el lenguaje burocrático, la solemnidad y la extravagancia. Y a la definición de cada una de esas recomendaciones, sacadas de un manual publicado a la altura de 1994, dedica el autor un mínimo de media página. En otro manual, éste sobre la entrevista periodística y editado en 1993, puede leerse: “Para hacer una buena entrevista hace falta: 1. Prepararla; 2. Saber llevarla. Falta una tercera parte: 3. Redactarla adecuadamente”, algo que sirve al comentarista del manual, David Vidal Castell, para “ejemplificar la inanidad de una caterva de manualillos y opúsculos”. En otro de estos manuales, sobre producción de la información televisiva, publicado en 1998, se proponen unos tipos de presentación de la noticia que permite a los autores distinguir entre “(noticia) no editada, parcialmente editada y completamente editada”. Quizá estos ejemplos no puedan ser tenidos por representativos, pero probablemente tal ramplonería conceptual tampoco sea algo excepcional en este ámbito.[2]

 

         En la misma línea insistía Miquel de Moragas, profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, en una ponencia inédita[3]. En ella se habla de la “autarquía teórica” que aísla los estudios de comunicación de las ciencias sociales y las humanidades; de la “limitación de recursos disponibles para la investigación destinada al conocimiento de la comunicación como fenómeno social o comunitario”; de la “importancia que va alcanzando la producción teórica sobre comunicación que se realiza desde Facultades y Departamentos no especializados estrictamente en ‘Ciencias de la Comunicación’ /…/ con una presencia destacada de autores de los departamentos de Economía, Psicología y Filología”; también se habla de la necesidad de plantear la investigación de manera interdisciplinar:

 

Otra medida fundamental sería la promoción de estudios y enfoques interdisciplinares, más allá del marco estricto de las facultades y departamentos “de comunicación”. Debemos reconocer que la comunicación es un fenómeno que reclama la atención de las diversas Ciencias Sociales. Esto debe concretarse en programas interdisciplinares de investigación, rompiendo la actual tendencia gremial al aislamiento de los expertos en comunicación, los que actúan en centros especializados, respecto de los investigadores de las diversas Ciencias Sociales y Humanidades, interesados también en la comunicación.

 

         Huérfanos, pues, de material teórico adecuado pero imbuidos de esta voluntad de interdisciplinariedad intentaremos abordar modestamente nuestra tarea. La hemos titulado análisis estilístico-formal. Vaya por delante que empleamos el término estilístico en un sentido muy lato. Las poéticas clásicas grecolatinas y las poéticas medievales concebían el estilo con carácter normativo. Se imponía el estilo al escritor para que se acomodara al buen gusto. A cada género correspondía un estilo (sublime, medio o simple). En la actualidad, tras la revolución romántica, la noción de estilo ha perdido, claro, esa impronta preceptiva. La decisión libérrima -y extremadamente difícil-, la elección individual que el escritor ha de hacer del material lingüístico en la página blanca, definen hoy el concepto. Sea como fuere es el autor quien ha de optar. Desde que en su discurso de ingreso a la Academia Francesa el ilustrado que fue el Conde de Buffon dijera aquello de que el estilo es el hombre, ha estado muy extendida una interpretación genética del mismo, del estilo como expresión de la personalidad del autor. A esta concepción se opone otra estructural que considera el estilo como algo exterior a la psicología de su autor y analizable en sí mismo. La moderna Estilística surge en el siglo XX desde corrientes lingüísticas diferentes. Desde la lingüística saussuriana, que se ocupa del estudio del sistema abstracto de la lengua, nace una estilística descriptiva, la de Bally, que se interesa en describir los recursos estilísticos de una lengua. Este tipo de estilística de la lengua excluía expresamente, por supuesto, el análisis del lenguaje literario, por ser un uso personal del lenguaje, pero sentó las bases de una estilística que estudiara el nivel concreto del habla. Desde la lingüística idealista, centrada precisamente en el nivel creativo del habla, surgen muy diversos métodos de estilística literaria que frecuentemente relacionan el estilo con la idea de desvío respecto a la norma que moldea el idioma o el contexto concreto de su uso; es decir, que consideran estilísticamente pertinentes aquellos rasgos formales que rompen lo normal, lo convencional, rasgos que son consecuencia de una decisión estética del autor. Tal desvío sorprende al lector, al crítico (L. Spitzer, D. Alonso, M. Riffaterre,…), que lo analiza y valora. Las diferentes escuelas de crítica estilística trabajaron fundamentalmente sobre textos poéticos…

 

         Decíamos que nosotros vamos a utilizar el adjetivo estilístico en un sentido muy lato. Sin referencia académica a escuela. Para nuestro trabajo estilístico significa, lisa y llanamente, relativo al estilo, relacionado con él. No podría ser de otra manera. Nos sumamos a aquellas certeras y medidas palabras de José María Paz Gago cuando decía:

 

La Estilística constituye un fecundo método de Crítica Literaria bien circunscrito temporal e históricamente en el marco de la ciencia de la literatura, que tuvo su esplendor en las décadas centrales del siglo, sobre todo los años que van de 1945 a 1965, y cuyo aparato terminológico y analítico se prolongó hasta los últimos años. Proponer hoy una técnica de Crítica estilística para perpetuar su aplicación a las obras literarias, sería un anacronismo y significaría ir contra la propia evolución de los estudios literarios.[4]

 

Así pues, para nosotros y en esta tesitura, cuando tratemos de elucidar el estilo de Julio Camba al amor de uno de sus textos estaremos tratando de caracterizar su forma de escribir. Ni más ni menos que su forma de escribir. Recuperaremos así, un tanto paradójicamente y en cierto modo sólo a título de homenaje, una definición básica de estilo aportada ya por Michael Riffaterre hace muchos años: “Por estilo literario entiendo toda forma escrita individual de intención literaria”[5]… A fin de cuentas, en palabras ahora de Luis Núñez Ladevèze,  el estilo no es más que “la selección de las palabras para expresar las ideas”[6]. Es decir, y por llegar ahora al tema que nos ocupa, el nivel estilístico del periodismo sería aquél “en el que el periodista actúa como escritor que elige ciertos medios de expresión que considera más adecuados, selecciona unas palabras y desecha otras, recurre a unos giros y prescinde de otros”[7].

 

         Nuestro comentario estilístico-formal responderá, pues, en cierta manera, a los sabios consejos de José Domínguez Caparrós:

 

En el caso del comentario estilístico /…/ conviene diferenciar claramente lo que es la descripción del estilo del texto, y lo que es una interpretación del mismo. Para la descripción del estilo, hay que conocer perfectamente los instrumentos que una larga tradición -desde la elocutio retórica a la moderna estilística- pone al alcance del analista. Figuras fónicas, sintácticas, cambios de significado o tropos, figuras de pensamiento, métrica /…/ son instrumentos imprescindibles que debe conocer forzosamente quienquiera pretenda hacer un comentario estilístico.[8]

 

Bien es verdad que el lenguaje periodístico informativo, en general y salvo excepciones, es muy poco dado a figuras retóricas… También atenderemos a José Antonio Hernández Guerrero y María del Carmen García Tejera cuando nos señalan que el comentario estilístico “pretende definir el perfil caracterizador de una obra o de un autor mediante el examen de los elementos formales -fónicos, gramaticales y léxicos- que se repiten con mayor insistencia”[9]. Claro está que aunque trabajaremos fundamentalmente con el artículo elegido haremos referencia a otros de los de la vasta producción periodística de Julio Camba.

 

         En definitiva, en cuanto al método se refiere, aunque persuadidos del elemental rigor y coherencia que debe presidir toda investigación que se estime como tal, haremos ante todo una apuesta por el respeto al texto; como bien diría Jesús María Lasagabaster: “El modelo (crítico) es necesario, pero sólo el texto merece respeto”[10]. Apostamos por la claridad de un camino recorrido concienzudamente a lo largo del cual sólo se impone la obra como presupuesto. Bástenos recordar las palabras de Georges Dumézil: “La méthode est le chemin après qu’on l’a parcouru”[11].

 

 

 

SOBRE PERIODISMO Y LITERATURA

 

         Con mucha frecuencia el lenguaje periodístico puramente informativo peca -si es que peca- de ser plano en exceso. Un lenguaje sin vuelo formal ni literario. Estilísticamente pobre. Es como si el lenguaje periodístico reclamara para sí y para siempre dos características irrenunciables, la claridad y la sencillez, que le obligaran a aceptar que, como concesión máxima, “tenemos que adiestrarnos en el uso cultivado del lenguaje común”[12]. Esa planura no sería exclusiva de la verbalidad. También las imágenes fotográficas estarían contagiadas:

 

Si bien se podría acusar a la prensa diaria de utilizar la fotografía como una simple complementariedad del texto escrito, como “ilustración” de una noticia, cuya importancia radica en el código lingüístico, no es menos cierto que no atendemos suficientemente al hecho de leer la imagen como leemos las palabras (responsabilidad que comparten los periódicos en general por la pobreza expresiva y artística de sus fotografías)[13]

 

Cualquier manual de estilo periodístico insiste una y otra vez en que el lenguaje de la prensa escrita o hablada ha de ser, de una u otra forma, irremediablemente chato. Como normas de redacción es frecuente que se postulen algunas tales como vocabulario accesible, frases cortas, claridad y precisión, impersonalidad, moderación en los adjetivos,…[14]  El periodismo televisivo no se escapa a esta tónica. Como cualidades se subrayan habitualmente la concisión, la claridad y la sencillez -¡cómo no!-, la concordancia, la corrección,…[15]

 

A nadie se le escapa, no obstante, que hay un tipo de periodismo que supera lo meramente informativo. Que supera este páramo estilístico. Se trata en general de artículos o columnas o crónicas, llámeseles como se quiera, de textos de autor, en definitiva, firmados, con evidente voluntad de estilo. Una especie de híbrido agenérico entre la narrativa y el ensayo, entre el relato breve y la miniatura argumental. Como una píldora, como una cápsula estética. En España hay una larga tradición en este sentido. De entre los contemporáneos de Julio Camba (“el mejor periodista español -y ya es decir- del siglo XX”[16]) cabría destacar nombres como los de Manuel Blanco, Luis Bonafoux, Mariano de Cavia, Joaquín Dicenta, Enrique Gómez Carrillo, José María Salaverría,… Escritores que elevaron el periodismo a la categoría de ejercicio literario.

 

La primera prosa de Camba -luego ya no- está influida por el triunfante Modernismo de entonces. La verdad es que ya numerosos modernistas se prodigaron en la prensa escrita y la ennoblecieron. La hicieron brillar:

 

…salgamos al paso de cualquier connotación rebajadora que a la función periodística podamos aquí atribuirle. En aquellos tiempos, finales del siglo XIX, la prensa era algo muy distinto -y superior- a la inane y seca información de noticias a que, desafortunadamente en gran medida, vino después a reducirse lo que en sí podía (y puede) comportar una noble misión orientadora y educativa: o sea, el periodismo. En las crónicas que aquellos modernistas escribían -Martí, Manuel Gutiérrez Nájera, Julián del Casal, Rubén Darío- está la fragua /…/ del lenguaje modernista en toda su variedad y riqueza estilística. Y también el cauce natural, en la conquista de su originalidad, para cada escritor.[17]

 

Nos interesa subrayar aquí, insistimos, cómo estos autores y otros, y más tarde el propio Julio Camba, levantaron el lenguaje periodístico a la altura de lo literario, hicieron en sus escritos un cierto juego estético que embellecía las páginas en que se publicaban.

 

 

EL ARTÍCULO DE JULIO CAMBA

 

         Julio Camba (Villanueva de Arosa, 1884 – Madrid, 1962), amén de articulista, corresponsal en el extranjero y cronista parlamentario, fue una curiosa mezcla de anarquista juvenil y maduro exquisito, “asiduo gourmet de los mejores restaurantes y bon vivant que se aloja en los mejores hoteles”[18]. Autor de miles de artículos, periodista sui géneris, analista de la realidad y contador de noticias en el amplio sentido de esta palabra. Sus noticias no son exactamente pura y dura información, sino comentario, anécdota, sutileza, humor. Algo a caballo entre el género periodístico y la ficción literaria:

 

La noticia también está abierta a modos de leer normalmente asociados a los géneros de ficción, especialmente cuando se refiere a desastres, guerras, relatos de interés humano, investigaciones de familias “privadas” y de escándalos “públicos”, etcétera.[19]

 

Relatos de interés humano. Eso son las noticias de Julio Camba. Un pequeño juguete informativo y humanista que ocupa y entretiene al lector.

 

         Hemos seleccionado uno que nos parece representativo de su quehacer, tanto formalmente -ya lo estudiaremos-, cuanto por su contenido levemente crítico y social. Se publicó en El Mundo[20] el seis de enero de 1908 y dice así:

 

Palabras de un mundano

LOS REYES MAGOS

 

         Para que los Reyes Magos dejen algo en las botas de un chico, lo primero que necesita el chico es tener botas. Esta profunda reflexión no es mía; me la ha comunicado un golfo a quien yo visité en su domicilio -estatua de Recaredo, plaza de Oriente- para pedirle noticias acerca de los Reyes Magos.

         -Yo me echo a dormir -me dijo el golfo- y si los Reyes quieren traernos algún regalo, que me traigan botas…

         Ignoro si los Reyes habrán satisfecho este deseo de un niño descalzo e indocumentado; pero me figuro que no. En los países de la fantasía no se fabrican botas. Las botas son un producto industrial, y los Reyes Magos no suponen que pueda albergarse un niño allí donde no ven un par de pequeñas botas. Por eso hay tantos niños en Madrid a cuyo lado ha pasado anoche, sin advertirlos, la milagrosa caravana. ¡Dulces! ¡Estampas! ¡Juguetes!... Los Reyes Magos traen de todo para todos los niños; pero aquél que no tenga con qué recoger su parte en el rico tesoro de la superstición, se quedará sin ella. El ideal vive de realidad, y en este caso la realidad consiste en un par de botas y un trozo de balcón o un quicio de puerta.

         Hay muchos niños que carecen de esto y que en la noche de los Reyes no reciben su visita. ¡No se extrañen luego los Reyes de que esos niños no crean en ellos!

         Los niños aman la superstición; pero cuando no pueden sostenerla -la superstición es un lujo del espíritu-, la sustituyen por el librepensamiento. Yo tengo un amigo que, durante todo el día de ayer, ha estado buscando dinero para hacerle (SIC) a sus chicos un regalo de Reyes. No pudo encontrarlo, y -ya bien entrada la noche- reunió en torno suyo a las criaturas y les dio una conferencia filosófica.

         -No aguardéis a los Reyes Magos -les dijo-. Los Reyes Magos no existen. Esos regalos que los niños encuentran en sus botas al día siguiente de la noche de Reyes no son de los Reyes: son de los padres de los niños. No quiero engañaros…

         Sí que querría engañarles. ¡Es muy agradable para un padre engañar a sus hijos con golosinas! Por su parte los niños hubieran agradecido, mucho más que la lección racionalista de su papá, una chuchería cualquiera de orden infantil. Pero las chucherías cuestan dinero, y el racionalismo no. Por eso son tan poco creyentes y tan poco supersticiosos los niños pobres.

         Los niños pobres no creen en los Reyes. Los Reyes no existen para ellos. Sin embargo, todavía hay quien se extraña de la precocidad escéptica de los niños pobres.

 

 

EL ANÁLISIS. LA ESTRUCTURA FORMAL DEL ARTÍCULO

 

         Pasemos, pues, sin más demora, al análisis del texto. Estructuralmente, comienza éste con un párrafo pseudoenjundioso, con aparentes pretensiones de hondura. Pretensiones que de inmediato desdice el carácter perogrullesco del aserto de apertura, que formalmente es un aserto cargado de una lógica impecable (“Para que los Reyes Magos dejen algo en las botas de un chico, lo primero que necesita el chico es tener botas”). El inicio, pues, presenta una interesante paradoja: lo que formalmente es una  argumentación perfecta contrasta, desde el punto de vista de lo semántico,  con un contenido sin duda jocoso y burlón. De este contraste nace el tono irónico presente ya en este comienzo, tono que será omnipresente a todo lo largo y ancho del artículo hasta el punto de convertirse en uno de sus elementos constitutivos. Así pues, Camba anuncia desde ya el aire que va a soplar por todo el texto y pone alerta al lector. También aprovecha este primer párrafo para introducir a dos de los personajes que le van a servir de hilo conductor. En realidad, dada la brevedad del texto -al que apenas nos atrevemos a llamar relato-, se tratará de dos personajes en esqueleto, prácticamente sin desarrollo narrativo, casi innominados, referidos tan sólo por un apelativo (“un golfo”) y el pronombre personal de primera persona.

 

         Tras ese principio el artículo continúa en estilo directo con una elocución del golfillo. Se reproducen sus palabras en un registro lo suficientemente popular como para otorgarles autenticidad. En efecto, la elipsis del verbo principal de la cláusula condicional -“si los Reyes quieren traernos algún regalo, (me gustaría) que me traigan  botas”- confiere al periodo la vulgaridad adecuada. Quizá la verosimilitud hubiera sido aún mayor introduciendo alguna partícula especialmente vulgarizadora (“si los Reyes quieren traernos algún regalo, pues que me traigan botas”)…  Por otra parte, el juego de voces agiliza un texto que, por sus dimensiones y sus propias características, ya es de por sí ligero.

 

         El tercer párrafo recupera la narración en primera persona. Empalma coherentemente con los anteriores, sosteniendo así la unidad textual. Se vuelve a la construcción formalmente argumentativa. Comienza el párrafo estableciendo tres premisas y una inferencia. A saber: primera premisa,  en los países de la fantasía -lugar de residencia de los Reyes Magos- no se fabrican botas; segunda, las botas son un producto industrial de este mundo de abajo que los Reyes Magos, por supuesto, no compran; tercera, los Reyes Magos ignoran que pueda haber un niño allá donde no hay botas. ERGO (“por eso”) hay muchos niños en Madrid que se han quedado sin regalos. La lógica formal, casi silogística, es aplastante… Un segundo periodo argumentativo acentúa la aparente formalidad del texto: los Reyes traen de todo para todos pero quien no tenga botas ni casa se quedará sin nada. El lenguaje supuestamente sentencioso (“el ideal vive de realidad”) coadyuva a crear esta impresión de densidad intelectual. Como vemos, Camba insiste en su táctica estilística: oponer a una forma fríamente propositiva y racional unos contenidos en clave menor. Ese desequilibrio sigue destilando ironía… A mitad de párrafo se introduce un caso de estilo directo libre (“¡Dulces! ¡Estampas! ¡Juguetes!”) que dinamiza una escritura, como sabemos, ya de por sí liviana.

 

         El párrafo largo alterna con el corto. En efecto, el siguiente, el cuarto, es muy breve. Esta alternancia aporta un nuevo punto de elasticidad al artículo. Su tono menudo, pues,  se reafirma. La trabazón estructural es impecable: el pronombre demostrativo neutro (“esto”) se refiere al párrafo anterior e imbrica congruentemente el discurso. Éste sigue peculiarizándose por su carácter argumental, a pesar de que esta vez el texto no lleve conector consecutivo explícito. La oración exclamativa es, no obstante, claramente conclusiva: puesto que muchos niños carecen de botas y de casa y no son visitados por los Reyes, ¡son incrédulos, no creen en los Magos! La rigurosidad dialéctica del molde formal sigue pareciendo excesiva a la trivialidad que se cuenta. Se mantiene por tanto ese desfase forma/fondo que singulariza el artículo.

 

         El plural genérico “los niños”, que ya aparecía en los párrafos tercero y cuarto, empieza siendo sujeto de las primeras frases del quinto. Buen procedimiento de unificación textual esta red de referencias que se repiten en las partes. Otra vez el lenguaje aforístico (“la superstición es un lujo del espíritu”) y el vocabulario cultista (“librepensamiento”) contribuyen a dar ese barniz de disfrazada intensidad ensayística. Para compensarlo irónicamente, de inmediato pasa Camba de la generalización teórica a la particularización que rasea: “Yo tengo un amigo que…”. Deliberado descenso al terreno de lo anecdótico que recuerda al lector que se halla ante un texto de entretenimiento. Este párrafo quinto introduce también personajes esqueléticos: su amigo y los hijos de éste, de nuevo anónimos. Con ellos se abandona el tono sentencioso y se pasa a lo mínimamente narrativo. Se cuenta una microhistoria muy adecuada al cariz ligero que se procura. En este quinto párrafo hemos detectado la única errata, quizá el único error gramatical; donde pone “hacerle” debiera poner “hacerles”, con énclesis de ese pronombre personal átono de tercera persona plural, indicativo en este caso del correcto objeto indirecto del verbo (“a sus chicos”).

 

         Otra vez en el párrafo sexto se recurre al estilo directo. Camba juega sabiamente, ya lo sabemos, con la alternancia de voces que flexibiliza la lectura. Que la ameniza. Este párrafo es el del descubrimiento del gran secreto (“Los Reyes Magos no existen”). Pero no se utiliza el lenguaje mágico, simbólico, el lenguaje elevado propio de la revelación de los grandes misterios, sino el registro liso y llano, corriente y moliente, que mantiene el texto en su perseguido tono menor.

         En el párrafo séptimo retoma el hilo narrativo la primera persona. Se retoma también el engañoso estilo argumentativo que conocemos. Una adversativa (“pero”) y una consecutiva (“por eso”) constituyen su soporte formal: los niños hubieran preferido una chuchería a una lección; pero las chucherías son caras; por eso los niños pobres son incrédulos y poco supersticiosos… La mezcla de registros léxicos muy distantes, el culto (“racionalismo”) y el infantil (“chucherías”), ayuda también a la consecución de la ironía que se pretende. Como también lo hace el rimbombante apotegma: “las chucherías cuestan dinero, y el racionalismo no”, que es una pura demasía. Estos desfases, estos manifiestos desequilibrios, provocan la sonrisa del lector; son, como venimos diciendo, los causantes del tono chancero que impregna el texto.

 

         El parrafillo final es reiterativo y epilogal. Reiterativo porque repite lo ya dicho con anterioridad; no añade casi nada nuevo. Epilogal porque concluye. Dos oraciones cortas y yuxtapuestas le sirven a Julio Camba para rematar la faena: una referida a la consabida incredulidad de los niños pobres, la otra a la inexistencia de los Reyes. La adversativa final, definitiva, cierra a la perfección el artículo; quien lo haya leído ya no se extraña: en los niños pobres puede el realismo de la pobreza sobre la fantasía de la infancia.

 

         Aparte de esta secuenciación paragráfica hay otra estructuración más elaborada y compleja, una clara progresión formal. Un primer núcleo gira en torno a la figurilla del golfo descalzo e indocumentado, en torno a su minúscula anécdota personal. Toma el relevo, al principio del tercer párrafo, una leve digresión teórica sobre las consecuencias de la carencia de botas, que implica, claro, la ausencia de regalos. A partir del quinto párrafo alterna nuevamente otra secuencia anecdótica: la referida al amigo y sus hijos. Concluye el artículo mediando el séptimo párrafo y prolongándose por el final con un nuevo vuelo teórico en torno a la incredulidad y el escepticismo de los niños pobres.

 

         Esta alternancia estructural entre lo concreto y lo abstracto, entre la personalización y la teoría, marca el texto. Más aún cuando lo concreto y personal es anónimo y diminuto, y lo abstracto y teórico es sobre lo inmensamente pequeño. Camba insiste, pues, en construir su artículo con el andamiaje de lo decididamente menor.

 

 

EL ESTILO DE JULIO CAMBA

 

         El estilo periodístico del Julio Camba articulista, aunque sencillo y claro, juega con la literatura. Emplea trucos específicamente literarios. El uso del estilo directo y directo libre como mecanismo para insertar anécdotas narrativas (el golfillo, el amigo) es un recurso propio del relato. Estas microanécdotas y el simple esbozo de sus delgadísimos personajes sirven de comodín en el discurso: valen tanto por el tono ligero que generan cuanto por ser apoyatura formal de la idea que se comunica.

 

         Camba incide sobre una realidad doméstica y social, la de la pobreza, a través de la antítesis que genera la fantasía de los Reyes Magos. Titula el artículo así, “Los Reyes Magos”, pero en lugar de mostrar cómo la realidad infantil vive de esa fantasía, muestra lo contrario: “el ideal vive de realidad” y, lamentablemente, muchas veces es insostenible. La pobreza no favorece la fantasía, la fantasía hay que nutrirla con vida. Lo importante no es que los Reyes Magos necesiten botas, el hecho es que los niños las necesitan…

 

         Hay en Camba una clara conciencia de esa compleja relación entre ficción y realidad que es la clave del arte y, en particular, del arte literario. Quizá por eso en este artículo de contenido social, irónicamente reivindicativo, los recursos formales en los que se apoya también sean literarios en lugar de ser estrictamente argumentativos, que es lo propio de un artículo de opinión.

 

         Por supuesto la ironía, como venimos diciendo, es la clave del texto. No sólo porque éste está montado sobre lo que podríamos llamar un oxímoron estructural: la manifiesta desproporción entre su forma sentenciosa -falsamente ensayística y literaria- y su flaco contenido. Sino también por la presencia de algunos chispazos humorísticos que iluminan la página como farolillos de fiesta. Así, por ejemplo, resulta patéticamente gracioso establecer como “domicilio” de un sintecho la base de una de las colosales estatuas de los reyes godos -Recaredo- que adornan la Plaza de Oriente. Que sobreviva y sobreduerma un desgraciado gachupín al que no visitan los Magos a la triste sombra de la realidad de un Rey histórico, casi de leyenda, es, cuando menos, sarcástico.

 

         El estilo de Julio Camba es un estilo deliberadamente menor, muy adecuado al tono de lo que pretende transmitir. Huye del periodismo plano, pero no busca ni la alta literatura ni la profundidad filosófica. “Yo soy un escritor decorativo y me dedico a una literatura fácil, superficial y pintoresca”, escribía autorretratándose en un artículo en El Mundo del 26 de abril de 1908[21]. En otro de ABC del 8 de octubre de 1913 recomienda a sus lectores que le lean “como se lee a un amigo” porque “la cuestión es pasar el rato”; y añade: “No me tomen nunca completamente en serio. Ni completamente en serio ni completamente en broma”[22]. Tiene, pues, muy claro nuestro autor, como apunta también en ABC el 9 de diciembre del mismo año, que “el tono general de mis trabajos es un poco ligero y un poco humorístico”[23]. Periodismo literario el suyo, por tanto, buena literatura periodística voluntariamente resuelta sin complicaciones. Más consistente que una burbuja. Pero burbuja al fin y al cabo. Así escribía en La Tribuna el 29 de mayo de ese mismo 1913:

 

He adquirido la facultad de convertir todas las cosas en artículos de periódicos. Ya pueden ustedes darme las cosas más absurdas: un gabán viejo, un par de gemelos de teatro, una máquina de afeitar, un pollo asado, una mujer bonita… De cada una de esas cosas yo les haré a ustedes una columna de prosa periodística, o, si ustedes lo prefieren, les haré a ustedes la columna con todas esas cosas juntas.[24]

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

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-VV.AA., Précis de Littérature Comparée, Paris. PUF, 1989.



[1] Manuel Martínez Nicolás, “Masa (en situación) crítica. La investigación sobre periodismo en España: comunidad científica e intereses de conocimiento” en la revista Anàlisi, Nº 33, Barcelona, 2006, p. 135.

[2] Ibídem, p. 157.

[3] “Investigación de la comunicación y política científica en España”. Leída en la Reunión Científica de la Sociedad Española de Periodística celebrada en Santiago de Compostela los días 27 y 28 de mayo de 2005. Texto de la ponencia inédito.

[4] José María Paz Gago, La Estilística, Madrid, Síntesis, 1993, p. 9.

[5] Michael Riffaterre, Ensayos de Estilística Estructural, Barcelona, Seix Barral, 1976, p. 38.

[6] Luis Núñez Ladevèze, Métodos de redacción periodística y fundamentos del estilo, Madrid, Síntesis, 1993, p. 113.

[7] Ídem, Introducción al periodismo escrito, Barcelona, Ariel, 1995, p. 16.

[8] José Domínguez Caparrós, Crítica literaria, Madrid, UNED, 1991, p. 16.

[9] José Antonio Hernández Guerrero y María del Carmen García Tejera, Teoría, historia y práctica del comentario literario, Barcelona, Ariel, 2005, p. 190.

[10] Jesús María Lasagabaster Madinabeitia, La novela de Ignacio Aldecoa. De la mimesis al símbolo, Madrid, SGEL, 1978, p. 32.

[11] Citado por Yves Chevrel, “Les études de réception” en VV.AA., Précis de Littérature Comparée, Paris, PUF, 1989, p. 180.

[12] Luis Núñez Ladevèze, Métodos…, op. cit., p. 146.

[13] Lorenzo Vilches, La lectura de la imagen. Prensa, cine, televisión, Barcelona, Paidós, 1990, 3ª reimpresión, p. 190

[14] Cfr. Libro de estilo de ABC, Barcelona, Ariel, 1995, pp. 47 y ss.

[15] Cfr. Salvador Mendieta, Manual de estilo de TVE, Barcelona, RTVE-Labor, 1993, pp. 13 y ss.

[16] Pedro Ignacio López García, “A propósito de Julio”, prólogo a Julio Camba, Páginas escogidas, Madrid, Espasa Calpe, 2003, p. IX.

[17] José Olivio Jiménez, “Introducción” a José Martí, Ensayos y crónicas, Madrid, Cátedra, 2004, p. 18.

[18] Marco Parajón, “Introducción” a Julio Camba, Esto, lo otro y lo de más allá, Madrid, Cátedra, 1994, p. 15.

[19] Jeff Collins, “Grupo de medios de la Universidad de Glasgow, Los libros de «malas noticias»” en M. Barker y A. Beezer (eds.), Introducción a los estudios culturales, Barcelona, Bosch, 1994, p. 90.

[20] Nosotros lo tomamos de Julio Camba, Páginas escogidas, op. cit., pp. 51-52

[21] “La neurastenia y la literatura” en Ibídem, p. 74.

[22] “Mi nombre es Camba” en Ibídem, p. 564.

[23] “Explicaciones necesarias” en Ibídem, p. 591.

[24] “Cómo escribo los artículos” en Ibídem, pp. 555-556