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“LOS MUERTOS”: UN ACERCAMIENTO AL MOTIVO DE
Michelle María Álvarez Amargós
(Universidad de
Granma. Cuba)
Alfonso Hernández Catá es uno de los más reconocidos
narradores de
Alfonso Hernández Catá, espacio, tiempo, muerte, ciclo,
valores, modernidad.
“The
dead”: an
approach to the motive of death through the time, the space and the characters
in the Cata´s short novel.
Alfonso
Hernandez Catá is one of the more prestigious and well known writers of the
First Cuban Republican Generation. His work combine characteristics of the 98th
spanish generation and the hispano-american modernism. Many of the questions on
his book “The sour fruits”, composed of the short novels “The deads”, “The
labyrinth” and “The skin”, revolve around the loss of values in modern society.
In “The deads”, the present work analyses the existent relation among the
characters, the motive of death and the construction of a space-time that
questions the modern men’s needs. Also, it is perceived, in the almost
expressionist tone of the narrative, the projection of the reality as a big
cyclic gear that prevents the human being from modifying it.
Alfonso
Hernández Catá, space, time, death, cyclic, values, Modernity.
El fenómeno del modernismo, visto a
partir de interpretaciones revisionistas, nos muestra que más allá de un movimiento
literario o una escuela se constituyó en una “época” (Fernández Retamar, 1998, 345) cultural y produjo una
literatura de crisis y ruptura, contestataria de la modernidad burguesa (Borroto, 2002,12), pero de cuyos rasgos y
productos básicos no pudo rehuir. Como bien lo describe Iván Schulman, en la
modernidad:
Emergieron dos discursos
en pugna – ambos emblemáticos de la modernización de la vida. En uno los escritores
inscribieron los signos del poder burgués, es decir, los valores hegemónicos de
signo mercantilista e industrial del incipiente proceso modernizador; en el
otro, los valores en oposición, es decir, los de anhelo autosuficiente – una
tentativa de liberación del peso del discurso dominante cuyos íconos de lujo y
refinamiento, no obstante, se colaron en este pretendido contradiscurso.
[…]
El discurso modernista
cultural está asociado a una larga tradición de búsqueda cultural americana y
de otredad expresiva […] No logra abrogar en forma absoluta los registros
materialistas del discurso dominante, su objeto de borrar la voz del nuevo
poder burgués fue fallido en la mayoría de los textos modernistas… (Schulman, 1999,126)
P. Johnson[1]
marca la liberación hispanoamericana de España como la fecha para la entrada de
Según
la hipótesis ofrecida por Retamar para explicar la comunidad del pensamiento del
modernismo americano, hispánico y la generación noventiochista, además de la
unidad lingüística y la tradición, el mismo estaría condicionado por la
marginación de ambas orillas subdesarrolladas, lo cual implicaría el decaer
económico, político y social; y convertiría
a este movimiento en una gran mirada introspectiva con una evolución de
una conciencia unitaria “basada en las
diferencias”. De igual forma, Retamar considera que aunque tradicionalmente
se ha reconocido en los poetas a los principales exponentes del modernismo
literario, debe considerarse incluir “de
modo relevante, a los prosistas” (Fernández Retamar, 1998, 348).
Alfonso Hernández Catá es
un ejemplo fehaciente de lo que Retamar propone cuando no contrapone los
términos de literatura del 98 y de literatura modernista partiendo de la
relevancia que tuvo la pérdida de las últimas colonias para ambos “mundos”.
Catá vivió la disyuntiva Cuba - España desde muchas aristas. Primero la vital:
padre español, madre cubana de estirpe independentista; infancia cubana,
juventud y madurez europeas (principalmente españolas), últimos años, errante
por diferentes ciudades de América. Otra arista sería su actividad creadora:
nunca abandonó sus vínculos con importantes figuras culturales y literarias de
Este autor es ubicado
dentro de
…del creciente sentimiento
de fracaso individual y colectivo del cubano. La frustración social y nacional
de los más caros anhelos del pueblo había dado lugar a un proceso de
desintegración social y psíquica, caracterizado por el malestar, la
inconformidad, el descreimiento y la creciente desilusión con respecto a las
instituciones, los hombres y los fundamentos éticos sobre los que originalmente
había descansado la república.” (Álvarez, 1997,119)[2]
Como
lo reflejaría en Mitología de Martí o
en “
…[la laceración] de un
entrañable desideratum social pues la lucha por la independencia había implicado
la construcción de imágenes de mucha más envergadura y alcance cultural que las
que pueden conformarse en meros contornos políticos; había sido elaborado, en
suma, un proyecto integral para Cuba, y este aparecía […] trágicamente
pospuesto (Álvarez,
1997,119).
A los 14 años (1900), Catá
es enviado a España a un colegio militar del que se fuga a Madrid, donde
comenzará su vida bohemia en busca de triunfar como literato. La importancia de
esta etapa en la literatura para nuestro escritor en ciernes estaría dada por
entrar de lleno a un país en renovación. El espíritu modernista era, en la
península, una realidad vista a través de dos perspectivas: los escritores del
98, observadores de su nueva circunstancia histórica con un lenguaje distinto;
también, los seguidores rubendarianos que manejarían no sólo el cambio de
estructuras formales como la musicalidad o la búsqueda de la belleza; sino la
apropiación del espíritu de una nueva época.
La literatura de estas dos
primeras décadas llevaría en sí una carga importante de melancolía y búsqueda
de evasión como medio de modificar el momento, otro lado del mismo fenómeno
estaría en el rescate de lo nacional a través del paisaje. El lenguaje
enrumbaría por los cauces de la naturalidad y sencillez para unos y para otros
se volvería sugerente, rebuscado, musical: para ambos, preciosista y abocado a encontrar lo que debe ser
redimido.
El pesimismo de esta etapa
parte de la decepción del ser humano ante la realidad circundante, la cual
desemboca en dos grandes conflictos mundiales por un dominio hegemónico del
mundo. Ambas contiendas tocaron a nuestro escritor, quien respondió similar a
sus contemporáneos: “con estados de ánimo
que traslucen una profunda decepción, al menos de los intelectuales y artistas.
La fatiga de vivir, el ennui- término acuñado por Baudelaire-, el mal del siglo
o la tristeza de fin de siglo, aparecen con harta frecuencia en escritos de la
época.” (Borroto, 2002,16)
La muerte se convierte en
uno de los temas ampliamente trabajados por la literatura epocal y a ella se
abocan sus reflexiones. Por estar indisolublemente asociada a su contraparte
vida, toca todos los aspectos vinculados al hombre y a su accionar como ser
social. Como signo cultural, posee infinidad de interpretantes generados fundamentalmente
por los elementos heredados y reinterpretados en la memoria colectiva, pero
también, por las particularidades de cada sujeto decodificador y su contexto.
La poca preparación del
hombre para morir o para enfrentar la pérdida de otro ser humano es producida,
en gran parte, por el temor a lo desconocido y por los diferentes factores
subjetivos que rodean al fenómeno. Siempre se ha fabulado con ello y ya sea
textual o iconográficamente se han dejado huellas de cómo ha sido visualizado
el evento a través del tiempo. Con sus coincidencias y diferencias culturales y
epocales, lo que ha trascendido es la
perspectiva del ser humano. Desde abordar el fenómeno en sí, hasta hacerlo
transitar por las más diversas zonas de confluencias (no vivos, no muertos:
espíritus, comatosos, excluidos sociales), la literatura catiana ha marcado el
desarrollo de estas ideas como un síntoma evidente de la búsqueda de un futuro
objetivo y final. Es éste uno de los motivos de mayor recurrencia en su
producción general. Podría parecer una solución fácil a los conflictos que
abruman siempre a sus atormentados personajes pero se constituyó, realmente, en
una obsesión que se identificó ante la:
… especial inclinación por
penetrar en lo más recóndito del ser humano, en sus imperfecciones, en sus
instantes de oscuridad y también de lucidez. […] Vidas derrotadas, vidas
indefensas, vidas acorraladas por las ilusiones destruidas; una vuelta al
pasado, a la búsqueda de una memoria personal y, sobre todo, un constante
acechar de la muerte como perspectiva inmediata, como empuje hacia lo más
cierto e irremediable. […] Es, no pocas veces, ella misma hablando, como si
pretendiera dilatar agonías, soñar fragmentos de vidas extrañas, con miedo,
mucho miedo a la que siempre es presencia no deseada, nunca bienvenida (Romero,
2004,10).
¿Es la muerte una
separación cuerpo - alma o es el resultado de una serie de pérdidas constantes
que nos hacen pensar en una relación de continuidad entre los extremos
opuestos? ¿Se puede morir en vida o vivir después de la muerte? ¿Es la muerte
un todo cerrado y homogéneo o nos trasmite, según la memoria cultural latente, multiplicidad
de significados? Numerosas interrogantes surgen cuando comienza a trabajarse
con la obra de Alfonso Hernández Catá (1885-1840) y a reconocerse en ella una
de sus más complejas obsesiones.
Muchos autores han
señalado dentro de la narrativa catiana, como recurrencia, las
indeterminaciones espacio-temporales. Paradójicamente, en la noveleta “Los
muertos” perteneciente a la colección Los
frutos ácidos, esas mismas indeterminaciones reafirman la existencia de un
tiempo y un espacio muy definidos y del vínculo de los mismos con los
personajes y el motivo de la muerte, asiduo también en su obra. Entonces,
nuestro trabajo perseguirá analizar dichos elementos en la noveleta y
establecer su relación con las verdaderas aspiraciones del hombre moderno y la
necesidad de cambiar un sistema de valores en franca descomposición.
“Los muertos”, “El
laberinto” y “La piel” son las tres noveletas que componen el texto y forman un
corpus cuestionador de valores no sólo
de la sociedad burguesa sino de la modernidad y de lo que esta representa para
el hombre. Recrean su subjetividad y cómo juzga lo moralmente correcto a partir
de su visión ética y estética de códigos ya instituidos. Las tres coinciden en
desarrollar el motivo de la muerte aunque aparejado a un segundo, rector del
texto: el mestizaje, la marginación social y la espiritualidad respectivamente.
Así mismo, reflexionan sobre la identidad del hombre que absurdamente no
pertenece a ningún lugar y es obligado a formar su espacio específico fuera de
la sociedad. Es el ser humano y su comportamiento quien, en estas historias, va
a trazar un camino de exclusión y marginalidad.
Temáticamente este libro
se deslinda de otras colecciones por centrar sus conflictos en la muerte social
más que en la pérdida física. Es el hombre atormentado y empujado por reglas e
intereses económicos, políticos o raciales. El mismo ser relegado a una zona de
confluencias y que encuentra en la marginación su pertenencia a la sociedad.
Pero ahí mismo estará la ruptura, pues la exclusión y el cuestionamiento lo
llevarán a acabar con lo ya establecido: le servirán de tránsito hacia la
muerte. Y entonces aparecerá, también, el retorno a una de las interrogantes
constantes en Catá: si el ser humano vale per
se o por lo que decide la sociedad según los valores heredados.
La
historia de un caserón devenido en leprosario y de sus habitantes, recluidos contra su voluntad; forman la
base argumental de las cinco partes constitutivas de la noveleta “Los muertos”, publicada por primera vez en 1915 en la revista Cuba
Contemporánea (Romero, 2004, 35). Estos
hombres buscan a toda costa una salida para su abandono y un poco de alivio a su
enfermedad, tanto del alma como del cuerpo.
Las ficciones sociales
tejidas en torno a la lepra atañen fundamentalmente a los semas “pecado” y
“muerte” asociados a ella. Los leprosos han de purgar una serie de pecados
cíclicos en los que la sociedad se identifica y que, a toda costa, tratará de
ocultar. Las frases descriptivas que se refieren a la enfermedad en el texto
establecen una complementariedad entre ambos términos y surgirán a cada paso
agravando el sentido trágico de la trama:
“estigma igualitario”, “vilipendio que siempre fue asociado a esa triste dolencia”,
“aspecto de enterrados en vida”, “úlceras vejaminosas”, “carcomidos por el mal”,
etc[3].
Si para Miguel de Unamuno,
contemporáneo de Catá, la envidia era la lepra que carcomía a España (Unamuno, 1970,
12); para este la verdadera, estaba en la apatía y en la exclusión, dos caras
de la falsa misericordia. Una suave ironía
y el tono cuestionador son las armas esgrimidas por el narrador omnisciente
para contribuir a la atmósfera pesimista del relato. Más que una obra de
acontecimientos, esta noveleta hace un uso coherente de la función simbólica de
la descripción para ofrecer un retrato de los personajes y del espacio mediante
la recreación del ambiente. Una técnica común en nuestro autor resulta
caracterizar a los personajes a través de sobrenombres que engloben ya sea un
aspecto preponderante de su personalidad o de su oficio. En “Los muertos” son
nombres acuñados por el imaginario de ese grupo de leprosos quienes, debido a
su aislamiento e intereses, se han constituido en una pequeña comunidad. El
Coco, el Verdugo, el practicante, el albacea, no tendrán caracteres definidos
en la historia; en cambio serán síntomas evidentes de la desidia social. Los
patrones específicos de su creación les permitirán ser sustituidos por otros
con similares identidades lo cual reafirmará “el ciclo” como una de las grandes
isotopías textuales: “Y al cabo de
algunos años, desaparecidos ya los primeros enfermos, nadie hubiera podido
fijar el origen de aquellos motes; y se decía el Coco y el Verdugo sin mofa y
sin saña, naturalmente, como si fueran nombres propios” (Hernández Catá,
1983,164). La vida es percibida como un eterno retorno en la que muy pocas
cosas son transformables: “- ¡A dormir, a
dormir!...Mañana será otro día, si Dios quiere […] Pero Dios quería que el día
siguiente fuera lo mismo.” (Hernández Catá, 1983,165).
En otro
extremo se encuentran aquellos personajes nominados que tienen una personalidad
definida y participan directamente en la trama. Este grupo de leprosos ocupa un
lugar protagónico en la diégesis y son descritos físicamente como un conjunto
bastante homogéneo a pesar de sus marcadas diferencias: “El estigma igualitario de la lepra y la comunidad de la vida
sedentaria, había concluido por darles ciertas semejanzas físicas […] habían
concluido por parecerse, moldeados por un mismo dolor” (Hernández Catá,
1983,166). Sin embargo, en el plano espiritual se deslindan dos partes
antagónicas y, a la vez, complementarias; ambas reiterativas de los semas
“pecado” y “castigo”. Remigio, Samuel, Juan y los dos viejos simbolizan la
gula, la lujuria, la ira, la avaricia y la pereza, respectivamente. En el bando
opuesto, Don Manuel, Quico, Antoñito y Ramón equilibran el eje bondad – maldad
sobre el que han sido creados.
Justo en
el medio de estos dos conjuntos sobresale la figura de Sor Eduvigis quien logra
independizarse del mote del Coco al relacionarse con los enfermos y al
funcionar actancialmente como ayudante cuando trata de modificar la realidad
imperante. Así mismo, los dos viejos mantendrán esta marca pues sus identidades
se desdibujan al estar ya muertos en vida.
El gran
cronotopo de la historia, y elemento fundamental en la creación del ambiente,
lo constituye el caserón donde se levanta el leprosario. A él está dedicada la primera de las cinco partes de la noveleta: a su
nacimiento, florecimiento y decadencia; estableciendo así una equivalencia
implícita con los enfermos que lo habitan. A pesar de que el término “casa”
involucra seguridad, retorno, confianza; en esta noveleta vendrá acompañado de
una marca peyorativa, de total vulnerabilidad para los personajes. Surge del
testamento de Doña Emilia como una gran ficción y de ella dependen todos a su
alrededor. En la obra, el espacio aparece presentado a través de motivos que
semánticamente proyectan empobrecimiento, degradación, prisión y muerte: “viejo caserón solitario”, “salas,
perfectamente pertrechadas para el tratamiento progresivo de la lepra, fueron
envejeciendo y empañándose…”, “había que vigilarlos como si fueran presos”,
“tropezar con el alto muro pintado de gris igual que el muro de un cementerio”.
El espacio va cerrándose en torno a los personajes de forma acelerada hasta
convertirse en una verdadera cárcel, no sólo por la construcción sino por el
rechazo de y para sus habitantes.
Al igual que situamos al
lazareto como una micro ciudad al ser manejados de forma muy definida sus
espacios, relaciones y significados; así mismo surgirá la gran urbe como el
lugar deseado que semánticamente implicará aceptación, cambio, satisfacción,
plenitud por parte del grupo de leprosos. Armando Silva conceptualiza a la
ciudad como “una red simbólica en permanente construcción y expansión” (Torres,
inédito, 1). En la obra, esta expansión no es física sino espiritual. Los muros
del leprosario son vencidos a través de la ficción de sus personajes y de la
re- creación de una ciudad- utopía, conocida tiempo atrás pero actualmente
reconstruida sólo con la nostalgia y con las ilusiones. Esa misma ficción será
una y otra vez reformada. La ciudad se encuentra presente también como una
prolongación del lazareto pues muchos de sus habitantes viven de las ganancias
que de él se desprenden. El tiempo y el
espacio idílicos siempre se proyectan al futuro, la utopía se construye a
partir de lo que cada uno desea y lo proyecta a un "afuera" posible.
Sin embargo, no existe ninguna seguridad de lo que ese lugar les puede brindar
y sí un conocimiento implícito de que es solamente una ficción: “_ Y qué sacaríamos con escaparnos- preguntaba
Don Manuel-. No tendríamos dónde ir; todo el mundo nos rechaza y nos volverían
a coger enseguida.
- Si siquiera
pudiéramos pasar una noche escondidos en la ciudad...- insinuaba Samuel, con
los ojos turbios del deseo” (Hernández Catá,
1983,191).
A pesar de ser la casona
exhaustivamente descrita y de conocerse que está compuesta por más de una
habitación, sólo se definen tres espacios esenciales donde se desarrollarán las
acciones del conflicto: el hospital, el salón de los leprosos y las habitaciones
de los “otros”. Para los habitantes del leprosario existen dos zonas claramente
definidas e inviolables: como mismo les está prohibido salir a los leprosos y
se les limita cada vez más el espacio al que pertenecen (muros, patios, rejas y
por último una gran tapia: “la vigilancia
fue más severa, y un tupido alambrado cubrió las ventanas. El jardín, antes
limitado por las tapias exteriores, se redujo de área y el portero […] tuvo la
buena idea de no dejar salir a ninguno a las nuevas tapias del jardín, reservándose
entre ellas y las antiguas una zona ancha, imposible de franquear, que vigilaba
con implacable celo.” (Hernández Catá,
1983,164)); de igual forma, los médicos,
practicantes y monjas, solo tienen un acceso limitado al salón donde se reúnen
los enfermos. Sor Eduviges, por ejemplo, a pesar de lograr entrar en el círculo
de estos hombres no es capaz de confesarles en su espacio nada relacionado con el
exterior. Las revelaciones sólamente serán hechas en el hospital, sitio
“frontera” donde se producen los descubrimientos y los personajes van a
permitirse algunas libertades que, por las características de los espacios
propios, no les serían posibles. El hospital, a su vez, responde al arquetipo
espacial paratópico pues allí se realizarán muchos de los descubrimientos que
movilizarán los posteriores conflictos y puntos de tensión en la trama. Don
Manuel será en los personajes la contraparte como “frontera”. Es distinguido
desde el inicio por haber sido el único en enterrarse por su voluntad en el
lazareto y por ocultar su historia. En la diégesis servirá de puente para
establecer contacto con los otros y será el encargado de descubrir datos,
informar o aliviar tensiones.
En medio de este escenario
donde se distribuyen campos de poder y donde se desarrollan tensiones,
interviene un cronotopo que no por lo breve de su aparición, es menos
importante: la prensa. La misma se convierte
desde un inicio en la forma de acercamiento a ese espacio deseado y en un
descriptor simbólico de los personajes:
- A ver el artículo de fondo- decía Quico.
-
Primero los ecos de la sociedad- pedía Samuel.
-
Los tribunales, los tribunales; hay que aprender de
leyes- aconsejaba Juan.
Y
Antoñito, pasándose por la frente la mano casi carcomida, decía siempre el
último, con timidez:
-
Lo mejor sería el folletín..., si quieren ustedes.
Don Manuel
se calaba las gafas de armadura antigua, cuidando de no lastimarse las llagas
de las orejas, y respondía a todos:
_ Bah, no
insistan ustedes...De cualquier manera hemos de leer hasta los anuncios. (Hernández
Catá, 1983, p.166)
Sin embargo, la prensa es delineada también como un instrumento represor cuando
oculta lo que realmente sucede dentro del leprosario o cuando se convierte en
el motivo desencadenante del conflicto final.
Al
encontrarse diseñada la historia sobre las
dicotomías clausura -apertura, realidad negativa- realidad deseada, las cuales
definirán a la muerte como solución al conflicto del hombre con la sociedad, se
describirá un escenario inalterable donde el ser humano es solo un eslabón más
de una cadena y donde lo correcto adquiere los matices de quien lo percibe. Es
por ello que, hasta al concluir la obra, luego del suicidio – asesinato de los
leprosos se nos abre la gran incógnita de si el despertar del pobre Ramón es en
realidad un final esperanzador o es sólo otro regreso; el comienzo de un nuevo
engranaje.
Entonces, podemos concluir
que en esta noveleta, el binomio tiempo-espacio unido al motivo de la muerte y
a los personajes, definen el presente del hombre moderno como un dejá vu, un retorno constante, como un
ciclo que debe ser vencido y que se reanudará al morir. El futuro se proyectará
cerrado y agobiante, negando la posibilidad de una solución a los conflictos y
convirtiendo indistintamente al hombre en una entidad particular y general de
una sociedad que ha transformado sus valores por ambición o apatía.
Bibliografía
Álvarez Álvarez, Luis. “98 y poesía cubana”. Revista Temas: cultura,
ideología y sociedad. 1997- 1998. No. 12 – 13, octubre – marzo, Número extraordinario, Nueva época.
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Cultura Latinoamericana. Camaguey: Universidad de Camaguey, 2002.
Fernández Retamar,
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Actas III. Centro Virtual Cervantes. 1998. P. 345 – 353.
Hernández Catá,
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Shulman A., Iván. “Vigencia del modernismo”.
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Torres G., Carlos
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y http://www.ucm.es/info/especulo/numero9/n_urbana.htm
[Noviembre de 2008].
Unamuno, Miguel
de. Abel Sánchez. La tía Tula.
[1] P. Johnson: The birth of
the Modern (Schulman, 1999, p. 127).
[2] Jorge Ibarra
(Álvarez, 1997,119).
[3] Todos los ejemplos referidos a la noveleta han
sido extraídos de Cuentos y noveletas de Alfonso Hernández Catá. Selección y
prólogo de Salvador Bueno.
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