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RIZAL,
EL MÁRTIR
(DRAMA
HISTÓRICO EN DOS ACTOS)
Edmundo
Farolán Romero
PERSONAJES
JOSÉ RIZAL ALONSO
EL PADRE PABLO RAMÓN
AMIGOS Y FAMILIA DE RIZAL
ESTUDIANTE MEXICANO
ESTUDIANTE COLOMBIANO
ESTUDIANTE PERUANO
CRISÓSTOMO IBARRA
EL PADRE DÁMASO
DON ANASTASIO (TASIO)
ELIAS
MARÍA CLARA
EDITOR
GRACIANO LÓPEZ JAENA
SIRVIENTE
EL PADRE FLORENTINO
SIMOUN
REPORTEROS
ANDRES BONIFACIO
APOLINARIO MABINI
JOSEPHINE BRACKEN
GOBERNADOR GENERAL BLANCO
GENERALÍSIMO AGUINALDO
EMPLEADO DE LA CORTE
JUECES
ABOGADO DEFENSOR
FISCAL
SOLDADOS, REVOLUCIONARIOS, GUARDIAS, ETC.
EL
DECORADO
El
decorado, no diferente del teatro Shakesperiano, requiere dos niveles,
permitiendo la múltiple puesta en escena. La parte superior, para las escenas
en el balcón, y otras escenas que requieran un alto nivel de puesta en escena;
la parte inferior para escenas en la calle, escenas de guerra, y puesta en
escena a nivel del suelo. No hay
complicados cambios de escena; solamente un juego de luces que se funde
y se desvanece en diferentes partes del escenario. Una amplia pantalla es
requerida en el fondo para la proyección de
escenas, imágenes, y texto.
PRÓLOGO
En
la pantalla: “Bagumbayan, 30 de diciembre, 1896”.
Sonido
de marcha de tambores desvaneciéndose. JOSÉ RIZAL ALONSO está con los ojos
vendados y tiene sus manos atadas detrás de su espalda. Él se pone en pie ante
un pelotón de fusilamiento de soldados con su espalda hacia ellos. UN FRAILE
está leyendo un libro de oraciones y dando su última bendición a RIZAL.
OFICIAL
ESPAÑOL: ¡Alto!
(Los
soldados apuntan sus rifles a RIZAL).
¡Fuego!
(Los
SOLDADOS disparan. RIZAL se da la vuelta para ser disparado de frente. Él cae
mirando al cielo. Los tambores tocan mientras el escenario se va apagando).
ACTO
I
Escena
1
En
la pantalla destellan las palabras: “Ateneo de Manila, marzo de 1877”.
La
escena es la Graduación de Rizal en el antiguo Ateneo Municipal de Manila. EL
PADRE PABLO RAMÓN, S.J., Rector del Ateneo, desde una elevada tribuna está
dando un discurso enfrente de todo el cuerpo de estudiantes.
RAMÓN:
Y el último pero no menos, con claros sobresalientes y ganador del concurso de
teatro por su obra Consejo de los Dioses, José Rizal Alonso.
(Aplausos.
RIZAL sube a la tribuna).
Enhorabuena,
Pepe.
RIZAL:
Gracias, padre.
Escena
2
LA
FAMILIA DE RIZAL – padres y familiares – abrazan a RIZAL. AMIGOS y ESTUDIANTES
se unen alrededor de RIZAL después de la graduación para felicitarle. Muchas
charlas improvisadas. Mientras ellos salen.
PRIMER
AMIGO: Felicitaciones por las altas calificaciones, Pepe. ¿A qué universidad
vas a ir?
RIZAL:
Sto. Tomás.
SEGUNDO
AMIGO: ¿Qué vas a estudiar?
RIZAL:
Medicina.
Luces
apagándose despacio mientras RIZAL, FAMILIA y AMIGOS salen, de cháchara.
Escena
3
Aparece
en la pantalla: “Julio, 1881. Universidad de Sto. Tomás”.
RIZAL
está en un atril recitando su premiado poema “A la juventud filipina”. El poema
puede ser leído entero o partes de él.
RIZAL:
¡Alza tu tersa frente,
Juventud filipina, en este día!
Luce resplandeciente
Tu rica gallardía,
¡Bella esperanza de la Patria mía!
Vuela en tu grandiosa genialidad
Infundiendo nobles pensamientos,
Lanzando vigorosamente
¡Más rápido que el viento
Hacia tu gloria!
Lanza al aire, oh joven filipino,
las pesadas cadenas que pesan
en tu poética genialidad, y asciende
en alas de fantasía
a buscar el Olimpo en las nubes.
Y toma el néctar de la dulce poesía
mientras tú solamente puedes rivalizar con la música celestial
de melodías de ruiseñor.
Corre hacia la sagrada llama del genio
y con tus mágicos pinceles pinta
el bello Apolo amado,
el encantado Febo.
¡Día, día feliz,
Filipinas gentil para tu suelo
Al potente bendice,
Que con amante anhelo
La ventura te envía y el consuelo!
Aplausos.
Los aplausos poco a poco pierden intensidad. Las luces desvanecen.
Escena
4
Pantalla:
“Madrid, 1884”.
La
escena comienza en un bar donde los estudiantes de la Universidad de Madrid
suelen estar. RIZAL está bebiendo vino tinto o cerveza con los estudiantes de
Sudamérica. RIZAL habla sobre la injusticias de los frailes. Los sudamericanos
sienten que está sucediendo lo mismo en sus países.
RIZAL:
Los frailes. Ellos son la causa de nuestra ignorancia.
MEXICANO:
¿Qué esperas? Ellos necesitan controlar el país. ¿Y qué mejor manera que mantenernos
ignorantes?
COLOMBIANO:
Los Jesuitas son los peores. Esos negros pájaros en sus trajes de chaqueta
negros. Son el diablo encarnado.
Todos
ríen.
RIZAL:
Yo soy un jesuita graduado, y ello fue donde yo aprendí lo que es el
Maquiavelismo. Hay un término para ellos en nuestro dialecto filipino: suitic
de Jesuitico…
PERUANO:
¿Qué significa?
RIZAL:
¡Timador!
Todos
ríen.
MEXICANO:
Bueno, ellos tienen las mejores tierras.
RIZAL:
Excepto los frailes dominicos. Yo fui educado por éstos en dos órdenes. Primero
en el Ateneo bajo los jesuitas y después en medicina bajo los dominicos en la
Universidad de Sto. Tomás.
COLOMBIANO:
Eso es por lo que tú eres dos veces más rebelde de lo que todos nosotros somos.
Risas.
RIZAL:
Ahora seriamente. ¿Qué está pasando y por qué está pasando todo esto?
MEXICANO:
Rizal, a pesar de todo tú no entiendes la naturaleza humana. Tú, el poeta,
escritor, doctor… ¿te has quedado ciego como resultado de la codicia? ¿La
codicia que habita en el género humano en busca de poder y riqueza?
PERUANO:
Aquí, estamos en España y estamos hablando en contra de ella.
RIZAL:
Yo amo España; sin embargo no me gustan los españoles.
COLOMBIANO:
¡Excepto las mujeres!
ARGENTINO:
¡Brindemos, brindemos! ¡Por las mujeres de España!
(Todos
elevan sus vasos.)
RIZAL:
¡Vosotros latinos vais a convertirme en un playboy!
COLOMBIANO:
¡Es la naturaleza latina! Tú deberías saberlo. ¡Tú eres filipino!
RIZAL:
¡Todos en pie y brindemos por nosotros!
MEXICANO:
¡Un brindis!
TODOS:
¡A Filipinas y Latinoamérica!
Ellos
beben y las luces se apagan.
Escena
5
Pantalla:
“Heidelberg, 1885”.
Rizal
está escribiendo su novela Noli me tangere. Altavoz, de Rizal, lee fragmentos
de la obra en la parte alta del escenario, y en la parte baja, mientras él
escribe, cada una de las escenas es dramatizada.
RIZAL:
(Escribiendo, altavoz). “El coche de Ibarra recorría parte del más animado
arrabal de Manila; lo que en la noche anterior le ponía triste, a la luz del
día le hacía sonreír a pesar suyo....
(IBARRA
está en un carruaje atravesando Manila en su camino a su ciudad, San Diego).
(Voz
por encima continúa).” – él casi había olvidado lo que era Manila. La animación
que bullía de todas partes, tantos coches que iban y venían a escape, los
carromatos, las calesas, los europeos, los chinos, los naturales, cada cual con
su traje, las vendedoras de frutas, los corredores, el desnudo cargador, los
puestos de comestibles, las fondas, restaurantes, tiendas, hasta los carros
tirados por el impasible e indiferente carabao; los demás se quedaban mirando
con una expresión rara a los otros transeúntes. Le parecía oír aún el ruido que
hacían desmenuzando la piedra para cubrir los baches y el sonido alegre de los
pesados grillos en sus tobillos hinchados.
(Un
transeúnte arroja una colilla. Es cogida por el preso más cercano y escondido
en su gorro de paja. Los otros presos miran al transeúnte con insondable
mirada.)
“Ibarra
recordaba estremeciéndose aún una escena que habían herido su imaginación de
niño: era una siesta y el sol dejaba caer a plomo sus más calurosos rayos. A la
sombra de un carretón de madera yacía uno de aquellos hombres, exánime, los
ojos entreabiertos; otros dos, silenciosos, arreglaban una camilla de caña sin
ira, sin dolor, sin impaciencia, tal como creen el carácter de los naturales.
Hoy tú mañana nosotros, dirían entre sí. La gente circulaba sin cuidarse de
ello, aprisa; las mujeres pasaban, lo miraban y continuaban su camino; el
espectáculo era común, habían encallecido los corazones; los coches corrían
reflejando en su barnizado cuerpo los rayos de aquel sol brillante en un cielo
sin nubes; a él sólo, niño de once años, acabado de llegar del pueblo, le
conmovía, a él sólo le dio una pesadilla la noche siguiente….
(Un
monótono ruido sordo de roca. En la
pantalla, mientras Rizal narra, unas imágenes de una pesadilla: un niño mirando a un muerto con
sus ojos brillando en un carro llevado por dos de sus compañeros diciendo “Tú
hoy, nuestro turno mañana”. La gente se apresuran sin mirarse; las mujeres pasan,
miran y siguen su camino; la vista se parece bastante común, tan común que los
corazones se han vuelto duros.)
Escena
6
La
escena se convierte ahora en una fiesta.
Hay mucha conmoción. Los ciudadanos se están preparando para la fiesta.
Los gallos están siendo preparados para las peleas. Cuatro personas están
construyendo un arco de bambú, las mujeres preparando la comida, etc. Casa del viejo Tasio. Ibarra pasa a
través del jardín y sube las escaleras a su sitio. Tasio es un viejo hombre,
doblado, escribiendo en su estudio. Las colecciones de insectos y de hojas se
cuelgan en las paredes entre mapas y los viejos estantes para libros
abarrotados con los volúmenes y los manuscritos impresos en desorden. Él está
tan absorto en su escritura que no nota a Ibarra que está a punto de retirar para
no disturbarlo.
TASIO:
(notando a Ibarra con cierta extrañeza) ¿Cómo?, ¿estaba Ud. ahí?
IBARRA:
Ud. dispense...veo que está muy ocupado...
TASIO:
En efecto, escribía un poco, pero no urge y quiero descansar. ¿Puedo serle útil
en algo?
IBARRA:-
¡En mucho! (acercándose); pero... (Echa una mirada al libro que está sobre la
mesa.) ¿Cómo? (sorprendido) ¿se dedica
Ud. a descifrar jeroglíficos?
TASIO:
¡No! Siéntese. (Ofreciéndole una silla) No entiendo el egipcio ni el copto
siquiera, pero comprendo algo el sistema de escritura y escribo en
jeroglíficos.
IBARRA:
(dudando) ¿Escribe en jeroglíficos? Y ¿por qué?
TASIO
- ¡Para que no me puedan leer ahora!
IBARRA:
Y ¿por qué escribe Ud. entonces si no quiere que le lean?
TASIO:
Porque no escribo para esta generación, escribo para otras edades. Si esta
generación me pudiera leer, quemaría mis libros, el trabajo de toda mi vida; en
cambio, la generación que descifre estos caracteres será una generación
instruida, me comprenderá y dirá: “¡No todos dormían en la noche de nuestros
abuelos!”. El misterio o estos curiosos caracteres salvarán mi obra de la
ignorancia de los hombres, como el misterio y los extraños ritos han salvado a
muchas verdades de las destructoras clases sacerdotales.
IBARRA:
- Y ¿en qué idioma escribe Ud.?
TASIO:
- En el nuestro, en el tagalo.
IBARRA:
- Y ¿sirven los signos jeroglíficos?
TASIO:
- Si no fuera por la dificultad del dibujo, que exige tiempo y paciencia, casi
le diría que sirven mejor que el alfabeto latino. El antiguo egipcio tenía nuestras
vocales; nuestra o, que sólo es final y que no es como la española, sino una
vocal intermedia entre o y u; como nosotros, el egipcio tampoco tenía verdadero
sonido de e; se encuentran en él nuestro ha y nuestro kha, que no tenemos en el
alfabeto latino tal como lo usamos en español. Por ejemplo: en esta palabra
mukhâ –añadió señalando en el libro- transcribo la sílaba ha más propiamente
con esta figura de pez que con la h latina, que en Europa se denomina de
diferentes maneras. Para otra aspiración menos fuere, por ejemplo, en esta
palabra hain, en donde la “h” tiene menos fuerza, me valgo de este busto de
león o de estas tres flores de loto según la cantidad de la vocal. Aún más,
tengo el sonido de la nasal que tampoco existe en el alfabeto latino españolizado.
Repito, que si no fuera por la dificultad del dibujo, que hay que hacerlo
perfecto, casi se podrían adoptar los jeroglíficos, pero esta misma dificultad
me obliga a ser conciso y a no decir más que lo justo y necesario; este trabajo
además me hace compañía, cuando mis huéspedes de la China y del Japón se
marchan... Pero le estoy entreteniendo
con estas cosas y no le pregunto en que puedo serle útil.
IBARRA:
- Venía a hablarle de un asunto de importancia. Ayer tarde...
TASIO:
(interrumpiendo lleno de interés) ¿Han prendido a ese desgraciado?
IBARRA:
¿Habla Ud. de Elías? (Sorprendido) ¿Cómo lo ha sabido Ud.?
TASIO:
He visto a la Musa de la Guardia Civil.
IBARRA:
¡La Musa de la Guardia Civil! Y ¿quién es esa Musa?
TASIO:
La mujer del alférez, a quien Ud. no invitó a la fiesta. Ayer mañana se divulgó
por el pueblo lo sucedido con el caimán. La Musa de la Guardia Civil tiene
tanta penetración como malignidad, y supuso que el piloto debía ser el
temerario que arrojó a su marido al charco y apaleó al P. Dámaso; y como ella
lee los partes que debe escribir su marido, apenas hubo llegado éste a su casa
borracho y sin juicio, despachó para vengarse de Ud., al sargento con los
soldados a fin de que turbaran la alegría de la fiesta. ¡Tenga Ud. cuidado! ¡Eva
era una buena mujer, salida de las manos de Dios...!. ¡Dª. Consolación dicen
que es mala y no se sabe en qué manos vino! La mujer, para poder ser buena,
necesita haber sido siquiera una vez doncella o madre.
IBARRA:
(sacando de su cartera algunos papeles) Mi difunto padre solía consultar a Ud.
en algunas cosas y recuerdo que sólo ha tenido que felicitarse de haber seguido
sus consejos. Tengo entre manos una pequeña empresa cuyo buen éxito necesito
asegurar. Me gustaría construir esta escuela para mi novia. (Muestra los
planes). Quisiera que Ud. me aconsejase qué personas debo ganarme primero en el
pueblo para el mejor éxito de la obra. Ud. conoce bien a los habitantes; yo
acabo de llegar y soy casi extranjero en mi país.
TASIO
(examinando los planes): ¡Lo que Ud. va a realizar era mi sueño, el sueño de un
pobre loco! (exclamando conmovido), y ahora, lo primero que le aconsejo es no
venir a consultarme jamás. (El joven Ibarra le mira sorprendido.) Porque las
personas sensatas (con amarga ironía) le tomarían a Ud. por loco también. La
gente cree locos a los que no piensan como ellos, por eso me tienen por tal, y
lo agradezco, porque ¡ay de mí! el día que quieran devolverme el juicio, ese
día me privarían de la pequeña libertad que me he comprado a costa de mi reputación
de ser razonable. Y ¿quién sabe si tienen razón? No pienso ni vivo según sus
leyes; mis principios, mis ideales son otros. Fama de cuerdo goza entre ellos
el gobernadorcillo porque, no habiendo aprendido más que a servir el chocolate
y sufrir el mal genio del P. Dámaso, ahora es rico, turba los pequeños destinos
de sus conciudadanos y a veces hasta habla de justicia. “¡Ese es el hombre de
talento!” –piensa el vulgo-; “ved, ¡con nada se ha hecho grande!”. Pero yo, yo
he heredado fortuna, consideración, he estudiado y ahora soy pobre, no me han
confiado ni el más ridículo cargo y todos dicen: “¡Ese es un loco, ése no
entiende la vida!”. El cura me llama filósofo por mote, y da a entender que soy
un charlatán que hace gala de lo que aprendió en las aulas universitarias,
cuando es precisamente lo que menos me sirve. Acaso sea yo verdaderamente el
loco y ellos los cuerdos, ¿quién lo podrá decir? (Sacudiendo su cabeza como
para alejar un pensamiento) Lo segundo que le puedo aconsejar es consultar al
cura, al gobernadorcillo, a todas las personas de posición: ellos le darán a
Ud. malos, torpes e inútiles consejos, pero consultar no quiere decir obedecer,
aparente seguirlos siempre que le es posible y haga constar que obra según
ellos.
IBARRA
(pausa, reflexionando): El consejo es bueno pero difícil de seguir. ¿No podría
yo llevar adelante mi idea sin que sobre ella se refleje una sombra? ¿No podría
lo bueno hacerse paso a través de todo, puesto que la verdad no necesita pedir
prestado vestidos al error?
TASIO:
¡Nadie ama la verdad desnuda por eso! Esto es bueno en teoría, factible en el
mundo que la juventud sueña. Ahí está el maestro de escuela que se ha agitado
en el vacío; corazón de niño que quiso el bien y sólo recogió burla y
carcajadas. Ud. me ha dicho que es extranjero en su país y lo creo. Desde el
primer día de su llegada, empezó Ud. por herir el amor propio de un religioso
que tiene fama de santo entre la gente y de sabio entre los suyos. Dios quiera
que este paso no haya decidido su porvenir. No crea Ud. que porque los
dominicos y agustinos miran con desprecio el hábito de guingán, el cordón y el
indecente calzado, porque haya recordado una vez un gran doctor de Sto. Tomás
que el Papa Inocencio III había calificado los estatutos de ésta orden como más
propios para puercos que para hombres, no se den todos ellos la mano para
afirmar lo que un procurador decía: “El lego más insignificante puede más que
el gobierno con todos sus soldados”. ¡Cave ne cadas! Hay que tener cuidado para
no fallar. El oro es muy poderoso; el becerro de oro ha derribado muchas veces
a Dios de sus altares y ya desde tiempos de Moisés.
IBARRA
(sonriendo): No soy tan pesimista ni me parece tan religiosa la vida en mi
país. Creo que esos temores son un poco exagerados y espero poder realizar
todos mis propósitos sin encontrar resistencia grande por ese lado…
TASIO:
Sí, si ellos le tienden la mano; no, si ellos se la retiran. Todos sus
esfuerzos de Ud. se estrellarían contra las paredes de la casa parroquial con
sólo agitar el fraile su cordón o sacudir el hábito; el alcalde, por cualquier
pretexto, le negaría mañana lo que hoy ha concedido; ninguna madre dejaría que
su hijo frecuentase la escuela y entonces todas las fatigas tendrían un efecto
contraproducente: desanimarían a los que después quisiesen intentar generosas
empresas.
IBARRA:
Con todo, no puedo creer en ese poder que Ud. dice y aún suponiéndolo,
admitiéndolo, tendría todavía a mi lado al pueblo sensato, al Gobierno que está
animado de muy buenos propósitos, lleva grandes miras y quiere francamente el
bien de Filipinas.
TASIO:
¡El Gobierno! ¡El Gobierno! Por más animado que esté del deseo de engrandecer
el país en beneficio del mismo y de la Madre Patria; por más que el generoso
espíritu de los Reyes Católicos lo recuerde aún alguno que otro funcionario y
lo mente a solas, el Gobierno no ve, no oye, no juzga más que por lo que le
hace ver, oír y juzgar el cura o el provincial; está convencido que sólo
descansa en ellos, de que si se sostiene es porque ellos le sostienen, que si
vive es porque le consienten que viva y el día en que le falte, caerá como un
maniquí que perdió su sostén. Al Gobierno se le amedrenta con levantar al
pueblo y al pueblo con las fuerzas del Gobierno: de aquí se origina un sencillo
juego que se parece a lo que sucede a los medrosos al visitar lugares lúgubres:
toman por fantasmas las propias sombras y por extrañas voces los propios ecos.
Mientras el Gobierno no se entienda con el país, no saldrá de esta tutela;
vivirá como esos jóvenes imbéciles que tiemblan a la voz de su amo, cuya
condescendencia mendigan. El Gobierno no sueña en ningún porvenir robusto, es
un brazo, la cabeza es el convento, y por esta inercia con que se deja
arrastrar de abismo en abismo, se convierte en sombra, desaparece su entidad, y
débil e incapaz todo lo confía a manos mercenarias. Compare Ud., si no, nuestro
sistema gubernamental con los de los países que ha visitado. . .
IBARRA:
(interrumpe) ¡Oh!; eso es mucho pedir, contentémonos con ver que nuestro pueblo
no se queja, ni sufre como el pueblo de otros países, y eso es gracias a la
Religión y a la benignidad de los gobernantes.
TASIO:
El pueblo no se queja porque no tiene voz, no se mueve porque está aletargado,
y dice Ud. que no sufre porque no ha visto lo que sangra su corazón. Pero un
día Ud. lo verá y lo oirá y ¡ay de los que basan su fuerza en la ignorancia o
en el fanatismo!; ¡ay de lo que gozan con el engaño y trabajan en la noche
creyendo que todos duermen! Cuando la luz del día alumbre el aborto de las
sombras, vendrá la reacción espantosa: tanta fuerza, durante siglos comprimida,
tanto veneno destilado gota a gota, tantos suspiros ahogados saldrán a luz y
estallarán... ¿Quién pagará entonces esas cuentas que los pueblos presentan de
tiempo en tiempo y que nos conserva la Historia en sus páginas ensangrentadas?
IBARRA:
¡Dios, el Gobierno y la Religión no permitirían que llegue ese día! Filipinas
es religiosa y ama a España; Filipinas sabrá cuánto por ella hace la nación.
Hay abusos sí, hay defectos, no lo he de negar, pero España trabaja para
introducir reformas que los corrijan, madura proyectos, no es egoísta.
TASIO:
Lo sé, y esto es lo peor. Las reformas que vienen de lo alto se anulan en las
esferas inferiores gracias a los vicios de todos, por ejemplo, al ávido deseo
de enriquecerse en poco tiempo y a la ignorancia del pueblo que todo lo
consiente. Los abusos no los corrige un real decreto mientras una autoridad
celosa no vigile su ejecución, mientras no se conceda la libertad de la palabra
contra las demasías de los tiranuelos: los proyectos quedan proyectos, los
abusos, y el ministro, satisfecho,
dormita más tranquilo, sin embargo. Aún más, si acaso viene un personaje de
alto puesto con grandes y generosas ideas, pronto empieza por oír, mientras por
detrás le tienen por loco: “V.E. no conoce el país, V.E. no conoce el carácter
de los indios, V.E. los va a perder, V.E. hará bien de fiarse en fulano y
zutano, etc.”, y como S.E. no conocía efectivamente el país, que hasta ahora
había colocado en América, y además tiene defectos y debilidades como todo
hombre, se deja convencer. S.E. recuerda también que para conseguir el puesto,
ha tenido que sudar mucho y sufrir más, que lo tiene únicamente por tres años,
que se hace viejo y es menester no pensar en quijoterías sino en su porvenir:
un hotelito de Madrid, una casita en el campo y una buena renta para vivir con
lujo en la Corte, he aquí lo que debía buscar en Filipinas. No pidamos
milagros, no pidamos que se interese por el bien del país quien viene como
extranjero para hacer su fortuna y marcharse después. ¿Qué le importa el
agradecimiento o las maldiciones de un pueblo que no conoce, en donde no tiene
sus recuerdos, en donde no tiene sus amores?
La gloria para ser agradable, es menester que resuene en los oídos de
los que amamos, en la atmósfera de nuestro hogar; o de la patria que ha de
guardar nuestras cenizas: queremos que la gloria se siente sobre nuestro
sepulcro para calentar con sus rayos el frío de la muerte, para que no nos
reduzcamos por completo a la nada, sino que quede algo de nosotros. Nada de
esto podemos prometer al que viene a cuidarse de nuestros destinos. Y lo peor
de todo esto es que se marchan cuando empiezan a enterarse de su deber. Pero
nos alejamos de nuestra cuestión. . .
IBARRA:
(interrumpe vivamente) No, antes de volver a ella, necesito aclarar ciertas
cosas –-. Puedo conceder que el Gobierno desconozca al pueblo, pero creo que el
pueblo conoce menos al Gobierno. Hay funcionarios inútiles, malos, si Ud.
quiere, pero también los hay buenos y si éstos no pueden nada hacer, es porque
se encuentran con una masa inerte: la población que toma poca participación en
las cosas que le atañen. Pero no he venido a discutir con Ud. sobre este punto:
venía para pedirle un consejo y Ud. me dice que doble ante grotescos ídolos la
cabeza...
TASIO:
Sí, y lo repito, porque aquí hay que bajar la cabeza o dejarla caer.
IBARRA:
¿O bajar la cabeza o dejarla caer? ¡Es duro el dilema! Pero y ¿por qué? ¿Es
acaso incompatible el amor a mi país con el amor a España? ¿Es acaso necesario
rebajarse para ser buen cristiano?, ¿prostituir la propia conciencia para
llevar a cabo un buen fin? Amo a mi patria, a Filipinas, porque a ella le debo
la vida y mi felicidad y porque todo hombre debe amar a su patria; amo a
España, la patria de mis mayores, porque, a pesar de todo, Filipinas le debe y
le deberá su felicidad y su porvenir; soy católico, conservo pura la fe de mis
padres y no veo por qué había de bajar la cabeza, cuando la puedo levantar.
¿Entregarla a mis enemigos cuando los puedo hollar?
TASIO:
Porque el campo en donde Ud. quiere sembrar está en poder de sus enemigos, y
contra ellos no tiene Ud. fuerza... Es necesario que Ud. bese primero esa mano
que...
IBARRA:
¡Besar! Pero Ud. olvida que entre ellos han matado a mi padre, le han arrojado
de su sepulcro... pero yo que soy el hijo no lo olvido, y si no le vengo, es
porque miro por el prestigio de la Religión.
TASIO:
Señor Ibarra, si Ud. conserva esos recuerdos, recuerdos cuyo olvido no le puedo
aconsejar, abandone la empresa que intenta y busque en otra parte el bien de
sus paisanos. La empresa pide otro hombre porque, para llevarla a cabo, no sólo
se necesita tener dinero y querer; en nuestro país se requiere además
abnegación, tenacidad y fe porque el terreno no está preparado; sólo está
sembrado de cizaña.
IBARRA:
¿No le sugiere su existencia más que ese duro medio?
(El
viejo le coge del brazo y le lleva a la ventana.)
TASIO:
(señalando un hermoso rosal) ¿Por qué no
hemos de hacer lo que ese débil tallo, cargado de rosas y capullos? El viento
sopla, le sacude y él se inclina como ocultando su preciosa carga. El viento
pasa y el tallo vuelve a erguirse, orgulloso con su tesoro, ¿quién le acusará
de haberse plegado ante la necesidad? Allá vea Ud. aquel gigantesco kupang que mueve
majestuosamente su aéreo follaje donde anida el águila. Lo traje del bosque
débil planta; con delgadas cañas sostuve su tallo durante meses. Si lo hubiera
traído grande y lleno de vida, a buen seguro que aquí no habría vivido; el
viento le habría sacudido antes que sus raíces se pudiesen fijar en el terreno,
antes que éste se afirmase a su alrededor y le proporcionase el debido sustento
para su tamaño y estatura. Así terminaría Ud., planta trasplantada de Europa a
este suelo pedregoso, si no busca apoyo y se empequeñece. Ud. está en malas
condiciones, solo, elevado: el terreno vacila, el cielo anuncia tempestad y la
copa de los árboles de su familia se ha probado que atrae el rayo. No es valor,
es temeridad combatir solo contra todo lo existente; nadie tacha al piloto que
se acoge a un puerto a la primera ráfaga de tormenta. Bajarse cuando pasa la
bala no es cobardía; lo malo es desafiarla para caer y no volverse a levantar.
IBARRA:
Y ¿produciría este sacrificio los frutos que espero? ¿Me ayudarían francamente
en provecho de la instrucción que disputa a los conventos las riquezas del
País? ¿No pueden fingir amistad, aparentar protección, y por debajo, en las
sombras, combatirle, minarle, herirle en el talón para hacer vacilar más pronto
que atacándole el frente? Dados los antecedentes que Ud. supone, ¡todo se puede
esperar!
(TASIO
permanece silencioso sin poder contestar. Medita algún tiempo y después
responde:)
TASIO:
Si tal sucediese, si la empresa fracasase, le consolaría a Ud. el pensamiento
de haber hecho cuando dependía de su parte, y aún así, algo se habría ganado:
poner la primera piedra, sembrar, después que se desencadene la tempestad,
algún grano acaso germine, sobreviva a la catástrofe, salve la especie de la
destrucción y sirva después de simiente para los hijos del sembrador muerto. El
ejemplo puede alentar a los otros que sólo temen principiar.
(TASIO
permanece silencioso sin poder contestar. Medita algún tiempo y después
responde:)
TASIO:
Si tal sucediese, si la empresa fracasase, le consolaría a Ud. el pensamiento
de haber hecho cuando dependía de su parte, y aún así, algo se habría ganado:
poner la primera piedra, sembrar, después que se desencadene la tempestad,
algún grano acaso germine, sobreviva a la catástrofe, salve la especie de la
destrucción y sirva después de simiente para los hijos del sembrador muerto. El
ejemplo puede alentar a los otros que sólo temen principiar.
IBARRA:
(estrechándole la mano) ¡Le creo a Ud.! No en vano esperaba un buen consejo.
Hoy mismo iré a franquearme con el cura, que al fin y al cabo no me ha hecho
ningún mal y que debe ser bueno, pues no todos son como el perseguidor de mi
padre. Tengo además que interesarle a favor de esa desgraciada loca y de sus
hijos: ¡confío en Dios y en los hombres!
(Se
despide y hace mutis).
TASIO
(hablando solo): ¡Atención!; observemos bien cómo desarrollará el Destino la
comedia que ha empezado en el cementerio.
Las luces se desvanecen lentamente. Se
oyen sonidos de tambores en el fondo.
Escena
7
Las luces vuelven. En el fondo, un cantante canta la música
nostálgica del “Canto de María Clara”:
Dulces
las horas en la propia patria
Donde
es amigo cuanto alumbra el sol;
Vida
es la brisa que en sus campos vuela,
¡Grata
la muerte y mas tierno el amor!
Ardientes
besos en los labios juegan,
De
una madre en el seno al despertar;
Buscan
los brazos a ceñir el cuello,
Y
los ojos sonríanse al mirar.
Dulce
es la muerte por la propia patria,
Donde
es amigo cuanto alumbra el sol;
Muerte
es la brisa para quien no tiene
Una
patria, una madre, y un amor.
(MARÍA
CLARA e IBARRA en la azotea. Sigue en el
fondo la melodía del ‘Canto de María Clara’ durante toda esta escena.)
MARIA
CLARA: ¿Has pensado siempre en mí?, ¿no me has olvidado en tantos viajes?
¡Tantas grandes ciudades con tantas mujeres hermosas...!
IBARRA:
¿Podría yo olvidarte?, ¿podría yo faltar a un juramento, a un juramento
sagrado? Te acuerdas de aquella noche, de aquella noche tempestuosa en que tú,
viéndome solitario llorar junto al cadáver de mi madre, te acercaste a mí, me
pusiste la mano sobre el hombre, tu mano que hacía tiempo ya no me dejabas que
cogiese, y me dijiste: “Has perdido a tu madre, yo nunca la tuve”... y lloraste
conmigo. Tú la querías y ella te quería como a una hija. Afuera llovía y
relampagueaba, pero me parecía oír música, ves sonreír el pálido rostro del
cadáver... ¡oh, si mis padres vivieran y te contemplaran!, yo entonces cogí tu
mano y la de mi madre, juré amarte, hacerte feliz sea cualquiera la suerte que
el cielo me deparase, y como este juramento no me ha pesado nunca, ahora te lo
renuevo. ¿Podía yo olvidarte? Tu recuerdo me ha acompañado siempre, me ha
salvado de los peligros del camino, ha sido mi consuelo en la soledad de mi
alma en los países extranjeros…
(Pausa)
En
sueños te veía de pie en la playa de Manila, mirando al lejano horizonte,
envuelta en la tibia luz de la temprana aurora; oía el lánguido y melancólico
canto, que despertaba en mi adormecidos sentimientos y evocaba en la memoria de
mi corazón los primeros años de mi niñez, nuestras alegrías, nuestros juegos,
todo el pasado feliz que animaste mientras estabas en el pueblo. Me parecías
que eras el hada, el espíritu, la encarnación poética de mi Patria, hermosa,
sencilla, amable, candorosa, hija de Filipinas, de ese hermoso país que une a
las grandes virtudes de la Madre España las bellas cualidades de un pueblo
joven, como se unen en todo tu ser todo lo hermoso y bello que adornan ambas
razas, y por esto tu amor y el que profeso a mi Patria se funden en uno solo...
¿Podía olvidarte? Varias veces creía
escuchar los sonidos de tu piano y los acentos de tu voz, y siempre que en
Alemania, a la caída de la tarde, cuando vagaba en los bosques, poblados por
las fantásticas creaciones de sus poetas y las misteriosas leyendas de sus
pasadas generaciones, evocaba tu nombre, creía verte en la bruma que se levanta
del fondo del valle, creía oír tu voz en los susurros de las hojas, y cuando
los aldeanos, volviendo del trabajo, dejaban oír desde lejos sus populares
cantos, se me figuraba que armonizaban con mis voces interiores, que cantaban
para ti y daban realidad a mis ilusiones y ensueños. A veces me perdía en los
senderos de la montaña, y la noche, que allí desciende poco a poco, me
encontraba aún vagando, buscando mi camino entre los pinos, hayas y encinas;
entonces, si algunos rayos de luna se deslizaban por entre los claros que deja
entre sí el espeso ramaje, me parecía verte en el seno del bosque como una
vaga, enamorada sombra, oscilar entre la luz y las tinieblas de la espesura; y
si acaso el ruiseñor dejaba oír sus variados trinos, creía que era porque te
veía y tú le inspirabas. ¡Sí, he pensado en ti! ¡La fiebre de tu amor no
solamente animaba a mi vista la niebla y coloreaba el hielo! En Italia, el
hermoso cielo de Italia por su limpidez y profundidad me hablaba de tus ojos;
su risueño paisaje me hablaba de tu sonrisa, como las campiñas de Andalucía con
su aire saturado de aromas, poblado de recuerdos orientales, llenos de poesía y
colorido, me hablaban de tu amor. En las noches de luna, de aquella soñolienta
luna, bogando en una barca en el Rin, me preguntaba si acaso no me podría
engañar a mi fantasía para verte entre los álamos de la orilla, en la roca de
la Loreley o en medio de las ondas, cantando en el medio de la noche, como la
joven hada de los consuelos ¡para alegrar la soledad y la tristeza de aquellos
arruinados castillos!
MARIA
CLARA (sonriendo): Yo no he viajado como tú, no conozco más que tu pueblo,
Manila y Antipolo... (Recordando y mirándole) Cuando te dije adiós y entré en
el beaterio, me he acordado siempre de ti y no te he olvidado por más que me lo
ha mandado el confesor, imponiéndome muchas penitencias. Me acordaba de
nuestros juegos, de nuestras risas cuando éramos niños. Escogías las más
hermosas sigüeyes para jugar al siklot, buscaba en el río las más redondas y
finas piedrecitas de diferentes colores para que jugásemos al sintak, tú eras
muy torpe, perdías siempre y por castigo te daba el bantil con la palma de mi
mano, pero procuraba no pegarte fuerte pues te tenía compasión. En el juego de
chonka eras muy tramposo, más aún que yo, y solíamos acabar a arrebatiñas. ¿Te
acuerdas aquella vez que te enfadaste de veras? Entonces me hiciste sufrir,
pero después, cuando me acordaba de ello en el beaterio, sonreía, te echaba de
menos para reñir otra vez... y hacer las paces enseguida. Éramos aún niños:
fuimos con tu madre a bañarnos en aquel arroyo bajo la sombra de los
cañaverales. En las orillas crecían muchas flores y plantas cuyos extraños
nombres me decías en latín y en castellano, pues entonces ya estudiabas en el
Ateneo. Yo no te hacía caso; me entretenía en ir detrás de las mariposas y
libélulas, que tienen en su cuerpo fino como un alfiler todos los colores del
arco-iris y todos los reflejos del nácar, que pululan y se persiguen unas a
otras entre las flores; a veces con las manos quería sorprender, coger los
pececillos, que se deslizan rápidos entre el musgo y las piedrecitas de la
orilla.
(Pausa)
De
pronto desapareciste, y cuando volviste traías una corona de hojas y flores de
naranjo que colocaste sobre mi cabeza, llamándome Cloe; para ti hiciste otra de
enredaderas. Pero tu madre cogió mi corona, la machacó con una piedra
mezclándola con el gogo con que nos iba a lavar la cabeza; se te soltaron las
lágrimas de los ojos y dijiste que ella no entendía de mitología: “¡Tonto!
–contestó tu madre-, verás qué bien olerán después vuestros cabellos”. Yo me
reí, te ofendiste, no me quisiste hablar y el resto del día te mostraste tan
serio, que a mi vez tuve ganas de llorar. De vuelta al pueblo y ardiendo mucho
el sol, cogí hojas de salvia que crecía a orillas del camino, te las di para
que las pusieses dentro de tu sombrero y no tuviste dolor de cabeza. Sonreíste,
entonces te cogí de la mano e hicimos las paces.
(Ibarra
sonríe, abre su cartera y saca un papel dentro del cual había envueltas unas
hojas negruzcas, secas y aromáticas.)
IBARRA:
¡Tus hojas de salvia!... esto es todo lo que me has dado.
(Ella
a su vez saca rápidamente de su seno una bolsita de raso blanco.)
MARIA
CLARA: (dándole una palmada en la mano) ¡Ps! –-, no se permite tocar: es una
carta de despedida.
IBARRA:
¿Es la que te escribí antes de partir?
MARIA
CLARA:- ¿Me ha escrito otra, señor mío?
IBARRA:
- Y ¿qué te decía yo entonces?
MARIA
CLARA (sonriendo, dando a entender cuán agradables eran aquellas mentiras):
¡Muchos embustes, excusas de mal pagador!
¡Quieto!, te la leeré, pero suprimiré tus galanterías para no
martirizarte. (Levantando el papel a la altura de sus ojos, para que el joven
no le viera la cara, comienza a leer:)
“Mi... ¡No te leo lo que sigue pues es un embuste! “Mi padre quiere que
parta a pesar de mis súplicas. Tú eres hombre, me ha dicho, debes pensar en el
porvenir y en tus deberes. Debes aprender la ciencia de la vida, lo que tu
Patria no puede darte, para serle un día útil. Si permaneces a mi lado, a mi
sombra, en esta atmósfera de preocupaciones, no aprenderás a mirar a lo lejos;
y el día en que te falte te encontrarás como la planta de que habla nuestro
poeta Baltasar, ‘crecida en el agua, se le marchitan las hojas a poco que no se
la riegue, la seca un momento el calor’. ¿Ves?, ¡eres ya casi un joven y lloras
aún! Me hirió ese reproche y le confesé
que te amaba. Mi padre se calló, reflexionó y poniéndome la mano sobre el
hombro me dijo con temblorosa voz: -¿Crees tú que tú sabes amar, que tu padre
no te ama ni siente separarse de ti? Hace poco perdimos a tu madre; voy
caminando ya a la vejez, a esa edad en que se busca el apoyo y el consuelo de
la juventud, y sin embargo, acepto mi soledad y no sé si te volveré a ver. Pero
debo pensar en otras cosas más grandes... ¡El porvenir se abre para ti, para mí
se cierra; tus amores nacen, los míos van muriendo; el fuego hierve en tu
sangre, el frío se insinúa en la mía, y sin embargo, lloras y no sabes
sacrificar el ahora a un mañana útil, para ti y tu país!-. Los ojos de mi padre
se llenaron de lágrimas, caí de rodillas a sus pies, le abracé, le pedí perdón
y le dije que estaba dispuesto a partir...”
(María
Clara nota la agitación de Ibarra y suspende la lectura. Ibarra está pálido y
anda al extremo del escenario.)
MARIA
CLARA: ¿Qué tienes?, ¿qué te pasa?
IBARRA:
¡Tú me has hecho olvidar que tengo mis deberes, que debo partir ahora mismo
para el pueblo! Mañana es la fiesta de los muertos.
(María
Clara se calla, fija en él algunos instantes los grandes y soñadores ojos de
Ibarra, y recogiendo una flor, le dice conmovida:)
MARIA
CLARA: Ve, yo no te detengo más; ¡dentro de algunos días nos volveremos a ver!
¡Coloca esta flor sobre la tumba de tus padres!
IBARRA
le mira a MARIA CLARA; está para decir algo, pero no sale nada de su boca, y
hace mutis rápido. Las luces se funden
despacito, dejando a María Clara en el centro del escenario mirando al público
mientras el cantante en el fondo canta unos versos del “Canto de María Clara”.
Una
luz ahora se enfoca en la parte arriba del escenario. Le vemos a Rizal en su escritorio escribiendo. Una voz
femenina alemana se oye fuera del escenario:
FRAULEIN:
Pepe, ¿no vienes a dormir? ¡Descansa ya, cariño!
RIZAL:
Si, sí, ahora mismo, vengo.
APAGÓN
COMPLETO.
Escena
8
Pantalla:
“Berlín, 1897". Presentación del libro Noli me Tangere. Periodistas
tomando fotos. Gente literaria dando enhorabuenas a Rizal.
EDITOR:
Damas y caballeros, atención por favor. (El ruido se disminuye.) Tengo el honor
de presentarles al autor de esta excelente novela Noli me Tangere que acabamos
de publicar: El Dr. José Rizal.
(Aplausos)
RIZAL:
Danke, Herr doktor. Aprecio mucho la publicación de mi novela aquí en Berlín,
una ciudad que me ha aceptado como hijo...un hijo de Berlín, ich bin Berliner!
(Aplausos,
reacciones en alemán “Danke”, “Das ist gut”, etc.)
Quisiera
ahora leer un fragmento de mi novela, la parte dedicatoria, titulada “A mi
patria.” El fervor nacionalista de Alemania me influjo a escribir esta
dedicatoria durante los años que he vivido aquí. En esta dedicatoria, hablo del cáncer que
está corrompiendo mi país, el cáncer de avaricia de los colonizadores, en
particular, los órdenes religiosos que siguen dañando a mis compatriotas.
(Lee.)
“A
MI PATRIA
Registrase
en la historia de los padecimientos humanos un cáncer de un carácter tan
maligno que el menor contacto le irrita y despierta en él agudísimo dolores.
Pues bien, cuantas veces en medio de las civilizaciones modernas he querido
evocarte, ya para acompañarme de tus recuerdos, ya para compararte con otros
países, tantas se me presentaron tu querida imagen como un cáncer social
parecido. Deseando tu salud que es la nuestra, y buscando el mejor tratamiento,
haré contigo lo que con sus enfermos los antiguos: exponíanlos en las gradas
del templo, para que cada persona que viniese de invocar a la Divinidad les
propusiese un remedio. Y a este fin, trataré de reproducir fielmente tu estado
sin contemplaciones; levantaré parte del velo que encubre el mal, sacrificando
a la verdad todo, hasta el mismo amor propio, pues, como hijo tuyo, adolezco
también de tus defectos y flaquezas.”
Muchas
gracias, amigos, por su atención.
(Aplausos,
reacciones en alemán, fotos, más enhorabuenas, etc. Las luces en el escenario
van disminuyendo.)
Escena
9
Pantalla:
“Londres, Junio 1988". Foco a Rizal en su escritorio. Está escribiendo una
carta a Mariano Ponce, uno de los colaboradores de La Solidaridad en Barcelona.
Altavoz de Rizal:
“El
que Vd. haya tenido poco éxito en los periódicos no quiere decir que no sirva para
escribir. No todos somos ni nacemos periodistas, ni los literatos son
periodistas todos. Tengo para mí que la cuestión de escribir literatura es cosa
secundaria; lo principal es pensar y sentir rectamente, trabajar por un objeto
y luego la pluma se encargará de transmitirlo. Lo principal que se debe exigir
al filipino de nuestra generación no es ser literato, sino ser buen hombre,
buen ciudadano que ayude con su cabeza, su corazón y acaso con sus brazos al
progreso de su país. Con la cabeza y con el corazón podemos y debemos trabajar
siempre; con los bazos cuando llegue el momento. Ahora el instrumento principal
del corazón y de la cabeza es la pluma; otros prefieren el pincel, otros el
cincel; yo prefiero la pluma. Ahora, no nos parezca el instrumento como el
objeto primordial; a veces con uno malo se hacen obras muy grandes, dígalo el
bolo filipino. A veces con una mala literatura pueden decirse verdades grandes.
Yo no soy inmortal ni invulnerable, y mi mayor alegría sería verme eclipsado
por una pléyade de paisanos a la hora de mi muerte. Que si a uno le matan o le ahorcan, que le
sustituyan veinte o treinta al menos para que se escarmienten de ir ahorcando o
matando. Muchos no quieren quemar las hormigas porque dicen que más se
multiplican. ¿Por qué no seríamos hormigas?”
(Apagón.)
Escena
10
Pantalla:
“Barcelona, 1889.” Una cena en honor de Rizal como Presidente Honorario de La
Solidaridad. Presentes son Marcelo del
Pilar, Mariano Ponce, Graciano López Jaena, y otros compatriotas, miembros del
Círculo Hispano filipino, y otros filipinos que han ido a España para pedir
reformas políticas. Graciano López Jaena, un excelente orador, introduce a
Rizal:
LÓPEZ
JAENA: Es un gran honor para mí presentarle a este eminente nacionalista,
creador de la mordiente novela Noli me Tangere, publicada en Berlín, Alemania y
aclamada como una de las más grandes novelas de nuestros tiempos. (Aplausos)
Sus ideales nos han inspirado a escribir nuestros artículos en esta revista, la
esencia política de nuestra solidaridad. (Aplausos). Los patriotas de las
colonias españolas del ultramar, en particular, Latinoamérica y Filipinas, han
descubierto en La Solidaridad, una inspiración hacia el camino de reformas
políticas en sus países, y han encontrado en nuestra publicación soluciones
para resolver las maldades que éstos sufren como nosotros. Nuestros artículos,
inspirados por las ideas de nuestro compatriota José Rizal en su novela,
exponen la gangrena que está corrompiendo las sociedades de estas colonias: la
inmortalidad en la administración del sistema judicial, nuestra economía y el
gobierno que también es causa de los problemas en otros países del mundo, especialmente
en Latinoamérica. Nuestra misión es política; no nos limitamos a ningún sistema
o escuela de pensamiento. Buscamos reformas básicas que son las aspiraciones
naturales de la gente en esta edad moderna - el mejoramiento de nuestras vidas,
y nada de las respuestas insensatas de los políticos que siempre responden con
un “Veremos”. Nuestro propósito es ayudar a nuestra Madre Patria y las otras
provincias de Latinoamérica bajo el yugo de España, indicando nuestros
problemas y pidiendo soluciones para encaminarse hacia reformas políticas y
sociales. He hablado bastante, y ahora, me gustaría darle la plataforma a
nuestro presidente honorario, Dr. José Rizal.
(Aplausos)
RIZAL:
Muchas gracias por su amabilidad, Graciano. Y gracias a vosotros, mis queridos
compatriotas. Es verdaderamente un gran honor que me habéis conferido este
título de presidente honorario de La Solidaridad. Espero que en los meses
venideros, creciera y floreciera la publicación con más artículos en busca de
reformas políticas y sociales para nuestra patria. Estoy muy impresionado con
las credenciales de los miembros del editorial. Fueron bien seleccionados y
estoy seguro que la misión de esta publicación bajo la dirección de este eminente
comité se pondrá en efecto. Aunque no haya duda de que mis consejos sean
inútiles (risas), la colaboración de cada miembro sin duda tiene su extremo
valor. Sin embargo, si vuestra intención es escribir con el único propósito de
rellenar un papel en blanco, yo debiera comenzar y escribir algunas
observaciones vulgares que vosotros ya habéis fijado en mis escritos. (Risas.)
Me gustaría comenzar a decir que en las nuevas sociedades, debiese reinar un
espíritu de tolerancia. Las discusiones debiesen ser dominadas por una
tendencia hacia la reconciliación en vez del espíritu de oposición. Nadie debiera sentir mal si no gana en una
polémica. Si alguna opinión no es aceptada, el autor, en vez de sentir
derrotado, debiese esperar en otra ocasión para declarar otra vez su punto de
vista. Nadie debe estar encima del bienestar de la sociedad en su totalidad. El
amor propio de cada individuo no debiera dominar las discusiones que están ahí
para el bien de todos de tal modo que no lastimaríamos los sentimientos de los
demás. Hay que tener en cuenta esta
fórmula cuando se preparen propuestas, proyectos, etcétera. Ésta es sólo mi opinión si vosotros no tenéis
ninguna objeción de lo que acabo de decir.
(Murmullos
de “no, no”, “estamos de acuerdo”, etc. de los participantes.)
Esta
fórmula, o algo semejante, deben gobernar cualquier discusión. He observado
muchas discusiones que han resultado mal por el egoísmo de algunos
individuos. La decisión de la mayoría
debe ser, sin duda, sagrada y un sentimiento de honor y buena voluntad debe reinar
en cualquier discusión. No debéis esperar honores ni premios de lo que hacéis. Los
que hacen sus deberes con la idea de que recibieran después unos premios
sentirían frustrados. Es humano sentir insatisfecho con un trabajo bien hecho cuando
no recibe la recompensa. Y para no sentir descontento, sería mejor hacer el
trabajo y no esperar ninguna recompensa. En un país como el nuestro, donde
reina la injusticia, sería mejor pensar que la injusticia es el premio de los
que hacen sus deberes.
(Aplausos. Las luces se desvanecen.)
Escena
11
Pantalla:
“Bruselas, 1890". Una sola luz se enfoca en Rizal en su escritorio en el
segundo nivel del escenario escribiendo. Mientras escribe, una voz en
micrófono, la de Rizal, describe la
acción que toma lugar en el primer nivel del escenario, igual que las escenas
5, 6 y 7.
RIZAL:
“El Filibusterismo”. Capítulo 17. La Feria de Quiapo.
‘La
noche era hermosa y la plaza ofrecía un aspecto animadísimo. Aprovechando la frescura de la brisa y la
esplendida luna de enero...la música y las luces de los faroles comunicaban la
animación y la alegría a todos. Largas filas de tiendas, brillantes de oropel y
colorines, desplegaban a la vista racimos de pelotas, de máscaras ensartados
por los ojos, juguetes de hoja de lata, trenes, carritos, caballitos mecánicos,
coches, vapores con sus diminutas calderas, vajillas de porcelana
liliputienses, muñecas extranjeras y del país, rubias y risueñas aquellas,
serias y pensativas éstas como pequeñitas señoras al lado de niñas gigantescas.
El batir de los tamborcitos, el estrépito de las trompetillas de hoja de lata,
la música nasal de los acordeones y los organillos se mezclaban en concierto de
carnaval, y en medio de todo, la muchedumbre iba y venía empujándose,
tropezándose, con la cara vuelta hacia las tiendas de modo que los choques eran
frecuentes y un poco cómicos. Los coches
tenían que contener la carrera de los caballos, el ¡Tabí! ¡Tabi! de los
cocheros resonaba a cada momento; se cruzaban empleados, cadetillos, militares,
frailes, estudiantes, chinos, jovencitas con sus mamás o tías, saludándose,
guiñándose, interpolándose más o menos alegremente.’
El
bullicio y los ruidos de la feria cesan de repente, y los actores no mueven
como si fuese un “tableau” el escenario.
Las luces se apagan. En otra
parte del escenario, las luces se encienden.
Es una casa de retiro, cerca del mar. Se oye el sonido tranquilo de las
olas. PADRE FLORENTINO, un jesuita viejo, está solo, tocando una canción
melancólica con una flauta indígena hecha de
bambú. Entra un sirviente.
Escena
12
SIRVIENTE:
Padre Florentino, Sr. Simoun quiere hablar con usted.
Entra
en un cuarto, en otra parte del escenario, que se ilumina. Se nota que éste es
el dormitorio del cura porque hay un pequeño altar y al lado, una pequeña
biblioteca. Las ventanas están abiertas y en la cama está acostado SIMOUN. Su
cara está pálida, como si sufriera una enfermedad.
P.
FLORENTINO: (acercándose) ¿Sufre usted, señor Simoun?
SIMOUN:
(agitando la cabeza) Algo, pero de poco, dejaré de sufrir.
P.
FLORENTINO (Tiende la mano hacia unas botellas.): ¿Qué ha hecho usted, Dios
mío? ¿Qué ha tomado usted?
SIMOUN:
(dolorosa sonrisa) ¡Es inútil! ¡No hay remedio ninguno! Antes de las
ocho...vivo o muerto...muerto sí pero vivo, no.
P.
FLORENTINO ¡Dios mío, Dios mío!, ¿Pero por qué ha hecho usted esto?
SIMOUN:
Escuche usted. Va a venir la noche y no
hay tiempo que perder. Necesito decirle mi secreto, necesito confiarle mi
última voluntad. Necesito que usted vea mi vida y me diga si hay un Dios.
P.
FLORENTINO Pero un antídoto, señor Simoun...tengo apomorfina...tengo éter,
cloroformo...
SIMOUN Es inútil. No pierda usted tiempo.
(P.
FLORENTINO se deja caer sobre el reclinatorio, ora a los pies de crucifijo
Cristo ocultando la cara en las manos.
Se levanta después como si hubiese recibido de su Dios toda la energía,
toda la dignidad, toda la autoridad.
Acerca un sillón a la cabeza del enfermo, dispuesto a escuchar. SIMOUN
confiesa en murmullos.)
P.
FLORENTINO Dios le perdonará a usted, señor Simoun. Sabe que somos falibles; ha
visto lo que usted ha sufrido, y al permitir que usted sufra el castigo de sus
culpas recibiendo la muerte de mano de los mismos que ha instigado, podemos ver
su infinita misericordia. El ha hecho abortar uno a uno sus planes, los mejores
concebidos, primero con la muerte de María Clara, después por una imprevisión,…
y después misteriosamente, acatemos su voluntad y démosle gracias.
SIMOUN:
(débil) Según usted, su voluntad sería que estas islas....
P.
FLORENTINO ¿...continúen en el estado en que gimen? No lo sé, señor, no leo en el pensamiento del
Inescrutable. Sé que no ha abandonado a los pueblos que en los momentos
supremos se confiaron a él y le hicieron Juez de su opresión; sé que su brazo
no ha fallado nunca cuando, pisoteada la justicia y agotado todo recurso, el
oprimido coge la espada y lucha por su hogar, por su mujer, por sus hijos, por
sus inalienables derechos, como dice el poeta alemán, ¡brillan eternos e
incólumes allá en la altura como las mismas estrellas! ¡No, Dios que es la justicia, no puede
abandonar su causa, la causa de la libertad sin la cual no hay justicia
posible!
SIMOUN:
(amargo) ¿Por qué entonces me ha negado
todo su apoyo?
P.
FLORENTINO: (con voz severa) ¡Porque usted ha escogido un medio que Él no podrá
aprobar! ¡Porque la gloria de salvar a un país no se ha de destinar al que ha contribuido
a causar su ruina! ¡Usted ha creído que lo que el crimen y la iniquidad han
manchado y deformado, otro crimen y otra iniquidad podían purificar y redimir!
¡Error! El odio no crea más que monstruos, el crimen, criminales, sólo el amor
lleva a cabo obras maravillosas, sólo la virtud puede redimir. Si nuestro país
ha de ser alguna vez libre, no lo será por el vicio y el crimen, no lo será
corrompiendo a sus hijos, engañando a unos, comprando a otros, no; redención
supone virtud, virtud, sacrificio y sacrificio, amor.
SIMOUN:
Pero ¿qué es mi error al lado del error de los otros? ¿Por qué ese Dios ha de
tener más en cuenta mi iniquidad que los clamores de tantos inocentes? ¿Por qué
no me ha herido y después hecho triunfar al pueblo? ¿Por qué dejar sufrir a
tantos dignos y justos y complacerse inmóvil en sus torturas?
P.
FLORENTINO: Los justos y los dignos deben sufrir para que se conozcan y sus
ideas se entiendan. Hay que sacudir o
romper los vasos para derramar su perfume, hay que herir la piedra para que
salte la luz. Hay algo providencial en las persuasiones de los tiranos, señor
Simoun.
SIMOUN:
(murmurando) Lo sabía, y por eso excitaba la tiranía.
P.
FLORENTINO: Sí, amigo mío, ¡pero se derramaban más líquidos corrompidos que
otra cosa! Usted fomentaba la podredumbre social sin sembrar una idea. De esa fermentación de vicios sólo podía
surgir el hastío y si naciese algo de la noche a la mañana, sería a lo más un
hongo porque espontáneamente sólo hongos pueden nacer de la basura. ¡Cierto que
los vicios de un gobierno le son fatales, le causan la muerte, pero matan
también a la sociedad en cuyo seno se desarrollan: a gobierno inmoral
corresponde un pueblo desmoralizado; a administración sin conciencia,
ciudadanos rapaces y serviles, bandidos y ladrones en las montañas! Tal amo,
tal esclavo; tal gobierno, tal país.
SIMOUN:
Entonces, ¿qué hacer?
P.
FLORENTINO: ¡Sufrir y trabajar!
SIMOUN:
¿Sufrir? Fácil es decirlo cuando no se sufre, ¡cuando el trabajo se premia! Si
vuestro Dios exige al hombre tanto sacrificio, al hombre que apenas puede
contar con el presente y duda del mañana; si hubiese usted visto lo que los
miserables desgraciados sufriendo indecibles torturas por crímenes que no han
cometido, asesinados para tapar faltas e incapacidades, pobres padres de
familia, arrancados a su hogar para trabajar inútilmente en carreteras que se
descomponen cada mañana y que parece sólo se entretienen para hundir a las
familias en la miseria...¡Ah, sufrir, trabajar si es la voluntad de Dios! ¡Convenga usted a esos de que su asesinato es
su salvación, de que su trabajo es la prosperidad de su hogar! Sufrir...trabajar... ¿Qué Dios es ése?
P.
FLORENTINO: Un Dios justo, justísimo, señor Simoun. Un Dios que castiga nuestra
falta de fe, nuestros vicios, el poco aprecio que hacemos de la dignidad, de
las virtudes cívicas. Toleramos y nos hacemos cómplices del vicio, a veces
aplaudimos, justo es, justísimo que suframos sus consecuencias y las sufran
también nuestros hijos. Es el Dios de la libertad, señor Simoun, que nos obliga
a amarle haciendo que sea pesado el yugo, un Dios de misericordia, de equidad,
que al par que nos castiga nos mejora, y sólo concede el bienestar al que se ha
merecido por sus esfuerzos. La escuela del sufrimiento templa, la arena del
combate vigoriza las almas. Yo no quiero decir que nuestra libertad se
conquiste a filo de espada; la espada entra por muy poco ya en los destinos
modernos. Pero sí, la hemos de
conquistar mereciéndola, elevando la razón y la dignidad del individuo, amando
lo justo, lo bueno, lo grande hasta morir por él. Y cuando un pueblo llega a
esa altura, Dios suministra el arma y caen los ídolos, caen los tiranos como
castillo de naipes, ¡y brilla la libertad con la primera aurora! Nuestro mal lo
debemos a nosotros mismos; no echemos la culpa a nadie. Si España nos viese
menos complacientes con la tiranía, y más dispuestos a luchar y sufrir por
nuestros derechos, España sería la primera en darnos la libertad, porque cuando
el fruto de la concepción llega a su madurez, desgraciada la madre que lo
quiera ahogar. En tanto, mientras el pueblo filipino no tenga suficiente
energía para proclamar, alta la frente y desnudo el pecho, su derecho a la vida
social y garantirlo con su sacrificio, con su sangre misma; mientras veamos a
nuestros paisanos en la vida privada sentir vergüenzas dentro de sí, oír
rugiendo la voz de la conciencia que se rebela y protesta, y en la vida pública
callarse, hacer coro al que abusa para burlarse del abusado; mientras les
veamos encerrarse en su egoísmo y alabar con forzada sonrisa los actos más
inicuos, mendigando con los ojos una parte del botín, ¿a qué darles libertad? Con
España y sin España serían siempre los mismos, y acaso, ¡acaso peores! ¿A qué
la independencia si los esclavos de hoy serán los tiranos de mañana? ¡Y lo serán sin duda porque ama la tiranía
quien se someta a ella! Señor Simoun, mientras nuestro pueblo no esté
preparado, mientras vaya a la lucha engañado o empujado sin clara conciencia de
lo que ha de hacer, fracasarán las más sabias tentativas y más vale que fracasen
porque ¿a qué entregar al novio la esposa si no la ama bastante, si no está
dispuesta a morir por ella?
(SIMOUN
coge la mano de P. FLORENTINO. Silencio. Sólo se oye las olas del mar contra
las rocas.)
¿Dónde
está la juventud que ha de consagrar sus rosadas horas, sus ilusiones y entusiasmo
al bien de su patria? ¿Dónde está la que ha de verter generosa su sangre para
lavar tantas vergüenzas, tantos crímenes, tanta abominación? ¡Pura y sin mancha ha de ser la víctima para
que el holocausto sea aceptable!... ¿Dónde estáis, jóvenes, que habéis de
encarnar en vosotros el vigor de la vida que ha huido de nuestras venas, la
pureza de las ideas que se ha manchado en nuestros cerebros, y el fuego del
entusiasmo que se ha apagado en nuestros corazones? ... Os esperamos, oh
jóvenes, ¡venid que os esperamos!
Apáguense
las luces.
Escena
13
Pantalla:
“Ghent, 1891". Enciéndanse las
luces. Rizal está en una conferencia de prensa, y los reporteros, como los
paparazzi, lanzan preguntas a Rizal:
REPORTERO
1: Doctor Rizal, ¿cómo se siente usted con el gran éxito de su segunda novela?
RIZAL:
Me alegro de que esté internacionalmente leído.
REPORTERO
2: ¿Cree usted que habrá problemas con esta publicación?
RIZAL:
Ya estoy metido en agua caliente.
(Risas).
REPORTERO
3: ¿Es usted Simoun en esta novela?
RIZAL:
Algunas de mis ideas están expresadas por Simoun, y otras por Padre Florentino.
REPORTERO
4: ¿Trataba usted de simbolizar a María Clara como la nueva patria, Filipinas?
RIZAL:
Bueno, eso ya depende de la interpretación del lector.
REPORTERO
5: ¿Es María Clara una personificación de una persona real con quien se enamoró
usted durante su juventud en Filipinas?
RIZAL:
En cierto sentido, sí.
REPORTERO
5: ¿Por qué hace usted broma de los frailes en sus novelas?
RIZAL:
No hago broma de ellos. Es una técnica literaria, la sátira, o farsa, un
instrumento para reflejar algo semejante al esperpento de Valle Inclán, o las
sátiras de Quevedo y Cervantes, que también utilizo en mis novelas.
REPORTERO
6: Los frailes en Filipinas y los demás órdenes religiosos no lo querrán,
¿verdad?
RIZAL:
En mis novelas, no satirizo a todos las órdenes religiosas, ni la religión, ni
los frailes. Me educaron los jesuitas que también es una orden religiosa. El
jesuita, Padre Florentino, por ejemplo, tiene un papel importantísimo en la
novela, porque simboliza el buen educador de la juventud. Claro que hay algunos
curas españoles, en particular, los párrocos en las pequeñas parroquias lejos
de Manila que abusan sus poderes...se aprovechan de las mujeres en sus
parroquias con la lujuria, son avaros, hambrientos, etcétera y utilizan sus
poderes eclesiásticos para aventajarse de la gente, mis compatriotas. Éstos son
la meta de mis sátiras. Tengo que irme para otra cita. Muchas gracias.
(Mientras
las luces se van desvaneciendo, los paparazzi le persiguen a Rizal que hace
mutis todavía haciendo preguntas.
Durante el apagón, se oye el sonido de tambores junto con música sombría
reflejando la muerte venidera del mártir.)
Escena
14
Pantalla:
“Manila, Julio de 1892". Rizal está dirigiendo su discurso a los miembros
de la Liga Filipina.
RIZAL:
El paso que he dado es muy arriesgado, sin duda, y no necesito decir que lo he
meditado mucho. Sé que casi todos están opuestos, pero sé también que casi
ninguno sabe lo que pasa en mi corazón.
Yo no puedo vivir sabiendo que muchos sufren injustas persecuciones por
mi causa; yo no puedo vivir viendo a mis hermanos y a sus numerosas familias
perseguidos como criminales; prefiero arrastrar la muerte, y doy gustoso la
vida por librar a tantos inocentes de tan injusta persecución. Yo sé que, por ahora, el porvenir de mi
patria gravita en parte sobre mí; que, muerto yo, muchos triunfarían, y que,
por consiguiente, muchos anhelarán mi perdición. Pero, ¿qué hacer? Tengo mis deberes de conciencia ante todo,
tengo mis obligaciones con las familias que sufren, con mis ancianos padres,
cuyos suspiros me llegan al corazón; sé que yo solo, aun con mi muerte, puedo
hacerles felices, devolviéndoles a su patria y a la tranquilidad de su hogar. Yo
no tengo más que a mis padres; pero mi patria tiene muchos hijos aún que me
pueden sustituir y me sustituyen ya con ventaja. Quiero, además, hacer ver a
los que nos nieguen el patriotismo, que nosotros sabemos morir por nuestro
deber y por nuestras convicciones. ¿Qué importa la muerte, si se muere por lo
que se ama, por la patria, y por los seres que se adoran? (Aplausos, comentarios,
reacciones, etc.) Si yo supiera que era el único de apoyo de la política de
Filipinas, y si estuviese convencido de que mis paisanos iban a utilizar mis
servicios, acaso dudara de dar este paso; pero hay otros aún que me pueden
sustituir, que me sustituyen ya con ventaja; más todavía: hay quienes acaso me
hallan de sobra, y mis servicios no se han de utilizar, puesto que me reducen a
la inacción. (Comentarios, reacciones, etc.)
He amado siempre a mi pobre patria y estoy seguro de que la amaré hasta
el último momento, si acaso los hombres me son injustos; y mi porvenir, mi
vida, mis alegrías, todo lo he sacrificado por amor a ella. Sea cualquiera mi
suerte, moriré bendiciéndola y deseándole la aurora de su redención. (Aplausos,
comentarios, reacciones, etc.)
(ANDRÉS
BONIFACIO se acerca a Rizal.)
BONIFACIO:
Muy emocionante discurso, pero creo que ya ha llegado la hora de luchar con
armas.
RIZAL:
Tenemos que esperar un poco más y tratar de negociar en paz.
BONIFACIO
(impaciente): ¡Estoy harto ya de esperar! ¡Estuvimos esperando y sufriendo
mucho en esto últimos años!
RIZAL:
No podemos ganar la victoria a través de la violencia. Tenemos que educar a nuestros compatriotas y
obtener la libertad a través de las negociaciones pacíficas.
BONIFACIO:
Ya se está acabando nuestra paciencia. Lo ha hecho Ud. por medio de La
Solidaridad en España. ¿Pero qué pasó? ¡Nada! ¡Todos sus discursos y escritos
sobre reformas no tuvieron ningún resultado!
RIZAL:
No puedo dejar que derrames sangre. Hay que esperar, le suplico. Vamos a
trabajar juntos. Deme otra oportunidad.
(Silencio).
BONIFACIO:
Bueno. Voy a esperar. Pero sé que no pasará nada. Pero le tengo mucho respeto,
y le daré otra oportunidad, la última, de ver si tendrá éxito a través de la
paz. Pero si no tiene usted éxito esta vez, ¡la revolución es inevitable!
RIZAL:
Comprendo.
Apolinario Mabini ahora toma el entablado son
su discurso. Está sentado en una silla de ruedas. Es un paralítico:
MABINI:
Muchos hablan de libertad sin comprenderla; muchos creen que, en teniendo
libertad, ya se puede obrar sin freno, lo mismo para el bien que para el mal,
lo cual es un grandísimo error. La libertad es solo para el bien y jamás para
el mal; va siempre de acuerdo con la razón y la conciencia recta y honrada del
individuo. El ladrón cuando roba no es libre, pues que se deja arrastrar por el
mal, se hace esclavo de sus propias pasiones; y cuando lo encerramos, lo
castigamos precisamente porque no quiere emplear la verdadera libertad. La
libertad no quiere decir que no obedezcamos a nadie, pues precisamente no exige
que ajustemos nuestra conducta a la acción directora de la razón y reguladora
la justicia. La libertad dice que no obedezcamos a cualquiera persona; pero si,
manda que obedezcamos siempre a la que hemos puesto y reconocido como la más
apta para dirigirnos, pues de ese modo obedeceríamos a nuestra propia razón. Un
ejército que se desbanda, desobedeciendo a sus jefes, falta a la verdadera
libertad porque perturba el orden e infringe la disciplina, que la razón misma
ha impuesto; es decir, que varios hombres juntos no harían nada sin unidad de
movimiento ni de fin, si cada uno tirara por su lado.
(Aplausos. Gritos.
Conmoción. Los guardias civiles
entran y arrestan a Rizal, Mabini y a otros miembros. Bonifacio se escapa.)
Apagón.
Escena
15
Tambores.
Un tribunal militar. Rizal está levantado en frente de un juez militar, con
guardias civiles a ambos lados.
JUEZ:
Le encontramos al acusado culpable de organizar reuniones ilegales con miembros
del grupo subversivo, la Liga Filipina. Que sirva esto como una advertencia. El
tribunal le ordena que haga servicio comunitario en el pueblo de Dapitan, en la
provincia de Zamboanga, Mindanao, por un período indefinido. Llévese al
prisionero.
Las
luces se apagan. Tambores.
TELON
ACTO II
Escena
1
Cuando
se apagan las luces del auditorio, se oye una música nostálgica, un kundiman, y
se estrena en la pantalla: “Dapitan, 1892-96.”. Otras imágenes pastoriles
filipinas siguen proyectadas en la pantalla: una casita de nipa cerca del mar,
las montañas, y otras imágenes que reflejan el contenido de la poesía que es
leída con la voz de Rizal en altavoz fuera del escenario. Los sonidos podrían
ser una combinación del kundiman, las olas del mar, los gorjeos de los
pajaritos, y otros sonidos reflejando la paz y la tranquilidad del paisaje:
RIZAL:
(altavoz)
Su
techo es frágil nipa, su suelo débil caña,
sus
vigas y columnas maderas sin labrar:
nada
vale, por cierto, mi rústica cabaña;
más
duerme en el regazo de la eterna montaña,
y
la canta y la arrulla noche y día la mar.
Un
afluente arroyuelo, que de la selva umbría
desciende
entre peñascos, la baña con amor,
y
un chorro le regala por tosca cañería
que
en la callada noche es canto y melodía
y
néctar cristalino del día en el calor.
Si
el cielo está sereno, mansa corre la fuente,
su
cítara invisible tañendo sin cesar;
pero
vienen las lluvias, e impetuoso torrente
peñas
y abismos salta, ronco, espumante, hirviente,
y
se arroja rugiendo frenético hacia el mar.
Del
perro los ladridos, de las aves el trino,
del
kalaw la voz ronca solos se oyen allí;
no
hay hombre vanidoso ni importuno vecino
que
se imponga a mi mente, ni estorbe mi camino;
solo
tengo las selvas y el mar cerca de mí.
El
mar, ¡el mar es todo! Su masa soberana
los
átomos me trae de entes que lejos son;
me
alienta su sonrisa de límpida mañana,
y
cuando por la tarde mi fe resulta vana
encuentra
en sus tristezas un eco el corazón.
¡De
noche es un arcano!...Su diáfano elemento
se
cubre de millares y millares de luz;
la
brisa vaga fresca, reluce el firmamento,
las
olas en suspiros cuentan al manso viento
historias
que se pierden del tiempo en el capuz.
Diz
que cuentan del mundo la primera alborada,
del
sol el primer beso que su seno encendió,
cuando
miles de seres surgieron de la nada
y
el abismo poblaron y la cima encumbrada
y
do quiera su beso fecundante estampo.
Mas
cuando en noche obscura los vientos se enfurecen
y
las inquietas olas comienzan a agitar,
cruzan
el aire gritos que el ánimo estremecen,
coros,
voces que rezan, lamentos que parecen
exhalar
los que un tiempo se hundieron en el mar.
Entonces
repercuten los montes de la altura,
los
árboles se agitan de confín a confín;
aúllan
los ganados, retumba la espesura,
sus
espíritus dicen que van a la llanura
llamados
por los muertos a fúnebre festín.
Silba,
silba la noche, confusa aterradora;
verdes,
azules llamas en el mar vense arder;
mas
la calma renace con la próxima aurora
y
pronto una atrevida barquilla pescadora
las
fatigadas olas comienza a recorrer.
Así
pasan los días en mi oscuro retiro,
desterrado
del mundo donde un tiempo viví;
de
mi rara fortuna la Providencia admiro:
guijarro
abandonado que el musgo solo aspiro
¡para
ocultar a todos el don que tengo en mí!
Vivo
con los recuerdos de los que yo he amado
y
oigo de vez en cuando sus nombres pronunciar:
unos
están ya muertos, otros me han olvidado;
mas
¿que importa?...Yo vivo pensando en el pasado
y
lo pasado nadie me puede arrebatar.
El
es mi fiel amigo que nunca me desdora
que
siempre alienta el alma cuando triste la ve,
que
en mis noches de insomnio conmigo vela y ora
conmigo,
y en mi destierro y en mi cabaña mora,
y
cuando todos dudan sólo él me infunde fe.
Veo
brillar el cielo tan puro y refulgente
como
cuando forjaba mi primera ilusión;
el
mismo soplo siento besar mi mustia frente,
el
mismo que encendía mi entusiasmo ferviente
y
hacía hervir la sangre del joven corazón.
Yo
respiro la brisa que acaso haya pasado
por
los campos y ríos de mi pueblo natal;
acaso
me devuelva lo que antes le he confiado:
los
besos y suspiros de un ser idolatrado,
¡las
dulces confidencias de un amor virginal!
Al
ver la misma luna, cual antes argentada,
la
antigua hipocondría siento en mi renacer;
despiertan
mil recuerdos de amor y fe jurada...
un
patio, una azotea, la playa, una enramada,
silencios
y suspiros, rubores de placer...
Mariposa
sedienta de luz y de colores,
soñando
en otros cielos y en más vasto pensil,
dejé,
joven apenas, mi patria y mis amores,
y
errante por doquiera sin dudas, sin temores,
gaste
en tierras extrañas de mi vida el abril.
Y
después, cuando quise, golondrina cansada,
al
nido de mis padres y de mi amor volver,
rugió
fiera de pronto violenta turbonada:
vense
rotas mis alas, deshecha la morada,
la
fe vendida a otros y ruinas por doquier.
Lanzado
a una pena de la patria que adoro,
el
porvenir destruido, sin hogar, sin salud,
venís
a mi de nuevo, sueños de rosa y oro,
de
toda mi existencia el único tesoro,
creencias
de una sana, sincera juventud.
Ya
no sois como antes, llenas de fuego y vida
brindando
mil coronas a la inmortalidad;
algo
serías os hallo; mas vuestra faz querida
si
ya no es tan risueña, si está descolorida
en
cambio lleva el sello de la fidelidad.
Me
ofrecéis; ¡oh ilusiones! La copa del consuelo,
y
mis jóvenes años a despertar venís:
gracias
a ti, tormenta; gracias, vientos del cielo,
que
a buena hora supisteis cortar mi incierto vuelo,
para
abatirme al suelo de mi natal país.
Cabe
anchurosa playa de fina y suave arena
y
al pie de una montaña cubierta de verdor,
plante
mi choza humilde bajo arboleda amena,
buscando
de los bosques en la quietud serena
reposo
a mi cerebro, silencio a mi dolor.
Escena
2
Cuando
se encienden las luces, vemos a Rizal curando a algunos pacientes en su clínica en Dapitan... Entra una señora de
edad acompañada por una más joven, JOSEPHINE BRACKEN.
SEÑORA:
Tiene usted una reputación mundial como entomólogo, Dr. Rizal. Conocí a esta joven en Hong Kong y me habló
de usted. Fuimos a Manila, pero nos dijeron que usted se había mudado a Dapitan.
RIZAL:
Me alegro que ustedes me hayan encontrado. (Mira a Josephine).
SEÑORA
(sonriendo): Perdón, esta joven es Josephine Bracken.
RIZAL
(besando su mano): Encantado en conocerla.
JOSEPHINE
(sonriendo): Es un gran placer conocerle, doctor.
RIZAL:
¿Cuánto tiempo van a estar en Dapitan?
SEÑORA:
Pues, hasta que termine la consulta con usted... El próximo barco para Manila
sale en dos días.
RIZAL:
(Mirándola a Josephine con mucha intensidad) Si quieren estar más tiempo para
conocer el lugar, para bañar en las playas, pues, pueden quedarse conmigo.
Tengo una casa cerca de la playa, y al lado, hay una selva montañosa donde
pueden ustedes explorar la flora y la fauna de Dapitan.
SEÑORA:
Es usted muy amable, doctor pero... ¿no es ninguna inconveniencia para usted?
RIZAL:
¡Claro que no! Al contrario, será un gran placer.
SEÑORA:
Bueno, si usted insiste (mirándola a Josephine otra vez, con una sonrisa)...
¿Josephine?
JOSEPHINE:
Me parece estupendo. Me gustaría explorar el paisaje. Me encanta la naturaleza,
y encuentro la flora y la fauna aquí muy fascinante.
RIZAL:
¡Perfecto! Me alegro. Señorita Bracken,
perdone un momento. Señora, pase por favor.
(Le
acompaña a la Señora adentro para la consulta, mientras Josephine se queda sola
en la escena. Las luces cambian de colores para dar la impresión de que la
escena está ahora en la selva de Dapitan. Se oyen las chiripas de los pájaros y
las olas del mar.)
Escena
3
JOSEPHINE:
(mirando arriba) ¡La flora y la fauna aquí son verdaderamente fascinantes! (Unos momentos de silencio y después se oye
un sonido ronco de un pájaro. Ella se asusta.)
¿Qué pájaro es eso? (Apuntando hacia arriba).
RIZAL
(riendo): Ese pájaro se llama kalaw.
(Rizal
le mira con cariño a la expresión inocente de Josephine.)
JOSEPHINE:
¡Qué maravilloso! Me gustaría quedarme más tiempo pero mi compaera
tiene que volver a Inglaterra, y tenemos que ir a Hong Kong para coger el
barco. Necesito acompañarla.
RIZAL:
¡Qué triste!
JOSEPHINE:
¿Y por qué dice usted eso?
RIZAL:
Le echaré de menos. Su presencia aquí me quitó muchos momentos de la soledad.
¿Volverá usted?
JOSEPHINE:
No lo sé. Le escribiré.
RIZAL:
(Tomando la mano de Josephine) Gracias. Espero
verle otra vez.
(Josephine
hace mutis. Rizal se queda solo y se oye su voz en altavoz mientras mira en la
distancia:)
RIZAL:
Josefina, Josefina,
Que
a estas playas has venido
Buscando
un hogar, un nido,
Como
errante golondrina;
Si
tu suerte te encamina a Shanghai, China o Japón
No
te olvides que en estas playas
Late
por ti un corazón.
(Las
luces se apagan)
Escena
4
Pantalla:
“Dapitan, 1893". Cuando se encienden las luces, Rizal está en una escuela rodeado por algunos
niños y sus padres, españoles y filipinos, casi todos españoles casados con
filipinas.
PADRE
1: Esto es un esfuerzo noble que hace usted, doctor.
RIZAL:
Tenemos que educar a los niños porque serán los líderes en el futuro.
MADRE
1: Me alegro que haya alguien como usted aquí en Dapitan. Usted ha iluminado la
oscuridad de esta parte de Filipinas.
RIZAL:
Me gusta Dapitan. Con mi profesión de doctor, y ahora, como maestro, me deja
ocupadísimo.
PADRE
2: Enhorabuena y muchísimas gracias por su ayuda.
(Una
maestra viene a recoger a los niños, y empiezan a cantar una canción, quizás
una canción chabacana, o la canción popular y graciosa, “No te vayas a
Zamboanga”. Las luces se van disminuyendo.)
Escena
5
Pantalla:
“Dapitan, 1895". RIZAL está escribiendo en su escritorio en su casa en
Dapitan. Entra JOSEPHINE BRACKEN. Rizal está muy sorprendido. Se levanta. Hay
unos momentos de silencio mientras se miran.
JOSEPHINE:
He vuelto.
RIZAL:
Espero para siempre.
JOSEPHINE:
Sí, ¡para siempre!
(RIZAL
le abraza y le besa a JOSEPHINE. Las luces se disminuyen mientras se están
besando.)
Escena
6
(Cuando
vuelven las luces, JOSEPHINE está sola leyendo una carta. Entra RIZAL.)
RIZAL:
¿Qué tal, amor? ¿Todo va bien?
JOSEPHINE:
Tengo que marcharme, Pepe.
RIZAL:
¿Pero por qué? ¿No te sientes feliz
aquí?
JOSEPHINE:
Claro que sí. Estoy muy feliz aquí contigo. Pero...es mi familia. Tengo que volver a Irlanda.
RIZAL
(triste): ¿Me vas a dejar?
JOSEPHINE:
Quiero visitar a mis padres. Hace casi un año que no les he visto. Les echo de menos. Te quiero, Pepe. No te preocupes. Volveré.
RIZAL
(sonriendo pero con mucha tristeza en su voz): Josefina, Josefina,
Que
a estas playas has venido
Buscando
un hogar, un nido,
Como
errante golondrina;....
JOSEPHINE
(abrazándole a Rizal): ¡Qué poesía tan bonita que escribiste para mí! ¡Nunca te
olvidaré!...
RIZAL
(concluyendo su poesía): No te olvides que en estas playas
Late
por ti un corazón.
(Las
luces se apagan mientras se abrazan.)
Escena
7
Cuando
vuelven las luces, Rizal está en su escritorio leyendo. Se oye la voz de
Bonifacio fuera del escenario.
VOZ
DE BONIFACIO: ¡Dr. Rizal!
RIZAL:
¿Quién es?
VOZ
DE BONIFACIO: Andrés Bonifacio.
RIZAL:
¡Entre!
(Bonifacio
entra con dos katipuneros descalzos, en camisas rojas, con bolos atados en sus
cinturas.)
BONIFACIO
(impulsivo): Ha llegado la hora, doctor. Estamos hartos de esperar. Ya es hora
de tomar armas.
RIZAL:
¿Armas? ¿Vuestros bolos? ¿Cómo podéis luchar con machetes contra las
armas y municiones de los españoles? Ten paciencia. ¡Hay que prepararse bien!
BONIFACIO:
Estuvimos preparando, y decidimos atacar a los españoles en Balintawak, y de
ahí, mover hacia Malacañang.
RIZAL:
No estoy de acuerdo con su plan. Vais a perder.
BONIFACIO:
Necesitamos su liderato.
RIZAL:
Ya os dije en muchas ocasiones que no me gusta la revolución violenta. He
creído siempre en la revolución pacífica. Hemos hablado de esto hace cuatro
años.
BONIFACIO:
Ya le di a usted mucho tiempo para pensarlo bien. Mire lo que le hicieron a
usted: un exiliado en un lugar remoto sin ningún contacto con la civilización.
Y le convirtieron en un humilde maestro. ¿Qué ha pasado con el fuego que nos
inspiraba usted hace cuatro años? Usted era nuestra inspiración, y ahora, nos
abandona. Nuestra patria se está decayendo, y ¡ya ha llegado el momento de la
insurgencia!
RIZAL:
Siento mucho, Andrés. Me marcho el junio para Cuba. He aceptado un puesto de
médico allá.
BONIFACIO
(regañado): Pero, ¿qué le pasa a usted? Ahora que le necesitamos con urgencia,
¿y se marcha? ¿Qué ha pasado con su patriotismo?
RIZAL:
Nunca comprenderá usted mi modo de ver las cosas.
BONIFACIO:
¿Y usted se considera un patriota, dando la espalda a su patria?
RIZAL:
Amo a mi patria, Andrés, más de lo que crea usted. Más tarde, comprenderá usted
el por qué estoy haciendo lo que considera usted la falta del patriotismo.
BONIFACIO:
Más tarde, dice usted, ¡cuando ya es muy tarde!
(Bonifacio
sale regañado y frustrado. Apagón inmediato. Tambores violentos durante el
apagón.)
Escena
8
Pantalla:
“Julio 1896". Rizal levantado en la cubierta de un buque. Altavoz: su poesía Canto del viajero. En el
fondo, sonidos del mar:
“Hoja
seca que vuela indecisa
Y
arrebata violento turbión,
Así
vive en la tierra el viajero
Sin
norte, sin alma, sin patria ni amor.
Busca
ansiosa doquiera la dicha,
Y
la dicha se aleja fugaz:
¡Vana
sombra que burla su anhelo!
¡Por
ella el viajero se lanza a la mar!
Impelido
por mano invisible
Vagará
de confín en confín;
Los
recuerdos le harán compañía
De
seres queridos, de un día feliz.
Una
tumba quizá en el desierto
Hallará,
dulce asilo de paz:
De
su patria y del mundo olvidado...
¡Descanse
tranquilo, tras tanto penar!
Y
le envidian al triste viajero,
Cuando
cruza la tierra veloz...
¡Ay!
No saben que dentro del alma
Existe
un vacío do falta el amor!
Volverá
el peregrino a su patria,
Y
a sus lares tal vez volverá
Y
hallará por doquier nieve y ruina,
Amores
perdidos, sepulcros, no más.
Ve,
viajero, prosigue tu senda,
Extranjero
en tu propio país;
Deja
a otros que canten amores,
Los
otros que gocen; tú, vuelve a partir.
Ve,
viajero, no vuelvas el rostro,
Que
no hay llanto que siga al adiós;
Ve
viajero, y ahoga tus penas;
Que
el mundo se burla de ajeno dolor.
Escena
9
Pantalla:
“Balintawak, Agosto, 1896". Entra Bonifacio y los katipuneros con el
histórico “Grito de Balintawak”. Llevan banderas rojas con las letras
“KKK” y machetes, y la escena acaba en
un” tableau”. Se oyen gritos de guerra, cañones, tambores, y disparos. Apagón.
Escena
9
(Cuando
vuelven las luces, foco al Gobernador General Blanco que está levantado en la
parte izquierda del escenario:)
BLANCO:
Los actos de rebelión realizados en estos días por algunos grupos de gente
armada en diferentes puntos del territorio de esta provincia, turbando
gravemente la tranquilidad pública, exigen la más severa y ejemplar represión
para ahogar en su germen tan criminal como descabellada intentona. En su
consecuencia y en uso de las facultades de que estoy revestido, vengo en
ordenar lo siguiente:
(Leyendo)
Artículo 1. Desde la publicación del presente
bando queda declarado en estado de guerra el territorio que comprende las
provincias de Manila, Bulacán, Pampanga, Nueva Ecija, Tarlac, la Laguna, Cavite
y Batangas.
Art.
2. En virtud de esta declaración serán sometidos a la jurisdicción de guerra
cualquier persona acusada de los delitos que afectan al orden público; los de
traición, los que comprometan la paz e independencia del Estado o contra la
forma de gobierno; los de atentado y desacato a las autoridades y sus agentes y
los delitos comunes que se realicen con ocasión
de la rebelión o sedición,
Art.
3. Serán juzgados en juicio sumarísimo por el Consejo de Guerra correspondiente
los reos de flagrante rebelión, y demás definidos en el artículo anterior y los
previstos en el Código de Justicia Militar.
Art.
4. Asimismo se declaran sometidos al
juicio sumarísimo a todos los reos jefes de sedición o rebelión siempre que
sean sorprendidos in flagrante.
Art.
5. Los que se encuentren o hubiesen estado en el sitio del combate y los que
sean aprehendidos huyendo u ocultos después de haber estado con los rebeldes,
serán tratados como presuntos reos de los delitos que se mencionan en el
artículo que precede.
Art.
6. Serán tribunales competentes para
conocer en juicio de las causas que se formen por todos los delitos enunciados
los Consejos de Guerra que establece en las casas respectivas el Código de
Justicia Militar.
Art.
7. Los rebeldes que se presenten a las
autoridades antes de las 48 horas después de la publicación de este bando,
quedarán exentos de la pena de rebelión, excepto los jefes de los grupos
sediciosos y los reincidentes en estos delitos. Los jefes a que se hace
referencia serán indultados de la pena que les corresponda si se rinden en el
plazo fijado, sufriendo la inmediatamente inferior en su grado mínimo o medio.
Art.
8. Los meros ejecutores de la rebelión que se sometan en el plazo expresado sin
haber realizado actos de violencia, así como los que hallándose comprometidos a
llevarla a cabo la denuncien a tiempo de evitar sus consecuencias, quedarán
exentos de toda pena.
Art.
9. Todo grupo sospechoso que se forme
será disuelto a todo trance con la fuerza pública prendiendo a los que no se
entreguen y poniéndolos a disposición de Autoridad militar.
Art.
10. Las autoridades gubernativas y
judiciales del orden civil continuarán funcionando en todos los asuntos propios
de sus atribuciones, que no se refieran al orden público, limitándose en cuanto
a éste a las facultades la militar les deje expeditas o les delegase, debiendo
en uno y otro caso darle directamente los partes y noticias que lleguen a su
conocimiento.
Manila,
30 de agosto de 1896
(Se
apagan las luces en esta parte del escenario. Tambores durante el apagón.)
Escena
10
(Se
encienden las luces en la parte derecha
del escenario donde se enfoca una luz rojiza a Aguinaldo:)
AGUINALDO
(en su balcón de su casa en Kawit, Cavite): Filipinas presencia hoy un hecho
sin ejemplo en su historia: la conquista de su libertad y de su independencia,
el más noble y elevado de sus derechos; le infunde un heroísmo que le colocará
a la altura de las naciones civilizadas. Sabemos que el progreso sólido de un
pueblo tiene por base su independencia y libertad; luego este derecho es el
sentimiento más noble y sublime que debe abrigar el ciudadano, ante el cual no
debe escuchar los temores que infunden nuestros intereses y nuestras familias,
ni ahorrar el derramiento de sangre para poder romper la cadena de esclavitud
que hemos arrastrado durante trescientos aos
de tiranía y abusos. Como ejemplo de esta verdad, de que la revolución está
revestida de justicia y derecho, lo vemos en todas las naciones civilizadas,
pues ninguna de éstas permitirá un hecho que constituya el más ligero atentado
de una pulgada de su territorio, sin que la última gota de sangre se derramase
de su integridad nacional.
(Gritos
y aplausos.)
¡Ciudadanos
filipinos! No seamos un pueblo salvaje; procuremos imitar el ejemplo de las
naciones civilizadas europeas y americanas; ahora es la ocasión de derramar por
última ve nuestra sangre para conquistar nuestra querida libertad.
(Gritos
y aplausos.)
Los
españoles, conquistadores de esta tierra querida, nos acusan de ingratitud y
dicen que después de habernos abierto los ojos deseamos pagarles este favor
sacudiendo su yugo; he aquí un argumento falso para engañarnos. Pues la civilización introducida por España
en el periodo de tres siglos en estas tierras es superficial y engañadora en el
fondo procurando mantener la ignorancia en las masas, destruyendo o apagando el
foco de la verdadera luz que nace lentamente del seno de un puñado de filipinos
que, sin más falta que su ilustración, son víctimas de persecuciones del
Gobierno. Resultado de esto son los destierros, deportaciones y otras tiranías
que venían efectuándose de algunos años a esta parte. Pues bien: no está recompensado con
exageración este adelanto tan grande que hemos adquirido durante trescientos
años con lo que España ha aprovechado de nuestra sangre y sudores, quien no
satisfecha de una explotación vergonzosa nos escupe la cara llamándonos
carabaos, perezosos, monos y todo género de epítetos indignos. ¡Pueblo
filipino! Ha llegado la hora de derramar nuestra sangre por la conquista de un
derecho: la libertad. Agrupémonos
alrededor de la Bandera de la revolución, cuyos títulos son ¡¡¡Libertad,
Igualdad y Fraternidad!!!
(Aplausos.
Gritos: “¡Libertad!, ¡Fraternidad!, ¡Igualdad!”. Las luces van disminuyendo
mientras Aguinaldo se reúne con miembros de su gabinete en la parte central del
escenario:)
AGUINALDO:
Un comité central revolucionario, compuesto de seis miembros, se encargará de
la continuación de la guerra, organizará un ejército de treinta mil hombres,
con fusiles y cañones para la defensa de los pueblos y provincias que se
adhieren al nuevo Gobierno Republicano destinado a establecer el orden a medida
que la revolución continúe a propagarse a todas las islas filipinas. La forma
de gobierno será semejante a la de Estados Unidos de América, basada
esencialmente en los principios más estrictos de Libertad, Fraternidad e
Igualdad. Cada pueblo elegirá por votación un Comité Municipal, compuesto de un
Presidente, un Vicepresidente, un Tesorero y un Secretario, un Juez y dos
Vocales que entenderán del Gobierno y Administración de Justicia, y estos
Comités serán completamente independientes del Comité Central, pero estará
obligado de proveerle un contingente de hombres, víveres y una contribución de
guerra para el sostenimiento del ejército. Cada Comité Municipal nombrará un Delegado
ante el Comité Central. El cuerpo de delegados formará un congreso en unión del
presidente y miembros del comité central, que deliberará sobre el envío de
contingentes de tropas, víveres y contribución de guerra. El ejército
revolucionario se compondrá de tres cuerpos de diez mil hombres al mando de
tres generales y un General en Jefe. El
Comité Central compondrá de un Presidente, Vicepresidente, y como miembros, el
General en Jefe, un Tesorero, un Intendente, un Auditor y un Secretario. Cada
Comité Municipal, inmediatamente que esté organizado, nombrará un Capitán para
formar un Cuerpo de Guardia Ciudadano en el que todos los ciudadanos estarán
obligados a inscribirse Dicho Cuerpo, en unión de la guardia que el General en
Jefe señale, formará la salvaguardia del pueblo. En nombre del Comité
revolucionario tengo el honor de suplicarle a ustedes se sirva propagar por los
medios que ustedes crean convenientes el presente manifiesto, como un servicio
que pedimos de ustedes, ¡por la libertad de nuestra querida patria!
(Aplausos. Gritos. “¡Libertad!, ¡Fraternidad!, ¡Igualdad!”)
APAGÓN.
TAMBORES.
Escena
11
En
las diferentes áreas del escenario, se dramatiza la revolución armada de
Aguinaldo contra España. Escenas múltiples de encuentros...soldados españoles
batallando contra los revolucionarios filipinos. Se muestran victorias y
derrotas por ambos lados, españoles y filipinos.
Sonidos y gritos de guerra.
Escena
12
Pantalla:
“Barcelona, 3 de octubre 1896". Los actores miman las siguientes escenas
mientras se oye el sonido de tambores: El buque llega a Barcelona y las
autoridades con los guardias civiles, detienen a Rizal y le llevan a una cárcel. Breve apagón.
Los guardias civiles retornan para recoger a Rizal y le llevan como
prisionero en un buque rumbo a Manila.
Escena
13
Pantalla:
“Manila, 3 de noviembre 1896". Con el sonido de tambores, los actores
miman lo siguiente: Rizal, encadenado y acompañado por soldados, llega a Manila
y desde el buque que está en el nivel alto del escenario, llevado a la cárcel
del Fuerte Santiago, en la parte baja.
Escena
14
Un
tribunal de 6 jueces entra. Dos de ellos son frailes. Los otros cuatro,
incluyendo el juez principal, son
militares.
FUNCIONARIO
DEL TRIBUNAL: ¡Levántense todos!
(Los
jueces toman sus lugares y se sientan.
El público se sienta después.)
JUEZ
PRINCIPAL: ¿El acusado? (Rizal y su abogado se levantan.) José Rizal Alonso,
este tribunal le acusa del crimen de
sedición. ¿Cómo aboga usted?
RIZAL:
Inocente, su Señoría.
JUEZ
PRINCIPAL: (a los abogados) Pueden comenzar.
FISCAL:
(dirigiéndose al tribunal) Sus señorías. Tenemos ante ustedes un hombre
culpable de sedición. Él ha incitado la rebelión del agosto de 1896, inspirando
a sus compatriotas a través de sus novelas rebeldes, Noli me tangere y El
Filibusterismo. Déjeme poner estas dos novelas como Pruebas A y B. (Pasa las
dos novelas al Funcionario del Tribunal). Mientras estuvo en España, pare pedir
reformas, él ha incitado a sus compatriotas allí, Marcelo de Pilar, Graciano
López Jaena y otros, hacia actividades rebeldes, utilizando tales publicaciones
como La Solidaridad, una publicación anti-española y sediciosa, denunciando a
los frailes de esta tierra y haciendo broma al gobierno de España en las Islas
Filipinas. Ponemos como Prueba C una copia de La Solidaridad, donde el autor ha
publicado un artículo denunciando a los frailes de las islas. Cuando él volvió
a las Filipinas, a pesar de su exilio a Dapitan, él continuó influenciando a
los rebeldes tales como el katipunero supremo, Andrés Bonifacio, con una
organización subversiva que él formó, La Liga Filipina, que llevó a cabo la
insurrección de Bonifacio hace cuatro meses. Sus señorías: El caso es obvio. El
acusado es obviamente un asesino de las políticas del estado, así como un
propagandista anti-fraile. Sus actividades son evidentemente sediciosas, y el
único castigo para sus actos de traición
es la ejecución pública. Gracias. (Se sienta)
(Reacciones
positivas y negativas del público.)
JUEZ
I: Abogado para la defensa.
ABOGADO
DEFENSOR: Sus señorías: El Dr. Rizal ha dedicado su vida a realzar una mejor
manera de vida para sus paisanos. Sus novelas, las actividades con La Solidaridad, y otros escritos fueron
utilizados para despertar a España de los abusos de las autoridades españolas,
en particular, los abusos de los frailes, aquí en el archipiélago. (Reacción de
los frailes jueces.) Rizal ama a España, sin duda; él no está de ninguna manera
anti-española. Sus escritos de anti-fraile fueron dirigidos solamente a un
puñado de frailes que habían abusado a sus paisanos, y que se habían
aprovechado de sus puestos para explotar a las mujeres filipinas y la
ignorancia de las masas filipinas. Su amor para España y la religión católica
se expresa en las palabras de Ibarra en su novela Noli me tangere, cuando le
contesta al filósofo Tasio de lo siguiente:
“Con todo, no puedo creer en ese poder que Ud.
dice y aún suponiéndolo, admitiéndolo, tendría todavía a mi lado al pueblo
sensato, al Gobierno que está animado de muy buenos propósitos, lleva grandes
miras y quiere francamente el bien de Filipinas. ... contentémonos con ver que
nuestro pueblo no se queja, ni sufre como el pueblo de otros países, y eso es gracias
a la Religión y a la benignidad de los gobernantes… ¡Dios, el Gobierno y la
Religión no permitirían que llegue ese día! Filipinas es religiosa y ama a
España; Filipinas sabrá cuánto por ella hace la nación. Hay abusos sí, hay
defectos, no lo he de negar, pero España trabaja para introducir reformas que
los corrijan, madura proyectos, no es egoísta…”
Sus señorías, ¿no es esto un intento sincero
del Dr. Rizal de simplemente pedir a España unas reformas de los abusos
cometidos aquí? ¿Es esto traición o sedición? Gracias. (Se sienta. Reacciones del público.)
JUEZ 2: ¡Orden! ¡Orden! (El público se pone
quieto.)Es casi a las doce de l mediodía. Continuemos mañana, a las diez de la
mañana.
FUNCIONARIO
DEL TRIBUNAL: ¡Levántense todos!
(Los
jueces hacen mutis. Las luces van desvaneciendo. Murmullos, comentarios, etc.
del público mientras las luces van disminuyendo.)
Escena
15
La
escena es igual que la escena anterior. Todos se levantan cuando entran los
jueces. Se sientan y el público se sienta después.
JUEZ
2: Señor Fiscal, usted puede llamar a
sus testigos.
FISCAL:
Tengo solamente un testigo, su señoría. ¡José Rizal Alonso!
Rizal
se acerca al Tribunal.
FUNCIONARIO:
(con la biblia en su mano) ¿Usted jura solemnemente para decir la verdad, la
verdad entera, y nada más que la verdad?
RIZAL
(con una mano en la biblia, y la otra levantada): Sí, lo juro.
FISCAL:
Su nombre y ocupación.
RIZAL:
Dr. José Rizal y Alonso, doctor de
medicina.
FISCAL:
Dr. Rizal, ¿es usted el autor de estas dos novelas, Noli me tangere y El
Filibusterismo? (Demuestra ambas novelas.)
RIZAL:
Sí, señor.
FISCAL:
¿Cómo traduciría usted “Noli me tangere?”
RIZAL:
No me toques.
FISCAL:
¿Por qué llamó usted su novela así?
RIZAL:
Me refería a cierto grupo de personas que era considerado “los intocables.”
FISCAL: ¿Los intocables? ¿Por qué?
RIZAL:
Porque cualquier cosa que hicieron, la ley no podría tocarlos.
FISCAL:
¿Y quiénes son estos intocables?
RIZAL:
Algunos miembros de una orden religiosa en las Filipinas.
(Reacciones,
conmoción, murmullos del público. El juez principal dice “Orden en la corte!”
Los dos Jueces Frailes susurran el uno al otro, y se vuelven pálidos.)
FISCAL: En su segunda novela, “El
filibusterismo,” ¿Por qué lo titula usted así? Suena subversivo.
RIZAL:
Significa precisamente eso. (Conmoción. Algunos mueven sus cabezas como decir que Rizal se estaba suicidando.)
FISCAL:
Así pues, usted admite ser sedicioso.
RIZAL:
La novela es ficción. Estoy refiriendo a una situación ficticia del tema de la
subversión.
FISCAL:
Se disfraza como ficción. ¡En mi opinión, usted está reflejando a unas personas
verdaderas, incluyendo a usted como traidor y subversivo!
RIZAL:
Ésa es sólo su opinión, señor.
FISCAL:
Es mi opinión y la opinión de la mayoría, Dr. Rizal. Usted se está condenando a
sí mismo con sus escritos. (Al abogado defensor) Su testigo.
ABOGADO
DEFENSOR: No tengo preguntas.
JUEZ
PRINCIPAL: Si no hay preguntas de este testigo, aplazaremos la sesión para
mañana. (A Rizal) Usted puede volver a
su asiento. (Rizal vuelve a su lugar.) Los jueces en este tribunal tendrán la
ocasión de interrogar al Dr. Rizal. La corte se aplaza hasta a las diez mañana
por la mañana.
Apagón.
Tambores.
Escena
16
La
escena se abre como la escena anterior. Cada uno en su lugar.
PRINCIPAL
JUEZ: (al Fiscal y al abogado de la defensa): ¿Están ustedes listos para sus
sumarios?
AMBOS
ABOGADOS: Sí, su Señoría.
JUEZ
PRINCIPAL: Pero antes, los miembros del tribunal quisieran hacer algunas
preguntas al Dr. Rizal. Dr. Rizal, usted todavía está bajo juramento.
(Rizal
se levanta y se sienta en el asiento de testigo.)
JUEZ
FRAILE 1: Dr. Rizal, en sus novelas, particularmente Noli me tangere, usted
refiere a dos frailes, el padre Dámaso y el padre Salvi. ¿Basaba usted estos
dos caracteres en verdaderos miembros de una orden religiosa?
RIZAL:
Sí, su Señoría.
JUEZ
FRAILE 2: ¿Quién eran ellos?
RIZAL:
No eran dos frailes en particular, sino algunos frailes que me había encontrado
como estudiante en Filipinas. Compuse estos dos caracteres basados en un número
de miembros de diversas órdenes religiosas con las cuales tenía la oportunidad
de conocer.
JUEZ FRAILE 2: Usted los describe en absoluta
negatividad en sus novelas. ¡Usted se ríe de los frailes que son representantes
de Dios que fueron enviados por el Todopoderoso aquí para salvar la humanidad
del diablo! Déjeme leer un paso de su novela Noli me tangere, capítulo once,
incluso el título y el subtítulo es subversivo: Nos llama usted “los
soberanos”, y como subtítulo de este capítulo, “dividíos e imperad”. (Murmullos
del público.) Y describe usted a Padre Salvi de esta manera: “...el P. Salví
era muy asiduo en cumplir con sus deberes,..., demasiado asiduo. Mientras
predicaba –era muy amigo de predicar– se cerraban las puertas de la iglesia...
en esto se parecía a Nerón que no dejaba salir a nadie mientras cantaba en el
teatro... (Risas del público.)
JUEZ
PRINCIPAL: (Golpeando la mesa) ¡Orden, orden!
JUEZ
FRAILE 1: Y cuando describe a padre Dámaso, dice usted: “...todo lo arreglaba a
puñetazos y bastonazos, que daba riendo y con la mejor buena voluntad. Por esto
no se le podía querer mal; estaba convencido de que sólo a palos se le trata al
indio...” Y con sarcasmo sigue usted diciendo: “...pero aquel lo hacía para el
bien y éste para el mal de las almas.” (Risitas del público.) Y compara Ud. a P. Salvi y P. Dámaso con
esto: “Toda falta de sus subordinados [P. Salvi] solía castigar con multas,
pues pegaba muy raras veces; en lo que se diferenciaba…mucho del P. Dámaso...”
(Murmullos
del público, algunos comentando y riendo.)
JUEZ
PRINCIPAL: (golpeando la mesa) ¡Orden, orden!
JUEZ
FRAILE 2: ¡Esto es un asalto contra los sirvientes de Dios!
JUEZ
FRAILE 1: No tengo nada más que decir. Esta novela es un insulto grave y un
pecado mortal contra la moralidad y los mandamientos de Dios. He dicho.
(Murmullos,
risas, etc.)
JUEZ
PRINCIPAL: ¡Orden, orden! (El público se queda quieto.) Sumarios.
FISCAL (con mucha confianza): Señorías: No hay
realmente nada más que agregar. Ustedes mismos han interrogado al testigo y de
su propia boca, él confiesa ser un subversivo, y en sus propias palabras, dijo
que estas verdades fueron escritas “en el modo de la ficción”. ¿Qué es esto de
ficción? Él mismo admite que sus
caracteres están basados en personas verdaderas. ¿Qué más da, sus señorías,
sino condenar a este hombre a la muerte lo más pronto posible antes que cause más problemas en estas islas!
(Se
sienta.)
ABOGADO
DE LA DEFENSA: (Se levanta y va hacia los jueces) Déjeme reiterar, señorías, mis
declaraciones al comenzar este proceso. El Dr. José Rizal no es culpable de
traición. Al contrario, este hombre es un patriota. Lo que ha hecho es abrir
los ojos de la gente a los abusos
cometidos en estas islas. Él debiera ser elogiado por su acción, y no
condenado. Él ha hecho enterar del cáncer que está corroyendo a nuestra
sociedad debido a la licencia y la inmoralidad de estos supuestos servidores de
Dios que, en vez de elevar a la gente filipina a los niveles del espiritualismo
verdadero, hacían lo contrario, sofocando a la gente con abusos físicos, y
explotándoles para satisfacer su avaricia y lujuria. Rizal hizo solamente lo
que era su deber: ¡ser un verdadero patriota! (El público aplaude).
JUEZ
PRINCIPAL: ¡Orden, orden!
(Cuando
el ruido se disminuye, el Juez, después de consultar con sus colegas del
Tribunal, continúa:)
Después
de oír a ambos abogados, los miembros del tribunal haremos nuestras
deliberaciones y nos encontraremos mañana para dar nuestro veredicto. El
Tribunal se aplaza hasta a las 10 mañana.
Apagón. Tambores.
Escena
17
Pantalla: “29 de diciembre de 1896". La
misma escena que arriba. Un Tribunal de Justicia dentro de la fortaleza
Santiago en Intramuros. El tribunal de jueces entra acompañados por guardias
civiles y el sonido de tambores.
FUNCIONARIO
DEL TRIBUNAL: ¡Levántense todos!
Todos
se levantan y los jueces toman sus lugares. Se sientan y todos se sientan
después.
JUEZ
PRINCIPAL: ¡Levántese el acusado! (Rizal y su abogado se levantan.)
JUEZ
PRINCIPAL: Dr. Rizal Alonso, el tribunal le encuentra culpable de traición.
(Murmullos.
La familia de Rizal reaccionando con “No, no, no puede ser”, algunos llorando y
protestando.) ¡Orden, orden! (Cuando se disminuyen los ruidos, continúa:) Antes
de que se dicte el veredicto, ¿tiene usted algo que decir?
RIZAL:
(Se levanta.) Sí, su Señoría. (Silencio) Cuando estaba al exterior, mis
paisanos me aconsejaron que no vuelva, y que fuera mejor que permanezca en
exilio porque seguramente, la muerte era inevitable. Incluso antes de que usted
dictara su veredicto, sabía ya que la sentencia de muerte era el veredicto para
la traición. Pero estoy listo a morir por mi patria. Mi muerte servirá como un
pequeño paso hacia el nacimiento de mi país. Muerte, porque en morir, mis
paisanos serán liberados de esta esclavitud, esta esclavitud que nos ha
dominado por cuatro siglos. Amo a España, pero algunos españoles que vinieron a gobernar mi país no respetaron
las leyes de la humanidad. Vinieron en el nombre del barbarismo, y no de la
civilización. Vinieron a violar y pillar la cultura que era una vez prístina.
Que sea mi martirio como el martirio de los padres Burgos, Gómez y Zamora en
1872 a quiénes está dedicada mi segunda novel El Filibusterismo. ¡Que mi muerte
sea una pequeña chispa que encienda el fuego del patriotismo a mis compatriotas
que tomarán mi lugar! ¡Viva Filipinas! ¡Viva la Libertad!
TODOS:
¡Viva, viva! (El público se queda ruidoso, gritando, levantados. Hay mucho
alboroto.)
JUEZ
PRINCIPAL: ¡Orden, orden! ¡Guardias! (Más alborotos de tres o cuatro personas.
Los guardias civiles vienen para arrastrarles fuera del salón. Cuando se
disminuye el ruido, el JUEZ PRINCIPAL dicta su veredicto:)
JUEZ
PRINCIPAL: Levántese el acusado. (Rizal y su abogado se levantan.) Los miembros
del tribunal han deliberado sobre las acusaciones de sedición y traición contra
usted, Dr. Rizal, y le encontramos culpable de estos crímenes. Es la decisión
de este tribunal condenarle a la ejecución pública mañana al amanecer en
Bagumbayan.
(Ruidos.
Alborotos. Tambores. Los guardias civiles lo amarran a Rizal y lo sacan mientras el alboroto y las
luces van disminuyendo hasta un apagón completo.)
Escena
18
Es
la noche del 29 de diciembre de 1896. Rizal está escribiendo su Último
Adiós y la pantalla proyecta las escenas
descritas en la poesía mientras la voz de Rizal recita este poema que se oye en
el auditorio en altavoz, y esto se continúa a la escena siguiente, la escena
final, el Epílogo, donde el verso `Morir es descansar' se repite una y otra
vez. Al final de esta escena, cuando termina de escribir, el mártir oculta su
poema dentro de una lámpara. Se levanta despacio, mira al público por última
vez, mientras las luces van desvaneciendo.
“Adiós,
Patria adorada, región del sol querida,
Perla
del Mar de Oriente, ¡nuestra perdido Edén!
A
darte voy alegre la triste mustia vida,
Y
fuera más brillante, más fresca, más florida,
También
por ti la diera, la diera por tu bien.
En
campos de batalla, luchando con delirio
Otros
te dan sus vidas sin dudas, sin pesar;
El
sitio nada importa, ciprés, laurel o lirio,
Cadalso
o campo abierto, combate o cruel martirio,
Lo
mismo es si lo piden La Patria y el hogar.
Yo
muero cuando veo que el cielo se colora
Y
al fin anuncia el día tras lóbrego capuz;
Si
grana necesitas para teñir tu aurora,
Vierte
la sangre mía, derrámala en buena hora
Y
dórela un reflejo de su naciente luz
Mis
sueños cuando apenas muchacho adolescente,
Mis
sueños cuando joven ya llenos de vigor,
Fueron
el verte un día, joya del Mar de Oriente
Secos
los negros ojos, alta la tersa frente,
Sin
ceno, sin arrugas, sin mancha de rubor.
Ensueño
de mi vida, mi ardiente vivo anhelo,
¡Salud
te grita el alma que pronto va a partir!
¡Salud!
ah, que es hermoso caer por darte vuelo,
Morir
por darte vida, morir bajo tu cielo,
Y
en tu encantada tierra la eternidad dormir.
Si
sobre mi sepulcro vieres brotar un día
Entre
la espesa hierba sencilla, humilde flor,
Acércala
a tus labios y besa el alma mía,
Y
sienta yo en mi frente bajo la tumba fría
De
tu ternura el soplo, de tu halito el calor.
Deja
la luna verme con luz tranquila y suave;
Deja
que el alba envíe su resplandor fugaz,
Deja
gemir al viento con su murmullo grave,
Y
si desciende y posa sobre mi cruz un ave
Deja
que el ave entone su cántico de paz.
Deja
que el sol ardiendo las lluvias evapore
Y
al cielo tornen puras con mi clamor en pos,
Deja
que un ser amigo mi fin temprano llore
Y
en las serenas tardes cuando por mi alguien ore
¡Ora
también, Oh Patria, por mi descanso a Dios!
Ora
por todos cuantos murieron sin ventura,
Por
cuantos padecieron tormentos sin igual,
Por
nuestros pobres madres que gimen su amargura;
Por
huérfanos y viudas, por presos en tortura
Y
ora por ti que veas tu redención final.
Y
cuando en noche oscura se envuelva el cementerio
Y
solos solo muertos quedan velando allí
No
turbes su reposo, no turbes el misterio
Tal
vez acordes oigas de citara o salterio,
Soy
yo, querida Patria, yo que te canto a ti.
Y
cuando ya mi tumba de todos olvidada
No
tenga cruz ni piedra que marquen su lugar,
Deja
que la are el hombre, la esparza con la azada,
Y
mis cenizas antes que vuelvan a nada,
El
polvo de tu alfombra que vayan a formar.
Entonces
nada importa me pongas en olvido,
Tu
atmósfera, tu espacio, tus valles cruzare,
Vibrante
y limpia nota seré para tu oído,
Aroma,
luz, colores, rumor, canto, gemido
Constante
repitiendo la esencia de mi fe.
Mi
Patria idolatrada, dolor de mis dolores,
Querida
Filipinas, oye el postrer adiós.
Ahí,
te dejo todo, mis padres, mis amores.
Voy
donde no hay esclavos, verdugos ni opresores,
Donde
la fe no mata, donde el que reina es Dios.
Adiós,
padres y hermanos, trozos del alma mía;
Amigos
de la infancia en el perdido hogar,
Dad
gracias que descanso del fatigoso día.
¡Adiós,
dulce extranjera, mi amiga, mi alegría!
Adiós,
queridos seres. Morir es descansar.
(Se
oye el eco de este verso repitiéndose en el auditorio)
¡Morir
es descansar!
Epílogo
La
escena es exactamente igual que la escena en el prólogo, donde, con el acompañamiento
de tambores, los soldados marchan a Rizal a Bagumbayan donde le van a ejecutar.
La única diferencia es, además de los tambores, se oye en altavoz versos del
‘Ultimo Adiós’ que se detiene de repente después del verso “Morir es
descansar”. Se oye el eco de este verso junto con los disparos de los rifles
del pelotón de soldados. Los sonidos del eco de los disparos y lo del verso se
mezclan y se oyen por todos lados del auditorio.
APAGÓN
GENERAL.
TELÓN
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