REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


RIZAL, EL MÁRTIR

(DRAMA HISTÓRICO EN DOS ACTOS)

Edmundo Farolán Romero

 

 

PERSONAJES

 

JOSÉ RIZAL ALONSO

EL PADRE PABLO RAMÓN

AMIGOS Y FAMILIA DE RIZAL

ESTUDIANTE MEXICANO

ESTUDIANTE COLOMBIANO

ESTUDIANTE PERUANO

CRISÓSTOMO IBARRA

EL PADRE DÁMASO

DON ANASTASIO (TASIO)

ELIAS

MARÍA CLARA

EDITOR

GRACIANO LÓPEZ JAENA

SIRVIENTE

EL PADRE FLORENTINO

SIMOUN

REPORTEROS

ANDRES BONIFACIO

APOLINARIO MABINI

JOSEPHINE BRACKEN

GOBERNADOR GENERAL BLANCO

GENERALÍSIMO AGUINALDO

EMPLEADO DE LA CORTE

JUECES

ABOGADO DEFENSOR

FISCAL

SOLDADOS, REVOLUCIONARIOS, GUARDIAS, ETC.

 

EL DECORADO

 

El decorado, no diferente del teatro Shakesperiano, requiere dos niveles, permitiendo la múltiple puesta en escena. La parte superior, para las escenas en el balcón, y otras escenas que requieran un alto nivel de puesta en escena; la parte inferior para escenas en la calle, escenas de guerra, y puesta en escena a nivel del suelo. No hay  complicados cambios de escena; solamente un juego de luces que se funde y se desvanece en diferentes partes del escenario. Una amplia pantalla es requerida en el fondo para la proyección de  escenas, imágenes, y texto.

 

PRÓLOGO

En la pantalla: “Bagumbayan, 30 de diciembre, 1896”.

Sonido de marcha de tambores desvaneciéndose. JOSÉ RIZAL ALONSO está con los ojos vendados y tiene sus manos atadas detrás de su espalda. Él se pone en pie ante un pelotón de fusilamiento de soldados con su espalda hacia ellos. UN FRAILE está leyendo un libro de oraciones y dando su última bendición a RIZAL.

OFICIAL ESPAÑOL: ¡Alto!

(Los soldados apuntan sus rifles a RIZAL).

¡Fuego!

(Los SOLDADOS disparan. RIZAL se da la vuelta para ser disparado de frente. Él cae mirando al cielo. Los tambores tocan mientras el escenario se va apagando).

ACTO I

Escena 1

En la pantalla destellan las palabras: “Ateneo de Manila, marzo de 1877”.

La escena es la Graduación de Rizal en el antiguo Ateneo Municipal de Manila. EL PADRE PABLO RAMÓN, S.J., Rector del Ateneo, desde una elevada tribuna está dando un discurso enfrente de todo el cuerpo de estudiantes.

RAMÓN: Y el último pero no menos, con claros sobresalientes y ganador del concurso de teatro por su obra Consejo de los Dioses, José Rizal Alonso. 

(Aplausos. RIZAL sube a la tribuna).

Enhorabuena, Pepe.

RIZAL: Gracias, padre.

Escena 2

LA FAMILIA DE RIZAL – padres y familiares – abrazan a RIZAL. AMIGOS y ESTUDIANTES se unen alrededor de RIZAL después de la graduación para felicitarle. Muchas charlas improvisadas. Mientras ellos salen.

PRIMER AMIGO: Felicitaciones por las altas calificaciones, Pepe. ¿A qué universidad vas a ir?

RIZAL: Sto. Tomás.

SEGUNDO AMIGO: ¿Qué vas a estudiar?

RIZAL: Medicina.

Luces apagándose despacio mientras RIZAL, FAMILIA y AMIGOS salen, de cháchara.

Escena 3

Aparece en la pantalla: “Julio, 1881. Universidad de Sto. Tomás”.

RIZAL está en un atril recitando su premiado poema “A la juventud filipina”. El poema puede ser leído entero o partes de él.

RIZAL: ¡Alza tu tersa frente,

            Juventud filipina, en este día!

            Luce resplandeciente

            Tu rica gallardía,

            ¡Bella esperanza de la Patria mía!

 

            Vuela en tu grandiosa genialidad

            Infundiendo nobles pensamientos,

            Lanzando vigorosamente

           ¡Más rápido que el viento

            Hacia tu gloria!

 

            Lanza al aire, oh joven filipino,

            las pesadas cadenas que pesan

            en tu poética genialidad, y asciende

            en alas de fantasía                 

            a buscar el Olimpo en las nubes.

 

            Y toma el néctar de la dulce poesía

            mientras tú solamente puedes rivalizar con la música celestial

            de melodías de ruiseñor.

 

            Corre hacia la sagrada llama del genio

            y con tus mágicos pinceles pinta

            el bello Apolo amado,

            el encantado Febo.

 

           ¡Día, día feliz,

            Filipinas gentil para tu suelo

            Al potente bendice,

            Que con amante anhelo

            La ventura te envía y el consuelo!

 

Aplausos. Los aplausos poco a poco pierden intensidad. Las luces desvanecen.

 

Escena 4

Pantalla: “Madrid, 1884”.

La escena comienza en un bar donde los estudiantes de la Universidad de Madrid suelen estar. RIZAL está bebiendo vino tinto o cerveza con los estudiantes de Sudamérica. RIZAL habla sobre la injusticias de los frailes. Los sudamericanos sienten que está sucediendo lo mismo en sus países.

RIZAL: Los frailes. Ellos son la causa de nuestra ignorancia.

MEXICANO: ¿Qué esperas? Ellos necesitan controlar el país. ¿Y qué mejor manera que mantenernos ignorantes?

COLOMBIANO: Los Jesuitas son los peores. Esos negros pájaros en sus trajes de chaqueta negros. Son el diablo encarnado.

Todos ríen.

RIZAL: Yo soy un jesuita graduado, y ello fue donde yo aprendí lo que es el Maquiavelismo. Hay un término para ellos en nuestro dialecto filipino: suitic de Jesuitico…

PERUANO: ¿Qué significa?

RIZAL: ¡Timador!

Todos ríen.

MEXICANO: Bueno, ellos tienen las mejores tierras.

RIZAL: Excepto los frailes dominicos. Yo fui educado por éstos en dos órdenes. Primero en el Ateneo bajo los jesuitas y después en medicina bajo los dominicos en la Universidad de Sto. Tomás.

COLOMBIANO: Eso es por lo que tú eres dos veces más rebelde de lo que todos nosotros somos.

Risas.

RIZAL: Ahora seriamente. ¿Qué está pasando y por qué está pasando todo esto?

MEXICANO: Rizal, a pesar de todo tú no entiendes la naturaleza humana. Tú, el poeta, escritor, doctor… ¿te has quedado ciego como resultado de la codicia? ¿La codicia que habita en el género humano en busca de poder y riqueza?

PERUANO: Aquí, estamos en España y estamos hablando en contra de ella.

RIZAL: Yo amo España; sin embargo no me gustan los españoles.

COLOMBIANO: ¡Excepto las mujeres!

ARGENTINO: ¡Brindemos, brindemos! ¡Por las mujeres de España!

(Todos elevan sus vasos.)

RIZAL: ¡Vosotros latinos vais a convertirme en un playboy!

COLOMBIANO: ¡Es la naturaleza latina! Tú deberías saberlo. ¡Tú eres filipino!

RIZAL: ¡Todos en pie y brindemos por nosotros!

MEXICANO: ¡Un brindis!

TODOS: ¡A Filipinas y Latinoamérica!

Ellos beben y las luces se apagan.

 

Escena 5

Pantalla: “Heidelberg, 1885”.

Rizal está escribiendo su novela Noli me tangere. Altavoz, de Rizal, lee fragmentos de la obra en la parte alta del escenario, y en la parte baja, mientras él escribe, cada una de las escenas es dramatizada.

RIZAL: (Escribiendo, altavoz). “El coche de Ibarra recorría parte del más animado arrabal de Manila; lo que en la noche anterior le ponía triste, a la luz del día le hacía sonreír a pesar suyo....

(IBARRA está en un carruaje atravesando Manila en su camino a su ciudad, San Diego).

(Voz por encima continúa).” – él casi había olvidado lo que era Manila. La animación que bullía de todas partes, tantos coches que iban y venían a escape, los carromatos, las calesas, los europeos, los chinos, los naturales, cada cual con su traje, las vendedoras de frutas, los corredores, el desnudo cargador, los puestos de comestibles, las fondas, restaurantes, tiendas, hasta los carros tirados por el impasible e indiferente carabao; los demás se quedaban mirando con una expresión rara a los otros transeúntes. Le parecía oír aún el ruido que hacían desmenuzando la piedra para cubrir los baches y el sonido alegre de los pesados grillos en sus tobillos hinchados.

(Un transeúnte arroja una colilla. Es cogida por el preso más cercano y escondido en su gorro de paja. Los otros presos miran al transeúnte con insondable mirada.)

“Ibarra recordaba estremeciéndose aún una escena que habían herido su imaginación de niño: era una siesta y el sol dejaba caer a plomo sus más calurosos rayos. A la sombra de un carretón de madera yacía uno de aquellos hombres, exánime, los ojos entreabiertos; otros dos, silenciosos, arreglaban una camilla de caña sin ira, sin dolor, sin impaciencia, tal como creen el carácter de los naturales. Hoy tú mañana nosotros, dirían entre sí. La gente circulaba sin cuidarse de ello, aprisa; las mujeres pasaban, lo miraban y continuaban su camino; el espectáculo era común, habían encallecido los corazones; los coches corrían reflejando en su barnizado cuerpo los rayos de aquel sol brillante en un cielo sin nubes; a él sólo, niño de once años, acabado de llegar del pueblo, le conmovía, a él sólo le dio una pesadilla la noche siguiente….

(Un monótono ruido sordo de roca.  En la pantalla, mientras Rizal narra, unas imágenes de una  pesadilla: un niño mirando a un muerto con sus ojos brillando en un carro llevado por dos de sus compañeros diciendo “Tú hoy, nuestro turno mañana”. La gente se apresuran sin mirarse; las mujeres pasan, miran y siguen su camino; la vista se parece bastante común, tan común que los corazones se han vuelto duros.)

                  

Escena 6

La escena se convierte ahora en una fiesta.  Hay mucha conmoción. Los ciudadanos se están preparando para la fiesta. Los gallos están siendo preparados para las peleas. Cuatro personas están construyendo un arco de bambú, las mujeres preparando la comida,  etc. Casa del viejo Tasio. Ibarra pasa a través del jardín y sube las escaleras a su sitio. Tasio es un viejo hombre, doblado, escribiendo en su estudio. Las colecciones de insectos y de hojas se cuelgan en las paredes entre mapas y los viejos estantes para libros abarrotados con los volúmenes y los manuscritos impresos en desorden. Él está tan absorto en su escritura que no nota a Ibarra que está a punto de retirar para no disturbarlo.

TASIO: (notando a Ibarra con cierta extrañeza) ¿Cómo?, ¿estaba Ud. ahí?

IBARRA: Ud. dispense...veo que está muy ocupado...

TASIO: En efecto, escribía un poco, pero no urge y quiero descansar. ¿Puedo serle útil en algo?

IBARRA:- ¡En mucho! (acercándose); pero... (Echa una mirada al libro que está sobre la mesa.)  ¿Cómo? (sorprendido) ¿se dedica Ud. a descifrar jeroglíficos?

TASIO: ¡No! Siéntese. (Ofreciéndole una silla) No entiendo el egipcio ni el copto siquiera, pero comprendo algo el sistema de escritura y escribo en jeroglíficos.

IBARRA: (dudando) ¿Escribe en jeroglíficos? Y ¿por qué?

TASIO - ¡Para que no me puedan leer ahora!

IBARRA: Y ¿por qué escribe Ud. entonces si no quiere que le lean?

TASIO: Porque no escribo para esta generación, escribo para otras edades. Si esta generación me pudiera leer, quemaría mis libros, el trabajo de toda mi vida; en cambio, la generación que descifre estos caracteres será una generación instruida, me comprenderá y dirá: “¡No todos dormían en la noche de nuestros abuelos!”. El misterio o estos curiosos caracteres salvarán mi obra de la ignorancia de los hombres, como el misterio y los extraños ritos han salvado a muchas verdades de las destructoras clases sacerdotales.

IBARRA: - Y ¿en qué idioma escribe Ud.?

TASIO: - En el nuestro, en el tagalo.

IBARRA: - Y ¿sirven los signos jeroglíficos?

TASIO: - Si no fuera por la dificultad del dibujo, que exige tiempo y paciencia, casi le diría que sirven mejor que el alfabeto latino. El antiguo egipcio tenía nuestras vocales; nuestra o, que sólo es final y que no es como la española, sino una vocal intermedia entre o y u; como nosotros, el egipcio tampoco tenía verdadero sonido de e; se encuentran en él nuestro ha y nuestro kha, que no tenemos en el alfabeto latino tal como lo usamos en español. Por ejemplo: en esta palabra mukhâ –añadió señalando en el libro- transcribo la sílaba ha más propiamente con esta figura de pez que con la h latina, que en Europa se denomina de diferentes maneras. Para otra aspiración menos fuere, por ejemplo, en esta palabra hain, en donde la “h” tiene menos fuerza, me valgo de este busto de león o de estas tres flores de loto según la cantidad de la vocal. Aún más, tengo el sonido de la nasal que tampoco existe en el alfabeto latino españolizado. Repito, que si no fuera por la dificultad del dibujo, que hay que hacerlo perfecto, casi se podrían adoptar los jeroglíficos, pero esta misma dificultad me obliga a ser conciso y a no decir más que lo justo y necesario; este trabajo además me hace compañía, cuando mis huéspedes de la China y del Japón se marchan...  Pero le estoy entreteniendo con estas cosas y no le pregunto en que puedo serle útil.

IBARRA: - Venía a hablarle de un asunto de importancia. Ayer tarde...

TASIO: (interrumpiendo lleno de interés) ¿Han prendido a ese desgraciado?

IBARRA: ¿Habla Ud. de Elías? (Sorprendido) ¿Cómo lo ha sabido Ud.?

TASIO: He visto a la Musa de la Guardia Civil.

IBARRA: ¡La Musa de la Guardia Civil! Y ¿quién es esa Musa?

TASIO: La mujer del alférez, a quien Ud. no invitó a la fiesta. Ayer mañana se divulgó por el pueblo lo sucedido con el caimán. La Musa de la Guardia Civil tiene tanta penetración como malignidad, y supuso que el piloto debía ser el temerario que arrojó a su marido al charco y apaleó al P. Dámaso; y como ella lee los partes que debe escribir su marido, apenas hubo llegado éste a su casa borracho y sin juicio, despachó para vengarse de Ud., al sargento con los soldados a fin de que turbaran la alegría de la fiesta. ¡Tenga Ud. cuidado! ¡Eva era una buena mujer, salida de las manos de Dios...!. ¡Dª. Consolación dicen que es mala y no se sabe en qué manos vino! La mujer, para poder ser buena, necesita haber sido siquiera una vez doncella o madre.

IBARRA: (sacando de su cartera algunos papeles) Mi difunto padre solía consultar a Ud. en algunas cosas y recuerdo que sólo ha tenido que felicitarse de haber seguido sus consejos. Tengo entre manos una pequeña empresa cuyo buen éxito necesito asegurar. Me gustaría construir esta escuela para mi novia. (Muestra los planes). Quisiera que Ud. me aconsejase qué personas debo ganarme primero en el pueblo para el mejor éxito de la obra. Ud. conoce bien a los habitantes; yo acabo de llegar y soy casi extranjero en mi país.

TASIO (examinando los planes): ¡Lo que Ud. va a realizar era mi sueño, el sueño de un pobre loco! (exclamando conmovido), y ahora, lo primero que le aconsejo es no venir a consultarme jamás. (El joven Ibarra le mira sorprendido.) Porque las personas sensatas (con amarga ironía) le tomarían a Ud. por loco también. La gente cree locos a los que no piensan como ellos, por eso me tienen por tal, y lo agradezco, porque ¡ay de mí! el día que quieran devolverme el juicio, ese día me privarían de la pequeña libertad que me he comprado a costa de mi reputación de ser razonable. Y ¿quién sabe si tienen razón? No pienso ni vivo según sus leyes; mis principios, mis ideales son otros. Fama de cuerdo goza entre ellos el gobernadorcillo porque, no habiendo aprendido más que a servir el chocolate y sufrir el mal genio del P. Dámaso, ahora es rico, turba los pequeños destinos de sus conciudadanos y a veces hasta habla de justicia. “¡Ese es el hombre de talento!” –piensa el vulgo-; “ved, ¡con nada se ha hecho grande!”. Pero yo, yo he heredado fortuna, consideración, he estudiado y ahora soy pobre, no me han confiado ni el más ridículo cargo y todos dicen: “¡Ese es un loco, ése no entiende la vida!”. El cura me llama filósofo por mote, y da a entender que soy un charlatán que hace gala de lo que aprendió en las aulas universitarias, cuando es precisamente lo que menos me sirve. Acaso sea yo verdaderamente el loco y ellos los cuerdos, ¿quién lo podrá decir? (Sacudiendo su cabeza como para alejar un pensamiento) Lo segundo que le puedo aconsejar es consultar al cura, al gobernadorcillo, a todas las personas de posición: ellos le darán a Ud. malos, torpes e inútiles consejos, pero consultar no quiere decir obedecer, aparente seguirlos siempre que le es posible y haga constar que obra según ellos.

IBARRA (pausa, reflexionando): El consejo es bueno pero difícil de seguir. ¿No podría yo llevar adelante mi idea sin que sobre ella se refleje una sombra? ¿No podría lo bueno hacerse paso a través de todo, puesto que la verdad no necesita pedir prestado vestidos al error?

TASIO: ¡Nadie ama la verdad desnuda por eso! Esto es bueno en teoría, factible en el mundo que la juventud sueña. Ahí está el maestro de escuela que se ha agitado en el vacío; corazón de niño que quiso el bien y sólo recogió burla y carcajadas. Ud. me ha dicho que es extranjero en su país y lo creo. Desde el primer día de su llegada, empezó Ud. por herir el amor propio de un religioso que tiene fama de santo entre la gente y de sabio entre los suyos. Dios quiera que este paso no haya decidido su porvenir. No crea Ud. que porque los dominicos y agustinos miran con desprecio el hábito de guingán, el cordón y el indecente calzado, porque haya recordado una vez un gran doctor de Sto. Tomás que el Papa Inocencio III había calificado los estatutos de ésta orden como más propios para puercos que para hombres, no se den todos ellos la mano para afirmar lo que un procurador decía: “El lego más insignificante puede más que el gobierno con todos sus soldados”. ¡Cave ne cadas! Hay que tener cuidado para no fallar. El oro es muy poderoso; el becerro de oro ha derribado muchas veces a Dios de sus altares y ya desde tiempos de Moisés.

IBARRA (sonriendo): No soy tan pesimista ni me parece tan religiosa la vida en mi país. Creo que esos temores son un poco exagerados y espero poder realizar todos mis propósitos sin encontrar resistencia grande por ese lado…

TASIO: Sí, si ellos le tienden la mano; no, si ellos se la retiran. Todos sus esfuerzos de Ud. se estrellarían contra las paredes de la casa parroquial con sólo agitar el fraile su cordón o sacudir el hábito; el alcalde, por cualquier pretexto, le negaría mañana lo que hoy ha concedido; ninguna madre dejaría que su hijo frecuentase la escuela y entonces todas las fatigas tendrían un efecto contraproducente: desanimarían a los que después quisiesen intentar generosas empresas.

IBARRA: Con todo, no puedo creer en ese poder que Ud. dice y aún suponiéndolo, admitiéndolo, tendría todavía a mi lado al pueblo sensato, al Gobierno que está animado de muy buenos propósitos, lleva grandes miras y quiere francamente el bien de Filipinas.

TASIO: ¡El Gobierno! ¡El Gobierno! Por más animado que esté del deseo de engrandecer el país en beneficio del mismo y de la Madre Patria; por más que el generoso espíritu de los Reyes Católicos lo recuerde aún alguno que otro funcionario y lo mente a solas, el Gobierno no ve, no oye, no juzga más que por lo que le hace ver, oír y juzgar el cura o el provincial; está convencido que sólo descansa en ellos, de que si se sostiene es porque ellos le sostienen, que si vive es porque le consienten que viva y el día en que le falte, caerá como un maniquí que perdió su sostén. Al Gobierno se le amedrenta con levantar al pueblo y al pueblo con las fuerzas del Gobierno: de aquí se origina un sencillo juego que se parece a lo que sucede a los medrosos al visitar lugares lúgubres: toman por fantasmas las propias sombras y por extrañas voces los propios ecos. Mientras el Gobierno no se entienda con el país, no saldrá de esta tutela; vivirá como esos jóvenes imbéciles que tiemblan a la voz de su amo, cuya condescendencia mendigan. El Gobierno no sueña en ningún porvenir robusto, es un brazo, la cabeza es el convento, y por esta inercia con que se deja arrastrar de abismo en abismo, se convierte en sombra, desaparece su entidad, y débil e incapaz todo lo confía a manos mercenarias. Compare Ud., si no, nuestro sistema gubernamental con los de los países que ha visitado. . .

IBARRA: (interrumpe) ¡Oh!; eso es mucho pedir, contentémonos con ver que nuestro pueblo no se queja, ni sufre como el pueblo de otros países, y eso es gracias a la Religión y a la benignidad de los gobernantes.

TASIO: El pueblo no se queja porque no tiene voz, no se mueve porque está aletargado, y dice Ud. que no sufre porque no ha visto lo que sangra su corazón. Pero un día Ud. lo verá y lo oirá y ¡ay de los que basan su fuerza en la ignorancia o en el fanatismo!; ¡ay de lo que gozan con el engaño y trabajan en la noche creyendo que todos duermen! Cuando la luz del día alumbre el aborto de las sombras, vendrá la reacción espantosa: tanta fuerza, durante siglos comprimida, tanto veneno destilado gota a gota, tantos suspiros ahogados saldrán a luz y estallarán... ¿Quién pagará entonces esas cuentas que los pueblos presentan de tiempo en tiempo y que nos conserva la Historia en sus páginas ensangrentadas?

IBARRA: ¡Dios, el Gobierno y la Religión no permitirían que llegue ese día! Filipinas es religiosa y ama a España; Filipinas sabrá cuánto por ella hace la nación. Hay abusos sí, hay defectos, no lo he de negar, pero España trabaja para introducir reformas que los corrijan, madura proyectos, no es egoísta.

TASIO: Lo sé, y esto es lo peor. Las reformas que vienen de lo alto se anulan en las esferas inferiores gracias a los vicios de todos, por ejemplo, al ávido deseo de enriquecerse en poco tiempo y a la ignorancia del pueblo que todo lo consiente. Los abusos no los corrige un real decreto mientras una autoridad celosa no vigile su ejecución, mientras no se conceda la libertad de la palabra contra las demasías de los tiranuelos: los proyectos quedan proyectos, los abusos,  y el ministro, satisfecho, dormita más tranquilo, sin embargo. Aún más, si acaso viene un personaje de alto puesto con grandes y generosas ideas, pronto empieza por oír, mientras por detrás le tienen por loco: “V.E. no conoce el país, V.E. no conoce el carácter de los indios, V.E. los va a perder, V.E. hará bien de fiarse en fulano y zutano, etc.”, y como S.E. no conocía efectivamente el país, que hasta ahora había colocado en América, y además tiene defectos y debilidades como todo hombre, se deja convencer. S.E. recuerda también que para conseguir el puesto, ha tenido que sudar mucho y sufrir más, que lo tiene únicamente por tres años, que se hace viejo y es menester no pensar en quijoterías sino en su porvenir: un hotelito de Madrid, una casita en el campo y una buena renta para vivir con lujo en la Corte, he aquí lo que debía buscar en Filipinas. No pidamos milagros, no pidamos que se interese por el bien del país quien viene como extranjero para hacer su fortuna y marcharse después. ¿Qué le importa el agradecimiento o las maldiciones de un pueblo que no conoce, en donde no tiene sus recuerdos, en donde no tiene sus amores?  La gloria para ser agradable, es menester que resuene en los oídos de los que amamos, en la atmósfera de nuestro hogar; o de la patria que ha de guardar nuestras cenizas: queremos que la gloria se siente sobre nuestro sepulcro para calentar con sus rayos el frío de la muerte, para que no nos reduzcamos por completo a la nada, sino que quede algo de nosotros. Nada de esto podemos prometer al que viene a cuidarse de nuestros destinos. Y lo peor de todo esto es que se marchan cuando empiezan a enterarse de su deber. Pero nos alejamos de nuestra cuestión. . .

IBARRA: (interrumpe vivamente) No, antes de volver a ella, necesito aclarar ciertas cosas –-. Puedo conceder que el Gobierno desconozca al pueblo, pero creo que el pueblo conoce menos al Gobierno. Hay funcionarios inútiles, malos, si Ud. quiere, pero también los hay buenos y si éstos no pueden nada hacer, es porque se encuentran con una masa inerte: la población que toma poca participación en las cosas que le atañen. Pero no he venido a discutir con Ud. sobre este punto: venía para pedirle un consejo y Ud. me dice que doble ante grotescos ídolos la cabeza...

TASIO: Sí, y lo repito, porque aquí hay que bajar la cabeza o dejarla caer.

IBARRA: ¿O bajar la cabeza o dejarla caer? ¡Es duro el dilema! Pero y ¿por qué? ¿Es acaso incompatible el amor a mi país con el amor a España? ¿Es acaso necesario rebajarse para ser buen cristiano?, ¿prostituir la propia conciencia para llevar a cabo un buen fin? Amo a mi patria, a Filipinas, porque a ella le debo la vida y mi felicidad y porque todo hombre debe amar a su patria; amo a España, la patria de mis mayores, porque, a pesar de todo, Filipinas le debe y le deberá su felicidad y su porvenir; soy católico, conservo pura la fe de mis padres y no veo por qué había de bajar la cabeza, cuando la puedo levantar. ¿Entregarla a mis enemigos cuando los puedo hollar?

TASIO: Porque el campo en donde Ud. quiere sembrar está en poder de sus enemigos, y contra ellos no tiene Ud. fuerza... Es necesario que Ud. bese primero esa mano que...

IBARRA: ¡Besar! Pero Ud. olvida que entre ellos han matado a mi padre, le han arrojado de su sepulcro... pero yo que soy el hijo no lo olvido, y si no le vengo, es porque miro por el prestigio de la Religión.

TASIO: Señor Ibarra, si Ud. conserva esos recuerdos, recuerdos cuyo olvido no le puedo aconsejar, abandone la empresa que intenta y busque en otra parte el bien de sus paisanos. La empresa pide otro hombre porque, para llevarla a cabo, no sólo se necesita tener dinero y querer; en nuestro país se requiere además abnegación, tenacidad y fe porque el terreno no está preparado; sólo está sembrado de cizaña.

IBARRA: ¿No le sugiere su existencia más que ese duro medio?

(El viejo le coge del brazo y le lleva a la ventana.)

TASIO: (señalando un hermoso rosal)  ¿Por qué no hemos de hacer lo que ese débil tallo, cargado de rosas y capullos? El viento sopla, le sacude y él se inclina como ocultando su preciosa carga. El viento pasa y el tallo vuelve a erguirse, orgulloso con su tesoro, ¿quién le acusará de haberse plegado ante la necesidad? Allá vea Ud. aquel gigantesco kupang que mueve majestuosamente su aéreo follaje donde anida el águila. Lo traje del bosque débil planta; con delgadas cañas sostuve su tallo durante meses. Si lo hubiera traído grande y lleno de vida, a buen seguro que aquí no habría vivido; el viento le habría sacudido antes que sus raíces se pudiesen fijar en el terreno, antes que éste se afirmase a su alrededor y le proporcionase el debido sustento para su tamaño y estatura. Así terminaría Ud., planta trasplantada de Europa a este suelo pedregoso, si no busca apoyo y se empequeñece. Ud. está en malas condiciones, solo, elevado: el terreno vacila, el cielo anuncia tempestad y la copa de los árboles de su familia se ha probado que atrae el rayo. No es valor, es temeridad combatir solo contra todo lo existente; nadie tacha al piloto que se acoge a un puerto a la primera ráfaga de tormenta. Bajarse cuando pasa la bala no es cobardía; lo malo es desafiarla para caer y no volverse a levantar.

IBARRA: Y ¿produciría este sacrificio los frutos que espero? ¿Me ayudarían francamente en provecho de la instrucción que disputa a los conventos las riquezas del País? ¿No pueden fingir amistad, aparentar protección, y por debajo, en las sombras, combatirle, minarle, herirle en el talón para hacer vacilar más pronto que atacándole el frente? Dados los antecedentes que Ud. supone, ¡todo se puede esperar!

(TASIO permanece silencioso sin poder contestar. Medita algún tiempo y después responde:)

TASIO: Si tal sucediese, si la empresa fracasase, le consolaría a Ud. el pensamiento de haber hecho cuando dependía de su parte, y aún así, algo se habría ganado: poner la primera piedra, sembrar, después que se desencadene la tempestad, algún grano acaso germine, sobreviva a la catástrofe, salve la especie de la destrucción y sirva después de simiente para los hijos del sembrador muerto. El ejemplo puede alentar a los otros que sólo temen principiar.

(TASIO permanece silencioso sin poder contestar. Medita algún tiempo y después responde:)

TASIO: Si tal sucediese, si la empresa fracasase, le consolaría a Ud. el pensamiento de haber hecho cuando dependía de su parte, y aún así, algo se habría ganado: poner la primera piedra, sembrar, después que se desencadene la tempestad, algún grano acaso germine, sobreviva a la catástrofe, salve la especie de la destrucción y sirva después de simiente para los hijos del sembrador muerto. El ejemplo puede alentar a los otros que sólo temen principiar.

IBARRA: (estrechándole la mano) ¡Le creo a Ud.! No en vano esperaba un buen consejo. Hoy mismo iré a franquearme con el cura, que al fin y al cabo no me ha hecho ningún mal y que debe ser bueno, pues no todos son como el perseguidor de mi padre. Tengo además que interesarle a favor de esa desgraciada loca y de sus hijos: ¡confío en Dios y en los hombres!

(Se despide y hace mutis).

TASIO (hablando solo): ¡Atención!; observemos bien cómo desarrollará el Destino la comedia que ha empezado en el cementerio.

          Las luces se desvanecen lentamente. Se oyen sonidos de tambores en el fondo.

 

Escena 7

 Las luces vuelven.  En el fondo, un cantante canta la música nostálgica del “Canto de María Clara”:

 

Dulces las horas en la propia patria

Donde es amigo cuanto alumbra el sol;

Vida es la brisa que en sus campos vuela,

¡Grata la muerte y mas tierno el amor!

 

Ardientes besos en los labios juegan,

De una madre en el seno al despertar;

Buscan los brazos a ceñir el cuello,

Y los ojos sonríanse al mirar.

 

Dulce es la muerte por la propia patria,

Donde es amigo cuanto alumbra el sol;

Muerte es la brisa para quien no tiene

Una patria, una madre, y un amor.

 

(MARÍA CLARA e IBARRA en la azotea.  Sigue en el fondo la melodía del ‘Canto de María Clara’ durante toda esta escena.)

MARIA CLARA: ¿Has pensado siempre en mí?, ¿no me has olvidado en tantos viajes? ¡Tantas grandes ciudades con tantas mujeres hermosas...!

IBARRA: ¿Podría yo olvidarte?, ¿podría yo faltar a un juramento, a un juramento sagrado? Te acuerdas de aquella noche, de aquella noche tempestuosa en que tú, viéndome solitario llorar junto al cadáver de mi madre, te acercaste a mí, me pusiste la mano sobre el hombre, tu mano que hacía tiempo ya no me dejabas que cogiese, y me dijiste: “Has perdido a tu madre, yo nunca la tuve”... y lloraste conmigo. Tú la querías y ella te quería como a una hija. Afuera llovía y relampagueaba, pero me parecía oír música, ves sonreír el pálido rostro del cadáver... ¡oh, si mis padres vivieran y te contemplaran!, yo entonces cogí tu mano y la de mi madre, juré amarte, hacerte feliz sea cualquiera la suerte que el cielo me deparase, y como este juramento no me ha pesado nunca, ahora te lo renuevo. ¿Podía yo olvidarte? Tu recuerdo me ha acompañado siempre, me ha salvado de los peligros del camino, ha sido mi consuelo en la soledad de mi alma en los países extranjeros…

(Pausa)

En sueños te veía de pie en la playa de Manila, mirando al lejano horizonte, envuelta en la tibia luz de la temprana aurora; oía el lánguido y melancólico canto, que despertaba en mi adormecidos sentimientos y evocaba en la memoria de mi corazón los primeros años de mi niñez, nuestras alegrías, nuestros juegos, todo el pasado feliz que animaste mientras estabas en el pueblo. Me parecías que eras el hada, el espíritu, la encarnación poética de mi Patria, hermosa, sencilla, amable, candorosa, hija de Filipinas, de ese hermoso país que une a las grandes virtudes de la Madre España las bellas cualidades de un pueblo joven, como se unen en todo tu ser todo lo hermoso y bello que adornan ambas razas, y por esto tu amor y el que profeso a mi Patria se funden en uno solo... ¿Podía olvidarte?  Varias veces creía escuchar los sonidos de tu piano y los acentos de tu voz, y siempre que en Alemania, a la caída de la tarde, cuando vagaba en los bosques, poblados por las fantásticas creaciones de sus poetas y las misteriosas leyendas de sus pasadas generaciones, evocaba tu nombre, creía verte en la bruma que se levanta del fondo del valle, creía oír tu voz en los susurros de las hojas, y cuando los aldeanos, volviendo del trabajo, dejaban oír desde lejos sus populares cantos, se me figuraba que armonizaban con mis voces interiores, que cantaban para ti y daban realidad a mis ilusiones y ensueños. A veces me perdía en los senderos de la montaña, y la noche, que allí desciende poco a poco, me encontraba aún vagando, buscando mi camino entre los pinos, hayas y encinas; entonces, si algunos rayos de luna se deslizaban por entre los claros que deja entre sí el espeso ramaje, me parecía verte en el seno del bosque como una vaga, enamorada sombra, oscilar entre la luz y las tinieblas de la espesura; y si acaso el ruiseñor dejaba oír sus variados trinos, creía que era porque te veía y tú le inspirabas. ¡Sí, he pensado en ti! ¡La fiebre de tu amor no solamente animaba a mi vista la niebla y coloreaba el hielo! En Italia, el hermoso cielo de Italia por su limpidez y profundidad me hablaba de tus ojos; su risueño paisaje me hablaba de tu sonrisa, como las campiñas de Andalucía con su aire saturado de aromas, poblado de recuerdos orientales, llenos de poesía y colorido, me hablaban de tu amor. En las noches de luna, de aquella soñolienta luna, bogando en una barca en el Rin, me preguntaba si acaso no me podría engañar a mi fantasía para verte entre los álamos de la orilla, en la roca de la Loreley o en medio de las ondas, cantando en el medio de la noche, como la joven hada de los consuelos ¡para alegrar la soledad y la tristeza de aquellos arruinados castillos!

MARIA CLARA (sonriendo): Yo no he viajado como tú, no conozco más que tu pueblo, Manila y Antipolo... (Recordando y mirándole) Cuando te dije adiós y entré en el beaterio, me he acordado siempre de ti y no te he olvidado por más que me lo ha mandado el confesor, imponiéndome muchas penitencias. Me acordaba de nuestros juegos, de nuestras risas cuando éramos niños. Escogías las más hermosas sigüeyes para jugar al siklot, buscaba en el río las más redondas y finas piedrecitas de diferentes colores para que jugásemos al sintak, tú eras muy torpe, perdías siempre y por castigo te daba el bantil con la palma de mi mano, pero procuraba no pegarte fuerte pues te tenía compasión. En el juego de chonka eras muy tramposo, más aún que yo, y solíamos acabar a arrebatiñas. ¿Te acuerdas aquella vez que te enfadaste de veras? Entonces me hiciste sufrir, pero después, cuando me acordaba de ello en el beaterio, sonreía, te echaba de menos para reñir otra vez... y hacer las paces enseguida. Éramos aún niños: fuimos con tu madre a bañarnos en aquel arroyo bajo la sombra de los cañaverales. En las orillas crecían muchas flores y plantas cuyos extraños nombres me decías en latín y en castellano, pues entonces ya estudiabas en el Ateneo. Yo no te hacía caso; me entretenía en ir detrás de las mariposas y libélulas, que tienen en su cuerpo fino como un alfiler todos los colores del arco-iris y todos los reflejos del nácar, que pululan y se persiguen unas a otras entre las flores; a veces con las manos quería sorprender, coger los pececillos, que se deslizan rápidos entre el musgo y las piedrecitas de la orilla.

(Pausa)

De pronto desapareciste, y cuando volviste traías una corona de hojas y flores de naranjo que colocaste sobre mi cabeza, llamándome Cloe; para ti hiciste otra de enredaderas. Pero tu madre cogió mi corona, la machacó con una piedra mezclándola con el gogo con que nos iba a lavar la cabeza; se te soltaron las lágrimas de los ojos y dijiste que ella no entendía de mitología: “¡Tonto! –contestó tu madre-, verás qué bien olerán después vuestros cabellos”. Yo me reí, te ofendiste, no me quisiste hablar y el resto del día te mostraste tan serio, que a mi vez tuve ganas de llorar. De vuelta al pueblo y ardiendo mucho el sol, cogí hojas de salvia que crecía a orillas del camino, te las di para que las pusieses dentro de tu sombrero y no tuviste dolor de cabeza. Sonreíste, entonces te cogí de la mano e hicimos las paces.

(Ibarra sonríe, abre su cartera y saca un papel dentro del cual había envueltas unas hojas negruzcas, secas y aromáticas.)

IBARRA: ¡Tus hojas de salvia!... esto es todo lo que me has dado.

(Ella a su vez saca rápidamente de su seno una bolsita de raso blanco.)

MARIA CLARA: (dándole una palmada en la mano) ¡Ps! –-, no se permite tocar: es una carta de despedida.

IBARRA: ¿Es la que te escribí antes de partir?

MARIA CLARA:- ¿Me ha escrito otra, señor mío?

IBARRA: - Y ¿qué te decía yo entonces?

MARIA CLARA (sonriendo, dando a entender cuán agradables eran aquellas mentiras): ¡Muchos embustes, excusas de mal pagador!  ¡Quieto!, te la leeré, pero suprimiré tus galanterías para no martirizarte. (Levantando el papel a la altura de sus ojos, para que el joven no le viera la cara, comienza a leer:)  “Mi... ¡No te leo lo que sigue pues es un embuste! “Mi padre quiere que parta a pesar de mis súplicas. Tú eres hombre, me ha dicho, debes pensar en el porvenir y en tus deberes. Debes aprender la ciencia de la vida, lo que tu Patria no puede darte, para serle un día útil. Si permaneces a mi lado, a mi sombra, en esta atmósfera de preocupaciones, no aprenderás a mirar a lo lejos; y el día en que te falte te encontrarás como la planta de que habla nuestro poeta Baltasar, ‘crecida en el agua, se le marchitan las hojas a poco que no se la riegue, la seca un momento el calor’. ¿Ves?, ¡eres ya casi un joven y lloras aún!  Me hirió ese reproche y le confesé que te amaba. Mi padre se calló, reflexionó y poniéndome la mano sobre el hombro me dijo con temblorosa voz: -¿Crees tú que tú sabes amar, que tu padre no te ama ni siente separarse de ti? Hace poco perdimos a tu madre; voy caminando ya a la vejez, a esa edad en que se busca el apoyo y el consuelo de la juventud, y sin embargo, acepto mi soledad y no sé si te volveré a ver. Pero debo pensar en otras cosas más grandes... ¡El porvenir se abre para ti, para mí se cierra; tus amores nacen, los míos van muriendo; el fuego hierve en tu sangre, el frío se insinúa en la mía, y sin embargo, lloras y no sabes sacrificar el ahora a un mañana útil, para ti y tu país!-. Los ojos de mi padre se llenaron de lágrimas, caí de rodillas a sus pies, le abracé, le pedí perdón y le dije que estaba dispuesto a partir...”

(María Clara nota la agitación de Ibarra y suspende la lectura. Ibarra está pálido y anda al extremo del escenario.)

MARIA CLARA: ¿Qué tienes?, ¿qué te pasa?

IBARRA: ¡Tú me has hecho olvidar que tengo mis deberes, que debo partir ahora mismo para el pueblo! Mañana es la fiesta de los muertos.

(María Clara se calla, fija en él algunos instantes los grandes y soñadores ojos de Ibarra, y recogiendo una flor, le dice conmovida:)

MARIA CLARA: Ve, yo no te detengo más; ¡dentro de algunos días nos volveremos a ver! ¡Coloca esta flor sobre la tumba de tus padres!

IBARRA le mira a MARIA CLARA; está para decir algo, pero no sale nada de su boca, y hace mutis  rápido. Las luces se funden despacito, dejando a María Clara en el centro del escenario mirando al público mientras el cantante en el fondo canta unos versos del “Canto de María Clara”.

Una luz ahora se enfoca en la parte arriba del escenario. Le vemos a Rizal  en su escritorio escribiendo. Una voz femenina alemana se oye fuera del escenario:

FRAULEIN: Pepe, ¿no vienes a dormir? ¡Descansa ya, cariño!

RIZAL: Si, sí, ahora mismo, vengo.

APAGÓN COMPLETO.

 

Escena 8

Pantalla: “Berlín, 1897". Presentación del libro Noli me Tangere. Periodistas tomando fotos. Gente literaria dando enhorabuenas a Rizal.

EDITOR: Damas y caballeros, atención por favor. (El ruido se disminuye.) Tengo el honor de presentarles al autor de esta excelente novela Noli me Tangere que acabamos de publicar: El Dr. José Rizal.

(Aplausos)

RIZAL: Danke, Herr doktor. Aprecio mucho la publicación de mi novela aquí en Berlín, una ciudad que me ha aceptado como hijo...un hijo de Berlín, ich bin Berliner!

(Aplausos, reacciones en alemán “Danke”, “Das ist gut”, etc.)

Quisiera ahora leer un fragmento de mi novela, la parte dedicatoria, titulada “A mi patria.” El fervor nacionalista de Alemania me influjo a escribir esta dedicatoria durante los años que he vivido aquí.  En esta dedicatoria, hablo del cáncer que está corrompiendo mi país, el cáncer de avaricia de los colonizadores, en particular, los órdenes religiosos que siguen dañando a mis compatriotas.

(Lee.)

“A MI PATRIA

Registrase en la historia de los padecimientos humanos un cáncer de un carácter tan maligno que el menor contacto le irrita y despierta en él agudísimo dolores. Pues bien, cuantas veces en medio de las civilizaciones modernas he querido evocarte, ya para acompañarme de tus recuerdos, ya para compararte con otros países, tantas se me presentaron tu querida imagen como un cáncer social parecido. Deseando tu salud que es la nuestra, y buscando el mejor tratamiento, haré contigo lo que con sus enfermos los antiguos: exponíanlos en las gradas del templo, para que cada persona que viniese de invocar a la Divinidad les propusiese un remedio. Y a este fin, trataré de reproducir fielmente tu estado sin contemplaciones; levantaré parte del velo que encubre el mal, sacrificando a la verdad todo, hasta el mismo amor propio, pues, como hijo tuyo, adolezco también de tus defectos y flaquezas.”

Muchas gracias, amigos,  por su atención.

(Aplausos, reacciones en alemán, fotos, más enhorabuenas, etc. Las luces en el escenario van disminuyendo.)

 

Escena 9

Pantalla: “Londres, Junio 1988". Foco a Rizal en su escritorio. Está escribiendo una carta a Mariano Ponce, uno de los colaboradores de La Solidaridad en Barcelona. Altavoz de  Rizal:

“El que Vd. haya tenido poco éxito en los periódicos no quiere decir que no sirva para escribir. No todos somos ni nacemos periodistas, ni los literatos son periodistas todos. Tengo para mí que la cuestión de escribir literatura es cosa secundaria; lo principal es pensar y sentir rectamente, trabajar por un objeto y luego la pluma se encargará de transmitirlo. Lo principal que se debe exigir al filipino de nuestra generación no es ser literato, sino ser buen hombre, buen ciudadano que ayude con su cabeza, su corazón y acaso con sus brazos al progreso de su país. Con la cabeza y con el corazón podemos y debemos trabajar siempre; con los bazos cuando llegue el momento. Ahora el instrumento principal del corazón y de la cabeza es la pluma; otros prefieren el pincel, otros el cincel; yo prefiero la pluma. Ahora, no nos parezca el instrumento como el objeto primordial; a veces con uno malo se hacen obras muy grandes, dígalo el bolo filipino. A veces con una mala literatura pueden decirse verdades grandes. Yo no soy inmortal ni invulnerable, y mi mayor alegría sería verme eclipsado por una pléyade de paisanos a la hora de mi muerte.  Que si a uno le matan o le ahorcan, que le sustituyan veinte o treinta al menos para que se escarmienten de ir ahorcando o matando. Muchos no quieren quemar las hormigas porque dicen que más se multiplican. ¿Por qué no seríamos hormigas?”

(Apagón.)

 

Escena 10

Pantalla: “Barcelona, 1889.” Una cena en honor de Rizal como Presidente Honorario de La Solidaridad.  Presentes son Marcelo del Pilar, Mariano Ponce, Graciano López Jaena, y otros compatriotas, miembros del Círculo Hispano filipino, y otros filipinos que han ido a España para pedir reformas políticas. Graciano López Jaena, un excelente orador, introduce a Rizal:

LÓPEZ JAENA: Es un gran honor para mí presentarle a este eminente nacionalista, creador de la mordiente novela Noli me Tangere, publicada en Berlín, Alemania y aclamada como una de las más grandes novelas de nuestros tiempos. (Aplausos) Sus ideales nos han inspirado a escribir nuestros artículos en esta revista, la esencia política de nuestra solidaridad. (Aplausos). Los patriotas de las colonias españolas del ultramar, en particular, Latinoamérica y Filipinas, han descubierto en La Solidaridad, una inspiración hacia el camino de reformas políticas en sus países, y han encontrado en nuestra publicación soluciones para resolver las maldades que éstos sufren como nosotros. Nuestros artículos, inspirados por las ideas de nuestro compatriota José Rizal en su novela, exponen la gangrena que está corrompiendo las sociedades de estas colonias: la inmortalidad en la administración del sistema judicial, nuestra economía y el gobierno que también es causa de los problemas en otros países del mundo, especialmente en Latinoamérica. Nuestra misión es política; no nos limitamos a ningún sistema o escuela de pensamiento. Buscamos reformas básicas que son las aspiraciones naturales de la gente en esta edad moderna - el mejoramiento de nuestras vidas, y nada de las respuestas insensatas de los políticos que siempre responden con un “Veremos”. Nuestro propósito es ayudar a nuestra Madre Patria y las otras provincias de Latinoamérica bajo el yugo de España, indicando nuestros problemas y pidiendo soluciones para encaminarse hacia reformas políticas y sociales. He hablado bastante, y ahora, me gustaría darle la plataforma a nuestro presidente honorario, Dr. José Rizal.

(Aplausos)

RIZAL: Muchas gracias por su amabilidad, Graciano. Y gracias a vosotros, mis queridos compatriotas. Es verdaderamente un gran honor que me habéis conferido este título de presidente honorario de La Solidaridad. Espero que en los meses venideros, creciera y floreciera la publicación con más artículos en busca de reformas políticas y sociales para nuestra patria. Estoy muy impresionado con las credenciales de los miembros del editorial. Fueron bien seleccionados y estoy seguro que la misión de esta publicación bajo la dirección de este eminente comité se pondrá en efecto. Aunque no haya duda de que mis consejos sean inútiles (risas), la colaboración de cada miembro sin duda tiene su extremo valor. Sin embargo, si vuestra intención es escribir con el único propósito de rellenar un papel en blanco, yo debiera comenzar y escribir algunas observaciones vulgares que vosotros ya habéis fijado en mis escritos. (Risas.) Me gustaría comenzar a decir que en las nuevas sociedades, debiese reinar un espíritu de tolerancia. Las discusiones debiesen ser dominadas por una tendencia hacia la reconciliación en vez del espíritu de oposición.  Nadie debiera sentir mal si no gana en una polémica. Si alguna opinión no es aceptada, el autor, en vez de sentir derrotado, debiese esperar en otra ocasión para declarar otra vez su punto de vista. Nadie debe estar encima del bienestar de la sociedad en su totalidad. El amor propio de cada individuo no debiera dominar las discusiones que están ahí para el bien de todos de tal modo que no lastimaríamos los sentimientos de los demás.  Hay que tener en cuenta esta fórmula cuando se preparen propuestas, proyectos, etcétera.  Ésta es sólo mi opinión si vosotros no tenéis ninguna objeción de lo que acabo de decir.

(Murmullos de “no, no”, “estamos de acuerdo”, etc. de los participantes.)

Esta fórmula, o algo semejante, deben gobernar cualquier discusión. He observado muchas discusiones que han resultado mal por el egoísmo de algunos individuos.  La decisión de la mayoría debe ser, sin duda, sagrada y un sentimiento de honor y buena voluntad debe reinar en cualquier discusión. No debéis esperar honores ni premios de lo que hacéis. Los que hacen sus deberes con la idea de que recibieran después unos premios sentirían frustrados. Es humano sentir insatisfecho con un trabajo bien hecho cuando no recibe la recompensa. Y para no sentir descontento, sería mejor hacer el trabajo y no esperar ninguna recompensa. En un país como el nuestro, donde reina la injusticia, sería mejor pensar que la injusticia es el premio de los que hacen sus deberes.

(Aplausos.  Las luces se desvanecen.)

 

Escena 11

Pantalla: “Bruselas, 1890". Una sola luz se enfoca en Rizal en su escritorio en el segundo nivel del escenario escribiendo. Mientras escribe, una voz en micrófono, la de Rizal,  describe la acción que toma lugar en el primer nivel del escenario, igual que las escenas 5, 6 y 7.

RIZAL: “El Filibusterismo”.  Capítulo 17.  La Feria de Quiapo.

‘La noche era hermosa y la plaza ofrecía un aspecto animadísimo.  Aprovechando la frescura de la brisa y la esplendida luna de enero...la música y las luces de los faroles comunicaban la animación y la alegría a todos. Largas filas de tiendas, brillantes de oropel y colorines, desplegaban a la vista racimos de pelotas, de máscaras ensartados por los ojos, juguetes de hoja de lata, trenes, carritos, caballitos mecánicos, coches, vapores con sus diminutas calderas, vajillas de porcelana liliputienses, muñecas extranjeras y del país, rubias y risueñas aquellas, serias y pensativas éstas como pequeñitas señoras al lado de niñas gigantescas. El batir de los tamborcitos, el estrépito de las trompetillas de hoja de lata, la música nasal de los acordeones y los organillos se mezclaban en concierto de carnaval, y en medio de todo, la muchedumbre iba y venía empujándose, tropezándose, con la cara vuelta hacia las tiendas de modo que los choques eran frecuentes y un poco cómicos.  Los coches tenían que contener la carrera de los caballos, el ¡Tabí! ¡Tabi! de los cocheros resonaba a cada momento; se cruzaban empleados, cadetillos, militares, frailes, estudiantes, chinos, jovencitas con sus mamás o tías, saludándose, guiñándose, interpolándose más o menos alegremente.’

El bullicio y los ruidos de la feria cesan de repente, y los actores no mueven como si fuese un “tableau” el escenario.  Las luces se apagan.  En otra parte del escenario, las luces se encienden.  Es una casa de retiro, cerca del mar. Se oye el sonido tranquilo de las olas. PADRE FLORENTINO, un jesuita viejo, está solo, tocando una canción melancólica con una flauta indígena hecha de  bambú.  Entra un sirviente.

 

Escena 12

SIRVIENTE: Padre Florentino, Sr. Simoun quiere hablar con usted.

Entra en un cuarto, en otra parte del escenario, que se ilumina. Se nota que éste es el dormitorio del cura porque hay un pequeño altar y al lado, una pequeña biblioteca. Las ventanas están abiertas y en la cama está acostado SIMOUN. Su cara está pálida, como si sufriera una enfermedad.

P. FLORENTINO: (acercándose) ¿Sufre usted, señor Simoun?

SIMOUN: (agitando la cabeza) Algo, pero de poco, dejaré de sufrir.

P. FLORENTINO (Tiende la mano hacia unas botellas.): ¿Qué ha hecho usted, Dios mío? ¿Qué ha tomado usted?

SIMOUN: (dolorosa sonrisa) ¡Es inútil! ¡No hay remedio ninguno! Antes de las ocho...vivo o muerto...muerto sí pero vivo, no.

P. FLORENTINO ¡Dios mío, Dios mío!, ¿Pero por qué ha hecho usted esto?

SIMOUN: Escuche usted.  Va a venir la noche y no hay tiempo que perder. Necesito decirle mi secreto, necesito confiarle mi última voluntad. Necesito que usted vea mi vida y me diga si hay un Dios.

P. FLORENTINO Pero un antídoto, señor Simoun...tengo apomorfina...tengo éter, cloroformo...

SIMOUN   Es inútil. No pierda usted tiempo.

(P. FLORENTINO se deja caer sobre el reclinatorio, ora a los pies de crucifijo Cristo ocultando la cara en las manos.  Se levanta después como si hubiese recibido de su Dios toda la energía, toda la dignidad, toda la autoridad.  Acerca un sillón a la cabeza del enfermo, dispuesto a escuchar. SIMOUN confiesa en murmullos.)

P. FLORENTINO Dios le perdonará a usted, señor Simoun. Sabe que somos falibles; ha visto lo que usted ha sufrido, y al permitir que usted sufra el castigo de sus culpas recibiendo la muerte de mano de los mismos que ha instigado, podemos ver su infinita misericordia. El ha hecho abortar uno a uno sus planes, los mejores concebidos, primero con la muerte de María Clara, después por una imprevisión,… y después misteriosamente, acatemos su voluntad y démosle gracias.

SIMOUN: (débil) Según usted, su voluntad sería que estas islas....

P. FLORENTINO ¿...continúen en el estado en que gimen?  No lo sé, señor, no leo en el pensamiento del Inescrutable. Sé que no ha abandonado a los pueblos que en los momentos supremos se confiaron a él y le hicieron Juez de su opresión; sé que su brazo no ha fallado nunca cuando, pisoteada la justicia y agotado todo recurso, el oprimido coge la espada y lucha por su hogar, por su mujer, por sus hijos, por sus inalienables derechos, como dice el poeta alemán, ¡brillan eternos e incólumes allá en la altura como las mismas estrellas!  ¡No, Dios que es la justicia, no puede abandonar su causa, la causa de la libertad sin la cual no hay justicia posible!

SIMOUN: (amargo)  ¿Por qué entonces me ha negado todo su apoyo?

P. FLORENTINO: (con voz severa) ¡Porque usted ha escogido un medio que Él no podrá aprobar! ¡Porque la gloria de salvar a un país no se ha de destinar al que ha contribuido a causar su ruina! ¡Usted ha creído que lo que el crimen y la iniquidad han manchado y deformado, otro crimen y otra iniquidad podían purificar y redimir! ¡Error! El odio no crea más que monstruos, el crimen, criminales, sólo el amor lleva a cabo obras maravillosas, sólo la virtud puede redimir. Si nuestro país ha de ser alguna vez libre, no lo será por el vicio y el crimen, no lo será corrompiendo a sus hijos, engañando a unos, comprando a otros, no; redención supone virtud, virtud, sacrificio y sacrificio, amor.

SIMOUN: Pero ¿qué es mi error al lado del error de los otros? ¿Por qué ese Dios ha de tener más en cuenta mi iniquidad que los clamores de tantos inocentes? ¿Por qué no me ha herido y después hecho triunfar al pueblo? ¿Por qué dejar sufrir a tantos dignos y justos y complacerse inmóvil en sus torturas?

P. FLORENTINO: Los justos y los dignos deben sufrir para que se conozcan y sus ideas se entiendan.  Hay que sacudir o romper los vasos para derramar su perfume, hay que herir la piedra para que salte la luz. Hay algo providencial en las persuasiones de los tiranos, señor Simoun.

SIMOUN: (murmurando) Lo sabía, y por eso excitaba la tiranía.

P. FLORENTINO: Sí, amigo mío, ¡pero se derramaban más líquidos corrompidos que otra cosa! Usted fomentaba la podredumbre social sin sembrar una idea.  De esa fermentación de vicios sólo podía surgir el hastío y si naciese algo de la noche a la mañana, sería a lo más un hongo porque espontáneamente sólo hongos pueden nacer de la basura. ¡Cierto que los vicios de un gobierno le son fatales, le causan la muerte, pero matan también a la sociedad en cuyo seno se desarrollan: a gobierno inmoral corresponde un pueblo desmoralizado; a administración sin conciencia, ciudadanos rapaces y serviles, bandidos y ladrones en las montañas! Tal amo, tal esclavo; tal gobierno, tal país.

SIMOUN: Entonces, ¿qué hacer?

P. FLORENTINO: ¡Sufrir y trabajar!

SIMOUN: ¿Sufrir? Fácil es decirlo cuando no se sufre, ¡cuando el trabajo se premia! Si vuestro Dios exige al hombre tanto sacrificio, al hombre que apenas puede contar con el presente y duda del mañana; si hubiese usted visto lo que los miserables desgraciados sufriendo indecibles torturas por crímenes que no han cometido, asesinados para tapar faltas e incapacidades, pobres padres de familia, arrancados a su hogar para trabajar inútilmente en carreteras que se descomponen cada mañana y que parece sólo se entretienen para hundir a las familias en la miseria...¡Ah, sufrir, trabajar si es la voluntad de Dios!  ¡Convenga usted a esos de que su asesinato es su salvación, de que su trabajo es la prosperidad de su hogar!  Sufrir...trabajar... ¿Qué Dios es ése?

P. FLORENTINO: Un Dios justo, justísimo, señor Simoun. Un Dios que castiga nuestra falta de fe, nuestros vicios, el poco aprecio que hacemos de la dignidad, de las virtudes cívicas. Toleramos y nos hacemos cómplices del vicio, a veces aplaudimos, justo es, justísimo que suframos sus consecuencias y las sufran también nuestros hijos. Es el Dios de la libertad, señor Simoun, que nos obliga a amarle haciendo que sea pesado el yugo, un Dios de misericordia, de equidad, que al par que nos castiga nos mejora, y sólo concede el bienestar al que se ha merecido por sus esfuerzos. La escuela del sufrimiento templa, la arena del combate vigoriza las almas. Yo no quiero decir que nuestra libertad se conquiste a filo de espada; la espada entra por muy poco ya en los destinos modernos.  Pero sí, la hemos de conquistar mereciéndola, elevando la razón y la dignidad del individuo, amando lo justo, lo bueno, lo grande hasta morir por él. Y cuando un pueblo llega a esa altura, Dios suministra el arma y caen los ídolos, caen los tiranos como castillo de naipes, ¡y brilla la libertad con la primera aurora! Nuestro mal lo debemos a nosotros mismos; no echemos la culpa a nadie. Si España nos viese menos complacientes con la tiranía, y más dispuestos a luchar y sufrir por nuestros derechos, España sería la primera en darnos la libertad, porque cuando el fruto de la concepción llega a su madurez, desgraciada la madre que lo quiera ahogar. En tanto, mientras el pueblo filipino no tenga suficiente energía para proclamar, alta la frente y desnudo el pecho, su derecho a la vida social y garantirlo con su sacrificio, con su sangre misma; mientras veamos a nuestros paisanos en la vida privada sentir vergüenzas dentro de sí, oír rugiendo la voz de la conciencia que se rebela y protesta, y en la vida pública callarse, hacer coro al que abusa para burlarse del abusado; mientras les veamos encerrarse en su egoísmo y alabar con forzada sonrisa los actos más inicuos, mendigando con los ojos una parte del botín, ¿a qué darles libertad? Con España y sin España serían siempre los mismos, y acaso, ¡acaso peores! ¿A qué la independencia si los esclavos de hoy serán los tiranos de mañana?  ¡Y lo serán sin duda porque ama la tiranía quien se someta a ella! Señor Simoun, mientras nuestro pueblo no esté preparado, mientras vaya a la lucha engañado o empujado sin clara conciencia de lo que ha de hacer, fracasarán las más sabias tentativas y más vale que fracasen porque ¿a qué entregar al novio la esposa si no la ama bastante, si no está dispuesta a morir por ella?

(SIMOUN coge la mano de P. FLORENTINO. Silencio. Sólo se oye las olas del mar contra las rocas.)

¿Dónde está la juventud que ha de consagrar sus rosadas horas, sus ilusiones y entusiasmo al bien de su patria? ¿Dónde está la que ha de verter generosa su sangre para lavar tantas vergüenzas, tantos crímenes, tanta abominación?  ¡Pura y sin mancha ha de ser la víctima para que el holocausto sea aceptable!... ¿Dónde estáis, jóvenes, que habéis de encarnar en vosotros el vigor de la vida que ha huido de nuestras venas, la pureza de las ideas que se ha manchado en nuestros cerebros, y el fuego del entusiasmo que se ha apagado en nuestros corazones? ... Os esperamos, oh jóvenes, ¡venid que os esperamos!

Apáguense las luces.

 

Escena 13

Pantalla: “Ghent, 1891".  Enciéndanse las luces. Rizal está en una conferencia de prensa, y los reporteros, como los paparazzi, lanzan preguntas a Rizal:

REPORTERO 1: Doctor Rizal, ¿cómo se siente usted con el gran éxito de su segunda novela?

RIZAL: Me alegro de que esté internacionalmente leído.

REPORTERO 2: ¿Cree usted que habrá problemas con esta publicación?

RIZAL: Ya estoy metido en agua caliente.

(Risas).

REPORTERO 3: ¿Es usted Simoun en esta novela?

RIZAL: Algunas de mis ideas están expresadas por Simoun, y otras por Padre Florentino.

REPORTERO 4: ¿Trataba usted de simbolizar a María Clara como la nueva patria, Filipinas?

RIZAL: Bueno, eso ya depende de la interpretación del lector.

REPORTERO 5: ¿Es María Clara una personificación de una persona real con quien se enamoró usted durante su juventud en Filipinas?

RIZAL: En cierto sentido, sí.

REPORTERO 5: ¿Por qué hace usted broma de los frailes en sus novelas?

RIZAL: No hago broma de ellos. Es una técnica literaria, la sátira, o farsa, un instrumento para reflejar algo semejante al esperpento de Valle Inclán, o las sátiras de Quevedo y Cervantes, que también utilizo en mis novelas.

REPORTERO 6: Los frailes en Filipinas y los demás órdenes religiosos no lo querrán, ¿verdad?

RIZAL: En mis novelas, no satirizo a todos las órdenes religiosas, ni la religión, ni los frailes. Me educaron los jesuitas que también es una orden religiosa. El jesuita, Padre Florentino, por ejemplo, tiene un papel importantísimo en la novela, porque simboliza el buen educador de la juventud. Claro que hay algunos curas españoles, en particular, los párrocos en las pequeñas parroquias lejos de Manila que abusan sus poderes...se aprovechan de las mujeres en sus parroquias con la lujuria, son avaros, hambrientos, etcétera y utilizan sus poderes eclesiásticos para aventajarse de la gente, mis compatriotas. Éstos son la meta de mis sátiras. Tengo que irme para otra cita.  Muchas gracias.

(Mientras las luces se van desvaneciendo, los paparazzi le persiguen a Rizal que hace mutis todavía haciendo preguntas.  Durante el apagón, se oye el sonido de tambores junto con música sombría reflejando la muerte venidera del mártir.)

 

Escena 14

Pantalla: “Manila, Julio de 1892". Rizal está dirigiendo su discurso a los miembros de la Liga Filipina.

RIZAL: El paso que he dado es muy arriesgado, sin duda, y no necesito decir que lo he meditado mucho. Sé que casi todos están opuestos, pero sé también que casi ninguno sabe lo que pasa en mi corazón.  Yo no puedo vivir sabiendo que muchos sufren injustas persecuciones por mi causa; yo no puedo vivir viendo a mis hermanos y a sus numerosas familias perseguidos como criminales; prefiero arrastrar la muerte, y doy gustoso la vida por librar a tantos inocentes de tan injusta persecución.  Yo sé que, por ahora, el porvenir de mi patria gravita en parte sobre mí; que, muerto yo, muchos triunfarían, y que, por consiguiente, muchos anhelarán mi perdición.  Pero, ¿qué hacer?  Tengo mis deberes de conciencia ante todo, tengo mis obligaciones con las familias que sufren, con mis ancianos padres, cuyos suspiros me llegan al corazón; sé que yo solo, aun con mi muerte, puedo hacerles felices, devolviéndoles a su patria y a la tranquilidad de su hogar. Yo no tengo más que a mis padres; pero mi patria tiene muchos hijos aún que me pueden sustituir y me sustituyen ya con ventaja. Quiero, además, hacer ver a los que nos nieguen el patriotismo, que nosotros sabemos morir por nuestro deber y por nuestras convicciones. ¿Qué importa la muerte, si se muere por lo que se ama, por la patria, y por los seres que se adoran? (Aplausos, comentarios, reacciones, etc.) Si yo supiera que era el único de apoyo de la política de Filipinas, y si estuviese convencido de que mis paisanos iban a utilizar mis servicios, acaso dudara de dar este paso; pero hay otros aún que me pueden sustituir, que me sustituyen ya con ventaja; más todavía: hay quienes acaso me hallan de sobra, y mis servicios no se han de utilizar, puesto que me reducen a la inacción. (Comentarios, reacciones, etc.)  He amado siempre a mi pobre patria y estoy seguro de que la amaré hasta el último momento, si acaso los hombres me son injustos; y mi porvenir, mi vida, mis alegrías, todo lo he sacrificado por amor a ella. Sea cualquiera mi suerte, moriré bendiciéndola y deseándole la aurora de su redención. (Aplausos, comentarios, reacciones, etc.)

(ANDRÉS BONIFACIO se acerca a Rizal.)

BONIFACIO: Muy emocionante discurso, pero creo que ya ha llegado la hora de luchar con armas.

RIZAL: Tenemos que esperar un poco más y tratar de negociar en paz.

BONIFACIO (impaciente): ¡Estoy harto ya de esperar! ¡Estuvimos esperando y sufriendo mucho en esto últimos años!

RIZAL: No podemos ganar la victoria a través de la violencia.  Tenemos que educar a nuestros compatriotas y obtener la libertad a través de las negociaciones pacíficas.

BONIFACIO: Ya se está acabando nuestra paciencia. Lo ha hecho Ud. por medio de La Solidaridad en España. ¿Pero qué pasó? ¡Nada! ¡Todos sus discursos y escritos sobre reformas no tuvieron ningún resultado!

RIZAL: No puedo dejar que derrames sangre. Hay que esperar, le suplico. Vamos a trabajar juntos. Deme otra oportunidad.

(Silencio).

BONIFACIO: Bueno. Voy a esperar. Pero sé que no pasará nada. Pero le tengo mucho respeto, y le daré otra oportunidad, la última, de ver si tendrá éxito a través de la paz. Pero si no tiene usted éxito esta vez, ¡la revolución es inevitable!

RIZAL: Comprendo.

 Apolinario Mabini ahora toma el entablado son su discurso. Está sentado en una silla de ruedas. Es un paralítico:

MABINI: Muchos hablan de libertad sin comprenderla; muchos creen que, en teniendo libertad, ya se puede obrar sin freno, lo mismo para el bien que para el mal, lo cual es un grandísimo error. La libertad es solo para el bien y jamás para el mal; va siempre de acuerdo con la razón y la conciencia recta y honrada del individuo. El ladrón cuando roba no es libre, pues que se deja arrastrar por el mal, se hace esclavo de sus propias pasiones; y cuando lo encerramos, lo castigamos precisamente porque no quiere emplear la verdadera libertad. La libertad no quiere decir que no obedezcamos a nadie, pues precisamente no exige que ajustemos nuestra conducta a la acción directora de la razón y reguladora la justicia. La libertad dice que no obedezcamos a cualquiera persona; pero si, manda que obedezcamos siempre a la que hemos puesto y reconocido como la más apta para dirigirnos, pues de ese modo obedeceríamos a nuestra propia razón. Un ejército que se desbanda, desobedeciendo a sus jefes, falta a la verdadera libertad porque perturba el orden e infringe la disciplina, que la razón misma ha impuesto; es decir, que varios hombres juntos no harían nada sin unidad de movimiento ni de fin, si cada uno tirara por su lado.

(Aplausos.  Gritos.  Conmoción.  Los guardias civiles entran y arrestan a Rizal, Mabini y a otros miembros.  Bonifacio se escapa.)

Apagón.

 

Escena 15

Tambores. Un tribunal militar. Rizal está levantado en frente de un juez militar, con guardias civiles a ambos lados.

JUEZ: Le encontramos al acusado culpable de organizar reuniones ilegales con miembros del grupo subversivo, la Liga Filipina. Que sirva esto como una advertencia. El tribunal le ordena que haga servicio comunitario en el pueblo de Dapitan, en la provincia de Zamboanga, Mindanao, por un período indefinido. Llévese al prisionero.

Las luces se apagan. Tambores. 

TELON

 

ACTO II

 

Escena 1

Cuando se apagan las luces del auditorio, se oye una música nostálgica, un kundiman, y se estrena en la pantalla: “Dapitan, 1892-96.”. Otras imágenes pastoriles filipinas siguen proyectadas en la pantalla: una casita de nipa cerca del mar, las montañas, y otras imágenes que reflejan el contenido de la poesía que es leída con la voz de Rizal en altavoz fuera del escenario. Los sonidos podrían ser una combinación del kundiman, las olas del mar, los gorjeos de los pajaritos, y otros sonidos reflejando la paz y la tranquilidad del paisaje:

RIZAL: (altavoz)

Su techo es frágil nipa, su suelo débil caña,

sus vigas y columnas maderas sin labrar:

nada vale, por cierto, mi rústica cabaña;

más duerme en el regazo de la eterna montaña,

y la canta y la arrulla noche y día la mar.

 

Un afluente arroyuelo, que de la selva umbría

desciende entre peñascos, la baña con amor,

y un chorro le regala por tosca cañería

que en la callada noche es canto y melodía

y néctar cristalino del día en el calor.

 

Si el cielo está sereno, mansa corre la fuente,

su cítara invisible tañendo sin cesar;

pero vienen las lluvias, e impetuoso torrente

peñas y abismos salta, ronco, espumante, hirviente,

y se arroja rugiendo frenético hacia el mar.

 

Del perro los ladridos, de las aves el trino,

del kalaw la voz ronca solos se oyen allí;

no hay hombre vanidoso ni importuno vecino

que se imponga a mi mente, ni estorbe mi camino;

solo tengo las selvas y el mar cerca de mí.

 

El mar, ¡el mar es todo!  Su masa soberana

los átomos me trae de entes que lejos son;

me alienta su sonrisa de límpida mañana,

y cuando por la tarde mi fe resulta vana

encuentra en sus tristezas un eco el corazón.

 

¡De noche es un arcano!...Su diáfano elemento

se cubre de millares y millares de luz;

la brisa vaga fresca, reluce el firmamento,

las olas en suspiros cuentan al manso viento

historias que se pierden del tiempo en el capuz.

 

Diz que cuentan del mundo la primera alborada,

del sol el primer beso que su seno encendió,

cuando miles de seres surgieron de la nada

y el abismo poblaron y la cima encumbrada

y do quiera su beso fecundante estampo.

 

Mas cuando en noche obscura los vientos se enfurecen

y las inquietas olas comienzan a agitar,

cruzan el aire gritos que el ánimo estremecen,

coros, voces que rezan, lamentos que parecen

exhalar los que un tiempo se hundieron en el mar.

 

Entonces repercuten los montes de la altura,

los árboles se agitan de confín a confín;

aúllan los ganados, retumba la espesura,

sus espíritus dicen que van a la llanura

llamados por los muertos a fúnebre festín.

 

Silba, silba la noche, confusa aterradora;

verdes, azules llamas en el mar vense arder;

mas la calma renace con la próxima aurora

y pronto una atrevida barquilla pescadora

las fatigadas olas comienza a recorrer.

 

Así pasan los días en mi oscuro retiro,

desterrado del mundo donde un tiempo viví;

de mi rara fortuna la Providencia admiro:

guijarro abandonado que el musgo solo aspiro

¡para ocultar a todos el don que tengo en mí!

 

Vivo con los recuerdos de los que yo he amado

y oigo de vez en cuando sus nombres pronunciar:

unos están ya muertos, otros me han olvidado;

mas ¿que importa?...Yo vivo pensando en el pasado

y lo pasado nadie me puede arrebatar.

 

El es mi fiel amigo que nunca me desdora

que siempre alienta el alma cuando triste la ve,

que en mis noches de insomnio conmigo vela y ora

conmigo, y en mi destierro y en mi cabaña mora,

y cuando todos dudan sólo él me infunde fe.

 

Veo brillar el cielo tan puro y refulgente

como cuando forjaba mi primera ilusión;

el mismo soplo siento besar mi mustia frente,

el mismo que encendía mi entusiasmo ferviente

y hacía hervir la sangre del joven corazón.

 

Yo respiro la brisa que acaso haya pasado

por los campos y ríos de mi pueblo natal;

acaso me devuelva lo que antes le he confiado:

los besos y suspiros de un ser idolatrado,

¡las dulces confidencias de un amor virginal!

 

Al ver la misma luna, cual antes argentada,

la antigua hipocondría siento en mi renacer;

despiertan mil recuerdos de amor y fe jurada...

un patio, una azotea, la playa, una enramada,

silencios y suspiros, rubores de placer...

 

Mariposa sedienta de luz y de colores,

soñando en otros cielos y en más vasto pensil,

dejé, joven apenas, mi patria y mis amores,

y errante por doquiera sin dudas, sin temores,

gaste en tierras extrañas de mi vida el abril.

 

Y después, cuando quise, golondrina cansada,

al nido de mis padres y de mi amor volver,

rugió fiera de pronto violenta turbonada:

vense rotas mis alas, deshecha la morada,

la fe vendida a otros y ruinas por doquier.

 

Lanzado a una pena de la patria que adoro,

el porvenir destruido, sin hogar, sin salud,

venís a mi de nuevo, sueños de rosa y oro,

de toda mi existencia el único tesoro,

creencias de una sana, sincera juventud.

 

Ya no sois como antes, llenas de fuego y vida

brindando mil coronas a la inmortalidad;

algo serías os hallo; mas vuestra faz querida

si ya no es tan risueña, si está descolorida

en cambio lleva el sello de la fidelidad.

 

Me ofrecéis; ¡oh ilusiones! La copa del consuelo,

y mis jóvenes años a despertar venís:

gracias a ti, tormenta; gracias, vientos del cielo,

que a buena hora supisteis cortar mi incierto vuelo,

para abatirme al suelo de mi natal país.

 

Cabe anchurosa playa de fina y suave arena

y al pie de una montaña cubierta de verdor,

plante mi choza humilde bajo arboleda amena,

buscando de los bosques en la quietud serena

reposo a mi cerebro, silencio a mi dolor.

 

Escena 2

Cuando se encienden las luces, vemos a Rizal curando a algunos pacientes en su  clínica en Dapitan... Entra una señora de edad acompañada por una más joven, JOSEPHINE BRACKEN.

SEÑORA: Tiene usted una reputación mundial como entomólogo, Dr. Rizal.  Conocí a esta joven en Hong Kong y me habló de usted. Fuimos a Manila, pero nos dijeron que usted se había mudado a  Dapitan.

RIZAL: Me alegro que ustedes me hayan encontrado. (Mira a Josephine).

SEÑORA (sonriendo): Perdón, esta joven es Josephine Bracken.

RIZAL (besando su mano): Encantado en conocerla.

JOSEPHINE (sonriendo): Es un gran placer conocerle, doctor.

RIZAL: ¿Cuánto tiempo van a estar en Dapitan?

SEÑORA: Pues, hasta que termine la consulta con usted... El próximo barco para Manila sale en dos días.

RIZAL: (Mirándola a Josephine con mucha intensidad) Si quieren estar más tiempo para conocer el lugar, para bañar en las playas, pues, pueden quedarse conmigo. Tengo una casa cerca de la playa, y al lado, hay una selva montañosa donde pueden ustedes explorar la flora y la fauna de Dapitan.

SEÑORA: Es usted muy amable, doctor pero... ¿no es ninguna inconveniencia para usted?

RIZAL: ¡Claro que no! Al contrario, será un gran placer.

SEÑORA: Bueno, si usted insiste (mirándola a Josephine otra vez, con una sonrisa)... ¿Josephine?

JOSEPHINE: Me parece estupendo. Me gustaría explorar el paisaje. Me encanta la naturaleza, y encuentro la flora y la fauna aquí muy fascinante.

RIZAL: ¡Perfecto! Me alegro.  Señorita Bracken, perdone un momento. Señora, pase por favor.

(Le acompaña a la Señora adentro para la consulta, mientras Josephine se queda sola en la escena. Las luces cambian de colores para dar la impresión de que la escena está ahora en la selva de Dapitan. Se oyen las chiripas de los pájaros y las olas del mar.)

 

Escena 3

JOSEPHINE: (mirando arriba) ¡La flora y la fauna aquí son verdaderamente fascinantes!  (Unos momentos de silencio y después se oye un sonido ronco de un pájaro. Ella se asusta.)  ¿Qué pájaro es eso? (Apuntando hacia arriba).

RIZAL (riendo): Ese pájaro se llama kalaw.

(Rizal le mira con cariño a la expresión inocente de Josephine.)

JOSEPHINE: ¡Qué maravilloso! Me gustaría quedarme más tiempo pero mi compaera tiene que volver a Inglaterra, y tenemos que ir a Hong Kong para coger el barco.  Necesito acompañarla.

RIZAL: ¡Qué triste!

JOSEPHINE: ¿Y por qué dice usted eso?

RIZAL: Le echaré de menos. Su presencia aquí me quitó muchos momentos de la soledad. ¿Volverá usted?

JOSEPHINE: No lo sé.  Le escribiré.

RIZAL: (Tomando la mano de Josephine) Gracias.  Espero verle otra vez.

(Josephine hace mutis. Rizal se queda solo y se oye su voz en altavoz mientras mira en la distancia:)

RIZAL: Josefina, Josefina,

Que a estas playas  has venido

Buscando un hogar, un nido,

Como errante golondrina;

Si tu suerte te encamina a Shanghai, China o Japón

No te olvides que en estas playas

Late por ti un corazón.   

(Las luces se apagan)

 

Escena 4

Pantalla: “Dapitan, 1893". Cuando se encienden las luces,  Rizal está en una escuela rodeado por algunos niños y sus padres, españoles y filipinos, casi todos españoles casados con filipinas.

PADRE 1: Esto es un esfuerzo noble que hace usted, doctor.

RIZAL: Tenemos que educar a los niños porque serán los líderes en el futuro.

MADRE 1: Me alegro que haya alguien como usted aquí en Dapitan. Usted ha iluminado la oscuridad de esta parte de Filipinas.

RIZAL: Me gusta Dapitan. Con mi profesión de doctor, y ahora, como maestro, me deja ocupadísimo.

PADRE 2: Enhorabuena y muchísimas gracias por su ayuda.

(Una maestra viene a recoger a los niños, y empiezan a cantar una canción, quizás una canción chabacana, o la canción popular y graciosa, “No te vayas a Zamboanga”. Las luces se van disminuyendo.)

 

Escena 5

Pantalla: “Dapitan, 1895". RIZAL está escribiendo en su escritorio en su casa en Dapitan. Entra JOSEPHINE BRACKEN. Rizal está muy sorprendido. Se levanta. Hay unos momentos de silencio mientras se miran.

JOSEPHINE: He vuelto.

RIZAL: Espero para siempre.

JOSEPHINE: Sí, ¡para siempre!

(RIZAL le abraza y le besa a JOSEPHINE. Las luces se disminuyen mientras se están besando.)

 

Escena 6

(Cuando vuelven las luces, JOSEPHINE está sola leyendo una carta. Entra RIZAL.)

RIZAL: ¿Qué tal, amor? ¿Todo va bien?

JOSEPHINE: Tengo que marcharme, Pepe.

RIZAL: ¿Pero por qué?  ¿No te sientes feliz aquí?

JOSEPHINE: Claro que sí. Estoy muy feliz aquí contigo. Pero...es mi familia.  Tengo que volver a Irlanda.

RIZAL (triste): ¿Me vas a dejar?

JOSEPHINE: Quiero visitar a mis padres. Hace casi un año que no les he visto.  Les echo de menos. Te quiero, Pepe.  No te preocupes.  Volveré.

RIZAL (sonriendo pero con mucha tristeza en su voz): Josefina, Josefina,

Que a estas playas  has venido

Buscando un hogar, un nido,

Como errante golondrina;....

JOSEPHINE (abrazándole a Rizal): ¡Qué poesía tan bonita que escribiste para mí! ¡Nunca te olvidaré!...

RIZAL (concluyendo su poesía): No te olvides que en estas playas

Late por ti un corazón.   

(Las luces se apagan mientras se abrazan.)

 

Escena 7

Cuando vuelven las luces, Rizal está en su escritorio leyendo. Se oye la voz de Bonifacio fuera del escenario.

VOZ DE BONIFACIO: ¡Dr. Rizal!

RIZAL: ¿Quién es?

VOZ DE BONIFACIO: Andrés Bonifacio.

RIZAL: ¡Entre!

(Bonifacio entra con dos katipuneros descalzos, en camisas rojas, con bolos atados en sus cinturas.)

BONIFACIO (impulsivo): Ha llegado la hora, doctor. Estamos hartos de esperar. Ya es hora de tomar armas.

RIZAL: ¿Armas?  ¿Vuestros bolos?  ¿Cómo podéis luchar con machetes contra las armas y municiones de los españoles? Ten paciencia. ¡Hay que prepararse bien!

BONIFACIO: Estuvimos preparando, y decidimos atacar a los españoles en Balintawak, y de ahí, mover hacia Malacañang.

RIZAL: No estoy de acuerdo con su plan. Vais a perder.

BONIFACIO: Necesitamos su liderato.

RIZAL: Ya os dije en muchas ocasiones que no me gusta la revolución violenta. He creído siempre en la revolución pacífica. Hemos hablado de esto hace cuatro años.

BONIFACIO: Ya le di a usted mucho tiempo para pensarlo bien. Mire lo que le hicieron a usted: un exiliado en un lugar remoto sin ningún contacto con la civilización. Y le convirtieron en un humilde maestro. ¿Qué ha pasado con el fuego que nos inspiraba usted hace cuatro años? Usted era nuestra inspiración, y ahora, nos abandona. Nuestra patria se está decayendo, y ¡ya ha llegado el momento de la insurgencia!

RIZAL: Siento mucho, Andrés. Me marcho el junio para Cuba. He aceptado un puesto de médico allá.

BONIFACIO (regañado): Pero, ¿qué le pasa a usted? Ahora que le necesitamos con urgencia, ¿y se marcha? ¿Qué ha pasado con su patriotismo?

RIZAL: Nunca comprenderá usted mi modo de ver las cosas.

BONIFACIO: ¿Y usted se considera un patriota, dando la espalda a su patria?

RIZAL: Amo a mi patria, Andrés, más de lo que crea usted. Más tarde, comprenderá usted el por qué estoy haciendo lo que considera usted la falta del patriotismo.

BONIFACIO: Más tarde, dice usted, ¡cuando ya es muy tarde!

 

(Bonifacio sale regañado y frustrado. Apagón inmediato. Tambores violentos durante el apagón.)

 

Escena 8

Pantalla: “Julio 1896". Rizal levantado en la cubierta de un buque.  Altavoz: su poesía Canto del viajero. En el fondo, sonidos del mar:

 

“Hoja seca que vuela indecisa

Y arrebata violento turbión,

Así vive en la tierra el viajero

Sin norte, sin alma, sin patria ni amor.

Busca ansiosa doquiera la dicha,

Y la dicha se aleja fugaz:

¡Vana sombra que burla su anhelo!

¡Por ella el viajero se lanza a la mar!

Impelido por mano invisible

Vagará de confín en confín;

Los recuerdos le harán compañía

De seres queridos, de un día feliz.

Una tumba quizá en el desierto

Hallará, dulce asilo de paz:

De su patria y del mundo olvidado...

¡Descanse tranquilo, tras tanto penar!

Y le envidian al triste viajero,

Cuando cruza la tierra veloz...

¡Ay! No saben que dentro del alma

Existe un vacío do falta el amor!

Volverá el peregrino a su patria,

Y a sus lares tal vez volverá

Y hallará por doquier nieve y ruina,

Amores perdidos, sepulcros, no más.

Ve, viajero, prosigue tu senda,

Extranjero en tu propio país;

Deja a otros que canten amores,

Los otros que gocen; tú, vuelve a partir.

Ve, viajero, no vuelvas el rostro,

Que no hay llanto que siga al adiós;

Ve viajero, y ahoga tus penas;

Que el mundo se burla de ajeno dolor.

 

Escena 9

Pantalla: “Balintawak, Agosto, 1896". Entra Bonifacio y los katipuneros con el histórico “Grito de Balintawak”. Llevan banderas rojas con las letras “KKK”  y machetes, y la escena acaba en un” tableau”. Se oyen gritos de guerra, cañones, tambores, y disparos.  Apagón.

 

Escena 9

(Cuando vuelven las luces, foco al Gobernador General Blanco que está levantado en la parte izquierda del escenario:)

 

BLANCO: Los actos de rebelión realizados en estos días por algunos grupos de gente armada en diferentes puntos del territorio de esta provincia, turbando gravemente la tranquilidad pública, exigen la más severa y ejemplar represión para ahogar en su germen tan criminal como descabellada intentona. En su consecuencia y en uso de las facultades de que estoy revestido, vengo en ordenar lo siguiente:

(Leyendo)

 Artículo 1. Desde la publicación del presente bando queda declarado en estado de guerra el territorio que comprende las provincias de Manila, Bulacán, Pampanga, Nueva Ecija, Tarlac, la Laguna, Cavite y Batangas.

Art. 2. En virtud de esta declaración serán sometidos a la jurisdicción de guerra cualquier persona acusada de los delitos que afectan al orden público; los de traición, los que comprometan la paz e independencia del Estado o contra la forma de gobierno; los de atentado y desacato a las autoridades y sus agentes y los delitos comunes que se realicen con ocasión  de la rebelión o sedición,

Art. 3. Serán juzgados en juicio sumarísimo por el Consejo de Guerra correspondiente los reos de flagrante rebelión, y demás definidos en el artículo anterior y los previstos en el Código de Justicia Militar.

Art. 4.  Asimismo se declaran sometidos al juicio sumarísimo a todos los reos jefes de sedición o rebelión siempre que sean sorprendidos in flagrante.

Art. 5. Los que se encuentren o hubiesen estado en el sitio del combate y los que sean aprehendidos huyendo u ocultos después de haber estado con los rebeldes, serán tratados como presuntos reos de los delitos que se mencionan en el artículo que precede.

Art. 6.  Serán tribunales competentes para conocer en juicio de las causas que se formen por todos los delitos enunciados los Consejos de Guerra que establece en las casas respectivas el Código de Justicia Militar.

Art. 7.  Los rebeldes que se presenten a las autoridades antes de las 48 horas después de la publicación de este bando, quedarán exentos de la pena de rebelión, excepto los jefes de los grupos sediciosos y los reincidentes en estos delitos. Los jefes a que se hace referencia serán indultados de la pena que les corresponda si se rinden en el plazo fijado, sufriendo la inmediatamente inferior en su grado mínimo o medio.

Art. 8. Los meros ejecutores de la rebelión que se sometan en el plazo expresado sin haber realizado actos de violencia, así como los que hallándose comprometidos a llevarla a cabo la denuncien a tiempo de evitar sus consecuencias, quedarán exentos de toda pena.

Art. 9.  Todo grupo sospechoso que se forme será disuelto a todo trance con la fuerza pública prendiendo a los que no se entreguen y poniéndolos a disposición de Autoridad militar.

Art. 10.  Las autoridades gubernativas y judiciales del orden civil continuarán funcionando en todos los asuntos propios de sus atribuciones, que no se refieran al orden público, limitándose en cuanto a éste a las facultades la militar les deje expeditas o les delegase, debiendo en uno y otro caso darle directamente los partes y noticias que lleguen a su conocimiento.

 

Manila, 30 de agosto de 1896

(Se apagan las luces en esta parte del escenario. Tambores durante el apagón.)

 

Escena 10

(Se encienden las luces en la  parte derecha del escenario donde se enfoca una luz rojiza a Aguinaldo:)

AGUINALDO (en su balcón de su casa en Kawit, Cavite): Filipinas presencia hoy un hecho sin ejemplo en su historia: la conquista de su libertad y de su independencia, el más noble y elevado de sus derechos; le infunde un heroísmo que le colocará a la altura de las naciones civilizadas. Sabemos que el progreso sólido de un pueblo tiene por base su independencia y libertad; luego este derecho es el sentimiento más noble y sublime que debe abrigar el ciudadano, ante el cual no debe escuchar los temores que infunden nuestros intereses y nuestras familias, ni ahorrar el derramiento de sangre para poder romper la cadena de esclavitud que hemos arrastrado durante trescientos aos de tiranía y abusos. Como ejemplo de esta verdad, de que la revolución está revestida de justicia y derecho, lo vemos en todas las naciones civilizadas, pues ninguna de éstas permitirá un hecho que constituya el más ligero atentado de una pulgada de su territorio, sin que la última gota de sangre se derramase de su integridad nacional.

(Gritos y aplausos.)

¡Ciudadanos filipinos! No seamos un pueblo salvaje; procuremos imitar el ejemplo de las naciones civilizadas europeas y americanas; ahora es la ocasión de derramar por última ve nuestra sangre para conquistar nuestra querida libertad.

(Gritos y aplausos.)

Los españoles, conquistadores de esta tierra querida, nos acusan de ingratitud y dicen que después de habernos abierto los ojos deseamos pagarles este favor sacudiendo su yugo; he aquí un argumento falso para engañarnos.  Pues la civilización introducida por España en el periodo de tres siglos en estas tierras es superficial y engañadora en el fondo procurando mantener la ignorancia en las masas, destruyendo o apagando el foco de la verdadera luz que nace lentamente del seno de un puñado de filipinos que, sin más falta que su ilustración, son víctimas de persecuciones del Gobierno. Resultado de esto son los destierros, deportaciones y otras tiranías que venían efectuándose de algunos años a esta parte.  Pues bien: no está recompensado con exageración este adelanto tan grande que hemos adquirido durante trescientos años con lo que España ha aprovechado de nuestra sangre y sudores, quien no satisfecha de una explotación vergonzosa nos escupe la cara llamándonos carabaos, perezosos, monos y todo género de epítetos indignos. ¡Pueblo filipino! Ha llegado la hora de derramar nuestra sangre por la conquista de un derecho: la libertad.  Agrupémonos alrededor de la Bandera de la revolución, cuyos títulos son ¡¡¡Libertad, Igualdad y Fraternidad!!!

(Aplausos. Gritos: “¡Libertad!, ¡Fraternidad!, ¡Igualdad!”. Las luces van disminuyendo mientras Aguinaldo se reúne con miembros de su gabinete en la parte central del escenario:) 

AGUINALDO: Un comité central revolucionario, compuesto de seis miembros, se encargará de la continuación de la guerra, organizará un ejército de treinta mil hombres, con fusiles y cañones para la defensa de los pueblos y provincias que se adhieren al nuevo Gobierno Republicano destinado a establecer el orden a medida que la revolución continúe a propagarse a todas las islas filipinas. La forma de gobierno será semejante a la de Estados Unidos de América, basada esencialmente en los principios más estrictos de Libertad, Fraternidad e Igualdad. Cada pueblo elegirá por votación un Comité Municipal, compuesto de un Presidente, un Vicepresidente, un Tesorero y un Secretario, un Juez y dos Vocales que entenderán del Gobierno y Administración de Justicia, y estos Comités serán completamente independientes del Comité Central, pero estará obligado de proveerle un contingente de hombres, víveres y una contribución de guerra para el sostenimiento del ejército. Cada Comité Municipal nombrará un Delegado ante el Comité Central. El cuerpo de delegados formará un congreso en unión del presidente y miembros del comité central, que deliberará sobre el envío de contingentes de tropas, víveres y contribución de guerra. El ejército revolucionario se compondrá de tres cuerpos de diez mil hombres al mando de tres generales y un General en Jefe.  El Comité Central compondrá de un Presidente, Vicepresidente, y como miembros, el General en Jefe, un Tesorero, un Intendente, un Auditor y un Secretario. Cada Comité Municipal, inmediatamente que esté organizado, nombrará un Capitán para formar un Cuerpo de Guardia Ciudadano en el que todos los ciudadanos estarán obligados a inscribirse Dicho Cuerpo, en unión de la guardia que el General en Jefe señale, formará la salvaguardia del pueblo. En nombre del Comité revolucionario tengo el honor de suplicarle a ustedes se sirva propagar por los medios que ustedes crean convenientes el presente manifiesto, como un servicio que pedimos de ustedes, ¡por la libertad de nuestra querida patria! (Aplausos.  Gritos.  “¡Libertad!, ¡Fraternidad!, ¡Igualdad!”) 

APAGÓN. TAMBORES.

 

Escena 11

En las diferentes áreas del escenario, se dramatiza la revolución armada de Aguinaldo contra España. Escenas múltiples de encuentros...soldados españoles batallando contra los revolucionarios filipinos. Se muestran victorias y derrotas por ambos lados,  españoles y filipinos. Sonidos y gritos de guerra.

 

Escena 12

Pantalla: “Barcelona, 3 de octubre 1896". Los actores miman las siguientes escenas mientras se oye el sonido de tambores: El buque llega a Barcelona y las autoridades con los guardias civiles, detienen a Rizal y le llevan a una cárcel.  Breve apagón.  Los guardias civiles retornan para recoger a Rizal y le llevan como prisionero en un buque rumbo a Manila.

 

Escena 13

Pantalla: “Manila, 3 de noviembre 1896". Con el sonido de tambores, los actores miman lo siguiente: Rizal, encadenado y acompañado por soldados, llega a Manila y desde el buque que está en el nivel alto del escenario, llevado a la cárcel del Fuerte Santiago, en la parte baja.

 

Escena 14

Un tribunal de 6 jueces entra. Dos de ellos son frailes. Los otros cuatro, incluyendo el juez  principal, son militares.

FUNCIONARIO DEL TRIBUNAL: ¡Levántense todos!

(Los jueces toman sus lugares  y se sientan. El público se sienta después.)

JUEZ PRINCIPAL: ¿El acusado? (Rizal y su abogado se levantan.) José Rizal Alonso, este tribunal le acusa  del crimen de sedición. ¿Cómo  aboga usted?

RIZAL: Inocente, su Señoría.

JUEZ PRINCIPAL: (a los abogados) Pueden comenzar.

FISCAL: (dirigiéndose al tribunal) Sus señorías. Tenemos ante ustedes un hombre culpable de sedición. Él ha incitado la rebelión del agosto de 1896, inspirando a sus compatriotas a través de sus novelas rebeldes, Noli me tangere y El Filibusterismo. Déjeme poner estas dos novelas como Pruebas A y B. (Pasa las dos novelas al Funcionario del Tribunal). Mientras estuvo en España, pare pedir reformas, él ha incitado a sus compatriotas allí, Marcelo de Pilar, Graciano López Jaena y otros, hacia actividades rebeldes, utilizando tales publicaciones como La Solidaridad, una publicación anti-española y sediciosa, denunciando a los frailes de esta tierra y haciendo broma al gobierno de España en las Islas Filipinas. Ponemos como Prueba C una copia de La Solidaridad, donde el autor ha publicado un artículo denunciando a los frailes de las islas. Cuando él volvió a las Filipinas, a pesar de su exilio a Dapitan, él continuó influenciando a los rebeldes tales como el katipunero supremo, Andrés Bonifacio, con una organización subversiva que él formó, La Liga Filipina, que llevó a cabo la insurrección de Bonifacio hace cuatro meses. Sus señorías: El caso es obvio. El acusado es obviamente un asesino de las políticas del estado, así como un propagandista anti-fraile. Sus actividades son evidentemente sediciosas, y el único castigo para sus actos de  traición es la ejecución pública. Gracias. (Se sienta)

(Reacciones positivas y negativas del público.)

JUEZ I: Abogado para la defensa.

ABOGADO DEFENSOR: Sus señorías: El Dr. Rizal ha dedicado su vida a realzar una mejor manera de vida para sus paisanos. Sus novelas, las actividades con  La Solidaridad, y otros escritos fueron utilizados para despertar a España de los abusos de las autoridades españolas, en particular, los abusos de los frailes, aquí en el archipiélago. (Reacción de los frailes jueces.) Rizal ama a España, sin duda; él no está de ninguna manera anti-española. Sus escritos de anti-fraile fueron dirigidos solamente a un puñado de frailes que habían abusado a sus paisanos, y que se habían aprovechado de sus puestos para explotar a las mujeres filipinas y la ignorancia de las masas filipinas. Su amor para España y la religión católica se expresa en las palabras de Ibarra en su novela Noli me tangere, cuando le contesta al filósofo Tasio de lo siguiente:

 “Con todo, no puedo creer en ese poder que Ud. dice y aún suponiéndolo, admitiéndolo, tendría todavía a mi lado al pueblo sensato, al Gobierno que está animado de muy buenos propósitos, lleva grandes miras y quiere francamente el bien de Filipinas. ... contentémonos con ver que nuestro pueblo no se queja, ni sufre como el pueblo de otros países, y eso es gracias a la Religión y a la benignidad de los gobernantes… ¡Dios, el Gobierno y la Religión no permitirían que llegue ese día! Filipinas es religiosa y ama a España; Filipinas sabrá cuánto por ella hace la nación. Hay abusos sí, hay defectos, no lo he de negar, pero España trabaja para introducir reformas que los corrijan, madura proyectos, no es egoísta…”

 Sus señorías, ¿no es esto un intento sincero del Dr. Rizal de simplemente pedir a España unas reformas de los abusos cometidos aquí? ¿Es esto traición o sedición? Gracias. (Se sienta.  Reacciones del público.)

 JUEZ 2: ¡Orden! ¡Orden! (El público se pone quieto.)Es casi a las doce de l mediodía. Continuemos mañana, a las diez de la mañana.

FUNCIONARIO DEL TRIBUNAL: ¡Levántense todos!

(Los jueces hacen mutis. Las luces van desvaneciendo. Murmullos, comentarios, etc. del público mientras las luces van disminuyendo.)

 

Escena 15

La escena es igual que la escena anterior. Todos se levantan cuando entran los jueces. Se sientan y el público se sienta después.

JUEZ 2: Señor Fiscal,  usted puede llamar a sus testigos.

FISCAL: Tengo solamente un testigo, su señoría. ¡José Rizal Alonso!

Rizal se acerca al Tribunal.

FUNCIONARIO: (con la biblia en su mano) ¿Usted jura solemnemente para decir la verdad, la verdad entera, y nada más que la verdad?

RIZAL (con una mano en la biblia, y la otra levantada): Sí, lo juro.

FISCAL: Su nombre y ocupación.

RIZAL: Dr. José Rizal y Alonso, doctor de  medicina.

FISCAL: Dr. Rizal, ¿es usted el autor de estas dos novelas, Noli me tangere y El Filibusterismo? (Demuestra ambas novelas.)

RIZAL: Sí, señor.

FISCAL: ¿Cómo traduciría usted “Noli me tangere?”

RIZAL: No me toques.

FISCAL: ¿Por qué llamó usted su novela así?

RIZAL: Me refería a cierto grupo de personas que era considerado “los intocables.”

 FISCAL: ¿Los intocables? ¿Por qué?

RIZAL: Porque cualquier cosa que hicieron, la ley no podría tocarlos.

FISCAL: ¿Y quiénes son estos intocables?

RIZAL: Algunos miembros de una orden religiosa en las Filipinas.

(Reacciones, conmoción, murmullos del público. El juez principal dice “Orden en la corte!” Los dos Jueces Frailes susurran el uno al otro, y se vuelven  pálidos.)

 FISCAL: En su segunda novela, “El filibusterismo,” ¿Por qué lo titula usted así? Suena subversivo.

RIZAL: Significa precisamente eso. (Conmoción. Algunos mueven  sus cabezas como  decir que Rizal se estaba suicidando.)

FISCAL: Así pues, usted admite  ser sedicioso.

RIZAL: La novela es ficción. Estoy refiriendo a una situación ficticia del tema de la subversión.

FISCAL: Se disfraza como ficción. ¡En mi opinión, usted está reflejando a unas personas verdaderas, incluyendo a usted como traidor y subversivo!

RIZAL: Ésa es sólo su opinión, señor.

FISCAL: Es mi opinión y la opinión de la mayoría, Dr. Rizal. Usted se está condenando a sí mismo con sus escritos. (Al abogado defensor) Su testigo.

ABOGADO DEFENSOR: No tengo preguntas.

JUEZ PRINCIPAL: Si no hay preguntas de este testigo, aplazaremos la sesión para mañana. (A  Rizal) Usted puede volver a su asiento. (Rizal vuelve a su lugar.) Los jueces en este tribunal tendrán la ocasión de interrogar al Dr. Rizal. La corte se aplaza hasta a las diez mañana por la mañana.

Apagón. Tambores.

 

Escena 16

La escena se abre como la escena anterior. Cada uno en su lugar.

PRINCIPAL JUEZ: (al Fiscal y al abogado de la defensa): ¿Están ustedes listos para sus sumarios?

AMBOS ABOGADOS: Sí, su Señoría.

JUEZ PRINCIPAL: Pero antes, los miembros del tribunal quisieran hacer algunas preguntas al Dr. Rizal. Dr. Rizal, usted todavía está bajo juramento.

(Rizal se levanta y se sienta en el asiento de testigo.)

JUEZ FRAILE 1: Dr. Rizal, en sus novelas, particularmente Noli me tangere, usted refiere a dos frailes, el padre Dámaso y el padre Salvi. ¿Basaba usted estos dos caracteres en verdaderos miembros de una orden religiosa?

RIZAL: Sí, su Señoría.

JUEZ FRAILE 2: ¿Quién eran ellos?

RIZAL: No eran dos frailes en particular, sino algunos frailes que me había encontrado como estudiante en Filipinas. Compuse estos dos caracteres basados en un número de miembros de diversas órdenes religiosas con las cuales tenía la oportunidad de conocer.

 JUEZ FRAILE 2: Usted los describe en absoluta negatividad en sus novelas. ¡Usted se ríe de los frailes que son representantes de Dios que fueron enviados por el Todopoderoso aquí para salvar la humanidad del diablo! Déjeme leer un paso de su novela Noli me tangere, capítulo once, incluso el título y el subtítulo es subversivo: Nos llama usted “los soberanos”, y como subtítulo de este capítulo, “dividíos e imperad”. (Murmullos del público.) Y describe usted a Padre Salvi de esta manera: “...el P. Salví era muy asiduo en cumplir con sus deberes,..., demasiado asiduo. Mientras predicaba –era muy amigo de predicar– se cerraban las puertas de la iglesia... en esto se parecía a Nerón que no dejaba salir a nadie mientras cantaba en el teatro... (Risas del público.)

JUEZ PRINCIPAL: (Golpeando la mesa) ¡Orden, orden!

JUEZ FRAILE 1: Y cuando describe a padre Dámaso, dice usted: “...todo lo arreglaba a puñetazos y bastonazos, que daba riendo y con la mejor buena voluntad. Por esto no se le podía querer mal; estaba convencido de que sólo a palos se le trata al indio...” Y con sarcasmo sigue usted diciendo: “...pero aquel lo hacía para el bien y éste para el mal de las almas.” (Risitas del público.)  Y compara Ud. a P. Salvi y P. Dámaso con esto: “Toda falta de sus subordinados [P. Salvi] solía castigar con multas, pues pegaba muy raras veces; en lo que se diferenciaba…mucho del P. Dámaso...”

(Murmullos del público, algunos comentando y riendo.)

JUEZ PRINCIPAL: (golpeando la mesa) ¡Orden, orden!

JUEZ FRAILE 2: ¡Esto es un asalto contra los sirvientes de Dios!

JUEZ FRAILE 1: No tengo nada más que decir. Esta novela es un insulto grave y un pecado mortal contra la moralidad y los mandamientos de Dios. He dicho.

(Murmullos, risas, etc.)

JUEZ PRINCIPAL: ¡Orden, orden! (El público se queda quieto.) Sumarios.

 FISCAL (con mucha confianza): Señorías: No hay realmente nada más que agregar. Ustedes mismos han interrogado al testigo y de su propia boca, él confiesa ser un subversivo, y en sus propias palabras, dijo que estas verdades fueron escritas “en el modo de la ficción”. ¿Qué es esto de ficción? Él  mismo admite que sus caracteres están basados en personas verdaderas. ¿Qué más da, sus señorías, sino condenar a este hombre a la muerte lo más pronto posible antes que  cause más problemas en estas islas!

(Se sienta.)

ABOGADO DE LA DEFENSA: (Se levanta y va hacia los jueces) Déjeme reiterar, señorías, mis declaraciones al comenzar este proceso. El Dr. José Rizal no es culpable de traición. Al contrario, este hombre es un patriota. Lo que ha hecho es abrir los ojos de la gente  a los abusos cometidos en estas islas. Él debiera ser elogiado por su acción, y no condenado. Él ha hecho enterar del cáncer que está corroyendo a nuestra sociedad debido a la licencia y la inmoralidad de estos supuestos servidores de Dios que, en vez de elevar a la gente filipina a los niveles del espiritualismo verdadero, hacían lo contrario, sofocando a la gente con abusos físicos, y explotándoles para satisfacer su avaricia y lujuria. Rizal hizo solamente lo que era su deber: ¡ser un verdadero patriota! (El público aplaude).

JUEZ PRINCIPAL: ¡Orden, orden!

(Cuando el ruido se disminuye, el Juez, después de consultar con sus colegas del Tribunal,  continúa:)

Después de oír a ambos abogados, los miembros del tribunal haremos nuestras deliberaciones y nos encontraremos mañana para dar nuestro veredicto. El Tribunal se aplaza hasta a las 10 mañana.

Apagón.  Tambores.

 

Escena 17

 Pantalla: “29 de diciembre de 1896". La misma escena que arriba. Un Tribunal de Justicia dentro de la fortaleza Santiago en Intramuros. El tribunal de jueces entra acompañados por guardias civiles y el sonido de tambores.

FUNCIONARIO DEL TRIBUNAL: ¡Levántense todos!

Todos se levantan y los jueces toman sus lugares. Se sientan y todos se sientan después.

JUEZ PRINCIPAL: ¡Levántese el acusado! (Rizal y su abogado se levantan.)

JUEZ PRINCIPAL: Dr. Rizal Alonso, el tribunal le encuentra culpable de traición.

(Murmullos. La familia de Rizal reaccionando con “No, no, no puede ser”, algunos llorando y protestando.) ¡Orden, orden! (Cuando se disminuyen los ruidos, continúa:) Antes de que se dicte el veredicto, ¿tiene usted algo que decir?

RIZAL: (Se levanta.) Sí, su Señoría. (Silencio) Cuando estaba al exterior, mis paisanos me aconsejaron que no vuelva, y que fuera mejor que permanezca en exilio porque seguramente, la muerte era inevitable. Incluso antes de que usted dictara su veredicto, sabía ya que la sentencia de muerte era el veredicto para la traición. Pero estoy listo a morir por mi patria. Mi muerte servirá como un pequeño paso hacia el nacimiento de mi país. Muerte, porque en morir, mis paisanos serán liberados de esta esclavitud, esta esclavitud que nos ha dominado por cuatro siglos. Amo a España, pero algunos españoles  que vinieron a gobernar mi país no respetaron las leyes de la humanidad. Vinieron en el nombre del barbarismo, y no de la civilización. Vinieron a violar y pillar la cultura que era una vez prístina. Que sea mi martirio como el martirio de los padres Burgos, Gómez y Zamora en 1872 a quiénes está dedicada mi segunda novel El Filibusterismo. ¡Que mi muerte sea una pequeña chispa que encienda el fuego del patriotismo a mis compatriotas que tomarán mi lugar! ¡Viva Filipinas! ¡Viva la Libertad!

TODOS: ¡Viva, viva! (El público se queda ruidoso, gritando, levantados. Hay mucho alboroto.)

JUEZ PRINCIPAL: ¡Orden, orden! ¡Guardias! (Más alborotos de tres o cuatro personas. Los guardias civiles vienen para arrastrarles fuera del salón. Cuando se disminuye el ruido, el JUEZ PRINCIPAL dicta su veredicto:)

JUEZ PRINCIPAL: Levántese el acusado. (Rizal y su abogado se levantan.) Los miembros del tribunal han deliberado sobre las acusaciones de sedición y traición contra usted, Dr. Rizal, y le encontramos culpable de estos crímenes. Es la decisión de este tribunal condenarle a la ejecución pública mañana al amanecer en Bagumbayan.

(Ruidos. Alborotos. Tambores. Los guardias civiles lo amarran a  Rizal y lo sacan mientras el alboroto y las luces van disminuyendo hasta un apagón completo.)

 

Escena 18

Es la noche del 29 de diciembre de 1896. Rizal está escribiendo su Último Adiós  y la pantalla proyecta las escenas descritas en la poesía mientras la voz de Rizal recita este poema que se oye en el auditorio en altavoz, y esto se continúa a la escena siguiente, la escena final, el Epílogo, donde el verso `Morir es descansar' se repite una y otra vez. Al final de esta escena, cuando termina de escribir, el mártir oculta su poema dentro de una lámpara. Se levanta despacio, mira al público por última vez, mientras las luces van desvaneciendo.

“Adiós, Patria adorada, región del sol querida,

Perla del Mar de Oriente, ¡nuestra perdido Edén!

A darte voy alegre la triste mustia vida,

Y fuera más brillante, más fresca, más florida,

También por ti la diera, la diera por tu bien.

 

En campos de batalla, luchando con delirio

Otros te dan sus vidas sin dudas, sin pesar;

El sitio nada importa, ciprés, laurel o lirio,

Cadalso o campo abierto, combate o cruel martirio,

Lo mismo es si lo piden La Patria y el hogar.

 

Yo muero cuando veo que el cielo se colora

Y al fin anuncia el día tras lóbrego capuz;

Si grana necesitas para teñir tu aurora,

Vierte la sangre mía, derrámala en buena hora

Y dórela un reflejo de su naciente luz

 

Mis sueños cuando apenas muchacho adolescente,

Mis sueños cuando joven ya llenos de vigor,

Fueron el verte un día, joya del Mar de Oriente

Secos los negros ojos, alta la tersa frente,

Sin ceno, sin arrugas, sin mancha de rubor.

 

Ensueño de mi vida, mi ardiente vivo anhelo,

¡Salud te grita el alma que pronto va a partir!

¡Salud! ah, que es hermoso caer por darte vuelo,

Morir por darte vida, morir bajo tu cielo,

Y en tu encantada tierra la eternidad dormir.

 

Si sobre mi sepulcro vieres brotar un día

Entre la espesa hierba sencilla, humilde flor,

Acércala a tus labios y besa el alma mía,

Y sienta yo en mi frente bajo la tumba fría

De tu ternura el soplo, de tu halito el calor.

 

Deja la luna verme con luz tranquila y suave;

Deja que el alba envíe su resplandor fugaz,

Deja gemir al viento con su murmullo grave,

Y si desciende y posa sobre mi cruz un ave

Deja que el ave entone su cántico de paz.

 

Deja que el sol ardiendo las lluvias evapore

Y al cielo tornen puras con mi clamor en pos,

Deja que un ser amigo mi fin temprano llore

Y en las serenas tardes cuando por mi alguien ore

¡Ora también, Oh Patria, por mi descanso a Dios!

 

Ora por todos cuantos murieron sin ventura,

Por cuantos padecieron tormentos sin igual,

Por nuestros pobres madres que gimen su amargura;

Por huérfanos y viudas, por presos en tortura

Y ora por ti que veas tu redención final.

 

Y cuando en noche oscura se envuelva el cementerio

Y solos solo muertos quedan velando allí

No turbes su reposo, no turbes el misterio

Tal vez acordes oigas de citara o salterio,

Soy yo, querida Patria, yo que te canto a ti.

 

Y cuando ya mi tumba de todos olvidada

No tenga cruz ni piedra que marquen su lugar,

Deja que la are el hombre, la esparza con la azada,

Y mis cenizas antes que vuelvan a nada,

El polvo de tu alfombra que vayan a formar.

 

Entonces nada importa me pongas en olvido,

Tu atmósfera, tu espacio, tus valles cruzare,

Vibrante y limpia nota seré para tu oído,

Aroma, luz, colores, rumor, canto, gemido

Constante repitiendo la esencia de mi fe.

 

Mi Patria idolatrada, dolor de mis dolores,

Querida Filipinas, oye el postrer adiós.

Ahí, te dejo todo, mis padres, mis amores.

Voy donde no hay esclavos, verdugos ni opresores,

Donde la fe no mata, donde el que reina es Dios.

 

Adiós, padres y hermanos, trozos del alma mía;

Amigos de la infancia en el perdido hogar,

Dad gracias que descanso del fatigoso día.

¡Adiós, dulce extranjera, mi amiga, mi alegría!

Adiós, queridos seres. Morir es descansar.

(Se oye el eco de este verso repitiéndose en el auditorio)

¡Morir es descansar!

Epílogo

La escena es exactamente igual que la escena en el prólogo, donde, con el acompañamiento de tambores, los soldados marchan a Rizal a Bagumbayan donde le van a ejecutar. La única diferencia es, además de los tambores, se oye en altavoz versos del ‘Ultimo Adiós’ que se detiene de repente después del verso “Morir es descansar”. Se oye el eco de este verso junto con los disparos de los rifles del pelotón de soldados. Los sonidos del eco de los disparos y lo del verso se mezclan y se oyen por todos lados del auditorio. 

APAGÓN GENERAL.

TELÓN