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La ladrona de
libros, Marcus Zusak
(Barcelona, Círculo de Lectores, 2008)
Al principio, lo que más le impactó de
la familia fue su procacidad verbal, sobre todo por la vehemencia y asiduidad
con que se desataba. La última palabra siempre era Saumensch o bien Saukerl o Arschloch. Para los que no estén familiarizados
con estas palabras, me explico: Sau, como todos sabemos, hace referencia a los cerdos. Y Saumensch se
utiliza para censurar o humillar a la mujer. Saukerl (pronunciado tal cual) se
utiliza para insultar al hombre. Arschloch podría traducirse por «imbécil», y no distingue
entre el femenino y el masculino. Uno simplemente lo es.
- Saumensch, du dreckiges!
–gritó la madre de acogida de Liesel la primera
noche, cuando la niña se negó a bañarse–. ¡Cochina
marrana! Venga, fuera esa ropa.
(pág. 35)
Hans tomó
impulso, se puso en pie y salió de la habitación.
-De hecho, tengo una idea mejor
–anunció a su regreso. En la mano llevaba un grueso lápiz de pintor y un taco
de papel de lija–. Vamos a pulir esa lectura.
A Liesel le
pareció la mar de bien.
Hans dibujó
un cuadrado de unos dos centímetros y medio en la esquina izquierda del reverso
de un trozo de papel de lija y encajó una «A» mayúscula en el interior. Colocó
otra «a» en la esquina opuesta, pero minúscula. Hasta aquí, ningún problema.
-A- leyó Liesel.
- ¿A de…?
Liesel
sonrió.
- Apfel.
Hans escribió
la palabra con letras grandes y debajo dibujó una manzana deforme. Era pintor
de brocha gorda, no artista.
- Ahora
A medida que avanzaban por el
abecedario, Liesel estaba cada vez más boquiabierta.
Era lo que había hecho en el colegio, en la clase de párvulos, pero mucho
mejor: era la única alumna y no se sentía un gigante. Disfrutaba viendo cómo se
movía la mano de su padre mientras escribía las palabras y trazaba lentamente
los rudimentarios bosquejos.
- Ánimo, Liesel
–la alentó al ver que se encallaba–. Dime algo que
empiece por «S». Es fácil. Vamos, me estás defraudando.
Liesel estaba
bloqueada.
- ¡Venga! –susurró
con complicidad–. Piensa en mamá.
La palabra se estampó contra su cara
como un bofetón y Liesel esbozó una sonrisa
automática.
- Saumensch! –gritó.
(pág. 68)
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