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UNA APROXIMACIÓN AL
ESTUDIO DE LOS PROCEDIMIENTOS DE INTENSIFICACIÓN PRESENTES EN EL DISCURSO
PERIODÍSTICO
Ana
Mancera Rueda*
(Universidad de Sevilla)
Resumen:
El propósito principal de este artículo es analizar cuáles
son los procedimientos de intensificación más recurrentes en el discurso
periodístico, especialmente en el subgénero de la columna de opinión. Para ello
se ha escogido un corpus de 180 columnas de opinión publicadas fundamentalmente
entre 2000 y 2007 en distintos periódicos y suplementos de tirada nacional. No
cabe duda de que la mayoría de estos elementos enfatizadores son
característicos de la lengua hablada, especialmente de la modalidad de uso
coloquial, por lo que ejemplos extraídos de medios tan diversos nos permitirán
demostrar que la oralización de esta
tradición discursiva puede apreciarse –en mayor o menor medida– en el amplio
espectro mediático de la prensa española.
Palabras
clave:
Intensificación, discurso periodístico, columna de
opinión, prensa española
Abstract:
The aim of this article is to analyze the most common procedures of
intensification used in the journalistic discourse, especially in the columns
of opinion. For this purpose a corpus of 180 articles published between 2000
and
Keywords:
Intensification, journalistic discourse, column of
opinion, Spanish press
1. Introducción
La
intensificación puede llevarse a cabo por medio de una gran variedad de formas
lingüísticas distintas. Basándonos en la tipología desarrollada por J. M. González
Calvo (1984-1988), en este artículo nos proponemos presentar una clasificación
capaz de aglutinar a todos aquellos procedimientos de enfatización utilizados
de manera recurrente en el discurso periodístico, especialmente en el subgénero de la columna
de opinión. Para ello se ha escogido un corpus de 180 columnas publicadas
fundamentalmente entre 2000 y 2007 en distintos periódicos y suplementos de la
prensa española. En la selección de estas publicaciones se han tenido en cuenta
varios criterios: hemos escogido ejemplos extraídos de los cinco periódicos de
mayor tirada nacional –El País, El Mundo, Abc,
–Metro, ADN y 20 Minutos–. Sobra decir que responden a una
línea editorial muy diferente –por ejemplo, las de El País y
2.
El
concepto de énfasis subyace en muchas
de las explicaciones que encontramos en las gramáticas de la lengua española,
acerca de fenómenos lingüísticos de muy distinto tipo. Así por ejemplo, en su
caracterización del uso de los pronombres personales S. Gili Gaya pone de
manifiesto cómo “en primera y segunda persona el pronombre sujeto es enfático [la cursiva es nuestra], y
significa insistencia particular en hacer resaltar el sujeto” (1943 [1976], p.
228), y en el Esbozo se señala
también cómo “el sujeto pronominal se emplea correctamente en español por
motivos de énfasis expresivo, o para
evitar alguna ambigüedad posible, según las circunstancias particulares de cada
caso” (1973 [2000], p. 421). Para J. Alcina y J. M. Blecua las proposiciones de
que relativo de carácter
especificativo pueden “repetir una especificación expresada por otros
procedimientos gramaticales subrayándola, o bien sustituir con cierto énfasis a otra formulación gramatical más simple” (1975, p. 1037). Y para E.
Alarcos el adverbio sí es asimismo
una “unidad enfática que subraya el
contenido afirmativo de la secuencia, puesto que la modalidad es afirmativa
cuando no lleva indicios explícitos de lo contrario” (1994, p. 132). Por otra
parte, según V. García de Diego, “el énfasis es una claridad intencionada en
que se recalca la elocución o una parte de ella. Es un factor notable en el
lenguaje en su doble desempeño de afectación y de claridad e impulso
articulatorio y tonal” (1951 [1973], p.
33).
Y es que, como señala F. Lázaro Carreter, “el énfasis comporta especiales rasgos de intensidad y entonación, que
dan gran relieve y nitidez a las articulaciones. Ello hace que a veces se hable
de pronunciación enfática para
significar una pronunciación cuidada, que puede llegar hasta la afectación” (1977
[1998], p. 160). D. Feldman define también el acento prosódico como “el énfasis
semántico dado a ciertos elementos de la frase española” (1976, p. 95). El
elemento sintáctico final de cualquier microsegmento recibe el énfasis prosódico. A su juicio, en una
secuencia de microsegmentos, el elemento final del macrosegmento recibe el
mayor grado de énfasis, de ahí que al
hablar del énfasis o acento
prosódico, no se refiera al acento tónico, “sino a un énfasis no-fonológico de significado” (ibid.). El Diccionario de
Por
lo tanto, según la información que se desprende de las gramáticas y
diccionarios mencionados, cabría entender el énfasis desde puntos de vista muy diferentes: tomando como referencia
el ámbito semántico (“dar a entender más de lo que realmente se expresa”, como
señala el Diccionario de
Veamos
ahora qué es lo que afirman sobre este concepto la mayoría de los trabajos
sobre el discurso oral, especialmente aquellos centrados en la modalidad
coloquial, pues todos ellos hacen referencia a los distintos procedimientos de
intensificación con los que el hablante manifiesta su afectividad. En este tipo
de monografías los términos intensificación,
énfasis, elativización, expresión afectiva, o realce expresivo se presentan como sinónimos. Así, ya en 1930 W.
Beinhauer hablaba de la expresión
afectiva como un reflejo del “afán del
hablante por influir de un modo persuasivo sobre el interlocutor, procurando
interesarle y caldearle el ánimo por el respectivo asunto; en una palabra,
imponerle todo su yo impregnado no sólo de ideas, sino también de sentimientos e
incluso de impulsos volitivos” (1930 [1963], p. 196). Más de treinta años después, G. Herrero pone también de
manifiesto cómo en la conversación coloquial “el hablante, movido por el deseo
de hacer
más expresiva [la cursiva es nuestra] la comunicación, tiende con
cierta frecuencia a realzar ciertos
elementos de la misma y/o a intensificarlos”
(1991, p. 40). Para A. M. Vigara, poner
de relieve, reforzar, enfatizar, intensificar o realzar
son distintos términos con los que “se pretende acotar un fenómeno complejo,
difícil de delimitar [...] por el que el
hablante, obedeciendo a su personal impulso, destaca cara a su interlocutor una
parte de su enunciado (que puede ser la acción, una cualidad, un objeto, un
sujeto, etc.) o su propia actitud de comunicación” (1992, p. 131). En
realidad, es cierto que el lenguaje coloquial es especialmente afectivo y
enfático pero, a nuestro juicio, la afectividad
o la intensificación constituyen
conceptos excesivamente abstractos y, por tanto, difícilmente reducibles a
tipos. De ahí que no resulte fácil la realización de una tipología de
intensificadores en español basada en una serie de marcas enfáticas.
3. Tipologías que inciden sobre los distintos grados de intensidad
lograda mediante procedimientos léxico-semánticos de naturaleza diversa
La
intensificación ha sido descrita en diversas ocasiones como un rasgo ligado a
la modalidad, capaz de mostrar la actitud del enunciador hacia el contenido
proposicional de lo enunciado. Así, J. W. Bowers la define como “la calidad del
lenguaje que indica el grado en el que la actitud del hablante sobre un concepto
se desvía de la neutralidad” (1963, p. 27). Sin embargo a nuestro juicio, este
planteamiento resulta excesivamente ambiguo ya que induce a preguntarse en primer
lugar, qué se entiende por “calidad del lenguaje” y qué actitudes se ponen en
juego, o qué parámetros deben emplearse para detectar si un uso lingüístico “se
desvía de la neutralidad”. Asimismo, esta definición parece hacer referencia a
todas las clases de modalidad. Ello ha llevado por ejemplo a J. J. Bradac
(1980) a considerar la manifestación de la propia opinión como una
manifestación en sí misma de la intensidad. Según esto, ¿cabría entonces concebir
toda columna periodística –subgénero de carácter argumentativo en el que se
manifiestan las opiniones más diversas– como una forma especial de intensidad?
Como señala M. A. Hamilton (1990), las opiniones son además procedimientos de
evaluación, por lo que el planteamiento de J. J. Bradac (1980) no puede
resultar del todo convincente.
Por otra parte, cabría plantearse cómo pueden
definirse los distintos grados de intensidad. La noción de grado es la que
subyace en la mayoría de las clasificaciones sobre los procedimientos de
intensificación, como por ejemplo en
AMPLIFICADORES |
MITIGADORES |
Maximizadores: completamente |
Aproximadores: casi |
Reforzadores: enormemente |
Comprometedores: más
que esto... aquello |
|
Disminuidores: en
parte |
|
Minimizadores: difícilmente |
Fuente:
R. Quirk (1985)
Y C. Van Os (1989) recurre a un enfoque similar al
describir ocho grados distintos de intensificación:
GRADOS: |
EJEMPLOS: |
1. Absolute Stufe (“Grado absoluto”)
|
Völlig (completamente) |
2. Aproximative Stufe (“Grado aproximado”)
|
Fast (casi) |
3. Extrem hohe Stufe ( “Grado muy
alto”) |
Höchst (extremadamente) |
4. Hohe Stufe (“Grado alto”) |
Sehr (muy) |
5. Gemäszigte Stufe (“Grado moderado”) |
Ziemlich (más que esto... aquello) |
6. Abschwächende Stufe (“Grado mitigador”) |
Etwas (de alguna manera) |
7. Minimale Stufe (“Grado mínimo”) |
Kaum (difícilmente) |
8. Negative Stufe (“Grado negativo”) |
Nicht (no/sin) |
Fuente: C. Van Os (1989)
Sin embargo, creemos que la distinción entre los
distintos grados que conforman estas clasificaciones resulta excesivamente subjetiva.
Así por ejemplo, en la escala definida por R. Quirk (1985) cabría plantearse de
qué manera es posible distinguir los maximizadores
de los reforzadores. Y qué diferencia
real existe entre el grado moderado y
el grado de mitigación, a los que
alude C. Van Os (1989). Las mismas dudas se plantean en otros estudios sobre el
tema, como el de J. J. Bradac (1980), en el que no se deja muy claro qué
criterios se emplean para señalar la equivalencia entre el efecto negativo de
expresiones como muy malo y fatal. Y una crítica similar puede
hacerse extensible a la clasificación llevada a cabo por J. Renkema (1999),
quien engloba los distintos procedimientos de intensificación en tres grandes
grupos según se trate de intensificadores léxicos, semánticos o estilísticos:
INTENSIFICADORES LÉXICOS |
|
1. Intensificador básico |
Muy, mucho, superbueno, ultramoderno |
2. Referencia temporal |
Recién, pronto, a más tardar, antes de, raramente, a menudo |
3. Referencia espacial |
A mitad, en medio de, en ninguna parte |
4. Cuantificador |
Casi todos, sólo unos pocos |
5. Cualificador |
Honestamente, verdaderamente |
6. Marcador de precisión |
Exactamente, específicamente, particularmente |
7. Marcador de lo inesperado |
Incluso, tanto, no menos que |
INTENSIFICADORES SEMÁNTICOS |
|
1. Verbos |
Estrellarse, empotrarse |
2. Sustantivos |
Engaño, embuste |
3. Adjetivos |
Enorme, gigantesco |
4. Adverbios |
Un tanto, considerablemente |
INTENSIFICADORES ESTILÍSTICOS |
|
1. Repetición |
Hacía calor, calor, calor |
2. Tautología |
Los límites exteriores |
3. Pleonasmo |
Todos y cada uno |
4. Climax |
Esperó horas, días, años |
5. Exageración |
Esperó siglos |
6. Sobreentendido |
Bill Gates es un hombre rico |
7. Lítotes |
No carecía de encanto |
8. Comparación |
Era más papista que el Papa |
9. Metáfora |
Morder el polvo (metáfora de “ser derrotado”) |
Fuente: J. Renkema
(1999)
Como puede
verse, el español dispone de muy diversos procedimientos para ponderar tanto la
afirmación como la negación, de ahí la clasificación que proponemos en este
trabajo, basándonos en los estudios desarrollados por J. M. González Calvo
(1984-1988) y en la distinción entre intensificación
semántico-pragmática e intensificación
pragmática llevada a cabo por A. Briz (1998):
PROCEDIMIENTOS DE INTENSIFICACIÓN EN |
a) INTENSIFICACIÓN SEMÁNTICO-PRAGMÁTICA |
1. Expresión morfemática |
2. Expresión léxica |
3. Giros y locuciones que modifican
a adjetivos y sustantivos
3.1. Giros y locuciones superlativos antepuestos modificadores
de adjetivos, participios o adverbios 3.2. Locuciones superlativas antepuestas
modificadoras de sustantivos 3.3. Locuciones superlativas pospuestas
modificadoras de adjetivos, participios o adverbios 3.4. Locuciones superlativas pospuestas
modificadoras de sustantivos 3.5. Locuciones superlativas modificadoras
de verbos o frases verbales predicativos 3.6. Locuciones superlativas modificadoras
de verbos copulativos |
4. Repetición de elementos |
5. Expresión oracional 5.1. Las unidades fraseológicas 5.2. Estructuras oracionales comparativas 5.3. Estructuras consecutivas de intensidad 5.4. Estructuras exclamativas |
b) INTENSIFICACIÓN PRAGMÁTICA |
1. El egocentrismo del discurso coloquial
|
2. La personalización del tú |
4.
La intensificación semántico-pragmática constituye, según A. Briz
(1998), una manipulación de lo dicho, del contenido proposicional y conceptual
expresado por el enunciador. Esta manipulación se lleva a cabo por medio de
modificadores semánticos que intensifican la cualidad o la cantidad del
enunciado –o de una parte de él– y corresponde, por tanto, al ámbito del
enunciado.
4.1.
La
intensificación por medio de recursos morfemáticos es un fenómeno ampliamente descrito
en la mayor parte de los tratados gramaticales. Por ejemplo, C. Hernández
Alonso (1986) habla de las variaciones
en la forma que el uso de prefijos cuantificadores o aspectuales (super-, re-, anti-,...) o de
morfemas sufijos de valor diminutivo, aumentativo o despectivo (-ito, -ote, -ísimo, -uelo...) provoca en determinados
adjetivos calificativos. Este autor hace especial hincapié en el análisis de
los distintos valores que los sufijos diminutivos aportan tanto al adjetivo
calificativo como a algunos nombres y adverbios. Por ejemplo, describe el valor
conceptual o de reducción semántica que aportan los sufijos -ito o -ita (grandecito, casita...); el valor afectivo, “el más
frecuente de los valores habituales de los diminutivos” (1986, p. 439) que se
observa en pequeñito o guapito; la función conativa “por la
que se trata de conmover al oyente y provocar en él una reacción” (ibid.) en frases como “hermanito, deme
una limosnita”; y el valor estético o
imaginativo de la oración “Gabrielillo
de mi vida”.
F. Marcos Marín alude también a “los formantes facultativos comunes a sustantivo y
adjetivo que la gramática tradicional llamaba aumentativos, diminutivos y
despectivos” (1980, p. 203). Estos, más que hacer referencia al tamaño, sirven
como índice de la afectividad del hablante. De ahí que los denomine apreciativos, ya que “indican el modo
que el hablante tiene de marcar su afectividad como positiva o negativa, según
el aprecio que haga del nombre a cuyo lexema se añade el formante facultativo”
(ibid.). Tales formantes se añaden
principalmente a sustantivos y adjetivos, pero en alguna ocasión se encuentran
también con adverbios, como sucede por ejemplo con cerquita. Este autor clasifica los diminutivos en tres grandes
grupos, atendiendo a: su valor nocional –aquellos que responden a la idea de
tamaño básica–, su intención activa –es decir, como medio adecuado para
conseguir algo, como sucede con “un momentito”–
o su valor ponderativo –que señala un relieve especial en la cualidad que
pondera, buenecito, calladito, etc.–.
Por
lo tanto, encontramos gran semejanza en las clasificaciones de los sufijos
diminutivos que realizan C. Hernández Alonso (1986) y F. Marcos Marín (1980).
Sin embargo nos llama la atención que en ambas gramáticas la referencia a los
sufijos de carácter aumentativo, cuyo valor intensificador es evidente, resulte
bastante escasa. Así por ejemplo, este último autor sólo se refiere a ellos al
hablar del superlativo absoluto formado gracias a sufijos como -ísimo o -érrimo.
El Esbozo
(1973) dedica también un breve
párrafo a los sufijos diminutivos en el primer epígrafe del capítulo sobre la
morfología pero, al igual que la gramática de F. Marcos Marín (1980), sólo
alude a los sufijos de carácter aumentativo al hablar del superlativo absoluto
formado con los sufijos -ísimo o -ísima. Por el contrario, la gramática de
I. Bosque y V. Demonte (1999) contiene un extenso capítulo sobre la derivación
apreciativa. En él, F. A. Lázaro Mora (1999) realiza una detallada
clasificación de los sufijos apreciativos, que agrupa en tres categorías:
diminutivos, aumentativos y peyorativos. Y en esta misma monografía, S. Varela
y J. Martín García (1999) dedican un extenso epígrafe a la descripción de los
prefijos gradativos de uso intensivo y valorativo, es decir aquellos que
expresan tamaño o cantidad (como hiper,
macro-, maxi-, mega- y super-), o los que hacen referencia a
una cualidad (ultra-, archi-, extra-, etc.). Estas autoras aluden a la intensidad como una carga
intencional, emotiva o cuantitativa del contenido significativo de una palabra.
Así, para ellas, “la intensificación se enmarca dentro de la subjetividad del hablante
y añade rasgos connotativos al significado de un término” (1999, p. 5024), algo
que tiene que ver con el valor pragmático de la intensificación, al que nos
referiremos más adelante.
Constantes
son las referencias a la intensificación por modificación interna en los
estudios sobre el español coloquial. Así, L. A. Hernando Cuadrado (1988) pone
de manifiesto cómo el énfasis se manifiesta sobre todo en la sufijación
expresiva a través de afijos como -azo, -ísimo, -ón, -orra, -ote, etc. G. Herrero (1990) alude también a la sufijación expresiva o analógica
presente en términos como porrero o bocata, subrayando que se trata uno de
los rasgos más característicos del registro coloquial. A. Briz destaca el uso
del sufijo aumentativo en cochazo, o
de prefijos intensificadores como super-
o requete- en la conversación
coloquial. Y A. M. Vigara (1992, p. 169) resalta la importancia del diminutivo
como procedimiento para “enfatizar irónicamente”, al tiempo que dedica un
epígrafe específico a lo que denomina la sufijación
peculiar. Este procedimiento de intensificación interna permitiría la
ponderación o el énfasis mediante sufijos “ya antiguos como los clásicos -ón, -aco
y -azo [...], y otros más nuevos o
incluso improvisados, en general menos desgastados, como los que se aprecian en
molestoso, cinete, soñanchín, sorderas, etc.” (1992, p. 170).
En las columnas de opinión que conforman nuestro corpus
hemos encontrado numerosos sufijos diminutivos. Estos abundan sobre todo en los
artículos de la columnista de El País
E Lindo. Así por ejemplo, algunos destacan por su valor afectivo,
Una vecina muy amable que
pertenece, como yo, a la colonia de jodíos veraneantes, como nos llaman los
lugareños, me chista por la calle para decirme que lee estos articulillos a diario (E. Lindo, “La
cómica”, El País, 14-08-2000).
Mañana voy a
Madrid porque, fíjate, amorcete, le
digo a mi santo, ha llegado una carta del banco diciendo que nos ha tocado una
televisión portátil (E. Lindo, “Premio merecido”, El
País, 22-08-2000)
mientras que
otros parecen destinados a cumplir una función conativa, a llamar la atención
del alocutario provocando en él determinada reacción, desarrollando de esta
forma una función similar a la de los llamados enfocadores de la alteridad[1]:
Abuelito,
dime tú (E. Lindo, “Abuelito, dime tú”, El
País, 24-08-2000)
Pues claro, ponme otros cubitos, guapetón (E. Lindo, “Abuelito, dime tú”,
El País, 24-08-2000)
No faltan tampoco
los sufijos con valor aumentativo,
Por obra del maquillaje corrector,
del tortazo monumental (hostia) se ha
pasado al puerto de Roma (Ostia) o a un molusco que en las cartas de algunos
restaurantes aparece como ostión (C.
Rigalt, “La palabra que no existe”, El
Mundo, 05-12-2000)
El impacto hizo aflorar unos
restos del siglo XVIII en Born, […] lo que afloró eran restos de cuando un rey
Felipe laminó Barcelona a bombazos
(F. de Azúa, “Petrificados”, El País,
24-04-2002)
Se jugó el pellejazo de una manera que... (C. Rubio, “Peligros”, El Correo de Andalucía, 12-06-1997)
ni aquellos que
ostentan un cierto carácter despectivo:
Era un niñato producto de
Sobresale
asimismo otro tipo de diminutivos de carácter atenuador, con los que el
columnista parece querer restarle importancia a lo dicho:
Peleíllas
de matrimonio creativo (E. Lindo, “La cómica”, El País, 14-08-2000)
Toda mujer
normalmente constituida ha de enfrentarse en algún momento al hecho de
deshacerse de esos pelillos sobrantes
que aparecen en su cuerpo (E. Lindo, “Mis lectores”, El País, 20-08-2000)
Llamo a mi
padre que está enfadadillo porque
dice que sólo escribo de mi familia política (E. Lindo, “Abuelito, dime tú”, El País, 24-08-2000)
Los
prefijos de carácter intensivo y valorativo utilizados para indicar tamaño o
cantidad abundan también en nuestro corpus en expresiones como,
Supergonzález (A. Burgos, “Compañeros y amigos”, El Mundo, 21-10-2004)
Es una torre superguay (E. Lindo, “La cómica”, El País, 14-08-2000)
El Corte Inglés es una megaempresa (J. J. Millás, “Franco”, La opinión de Málaga, 23-08-1999)
y también
destacan aquellos prefijos con los que el columnista trata de mostrar de manera
intensificada la posesión de determinada cualidad:
La hembra archisexual, liberada de la castrante moral de sus dominadores, sale
ahora de caza como lectora ideal de El
País de las Tentaciones (F. de Azúa, “Copulativos”, El País, 19-12-2001)
4.2.
Entre los
mecanismos de manifestación de la intensificación
semántico-pragmática por medio de la expresión léxica destacan aquellos sustantivos,
adjetivos, adverbios[2] e
incluso verbos que poseen en su misma raíz un cierto valor enfático. Esto
sucede por ejemplo con el cuantificador muy
que, como podemos observar en nuestro corpus, precede a adjetivos, participios,
adverbios, formas y expresiones adjetivadas y expresiones adverbiales:
Ocurrió en Londres, donde yo era
un estudiante de escasos medios que trataba de ampliar su cultura sacando en
préstamo libros deseados de las bibliotecas públicas, allí muy numerosas y bien surtidas (V. Molina, “‘Graffiti’ de culto”, El País, 15-01-2002)
Habían contratado un guía privado,
un profesor muy tronado (F. de Azúa,
“Escena”, El País, 20-06-2001)
Los sustantivos también pueden ser
modificados por cuantificadores
–imprecisos o precisos– que denotan cantidad. Ciertos nombres, tanto
comunes como propios, admiten una graduación que afecta no a su cardinalidad
sino a su calidad:
Mar Raventós, una señora muy señora que ocupa la presidencia de
Codorniú (C. Rigalt, “Cualquier chorrada.com”, El Mundo, 12-12-2000)
Este verano se sintió muy discípulo de Heráclito: no se pudo
bañar dos días en la misma playa (V. Molina Foix, “La misma playa”, El País, 27-09-2000)
En
algunas secuencias puede intervenir todo como
un cuantificador, lo que indica que las propiedades que se vinculan al nombre
se aplican en un grado máximo. En los ejemplos que reseñamos a continuación, el
valor ponderativo de todo se
manifiesta cuando precede a un sustantivo:
Raël pretende conseguir, según
informa en su página web, todo un
gazpacho de ideaciones megalómanas (J. M. de Prada, “Raëlianos”, Abc, 30-12-2002)
[...] y todo un obispazo como Setién (F. Umbral,
“Democristianos”, El Mundo,
21-12-2000)
Uno de
los procedimientos más recurrentes para la expresión ponderativa es el uso de cuantitativos. El Esbozo (1973, p. 227) aplica la denominación de cuantitativos exclusivamente a los
pronombres indefinidos que designan un número indeterminado de objetos, o una
cantidad o grado indeterminado de algo. Tal noción cuantitativa y numérica hace
posible ordenar esos elementos de mayor a menor número, cantidad o grado. Los
numerales, además de designar un número preciso de elementos, tienen una cierta
capacidad ponderativa en determinados contextos, en los que pierden su
similitud con el lenguaje aritmético[3],
A coreografías semejantes tienen
que recurrir hoy nuestros inmigrantes o siervos de la gleba, en esos pavorosos
pisos de alquiler en los que llegan a juntarse hasta cuarenta (J. M. de Prada, “Sofá por horas”, Abc, 14-01-2001)
y modificadores como y pico contribuyen a reforzar la
ponderación:
Bush ha enterrado en el Tigris dos
siglos y pico de democracia americana
con una guerra fugaz, abrasiva e inútil (F. Umbral, “Democracia en Bagdad”, El Mundo, 08-04-2003)
Hay también unidades léxicas que
incluyen en su propio semema el significado ponderativo. Ya W. Beinhauer (1930
[1963], p. 234) puso de manifiesto cómo en el lenguaje coloquial existe un gran
número de adjetivos cargados de afectividad: “Una cosa grandiosa, excelente, es
una cosa soberbia, magnífica, regia y (frecuentísimo) estupenda”. Algunos de estos sintagmas
especificativos de valor intensificador que encontramos con frecuencia en la
prensa española son: menudo, mogollón,
una barbaridad, un huevo, de muerte, de remate, de narices, etc. Muchos de
ellos, como apunta A. Briz (1998), constituyen sintagmas prepositivos
fraseológicos con valor adverbial o adjetival –según los contextos–:
Son clónicos, web, enrollados, mogollón, virtuales y un
poco transgénicos (F. Umbral, “La vida basura”, El Mundo, 25-10-2000)
[…] de eso sabe un huevo
Florentino (J. J. Millás, “Makelele y la lucha de clases”, El País, 20-08-2003)
Te da un
susto de muerte (J. J. Millás, “Ratas
y zapatos”, El País, 25-08-2000)
Hay también verbos con valor
ponderativo,
Las mujeres, maravilladas, ríen por el prodigio (F.
de Azúa, “Visitación”, El País,
10-01-2001)
[...] hoy todo El Mundo se pirra por exhibir (J. M. Carrascal, “El despelote”,
y ciertas formas adverbiales,
Organizar estos actos cuesta muchísimo menos que una cumbre (V.
Molina Foix, “Ojos de afgana”, El País,
26-03-2002)
pero sobre todo destaca la capacidad de
intensificación de los adverbios terminados en -mente, cuyo valor ponderativo se duplica al unirse a otros
adverbios como más o muy:
Señoras y
señores, las vacas no están locas, sino muy
malamente de los pinreles, y por eso se caen las pobrecitas... (A. Burgos,
“Carmen Sevilla, investigadora de vacas locas”, El Mundo, 22-12-2000)
4.3. Giros y locuciones que modifican a adjetivos y
sustantivos
Lo que puede decirse con un adjetivo o un adverbio
puede afirmarse también mediante un giro, una expresión o locución. Muchas de
estas locuciones se lexicalizan y pasan a constituir frases hechas. Entre estas
se encuentran aquellos giros y algunas locuciones de carácter superlativo que
se disponen de manera antepuesta a modificadores adjetivos, participios o
adverbios:
¡Qué diferencia con la sutilidad
maliciosa de Rubalcaba, que por cierto no ha dicho ni pío en todo el asunto, el muy listillo! (J. M. Carrascal,
“Empecinamiento en el error”,
De ahí que lamente la muy reducida presencia del catalán en
El Mundo socioeconómico (F. de Azúa,
“¿Será suficiente con el perdón?”, El
País, 10-11-2004)
Destacan también ciertas locuciones de carácter superlativo situadas en
posición antepuesta a sustantivos a los que modifican,
Claro que paz, lo que se dice paz, no ha habido allí desde hace más de medio
siglo (J. M. Carrascal, “La guerra de los cincuenta años”,
Por fortuna, hay en el mercado de
la lengua un montón de discursos
dirigidos a fortalecer la autoestima (J. J. Millás, “Regalos”, El País, 30-11-2001)
y en este tipo de artículos es frecuente encontrar
comparaciones de igualdad introducidas por como,
que modifican a adjetivos o participios,
A
la media hora la veo aparecer con el bulldog
Cayetano, que se ha puesto gordo como
una foca desde que le castraron (E. Lindo, “Torrente III”, El País, 18-04-2004)
Nuestra cabeza izquierda es
ordenada, memoriosa, tenaz como un
archivador (F. de Azúa, “Alma”, El
País, 06-06-2001)
y locuciones superlativas pospuestas modificadoras
de sustantivos[4],
Igual lo publico y se me echan
encima las feministas y las embarazadas
de mierda (J. J. Millás, “Todas putas
o modificadoras de verbos y frases
verbales predicativas, más o menos gramaticalizadas,
Estos días nos hemos puesto hasta las cejas de editoriales y
discursos que nos han proporcionado la ilusión de inaugurar el siglo XXI (J. J.
Millás, “Drogas”, El País,
05-01-2001)
[…] adolescentes que se ponían hasta el culo de brebajes con aspecto más metílico que etílico (J. M. de Prada,
“Una muchacha cualquiera”, ABC,
22-05-2002)
algunas de ella se utilizan para indicar gran
medida,
En un momento determinado, Mario
Conde parecía eso, un mimado de los dioses. Lo tenía todo y además, a chorros (J. M. Carrascal, “Mario
Conde”,
o reiteración,
Virgilio, cuyos hexámetros de
riguroso mármol luego serían copiados hasta
la saciedad, no tuvo reparos en asimilar las enseñanzas de Teócrito en sus
Bucólicas (J. M. de Prada, “Plagios fecundos”, 22-10-2000)
Locuciones adverbiales con un
significado similar al de muchísimo, enormemente, muy bien o muy a menudo
son,
Tener que ser un individuo todos
los días de tu vida cansa lo suyo (J.
J. Millás, “El corte”, El País,
01-12-2000)
Kale Borroka a granel (J. M. Carrascal, “La hora de la verdad”,
Y ha quedado de cine (J. J. Millás, “Caldo de gallina”, El País, 11-08-2003)
Y en la prensa española resulta frecuente encontrar
asimismo locuciones superlativas modificadoras de verbos copulativos. Estas
modifican al sujeto de la oración atributiva a través del verbo copulativo, que
actúa como enlace. El atributo es esencial para la constitución de la oración
copulativa, por lo que la ponderación alcanza aquí gran importancia. Entre las
construcciones de este tipo destaca la estructura <ser + locución superlativa>,
Y es todo un déjà vu de pesadilla (G. Albiac, “Festejar
la desdicha”, El Mundo, 02-09-2002)
aunque a veces el verbo ser puede estar ausente; es el caso de
las nominales copulativas:
La
actuación de Plácido Domingo en
El Esbozo destaca también la capacidad de
la locución modal como para seguida
de infinitivo para expresar adecuación a un determinado fin, o también una
consecuencia:
El bizcocho que me hizo mi santo estaba como para chuparse los dedos (E. Lindo, “Consejos culinarios”, El País, 02-04-1998)
La locución
superlativa puede modificar al verbo estar:
Hombre, qué alegría que nos llame
usted, Burgos, porque queríamos decirle que estamos
hasta los mismísimos de los congresos a la búlgara (A. Burgos, “El 99,9 de
Manolo”, El Mundo, 04-12-2000)
El atributo puede ser una locución
introducida por como, de carácter
comparativo-modal:
Ya lo sé, estoy como una cabra (F. de Azúa, “Pájara”, El
País, 28-02-2001)
También podemos
encontrar construcciones del tipo <hecho
un + sustantivo>:
Y me dijo que siempre salía a la
calle hecha unos zorros (C. Olguera,
“Confesiones de una diva”, 20 Minutos,
04-06-2004)
4.4.
La
reiteración bien de palabras, bien de oraciones enteras puede deberse a
distintas causas. Una de estas motivaciones, como señala W. Beinhauer (1930
[1963], p. 281 y 282), es la insistencia y la ponderación. A. M. Vigara (1992,
p. 149) señala distintos procedimientos de iteración y determinadas fórmulas
pleonásticas que caracterizan al registro coloquial. Así distingue entre las
repeticiones en términos aislados o unidades mayores,
Ven y verás... ven y
verás, tú (J. L.
Pavón, “La alternativa”, Diario de
Sevilla, 04-06-1998)
repeticiones continuas –como en
los ejemplos anteriores– o discontinuas,
Como yo,
dijo que sería de alto como yo (E.
Lindo, “Pedorrismo”, El
País, 16-08-2000)
Que se lo lleven, please, que se lo lleven,
coño (F. Umbral, “Un submarino amarillo”, El
Mundo, 09-12-2000)
con los términos unidos
asindéticamente o mediante un nexo,
Es que este vestido es caro caro (C. Rigalt, “Compras
compulsivas”, El Mundo, 12-03-1999)
sin modificación alguna en los términos repetidos
–tal y como sucede en los enunciados antes mencionados– o con el último de
ellos adaptado morfológicamente,
Es que es bueno tocando el piano. Es bueno, pero buenísimo que es (J. L. Pérez, “Mastropiero”, 20 Minutos, 25-12-2002)
y, lógicamente la
iteración se da también en diversas fórmulas fijas de relieve:
Me revuelvo incómoda ante el
comentario como haría cualquier escritor, buscando que me añada algo positivo
para no volverme a casa con el ánimo por los pies, pero nada, erre que erre, ella dice que no les
encuentra sentido (E. Lindo, “La cómica”, El
País, 14-08-2000)
Véase cómo cada tipo de repetición entraña un matiz de
sentido concreto, desde el simple énfasis en la presentación, a la
cuantificación intensificadora, la intensificación cualitativa o la
autoafirmación intensiva. Evidentemente, todos estos mecanismos
de reiteración pueden servir tanto para la afirmación como para la negación
enfática:
Pero va el tío y le dice: “No me provoques, no me provoques, que te
saco la navaja”. Y acto seguido la saca y se la clava en una pierna, a la
altura del muslo (G. Albiac, “Violencia doméstica”, El País, 25-06-2002).
4.5.
Dentro
de este subapartado J. M. González Calvo (1984-1988) identifica distintos tipos
de manifestaciones de este uso ponderativo de lo que él denomina la “expresión
oracional”. Hablaremos en primer lugar de las unidades fraseológicas que con
más recurrencia aparecen en los textos que conforman nuestro corpus. Según L.
Ruiz Gurillo (1998), las dos propiedades que determinan si un sintagma
constituye una unidad fraseológica o no son tanto su fijación como su idiomaticidad[5].
Este planteamiento difiere del de A. Zuluaga (1975, p. 225), quien sostiene que
“para el estudio de las frases hechas es básico el concepto de fijación,
entendido como la suspensión, inmotivada sintáctica y semánticamente, de la
aplicación de alguna regla de la combinación de los elementos del discurso”.
Por lo tanto, parece que este último engloba dentro del concepto de fijación tanto a los aspectos
sintácticos como a los semánticos, mientras que L. Ruiz Gurillo (1998), por el
contrario, al distinguir entre fijación
e idiomaticidad parece separar los
aspectos sintácticos, de la consideración de los valores semánticos de las
unidades fraseológicas. Dado que el propósito principal de este trabajo es
únicamente mostrar la abundancia de recursos ponderativos que podemos encontrar
en las columnas de opinión, ofrecemos a continuación algunos ejemplos de las
unidades fraseológicas de carácter intensificativo que hemos encontrado en
nuestro corpus:
Dijo el otro día algo que no deja
de darme vueltas en la cabeza (J.
Bonilla, “Un asunto difícil”, El Mundo,
12-04-2003)
El cacique actual de Almonte no es
un señor particular por el que no dan dos
reales, sino un animal (A. Burgos, “Este tío”, El Mundo, 16-10-2004)
Eso de que mi santo no tiene
imaginación es cierto que te cagas,
porque escribe unos libros sobre cosas que pasan delante de sus narices (E. Lindo, “La biodiversidad”, El País, 17-08-2000)
Las estructuras oracionales
comparativas se encuentran asimismo, según J. M. González Calvo (1984-1988),
entre los procedimientos utilizados con frecuencia con el fin de mostrar
énfasis. Para M. Seco (1970, p. 226) las oraciones comparativas constituyen
“una forma muy típica de la lengua popular”, algo puesto también de manifiesto
por W. Beinhauer (1930 [1963]). Curiosamente, en el español coloquial apenas se
utiliza el esquema comparativo de igualdad <tan... como> para la expresión de lo superlativo, algo que
sucede también en nuestro corpus, donde las comparativas de desigualdad
predominan sobre las de igualdad o equivalencia. Especialmente recurrentes
resultan en nuestro corpus comparativas de superioridad como estas,
La mercancía mediática ha
multiplicado su precio más que ninguna otra mercancía (F. de Azúa, “Noticias”, El País, 17-10-2001)
aunque, lógicamente, pueden
encontrarse también comparativas de inferioridad,
Imaginemos una familia que dedicara a la educación de los hijos siete
veces menos que a la adquisición de instrumentos de tortura (J. J. Millás, “El
dolor de Irak”, El País, 07-03-2003)
Por último, aunque en apartados
anteriores hemos hablado ya de ejemplos del tipo “es una verdad como un templo”
o “tiene un rostro bonito como el de un ángel” es preciso señalar cómo, en el
caso de estas construcciones, aunque su estructura parece corresponderse con
las de las comparativas de igualdad, en realidad el sentido no es de
comparación, sino más bien de ponderación superlativa:
Ya lo sé, estoy como una cabra (F. de Azúa, “Pájara”, El
País, 28-02-2001)
Para
A. Narbona (1978), entre las estructuras consecutivas y las comparativas de
igualdad existe una gran similitud. Ambas emplean esquemas sintácticos
correlativos e independientes con coincidencia, en muchos casos, del término
desencadenante de la correlación. Al explicar la estructura de las consecutivas,
C. Hernández Alonso (1980, p. 134) señala que el segmento consecutivo guarda
una relación anafórica respecto al cuantificador (enfático o intensivo), de
forma que podría llegar a hablarse de la existencia de una relación de
interdependencia entre ambos. Así pues, el segundo término es un delimitador
del elemento enfático, ya que “sirve como distención de la carga semántica de
aquél” (C. Hernández Alonso, 1980, p. 277). Por todo esto, los fragmentos
consecutivos introducidos por que
funcionan como adyacentes del cuantificador o intensificador (tanto, tal, tan, así...). El Esbozo
(1973, p 551-553), al hablar de las consecutivas distingue dos tipos.
Dentro del segundo tipo se encuentran las consecutivas intensivas, que
“expresan la consecuencia de una acción, circunstancia o cualidad indicada en
la oración principal, a la que se unen por medio de la conjunción que, la cual se refiere a los
antecedentes tanto, tan, tal, de tal
modo, de manera o así, generalmente expresos en la principal”. A. Narbona
(1978, p. 27) habla también de este tipo de consecutivas, a las que denomina consecutivas de intensidad. Según
explica, este tipo de construcciones –en las que se produce una correlación
sintáctica entre un intensificador y el elemento que– suelen expresar el efecto de una situación o de una cualidad
que alcanza un cierto grado. Este tipo de oraciones posee en una de sus partes
el rasgo [+ énfasis] que potencia el encarecimiento del grado máximo. Un rasgo
que pertenece al componente semántico de la gramática y que se encuentra aún
por estudiar[6]. En realidad, creemos que toda consecutiva de
intensidad, además de expresar la consecuencia de una situación, acción,
circunstancia o cualidad, la pondera superlativamente:
La metáfora es tan excesiva que
cuesta aceptar que sucediera (G. Albiac, “La neurosis”, El Mundo, 02-09-2002)
Por
último, entre las expresiones oracionales utilizadas para mostrar ponderación
se encuentran además estructuras exclamativas como,
Hay un anuncio que dan por la
radio que, la primera vez que lo escuché -que escuché las primeras ráfagas-,
dije, jo, qué bueno (el anuncio), el
PSOE va a ganar las elecciones (M. Hidalgo, “La publi”, El Mundo, 27-02-2004)
Dado su carácter
eminentemente exclamativo, hemos decidido incluir también en este apartado
tanto las interjecciones como las onomatopeyas, además de ciertos términos
interdictos. G. Herrero destaca la abundancia de interjecciones en el español
coloquial que, según señala, “dan pie al hablante para usar expresiones ya
gramaticalizadas más teñidas de expresividad y afectividad” (1990, p. 27). Esto
sucede también con ciertos términos interdictos cuyo uso, como señala A. Briz
(1998, p. 114), “significa con frecuencia una reafirmación, incluso puede
llegar a imprimir mayor fuerza a lo dicho”. Este es el caso de expresiones como
coño, hostia, me cago en la puta,
etc. que resultan muy recurrentes entre los enunciados de nuestros corpus,
¡Coño, el Rey! (A. Burgos, “Majestic”, El Mundo, 20-10-2004)
Já, já,
poleá (A. Burgos, “No hay motivo”, El
Mundo 12-12-2004)
Ay, ay, ay
(E. Lindo, “Nuestra moda”, El País,
07-03-2004)
y destacan también otras
construcciones de carácter exclamativo como son,
A ver si va a
resultar que necesitaríamos un nuevo Bresniev (J. M. Carrascal, “El comunismo”,
¡Cuidado la perra que ha cogido mi santo con que se
quiere comprar el coche del vecino! (E. Lindo, “Caprichos a partir de los
cuarenta”, El País, 03-04-2000)
¡Allá cada cual con
airear su vida íntima! (E. Lindo, “Nuestra moda”, El País, 07-03-2004)
5.
Todos estos procedimientos de intensificación
que hemos ido enumerando responden al ámbito del enunciado, es decir, hacen
referencia al contenido proposicional y conceptual, intensifican la cualidad o
la cantidad de lo asertado. Por tanto, como ya se ha puesto de manifiesto,
podrían enmarcarse dentro de lo que A. Briz (1998, p. 156) denomina la intensificación semántico-pragmática. Sin embargo, es preciso tener en cuenta también el
papel interactivo que llevan a cabo los intensificadores, de ahí que sea
necesario distinguir un tipo de intensificación
pragmática. Esta corresponde al ámbito de la enunciación, pues muestra “el
punto de vista que el hablante manifiesta ante lo dicho, y más exactamente el
grado elevado de intensidad obligativa que éste quiere asumir o establecer en
comparación con el establecido en el contexto anterior y de acuerdo al contexto
interaccional” (R. Meyer Hermann, 1988, p. 283). De ahí que para este autor, tanto
la atenuación como la intensificación puedan considerarse procesos
interactivos, es decir, no constituyen solamente cualidades semánticas
inherentes a unas formas, sino que se realizan en y a través de la interacción
entre los hablantes.
Aunque tanto R. Meyer
Hermann (1988) como A. Briz (1998), al referirse a este tipo de procesos
interactivos, únicamente hacen alusión explícita a los mecanismos de
intensificación presentes en el coloquio, creemos que este concepto de
intensificación resulta de gran interés para comprender también los principios
en los que se basa cualquier artículo de opinión. De hecho, esta interacción entre el locutor y su alocutario –lógicamente,
condicionada por las características del medio de comunicación, que limita en
gran medida la cercanía espacial y temporal–, es decir, el grado de
intimidad que se establece entre los interlocutores, constituye uno de sus
rasgos distintivos. Así, como afirma L. Gomis (1989, p. 127) la columna es el “último
grado del periodismo personal, ya que uno de sus principales secretos es la
atmósfera de intimidad que promueve con el lector”. Y según L. Santamaría “es
la intimidad, la confidencia, la confesión de lo que individualmente ocurre, lo
que resulta más atrayente para el público, que prefiere la visión personal de
quien glosa” (1990, p. 35). Esta intimidad entre el enunciador y sus
destinatarios, favorecida por la publicación regular de la columna,
condicionaría la duración de la comunicación, hasta el punto de que si el
destinatario no se identifica con el columnista, puede llegar a abandonar la
lectura del texto. Por otra parte, según F. López Pan (1996, p. 116): “Todo
columnista deja en sus artículos una imagen de sí mismo que configura un ethos [como se denominaba en la retórica
clásica al talante del orador] determinado que se convierte en un banderín de
enganche: todos aquellos de entre los lectores cuyo ethos coincide con el del columnista acaban convirtiéndose en su
audiencia”.
Por lo tanto, en los textos periodísticos que
componen nuestro corpus hay un cierto proceso interactivo por el que el
columnista expresa unas opiniones con las que forja nuevas actitudes en el
receptor. El lector, a su vez, sigue con asiduidad los comentarios del
columnista con el que se identifica, hasta el punto de que puede llegar a
modificar hasta su propia actitud y su visión del mundo. Por consiguiente el
columnista, al igual que el hablante en la conversación, recurre a este tipo de
procedimientos ponderativos con la finalidad de dotar de mayor fuerza ilocutiva
a un acto, captar la atención del lector tratando de involucrarlo en su
discurso, o incluso resaltar su propia presencia a modo de autorreafirmación. Es
verdad que, en ocasiones, con estos procedimientos de intensificación el
escritor de columnas periodísticas sólo pretende captar la atención del lector
mediante la manifestación de sus propios sentimientos de forma vehemente. Sin
embargo, estos pueden servir también para tratar de implicar al propio lector,
para influir en él de modo persuasivo. Aunque muchos de los recursos
intensificadores ya descritos en el apartado dedicado a la intensificación semántico-pragmática responden asimismo a esta
doble finalidad pragmática, a continuación vamos a enumerar otros fenómenos
utilizados por el columnista bien para la reafirmación de su propia
personalidad, bien para implicar al lector con el objeto de persuadirle.
Por ejemplo, esta necesidad del columnista de enfatizar
sus sentimientos guarda relación con el carácter egocéntrico que los
investigadores atribuyen al discurso propio del registro coloquial. Así según L.
A. Hernando Cuadrado (1988), en el español coloquial destacan las constantes
referencias al yo, sentido como
protagonista del enunciado. Es lo que R. Meyer Hermann (1996) califica de
“personalización del yo”, un recurso por el que se maximiza el papel del sujeto
de la enunciación que realza su presencia y eleva su imagen, incluso a veces en
perjuicio del tú. A esto responde la
constante presencia de los pronombres de primera persona en las columnas de opinión,
y de las formas verbales en primera persona:
Yo más
bien intento vivir a la contra: vivo
del cuento y soy una manirrota (E.
Lindo, “Nuestra moda”, El País,
07-03-2004)
Yo para
lo que soy buena que te cagas, no es
para la literatura, sino para los negocios (E. Lindo, “Nuestra moda”, El País, 07-03-2004)
Otra manifestación autorreafirmativa de intensificación
consiste en el uso por parte del columnista de la expresión que yo sepa, para manifestar su intención de manera vehemente,
Que yo sepa,
a nadie expulsan de Gibraltar, colonia inglesa, por hablar español (A. Burgos,
“Dos Gibraltares”, El Mundo,
27-09-2000)
Esa necesidad de autorreafirmación del propio columnista
se muestra también cuando hace uso de expresiones como <por mí + como si + indicativo>
o <a mí + como si + indicativo>, construcciones de
carácter eminentemente coloquial. De hecho, de acuerdo con M. Seco, ambas
estructuras se consideran “oraciones sincopadas en las que no queda nada
suelto: simplemente el mensaje se reduce a un esquema que deja descarnados sus
términos mínimos, organizados según una sintaxis radicalmente estilizada” (1970,
p. 123). La ausencia del verbo obedece al relieve que el columnista quiere dar
a un elemento de la originaria oración, en este caso, a la proposición
modal-condicional,
Por mí como si el Gobierno al completo se marcha de vacaciones (J. L.
Pavón, “Un tórrido verano”, Diario de
Sevilla, 10-07-1999)
A mí
como si se quedan todos en Irak (G. Albiac, “Maniobras”, El Mundo, 23-04-2003)
Un valor enfático similar se aprecia también en expresiones como de verdad, o en signos externos al
performativo como pues, que refuerzan
la afirmación o la negación,
Es que, de verdad, no sé en qué mundo viven algunas personas del mundo cultural (E.
Lindo, “Canas al aire”, El País, 18-08-2000)
“¿Y qué habían hecho?”, preguntó
el profesional del periodismo, a lo mejor de buena fe. “Torturar”, respondió
lacónico el señor Gómez de Liaño. Pues
tiene toda la pinta (F. de Azúa, “Majaras”,
y en algunas preguntas retóricas de implicatura exclamativa:
¿Va a gobernar Irak, a corto o
medio plazo, un señor de traje y corbata o, a la que te descuides, un cura con
turbante? (M. Hidalgo, “Por dónde vamos”, El
Mundo, 27-02-2004)
La
“personalización del tú” constituye también, de acuerdo con A. Briz (1998), un
procedimiento intensificador pues maximiza
los actos ilocutivos que afectan al interlocutor. En las columnas de opinión que
analizamos es frecuente el uso de la segunda persona con valor impersonal en
una manifestación de un fenómeno frecuente en el coloquio como es el uso de la
“segunda persona encubridora” (A. M. Vigara, 1992). Tanto este recurso
intensificador como la elección de la pasiva refleja generalizadora parecen
responder en nuestro corpus a la pretensión del columnista de implicar al
lector en el propio discurso para que se identifique con los hechos descritos,
a los que les otorga un cierto carácter general:
Te emocionas
hasta las lágrimas, no sólo por ver tu
querida ciudad herida, no sólo
por imaginar que en tu estación de
Atocha (E. Lindo, “La cómica”, El País,
14-08-2000).
Y destaca también el uso de fórmulas de contacto de carácter
fático-apelativo que proporcionan mayor intensidad al acto exhortativo, o el empleo del imperativo de los
verbos de percepción sensorial o de movimiento, como estímulo para integrar el
lector en el discurso:
Mira, tía,
se pone de raro a veces (C. Rigalt, “La palabra que no existe”, El Mundo, 05-12-2000).
Oye, ¿tú te crees que esto es el bar
del Ritz? (F. Benítez Reyes, “El bar de Chicho”, El Correo de Andalucía, 07-03-2004)
6. Conclusiones
Los
procedimientos de intensificación constituyen recursos empleados habitualmente
en los artículos de opinión de distintas publicaciones de la prensa española
actual. Por medio de estas estructuras ponderativas el columnista no sólo logra
transmitir de manera vehemente sus propias opiniones y sentimientos,
reafirmándose en sus juicios, sino que al mismo tiempo trata de atraer al
lector, de convertirlo en su audiencia, llegando incluso a transformar los
razonamientos y la perspectiva del mundo de su alocutario. Para ello no duda en
hacerlo partícipe del propio discurso mediante el uso de la segunda persona
encubridora, o de fórmulas de contacto de carácter fático-apelativo. Es así
como, gracias a los mecanismos enfatizadores más heterogéneos –la expresión
morfemática, el uso de giros y locuciones que modifican a adjetivos y
sustantivos, la repetición de fragmentos discursivos, la expresión léxica, el
empleo de unidades fraseológicas de distinto tipo, etc.– el columnista logra
superar algunas de las barreras espacio-temporales condicionadas por las
características del medio de comunicación en el que escribe, y de esta forma consigue
mostrarse “más próximo” a sus lectores. Una proximidad similar a la que
encontramos en la conversación prototípica.
Por
lo tanto, al estudiar estos procedimientos de carácter ponderativo es preciso
tener en cuenta, no sólo los modificadores semánticos que intensifican la
cualidad o la cantidad del enunciado –o de parte del mismo–, sino también analizar
cómo se lleva a cabo lo que podríamos llamar la “manipulación del decir” por
medio de intensificadores de tipo pragmático, referidos al ámbito de la
enunciación –como el uso reiterado de la primera persona del singular o de
distintos procedimientos que implican una “personalización del tú”–. Y es que el
empleo de este tipo de recursos, que investigadores como W. Beinhauer (1930
[1963], p. 196), M. Seco (1970), A. M. Vigara (1992) o A. Briz (1998) –entre
otros muchos– describen como característicos de la modalidad de uso coloquial
creemos que responde a una estrategia consciente llevada a cabo cada vez por
más columnistas de la prensa española –como E. Lindo, A. Burgos, F. de Azúa, J.
J. Millás, o el fallecido F. Umbral– para imitar en su discurso las estrategias
constructivas características de esa conversación
fingida que diariamente mantienen con
sus lectores.
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V. Demonte (dirs.), 1999, p. 4993-5040.
Vigara Tauste, A. M. Morfosintaxis del español coloquial. Esbozo
estilístico. Madrid: Gredos, 1992 [2005].
Zuluaga, A. “La fijación fraseológica”, Thesaurus
XXX, 1975, nº 2, p. 225–248.
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Departamento de Lengua
Española, Lingüística y Teoría de
[1] Cfr. J. Portolés y M. A. Martín
Zorraquino (1999).
[2] Especialmente
los terminados en –mente.
[3] Según J.
M. González Calvo (1984, p. 183), “unas veces el numeral cardinal puede
sustituirse por muchísimo; otras
veces es el conjunto <(verbo) +cardinal + sustantivo> lo que
habría que sustituir por un adverbio o por una expresión de valor superlativo”.
[4] Como señala J. M. González Calvo
(1984, p. 201) estas expresiones, pospuestas a un sustantivo, cumplen la
función de atribución, por eso funcionalmente se asemejan a un adjetivo con
valor superlativo, o a <muy + adjetivo>. Con la fórmula <A de B> se
consiguen contenidos superlativos teniendo en cuenta el significado de B
aplicado a A.
[5] L. Ruiz Gurillo entiende por fijación “la complejidad o estabilidad
de forma pero, adicionalmente la consideramos también como defectividad
combinatoria y sintáctica” (1998, p. 11). Por el contrario, la idiomaticidad constituye a su juicio una
propiedad no necesaria de las unidades fraseológicas, según la cual el
significado de la estructura no puede deducirse del significado de sus partes,
tomadas por separado o en conjunto.
[6] Este valor intensificador se
correspondería con el "encarecimiento" del que ya hablaba A. Bello (1847-1860
[1981]).
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