REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


La función fática en guzmán de alfarache

Ernesto Lucero Sánchez

(Universidad Autónoma de Madrid)

 

 

         Resumen: La relación entre narrador y narratario es uno de los pilares esenciales en la construcción de la novela picaresca. La presencia de la recepción inmanente en Guzmán de Alfarache resulta apabullante, pese a que la situación comunicativa en que se enclavan las instancias de la enunciación es sumamente ambigua, por implícita. En estas páginas, nos ocupamos de la función fática, entendida como prueba sustancial, casi índice máximo, de la presencia de un marco dialogístico dentro del cual se resuelve la narración autobiográfica, como parte de una conversación.

         Palabras clave: Alemán, Guzmán de Alfarache, novela picaresca, narratario, función fática, recepción inmanente.

         Abstract: The relationship between the narrator and the narratee is the main pilar of the construction of a picaresque novel. The internal reception is extremely wide in Guzmán de Alfarache, although the communicative situation stays still ambiguous, because it is implicit. In this paper, we discuss about the ‘función fática’, as an important proof, almost the main one, as a way to believe that the autobiography remains under a dialogistic mark, like a part of a conversation.

         Key-words: Alemán, Guzmán de Alfarache, picaresque novel, narratee, narrator, conative function.

 


1. Introducción.

La novela picaresca se ha concebido desde una perspectiva formal, atendiendo de manera principal al narrador de los textos de la serie, emisor de una narración en primera persona que, desde el presente, reflexiona sobre su vida pasada y relata los hechos en función del caso que ha suscitado que tome la palabra. En el Guzmán, el caso consiste en la conversión del protagonista que, desde el arrepentimiento, relata su vida como ejemplo ex contrario.

No obstante, han surgido en los últimos años, al compás del predominio de la atención al polo de la recepción narrativa, signo de la hora, algunas voces que consideran insuficiente esta explicación, inclinándose hacia una estimación comunicativa de la novela picaresca, incluso en supuestos, como el que nos ocupa, de difícil tratamiento, habida cuenta de que no aparece de manera explícita desarrollado en un marco de raíz dialogística el lazo entre narrador y narratario. En este trabajo pretendemos aportar un argumento más encaminado a justificar la presencia de un narratario indispensable para la comprensión de la novela a partir de una de las funciones que su comparecencia suscita en el texto. 

 

2. La función fática.

La función fática, en su sentido de mantenimiento del canal, se manifiesta siempre y en cada apelación al narratario o fragmento donde se registre su presencia[1]. La autobiografía de Guzmán se halla imbuida en un diálogo en el que, como un elemento más de la conversación, se refiere la vida del protagonista, a su vez, uno de los interlocutores de la misma. Si detectamos secuencias que no pertenecen a la relación de los hechos de la vida de Guzmán —al margen de las digresiones a que dan lugar, los consabidos consejos, de los que se podría tratar también desde esta perspectiva—, contaremos con una prueba esencial para sostener, en efecto, la existencia de un marco más amplio, capaz de incluir la autobiografía y otros elementos heterogéneos pero pertenecientes a la conversación en la que la relación primopersonal se enclava.

Carlos Blanco Aguinaga, en un trabajo clásico, pone de relieve que la autobiografía picaresca conduce desde la imposición del punto de vista del pícaro a un cierre absoluto: “todo lo sabido a trasmano nos está dado de antemano, y este es, desde el punto de vista formal, el determinismo radical de la picaresca” ya que resulta “concebida a priori como ejemplo de desengaño”[2]. La analepsis narrativa permite la selección de las aventuras significativas para la evolución del personaje. En palabras del propio Guzmán:

Si a mí no se me hiciera vergüenza, no gastara en contarte los pliegos de papel deste volumen y les pudiera añadir cuatro ceros adelante; mas voy por la posta, obligándome a decirte cosas mayores de mi vida, si Dios para ello me la concediere (I, 2, 1, 215-216)[3].

 En el texto autobiográfico, pues, “se ponen en tensión los tiempos del presente escritural y el pasado vivencial, hasta el punto de que en la mirada hacia el pasado el presente lo evalúa y lo conforma en función de sus intereses y perspectivas” ya que “el presente dota de sentido al pasado y reorganiza o reinterpreta el significado de la vida”[4]. De esa dialéctica que se propicia entre los momentos del pasado que se narran y el presente desde el que se evocan o reviven así como de la reorganización narrativa desde un fin de sentido, el caso, han tratado numerosos autores en relación con la novela picaresca y la Atalaya, incidiendo por una parte en la existencia de una la fractura producida entre Guzmán (narrador desde el presente) y Guzmanillo (personaje evocado) [5] y, por otra, en su causa, la conversión: Una vez —dice Guzmán— “en la cumbre del monte de todas mis miserias”[6], reflexiona desde la contrición y el deseo de enmienda, lo que orienta su relato no acumulativamente sino con una determinada perspectiva. De este modo, Guzmanillo estaría en Guzmán,  formado a su vez en el proceso de vida del personaje, de quien lo separa, no obstante, el hiato que genera una sincera conversión[7], certificadora de la exégesis de las acciones del protagonista como modelo negativo.

 A nuestro juicio, no obstante, existen en Guzmán de Alfarache, por un lado, “secuencias conversacionales en las que solo se habla por hablar”[8], atraídas por la necesidad de sostener la conexión con el narratario tendiendo puentes hacia su gusto o divertimiento, ajenas por completo, pues, a la mera sucesión de acontecimientos y a la pretendida selección de las consejas en función del caso: Solo en virtud del narratario se explica, por ejemplo, la morosidad de la relación del robo del arcón sin falsar la llave (I, 3, 7, 367-368), sobre la que llamara la atención F. Rico[9]; solo por agradarlo y mantenerlo en el otro extremo de sus palabras se introduce, asimismo, el tenor de la carta del teniente, cuyo propósito explícito consiste en divertir al oyente:

Y, en el rigor de mi pri­sión, habiéndome sentenciado el teniente a galeras, me envió una carta, que, por ser donosa, me pareció hacer memoria della, y porque también es bien aflojar a el arco la cuerda con­tando algo que sea de entretenimiento, decía desta manera […] (II, 3, 7, 818).

Mientras tanto, en segundo lugar, hemos hallado momentos en que aunque no resulta exclusiva, prima sobre las demás posibles funciones que atañen a la instancia receptora. Así, a pesar de que, como acabamos de sugerir en el inicio de esta sección, la presencia del narratario a lo largo y ancho del Guzmán es indiscutible, la frecuencia de los procedimientos de la interpelación varía de unos capítulos a otros. Parece significativo resaltar a este propósito dos instantes clave de la novela: I, 2, 1 y II, 1, 1. Ambos se producen tras una cesura narrativa marcada incluso por medios tipográficos y, en el primer caso que expondré, también por unos años de distancia.

El capítulo primero del libro primero de la Segunda Parte, en el que “Guzmán de Alfarache disculpa el proceso de su discurso, pide atención y da noticia de su intento” —tan exhaustiva y acertadamente estudiado, por otro lado— consiste, a nuestro juicio, en lo sustancial, en la recidiva de la figura receptora principal. De manera paralela a la preocupación que asiste al narrador en el capítulo inaugural del libro por establecer el contacto, se trata aquí, en efecto, de recuperar la mediación del narratario para el lector —y, añadiría, su ductilidad constructiva, para el autor—. Y se persigue esta finalidad, creo, por encima de la de cualquier otro atributo de que se quiera dotar al pasaje, al instrumento rescatado o al tono ya amigable y cómplice, ya hostil y acerbo, que se pretenda ver en su vínculo con el narrador. Lo esencial es el predominio de lo fático, el regreso al elemento compositivo de base que permite la organización del texto con su sola presencia[10], por elusivo que resulte[11]. Sería preciso reproducir el capítulo por entero para dar cuenta precisa del grado en que se manifiesta la función que nos ocupa, dada la abrumadora presencia de alusiones y apelaciones de todo tipo a la instancia receptora inmanente primordial[12].

Algo semejante, puede que en menor escala, sucede en el capítulo primero del libro segundo de la Primera Parte, como se puede observar desde la palabra con que se abre:

Vesme aquí en Cazalla, doce leguas de Sevilla, lunes de mañana, la bolsa apurada y con ella la paciencia, sin remedio y acusado de ladrón en profecía (I, 2, 1, 213).

Una vez alcanzado el objetivo, garantizado el cauce comunicativo entre los elementos emisor y receptor del plano de la narración, aunque por lo general se emplea los procedimientos usuales con la misma intensidad que antes, no es imposible atenuar la intensidad o frecuencia de su aparición en la confianza de que el vínculo no se ha de olvidar, como sucede en los capítulos finales del libro segundo de la Primera Parte.

Desde otra perspectiva, también suponen un índice de la función que venimos comentando, en cuanto sustentadoras de la vigencia del canal comunicativo, aunque de menor calado, sin embargo, ya que otros intereses parecen preeminentes, muchos casos de pregunta retórica o pseudopregunta; en particular, cuando se establece un diálogo en que el narratario toma la palabra, como en las muestras que aparecen a continuación:

Ajeno vives de la verdad si creyeres otra cosa o la imaginas. ¿Quiéreslo ver? Advierte: considera del modo que quisieres las fiestas, los regocijos, banquetes, danzas, músicas, deleites, ale­grías y todo aquello a que más te mueve la inclinación en el más levantado punto que te podrá pintar el deseo. Si te preguntare: “¿adónde vas?”, podrásme responder muy orgulloso: “a tal fies­ta de contento”. Yo quiero que allá lo recibas y te lo den, porque los jardines estaban muy floridos y el son de las plateadas aguas y manantiales de aljófares y perlas te alegraron. ¿Merendaste sin que el sol te ofendiese ni el aire te enojase? ¿Gozaste tus deseos, tuviste gran pasatiempo, fuiste alegremen­te recebido y acariciado? Pues ningún contento pudo ser tal que no se aguase con alguna pesadumbre. Y cuando haya faltado disgusto, no es posible que, cuando a tu casa vuelvas o en tu cama te acuestes, no te halles cansado, polvoroso, sudado, ahíto, resfriado, enfadado, melancólico, doloroso, y por ventu­ra descalabrado o muerto; que en los mayores placeres aconte­cen mayores desgracias y suelen ser vísperas de lágrimas, no vís­peras que pase noche de por medio; al pie de la obra,  en medio de aquesa idolatría las has de verter, que no se te fiarán más largo. ¿Vendrásme a confesar agora que la ropa te engañó y la máscara te cegó? Donde creíste que el Contento estaba, no fue más del vestido y el Descontento en él. ¿Ves ya cómo en la tierra no hay contento y que está el verdadero en el cielo? Pues, hasta que allá lo tengas, no lo busques acá (I, 1, 7, 158)

Querrásme responder: “¡Pues para ese día fíame otro tanto!” ¿Tan largo se te hace, o piensas que no ha de llegar? No sé. Y sí sé que se te hará presto tan breve que digas: “Aun agora pensé que sacaba los pies de la cama”, y será ya cerrada la noche. Dirásme también: “¡Oh! que ni lo cavó ni lo aró, también se lo halló como en la calle, por los achaques que bien sabes, de cuando sirvió a el embajador”. ¿Y eso por ventura es parte para que me lo quites? ¿No ves que aun así como lo dices te conde­nas? Pues los haces iguales a los bienes de las malas mujeres (II, 2, 2, 559-560).

Los tópicos anuncios de brevedad de lo que acto seguido se va a relatar, la creación de interés en el oyente por diversos medios, las disculpas por la extensión del aparato digresivo, la rememoración de lo ya comentado con el narratario, los fragmentos narrativos que carecen en apariencia de toda otra funcionalidad, muchos de los incisos vocativos, etc., si bien revisten otras intenciones en que no podemos detenernos aquí, suponen, entre otros aspectos, una contribución más al sostenimiento del canal. Pero son pasajes más amplios, como los capítulos que hemos traído a colación, con independencia de su recorrido en otros ámbitos, los que mejor representan ese papel de garante del contacto entre los interlocutores en el conjunto de la novela, desde una visión de su estructura más abarcadora: una función primaria de carácter fático que evidencia la importancia concedida al nexo con el dialogando, figura productiva y maleable y, por ello, de enorme utilidad.

El mantenimiento del canal ostenta, desde luego, un propósito básico. No solo compete al narratario la mediación hacia el lector, con la determinación de la exégesis que conlleva debido a su relación con el narrador, o abonar con su presencia la unidad de los más diversos componentes desde el suplemento dialógico a que pertenece, puesto que fluye en último término por él la motivación explícita de la autobiografía y es, por tanto, lazo entre la materia digresiva y la narrativa de la “poética historia”, entre lo ascético-doctrinal y las aventuras bribiáticas, entre consejos y consejas; le ocupa, sobre todo, la organización de las transiciones de un ámbito a otro, la posibilidad de suscitar nueva información u omitir la que podría resultar oportuna y, finalmente, encauzar el modo en que todo ello va a tener lugar, en aras de una construcción sólida. En otras palabras, queda a su cargo el avance, el detenimiento marcado, el camino (o selección) que se emprende y el tempo narrativo[13].

Estoy persuadido —como el profesor F. Lázaro— “de que Alemán estimó en poco el Lazarillo, mejor dicho, que lo estimó como una inmensa posibilidad frustrada. Porque contaba con una serie de hallazgos constructivos que merecían más amplio beneficio»[14]. A diferencia de él, opino que reside en la figura del narratario o sobre la interlocución en general al menos uno de los fundamentos de tal estimación, si no el más importante. No en vano, una presencia capaz de justificar la propia relación autobiográfica ha de poder lo menos y habilitar los meandros digresivos de la narración, uno de los intereses profundos de Alemán. Que el estado de las digresiones sea embrionario en el Lazarillo, como piensa G. Sobejano[15] o, pese a su  reducido número, que consten apelaciones a Vuestra Merced, no es sino afirmación del reconocimiento de la base originaria, los primeros síntomas de la interlocución en el Guzmán, y el arranque de su función estructural.

 

OBRAS CITADAS:

Alemán, Mateo, Guzmán de Alfarache, ed. de Florencio Sevilla Arroyo, Área y Random House Mondadori, Barcelona, 2003.

Arias, Joan, Guzmán de Alfarache. The Unrepentant Narrator, Londres, Tamesis, 1977.

Blanco Aguinaga, Carlos, “Cervantes y la picaresca. Notas sobre dos tipos de realismo”, Nueva Revista de Filología Española, 11 (1957), pp. 313-342.

Brancaforte, Benito, “Estudio preliminar” a su ed. de Mateo Alemán, Guzmán de Alfarache, Madrid, Akal, 1996. (Universidad de Castilla La Mancha y Pontificia Universidad Católica del Perú)

—,     Guzmán de Alfarache: ¿Conversión o proceso de degradación?, Madison, The Hispanic Seminary of Medieval Studies, 1980.

Gómez, Jesús, El diálogo renacentista, Arcadia de las Letras, eds. del Laberinto, Madrid, 2000Ife, Barry W., Reading and fiction in Golden-Age Spain. A platonist critique and some picaresque replies,Cambridge University Press, 1985.

Johnson, Carroll B., Inside Guzmán de Alfarache, Berkeley-Los Ángeles, University of California Press, 1978.

Lázaro Carreter, Fernando, Lazarillo de Tormes en la picaresca, Ariel, Barcelona, 1972.

Lucero Sánchez, Ernesto, “Posibilidades y límites a la interpretación de Guzmán de Alfarache desde la recepción inmanente”, en Actas del IV Congreso de ALEPH, “Lectores, editores y audiencia: la recepción en la literatura hispánica”, Barcelona, (en prensa, 2007).

—,     “Funciones del narratario en Guzmán de Alfarache, Actas del XVI Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, París (en prensa, 2007)

Moreno Báez, Enrique, Lección y sentido del Guzmán de Alfarache, Revista de Filología Española, Anejo XL, Madrid, 1948.

Puertas Moya, Francisco Ernesto, Aproximación semiótica a los rasgos generales de la escritura autobiográfica, Logroño, Universidad de La Rioja, 2004

Rico, Francisco, La novela picaresca y el punto de vista, Seix Barral, Barcelona, 1970.

—,     Introducción” a su ed. de Mateo Alemán, Guzmán de Alfarache, Barcelona, Planeta, 1983.

Smith, Hilary S. D., “The Pícaro Turns Preacher: Guzmán de Alfarache’s Missed Vocation”, Forum for Modern Language Studies, 14 (1978), pp. 387-397.

Sobejano, Gonzalo, “De la intención y valor del Guzmán de Alfarache, Romanische Forschungen, LXXI, 1959, págs. 267-311.

Vian Herrero, Ana, “La ficción conversacional en el diálogo renacentista”, Edad de Oro, VII (1988), pp. 173-188



[1] Pero no necesariamente cada vez que se utilice la segunda persona, aunque la apelación al narratario por medio de pronombres de segunda persona tanto de singular como de plural, por ejemplo, resulta abrumadora y omnipresente a lo largo de la novela. Véase el desarrollo del tema en mi trabajo: “Presencia y caracteres del narratario en Guzmán de Alfarache” (en preparación).

[2] Carlos Blanco Aguinaga, “Cervantes y la picaresca. Notas sobre dos tipos de realismo”, Nueva Revista de Filología Española, 11 (1957), p. 326.

[3] Cito siempre la obra por la ed. de Florencio Sevilla Arroyo, Área y Random House Mondadori, Barcelona, 2003, señalando el número de página.

[4] Francisco Ernesto Puertas Moya, Aproximación semiótica a los rasgos generales de la escritura autobiográfica, Logroño, Universidad de La Rioja, 2004, p. 25.

[5] Son muchos los autores que desde perspectivas lacanianas (la autobiografía como fase del espejo) se enfrentan a la escisión mencionada, dentro de un tratamiento pragmático de la autobiografía, pero en el ámbito de nuestra novela, el juicio de mayor peso es de Francisco Rico, quien argumenta la falta de solidaridad del narrador con el personaje.

[6] GA,II, 3, 8.

[7] Sobre esta postura, recogida en lo sustancial por Francisco Rico para abonar sus tesis, véase Enrique Moreno Báez, Lección y sentido del Guzmán de Alfarache, Revista de Filología Española, Anejo XL, Madrid, 1948. El planteamiento es puesto en tela de juicio por parte de la crítica. He ofrecido un panorama acerca de las inconsistencias que ofrece la conversión de Guzmán en otro lugar: “Posibilidades y límites a la interpretación de Guzmán de Alfarache desde la recepción inmanente”, en Actas del IV Congreso de ALEPH, “Lectores, editores y audiencia: la recepción en la literatura hispánica”, Barcelona, (en prensa).

[8] Así la define Ana Vian en “La ficción conversacional en el diálogo renacentista”, Edad de Oro, VII (1988), p. 171.

[9] Al comentar este pasaje, el propio Francisco Rico, quizá el más ilustre representante de cuantos sustentan una interpretación de la obra dependiente del elemento formal de la autobiografía como marco más amplio de la novela, ha escrito algunas líneas en que parece entrever la dificultad que entraña someter la obra al punto de vista único como, por ejemplo, cuando le parece que se trata de cautivar al lector a través de una reconstrucción del detalle de algún suceso en exceso minuciosa, lo que le conduce a concluir que esa «morosidad [es], si se quiere, como “de otra novela”» (v. «Introducción» a su ed. de Mateo Alemán, Guzmán de Alfarache, Barcelona, Planeta, 1983; las comillas son suyas).

[10] Se trata de la función de mayor interés, como explico en “La función organizativa del narratario en Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán”, Actas del XVI Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, París (en prensa).

[11] Debo remitirme de nuevo a mi estudio: “Presencia y caracteres del narratario en Guzmán de Alfarache” (en preparación).

[12] Desde el mismo comienzo: “Comido y reposado has en la venta. Levántate, amigo, si en esta jornada gustas de que te sirva yendo en tu compañía […] (II, 1, 1, 435).

[13] Véase el ya citado “La función organizativa del narratario en Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán”, Actas del XVI Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, París (en prensa).

[14] F. Lázaro Carreter, «Para una revisión del concepto ‘novela picaresca’», en Lazarillo de Tormes en la picaresca, Ariel, Barcelona, 1972, p. 206.

[15] Gonzalo Sobejano, “De la intención y valor del Guzmán de Alfarache”, Romanische Forschungen, LXXI, 1959, pp. 267-311; p. 277, donde las recoge. Añade con referencia a la obra de Amberes, 1555: “Y aquí, en el segundo Lazarillo sí que hallamos digresiones, no en rápido boceto germinal, sino con amplitud que preludia las del Guzmán” (ibid., p. 278); este autor recoge un catálogo de digresiones en Guzmán I y II, en pp. 280 y 296-298, respectivamente, divididas las de esta última parte en satírico-críticas, de índole religiosa y de carácter o “tipo aconsejativo, observaciones empíricas, esbozos de reformas y fragmentos de orden didáctico: verdaderas «enseñanzas»”.