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Amor y
muerte en “Noventa días”. Para una nueva
lectura de un cuento catiano
Michelle María Álvarez Amargós
(Universidad de Granma. Bayamo. Granma. Cuba)
Lenia Sainiut Tejera León
(Televisión Serrana. Granma. Cuba)
Ana Vilorio Iglesias
(Universidad de Oriente.
Santiago de Cuba. Cuba)
Resumen
El
presente trabajo realiza un análisis narratológico del cuento “Noventa días”
del escritor cubano Alfonso Hernández Catá. A través de la valoración de
diferentes elementos estructurales se persigue mostrar los aspectos
experimentales tratados en el texto y aquellos momentos donde puede definirse
en su obra “una técnica más de dramaturgo
que de novelista”.
Palabras
claves: análisis
narratológico, “Noventa días”, Catá, experimentación, técnica de dramaturgo,
muerte.
Abstract
The present work
carries out a narratologyc analysis of the story "Ninety Days" by the cuban writer Alfonso Hernandez
Catá. Through the valuation of different structural elements, it is pursued to
show the experimental aspects treated in the text and those moments where can
be defined in this work “a tecnique that a playwright more than a
novelist.”
Death and
love in "Ninety days". For a new reading of the Catá´s story.
Key words:
narratologyc analysis, “Ninety days", Catá,
experimentation, playwright technique,
death.
Lo seguí,
aceptando por cosa natural que en el postrer
episodio del
drama cuya decisión había sido pautada
en el Otelo,
interviniera un enterrador que parecía
provenir del
Hamlet. Al otro día mi ciudad recobró
su ritmo de cordura.
Ya era verano. (Catá,1983,
80)[1]
Al notar Jesús Castellanos en las primeras narraciones
cortas de Alfonso Hernández Catá “una
técnica más de dramaturgo que de novelista” (Catá, 1983, 15) señalaría la peculiaridad predominante en buena parte de la posterior obra
del autor y que tendría, por la temática tratada, por las poses de sus
personajes y por la trabajada atmósfera teatral, uno de sus más acabados logros
en el cuento “Noventa días”.
No se posee la fecha exacta de aparición del relato pero
sí conocemos de su inclusión en la recopilación hecha por Eduardo Barrios[2]
en 1936 y también en el libro Literatura
Latinoamericana. Antología e introducción histórica de Enrique Anderson
Imbert y Eugenio Florit. La presencia evidente de elementos intertextuales entre
el Otelo de Shakespeare y el cuento
de Catá, construyen esta historia de amor y
celos donde el honor y la inevitabilidad del destino son ejes temáticos
fundamentales que convergen en la muerte de los protagonistas.
Un punto muy interesante en esta obra es el claro
acercamiento al mundo teatral. Consideramos manifiesta la intención de llevar
la trama de Otelo a una narración en
la cual lo mismo se dramatizase el cuento que se contase el teatro. En sí
todo es un juego técnico de gran creatividad donde podemos apreciar la
complejidad del relato. En lugar de divagaciones dialogadas presenta hechos;
acciones hilvanadas con destreza para mantener latente la tensión y ésta no
decae sino en el momento justo. Palabras, solo las necesarias para que los
personajes no pasen a la inmaterialidad. Los diálogos son frases fútiles,
intrascendentes en apariencia, a no ser porque representan la vitalidad de los
personajes y complementan la banalidad en su relación. También refuerza una de
las ideas persistente en la narrativa del autor: la importancia de la
comunicación entre los seres humanos.
Temas comunes en la obra de Catá son el honor, la muerte
y el destino matizados en el relato por el empleo de la ironía que, altamente
satírica, recuerda la fórmula de la novela victoriana, “ese híbrido de realismo e hipocresía”[3]
(Cossío, 1978, 92) la cual tendría entre sus más
logrados exponentes a Thackeray con
El cuento posee dos diégesis bien delimitadas donde una
historia sirve de marco a la otra y la
primera, a semejanza de los prólogos en los teatros isabelinos, ubicará
cronotrópicamente a los diferentes personajes de la historia. El encargado de
ello será un narrador mutable y con una perspectiva muy interesante.
En la introducción y conclusiones del relato, las cuales
se caracterizan por su brevedad, impera la focalización interna, muy personal,
la de un testigo condicionado por los límites de su conocimiento y la
parcialidad de elementos que están dentro de su rango de percepción. En el
desarrollo, mucho más amplio, la focalización se vuelve externa; rayando en una
omnisciencia dudosa cuando el narrador pierde su personalidad al desvincularse
del plano de la acción pero interviene constantemente con comentarios y
reflexiones. Sin embargo, sólo actúa como descriptor, jamás juzga. Tal
capacidad de reflexionar sobre los pensamientos de otros personajes y de
anticipar sucesos está justificada, en parte, por la narración en flashback.
El rápido encadenamiento de los motivos de la trama y la
evolución psicológica de los personajes a la par de estos, hace posible el declinar de la inicial visión
trágica en irónica hasta llegar al absurdo. El presentimiento constante del
drama que sobrevendrá al entablarse la relación, las frases reflexivas del
narrador como explicación a las discusiones de la pareja y el infundado
asesinato de la casquivana Lucy por un celoso Pepe muestran el desarrollo de
dicho enfoque. Estos dos jóvenes; marcados por el destino para, en el lapso de una primavera, enamorarse, casarse, odiarse y luego morir; establecen
nuevos matices en el recurrente tratamiento de la fatalidad por el escritor.
La ironía y el predominio de los contrastes constituyen
los recursos compositivos por excelencia: invierno contra primavera, Lucy
contra Pepe, sótano contra desván; o donde mejor se resumen, en el párrafo no.
8, cuando se anuncian los antagonismos mediante las descripciones físicas:
Vivían en el mismo
edificio y no se conocían. Tal vez se cruzaron en el invierno envueltos en
ropas y pensamientos oscuros; pero los seres no se conocen siempre la primera
vez que se encuentran. Ella era rubia; él moreno. Ella tenía la gracia dispersa
y como en peligro de algo que se derrama; él llevaba en la frente y en la boca
la cifra centrípeta de la concentración. Ella tenía veintitrés años; él
cuarenta y cinco. (Entre los dos, menos que la menor de las viejas, a quienes
la primavera estaba dando la broma cruel de consustancializar a San Luis de
Gonzaga con un galán remoto.) Ella se llamaba Lucía; él José. A ella los íntimos
le decían Lucy; él, siempre solo en sus estudios, sin cariño, jamás tuvo a
nadie que le dijera Pepe (Catá, 1983, 73).
Otro recurso compositivo que conjuntamente con los dos
anteriores influye en el aumento de la tensión en el cuento es la reiteración.
La fatalidad, la muerte, la inseguridad y la imposibilidad de comprensión se
repiten una y otra vez para funcionar como letanías o isotopías del destino. Se
logra de esta forma que sea inevitable el fin trágico de sus personajes.
La tensión escala de forma ascendente hasta el clímax
cuando cae intencionalmente en la solución del conflicto al regresar la visión
del narrador personaje. Este ascenso se apoya en los acontecimientos,
piramidalmente vertebrados, con una distribución simétrica y entre los cuales
se producen relaciones de oposición / coincidencias determinadas por las
actitudes de sus protagonistas. Cada acción principal tendrá respuesta en una
posterior y estará mediatizada por el
nexo indisoluble del matrimonio católico quien funcionará como
catalizador de la desgracia.
Asociados directamente al desarrollo de la tensión
encontramos a los personajes del cuento. Los mismos pueden ser agrupados en dos
secciones: los principales y los episódicos. Estos últimos describen el escenario del drama e intervienen con brevedad. Son
innominados (amigos oficiosos) o
señalados de forma genérica (el enfermo,
un financiero, una modista, las viejas, etc.) y pertenecen a una burguesía
que vive de una forma ligeramente acomodada y tiene su código de honor, el cual
“obliga” a Pepe a matar a Lucy para limpiar su honra imaginariamente
mancillada; lo cual no es nuevo pues ya Lope de Vega y Calderón de
Los acontecimientos definen cuatro personajes
principales: el narrador, la primavera, Lucy y Pepe. Para analizar cómo estos
actores funcionales van a influir en el ciclo narrativo debemos partir de quien
introduce en la fábula los cambios, los cuales implicarán una mejoría o un
deterioro con respecto a la actuación inicial.
La primavera, personificada como una mujer
intrigante, frívola y lujuriosa; se encargará de enloquecerlo todo con su
llegada y provocar el cambio inicial. Ella ocupará la categoría actancial de
ayudante pues, a pesar de lo negativo de su cometido, está destinada a
facilitarle al sujeto el camino para alcanzar el objeto deseado e incluso
impedirle alejarse del mismo. Muchas frases ejemplifican esa categoría: “Empleó un soplo de brisa traviesa para
encadenarlo” (Catá, 1983, 73); “Sus almas, quizás, tuvieron en
este primer choque un sobresalto de aviso y debieron separarse enseguida; pero
la primavera no los dejó seguir las buenas sendas opuestas...” (Catá,
1983, 75).
La categoría sujeto posee un aspecto peculiar: la duplicación. Tanto
Pepe como Lucy articulan su propio programa narrativo. A pesar de que José
prima pues él guiará la historia, en Lucy se presentará una condición de espejo
ya que ella buscará “sus propias metas”. Esto le confiere la condición de
antisujeto y, a la vez, ella será el objeto en el programa actancial de Pepe.
La fatalidad, también nombrada “destino”, será el dador o destinador.
Un elemento que refuerza dicha idea es la composición del cuento. El mismo se
estructura a través de la técnica del “relato a la inversa” propia del género policíaco: se respeta el
ordenamiento cronológico de la narración pero esta parte de un flashback.
También se alude a la tragedia inminente de forma continua a través de frases
reiterativas como: “Además, el destino,
cuando quiere manifestarse dramáticamente, no necesita de frases largas ni
escogidas” (Catá, 1983, 73).
El destinatario o receptor se
corresponderá con su respectivo sujeto (ya sea Lucy o Pepe) y como oponente a
la trayectoria fatal de ambos encontraremos al narrador. Continuamente advierte de los peligros a través de sus
reflexiones y a pesar de que, por las características antes descritas, no
participa directamente de la segunda diégesis y no obstaculiza directamente a
los personajes protagónicos, siempre está su oposición tácita a la relación.
Toda la acción ocurre, tal y como lo anuncia su título,
en noventa días. Comienza con la llegada tardía de la primavera y dura “hasta el
límite de la primavera nada más” (Catá, 1983, 77).
Rosa M. Cabrera, en su artículo “Símbolos y claves en los
cuentos de Alfonso Hernández Catá”[4],
define al tiempo como “una cláusula […] al apartarse del decursar lógico de las
estaciones” (Cabrera, 1986, 491). Sin embargo, muchos elementos textuales y
narratológicos apoyan la impresión más
que de un fenómeno aislado, de la visión cíclica de la vida y sus eventos,
focalizada a través de un momento específico el cual se detiene para demostrar
una secuencia de eterno retorno. Esta tesis es sostenida por Catá en otras
narraciones y la misma acentuará la intemporalidad propia de sus relatos. El
regreso a la calma, presupuesto por el fin de la primavera, estará condicionado
ante la inevitabilidad de su próxima aparición. Nuevamente, el contraste como
recurso compositivo nos perfilará esa imagen del ciclo eterno: la
caracterización de una estación identificará a su opuesto.
No se conoce el sitio donde se desarrolla la obra al ser
comunes en Catá las indeterminaciones cronotópicas; solo sabemos que es un país
de estaciones bien definidas y donde rige la religión católica. Si bien el
autor no abunda en las descripciones de lugares, sí encontramos en él
atmósferas bien definidas. La de este cuento es profundamente fatalista
contrastando con lo que supuestamente debía suceder en la primavera, símbolo
del renacer, de la alegría, de la vida. En ella existe además un toque
impresionista en la atmósfera del cuento cuando con la llegada de la estación
se produce un eco muy particular en cada personaje. Toda reacción está dada a
través de las diferentes actitudes ante el resurgir de la vida.
En el plano lingüístico debe considerarse relevante el
trabajo para recrear las atmósferas mediante acciones. La mayoría de los verbos
describen estados anímicos o enfrentan a los personajes con sus inquietudes.
Los mismos, por lo general, están conjugados en pasado con el objetivo de
apoyar la narración en flash back. A la vez, mediante la supresión de
parlamentos, los personajes pueden actuar y se limita así uno de los elementos
claves del teatro: el diálogo. Como se ha apuntado con anterioridad, en los
escasos momentos en que los personajes intercambian palabras, está presente más
lo obviado que lo dicho.
Estilísticamente la prosa empleada es todavía modernista
por las palabras utilizadas (mármol,
deidades, rayo de sol); por las adjetivaciones e imágenes delicadas que
reproduce (fúlgidas constelaciones de
polvo, crispó las sonrisas y heló las bondades); y por algunas breves
frases conclusivas que aún se le escapan a nuestro escritor: “No hay dramas más temibles en las relaciones
humanas que aquellos en que los antagonistas tienen razón” (Catá,
1983, 77).
Y por estas vías llegamos al Catá experimental quien se
acerca (y nos acerca) al mundo teatral con una nueva óptica. El manejo creativo
de diferentes recursos narrativos con el fin de crear estructuras novedosas, le
validan por completo los méritos que muchos le reconocieron como escritor;
reafirman la idea de una posible transicionalidad en su narrativa; y lo llevan
a ser, indiscutiblemente, una de las figuras paradigmáticas de la cuentística
cubana de la primera mitad del siglo XX.
Obras citadas
Barrios,
Eduardo. Sus mejores cuentos. Santiago
de Chile: Editorial Nacimiento, 1937.
Bueno,
Salvador. “Prólogo”. En: Hernández Catá, Alfonso. Cuentos y noveletas.
Ciudad de
Cabrera, Rosa
María: “Símbolos y claves en los cuentos de Alfonso Hernández Catá”. AIH, 1986,
Actas IX.
Cossío, Adolfina.
“Uso de las técnicas de la novela
contemporánea en la narrativa de Benito Pérez Galdós”. Santiago, 1978, vol. 29:
p. 91 – 111.
Hernández Catá,
Alfonso. Cuentos y noveletas. Ciudad de
[1] Alfonso Hernández
Catá: “Noventa días”, en Cuentos y
noveletas. Selección y prólogo de Salvador Bueno, p.80.
[2] Alfonso Hernández
Catá: Sus mejores cuentos. Prólogo de
Eduardo Barrios.
[3] Adolfina Cosío: “Uso
de las técnicas de la novela contemporánea en la novela de Benito Pérez
Galdós”, en Revista Santiago, No. 29,
1978, p. 91 -111.
[4] AIH. Actas IX (1986): “Símbolos y claves en los cuentos de Alfonso Hernández Catá”. Rosa María Cabrera.
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