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Resumen: El
presente artículo, partiendo de los inicios de la poesía castellana en el
virreinato de Perú y en
Abstract: This article
explores the beginnings of Spanish poetry in the viceroyalty of
Palabras claves:
Poesía, virreinal, indígenas, reivindicación
La poesía virreinal escrita durante los siglos
XVI y XVII atiende, esencialmente, a dos corrientes poéticas: la popular o
tradicional, de romances, letrillas y canciones, y la culta, italianizante
y latinizante. Las primeras manifestaciones de la poesía
popular del siglo XVI (romances y coplas) se recogen en las crónicas del Descubrimiento
y conquista de América. Los romances llegan a tierra americana tanto por tradición
oral -a través de los soldados y conquistadores
que cantan romances aprendidos de memoria- como por tradición escrita, a través
de los cancioneros y romanceros que llegaron en abundancia a México y Perú
y que se difundieron por otras regiones de América. Paralelamente, se escribirán
formas del romancero artístico que perdurarán hasta la poesía moderna. Con
respecto a la tradición oral, son los cronistas, los conquistadores, capitanes
y soldados los que llevan el romance a América. Las primeras informaciones
se las debemos a Hernán Cortés, Alonso Hernández Puertocarrero o a Gonzalo
Fernández de Oviedo. Bernal Díaz del Castillo, por su parte, da noticia de
los romances de tradición española que versan sobre la figura de Cortés. También
hay constancia de romances viejos cantados en el Perú.
En rigor, lo que apunta Menéndez y Pelayo sobre los
inicios de la poesía castellana en el Perú hace referencia a
Por otro lado, Ramón Menéndez Pidal cuenta que en
1537 Diego de Almagro y Francisco Pizarro se citaron en Mala, al sur de Lima,
con la idea falsa de retomar la amistad. Pizarro en verdad le había tendido una
emboscada a Almagro pero Francisco de Godoy avisó a éste del peligro que corría
cantando un cierto romance viejo: “Tiempo es, el caballero/ tiempo es de andar
de aquí”[4].
Como comenta Óscar Coello, tratándose de los primeros
testimonios en el Perú, así como Almagro o los Pizarro forman parte de la
historia, los poetas llamados de Xerez, Enríquez o de Silva y Guzmán son parte
insoslayable e importante de la poesía.
Los poetas de los siglos XVI y XVII frecuentaron
muy especialmente el género romancístico. La importancia del romancero reside
en haber sido la primera expresión poética en el Nuevo Mundo y en su
extraordinaria difusión y pervivencia. En el siglo XVIII cayó en desuso
volviendo el interés por dicha forma estrófica en el Romanticismo y a lo largo
del siglo XX.
El satírico puede que sea el tipo de romance que
más se cultivó. En tanto que hay escasas muestras de poesía satírica mexicana, y
que además es de carácter anónimo, en suelo peruano no sólo abundan los
ejemplos sino que tiene reconocidos maestros como Mateo Rosas de Oquendo y Juan
del Valle Caviedes.
En cualquier caso es importante señalar los rasgos
comunes que dicha pieza comparte con El libro de buen amor y, por tanto,
con la cultura carnavalesca popular, la sátira menipea y los textos
goliárdicos. La inversión, la degradación, lo cómico popular, lo grotesco
propio del género sirven a uno y otro texto para dar un tono notablemente
ambiguo al poema. La diferencia más notable radica en que en
El andaluz
Juan del Valle Caviedes pasó al Nuevo Mundo cuando era niño, según cuenta él
mismo en sus romances. De talante autodidacta, se mantuvo alejado de la corte
virreinal limeña y trabajó en las minas de las sierras. Su obra más conocida, Diente del
Parnaso, está compuesta por poemas satíricos, escritos en Lima en
1689. En ellos Caviedes dirige sus dardos contra médicos, abogados, poetas,
clérigos, borrachos, mulatos, beatos o doncellas. Parece que tal actitud está
más motivada por cuestiones personales que por seguir la tradición de literatura
satírica hispánica. Caviedes se deleita con lo feo, lo deforme o lo grotesco.
Su actitud es corrosiva con el mundo de la heroicidad, de la épica. Al igual
que ocurría con Rosas de Oquendo, con Juan del Valle y Caviedes también se
observan posiciones encontradas semejantes. Hernández Sánchez-Barba dice que su
sátira forma parte del "inconformismo" de una primera generación
criolla, asociándola con la obra de Espinosa Medrano, Sigüenza y Góngora, y Sor
Juana, generación que "protesta contra la aceptación de los valores
convenidos" y que "en constante tensión, señala ideas propiamente
hispanoamericanas respecto a la literatura, la ciencia, la religión y la
sociedad." Simultáneamente, sin embargo, tal postura
"subversiva" ante el sistema imperial halla su contrapartida en otros
lectores como Costigan que conjetura que la poesía de Valle y Caviedes conlleva
"una base ideológica conservadora que refleja la clase dominante de la
sociedad estatal española." Lasarte resuelve esta posible contradicción al
reconocer el carácter heteroglósico de la sátira. Los poemas, por tanto, nos
entregan no una posición ideológica unívoca, sino más bien un registro, jocoso
y polivalente, de las diversas prácticas discursivas que conformaban la
realidad colonial de fines del siglo diecisiete.
El cultivo de este tipo de poesía cobra
mayor importancia si pensamos que por la época dominaba la corriente culta,
petrarquista e italianizante. Y si estos autores que hemos apuntado no son, por
el carácter heteroglósico de sus obras, ejemplos significativos de una posición
ideológica de carácter subversivo contra la corona, veamos como en la corriente
culta afloran ejemplos más claros.
La corriente culta llega a los
virreinatos en sus dos vertientes: la italiana y la latinizante. Si la
corriente popular se difunde en el Nuevo Mundo, como hemos anotado más arriba,
a través de cronistas, soldados o conquistadores, la culta llega con la
emigración a suelo americano de letrados como Gutierre de Cetina, Juan de
La poesía escrita en el Perú virreinal
es de factura bien distinta a la de
A Perú, concretamente, llegó pronto la
corriente humanista en cuya difusión tuvo mucho que ver el papel desempeñado
por Diego Dávalos y Figueroa, natural de Écija. Establecido en Perú desde 1574,
Dávalos y Figueroa crea en Lima la famosa “Academia Antártica”. Posiblemente también
sea él, junto a Clarinda, quien introdujo el neoplatonismo en el Perú. Su Miscelánea Austral
refleja la influencia de los Diálogos de amor, de León Hebreo, y del humanismo italiano
en general. No hay que olvidar que fue otro peruano, el Inca Garcilaso de
En la poesía peruana de los siglos XVI
y XVII, el autor, si bien se atiene a los parámetros y exigencias literarias
europeas con respecto a la forma poética, trata temas propios o autóctonos como
la historia de los pueblos aborígenes, la conquista europea o la usurpación de
la identidad del indígena. Es decir que no sólo la poesía épica sino también la
lírica se preocupa más por la descripción y la repercusión anímica de los
sucesos políticos y sociales acaecidos con la conquista que por el análisis
petrarquista de la pasión amorosa. Veamos algunos ejemplos.
Nacido en Oporto en 1525, Enrique
Garcés viajó en
Sus versiones de Petrarca, según
Ricardo Silva Santisteban[7], afianzan tanto en Perú
como en España la influencia italiana. En el caso de Garcés, a semejanza del
Inca Garcilaso de
Pero no es la labor de traducción lo
que queremos destacar de Garcés sino la paráfrasis libre que realizó del
célebre poema de Petrarca, «Italia mía», titulada «Canción al Pirú». Es una de
las primeras expresiones de amor de un peninsular hacia la tierra americana.
Garcés, al inicio y al final de cada estrofa, se apoya en versos de Petrarca
pero en los versos intermedios aparecen pensamientos e imágenes de cuño propio.
La «Canción al Pirú» es uno de los primeros
textos en que, con emoción sincera y tono desgarrado, y apoyándose en la
imaginería religiosa y bíblica, el autor critica la situación que padecen los
colonizados:[8]
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¡Ay, pobres
desdichados |
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los hijos
deste valle! Pues descuento |
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a vuestro descontento |
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ninguno es lo
pasado: |
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pan, pan, pan,
es la falta más urgente, |
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que esotro es
ya olvidado; |
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haya en esto
siquiera un diligente |
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En otro momento, invocará «al rector
del Cielo» para que ponga fin a tanta destrucción:
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¿No es ésta
aquella tierra que solía |
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con un celo no
frío |
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mil pobres
socorrer muy francamente? |
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¿No es ésta la
provincia del gran brío, |
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madre benigna
y pía, |
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que con su
haber honrado ha tanta gente? |
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Suplícoos
humildemente |
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que piedad y
justicia en vos no muera, |
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¡mirad el
triste pueblo doloroso |
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que de vos el
reposo |
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después de
Dios con gran derecho espera! |
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Si hacéis
reales fuera |
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irá del todo
el daño |
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y el reino
andará luego en gran concierto; |
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que aquel
vigor de antaño |
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aún en Pirú no
está del todo muerto. |
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Dos son los motivos centrales de las quejas de
Garcés: los vejámenes que padece el triste pueblo peruano y la injusticia de
las leyes que regulaban la circulación de la plata en beneficio de los
explotadores. Garcés se dirigirá a Felipe II con la intención de que ponga fin
a tanta barbarie. El tono de la canción es lascasista y reivindica los derechos
humanos de los aborígenes. Con su publicación el autor pretende lo mismo que
las Casas con su opúsculo Brevísima relación de la destrucción de las Indias:
denunciar una situación injusta. Así lo declara el propio Garcés en su Canción:
Ten cuenta, canción mía,/que vayas con humilde reverencia,/que has de ir a
razonar con gente altiva/ y sin mostrarse esquiva/ presenta a donde fueres tu
consciencia,/ni temas dependencia[9].
El caso de Diego Mexía de Fernangil es
similar. Nacido en Sevilla alrededor de 1565, se trasladó a Perú hacia 1581 y
visitó México en 1596. Mexía de Fernangil es famoso por la traducción de Las Heroidas
de Ovidio lo que lo convierte en uno de los mayores difusores del poeta latino
en el Perú. Esta traducción junto con la «Invectiva contra Ibis» constituyen la
primera parte del Parnaso Antártico, publicada en Sevilla en 1608. Pero nos
interesa destacar, ahora, la segunda parte del Parnaso Antártico, que
permanece en
En la «Epístola», Mexía de Fernangil
narra los últimos años del imperio de los incas: las luchas fratricidas entre
Atahualpa y Huáscar, hijos de Huayna Cápac, el asesinato del heredero legítimo
del imperio inca -Huáscar- en manos de Atahualpa, la prisión de éste y la
derrota del imperio inca.
El tono es moral, estoico y
«lascasiano».
Apelando al temor de Dios, el autor amonesta a los cristianos por sus
crueldades. Mexía de Fernangil celebra la llegada del cristianismo a tierras
paganas pero no duda del envilecimiento de los cristianos, corrompidos por el
poder:
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Y viendo tanto
ceptro, tanto mando, |
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trocarse,
deshacerse y anularse, |
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está el pueblo
español sordo y pecando. |
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Mexía de Fernangil, que cree en los
presagios y castigos celestiales, nos muestra en la «Epístola» su temor al
castigo divino al ver la postración moral en que se halla el Perú en manos de
los españoles. Como en el caso de Bartolomé de las Casas, el autor pretende
lavar su conciencia cristiana y lo hace sacando a la luz las atrocidades
cometidas por los conquistadores:
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Mexía de Fernangil despliega en su
epístola los tópicos clásicos e italianos: la brevedad de la vida, el memento mori,
el tópico del ubi
sunt o el canto a la inconstancia de la diosa Fortuna. Todo ello le
sirve para denunciar las atrocidades realizadas en el Perú colonial y pedir
perdón al Sumo Dios:
¡Oh Sumo Dios!,
tu indignación aplaca, |
corrígenos,
Señor; no nos destruyas, |
pues nos
formaste desta carne flaca. |
El sacerdote malagueño Cabello de
Balboa se mudó al Nuevo Mundo en 1566 y se relacionó con la élite indígena y
mestiza en el virreinato del Perú. Su obra más conocida, Miscelánea Antártica,
fue redactada entre 1576 y 1586. En ella el autor hace un recorrido por la
historia y la mitología incaicas y narra la llegada de los hombres europeos a
Sudamérica. Raúl Porras Barrenechea enjuició muy duramente las dos primeras
partes lamentando “el enorme peso muerto de erudición y las largas e indigestas
enumeraciones de hechos históricos europeos”[10]. Con su obra, no
obstante, Cabello de Balboa pretende dignificar el pasado precolombino, dotarlo
de un origen noble. El autor se atiene a los parámetros de la tradición
grecolatina o culta europea cuando las parejas se aman -platónicamente o
siguiendo los modelos petrarquistas-, cuando hace descripciones tanto de la
naturaleza -un locus
amoenus, la arcadia europea-, como de los personajes - héroes
grecolatinos o, en el caso de las mujeres, figuras del ideal femenino-, pero bajo
tales parámetros, narra leyendas y ritos
indígenas.
Como hemos ido señalando, Cabello de
Balboa pretende dignificar el pasado precolombino, dotarlo de un origen noble y
lo hace utilizando la tradición grecolatina y culta europea. Idéntico proceso
siguen Enrique Garcés en su «Canción al Pirú», el Inca Garcilaso de
Otro caso que debe añadirse junto a los
anteriores es el del escritor afincado también en Perú, Juan de Miramontes
Zuázola. Su obra Armas antárticas está escrita en el verso renacentista,
dúctil y fluido, y su contenido guarda relación con el drama quechua Ollantay.
Dicha obra narra la rebelión del general Ollanta ante la prohibición de casarse
con la hija del inca Pachacútec, Cusi Coyllur. Ollantay, sin embargo,
parece que es más bien una obra inscrita ya en el periodo de la comedia
española del Siglo de Oro aunque esté vinculada tanto por el tema como por el
uso de la lengua quechua al mundo andino, como tantas otras obras. Pero lo que
me interesa recalcar aquí es que el poema épico Armas antárticas, de
Miramontes Zuázola, es otra prueba de que anteriormente al siglo XVIII –fecha
que defiende Martín Lienhard[11]- ya hubo numerosas
manifestaciones de una conciencia indígena e incaica en suelo peruano, aunque
se expresaran tímidamente, a modo de protesta o reivindicación de ciertos
derechos. Según Paul Firbas, la redacción
final de Armas antárticas correspondería a 1609. Es importante anotar
cómo el personaje famoso de Felipe, el lengua, el traductor, en el texto de
Miramontes Zuázola adquiere una
perspectiva distinta a la habitual. En este caso el discurso del indio, comenta
Firbas[12], no sirve para exculpar a
Pizarro de la muerte de Atahualpa sino para acusarlo de no cumplir con el
espíritu evangelizador de la conquista. No es un discurso que coincida con las
posteriores reivindicaciones de los criollos sino un discurso contra los abusos
de los conquistadores, al igual que encontramos en
No hay que olvidar, por otra parte, la
presión ejercida durante todos estos siglos por la censura que, además, actuó
de forma incoherente y arbitraria. Rolena Adorno analiza, como a principios del
siglo XVII, la denuncia del asesinato de Atahualpa y el desarrollo de
argumentos lascasistas seguían proscritos, por lo que ciertos pasajes de
Cabría sin embargo preguntarse por qué
este tipo de poesía épica y lírica de defensa del indígena se dio, como todo
parece indicar, más en el Perú colonial que en el virreinato de México.
Por una parte, la conquista de México y de
Perú son bien distintas, como lo son el pueblo azteca y el inca, los reyes de
aquél y los de éste, el culto y erudito Cortés y el analfabeto Pizarro. Como
estudia Mazzotti, al tratar el tema de la formación de una identidad criolla en
También es probable que en la gestación
de algunas de estas obras escritas en el Perú virreinal influyera la política
establecida por el virrey de Toledo. Tras la publicación de
Por último, al virreinato peruano
llegaría información sobre los abusos que se cometían en las minas de Potosí. En aquel tiempo los trabajos forzados en las minas tenían unas
condiciones draconianas: seis meses completos dentro de la mina y seis meses
fuera. Es interesante anotar que el censo de la población de Lima, realizado en
1614, indicaba que la mayoría eran negros y blancos y muy minoritariamente
indígenas. Las cifras son elocuentes: 9.630 españoles, 10.386 negros, 744
mulatos, 1978 indios y 192 mestizos[14].
En cualquier caso, la poesía lírica escrita en el
Perú virreinal también nos dejó un testimonio doloroso y verdadero de la
sangrienta maquinaria que fue la colonización española a la par que testifica
que fueron muchas las voces que clamaron contra el sometimiento y los abusos
recibidos por los indígenas.
BIBLIOGRAFÍA
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Editorial, Pontificia Universidad Católica del Perú, 2001.
Firbas, Paul, estudio, edición crítica y notas, Armas
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Católica del Perú, Fondo Editorial, 2006.
Guibovich Pérez, Pedro M., Censura, libros e
inquisición en el Perú colonial 1570-1574, Sevilla, CSIC., 2003.
Kohut, Karl y Rose (Ed), La formación de la cultural virreinal. La
etapa inicial, Frankfurt, Vervuert, 2000.
Lasarte, Pedro, “La sátira en el virreinato del Perú”, en Cuadernos
Hispanoamericanos, publicado en el número 655, enero de 2005.
Lienhard, Martín, “La épica incaica en tres
textos coloniales”, en Lexis 9, 1985.
Mazzotti, José Antonio “Resentimiento criollo y nación”,
en Agencias criollas. La ambigüedad
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Internacional de Literatura Iberoamericana, 2000.
Menéndez y Pelayo, M., Antología de poetas hispanoamericanos,
Madrid, Real Academia española, 1927-1928.
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Santander, Aldus, 1948.
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Porras Barrenechea, R.,“Miguel Cabello Balboa”, en íd. Los
cronistas del Perú (1528-1650), edición, prólogo y notas de Franklin Pease
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Salazar Bondy, Augusto y Romualdo, A., Antología
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Serna, Mercedes, Poesía colonial
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Silva-Santisteban, Ricardo, selección, prólogo y notas
Poesía peruana. Antología general. De la conquista al modernismo, Lima,
Ediciones Edubanco, 1984.
[1] Véase al respecto el
estudio de Óscar Coello, Los inicios de la poesía castellana en el Perú,
Lima, Fondo Editorial, Pontificia Universidad Católica del Perú, 2001.
[2] Los estudios de la
primera poesía castellana del Perú se inician
en 1894 con la publicación de