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DIFERENTES
APROXIMACIONES AL CONCEPTO DE EQUIVALENCIA
EN TRADUCCIÓN Y
SU APLICACIÓN EN
Nuria Ponce Márquez
(Facultad
de Traducción e Interpretación. Universidad Pablo de Olavide)
Abstract: Throughout the history of
Translation Studies, the concept of “equivalence” has
played a very important role. After having reviewed Nida´s theory, experts have
come to the conclusion that a distinction must be made between the concepts of
“equivalence” and “adequacy”. The question to be posed is whether it is
possible to find a total equivalence between two texts belonging to two
absolutely different cultures.
Palabras clave: equivalencia,
adecuación, Skopos, pragmática, lengua origen, lengua meta.
Cuando nos sumergimos en el mundo de la traductología, nos
encontramos con un término que aparece de forma reiterativa: el concepto de
equivalencia. En términos generales, se considera que una unidad traducida ha
alcanzado el nivel de equivalencia con respecto al segmento origen cuando lo
traducido presenta el mismo “valor” que la unidad original en la lengua origen.
A lo largo de la evolución de las teorías
de la traducción, los expertos han venido utilizando de una manera u otra el
concepto de equivalencia como base teórica a la hora de definir el proceso de
traducción. El concepto de equivalencia se empieza a plantear en la década de
los 60 y a lo largo de la evolución de los estudios relacionados con este
concepto se establecen dos períodos claros: un período inicial en el que los
intentos de delimitación del concepto condujeron a una mayor ambigüedad y un
segundo período, a partir de la década de los ochenta, en el que el enfoque se
vuelve más homogéneo.
El
primer autor que utilizó el término “equivalence” fue Jakobson en su obra On
linguistic Aspects of Translation. En este manual, Jakobson analiza el
concepto de equivalencia desde un punto de vista lingüístico, afirmando que la
equivalencia absoluta no existe, aunque también constata que cualquier mensaje
puede ser expresado en cualquier lengua, ya que las lenguas son precisamente
elementos de comunicación capaces de superar las diferencias que se puedan
plantear entre dos sistemas distintos. De esta forma, la misión del traductor
es la de trasladar un contenido del texto original (TO) a la lengua meta (LM),
de manera que se esté garantizando la equivalencia. No se trata de sustituir
unidades, sino mensajes completos.
Sin
embargo, la verdadera revolución del concepto de equivalencia llegó de manos
del modelo teórico de Eugene Nida. Como verdadero precursor de la traductología
como disciplina, Nida en su obra titulada Toward a Science of Translation
with Special Reference to Principles and Procedures involved in Bible
Translation, define el proceso de traducción como una reproducción en la
lengua del receptor meta de un equivalente lo más fiel posible al original,
respetándose en primer lugar el contenido, y en segundo lugar el estilo:
“Translating consists of reproducing in the receptor
language the closest natural equivalent of the source language message, first
in terms of meaning, secondly in terms of style”(Nida, 1964, p. 4).
De
esta manera, Nida desarrolló un enfoque comunicativo de la traducción.
Básicamente, Nida defiende que, a la hora de realizar su trabajo, el traductor
se debate entre dos modos o estilos de traducir que representan dos polos
opuestos: la traducción de “equivalencia formal” (acercándose más al texto
origen) y la de “equivalencia dinámica” (acercándose más al lector y a la
cultura meta).
La
traducción por equivalencia formal se orienta principalmente a conservar
la forma lingüística que tiene el original en la lengua de salida, tratando de
imitarla en la sucesión de las palabras, en la sintaxis y, en la medida de lo
posible, en la sonoridad y la fonología de la lengua de llegada. En definitiva,
nos encontraríamos ante una traducción literal.
La
equivalencia formal sólo se produce en raras ocasiones, ya que factores tales
como las diferencias culturales no permiten un calco de las estructurales
formales, obteniéndose como resultado una sensación de extrañeza en el lector
meta en la mayoría de los casos en que se utiliza este tipo de equivalencia[1]. Obviamente, el lector
meta espera obtener un producto que no sea capaz de reconocer como traducción,
sino como un constructo que identifique dentro de las estructuras formales e
idiomáticas de su lengua.
El
otro modo de traducir se denomina por equivalencia dinámica y no trata
de calcar la lengua origen, sino de reproducir con los recursos propios de la
lengua de llegada el efecto pragmático que un texto produce en un oyente o
lector. Nida defiende la idea de que la intención de todo traductor debe ser la
de provocar en el receptor del texto meta el mismo efecto que produce el texto
original en su lector. La equivalencia dinámica o de efecto consiste en la
adaptación del texto al nuevo lector de forma que éste conciba la traducción
como un texto natural, no forzado, dentro de su comunidad lingüística, para lo
que el traductor deberá superar distancias lingüísticas y culturales. El traductor
debe, en definitiva, buscar el equivalente más natural y más próximo y
trasladar el efecto del texto original al texto meta.
Nida
afirma tajantemente que lo que interesa es mantener el contenido y considera
que, en ocasiones, el esfuerzo por parte del traductor de mantener la forma del
texto original conlleva pérdidas en el contenido del mensaje. Lo importante es
que se consiga que el lector del texto traducido reaccione ante el mensaje
traducido de la misma manera que los receptores del mensaje en su lengua
original, para lo que el traductor debe conseguir trasladar el valor semántico
a la realidad comunicativa de destino.
Un
caso de complejidad importante con el que el traductor se puede encontrar en su
labor diaria es, por ejemplo, la traducción de metáforas y frases idiomáticas.
Siguiendo las ideas de Nida, el traductor debe mantener el valor de la
finalidad del mensaje en ambas lenguas para conseguir el mismo efecto de
comprensión en el lector del texto original y del texto traducido. No se trata
de transmitir palabras, sino los valores semánticos del mensaje a una comunidad
lingüística diferente.
Un
ejemplo claro de esta adaptación a la situación de la comunidad lingüística
receptora del texto traducido consiste en la traducción de las diferentes
imágenes que se presentan en
Como
experto traductor de
“Entre diversos
métodos de contextualización, resulta especialmente provechoso el de la
equivalencia dinámica. Consiste en re-expresar los componentes del culto
cristiano valiéndose de algún elemento de la cultura local que tenga sentido,
valor y función equivalente. La equivalencia dinámica va mucho más allá de una
mera traducción; implica comprender los significados fundamentales, tanto de los
elementos del culto como de la cultura local, y también lograr que los
significados y acciones del culto se `codifiquen´ y re-expresen en el lenguaje
de la cultura local. Al aplicar el método de equivalencia dinámica, se puede
seguir el procedimiento que se indica a continuación. Primero, es preciso
examinar el ordo (forma básica) litúrgico en función de su teología, historia, elementos fundamentales y
trasfondos culturales. Segundo, hay que determinar cuáles son los elementos del
ordo que se pueden someter a la equivalencia dinámica sin perjuicio de
su significado. Tercero, es preciso estudiar los componentes de la cultura
capaces de re-expresar el evangelio y el ordo litúrgico de una manera
adecuada.”.[3]
Precisamente
para baremar el grado de equivalencia dinámica conseguida en una traducción,
Nida estableció una serie de métodos de evaluación que Salvador Peña y Mª José
Hernández resumen de la siguiente forma (Peña y Hernández, 1994, p. 94-95):
a)
La retroversión, es decir, la reconversión del texto de llegada en texto de salida.
b)
La prueba cognitiva, consistente en preguntar al receptor sobre el texto de
salida y el texto de llegada, comparando los resultados.
c)
La prueba práctica, donde se comparan las reacciones de los lectores del texto
de salida y del texto de llegada.
d)
La crítica o análisis de traducciones que se puede llevar a cabo de cuatro
formas:
1
Analizando la intención del autor y la
función lingüística predominante.
2
Estableciendo una comparación detallada
entre las dos lenguas.
3
Estableciendo la impresión global de las
reacciones entre ambas lenguas.
4
Juzgando la traducción de forma global.
Si llevamos todo el procedimiento
propuesto por Peña y Hernández a la práctica de la clase de traducción, se
puede observar claramente la utilidad de este método en aquellos alumnos que
dan sus primeros pasos en el mundo de la traducción. De hecho, el seguimiento
de este procedimiento supone un ejercicio previo muy interesante para iniciar a
los alumnos en una visión crítica del trabajo que ellos mismos van a
desarrollar en un futuro.
En un primer estadio dentro del
contexto del aula de traducción, el profesor puede presentar una traducción a
modo de texto de llegada que los alumnos deberán reconvertir en el texto
original (a). En una segunda fase, el profesor puede plantear un debate con los
alumnos en el que se dirimirá la recepción del mensaje en el TO y TM (b),
analizándose además las reacciones que se produce en ellos como lectores
virtuales de ambos textos (c). En una última fase, los alumnos deberán realizar
una crítica de la traducción propuesta (1-4).
Volviendo
de nuevo a la evolución histórica del concepto de equivalencia, en la fase
posterior a Nida el estudio del fenómeno de la equivalencia en traducción
experimentó una serie de fases caracterizadas por la visión planteada por
diferentes lingüistas tales como Catford, Newmark hasta culminar en la teoría
del Skopos de Reiss y Vermeer. En 1965, Catford, en su obra titulada Una
teoría lingüística de la traducción: Ensayo de lingüística aplicada (Catford,
1970, p. 163), parte del concepto de equivalencia textual contraponiéndolo al
de correspondencia formal. Para Catford, un equivalente textual es cualquier
forma (texto o porción de texto) del texto de la lengua de llegada que resulte
ser el equivalente de una forma dada (texto o porción de texto) de la lengua
origen (Catford, 1970, p. 50). La correspondencia formal, en cambio, la define
como:
“Cualquier
categoría de la lengua meta (unidad, clase, estructura, elemento de estructura,
etc.) de la cual se puede decir que ocupa, tan aproximadamente como es posible,
el `mismo´ lugar en la `economía´ de la lengua meta que el ocupado por la categoría
en la lengua origen en la economía de la lengua origen” (Catford,
1970, p. 49).
Según
Elena Sánchez Trigo, profesora de
Siguiendo
la teoría de Catford, en raras ocasiones coincide el significado de un segmento
en la lengua origen con el significado de un segmento en lengua meta. Sin
embargo, aunque no coincidan formalmente ambos conceptos, sí pueden ejercer la
misma función comunicativa. De esta manera, los segmentos se consideran
equivalentes a nivel textual, de lo que se extrae la importancia del contexto y
de la situación comunicativa en cada lengua.
Esta
tendencia la siguen Salvador Peña y Mª José Hernández Guerrero en su obra Traductología
al considerar la equivalencia también como un fenómeno textual:
“Con
la irrupción de la lingüística del texto en el campo de la traducción, la
equivalencia se ha transformado en un fenómeno textual. La aceptación
generalizada de que no se traducen significados, sino mensajes, hace que
únicamente los valores comunicativos puedan ser equivalentes. La equivalencia
entre unidades inferiores del texto, como son las oraciones, las palabras...,
está subordinada a la equivalencia textual que se debe establecer entre el
texto de salida y el de llegada” (Peña y Hernández, 1994, p. 34).
En
1976, Popovic va más allá y habla de cuatro tipos fundamentales de equivalencia:
lingüística (traducción palabra por palabra), paradigmática (equivalencia entre
los elementos gramaticales), estilística (elementos que mantienen el
significado y que buscan una misma expresividad) y textual.
En
1979, W. Koller en su obra Einführung in die Übersetzungswissenschaft establece
cinco tipos de equivalencia entre el texto original y el texto traducido:
a)
Equivalencia denotativa (denotative Äquivalenz): correspondencias
léxicas.
b)
Equivalencia connotativa (konnotative Äquivalenz): buscar equivalencias
a las connotaciones que aparecen en el texto.
c)
Equivalencia normativa textual (textnormative Äquivalenz): mantener la
normativa lingüística y textual en determinados tipos de texto (contratos,
cartas comerciales...).
d)
Equivalencia pragmática (pragmatische Äquivalenz): El texto traducido
debe producir en el receptor el mismo efecto que el texto original.
e)
Equivalencia formal (formale Äquivalenz): En determinados textos se
deben respetar las propiedades estéticas y estilísticas (rima, estrofas...).
Obviamente,
en un solo texto pueden aparecer varias de estas equivalencias, siendo la
equivalencia total el conjunto de una serie de equivalencias parciales que
persiguen la igualdad de valor del texto traducido con respecto al texto
original.
Newmark
en su obra Approaches to Translation (1982) establece una importante
distinción entre “ciencia de la traducción” y “arte de la traducción”. La
primera expresión se corresponde con un lenguaje compuesto por unidades
invariables, en cierto sentido “codificado” (clichés, dichos, registros
lingüísticos predeterminados, la jerga social, sectorial, técnica, etc.), la
segunda se relaciona con un lenguaje usado de manera creativa y “no codificado”
(las metáforas no usuales, el lenguaje literario, afectivo, etc.). Entre estos
dos conceptos no hay una línea clara de demarcación: ambos parámetros pueden
comparecer en el mismo texto y esconder su verdadera intención comunicativa.
Por esta razón, a cada función textual tenemos que aplicar uno o más métodos de
traducción.
Hay
que esperar hasta 1995, es decir, treinta años después de que Nida formulase su
teoría sobre la equivalencia, para que comenzasen a constatarse las primeras
críticas a dicha teoría. En este año, Hatim y Mason son quienes en su obra Teoría
de la traducción. Una aproximación al discurso manifiestan abiertamente su
desacuerdo con la teoría de Nida, argumentando la imposibilidad de producir los
mismos efectos en un lector del texto meta que los producidos en el lector
original mediante la contraposición de dos culturas totalmente diferentes como
son la española y la japonesa:
“El traductor no puede aspirar a producir siempre en
sus lectores la misma impresión que siente un lector nativo ante la obra
escrita en su propia lengua. Esta meta es en muchos casos inasequible. ¿Cómo
podría el lector de la traducción española de una novela japonesa fuertemente
costumbrista sentir la misma impresión que los lectores nativos ante la obra
original? Aunque la traducción saliera tan fluida que pudiera leerse, desde el
punto de vista puramente lingüístico, con igual naturalidad que el original, su
contenido produciría en los lectores españoles una impresión de exotismo, que,
por otra parte, sin duda constituiría una gran riqueza”
(Hatim y Mason, 1995, p. 392).
Siguiendo
esta estela, Laura Cruz García, profesora de
“(...) es
imposible alcanzar la tan perseguida equivalencia dinámica en la traducción de
textos literarios, ya que no puede nunca un texto traducido producir el mismo
efecto sobre sus lectores que el efecto que causó el original sobre los suyos.
Valiéndonos de ejemplos muy conocidos podríamos decir que en una traducción,
por muy aceptable que se considerara, de Viaje a
Para
Laura Cruz es imposible que el lector del texto traducido pueda llegar a sentir
los mismos efectos que los producidos en el lector original. Este argumento
está muy bien justificado en base a las diferencias inevitables que nos
distinguen y que, sin lugar a dudas, enriquecen nuestras diferentes culturas.
Sin embargo, es labor de un buen traductor, consciente de esas diferencias, la
de intentar que su traducción alcance el mayor grado posible de equivalencia
dinámica, es decir, si somos conscientes de que hay muchos aspectos, sobre todo
en obras literarias, con los que un lector meta va a encontrar dificultades de
comprensión, el traductor debe valerse de todas las armas o estrategias
necesarias para poder lograr acercar al máximo el sentimiento y los conceptos
expresados en el texto original al lector del texto traducido. En el fondo, el
arte y el encanto de la traducción consisten exactamente en eso, es decir, en
partir de un conocimiento previo de aquello que va a plantear problemas de
comprensión al lector e ir superando obstáculos durante todo el proceso
traductológico intentando alcanzar el mayor grado posible de equivalencia
dinámica.
También
en la década de los noventa aparece la propuesta de Reiss y Vermeer, quienes
estipulan una diferencia entre los conceptos de equivalencia y adecuación. K.
Reiss y H. Vermeer en su obra titulada Grundlegung einer allgemeinen
Translationstheorie desarrollan su teoría de la adecuación como relación
entre un texto de partida y otro de llegada que atiende al Skopos u
objetivo de la traducción:
De
esta forma, lo que se pretende es que el lector no se percate de que se
encuentra ante una traducción, para lo que el traductor habrá intentado
conseguir un máximo de equivalencia textual de dicha traducción. Así, la
equivalencia expresa la relación entre un texto final y un texto de partida que
pueden cumplir de igual modo la misma función comunicativa en sus respectivas culturas (Reiss y Vermeer,
1984, p. 124). Para Reiss y Vermeer, la equivalencia se corresponde con un tipo
específico de adecuación, el cual tiene lugar entre dos textos cuya función
permanece invariable.
A
pesar de todo este cúmulo de teorías, algunos traductores aseguran que la
teoría de la traducción ha sido incapaz hasta ahora de crear un concepto
diferenciador y operativo del concepto de equivalencia. Según Pilar Elena
García, existen tres razones por las que aún no se ha podido crear este
concepto: el traductor y su subjetivismo, el texto original y el receptor (Elena,
1994, p. 44).
En
cuanto al ámbito del traductor y su subjetivismo, Elena afirma que el traductor
se ve influido por todo su bagaje profesional-cultural que se puede apreciar
claramente en el hecho de que se decante por un determinado término y no por
otros en caso de que una misma palabra o expresión pueda traducirse de
diferentes formas. El subjetivismo, innato por otra parte a todo ser humano,
hace que el traductor tenga una personalidad propia que lo distingue de otros
profesionales, lo que conlleva que nunca habrá una única traducción posible de
un texto, ya que cada traductor desplegará todo ese subjetivismo que lo
caracteriza y lo volcará en su trabajo.
Como
segundo parámetro, el texto original encierra en sí todo un mundo de
posibilidades (que Elena denomina “multivalencia”) que dificulta la labor del
traductor. Se debe tener siempre en cuenta que el texto original es también el
producto de un autor determinado que también está desplegando todo un
subjetivismo innato que vuelca en la elaboración de dicho texto, por lo que
este texto se convierte en otro parámetro a tener en cuenta en la labor
traductológica.
Por
último aunque no menos importante, el traductor debe tener muy en cuenta el
tipo de receptor al que va destinado su producto. El traductor debe plantearse
toda una serie de parámetros con respecto al destinatario del texto, tales como
la edad, el objetivo del texto... En la mayoría de los casos, estos parámetros
no aparecen detallados en el encargo de traducción, por lo que el traductor
debe poder analizar el texto original con detalle para poder discernir toda
esta información y, obviamente, intentar averiguar toda esta información a
través de los medios que tiene a su alcance.
Según
Pilar Elena García, cuando se traduce un texto, el profesional realiza una
selección de equivalencias, es decir, el traductor analiza el texto y las
características funcionalmente relevantes del mismo para poder, después, tomar
una serie de decisiones en las que se aúnen la función del texto en su
totalidad, el contexto lingüístico de ambas lenguas y el contexto socio-cultural.
En definitiva, de lo que se trata es de
conseguir la equivalencia más aproximada posible, teniendo en cuenta la
finalidad del tipo textual ante el que nos encontramos. Como se ha mencionado
anteriormente, con frecuencia el traductor se encuentra sin un encargo de
traducción concreto, por lo que lo útil en esos casos es poder clasificar el
texto dentro de una tipología textual, llegando a extraer la función
comunicativa que transmite. Así, el traductor puede ser más consciente de cuál
es la función primordial que debe trasmitir también la traducción.
Aunque también hay que tener en cuenta
que “si bien es importante, como primer indicio para solucionar y jerarquizar
equivalencias, tener en cuenta el tipo de texto al que pertenece el original
que se va a traducir y su función comunicativa, no lo es menos el estudiar a
fondo el texto y analizar cuidadosamente si es unifuncional, esto es, si ejerce
una sola función comunicativa o participa de varias, con lo cual no tendría los
elementos característicos de un único tipo textual, sino de dos o más” (Elena,
1994, p. 53). Un buen ejemplo a este respecto lo conforman los textos
publicitarios que muestran dos funciones predominantes: la informativa (sobre
el producto) y la persuasiva (frente al posible cliente).
El traductor debe ser capaz de analizar
todos los elementos durante la traducción y saber priorizar cuáles son los
elementos y las estrategias a utilizar, para lo que debe valerse de su
capacidad o competencia traslativa. Las dificultades que un traductor encuentra
en el proceso traslativo pueden ser muy diferentes (características del TO,
función prevista para el TM...). Está claro que se trata de un proceso muy
complejo tanto por los problemas que se pueden plantear como por la multitud de
soluciones posibles a los diferentes problemas traductológicos que se
presentan. Por desgracia, no existen “fórmulas mágicas” con cuya aplicación se
resuelvan todos los problemas planteados al traductor, pero precisamente ése es
el encanto que rodea toda la labor de este tipo de profesionales.
La búsqueda de la mejor equivalencia en
el TM es todo un reto que hace de este trabajo una tarea ardua pero también
apasionante. Toda la revolución de la teoría de la equivalencia iniciada por
Nida y seguida por otros tantos autores supone un cambio radical en la visión
del proceso de traducción y de la propia tarea del traductor. Como se ha
insistido anteriormente, el traductor ha dejado de ser una especie de marioneta
autómata que sólo tenía que hacer un calco palabra por palabra del texto
original para convertirse en un adaptador de realidades y de contenidos. Al
igual que un país o un ámbito lingüístico determinado no es sólo un idioma
diferente al nuestro, sino todo un enjambre de connotaciones culturales y
pragmáticas diferentes, un traductor no debe nunca cometer el error de querer
traducir palabras, sino todo ese enjambre de la forma más idiomática posible a
su cliente, que no es, nada más ni nada menos, que un receptor probablemente
desconocedor absoluto de la cultura de la lengua origen.
NOTAS
[1] A
este respecto afirma J. Peláez: “Muchos libros de la antigüedad están
traducidos según este sistema de equivalencia formal y dan la sensación de ser
calcos de las lenguas latinas o griegas, forzando con frecuencia no sólo la
sintaxis española, sino también el universo conceptual y simbólico en el que se
desenvuelve nuestra lengua. En el texto leído hay expresiones extrañas.”
(Peláez, 1997, p. 9).
2
3 Información
disponible en la página Web oficial de I.E.L-U. (Iglesia Evangélica Luterana
Unida) en: http://www.ielu.org/liturgia/documentos/declacion_de_nairobi.htm
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