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PUERTO RICO O
Marisa
E. Martínez Pérsico
(Universidad de Salamanca /
Universidad de Buenos Aires)
Resumen: El
Estado Libre Asociado de Puerto Rico, por el desajuste que su estatus político
plantea entre “identidad” y “nación”, se convierte en un caso paradigmático que
confirma la tesis de que la literatura puede ser una herramienta privilegiada
para la construcción del imaginario nacional, como espacio fundante para la
biografía de un pueblo y la historia de sus deseos. Se analiza la construcción
de la identidad anhelada en “La muerte no entrará en palacio” de René Marqués y
en “Seva:
historia de la primera invasión norteamericana de la isla de Puerto Rico
ocurrida en mayo de 1898” de Luis López Nieves.
Palabras
clave: identidad - ficcionalización - cesarismo democrático - Historia -
diálogo intertextual.
Abstract: The political status of the
Key words: identity - fictionalization -
democratic Caesarism - History - intertextual dialogue.
Si Dios no existiera, habría que
inventarlo.
Voltaire
La literatura puertorriqueña del siglo XX -tomando como corpus
representativo la obra dramática de René Marqués y la narrativa de Luis López
Nieves- plantea una singular preocupación, un perfil que se repite casi hasta
convertirse en síntoma: el de la ficción
que necesita apoderarse de la historia. Los “renglones vacantes” de la
historiografía oficial son aprovechados por el arte literario, que se convierte
así en espacio fundante, en margen de permiso para construir los mitos
patrióticos deseados que ni la historia oficial ni la real satisfacen. Al carecer
de “contratos de lectura” como los que recaen sobre otras tipologías de
discurso -el relato periodístico o el histórico, por ejemplo- la literatura es
capaz de vehiculizar (de hacerse cargo)
de contenidos que otros discursos no pueden, apelando al recurso de la
verosimilitud, es decir: a la “ilusión de verdad” que es capaz de generar, en
este caso mediante la técnica de re-mitificación
histórica. En el trailer de la
película puertorriqueña Seva Vive, de
próxima aparición, escuchamos que: “En Puerto Rico, la historia se ha escrito
siempre alcahueteando a los Estados Unidos. Aquí no se ha escrito todavía la
verdadera historia...”[2]
En la obra de Marqués y de López Nieves, entre otros autores que
mencionaremos, la sociedad boricua es retratada como una cultura mutilada. Se cuestiona la existencia de una “identidad
nacional” por tratarse de un pueblo multiétnico que vive bajo el dominio político
de los Estados Unidos. En La muerte no
entrará en palacio (1957), Marqués denuncia esa opresión en clave
alegórica, eleva su inconformismo y pesimismo a la categoría de protesta
teatral anti-imperialista -incluso los dos protagonistas son una
ficcionalización de dos personajes históricos- y la última escena es una
“expresión de deseo” que
El Estado “Libre Asociado” de Puerto Rico.
Brumas
septentrionales nos llenan de tristezas,
se mueren nuestras rosas, se agostan nuestras palmas,
casi no hay ilusiones para nuestras cabezas,
y somos los mendigos de nuestras pobres almas.
Rubén
Darío, Los cisnes.
La historia oficial nos informa que Estados Unidos entró
en la historia puertorriqueña al invadir la isla el 25 de julio de 1898
durante la Guerra
Hispano-Americana. El 25 de
julio de 1898, el General Nelson Miles atracó en las playas de Guánica sin
oposición. En un mes, prácticamente la isla entera había sido ocupada. El
10 de diciembre de 1898, con la firma del Tratado de París, España “cede” las
islas de Puerto Rico, Cuba, Filipinas y Guatemala. Ese año fue crítico y
traumático en la vida de Puerto Rico. Los puertorriqueños no cuestionaron la entrada
de los norteamericanos, a pesar de haber existido algunos focos aislados de
resistencia. Esta falta de oposición se debió a motivos económicos y sociales:
los hacendados vieron la posibilidad de expandirse económicamente y las clases
bajas de la población, la posibilidad de liberarse de la opresión española. Fue
como cambiar un amo por otro… Este “mito de la mansedumbre portorriqueña” será
retomado por René Marqués en un ensayo que analizaremos luego, y subvertido por
Luis López Nieves en el cuento mencionado.
En 1900, la Ley Foraker creó un gobierno civil que reemplazó
al gobierno militar de ocupación. En 1917, la Ley Jones concedió a los puertorriqueños la
ciudadanía estadounidense. En 1947 el Congreso aprobó la ley
que les permite elegir a su gobernante mediante voto electoral. Hacia octubre
de 1950 tuvo lugar
A pesar de que los plebiscitos sobre la
situación política de la isla informan, por amplio margen, que la mayoría de
los ciudadanos desea seguir manteniendo el estatus de Estado Libre Asociado, existen
grupos políticos dedicados a la lucha por la independencia, entre ellos el Movimiento
Socialista de Trabajadores de Puerto Rico, el reciente Puertorriqueños
por Puerto Rico (certificado como partido político el 9 de mayo
de 2007), el Partido Nacionalista de
Puerto Rico (que no cree en la participación en las elecciones mientras
Puerto Rico sea una colonia) y el Movimiento
Independentista Nacional Hostosiano[3]. Dentro de estos
movimientos independentistas es preciso incluir a nuestros autores.
La historia, según los vencedores.
La imaginación debe soplar dondequiera para que nada del
trabajo humano pueda perderse. Elaborar un hecho es
construirlo.
Interpretar un documento es volver a escribirlo e
imaginarlo.
Lucien Fèvre
Aristóteles, en el capítulo IX de su Poética, distingue al historiador del poeta
de la siguiente manera:
“La tarea del poeta es describir no lo
que ha acontecido, sino lo que podría haber ocurrido, esto es, tanto lo que es
posible como probable o necesario. La distinción entre el historiador y el
poeta no consiste en que uno escriba en prosa y el otro en verso; se podrá
trasladar al verso la obra de Heródoto, y ella seguiría siendo una clase de
historia. La diferencia reside en que uno relata lo que ha sucedido, y el otro
lo que podría haber acontecido” (Aristóteles, 1990: 32-33).
Es decir: la literatura puede aliarse a la verdad, pero no tiene
la obligación de hacerlo. Sin embargo,
La
explicación histórica, entonces, aparece bajo la forma de una organización
argumentativa y figurativa, ya que lo real no se presenta nunca a la
experiencia como en el relato, lineal y coherentemente. Considerando las
consecuencias que traen aparejadas al conocimiento histórico las recientes
posturas sobre las condiciones de posibilidad de reconstruir discursivamente el
pasado y la realidad fenoménica, cabe preguntarse de qué manera la literatura,
afectada por las mismas mediaciones, se puede apropiar de la realidad cuando
intencionalmente evidencia su interés por hacerse cargo de ella, por ejemplo, a
través de la novela histórica. A esta circunstancia se suma otra: la
perspectiva desde donde se narra la “historia oficial” que conocemos. No es
noticia que desde Herodoto, la historia la cuentan los vencedores. Un ejemplo
clásico es la información que nos ha llegado de los cartagineses: los
historiadores romanos atribuyen a sus enemigos terribles crueldades que no
podemos contrastar con la versión enemiga. También contamos con la versión
europea de la conquista de América,
pero no la de los nativos. Herodoto cuenta la versión
griega de las guerras médicas,
pero no ha llegado hasta nosotros la perspectiva persa del asunto.
Michel Foucault en
su curso de 1976-1977
Volviendo
al terreno literario, Tomás Eloy Martínez (2004) piensa que las luchas entre la
escritura y el poder se han librado siempre en el campo de la historia: es el
poder el que escribe la historia. Pero el poder sólo puede escribir la historia
cuando ejerce control sobre quien ejecuta la escritura, cuando tiene completa
majestad sobre su conciencia. Según Roberto González Echevarría:
“A partir
de la vanguardia, la novela va a asumir una forma radicalmente
crítica
ante la historia y ante cómo narrarla. En vez de la postura científica de la
novela del XIX, que supone un observador privilegiado que mira desde fuera el
mundo que describe con un instrumental científico e ideológico neutro, más allá
de todo cuestionamiento, la novela -más próxima ahora a la filosofía y al mito-
pondrá en tela de juicio precisamente las vehículos de pensamiento y
observación y verá la historia presente en el mismo plano que la pretérita.” (González Echevarría, 1984: 10-11).
Ya
Terry Eagleton, en 1976, sostenía que ni el texto literario con su ilusión de
libertad ni el texto historiográfico con su ilusión de objetividad dejan de ser
gobernados por esa presión ideológica que sobre ellos ejerce cada meridiano de
la realidad. Aunque en grados diferentes, historia y literatura presentan una
opacidad inmanente al propio discurso y a los propios sujetos... Pero ¿qué sucede
cuando existe una voluntad consciente
de reemplazar el discurso historiográfico por el literario? En Marqués y en
López Nieves, esta trasgresión obedece a otros factores, que analizaremos en
los siguientes apartados.
En 1952, la muerte entró en palacio.
Escribe, Guzmán,
escribe, lo escrito permanece, lo escrito
es verdad en sí porque
no se le puede someter a la prueba
de la verdad ni a
comprobación alguna [...] ¿en qué se funda
un gobierno sino en la
unidad del poder?, y semejante poder
unitario, ¿en qué se
funda sino en el privilegio de poseer
el texto único, escrito,
norma incambiable que supera y se
impone a la confusa
proliferación de la costumbre?
Carlos Fuentes, Terra nostra: Felipe II habla a su
secretario.
La
muerte no entrará en palacio (1957) es
una pieza teatral en la que René Marqués hace patente su vocación
nacionalista -era miembro del citado Partido Nacionalista Puertorriqueño- y la
aguda crítica que ejerce sobre los mecanismos de dominación colonial. Integrante
del grupo conocido como
Marqués
publica en 1960 un ensayo llamado “El puertorriqueño dócil”, donde caracteriza
la personalidad de la sociedad boricua afirmando que ésta obedece sin chillar la
voluntad de quien le manda. Le adjudica calificativos como mansa, sumisa, subordinada, y sintagmas como que “carece
de fuerza”, que “es ignorante y padece de complejo de inferioridad”. Esto mismo
se ha señalado en las crónicas de la colonización acerca de la reacción de los
indígenas nativos cuando llegaron los conquistadores españoles: los taínos constituían una
cultura pacífica y hospitalaria que entregaron a los españoles regalos de oro
y collares de caracoles. Existe la teoría de que ese comportamiento se debía a
la creencia de que los conquistadores eran dioses. En el 1508, el español Juan Ponce de León
fundó el poblado de Caparra luego de ser bienvenido por el Cacique Agüeybaná.
Volviendo
a los ensayos de Marqués, éste afirma que la psicología puertorriqueña es el Estadolibrismo, porque elevar su
docilidad a categoría de dogma político era precisamente lo que el
puertorriqueño necesitaba para vivir espiritual y moralmente su tradicional “ñangotamiento
sicológico” sin remordimientos ni escrúpulos de conciencia (Marqués, 1960). Cita a Antonio S. Pedreira, quien en su libro Insularismo
(1934) afirma que el puertorriqueño es aplatanao,
es decir: que no tiene carácter ni voluntad. Marqués afirma que se elogia al
puertorriqueño como democrático, cuando éste tolera, con asnal docilidad, lo
que cualquier hombre civilizado no soñaría tolerar en ninguna democracia del
mundo contemporáneo.
Uno de los más importantes críticos sobre la identidad en el
teatro puertorriqueño, Francisco Arriví, afirma que “la identidad es tan
consustancial al teatro nacional como lo era el destino en el antiguo teatro
griego” (Arriví, 1998: 6). En este sentido, no es casual que la obra que
analizaremos adopte elementos del teatro clásico ni los episodios
desencadenantes estén enmarcados por los parlamentos de una sacerdotisa y de un
adivino: Teresias y Casandra.
Para los dramaturgos de los años ´50 y ´60 la identidad fue una “búsqueda
constante”, precisamente porque el contexto socio-político de esas décadas fue
el gobierno muñocista y sus enfrentamientos con los grupos nacionalistas, cuyo carismático
líder fue Pedro Albizu Campos[4] (ficcionalizado en La muerte no entrará en palacio como Don
Rodrigo, la amenaza permanente al gobierno de Don José).
Como antecedente de la obra de Marqués, encontramos el drama Tiempo Muerto (1940) de Méndez Ballester.
Allí los boricuas son retratados como seres explotados por las grandes
corporaciones azucareras norteamericanas. Como vemos, el teatro fue escenario
de lucha de opiniones: también encontramos la contracara de ese antagonismo
encarnado en Gustavo Jiménez Sicardó, quien publica
La muerte no entrará en palacio es
un texto enmarcado: comienza con una profecía de Tiresias y se cierra con el
cumplimiento de su pronóstico. Desde el principio, Casandra se anuncia como un
personaje que ejecutará un “gesto histórico” -si hiciéramos un relevamiento de
la frecuencia con que la palabra Historia
aparece en el texto, notaríamos que su insistencia es demasiado significativa
como para ser obviada-. Dice Tiresias, en la primera escena:
“Así veo el cuadro. Así veo yo a Casandra
(Pausa) No ha sucedido. Pero sucederá (…) ¡Es el tiempo que fluye para
convertirse en historia! (…) Para que la realidad se convierta en esto, es
preciso que alguien, consciente o inconscientemente, infrinja el orden moral
del universo. Para que Casandra se convierta en mármol, es preciso que el equilibrio
moral se haya roto mucho antes de que ella realice el acto histórico” (Marqués,
1957: 313-315).
La profetisa Casandra, en la mitología griega, recibe una
maldición del dios Apolo: nadie creerá en su don ni en sus pronósticos. Por
eso, ante su anuncio de la inminente caída de Troya, ningún ciudadano da
crédito a sus vaticinios. En la obra de Marqués, estos atributos son trasladados
a la hija de Don José: al principio vaticina la felicidad del pueblo y la
esperanza de su amor con Alberto. Pero es esta chica “insignificante” (como la
califican las mujeres de alta alcurnia que asisten a la firma de la nueva
constitución del protectorado), crédula y optimista quien, tras la anagnórisis
del cuadro final, reconoce su papel en la tragedia, infringe el “orden moral
del universo” -la moira griega- y
efectúa el gesto histórico: matar a su padre, el gobernador Don José, la
ficcionalización del Muñoz histórico, el tirano imperialista enmascarado bajo
el ropaje del liberador de Puerto Rico que encarna lo que podríamos llamar un
sistema de “cesarismo democrático”. El momento desencadenante -y esperanzador
para el futuro de Puerto Rico- se hace evidente en la respuesta que Casandra
ofrece al discurso de su padre, ante el Comisionado del Norte:
“Don José: Nos hemos reunido aquí esta
noche en un acto que ha de ser de importancia trascendental en la historia de
nuestro pueblo (…) Resulta conmovedor, hondamente conmovedor, que el gran país
del Norte, en el instante mismo de demostrar su máxima generosidad, su grandeza
espiritual, la realización en esta Isla de sus más entrañables principios de
libertad, igualdad y fraternidad humanas, desee hacerlo sin aparatosidad ni
protocolo (…) Con el advenimiento del Protectorado no sólo desmiente la nación
del Norte las injustas acusaciones de imperialista que viciosamente le lanzan
sus enemigos, sino que el pueblo de esta Isla, ese pueblo noble y bueno, ese
pueblo que yo tanto admiro porque ha sido… digno, sí, tan digno siempre a lo
largo de su historia, realiza al fin sus más caras aspiraciones” (Marqués,
1957: 410-411).
Luego de la firma -que representaría la muerte de los ideales independentistas y la patria traicionada en
el palacio, una metáfora de Puerto
Rico- aparece Casandra en escena, con la ropa manchada con la sangre de Alberto,
ya consciente de su rol en el argumento de la historia/Historia:
“Casandra: He venido a tu celebración,
padre. He venido a lucir tu capa negra en la noche más negra de mi vida (…) ¡La
muerte ya entró en palacio, padre!
(…)
Casandra: ¡ésa es mi voz! ¡La voz de mi
mundo arrasado por ti! La voz de tus ideales muertos, de nuestra patria
entregada, de mi amor asesinado” (Marqués, 1957: 414-415)
Suenan tres disparos y el rostro de don José se crispa de dolor. Con
intervenciones del coro femenino y masculino, comentarista de la acción y de
los pasajes más emotivos, a la manera de coro griego, Tiresias confirma su
pronóstico: “Y sucedió.
Cabe mencionar que, a pesar de la presencia y el rescate que René
Marqués hace de referencias clásicas, en su drama existe una cosmovisión no
teñida del determinismo griego. Hay esperanza de cambio; la muerte del tirano a
manos de su propia sangre es una señal. Tiresias defiende el libre albedrío de
los ciudadanos y se transforma en portador de la ilusión colectiva. Doña Isabel
dice “Ay padrino, padrino nuestro. Dios
me castiga por haber aceptado un destino que no era el mío”.
Porque conoce el poder absoluto de la divinidad -la sophrosyne- Doña Isabel teme haber
cometido hybris (es decir, un acto
que merece castigo y condena de la justicia divina) por haberse alejado de la moira predestinada, luego de casarse con
Don José. Lo dice porque, con su matrimonio, desdeñó su condición campesina
para pasar a vivir en el “palacio”. Sin embargo Tiresias le responde “nada ni nadie puede imponernos un destino:
lo escogemos nosotros mismos” (Marqués, 1967: 350).
Aquí, el viraje del determinismo al libre albedrío es crucial si
lo pensamos en términos del mensaje nacionalista que Marqués intenta transmitir
a través de su obra. Tampoco es casual que los momentos decisivos del drama se
encuentren enmarcados, además, por el croar del coquí. El Coquí es una pequeña rana de árbol, de color castaño-rosáceo,
perteneciente a una de las dos especies cuyos machos cantan
"¡Co-quí!... ¡Co-quí!... Y en la obra funciona como un símbolo
telúrico porque esta especie, llamada científicamente Eleuterodactylus coqui, canta de una manera distinta a la
de cualquier otra rana americana. Todos los esfuerzos por introducir el coquí
en otros lugares han resultado infructuosos ya que no sobreviven fuera de
Puerto Rico...
La naturaleza que se solidariza con los sentimientos de los personajes
es un recurso sumamente utilizado por la literatura, desde las églogas
garcilasianas, las soledades gongorinas hasta el realismo mágico. El croar del
coquí cumple la misma función que el chajá borgiano de la “Biografía de Tadeo
Isidoro Cruz”, cuando en este intertexto del Martín Fierro hernandiano el narrador introduce el canto del chajá
-ave zancuda del sur de Sudamérica, en especial de Argentina, de color gris
plomizo- para señalar los dos encuentros decisivos que Cruz mantiene con el
desertor Martín Fierro, antes y después de “cruzarse al bando del marginal”.
Por eso mismo, el canto del coquí funciona como una anticipación y como un
trasfondo sonoro que recuerda, a lo largo de la obra, que se están jugando las
cartas de un destino nacional. Y que ese destino no está escrito.
Otro símbolo que condensa la naturaleza puertorriqueña es el de la
piedra blancuzca recientemente descubierta en una estancia. Así, coquí y piedra son emblemas portadores de la puertorriqueñidad:
“Mozo: …no podemos depender eternamente
del Norte si queremos ser libres (…) no podemos pretender vivir como vive el
Norte. Ellos tienen los medios y pueden hacerlo. Nosotros no. Quiero decir… que
nos hace falta saber sacrificarnos. Sacrificarnos para ser… nosotros mismos (…)
La realidad nuestra puede ser dura como una roca. Y no por eso vamos a decir:
Hay que traer una realidad del Norte porque la nuestra es dura y nos destroza
las manos (…) ¡Yo me destrocé las manos arrancándole esa piedra a la roca de mi
campito! (…) Mi canción de cuna fue el lema de su partido: agro, pan,
emancipación. Pero he visto cómo se ha olvidado la emancipación, la
emancipación de esa sombra de siglos que es el Norte (…) Un pueblo puede
morirse de hambre. Pero… (Con acento apasionado.) ¡Pero también puede morirse
de pan!” (Marqués, 1957: 334-336).
El contraste entre dos imaginarios -el del imperialismo
primermundista con sus joyas de relumbrón, el maquillaje a lo “estrella de cine”,
la fe en el progreso adquirido a través del crecimiento económico- y el de la
esencia latinoamericana, más parecida a la piedra en bruto que al diamante
cincelado, se refleja claramente en el diálogo que mantienen Don José (portador
de un discurso impostado/importado) y Doña Isabel (nacida en la rural Altamira):
“Don José: el sentimentalismo ha
mantenido a nuestro pueblo en la más abyecta miseria. Lo sabes bien. Nuestra
historia ha sido una pueril sucesión de estallidos emocionales que no han
conducido a parte alguna. Era ya hora de que la razón dominara a la emoción.
Nos ha tocado vivir en la hora del progreso” (Marqués, 1957: 328).
Y su esposa le responde:
“Doña Isabel: Dale a mi pueblo toda la
ciencia y todo el progreso que él pueda asimilar. Pero no pases del límite (…)
Porque si el pueblo llega a darse cuenta de que se le está muriendo algo muy
dentro de su entraña, sería capaz…” (Marqués, 1957: 329).
Pero el contraste más feroz ocurre en el siguiente parlamento,
donde se evidencia más crudamente el distanciamiento -la alienación- de Don José, que se ha convertido en el otro, como en una cúspide de
antropofagia cultural:
“Don José: Hablas del pueblo como si
fuese un individuo. El pueblo es una masa y como tal sólo siente las
necesidades primarias. Su felicidad consiste en la seguridad económica (…)
Háblales del alma del pueblo, de lo que se les está muriendo en la entraña, y
se burlarán de ti. Háblales en cambio del salario alto, de las nuevas
industrias, del plan de viviendas, del seguro social, y te llamarán líder. No
se puede hacer metafísica con el pueblo, hay que hacer política” (Marqués,
1957: 329).
El campo semántico de la “farsa”, la “máscara”, la “mentira”, el
“simulacro” y los modelos foráneos que no calzan en la realidad puertorriqueña
son imágenes permanentes en la obra de Marqués. Algunos pasajes que lo demuestran
son:
“Alberto: ¿Qué sentido puede tener un
Ayudante Militar en un país sin ejército propio?” (Marqués,
1957: 317).
O en el siguiente diálogo:
“Don José: Porque vivimos en un país con
libertades puedes expresarte como lo has hecho (…) Ahora dime, ¿de qué libertad
te ves privado tú?
(…)
Mozo: Sé bien, don José, que no vivo en
una dictadura. Pero las libertades de que gozo no son para mí la libertad. A lo
mejor es verdad que gozamos de muchas libertades. Pero me parece que no gozamos
de la libertad fundamental… de ser nosotros mismos” (Marqués,
1957: 337).
Para Tiresias, se trata de un “país de farsas”, gobernado por un
farsante que implanta un sistema ajeno a la esencia nacional. El siguiente
pasaje, retomando la estructura de la tragedia clásica, podría ser considerado
el agón:
“Tiresias: Cuando se borra el límite
entre la farsa y la vida, se tiende a vivir sólo la farsa. Pero no basta
entonces vivir la farsa. Se pretende, además, que otros también la vivan (…).
Yo no puedo compartir tu farsa, José (…) Tiene que alzarse una voz. Ua voz
siquiera tiene que alzarse por encima de la adulación y el servilismo, por
encima del temor y la cobardía, para decirte: ¡gobernador de esta Isla, eres un
farsante!” (…)
Tiresías: El protectorado será tu más grande
farsa.
Don José: Dejaremos de ser colonia.
Tiresias: sólo en apariencia.
Don José: tendremos una constitución
propia.
Tiresias: limitada por el poder del
norte.
Don José: garantizaremos la democracia y
el bienestar económico del pueblo.
Tiresias: garantizarás tu personal continuación
en el poder.
(…)
Tiresias: Oh, no, José. Duerme tranquilo. Tu nombre aparecerá en los textos
escolares de Historia. A donde no llegará nunca es al libro que escriben los
dioses para la inmortalidad” (Marqués, 1957: 372).
Por último, haremos alusión al discurso mesiánico de Don Rodrigo.
El tono premonitorio no deja de atravesar el texto -recordemos la presencia de
Casandra y Tiresias-. Puede atribuirse el mismo don a este personaje, que
apenas toma partido en la acción (excepto en la escena del aeropuerto). Es
siempre una presencia invocada, una figura amenazante que no se materializa
sino en el miedo de “los del palacio” o se traduce en una voz en off. El discurso mesiánico irrumpe, por ejemplo, en los
siguientes pasajes:
“Don Rodrigo: “Traigo una semilla. La
misma que llevé conmigo hace veinte años. Traigo de nuevo a mi Isla… ¡la
semilla de la libertad!”
(…)
Don Rodrigo: “Y Cayeron las lluvias, y
los ríos salieron de madre, y soplaron los vientos y dieron con ímpetu sobre la
casa, mas no fue destruida porque estaba fundada sobre piedra (con
apasionamiento profético) ¡Pero la casa no es ya de piedra! Porque los fariseos
despreciaron la piedra nuestra y edificaron su ostentoso edificio sobre
cimientos falsos. Por eso yo os digo: Cuando lleguen las lluvias, cuando soplen
los vientos y den con ímpetu sobre la casa ¡la casa será derribada! [5]
(…)
Don Rodrigo: ¡Oh, qué angosta es la
puerta y cuán estrecha la senda que conduce a la vida escogida! (Profético y
apasionado). Ríos de sangre cruzó el pueblo de Dios para alcanzar su libertad.
Y la espada de los libertadores se tiñó de sangre hermana. Y su verbo tuvo
también sabor a sangre. ¿Sangre de amor como bautismo de libertad para los
pueblos!” (Marqués, 1957: 316).
En estos
parlamentos se alude a las reflexiones bíblicas del Éxodo 7, 8,9 y 10. Don
Rodrigo es la personificación de Moisés, el Elegido, a quien Yavé le indicó que
condujera a los israelitas desde Egipto hasta la “tierra prometida”,
contraviniendo los designios del Faraón. Resemantizado el discurso bíblico en
boca de Don Rodrigo, los nortemericanos ocuparían el lugar de los egipcios, los
puertorriqueños el rol de los judíos y Don Rodrigo sería Moisés, bajo cuya guía
podrían ser conducidos a un “estado” ideal: el de la independencia.
El discurso de Don
Rodrigo también alude a la “parábola del prudente y el insensato”, presente en
Mateo 7:24-27. Aquí también adquieren sentido la piedra, los fariseos, la casa
destruida, los cimientos falsos: la piedra rechazada es la esencia del pueblo,
la casa destruida es la patria entregada -que se consuma con la firma del
protectorado-, los fariseos son los norteamericanos, los cimientos falsos
aluden a la imposición de una forma de vida que no condice con la esencia
telúrica… El tono profético y el derrumbe final, en La muerte no entrará en palacio, funcionan como un exemplum moralizante, didáctico, de lo
que pasará si nadie asume el papel de ejecutar “el gesto histórico” que asume
Casandra.
Para finalizar este
apartado, un paralelo. Pedro Albizu Campos, en uno de sus
discursos políticos, sostuvo que “Las
intervenciones extrajeras se hacen para beneficio exclusivo del imperio y en
perjuicio de las naciones intervenidas”. Y
Tiresias le responde a Don José, en una de sus discusiones: ¡Encara
tú este hecho, hombre de acción: los “protectores” jamás protegen a los
débiles! ¡Se los tragan!”
Como decíamos al
principio de este trabajo, además de la protesta y la denuncia, Marqués
vehiculiza a través del teatro una “expresión de deseo” que será llevada a su
máxima expresión en Seva, analizada a
continuación.
Reescribir
Escribir no significa
convertir lo real en palabras
sino hacer que la
palabra sea real.
Lo irreal sólo está en el mal uso de la
palabra,
en el mal uso de la
escritura
Roa Bastos, Yo, el Supremo.
Gaspar Rodríguez de Francia habla con su secretario, Patiño.
Seva,
historia de la primera invasión norteamericana de la isla de Puerto Rico
ocurrida en 1898, fue publicada el 23 de diciembre
de 1983 en la sección En Rojo del
semanario Claridad. El texto comienza
con una carta dirigida al director del periódico, Luis Fernando Coss, sin
rótulos que indiquen que se trata de un “cuento”.
Cabe mencionar que Claridad,
fundado en 1959, es un semanario de circulación nacional cuyo
objetivo es ser un instrumento eficaz en
la lucha por la independencia de Puerto Rico, al que consideran una nación
utilizada como “botín de guerra”. A través de un periodismo combativo, de
denuncia, intenta ser pivote en el proceso de consolidación de la conciencia
nacional puertorriqueña, proveyendo criterios de análisis, información sobre la
realidad nacional y coordinación de las luchas que conduzcan al proceso de
conquista de la soberanía nacional.
Fue
en este semanario donde Luis López Nieves, firmando con su nombre real,
manifiesta su intención de revelar los resultados de una investigación que su
amigo desaparecido, el historiador Víctor Cabañas, realizó durante dos años en
torno a la primera invasión norteamericana de Puerto Rico. La consecuencia de
esta investigación es que la primera invasión ocurrió el 5 de mayo de 1898 por
el pueblo de Seva -que es un pueblo ficticio, inventado por el propio López
Nieves a la manera de un Macondo soñado- y no el 25 de julio por el pueblo de
Guánica, como afirma la historia oficial de su país. Víctor Cabañas, en una
epístola a su amigo, le confiesa que “En una semana he aprendido lo suficiente como para
reescribir la historia de Puerto Rico” (López
Nieves, 1984: 22).
Como si se tratara de una investigación histórica seria, Claridad publica la
parafernalia documental -falsa, pero verosímil- con que el impostor López
Nieves acompaña al relato: cartas de Víctor Cabañas,
fragmentos del diario de campaña del General Miles, declaraciones juradas del
único sobreviviente de Seva, fotos y mapas de Puerto Rico del año 1896, además
de prometer dieciocho cassettes con las confidencias del único sobreviviente,
donde ofrece testimonio del heroísmo de los habitantes de Seva, la larga
resistencia frente a los invasores, los casi tres meses de bombardeo, el fervor
patriótico que los mantuvo vivos, el cerco sorpresivo de los invasores y la
sangrienta masacre final. Dado que Claridad
-a pedido del autor- no aclaró que se trataba de un cuento, el efecto que causó
entre los puertorriqueños fue similar al provocado por la adaptación radial de La guerra de los mundos de Herbert
George Welles en Estados Unidos. Este malentendido “inducido” despertó
reflexiones acerca de la importancia de que los medios de comunicación
diferencien lo que es ficción de lo que es información, de la necesidad que los
portorriqueños tienen de “creer” en este mito literario para deconstruir unos
orígenes poco heroicos y una naturaleza degradada como la que René Marqués
caracterizó en su ensayo El
Puertorriqueño dócil, ya analizado. En la carta dirigida al director
editorial, López Nieves indica que:
“Víctor, como también podrá ver, ha pagado un precio muy alto para
probar que cuando los norteamericanos entraron a Puerto Rico el 25 de julio de
1898, por el pueblo de Guánica, no lo hicieron en la forma en que oficialmente
suele describirse. ¡La invasión de Guánica fue la segunda invasión
norteamericana! La primera, varios meses antes, fue por la costa este de
Desmentir el mito de la mansedumbre desató,
paradójicamente, una reacción colectiva que puso sobre el tapete la credulidad
de los portorriqueños. El periodista Josean Ramos publicó, en 1984, una crónica
de los efectos de Seva que desde
entonces se incluyó al final del cuento. No exenta de ironía, Ramos realizaba
la siguiente apreciación:
“Es obvio que los puertorriqueños ya no nos creemos lo que nos han
dicho oficialmente toda la vida. Ahora sabemos que no somos dóciles e
impotentes… Lo que Luis López Nieves nunca previó fue que miles de lectores de
su cuento iban a tomarlo al pie de la letra”. (López Nieves, 1984:
84).
Historiadores como José Luis Méndez explicaron que el “efecto
Seva” se debió a que:
“Este pueblo está acostumbrado a descubrir mentiras oficiales. Es
decir, casos como el del Cerro Maravilla, la corrupción gubernamental, etc.
Como parte de su proceso de resistencia cultural, se ha dado cuenta de que nos
engañan con los acontecimientos históricos!” (López Nieves, 1984:
78).
¿De qué manera el cuento Seva subvierte la historia de mansedumbre que la escasa resistencia
en Guánica confirmó una vez más? Parte del cuento incluye fragmentos del diario
de Nelson Miles, quien fue -en la historia real-
el general norteamericano que capitaneó la conquista de la isla, durante la
guerra Hispano-Americana. El día 5 de mayo, Miles escribe varias veces al día,
retratando el encuentro con los sevaenses:
“Nos sorprendió una formidable fuerza enemiga (…) la unidad
enemiga se había atrincherado con la evidente intención de emboscarnos. Mis
2.000 tropas se redujeron a la mitad en menos de una hora (…) No tengo informes
de bajas enemigas. En estos momentos estamos, al fin, atrincherados. El fuego
enemigo imposibilita nuestro regreso a los barcos” (López
Nieves, 1984: 24).
“Seguimos sufriendo bajas (…) Es imposible alcanzar al enemigo.
Estamos totalmente atrapados, impotentes por completo. A muchas tropas le
sangran las manos debido a la rapidez con que debieron cavar las trincheras (…)
Intentamos abastecer a las tropas con los botes pero el enemigo se dio cuenta y
nos ha imposibilitado todo movimiento. Es asombrosa la puntería de estos hijos
de puta. Malditos sean”. (López Nieves, 1984: 25).
“Tácticamente hablando, la situación no ha cambiado en el último
mes. La moral de las tropas, como es de esperarse, está muy deteriorada (…)
Durante el último mes nos hemos dedicado a bombardear el pueblo diariamente. Ya
no queda en pie ni la iglesia” (López Nieves, 1984: 26).
Como indicábamos en el apartado donde analizamos La muerte no entrará en palacio, aquí
también aparece la figura del “traidor vendepatrias”:
“Un político de cierta importancia, Luis M. Rivera, está dispuesto
a cooperar. Durante la negociación le prometimos la gobernación de
Luis (Muñoz) Rivera entrega la llave de la ciudad, da un
discurso en inglés y les explica a los americanos cómo sorprender al enemigo,
en Seva, para exterminar al pueblo. Nelson Miles, en su diario, explica que
debe “admitir que opusieron una
resistencia feroz, organizada y heroica, digna de nuestra guerra de independencia
contra los británicos y a la altura de un Cid o un Wellington” (López
Nieves, 1984: 30).
En consonancia con la tesis foucaultiana, aquí también los
vencedores “suprimen la versión de los hechos históricos de sus derrotados
adversarios en favor de su propia propaganda”: los yanquis deciden borrar todo
rastro de la oposición, fusilan a los ciudadanos, queman lo que queda del
pueblo y eliminan toda mención a Seva en los mapas. Para terminar de borrar
cualquier rastro de su existencia, se construye una base militar (
En la crónica de Josean Ramos -titulada significativamente
Un sueño que hizo historia- podemos
leer las reacciones que la verosimilitud literaria es capaz de provocar:
“La reacción era fuerte pero confusa. Una mezcla angustiosa de
alegría, ira y dolor. Alegría, porque al fin se destruía el viejo y odiado mito
de nuestra presunta docilidad, de nuestra supuesta entrega abúlica a los
conquistadores. Al fin, luego de muchos años de ignorancia histórica,
comenzábamos a enterarnos de algunos episodios de nuestra epopeya verdadera y
heroica (…) Esta reacción por parte de lectores y de patriota es admirable,
pero había un problema: Seva es un cuento, el resultado de una profunda
insatisfacción de Luis López Nieves con la historia de Puerto Rico” (López
Nieves, 1984: 61).
Cuando días después del 23 de diciembre de 1983 el director de Claridad explicó, en el artículo
editorial, que Seva era un cuento,
algunos lectores llegaron incluso a sostener que “Seva era la realidad y el
Editorial la ficción”. También aparecieron graffitis urbanos que rezaban “Seva
vive” o “¿Dónde está Víctor Cabañas?”.
El autor, Luis López Nieves, opina que la necesidad de
tener héroes llevó a muchos lectores a creerse los acontecimientos de Seva,
pero que la literatura necesita siempre una dosis de provocación… Si Cervantes
alegó que el Quijote era la traducción
de unos manuscritos árabes, él se propuso inventar una leyenda, un mito, una
celebración de la puertorriqueñidad viva e indócil: “Había decidido que en
adelante reescribiría la historia de Puerto Rico como debió ser, como pudo ser
o como yo quiero que sea” (López Nieves, 1984: 84).
En relación a los procedimientos que buscan causar el
“efecto de lectura” de un texto histórico, podemos mencionar los siguientes procedimientos,
algunos de ellos paratextuales, mencionados por Clara Mengolini (2000):
1) El autor/narrador se posiciona en el lugar de testigo
de los hechos. Su función es divulgar la investigación de su amigo, pero su
nivel de desconocimiento es idéntico al de los receptores.
2) Omisión del pacto de lectura: en el diario no se
dice que el relato publicado es un cuento. Se lo presenta como discurso
histórico bajo la forma de crónica de una investigación histórica científica.
3) Manejo del suspenso: la carta que Nieves envía al
director del diario dice: “Después de mucho titubeo y de tomar varias
precauciones que garanticen mi seguridad personal, he decidido hacerle entrega
de este sobre...”
4) Presencia de elementos icónicos eficaces dentro del
texto: la foto del general Miles, el afidávit
con la declarción jurada del testigo, los mapas…
En 1999, en una entrevista realizada por
Esta laguna heroica fue, precisamente, uno de los
“renglones vacantes” de la historia oficial que López Nieves aprovechó para
reelaborar a través del artificio literario.
De esta manera, el Estado Libre Asociado de Puerto Rico, por
el desajuste que su estatus político plantea entre “identidad” y “nación”, se
convierte en un caso paradigmático que confirma la tesis de que la literatura
puede ser una herramienta privilegiada para la construcción del imaginario
nacional, como espacio fundante de la biografía de un pueblo y de la historia
de sus deseos convertidos -aunque sea a través del papel- en realidad.
Bibliografía
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[consultado en junio de 2007]
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[consultado en junio de 2007]
WHITE, Hayden,
1992, Metahistoria. La
imaginación histórica en
[1] Trabajo
realizado para el curso de doctorado “Teatro Hispanoamericano del siglo XX”, dictado por
[2] Seva Vive Tease Trailer disponible en http://www.youtube.com/watch?v=QaftBolk4Tc
[consultada en junio de 2007]
[3] Este partido recibe su
nombre de Eugenio María de Hostos y Bonilla, educador y escritor puertorriqueño
nacido en 1839 y fallecido en 1903, llamado “Ciudadano de América” por haber
luchado incansablemente por la emancipación de su patria, la unidad de las Antillas y de América Latina. Volvió a los Estados Unidos en 1898
y participó activamente en los movimientos independentistas de Cuba
y Puerto Rico, pero su esperanza de un Puerto Rico
independiente se esfumó después de la Guerra
Hispano-Americana.
[4] Pedro Albizu Campos
fue un abogado, político y revolucionario independentista puertorriqueño nacido en 1893
y muerto en San Juan en
1965. Fue miembro del Partido
Nacionalista de Puerto Rico, que tenía como objetivo irrenunciable
la plena independencia respecto de la tutela estadounidense. Fue condenado en 1936
por conspirar para derrocar el gobierno de Estados Unidos en la isla y
trasladado a una prisión de Atlanta. En 1947
regresó a Puerto Rico; en 1950
participó en la revuelta nacionalista y volvió a ser encarcelado. En 1953,
Muñoz Marín lo indulta pero en 1954 ocurre un atentado a
[5] Nótese la alusión bíblica a Mateo
7:24-27: Por
tanto, todo el que me oye estas palabras y las pone en práctica es como un
hombre prudente que construyó su casa sobre la roca. 25
Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron
aquella casa; con todo, la casa no se derrumbó porque estaba cimentada sobre la
roca. 26 Pero todo el que me oye estas palabras y no las
pone en práctica es como un hombre insensato que construyó su casa sobre la
arena. 27 Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, y
soplaron los vientos y azotaron aquella casa, y ésta se derrumbó, y grande fue
su ruina.
[6] General estadounidense que se
“vendió” al bando británico durante
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