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PERSPECTIVISMO E
INTERTEXTUALIDAD EN “WIDE SARGASSO SEA”,
DE JEAN RHYS
RESUMEN
En la novela Wide
Sargasso Sea de Jean Rhys la intertextualidad se convierte en un
acertadísimo juego perspectivístico que, a la vez, supondrá una conseguida
ilusión de realidad tanto para este relato como para el de Charlotte Brontë,
con el que establece tan curiosa estructura dialógica. La autora ofrece una
nueva perspectiva para Jane Eyre
haciendo de la antagonista de esa novela, la esposa loca, su protagonista. El
cambio de focalización hará, curiosamente, vacilar la valoración que el lector
tenía de la novela anterior, que cobra, de esa manera, al ser observada
multifenomenalmente, una inmediata realidad, y que oscila así, como la vida
misma, ante nuestros ojos. Intertextualidad y perspectivismo resultan pues
coincidentes, por la extraordinaria habilidad de la autora en este relato, que
tiene la virtualidad de hacer proteica y cambiante una obra anterior.
ABSTRACT
In Jane Rhys’s
novel Wide Sargasso Sea,
intertextuality becomes a sharp game of perspective that, at the same time,
implies a successful illusion of reality both for this story and for Charlotte
Brontë’s, with which it establishes such a curious structure in terms of
dialogue. The author offers a new perspective for Jane Eyre, making that novel’s antagonist, the crazy wife, its
protagonist. The change of focus will shake the reader’s assessment of the
earlier novel, which turns into something real as it is seen from different
points of view, and swings, like life itself, before our eyes. Intertextuality
and perspectivism are thus coincidental because of the author’s extraordinary
ability in this story, which has the potential to make an earlier literary work
multi-faceted and changing.
Tanto
el juego de perspectivas como las alusiones intertextuales son utilizados de
forma especialmente original en esta novela de 1966 con enorme acierto y
efectividad para la expresividad del relato.
En
líneas generales, podemos afirmar que cada una de las tres partes de la novela
utiliza diferentes perspectivas[1]:
la primera acoge la voz de una niña que llega a la adolescencia, la segunda
fundamentalmente la del hombre que será su marido, que objetiva al primer
personaje, y la tercera y última la de la misma mujer en un estado de
postración y demencia (con lo que en realidad estamos ante una perspectiva
totalmente diferente) y un poco la de su guardiana.
La
focalización insiste pues en presentar y estudiar a un personaje de mujer especialmente
maltratado por las circunstancias, lo que, en cierto modo, provocará o
facilitará su estado final de perturbación mental, para el que también se
ofrecen, sin embargo, otras posibles causas, como la herencia biológica (padre
y madre dementes, si bien esta última pudo llegar a ese estado por las
difíciles circunstancias de la enfermedad y muerte de su hijo), o los bebedizos
y pociones de la magia negra.
La
voz que nos habla en la primera parte es la de un personaje marcado por la
debilidad, en gran parte debido a su corta edad, pero no totalmente, ya que
hacia el final de esta parte inicial estamos ya ante una adolescente en la que
persisten esas notas de desvalimiento.
La
circunstancia que más se destaca en el relato es la soledad que rodea a esta
chiquilla de corta edad, huérfana de padre y cuya madre, absorta ante la
desgracia de su hijo pequeño, descuida hasta el punto de desinteresarse de
ella, de sus miedos e incluso de sus ropas. Hasta que terceras personas (los
vecinos) ríen de su atuendo no pondrá remedio al aspecto externo de su hija.[2]
La
niña sólo recibe atenciones de una criada negra, Christophine, ya que la única
chiquilla que la acompaña brevemente, Tía, llega incluso a despojarla de su
dinero y sus vestidos, y en la noche del incendio, a agredirla de una pedrada.
Pero
la soledad, con ser tan grave, no es la única nota negativa que rodea a la
pequeña, también la pobreza la hostiga. Es curioso que, sobre todo, la note a
partir del descuido del jardín y de la finca, que no atiende ningún operario,[3]
y del deteriorado traje de montar de su madre.[4]
Ya en la segunda parte, contará a su marido que, en un determinado momento le
ataron el pelo con un cordel, pues no se le podía comprar un lazo.
Naturalmente,
todas esas circunstancias negativas, presentadas por la voz del personaje que
las está viviendo, tienen como efecto inmediato provocar la compasión ante una
criatura que sufre todo eso conscientemente, y no sólo sin quejas, sino incluso
con cierta aceptación fatalista. La hostilidad manifiesta hacia ella o su
familia, como el envenenamiento del caballo de su madre o el incendio de la
casa son asumidos sin rebelión, como si se tratara de un destino inevitable, y
sólo parecen intensificar su enorme tristeza.
Está
claro que, conociendo esos antecedentes, cualquier lector imparcial estaría
dispuesto a justificar incluso un comportamiento violento posterior por parte
de esa criatura indefensa que ha debido pasar por burlas, soledad, agresiones,
pobreza, etc., apoyándose sólo en sus propias fuerzas. La debilidad que todas
esas circunstancias negativas generan en la niña resultará irreversible. Sus
miedos y sueños son prueba constante de esa fragilidad.
En la
segunda parte se presenta a la niña convertida en una joven casada, pero salvo
un breve interludio, no es ella quien nos habla, sino su esposo, con el
consiguiente cambio perspectivístico que ello lleva consigo.
Como
resulta evidente, un relato en primera persona no sólo pone de relieve aspectos
o circunstancias de las personas, lugares, etc., que focaliza, sino que, y
sobre todo, resalta el carácter, la inteligencia o la sensibilidad de la
persona que nos está hablando. Es, por expresarlo gráficamente, un efecto boomerang que recorre un camino de ida
(la visión sobre espacios y personajes determinados) y de vuelta (los datos que
los juicios y actos de quien nos habla nos merecen). Además, en el relato en
primera persona podremos quizá encontrar animosidad o animadversión (y
ocasionalmente también todo lo contrario, como es lógico) contra aquellos
personajes que presenta o juzga, que pueden aparecer a una luz poco favorable,
mientras que podríamos decir que la voz que nos habla presenta siempre su mejor
perfil, cosa que debemos tener en cuenta los lectores al realizar nuestra
valoración.
Precisamente
debido a eso, si las notas negativas que obtenemos progresivamente del
personaje del marido las encontráramos en un relato en tercera persona,
deberíamos juzgarlas desde una perspectiva crítica, pero nunca cuando, como es
el caso, surgen de una especie de diario en primera persona que él mismo
facilita.
Este
hombre se casa, según su propia confesión, al mes de haber llegado a las
Antillas, después de haber estado tres semanas con fiebres. Precipita la boda
habiendo tenido ocasión de tratar a su futura esposa tan sólo una semana.
Resulta evidente, pues, que no le importaba nada de su mujer al margen de la
dote. De hecho, una vez llegados a la finca en la que pasarán la luna de miel,
se sorprende a sí mismo dado que no se había percatado antes de la belleza de
su esposa.[5]
Es indudable pues que ha celebrado un matrimonio por interés. Es más, escribe
mentalmente a su padre mencionando casi exclusivamente la cantidad de dinero
que le han pagado como dote, que parece ser así la única finalidad de esa actuación.[6]
Así pues, la boda ha sido para este hombre una simple transacción.
Resulta
por ello curioso que reaccione como un hombre engañado y sorprendido en su
buena fe ante las declaraciones que, primero por carta y después directamente
le hace Daniel Cosway. Sobre todo habida cuenta de la clara animadversión que
este individuo tiene por Antoinette y toda su familia al creer que lo han
relegado injustamente. Dar credibilidad a un informante así, por cuya boca
habla el odio, sin oponerle objeción alguna y condenando a la propia esposa sin
otras pruebas o verificaciones pone en evidencia a un tipo de hombre egoísta,
interesado y sin escrúpulos que utiliza la primera excusa para desasistir y
olvidar a su esposa, incumpliendo con ello la promesa explícita de protección
que le había hecho y que es lo que decidió a la muchacha a aventurarse en ese
matrimonio tras enterarse de las condiciones económicas (tan injustas para
ella) bajo las que todo se lleva a cabo.
Así
pues, este personaje masculino se muestra a una luz nada favorable, la primera
acusación de un informante dudoso lo lleva a alejarse de su mujer y faltar a
sus promesas, y ni siquiera para ahí, sino que parece que las acusaciones
contra su esposa justificasen - cosa a todas luces inexacta - su adulterio con
una de las criadas, pared por medio del dormitorio de Antoinette.
Es a
esas alturas del relato, con la aparición del castigo inmerecido, cuando vuelve
a surgir la voz de la primera parte, ahora ya mujer, pero una mujer abandonada
sin causa aparente, desolada, que busca soluciones exteriores ya que sola no se
ve con fuerzas para contrarrestar su situación. Su confesión, volviendo a
mencionar los hechos de la primera parte, hace surgir de nuevo las condiciones
de abandono, pobreza, tristeza, hostilidad, etc. por las que ha pasado, que por
sí solas deberán justificar y hacer comprensibles algunas realidades. La dureza
de quien, por el contrario, se obstina en posturas condenatorias queda, por
consiguiente, puesta de relieve.
Antoinette
pide en estas circunstancias ayuda a su aya, quien intercede por ella ante el
marido, parapetado en una actitud demasiado dura, sobre todo si tenemos en
cuenta su propio adulterio y las circunstancias de su matrimonio.
El
diálogo con Christophine sirve como alegato expreso de crítica de la actuación
de este hombre, por si la fuerza de los dichos y los hechos no fuera
suficiente. Asimismo, la muda desaprobación del mayordomo, Baptiste, es otra
perspectiva condenatoria de esa actitud insensible, ya que se trata de alguien
que, no contento con alejarse de su mujer e incurrir en adulterio, decide
también quitar a Antoinette lo que significa su único sustento, los espacios de
la finca Granbois en los que se encuentra a salvo y que ha escogido para
emprender su nueva vida de casada. La decisión de abandonar esos espacios y
volver a Jamaica, y, por último, a Inglaterra, espacio hostil para la esposa,
supone la imposición de un castigo inmerecido a la mujer que le ha
proporcionado una dote a cambio únicamente de su promesa de protección.
Así
pues, toda la segunda parte no es sino la continuación de la primera en cuanto
a hostigamiento y persecución de un personaje que se nos presentó inicialmente
desde la fragilidad de una niñez triste, pobre y desamparada y que, siguiendo
al parecer un destino trágico, cae en manos de un hombre interesado, egoísta e
insensible, que la utiliza como fuente de ingresos y que la sigue dejando en el
mayor de los abandonos. Por eso nos resulta natural la demencia desde la que
nos habla el personaje en la tercera parte, de nuevo sola, pues poca compañía
es la de la empleada beoda a cuyo cargo está, pero ahora, además, encerrada y
sometida al frío de Inglaterra. En esas circunstancias sueña con el incendio,
pero no un incendio sufrido por ella, como el de la primera parte, sino un
incendio provocado por ella, un incendio que supondría castigo y reparación
para tanto mal recibido. El suyo es un sueño premonitorio y un sueño
esclarecedor en su mente castigada y sin luces. La mención de su sólo proyecto
parece tranquilizar al personaje, pero sobre todo, supone el equilibrio para el
lector que encuentra en el fuego un símbolo purificador para concluir con esta
historia de persecución continuada de un personaje siempre débil e indefenso,
al principio por su corta edad y más tarde por la demencia a la que la han
conducido.
Y,
tras la exposición del análisis perspectivístico del relato como tal, pasamos
al proceso de intertextualidad[7]
que esta novela de Jean Rhys propone, que, como veremos, supone a su vez la
culminación de un nuevo y acertadísimo juego de puntos de vista.
Los
procesos de transposición de textos pueden ser muy variados, pueden consistir
en la simple cita de un personaje o una obra, con lo que se pretende
ejemplificar o aludir a una temática, un tipo, un carácter, etc., especialmente
significativos. En realidad ese tipo de utilizaciones aparece incluso en la
lengua hablada a propósito de personajes u obras de singular importancia que
han calado hondo en la sensibilidad general. Así, por ejemplo, se puede hablar
de alguien diciendo que es un quijote (aludiendo a su idealismo), una
celestina, un don Juan... La diferencia con las alusiones hechas en la lengua
literaria es que aquí se suelen mencionar obras y personajes con frecuencia no
tan ampliamente conocidos, o, en caso contrario, asumiendo amplias
significaciones simbólicas, como ocurre por ejemplo con el título Ulysses del libro de Joyce, que no sólo
establece relación con el personaje homérico (prudente, habilidoso,
ingenioso...), sino con su incidentada vuelta a Itaca, que siempre se ha
entendido como la peripecia vital por excelencia.
Pero
también cabe introducir procesos intertextuales sin citar nombres propios, lo
que indudablemente puede dificultar la localización de la alusión. Se pueden
entonces mencionar sucesos bien conocidos y fácilmente identificables, con lo
que se establece una cierta complicidad entre el autor, que hace un guiño
significativo, y el lector, que debe captar esa compleja comunicación en la que
subyace la utilización de un texto anterior, y que se debe interponer, en algún
sentido, para llegar a la significación plena del texto que nos ocupa.
Todavía
más complejos son los casos en que se incluyen frases de algún texto al que,
además, se debe estar aludiendo de otra forma. Con este procedimiento el propio
decurso lingüístico ha de ser evaluado multifenomenalmente.
Incluso
puede recurrirse a procesos intertextuales ficticios. Es lo que hace Borges, a
veces, mencionando ediciones inexistentes de las que, sin embargo, ofrece
minuciosos detalles: formato, tipo de letra, estado del manuscrito o edición,
etc.
La
utilización que hace Jean Rhys en Wide
Sargasso Sea es más sencilla. Se limita a mencionar circunstancias de
procedencia, familiares, etc., coincidentes con las de un personaje secundario
de la novela de Charlotte Brontë Jane
Eyre y, desde luego, situaciones (reclusión) y sucesos (el incendio de la
mansión) que remiten de forma inmediata a esa novela.
La
sencillez no lleva aparejada en este caso menor significación, antes al contrario,
ya que su utilización supondrá una reescritura de la novela anterior de notable
brillantez.
A
poco que recordemos la novela de Charlotte Brontë, evocamos la voz de la
protagonista, que da título al relato, y cuya perspectiva se impone en él. Es
desde este punto de vista desde el que se considera a Rochester y hay que
recordar que ese punto de vista es el de una enamorada, mucho más joven y
pobre, que contempla al hombre rico, que es su patrón y ante cuya madurez
vacila. Los resultados son pues un retrato altamente favorable de este hombre.
Como
es lógico, su mujer, una loca recluida, de quien abnegadamente “cuida” el
marido al pagar a una persona para que la atienda, se considera como un mero
obstáculo para la consecución del amor de Jean y del señor Rochester. Es
normal, por consiguiente, que algo o alguien que supone un impedimento sea
considerado negativamente.
Contra
ese orden de cosas y esa visión argumenta Wide
Sargasso Sea; y quizás la fuerza de su alegato reside en la ausencia de
polémica. El relato de Jean Rhys se limita a presentar al personaje secundario
de Jane Eyre como protagonista y a
hacerlo hablar en primera persona en tres momentos clave de su vida: su niñez,
su juventud y su demencia final. Con ello queda de relieve la fragilidad del
personaje por lo adverso de las circunstancias vividas. Un personaje así deja
de ser un estorbo para convertirse, de forma automática, en una víctima, y una
víctima es alguien a quien se considera benévolamente. Es así como la loca de Jane Eyre pasa a ser un personaje
inocente y perseguido.
Pero
el golpe de gracia lo ofrece la consideración del personaje masculino, que
lejos de ser contemplado desde la perspectiva amorosa del personaje de
Charlotte Brontë, pasa aquí a hablarnos en primera persona y a realizar su
etopeya sin intermediarios. Es así como surge entre nosotros un personaje duro
e interesado que culpabiliza a su mujer con una total incomprensión y que, ante
el juicio de los lectores, pasa a ser el culpable fundamental de la demencia
final de su esposa, y, desde luego, de su cruel abandono. Con ello se ofrece un
vuelco absoluto en la consideración de unos personajes literarios, la
culpabilización del personaje antes visto favorablemente y la rehabilitación
(si así puede llamarse) del personaje femenino demente.
Pero,
a mi modo de ver, lo más interesante es que Jean Rhys consigue con su relato un
amplio diálogo con la novela de Charlotte Brontë, y que Wide Sargasso Sea ofrece lo que podríamos considerar un
acercamiento multifenomenal a los personajes creados un siglo antes, haciendo
de ellos algo complejo e inasible, es decir, vivo.
Desde
esta perspectiva la intertextualidad de la novela de Jean Rhys me parece que
abre enormes posibilidades literarias, a la vez que enriquece, si ello es posible,
los personajes y circunstancias de los que parte al facilitar otras atalayas
para su consideración, lo que, de rechazo les confiere mayor complejidad y
vitalidad, consiguiendo un proceso de reescritura extraordinariamente original
al hacer protagonista al personaje antagonista del primer relato, cambio de
perspectiva que se revela como un innegable acierto vivificador y creador.
[1]
[2]
“They were beautiful I thought and they wore such beautiful clothes that I
looked away down at the flagstones and when they laughed – the gentlemen
laughed the loudest – (...) I came out of my room and my mother was sitting on
the blue sofa. She looked at me for some time before she said that I had
behaved very oddly. My dress was even dirtier than usual”
Rhys, J., Wide Sargasso Sea, Penguin Books,
[3]
“Our garden was large and beautiful as that garden in the Bible (...) but it
had gone wild. The paths were overgrown and a smell of dead flowers mixed with
the fresh living smell”
Rhys, J., ya citado, pág. 6.
[4]
“She still rode about every morning not caring that the black people stood
about in groups to jeer at her, especially after the riding clothes grew shabby
(they noticed clothes, they knew about money)” Rhys, J., ya citado, pág. 5.
[5]
“She was sitting on the sofa and I wondered why I have never realized how
beautiful she was. Her head was combed away from her face and fell smoothly far
below her waist. I could see the red and gold lights in it”. Rhys, J., ya citado, pág. 49.
[6]
“Dear father. The thirty thosand pounds have been paid to me without question
or condition. (...) I have a modest competence now.” Rhys, J. ya citado, pág.
42.
[7] Para el estudio de la
intertextualidad tengo en cuenta los artículos ya mencionados en la primera
nota así como el de Carole Angier en Jean
Rhys, Penguin, London, 1992.
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