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EL VERBO ARBÓREO DE ANTONIO TRUJILLO
Juan Manuel Escourido Muriel
(Universidad
de Salamanca)
Resumen: La poesía de Antonio
Trujillo despierta interrogantes a ambos lados del Atlántico principalmente por
su rescate de una visión re-sacralizada y des-dogmatizada sobre el individuo.
Rescata la inmanencia fetichista de ciertos objetos cargados de significación
poético/religiosa como la madera, el árbol, el pájaro y la nube, claves a la
hora de reconstruir el universo de una voz contemporánea que descubre nuevas e
insólitas honduras allá donde una tradición parecía haberse cerrado.
Palabras clave: Poesía
Contemporánea, Venezuela, re-sacralización, pájaro, madera, Dios, árbol,
panteísmo
Abstract:
The poetry of Antonio Trujillo raises questions on both sides of the
Key words:
Contemporary
No
poseo este arte y esta ciencia sino por la única inspiración de Dios. Él es
quien la ha querido revelar a su servidor. Él es quien ha dado el medio para
conocer la verdad a quienes saben usar de su razón y Él jamás ha sido la causa
de que alguien haya seguido el error o la mentira.
Hermes Trimegisto.
¿Invita el decir de Antonio Trujillo a la exégesis o la requiere?
¿Demanda respuestas o interroga a la manera de una esfinge celadora del
misterio que sólo el iniciado y el inocente creen poder encarar? Su verso parco
y concentrado desafía el engolamiento escurridizo propio del malabarismo
disuasorio incapaz de enfrentarse honestamente a las cuestiones que, desde
antiguo, modulan el concento humano en toda latitud y circunstancia.
Retrotrayéndose a lo raigal, al maternal tacto de la madera, al innombrable
misterio que cotejamos cuando invocamos a Dios, al psiquismo genésico que todo
lo interioriza y asimila, su poesía desciende a la matriz de lo que se nos
aparece revestido de un secreto cuyo atavismo nos desconcierta y nos imanta a
un tiempo. Ese cauce de perplejidad esencial, inmediata, intuitiva, que dimana
de la contemplación del paisaje lo verbaliza el poema; percibimos en el sereno
cuidado de su arquitectura la quimera que el poeta tutea desde el instante que
decidió pervertir el impoluto blanco de la página: desvelar lo recóndito sin
alterar su esencia. Dice Heidegger:
En el borde del país poético (…) se halla el manantial, la fuente
desde cuyo adentro la antigua Norma, divinidad del destino, asciende los
nombres. Con ellos la divinidad entrega al poeta aquellas palabras que él,
confiado y seguro de sí mismo, espera sean la presentación de lo que considera
ser lo existente[1]
Ambición
de sobras conocida entre los miembros del gremio, cuya indispensabilidad se
asienta precisamente en este anhelo de, al decir de Italo Calvino, aspirar a lo
irrealizable, apuntar más allá de sí. La asunción de un ser elemental que
condiciona medularmente su cosmovisión permite a Antonio Trujillo compartir las
celadas últimas de esta quimera adonde, paradójicamente, no lo conduce la
eyección sino el ahondamiento en el fundamento, en lo terrestre, donde la
palabra enraíza.
La
llaneza y el secamiento de su léxico libran de impurezas un discurso cuya
fuerza se asienta en la intuición que nos sobrecoge al participar de una
experiencia donde el despojamiento sugiere la atemorizante presencia de lo
sacro. En efecto, la supresión de vocablos superfluos y elementos ornamentales
se impone en las creaciones que pretenden participar de lo divino, dado que la
antítesis de esta participación que fundamenta lo sacro es la devoción propia
de la santidad, cuya conmoción ante el mundo la insta a la loa servil, a la
reverencia. Bien es cierto que a ambos espíritus subyace una religiosidad cuyo
afán primordial posee salvoconducto poético, ya que, anulando sus diferencias,
participación y devoción persiguen, como quería Ungaretti, ver lo invisible en
lo visible[2]. Sin
embargo, su actitud difiere, y así cuando Rilke busca lo sagrado en la noche
del mundo, la noche es el tiempo de lo “sin dios”, que posee, en esa
misma oscuridad, su peculiar claridad; la noche, al ocultar a Dios, guarda y
protege lo sagrado para cuando llegue la hora de una nueva aurora. Esta es la
delicada misión del poeta en tiempos de indigencia; su tema es lo sagrado como
lo es en Hölderlin, para quien la noche del mundo es la “sagrada noche”. Y es esta tradición la que Trujillo viene a
engrosar, ya que el Dios de sus poemas carecería de sentido bajo una óptica
cristiana excluyente; no se trata de un dios todopoderoso ansioso de obediencia
y devoción. Muy al contrario, en su esencia habita la debilidad, el
trastrocamiento de sus emanaciones lo daña, su fortaleza reside en lo
minúsculo, en lo que repele la percepción. El Dios de Antonio Trujillo es un
Dios participante, una suerte de Weltinnenraum que nos recuerda aquellos
versos del checo:
Durch alle Wesen reicht der eine
Raum: Weltinnenraum. Die Vögel fliegen still durch uns indurch. O, der ich wachen will, ich seh hinaus, und in mir wächste der Baum[3]
Transversal y omnipresente,
el Weltinnenraum o espacio interior de las cosas, abole la dialéctica
entre el afuera y el adentro, interiorizando el paisaje que se le presenta al
poeta en un grado de tal plenitud que la quimera se palpa. Cuando Trujillo nombra a Dios, está nombrando
ese algo participante y constituyente de la totalidad, imprescindible,
aprehensible únicamente por aproximación poética. Por gracia de esta
participación, la naturaleza se torna delimitación sacra, temenos o
suelo sagrado donde la figura del árbol se impone, al venezolano y al checo,
como condensación del infinito. En el checo, el árbol condensa el afuera, la
totalidad de los seres, mientras el pájaro habita dentro y es el Weltinnenraum
el punto donde la escisión de los contrarios se produce. Así en el venezolano,
donde Dios designa al árbol vicario del mundo y le asigna su primordial misión:
ser el centinela de la luz.
Señor
no alumbres
sobre mi mesa
palabra mal habida
si nunca fue dolida
en alma misma
no permitas
lo infame
sobre el deseo
de tu misterio
borra la sombra
y dame la luz
que guarda el cedro
amargo del universo
el ave hundida
en tu sagrado ramaje[4]
Así debemos abordar el árbol cuando
encaremos a Trujillo, como vigía de un misterio ante el cual el florilegio
retórico expone su insuficiencia, y sólo alcanza a compartir su altura la
palabra Dios. Entonces somos dignos del acercamiento y podemos comenzar a
intuir cuáles son los atributos de esta fuerza primigenia activa, la vis
viva de los escolásticos, cuyo paralelismo con el artesano facilita nuestra
visión. En efecto, en el taller se modula la madera, se la dota de forma, se
crea, a partir de un material primero, el artilugio, lo que después vendrá a
añadirse al mundo testimoniando su proveniencia amorfa. El carpintero es el agente
de la creación, aquel que, como Dios, grava su huella en lo que toca,
estableciendo un vínculo afectivo que rebasa el mero paternalismo para
convertirse en consubstanciación: lo que le afecte a él afectará a la madera, y
recíprocamente, lo que afecte a la madera lo dañará.
Si talas
el ojo del Bosque
vacías a Dios[5]
Las páginas de Taller de Cedro (1998)
rinden plausible esta equivalencia de fuerzas demiúrgicas. En la relación que
ambos creadores establecen con su material, Dios con el mundo, el carpintero
con la madera, se vislumbra una transposición de acciones que deriva en la
atribución de facultades artesanas a Dios. Se consubstancia lo eclesial y lo
artesanal, tal y como sucede en la divisa benedictina ora et labora. Así, el Dios que nos lija es el mismo Dios
que, cuando marca, el taller presiente orden, y nada falla. Y no sabemos si
cuando Él nos lija somos nosotros los interpelados o es la madera, aunque
poseamos la certeza de que no quiere suprimirnos, sino moldearnos: tal vez
resulte que nosotros somos la madera, y nos convenga la analogía mientras el
mueble que ahora somos comparta el taller con Antonio Cruz, tío del poeta, voz
y sombra del taller. Si así sucede, Antonio Trujillo habrá cumplido la misión
que subyace al modo enunciativo de sus textos: interpretar los signos de esa
divinidad que aún hoy regresa a ese taller celeste o cósmico desde el que
contempla el fruto de su labor. ¿No era el hijo de Dios hijo de carpintero?
De noche
regresa al mueble
allí fuma
y sufre
algo tuerce
y no hay manera
su taller
no es un lugar
más bien
una altura
aquel reino[6]
No es la poesía de
Trujillo poesía devota. Sí está modulada por una lengua sacra, por la
invocación del misterio, que la hermana con la teofanía. Presupone un vínculo
con las escrituras teológicas y aún el magma común al conocimiento místico y al
conocimiento poético: la aspiración a la unidad ungida con lo trascendental, a
la experiencia transgresora que parte del acontecimiento, la especificidad de
las cosas y los seres para acceder a la totalidad. Toda mística es aventura
ascensional, solemne, personal e intuitiva. No por ello debemos enfrascarnos en
un mero traslado de las categorías con que la crítica ha cercado a San Juan de
creía descubrir
en
Resistencia a la que se
refiere Trujillo cuando, aún a pesar de la dificultad que entraña superarla,
encararla resulta ineludible, ya que la actitud contraria o la pasividad
traicionaría la exigencia de naturalidad, de autenticidad, la petición de
verdad a la que se le asigna la función de restablecer el vínculo con lo
oriundo, recuperar el origen y mostrarlo, sin ambages, al lector.
la nada
esconde a Dios
si la nombras[10]
De ahí que, aunque el
término Dios no sea aquella vieja palabra imagen de las cosas que se
entrelazaba en el destino de los hombres, palabra absoluta que no tiene aún
significación pero que – como señala Scholem - está encinta de significación,
palabra sin lenguaje, “que no es concepto porque es ella la que hace concebir”[11]
aquella palabra auroral o antepalabra con la que el hombre, como bellísimamente
dice María Zambrano, trataba “en don de gracia y de verdad”[12], al
indagar en el misterio y extraerla operemos sobre un material antiguo, cuya
evocación nos retrotrae a lo umbilical, nos traslada al origen, a las voces de
un pasado remoto del que el poeta se hace eco, testimoniando lo que ya no está
pero que por su voz revive en la palabra:
Al principio la tierra
ya era antigua
un dominio de las hojas
y la flor prohibida
(una rosa de montaña)
en la garganta del misterio
mientras alguien escribe
menester y sementeras[13]
Estrechando de este modo el ámbito de lo poético a su
demarcación y denunciando el decir que se desvincula de la lengua ancestral,
arraigada, primaria. Trujillo cree que la poesía debe hablarnos del corazón de
la comunidad, de su gestación y su formación, de su lucha por asimilar su
espíritu e integrarlo en una Weltanschauung
articulada en torno a la proveniencia misteriosa que él batalla por
desentrañar. Reveladora a este respecto es su propia confesión: “Mientras se
indaga uno va entrando en el conocimiento y el corazón de la comunidad. Eso ha
sido lo que me ha llevado a la poesía”[14].
Confesión que, por paralelismo conceptual, en seguida suscita una resonancia
con el Valente de Las palabras de la tribu, para el que “el proceso de la
creación poética es un movimiento de indagación y tanteo en el que la
identificación de cada nuevo elemento modifica a los demás o los elimina,
porque todo poema es un conocimiento haciéndose”[15]. Sed de
saber, afán de desentrañar, de desvelar lo oculto que desemboca en el
compromiso poético adquirido con los ínferos, movimiento esencial del quehacer
poético que por imantación inocula en el cronista preocupado por el pasado de
su comunidad el prurito creador. Y así resulta evidente que, cuando, poseído
por la inquietud, a la zaga del conocimiento arriba a la poesía, quiera o no el
poeta tiene algo de romántico, algo de suicida, algo de místico y mucho de
Hombre.
Poeta de la concisión, Trujillo no implora,
constata. Dice de lo que Dios hace, lo que hizo, dice de sus labores. Poesía
teosófica, iluminada, dice Dios a esa presencia escurridiza que repele el verbo
pero que es cierta, y al tomar conciencia de su existencia deshacemos la
actitud equívoca que usualmente lo incierto nos impone: aproximarnos a Dios
como algo equívoco sería estar ciertos de no hallarlo. Esperanzado, el poeta
acomete la aproximación que propiciará esta toma de consciencia En ello nos va la vida, pues la fragilidad
del mundo no toleraría la conflagración y la inconsciencia de sus criaturas. Lo
inaprensible invisible marca. Toda la obra de nuestro poeta se encamina hacia
esta toma de conciencia, insiste en mostrar las señales que remiten a la labor
de la divinidad, excelsamente advertidas por Paracelso:
No es la voluntad de Dios que permanezca
oculto lo que Él ha creado para beneficio del hombre y le ha dado... Y aún si
hubiera ocultado ciertas cosas, nada ha dejado sin signos exteriores y visibles
por marcas especiales, del mismo modo que un hombre que ha enterrado un tesoro
señala el lugar a fin de volver a encontrarlo[16]
Y, qué duda cabe, en Trujillo ése signo lo
encarna el centinela de la luz: el árbol.
De cedro
es Dios
cuando impide
y ofrece
la palabra
de su reino
cuando
tu hoja en blanco
no tiene oficio
y te obliga
descalzo
a mirar
tanta niebla[17]
Impugnando así aquella confianza del poeta en la
palabra señalada por Heidegger, transmutándola en un sentimiento de
insuficiencia cara el lenguaje. El cuestionamiento del poder de la
palabra poética constituye, en opinión de Debicki, un signo de conciencia
postmoderna poética[18].
Contradice esta opinión Curtius, en su monumental Literatura Europea y Edad
Media Latina, donde señala como este escepticismo posee una explicación
histórica y aún filosófica, engarzando directamente con el tópico del nullus sermo sufficiat, omnipresente en
la literatura europea post-renacentista.
En el artículo titulado “La hermenéutica y la cortedad del decir”
Valente nos dice que el poema converge hacia el origen, hacia lo umbilical. Es
ahí donde aguarda la plétora del sentido del lenguaje. El poema tiende hacia
ese núcleo originario que no se deja agotar expresivamente. En el centro las
palabras duermen y el poeta las convoca para hacerlas acontecer en el poema: desea la palabra verdadera, el conocimiento verdadero; pero como Trujillo bien sabe, Dios “impide y
ofrece / la palabra de su Reino”[19]
y
las palabras
son cuerpo
del misterio
huyen y presienten
cuando el hombre
desea su lugar[20]
Ello es debido a que la búsqueda de la palabra poética pasa por los límites
que el lenguaje mismo le impone. La cortedad del decir se refiere a la
multiplicidad de significantes que circundan el significado, al exceso de
significados sobre el significante, en expresión de Foucault[21].
Más precisamente, se refiere a los innumerables rostros del anterior poema que
la luz, la palabra auroral a la que aludía María Zambrano, podría adoptar.
Alojar en el lenguaje la sobreabundancia de los contenidos se presenta una
tarea imposible. El tópico del nullus
sermo sufficciat, de la inefabilidad, está a la base de la escritura
poética. El conflicto se da entre la aspiración a escribir lo cantable, y la
imposibilidad de alojar en el canto todos sus rostros. Se produce un estado de
tensión máxima entre contenido indecible y significante. En el instante
liminar, con el lenguaje en vecindad del estallido, surge la gran poesía, donde
lo indecible queda alojado en el poema. Toda experiencia poética es, pues,
experiencia de los límites del lenguaje. Ya que, pese a esa insuficiencia, lo
indecible busca el decir, lo amorfo la forma. De tal condición de imposibilidad
podría desprenderse la condena al mutismo. Valente rota la evidencia:
Juan Ramón Jiménez escribió entre nosotros: “El
poeta, en puridad, no debiera escribir, puesto que su mundo, lo inefable, le
condena al silencio”. He ahí, una vez más, el tópico de la cortedad del decir,
que acaso no exista más que para razón de su formulación inversa: << El
poeta, en puridad, sólo puede escribir, puesto que su mundo, lo inefable, le condena
a la palabra>>[22]
Y porque además, se dice Trujillo a sí mismo, “tu
hoja en blanco / no tiene oficio”[23].
Escribir, continuar, se impone con autoridad, con el ímpetu – en palabras de
Juana de Ibarbourou - y el olvido de todo que cerca a los que traen una misión.
Humilde y consecuente con su labor, su temperamento
inquieto azuza la exigencia del trabajo y exacerba la responsabilidad de la voz
encargada de religar al hombre con lo sagrado. Pone en juego
fuerzas que arraigan una poesía tautológica, que eluden y denuncian el devaneo
gravitando en torno a la búsqueda de un centro irradiante, luminoso. El poema es un tejido de rememoraciones donde la experiencia se restaura
por aproximación al sentido pleno, a esa esfera “en la que el centro está en
todas partes y la circunferencia en ninguno”, como enseña Hermes Trimegisto. Mientras
perviva el impulso por sustantivar lo invisible, el poeta sabe que debe
fortalecer la fidelidad a su fulgor.
Nunca
olvides lo sagrado
si
el agua tiembla
tus
manos son teas
de otra luz
ahí nadie destruye
el quicio de los bosques
y escribe
si en ti no ha muerto
la rama
de aquel Domingo Santo[24]
Pabilo humedecido por la esterilidad, la
fatiga del ver consume las fuerzas del vate enmarañándolas en una falsa luz. Se
clausura la semejanza cuando el principio de analogía que vertebra el paisaje
se desvanece dando paso a la sordidez de lo unidimensional, lo vacuo, lo que,
desposeído de referencias, expone su inconsistencia y su insignificancia.
Cuando, cerrados sobre sí, los árboles y la niebla dejan de remitir a otras
figuras enlazadas por vínculos analógicos y mágicos, replegándose en su
identidad. Entonces se devalúa la metáfora y muere la metonimia: finiquitan la
homogeneidad y la afinidad profunda, disgregando la conciencia del poeta e
inutilizando sus manos. En estas latitudes la impostura no oculta su
mezquindad, la traición tienta la pluma inquieta que, afortunadamente, se
decanta por la confesión eludiendo la engañifa.
Hoy no tengo espíritu
podría mentir
sobre la luz
de este fuego
y me guardo
de venir al mundo
en la palabra
que nunca
nace
en mi asombro
cuesta
en lo sagrado
hablar solo[25]
Exigencia de autenticidad que requerimos a
un poeta que conmueve y altera nuestra raíz, declinando habladurías y escribidurías,
acorazado en los altares de la palabra. Humilde solemnidad del verbo
eucarístico, corpóreo, capaz de soportar con una sola palabra la carga de un
verso, recuperando así su bagaje mítico. Hace posible tal autosuficiencia la
definitiva esencialidad de ciertos términos mermada por el abuso que el poema
restaura. La escasa presencia del adjetivo y la nula aparición del adverbio
indican la contingencia de matizar las acciones de Dios, de describirlo.
Inmersos en Trujillo, el detalle se vuelve molesto, se desautoriza el morbo y
el decadentismo. Lo diminuto encierra piedad y es guarida del inmenso. Debemos
prevenirnos de confundir lo minúsculo con el pormenor. El primero es nombre, y
“el nombre – como recuerda Ana Enriqueta Terán – es esencia, punto central de
un infinito imponderable”. El segundo es adjetivo, “cresta aterciopelada del
nombre”, ornato, fuga, devaneo. Fiel a su temperamento artesanal, el verbo, la
acción, posee el protagonismo absoluto del poema. Y eso es así a pesar de que
el poeta eche mano de una mayor cantidad de sustantivos que de verbos.
Naturalmente, en poesía tal desigualdad numérica no legitima afirmación alguna.
Al modo de un árbol, cada nombre es una rama que parte del verbo, remite a él y
lo insinúa, tronco cardinal que determina la emersión de lo revelado. Cada
verso posee el estigma de lo inaugural, cada acción el de lo trascendente.
Respiración y aliento del devenir, bardo de panteísta voz que testimonia un
tiempo de plenitud, de celebración, de gracia, tiempo que anula la contingencia
y desconoce el albur, fundacional. Tiempo que ridiculiza los rodeos, repele los
ambages más propios de esa vía cognitiva inductiva y empírica cuya soberbia
enceguece al hombre colonizado por la voluntad de poder. Trujillo echa el resto
sin atenuar su embestida, desdeñando el recurso a las quisquillosas templanzas
que reflejan la miseria del mortal acobardado ante la cita con la luz. A este,
al corrompido, lo vigila Dios, al escribano de escribidurías que lo
elude y obvia la sacralización del paisaje por él operada, ajusticiando serena
e implacablemente su afrenta.
Al escriba
el tiempo
le devuelve
las palabras
oscuras como
pájaros perdidos
sin la luz
inocente
de aquellas aves
el escriba oficia
mientras borra
lo sagrado del hombre
un cedro lo vigila[26]
Así como Taller de Cedro (1998) era el
libro de la equivalencia entre dos fuerzas demiúrgicas, la de Dios y la del
artesano, ebanistas del misterio, Unos árboles después (2005) es, sin duda, el
libro de los pájaros y la luz. La luz, signo que manifiesta visiblemente algo
de lo invisible, de Dios, forma parte, acaso como protagonista, del aparato
literario de las teofanías. Es el distintivo del bien y la justicia[27],
gracia del bautismo y barniz de la verdad[28],
vestido en que Dios se envuelve[29],
su primera creación[30],
su don y su promesa[31],
el ropaje de sus manifestaciones[32]
y su morada[33]. Y todo lo que es
extraño a esta luz pertenece al reino de las tinieblas, tinieblas de la noche,
del seol y de lo perecedero. La memoria del paisaje se sostiene sobre el
canto del cristofué, que atestigua la presencia de Dios deslizando entre las
ramas su mensaje. Puro, inocente e inmortal, el pájaro encarna la perfección en
la naturaleza que induce al poeta, como a Job[34],
a reconocer la omnipresencia de Dios. La insipiencia ilumina sus patas
evidenciando su esencialidad edénica. No ha comido del árbol de la sabiduría,
para él no representan una amenaza los querubines flamígeros; al contrario que
el hombre, el pájaro no debe temer ni la
muerte ni la luz. Su humildad y su inconsciencia lo hacen digno de ser, junto
al árbol, agente de revelación. Pero el
pájaro no vigila la luz, no es su centinela, su albedrío es a un tiempo promesa
de reconciliación, cura, y rememoración de la armonía arcádica. Inmaculado, se
sustenta en su ligereza y aloja, en sus plumas y en su canto, el develamiento.
Un cristo fué
con luz de árnica
lleva tiempo
sobre la misma niebla
salvaje
y nunca hiere
vuela raso
sobre la fronda
sin temor
a la muerte
ni a la luz
chilla
y se pierde
en el aire
ese radiante
presagio de los arvacos[35]
Entre la luz y el pájaro se establece un
vínculo que el hombre ha desmerecido y anhela restaurar. La luz, primer
animal visible de lo invisible, según el conocido apotegma del maestro,
pasea por el paisaje nutriéndolo con sus mercedes, glorificándolo,
bendiciéndolo, purificándolo,
sacralizándolo. Epifanía y esplendor de lo efímero que dialoga con el
misterio y sus presagios de eternidad. Irradiando hace que irradie lo que ella
roza, alojada en su escritura lacónica ilumina el decir de nuestro poeta.
Apenas visible, repele la muerte y la mácula, desconoce la infamia y el baldón.
En el pulcro espiritualismo que transciende la metáfora, todo la emite, la
transmite, la patentiza; por todo habla, se manifiesta, y en especial en el
árbol y el pájaro, el cedro y el cristofué, que, al contrario que en el paladín
de la poesía pura española[36],
jamás deshabita.
Habla
en los cedros
y nunca humilla
cruza
las hojas
y la sombra
no sabe
la cierne Dios
no hay cal
en la luz[37]
El necesario sustentáculo bíblico que
requiere el acercamiento a los textos de nuestro poeta no legitima su
adscripción al corpus místico. Antonio Trujillo no es un poeta místico, aunque
una lectura ligera de sus poemas incite, por vecindad terminológica, al etiquetaje
apurado. Sin embargo, una aproximación cauta y prolongada desde una perspectiva
más amplia e integradora deshecha fácilmente el equívoco. Además de no aparecer
ni por asomo los rasgos inherentes a toda mística anteriormente señalados, nada
en su poesía transparenta fidelidad a la doctrina evangélica. No obstante,
asume los conceptos clave de la simbología tradicional judeo-cristiana y los
dispone en el poema entretejiendo una personal teología de la palabra y la
apariencia. Pero las resonancias con Rilke, Rimbaud, René Char y el
romanticismo alemán que su visión suscita son mucho más clarividentes de lo que
puedan ser con Teresa de Ávila o Miguel de Molinos. De ahí que, Luis Alberto
Crespo, en un comentario al libro Blanco de Orilla (2002)[38],
acuda a un término rilkeano (el afuera) cuando se refiere al paisaje, espacio
que entrañablemente aglutina y acoge las figuras más reiteradas en la poesía de
Trujillo. Y de ahí también que otro gran poeta venezolano de espíritu contiguo
al del autor, Reynaldo Pérez So, apele a la superación de la escisión de los
contrarios,
En Antonio Trujillo, en su poesía, no hay
nada que nos pudiese permitir la división: materia y temas básicos se aúnan,
negado el divorcio queda su sola expresión poética.[39]
Temperamento sufista, Trujillo asume
plenamente lo que, en Europa, encarna Maurice Blanchot: la desaparición del yo
en el acto de la escritura.[40]
Tal supresión, enmarcada por la inefabilidad de su escritura, es la que
acrecienta el riesgo a embarcarnos en una interpretación unívoca del poeta
desde la atalaya mística. Pero sus inquietudes, su actitud hacia la poesía y su
tono, como señalamos, son muy otros. En sus versos predominan caracteres
admonitorios y enunciativos, que exigen del lector adhesión moral y un espíritu
sensible al destello de la totalidad y el enfrentamiento con lo absoluto. La
subjetividad emocional, el testimonio autobiográfico, la experiencia personal,
el relato de sus desdichas y sus alegrías no hallan cabida en su escritura.
Aunque nunca lo exprese literalmente, son reiterativos sus guiños hacia una
concepción del poetizar como - retomando la célebre expresión de Harold Bloom -
<<acto visionario>>. El rousseauniano Je suis autre, divisa
vertebradora de la modernidad, adquiere en Trujillo implicaciones análogas a
las que caracterizan la poesía de Rimbaud. A ambos subyace una misma
preocupación: ¿Cómo puede el hombre, y, más concretamente, el artista, asir,
captar e incluso mostrar esa porción divina que se oculta en todas la cosas? Y,
todavía más, ¿qué otra labor puede proponerse, salvo ésta?[41]
Para Rimbaud es falso decir: <<yo pienso>>. En puridad deberíamos
decir, <<otro me piensa>>, si, respetando la esencia sacra del
poetizar, deseamos rehuir el embeleco tentador de la afección lírica. Ese ego
tentacular que ahoga el verso mistifica la conciencia visionaria del poeta, es
un escollo, un parapeto, una falacia. Soterra la concepción del poeta como
diapasón, médium, caja de resonancias, una suerte de chamán, un violín cuyas
cuerdas pulsa... ¿quién? En este punto,
Valente, de nuevo, resulta especialmente revelador.
Quizá el supremo, el solo ejercicio del arte sea un
ejercicio de retracción. Crear no es un acto de poder (poder y creación se
niegan); es un acto de aceptación o reconocimiento. Crear lleva el signo de la
feminidad. No es acto de penetración en la materia, sino pasión de ser
penetrado por ella. Crear es generar un estado de disponibilidad, en el que la
primera cosa creada es el vacío. Pues lo único que el artista acaso crea es el
espacio de la creación[42]
He ahí lo
realmente característico del poeta según M. Zambrano[43].
Asombrado y disperso es el corazón del poeta, que acoge lo que adviene y así lo
canta, sin pretender –vicio del filósofo – acomodarlo a constructor
intelectuales que poco tienen que ver con la materia oscura de la que parte la
creación, y mucho con la avidez de posesión y el temor del hombre a la
indeterminación. El poeta, olvidándose de sí, hace posible que todas las cosas
sean en él. El poeta aguarda, es dócil, se reintegra al conjunto de las cosas y
los seres porque rechaza el solipsismo y la auto-afirmación. Así, queda prendado del arrebato original,
aguarda anhelante a que el poema ascienda a la nada que su espíritu ha
apostadamente dispuesto para su aparición. Recordemos:
y me guardo
de venir al mundo
en la palabra
que nunca
nace
en mi asombro[44]
Naturalmente, un exhaustivo rastreo de las
concomitancias que presenta la poesía de Trujillo con algunas de las
personalidades más sobresalientes de la tradición visionaria excede las
posibilidades de este trabajo. Quede, no obstante, señalada la afinidad
espiritual entre nuestro poeta y William Blake, W.B.Yeats o Kathlenn Raine. Y
sirva, como referencia y bandera, el dable paralelismo entre el Dios de
Trujillo y el Weltinnenraum de Rilke, que acaso sea el representante de
mayor envergadura con que tal poética cuenta. Como vimos, cuando el checo se
propone definir el Weltinnenraum, recurre a las imágenes del pájaro y
del árbol, el adentro y el afuera que, por su intervención, adentro crece. El Weltinnenraum
es la clave de las correspondencias entre las cosas, el horizonte del trovar
clos, el oscuro objeto de deseo del hermetismo, el vórtice de la cosmogonía
moderna[45].
Es invocación e himno de la totalidad, de la fusión, del maridaje y la
superación de todo límite temporal y espacial, las tan manidas estrecheces del
aquí y ahora. Es el agente de las alianzas que en Trujillo, como en Blake,
aúnan cielo y tierra acudiendo a una espiritualidad crepitante y suspensa en el
verso fraccionado, autosuficiente. Trujillo entreteje en el poema la tensión
que su vértigo verbal suscita. Recupera para el misterio la textura poemática
trenzada por su sincrético tejer. Piadoso con los hombres, arduo con la palabra,
consecuente con lo sacro y humilde ante el paisaje. Hace converger moralidad y
distanciamiento, constatación de lo que nos supera y nos condena a la
ineludible niebla que circunda nuestras palabras y nuestros actos -
integrándose en su ser - y actitud ante lo indecible, lo celado por el cedro.
La niebla, <<voz del agua>>[46],
incita a la confusión, tienta al poeta poco avezado, emborrona la claridad,
embadurna el alma, encapota el espíritu, enturbia la percepción, nubla el poema
y empaña a Dios. Es - junto al pájaro, la luz y el árbol - testimonio del
paisaje; pero muy al contrario que la luz, su esencia no la cierne Dios, sino
que nos pertenece. Habitamos y exhalamos la niebla. Nos condena al decir
tangencial y limitado, a la parcialidad y al roce, evidencia el desarreglo
latente entre nuestras posibilidades y nuestras aspiraciones, nos insta no a la
servidumbre, sí a la humildad. Con ella nos topamos cuando anhelamos penetrar
en el reino de la luz. Hay una niebla para cada hombre, Trujillo posee la suya en
Unos árboles después y otros poemas, yo la mía en El verbo arbóreo de
Antonio Trujillo. Así es y así debe ser, pues como se dice en Blanco de
Orilla (2003):
En esta niebla
de las palabras
debes andar
en
grupos de a uno
ellas viven
en un paraje extraño
y por nada del mundo
confiar en las nubes
ni en los hombres
en esta niebla del verbo
nadie toca la verdad[47]
De este libro el poeta explica que su
título, Blanco de Orilla, proviene del término que se usaba en el siglo XIX
para calificar a los procedentes de las Islas Canarias que no eran ni blancos
criollos ni mantuanos. Escribe la obra como homenaje a ellos, a los no
incluidos en
Y Dios es un pájaro
sobre la escritura
de estos hombres
que nadie nombra[49]
Cuando
Morrocoy, 1961: La palabra comienza a ser
hueso y semilla del trópico. Antes se nutría de entornos grandiosos; ahora,
viviendo en Morrocoy, toma de gentes, paisajes, objetos, una delicada,
reverencial, casi mística humildad[50].
Aprendo a sobrellevar cargas insostenibles de verbo ante la pureza de los
objetos; me rodean muebles de madera, de cartón, con palidez acentuada
por el uso. Se cocina con leña en ollas de barro; se hace el pan; hago
carpintería. Empieza frente al mar el sortilegio de los oficios[51].
Ella encarna - junto a Vicente Gerbasi, Enriqueta
Arvelo Larriva, Ramón Palomares, Luis Alberto Crespo, Eugenio Montejo y
Reynaldo Pérez Só – por citar sólo las voces que considero más representativas
a este respecto- el cambio de tono experimentado por el telurismo, ese canto a
la tierra americana y, más específicamente, venezolana, que Andrés Bello
inaugura. En Bello, como señala Pérez Só, nos encontramos con el imaginario
propio del cronista de indias, con el acercamiento a su tierra natal desde una
óptica europea, que, siempre según Pérez Só, lo deslegitima como poeta[52].
Aunque a finales del XIX voces como las de Francisco Lazo Martí y Juan Antonio
Pérez Bonalde introducen ligeros cambios en la poética telúrica, habrá que
esperar a las primeras décadas del pasado siglo para presenciar la
aparición de autores que plantearon con su obra un verdadero giro en la poesía
telúrica; poetas que realmente trascendieron la descripción y el paisajismo,
para construir un universo personal e íntimo a través de la contemplación de la
naturaleza circundante. Nos referimos, fundamentalmente, a la obra de Vicente
Gerbasi (1913 – 1992), miembro destacado del grupo Viernes, y específicamente a sus poemarios Mi padre, el inmigrante
(1945) y Los espacios cálidos (1952),
en los cuales a través de la naturaleza
construye una atmósfera mágica que remite directamente a la infancia y al mundo
interior del poeta. Tras Gerbasi y Arvelo Larriva, Palomares, Crespo, Montejo y Enriqueta Terán caminaron y caminan por la
experiencia telúrica, trascendiendo la descripción anecdótica del paisaje,
asociando la naturaleza a la rememoración, al paso del tiempo y a las
relaciones con los semejantes. La poesía de Trujillo se fortalece con los
aportes de todos ellos: de la poesía de la memoria, el localismo universal y la
búsqueda de las huellas de un tiempo genésico que caracterizan la escritura de
Palomares[53];
del culto a la brevedad, al misterio que lo pequeño encierra y a la austeridad
propios de Arvelo Larriva[54];
de la espiritualidad, la anulación del ego, la fragmentación y la
autosuficiencia del poema como cuerpo autónomo que definen la poesía de Pérez
Só; de la concepción que Montejo tiene del poeta como escucha y transmisor del
mensaje cifrado en el paisaje, del vínculo existente entre el árbol y lo sacro
y la dificultad que transcribirlo supone, tal y como este poema atestigua:
Es difícil llenar un breve libro
con pensamientos de árboles.
Todo en ellos es vago, fragmentario.
Hoy, por ejemplo, al escuchar el grito
De un tordo negro, ya en camino a casa,
Grito final de quien no aguarda otro verano,
Comprendí que en su voz hablaba un árbol
Uno de tantos,
Pero no sé qué hacer con ese grito,
No sé cómo anotarlo[55]
A lo que nuestro poeta, sincrético, parco,
escueto, solemne, definitivo, replica:
Es fácil
decir árbol
otra cosa es
saber donde nace
y tallar este remordimiento[56]
Pero
acaso de ninguno herede tanto Trujillo como de Ana Enriqueta Terán, trujillana
de nacimiento. Un mismo tono oracional, una misma atracción por lo manual, una
misma modulación de la voz por el
presentimiento de la analogía como fuerza subterránea que hilvana, en una
suerte de metempsicosis panteísta, las diversas corporalidades que adquiere el
paisaje[57]. Ambos
se nutren casi exclusivamente de él, y sobre él revierten sus creaciones, en
enriquecida circularidad, resignificándolo. Movimiento recíproco hasta tal
punto consumado que más que de consubstanciación deberíamos hablar de arrebato
del ser. Ambos practican el verso volador y cincelado, ambos, personalizando
los árboles y los pájaros, eternizan su presencia y su chirrío. Ambos persiguen
los despojos del desencantamiento, lo que queda de impalpable en lo palpable
donde antes habitaba la divinidad. Ambos aspiran a un verso enjundioso y ligero
de ropa a un tiempo, en consonancia con la convicción de que el verdadero
poderío repele el fasto. El oficio de pluma y la artesanía juegan a
intercambiarse substancias y en su poesía son frecuentemente homónimos y
siempre sinónimos. Por fin, ambos
cultivan el misterio y a él se deben, por él escriben, y hacia él van e incitan
a ir a todos los que deseen compartir
destino con ellos, pues eso es descubrirlos a una con nosotros mismos en el poema
que nos sale al encuentro.
Antonio Trujillo Cruz, de
padres canarios, nace en San Antonio de Los Altos, Estado Miranda,
Venezuela, el 19 de Marzo de 1954. Artesano y poeta, es también director
de la revista Trapos y
helechos. Ha publicado en poesía:
De cuando vivían los pájaros (1984)
De cuando vivían los pájaros y otros poemas (1994)
Vientre de árboles (1996)
Taller de cedro (1998)
Alto de las Yeguas (2002)
Blanco de Orilla (2003)
Antología personal (2003)
Unos árboles después (2005)
Unos árboles después y otros poemas (2006)
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Entrada en
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Variaciones sobre el pájaro y la red precedido
de La piedra y el centro. Tusquets
2000. Barcelona
Material memoria.
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El fulgor. Antología poética (1953-2000) Galaxia
Gutenberg. 2002. Barcelona
Elogio del calígrafo. Galaxia Gutenberg.
2004. Barcelona
La experiencia abisal Galaxia Gutenberg. 2004. Barcelona
Zambrano, María: Claros del bosque. Ed. Seix Barral.
1990. Barcelona
La aurora. Club Internacional del libro.
1998. Madrid
Filosofía y poesía. Ed. Universidad de Alcalá de Henares. 1993. Madrid
El
sueño creador. Club Internacional del libro. 1998. Madrid
El hombre y lo divino. Fondo de cultura económica de México. 1993. Madrid
ENLACES EN
INTERNET
Acerca de:
Arvelo Larriva,
E.
www.poesiabreve.com/enriquetarvelo.html
http://es.geocities.com/r_tintachina/ealarriva.htm
http://www.cervantesvirtual.com/FichaAutor.html?Ref=4294&portal=36
http://sololiteratura.com/autvenezuelaa.htm
Crespo,
L. A.
http://www.poesia.org.ve/poeta.php?codigo=225
http://laliebrelibre.com.ve/w/guarimba/almela-crespo/
http://www.ucab.edu.ve/prensa/ucabista/feb99/p34.htm
Enriqueta
Terán, A.
http://www.diarioeltiempo.com.ve/edicion_especial/enrriquetateran.php
http://www.poesia.org.ve/poeta.php?codigo=270
http://www.tiempo.uc.edu.ve/Tu350/Contenido/fijas/ultima/ultima.html
http://sololiteratura.com/autvenezuelatu.htm
Palomares,
R.
http://www.poesia.org.ve/poeta.php?codigo=111
http://www.poesia.org.ve/poema.php?codigo=2682
Trujillo,
A
http://elgusanodeluz.com/www/articulos.asp?id=7060
http://icodelosvinos.iespana.es/antonio_trujillo.htm
Notas:
[1] Heidegger, M. De camino al
habla . Ed. Odós. 1990. Barcelona. pág 144
[2] Valente, J.Á.
La experiencia abisal. Galaxia Gutenberg. 2004. Barcelona. pág 34
[3]A través de todos los
seres pasa el espacio único/ Espacio interior del mundo. En silencio los
pájaros/ Vuelan a través de nosotros. Y yo que quiero crecer/ Yo miro hacia
fuera y es en mí que el árbol crece. Este
fragmento pertenece al quinto de los Cinco cantos que Rilke escribió en
1914, convulsionado por el estallido de
[4] Trujillo, A.
Unos árboles después y otros poemas. El perro y la rana. 2006. Caracas. pág 17
[5] Ibidem pág 134
[6] Ibidem pág 122
[7] Valente, J. Á.
Variaciones sobre el pájaro y la red precedido de La piedra y el centro. Tusquets.
2000 Barcelona. pág 203
[8] Citado por
Marí, Antonio en El entusiasmo y la quietud. Tusquets. Barcelona. 1998. pág 19
[9] Ibidem pág 14
[10] Trujillo, A.
Unos árboles después y otros poemas. El perro y la rana. 2006. Caracas. pág 23
[11] Zambrano, M.
Claros del bosque. Seix Barral. 1990. Barcelona. pág 90
[12] Ibidem pág. 81. Nótese que aquí Zambrano transcribe literalmente la
fórmula de Juan I, 14 (pleres kháritos
kai aletheías)
[13] Trujillo, A.
Unos árboles después y otros poemas. El perro y la rana. 2006. Caracas. pág 78
[15] Valente, J. Á. Las
palabras de la tribu. Tusquets. Barcelona. 1973. pág 22
[16] Citado por Foucault, M. Las palabras y las
cosas. Siglo XXI. 1995, México D.F. pág 36
[17] Trujillo, A.
Unos árboles después y otros poemas. El perro y la rana. 2006. Caracas. pág 112
[18] cfr. Debicki,
A. P. Poesía del conocimiento. La
generación española de 1956-1971 Júcar. 1986. Madrid.
[19] Trujillo, A.
Unos árboles después y otros poemas. El perro y la rana. 2006. Caracas. pág 112
[20] Ibidem pág 44
[21] Extraído del artículo
de Valenzuela Magaña, J. F. José ángel
Valente, la tensión del lenguaje. http://descargas.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01372708600248414646802/021752.pdf?incr=1
[22] Valente, J. Á. Las
palabras de la tribu. Tusquets.1973. Barcelona. pág 69
[23] Trujillo, A.
Unos árboles después y otros poemas. El perro y la rana. 2006. Caracas. pág 112
[24] Ibidem pág 45
[25] Ibidem pág 54
[26] ibidem. pág 43
[27] “No forméis una
pareja desigual ungidos al yugo con los infieles; pues, ¿qué sociedad pueden
formar la justicia y la iniquidad? ¿O qué asociación entre la luz y la
oscuridad? ¿Y qué armonía entre Cristo y Beliar, o qué parte tiene el fiel con el infiel? ” II Carta de S.
Pablo a los Corintios , 6,14s
[28] “ Pues en otro tiempo
erais oscuridad, pero ahora sois luz en el Señor; proceded como hijos de la luz
– pues en fruto de la luz consiste en toda clase de bondad, justicia y verdad –
sabiendo discernir qué es lo que agrada al Señor; y no participéis en las obras
infructuosas de la oscuridad, antes bien reprobadlas abiertamente, pues las
cosas que ellos hacen a escondidas, hasta decirlas da vergüenza y todas ellas,
al ser reprobadas, quedan puestas de manifiesto por la luz; pues todo lo que
queda manifiesto es luz; por eso dice: “despierta tú que duermes / y levántate
de entre los muertos/ y Cristo lucirá sobre ti” Carta de S. Pablo a los
Efesios, 5 8-14. Sobre este pasaje F. Cantera y M. Iglesias hacen la siguiente
anotación: “Despierta... sobre ti: probablemente son palabras tomadas de algún
himno cristiano de la liturgia bautismal, con resonancias de textos de Isaías.
La luz es el primer símbolo del bautismo para el NT, y la palabra
<<iluminación>> es un término frecuente en la primera literatura
cristiana para hablar del bautismo”
[29] “¡Bendice a
Yahveh, alma mía! ¡Yahveh, Dios mío, muy grande eres! De majestad y belleza
estás vestido, envuelto estás de luz como de un manto” Salmos, 104, 2
[30] “Y dijo Elohim:
<< Haya luz>>, y hubo luz. Vio Elohim que la luz era buena y
estableció Elohim separación entre la luz y las tinieblas. Elohim llamó a la
luz día y a las tinieblas noche. Y atardeció y luego amaneció: día uno” Génesis, 3-5
[31] “El pueblo que
camina en las tinieblas verá una gran luz, una luz resplandecerá sobre los que
habitan en un país tenebroso” Isaías, 9,1
[32] “Y según iba de camino, se dio el caso de que
llegó cerca de Damasco, y de repente lo envolvió con su resplandor una luz
venida del cielo, y cayendo a tierra oyó una voz que le decía: << Saúl,
Saúl, ¿por qué me persigues? Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y él: Yo soy Jesús,
el que tú persigues >>” Hechos de
los Apóstoles, 9, 3-5
[33] “ A su debido tiempo
la mostrará el feliz y único soberano, el rey de los que reinan y Señor de los
que dominan, el único poseedor de inmortalidad, que habita una luz inaccesible,
al que ningún hombre vió ni puede ver” Carta Pastoral a Timoteo 6, 15-16
[34] “ He aquí,
pues, el animal que yo críe contigo; hierba cual el buey come. Ve, pues, su
fuerza en sus riñones y su vigor en los músculos de su vientre. Es la obra
maestra de Él; diole su espada el Hacedor como presente; pues tributo le
aportan las montañas, así como todas las bestias salvajes que allí retozan”
Libro de Job, 40, 15-16, 19-20
[35] Trujillo, A.
Unos árboles después y otros poemas. El perro y la rana. 2006. Caracas. pág 20
[36] Naturalmente
nos referimos al vallisoletano Jorge Guillén, preceptor y guía del purismo
poético en España, y más concretamente al poema que inaugura su Homenaje (1967), donde desvincula
irremediablemente pájaro y luz:
ANTES DEL ALBA
Conozco un
avecilla que enmudece
Por su fatal
costumbre antes del alba.
No se ha
insinuado un rayo todavía
Jamás se
encontrarán cantar y luz.
Aquel sonido
límpido no anuncia
La claridad
que irrumpe con su júbilo
Y aislado
entre las hojas se mantiene
Sin presentir
el acontecimiento.
Pájaros,
ignorantes de sus dioses,
Cantan junto a
nosotros, ignorantes.
Guillén, J. Homenaje. Club
Internacional del libro. 1998. Madrid. pág 19
[37] Trujillo, A.
Unos árboles después y otros poemas. El perro y la rana. 2006. Caracas. pág 31
[38] Ibidem.
pág 144
[39] Ibidem
pág
145
[40] cfr. Burger, P. y
Burger C. La desaparición del sujeto. Una historia de la subjetividad de Montaigne a
Blanchot. Akal. 2001. Madrid. págs 283-297
[41] Aunque serían
innumerables los poemas en los que Rimbaud expresa tales preocupaciones, me
parece característico a este respecto su compendioso y celebérrimo Sol y Carne, incluido en Rimbaud. A.
Poesías y otros textos. Hiperión. 1995. Madrid. pág 69
[42] Valente, J.Á.
Material memoria. Alianza. 1999. Madrid. pág 41
[43] cfr. Zambrano,
M. Filosofía y Poesía, F.C.E. 1987. México D.F. págs.
13-25
[44] Trujillo, A.
Unos árboles después y otros poemas. El perro y la rana. 2006. Caracas. pág 54
[45] Cuando
hablamos de cosmogonía moderna nos referimos, conviene aclararlo, a la modernidad
que Baudelaire inaugura con su teoría de las correspondencias expuesta en Les
fleurs du mal, no al modernismo de Azul.
[46] Trujillo, A.
Unos árboles después y otros poemas. El perro y la rana. 2006. Caracas. pág 47
[47] Trujillo, A.
Unos árboles después y otros poemas. El perro y la rana. 2006. Caracas. pág 76
[49] Trujillo, A.
Unos árboles después y otros poemas. El perro y la rana. 2006. Caracas. pág 80
[50] El subrayado,
en todos los casos, es nuestro.
[51] Extraído de http://sololiteratura.com/autvenezuelatu.htm
[52] cfr. Pérez Só, Reynaldo.
Seis décadas de poesía venezolana (Bosquejo), Valencia. En: Revista Poesía. Departamento de
Literatura de
[53] cfr. Carrillo,
C. V Figuras del siglo XX en la literatura venezolana. págs 74-78. El libro se puede
descargar en formato electrónico desde el link
http://www.walc03.ula.ve/cgi-win/be_alex.exe?Acceso=T016300002880/0&Nombrebd=SSABER
[54] González, S. La aislada no es mi voz, soy yo Artículo
sobre la poética de Enriqueta Arvelo Larriva consultable en la página www.sololiteratura.com
[55] Citado por .
Carrillo, C. V Figuras del siglo XX en la literatura venezolana. pág 78
[56] Trujillo, A. Unos árboles después y
otros poemas. El perro y la rana. 2006. Caracas. pág 116
[57] Tal vez el
ejemplo más claro en esta línea sea el soneto que Ana Enriqueta Terán tituló A un caballo blanco incluido en su
antología Casa de hablas (1991)
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