REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


LA CONTRIBUCIÓN DE LA SEMIÓTICA A LA TRADUCCIÓN INTERLINGÜÍSTICA[1]

Matteo Damiani

(Universidad de Urbino)

 

Abstract

 

 Semiotics can give a great contribution to translation theories and practices, even if, as Gorlée said, “semiotics and translation theory have until recently virtually ignored each other’s existence” (1994: 10). This article however didn’t resume semiotics contributions to translation studies. Rather I tried to epitomize and match only some of those that are the greatest contributions in this field. In fact, Fabbri’s, Eco’s and particularly Peirce’s approaches “try to say us” that translation is not “saying the same thing”. So, if translation is never the original, semiotics – particularly Peirce’s semiotics – helps us to consider that Babel is not a loss – but a resource –, and that in translating it is not  important what is lost, but what is changing languages and cultures.

 

Palabras clave: semiótica (semiotics), traducción (translation), signo (sign), transformación (transformation).

 

 

         George Steiner afirmó con respecto a la historia de la teoría de la traducción que ésta, hasta Jakobson, consistió en una continua reelaboración de la misma distinción teórica entre traducción formal (que refleja la forma del original) y traducción libre (que utiliza formas innovadoras para reproducir la intención del original). Si hoy existe una “fuerte” convicción, y no nos arriesgamos a escribir “certeza” por deferencia a cada tormento epistemológico pasado, presente y futuro, a la que conduzcan las investigaciones traductológicas –y en particular los estudios atribuibles al campo de la semiótica– , ésta es, a pesar de la inevitable, deseable y enriquecedora variedad de la gradación, la necesidad de dejar atrás una distinción ya redundante y que, a medida que ascendemos por la pendiente de la investigación, tiene cada vez menos sentido.

         Es evidente que todo esto no significa abdicar, sin más, de un concepto de fidelidad o de una cierta idea de “equivalencia”, siempre presente en los diferentes sistemas teóricos; significa más bien “intentar entender cómo, aun sabiendo que no se dice nunca lo mismo, se puede decir casi lo mismo” (Eco 2008: 14), moviéndose con respeto, con la insignia de las estrategias de negociación[2] o de los principios y estrategias minimax[3], sin olvidar –siguiendo las enseñanzas de C. S. Peirce– el instinto, el razonamiento abductivo, origen de un proceso cognitivo que necesita, dentro de su procedimiento deductivo, una continua verificación inductiva:

 

Le he dedicado algún párrafo a la palabra fidelidad porque un autor que sigue a sus traductores parte de una implícita exigencia de “fidelidad”. Entiendo que este término puede parecer obsoleto ante las propuestas críticas según las cuales, en una traducción, cuenta sólo el resultado que se realiza en el texto y en la lengua de llegada y, por añadidura, en un momento histórico determinado, allá donde se intente actualizar un texto concebido en otras épocas. Pero el concepto de fidelidad tiene que ver con la convicción de que la traducción es una de las formas de la interpretación y que debe apuntar siempre, aun partiendo de la sensibilidad y de la cultura del lector, a reencontrarse no ya con la intención del autor, sino con la intención del texto, con lo que el texto dice o sugiere con relación a la lengua en que se expresa y al contexto cultural en que ha nacido. (Eco 2008: 22)

 

         Permanece el desconcierto ante Babel, la consternación ante la presencia de una pluralidad caleidoscópica para la que la semiótica ofrece una lente absolutamente particular con la que leer el problema, una respuesta que es estímulo y desafío al mismo tiempo: el desafío de la semiótica a la traducción. No más versión “negra” de Babel –como la define Paolo Fabbri (2003: 75)–, no más pérdida de la unidad orgánica y de la propia palabra, sino Babel como ocasión, como “posto felice, confuso, che ha permesso la traduzione tra tutte le altre lingue” (Fabbri, 2003: 76).  Se trata básicamente de la posibilidad-necesidad de un cambio de perspectiva, de un interés –presente en muchas investigaciones– por otro aspecto de nuestro objeto de estudio, por la traducción como transformación antes que traducción como finalidad. Se materializa así, por lo tanto, una idea de apertura de los lenguajes capaz de abrir caminos hacia lo ignoto, aún sombra, misterio: es el recorrido que nos lleva del temor al irresistible atractivo del descubrimiento, es oscuridad que iluminar: una mirada capaz de conquistar el lado oscuro de la luna.

 

C’è un modo che considero minore d’interrogarsi su questa condizione: in termini di “resa”; come rendere il senso? Non resterebbe allora che arrendersi all’impossibilità: la traduzione è una precondizione, non un esito. Ma perché non dirsi, invece, che siccome le lingue non sono sistemi chiusi, ogni traduzione arricchisce la lingua di partenza almeno quanto arricchisce la lingua di arrivo?

Abbiamo bisogno dell’altro, irriducibile, per poter trasmutare la nostra lingua così come la sua. Il senso ci viene dall’altro. (Fabbri, 2003: 77)

 

         Con referencia a Hagège[4], Fabbri investiga la traducción como una actividad de modelado de los rasgos característicos de las lenguas, que contribuye a crear rasgos de otras lenguas mediante la introducción de formatos que antes no conocíamos. Por lo tanto, la traducción no será sólo un reflejo de los significados, sino un “resa dei significati che ha la funzione di trasformare anche la forma dei significanti, e addirittura di scoprire significati che non ci sono” (Fabbri, 2003: 190). En consecuencia, es necesario reexaminar la hipótesis de una inclinación hacia el relativismo lingüístico: existe relatividad, diferentes visiones del mundo, pero éstas se transforman constantemente a través del acto traductológico.

         La propuesta de Fabbri lleva a la investigación más allá de la imposibilidad de una epistemología general de los discursos, tal como se configuró tras las enseñanzas de Wittgenstein, hacia la convicción de Deleuze, por lo que no podemos no reconocernos intercesores, tanto artífices como instrumentos de un proceso de crecimiento, debido a la naturaleza abierta de sistemas (las lenguas) que se completan de forma abierta, omnicomprensiva.

         Las posiciones de Eco y de Fabbri, por lo que hemos visto, no se consideran antitéticas, sino más bien complementarias. Ambas hacen referencia a dos aspectos de un mismo proceso-producto, y comparten el máximo común divisor que representa la convicción de que inconmensurabilidad no significa incomparabilidad de sistemas.

         Si cada lengua es una visión del mundo, la semiótica de Hjelmslev (1943) nos ayuda en el intento de enmarcar estructuralmente las características de esta fragmentación. En efecto, cada sistema semiótico opera a partir de una masa amorfa e indiferenciada (el continuum o materia prelingüística) y se estructura en dos planos, el plano del contenido y el plano de la expresión, compuestos a su vez por forma y sustancia. “En una lengua natural, la forma de la expresión selecciona algunos elementos pertinentes en el continuum o materia de todas las posibles fonaciones; y se compone de un sistema fonológico, de un repertorio léxico y de reglas sintácticas” (Eco 2008: 50). Si permanecemos en el campo propio al plano de la expresión, vemos como la forma de la expresión (es decir, la parte repetible infinitamente) Marco se ha ido, se “encarna” en sustancias distintas, aun manteniendo inalterada su propia forma, según la pronuncie el padre, la madre o un amigo de Marco antes que cualquier otra persona. Cada acto de emisión dará a la forma Marco se ha ido la posibilidad de originar diferentes sustancias en el plano de la expresión.[5]

         A las diferentes formas de la expresión corresponden, en cada lengua, diferentes formas del contenido. Siempre a partir de un continuum –que podemos definir esta vez como materia del contenido–, que identificamos con todo aquello pensable y clasificable, resulta claro que “las varias lenguas (y culturas) subdividen ese continuum de manera a veces distintas” por lo que, por ejemplo “civilizaciones distintas segmentan el continuum cromático de maneras dispares, hasta el punto de que parece imposible traducir un término de color comprensible en la lengua Alfa a un término de color típico de la lengua Beta” (Eco 2008: 51).

         Cada forma del contenido se materializa como sentido adquirido de esa forma en el contexto de un determinado proceso de enunciación, por lo que resulta evidente que la expresión paso tiene un sentido diferente –y por lo tanto hace referencia a una forma diferente del contenido– según aparezca en una frase como da un paso adelante o en otra como dime cual es el paso de esta procesión que más te gusta.

         Aquí, en esta diferente segmentación en el plano del contenido (de la forma del contenido), es donde reside el problema de la traducibilidad. ¿Deberíamos por lo tanto considerar imposible –usando un famoso ejemplo de Eco– traducir del inglés al italiano, ya que el término italiano nipote corresponde a tres términos ingleses (Nephew [hijo del hermano o hermana], Niece [hija del hermano o hermana], Grandchild [hijo/a del hijo/a])? La práctica traductológica nos demuestra, incluso antes que la teoría, que la respuesta a esta pregunta es negativa, pues las palabras nephew, niece, grandchild y nipote no son unidades de contenido, sino “términos lingüísticos que remiten a unidades de contenido y sucede que tanto los ingleses como los italianos reconocen tres unidades de contenido, salvo que los italianos las representan todas con un término homónimo”. (Eco 2008: 55)    La cotidianidad de nuestra vida demuestra que el traductor inglés que tenga que verter en su lengua la palabra italiana nipote sabrá elegir el término adecuado en relación al contexto y al Mundo Posible que evoca el texto concreto, entendiendo éste como el mundo descrito o presupuesto en el texto, ya sea afín, idéntico, o totalmente diferente respecto al mundo vivido, como ocurre en algunas novelas de ciencia-ficción. Según esto, Eco (2008: 456) formula la hipótesis de que o bien (a) existen modalidades universales de segmentación que constituyen una suerte de armazón profunda que subyace a las segmentaciones aparentes llevadas a cabo por las lenguas; o bien (b) se dan líneas de tendencia, disposiciones fundamentales de la realidad (o del ser) que permiten precisamente la comparación entre lenguas, y permiten ir más allá de las formas del contenido de cada lengua, de aprehender estructuras comunes a cada organización del mundo.

 

Es curioso que mientras muchas discusiones filosóficas han puesto en duda la posibilidad de la traducción, precisamente el éxito efectivo de muchísimas operaciones de traducción plantea, o vuelve a plantearle, a la filosofía el problema filosófico por excelencia, es decir, si existe un modo (o incluso muchos, pero no un modo cualquiera) en que son las cosas, independientemente de cómo nuestras lenguas hacen que sean  (Eco, ibid.)

 

         Por lo tanto, los estudios de semiótica, en gran deuda con las enseñanzas de C. S. Peirce, tienen el mérito, en la pluralidad de sus enfoques, de sacar a debate dos cuestiones clave, complementarias: por un lado la continuidad, la unión entre texto origen y texto meta, una cierta idea de “fidelidad”; por otro el desarrollo como necesidad y ocasión que se concreta en cada movimiento, en cada proceso traductológico.

         Ante todo, vale la pena seguir los pasos de Gorlée (1994, 2004) y distinguir y revaluar la influencia de la idea semiótica de C. S. Peirce y el estructuralismo europeo de tipo clásico que se originó con Saussure. La distinción se aprecia en la oposición que distingue lo que es binario de lo que es ternario, en la idea peirceana de signo como construcción triádica (signo ={interpretante ß signo ß objeto}) en clara distinción respecto a los conceptos binarios de Saussure (significante/significado, lengua/habla, paradigma/sintagma, materia/forma, sonido/significado, sincronía/diacronía), a las dicotomías de Hjelmslev (expresión/contenido, forma/sustancia) o al binarismo de Jakobson (código/mensaje, selección/combinación, metáfora/metonimia):

 

Outside of French semiotic theory it [el binarismo] is found, for example, in Sebeok’s (1985) mutually opposed categories – inner/outer, vocal/nonvocal, verbal/nonverbal, witting/unwitting, and the like; and, last but non least, in Lotman’s distinction between primary and secondary modeling systems, internal and external communication, closet and open cultures, primary and secondary encoding, primary and secondary value of text etc. (Gorlée 2004: 73)

 

Hemos señalado que, para Peirce, el signo como relación es una construcción triádica realizada por la interacción de un signo, o representamen, (Primero) que está por un objeto (Segundo), y cuyo significado es otro signo –o interpretante– (Tercero), una representación sucesiva que se refiere al mismo objeto en el que el signo resulte más desarrollado, y así sucesivamente hasta el infinito (CP: 2.300) en la serie de los interpretantes, de manera que cada uno de ellos será signo del interpretante sucesivo, hasta llegar al interpretante final, meta inalcanzable de una semiosis que de lo contrario sería ilimitada, meta solamente hipotética, en la que la verdad será la identidad del signo y del objeto, una sola unidad, como antes de Babel, como la lengua pura de Benjamin.[6]

 

Un signo, o representamen, es algo que, para alguien, representa o se refiere a algo en algún respecto o carácter. Se dirige a alguien, esto es, crea en la mente de esa persona un signo equivalente, o, tal vez, un signo más desarrollado. El signo creado es lo que yo llamo el interpretante del primer signo. El signo viene en lugar de algo, su objeto. Viene en lugar de ese objeto, no en todos los aspectos, sino sólo con referencia a una especie de idea, que a veces he llamado el fundamento del representamen. (CP: 2.228, 1897)

 

         No hay nada que no pueda ser un signo, quizá –con un cierto grado de generalización– todo es signo (Gorlée, 1994: 50)[7]; “este Universo está bañado de signos e incluso está compuesto única y exclusivamente de signos” (CP: 5.448, n.1, 1905). Es innegable que nuestro propio pensamiento se debe a los signos. Si bien Peirce afirma que nuestro conocimiento no se limite a los signos –que éste pueda concernir también a objetos sin significado–, el conocimiento está necesariamente en los signos, y nosotros no podemos pensar más que de signo en signo, en un movimiento hacia la verdad que –usando una célebre metáfora– es un tren de pensamiento con un origen abductivo (Primeridad), que procede de forma deductiva (Terceridad) y necesita una verificación inductiva (Segundidad). “No tenemos ninguna facultad de pensar sin signos” (CP: 5.265); “la vida no es sino una secuencia de inferencias, una serie de pensamientos” (CP: 7.583).

         Centrándonos en un ámbito puramente traductológico, la primera cosa que se puede inferir –adoptando la semiótica de Peirce como clave para la lectura– es la naturaleza sígnica que tienen tanto el texto origen (to) como el texto meta (tm): en efecto, éstos son dos signos complejos del que uno (tm) constituye la interpretación (interpretante) del otro (to). De este modo, la idea peirceana de cadena semiótica (que se ejecuta en la “serie” infinita de interpretantes) consiente colocar original y traducción dentro de una serie sígnica por la que (a) no sólo el signo interpretado (Primero) (to) se refiere a un objeto (Segundo) (un objeto real), ya que es a su vez interpretante (Tercero) referido a un signo (otro texto precedente) a través del cual está relacionado con el mundo real –y de la misma forma hacia atrás, en la serie infinita hacia el objeto–; una serie en la que (b) el signo interpretante (Tercero), la traducción que estamos teniendo en cuenta (tm) será a su vez interpretada por un texto-signo posterior (interpretante), del que constituirá –en el marco de una nueva relación de signo interpretante-signo-objeto– el signo (Primero) referido a un objeto (Segundo) en el mundo real –y así hacia adelante gracias a la serie infinita de interpretantes, hacia una verdad que aún hay que conquistar: “Truth, crushed to earth, shall rise again”[8].

Desarrollando un ejemplo de Stecconi (1994: 164), propongo el esquema de la Fig. 1.

Si resulta inmediatamente comprensible el concepto de serie infinita hacia el interpretante, será suficiente una cita del propio Stecconi para agilizar la comprensión de serie infinita hacia el objeto:

 

Before Hesiod there was Homer. Before the “blind” poet there were other bards. Even the birds, who were presumably the singer’s first source for song, learned melodies in the parliament of earlier birds. [9]

 

         Además:

It has been said that every writer generates his own precursors; in the same way, translations generate their own originals: Il nome della rosa was not an original before – say – William Weaver wrote The Name of the Rose. Therefore, although the distinction between originals and translations is not of a semiotic character, it is undeniable that the two classes of text are perceived as different. How? (Stecconi, ibid.)

 

Sin embargo, lo que nos urge en este momento es la necesidad de remarcar cómo, adoptando la perspectiva semiótica de Peirce, no es posible (ni deseable) establecer jerarquías entre original y traducción –cediendo así ante la tentación de admitir la versión “negra” de Babel, de una idea del proceso traductológico como derrota inevitable, alejamiento, separación negativa, descenso al infierno–, pues, al contrario, cada traducción es un desarrollo semiótico, anillo de una cadena en la que cada elemento representa un paso (adelante, aunque a veces, por desgracia, también hacia atrás) en el camino inevitable que –aunque inscrito en la naturaleza falibilística propia del ser humano– tiene como meta la verdad inalcanzable (summum bonum), algo que se parece mucho a una lengua paradisíaca, una meta que es retorno a la unidad, a la lengua pura de la que escribió Benjamin.

En otras palabras, la cadena semiótica asegura la igualdad entre original y traducción, entre original y cualquier tipo de interpretante que se refiera a éste –cualquier tipo de interpretación–. De hecho, la semiosis es ante todo interpretación, la traducción es –en la óptica peirceana– un tipo de interpretación, y sólo gracias a su naturaleza se puede analizar en el marco teórico trazado por el polifacético estudioso americano. Gran parte de los estudios sobre Peirce concluyen que, dentro de la inconstancia del léxico peirceano, éste emplee el término traducción como sinécdoque para referirse –como parte por el todo– al mucho más amplio espectro de la interpretación. Por lo tanto, cada traducción es una interpretación, pero no al contrario.[10]

Antes de pasar a estudiar con más profundidad los productos y el proceso traductológico es necesario recuperar algunas nociones básicas de semiótica peirceana. Existe semiosis cada vez que una cosa (signo) se interprete (a través de un signo interpretante) –bajo una cierta relación, aquello que Peirce define fundamento (y que podemos entender como código)– por otra cosa (objeto).  Toda la semiótica está inscrita en el marco de las tres categorías universales: Primeridad, Segundidad y Terceridad, que corresponden aproximadamente a los tres modos del ser que nos son más familiares: posible, real y necesario.[11]

         Los tres elementos que constituyen el signo como relación (respectivamente Signo [Primero], Objeto [Segundo] e Interpretante [Tercero]) se consideran elementos indivisibles (puesto que eliminando sólo uno de ellos dejaría de existir una semiosis genuina) que aun así, en su indivisibilidad, se mantienen irreducibles, partes autónomas y distintas de la continuidad interna del signo (Stecconi 2001: 156).

         Conforme a las nociones que se van a explicar a continuación, se acostumbra a esquematizar el proceso semiótico con un triángulo –ver Fig. 2–, haciendo así evidente la naturaleza de la relación sígnica: este proceso se realiza en la interacción de un Primero, un Segundo y un Tercero, donde el Tercero (el interpretante) actúa como mediador entre el Primero y el Segundo.

         Por lo que respecta al Primero (Signo) de la relación triádica, Peirce distingue a su vez entre signos de Primeridad (cualidad; cualisigno[12]), signos de Segundidad (“una entidad individual”, cosas reales o precisas, sinsigno[13]) y signos de Terceridad (“pensamientos, leyes y hábitos”[Gorlée], legisigno[14]).

         Centrémonos ahora en el Objeto, el Segundo de la relación triádica de signo. Éste debe preceder al signo como Primero (y no puede ser al contrario): para que una fotografía sea Signo de alguien es necesario que antes exista una persona a la que el signo (la foto e cuestión) remita como propio objeto; una fotografía está por aquello que representa. El signo –escribe Peirce– está determinado por el objeto: el objeto es el elemento activo, mientras que el signo es el pasivo.

         Además, Peirce distingue al menos dos objetos de la semiosis: el objeto inmediato immeditato (“immediate object”)  y el objeto dinámico  (“dynamical object”, llamado también “mediate” o “real object”). El primero (objeto inmediato) es un Segundo en su Primeridad; es el objeto presente en la relación de signo (el objeto dinámico está excluido de esta relación o, mejor dicho, implicado sólo indirectamente) y corresponde a la idea sobre la que se construye el signo.[15] El objeto inmediato es, con un cierto grado de aproximación, la representación mental de un objeto existente en la realidad. Esta cosa real o circunstancia sobre cuya base se ha construido la idea correspondiente al objeto inmediato es el objeto dinámico. Éste es un Segundo en su Segundidad, es el objeto fuera del signo al que el signo remite con una alusión –con la representación mental de un índice, como diría Peirce–, y esta alusión es el objeto inmediato.

 

Como nota final podría añadir que el objeto dinámico -el objeto tal como es en sí, abstraído de su materialización y función en un determinado signo- corresponderá a la suma total de las ocurrencias, en cada signo, del objeto inmediato. Y se llega al conocimiento del objeto dinámico, el sentido auténtico del signo, mediante un proceso de semiosis, el «estudio ilimitado y definitivo» (CP:8.183, s. a.) del objeto inmediato tal como se lo reconoce en su contexto espacio-temporal. Esto implica que cuanto más conocimiento general se tiene de un cierto fenómeno, suceso, etc., tanto más coincidirán los objetos inmediato y dinámico. (Gorlée, 1994: 54-55)

        

         Peirce concibe la semiosis como teleología, y como tal, ésta es goal directed: tiene por lo tanto la finalidad de descubrir el objeto dinámico (la conquista de la verdad, del summum bonum).[16]

         Dentro de las triadas identificadas y propuestas por Peirce para dar un sentido a la realidad, vale la pena mencionar la relacionada con el objeto dinámico:

 

Un signo puede referirse a un objeto en virtud de una similitud («semejanza») entre uno y otro (icono), en virtud de una conexión contextual existencial o contigüidad espacio-temporal (física) entre signo y objeto (índice) o por virtud de una ley general o convención cultural que hace que el signo sea interpretado como referido a ese objeto (símbolo). (CP:2.247-2.249, hacia 1903)

 

En los tres órdenes de signos -Iconos, Índices, Símbolos- puede observarse una progresión regular de uno, dos, tres. El Icono no tiene una conexión dinámica con el objeto que representa; sucede simplemente que sus cualidades se asemejan a las del objeto y excitan sensaciones análogas en la mente para la cual es una semejanza. Pero en realidad no está conectado con aquél. El índice está conectado físicamente con su objeto; forman una pareja orgánica, pero la mente que lo interpreta no tiene nada que ver con esa conexión, salvo advertirla una vez establecida. El símbolo está conectado con su objeto en virtud de la idea de la mente utilizadora de símbolos, sin la cual no existiría tal conexión. (CP: 2.299, hacia 1895).

 

         Podemos pensar, como ejemplo de icon (Primero) (Icono), en una fotografía, un retrato: éstos representan directamente el propio objeto gracias al parecido con el mismo, pero en esta producción de significado no se pide ninguna interpretación:

 

...un signo icónico, como son un retrato o un mapa, representa su objeto en virtud de su similitud con él. Fuera de eso -eso es, en sí y por sí- un icono, como primero que es, no asevera nada: «Pues un icono puro no hace ninguna distinción entre sí mismo y su objeto. Representa todo lo que pueda representar, todo lo que tenga parecido con él, sin mirar más allá» (CP:5.74). Es la imagen reflejada del objeto significado. Decía Peirce que «La única manera de comunicar directamente una idea es por medio de un icono» (CP:2.278), pues un icono ya exhibe su propio significado sin que sea necesario interpretarlo expresamente. (Gorlée 1994: 55; 1987[17]: 48)

 

         En cambio, el humo como signo de fuego o la fiebre como signo de enfermedad son ejemplos de Index (Segundo) (Índice): en ellos resulta evidente la inmediatez espacio-temporal, física, con respecto al objeto significado:

 

Mientras los iconos destacan la semejanza, a partir de los índices va destacándose la diferencia. El índice guarda con su objeto una relación causal y real; por consiguiente, sólo puede aseverar algo en la medida en que lo señala directamente. El segundo significado está material o virtualmente presente. El índice favorito de Peirce es la veleta, que denota su objeto, la dirección del viento. Otros ejemplos de índices son, por ejemplo, el humo significando fuego, la fiebre significando enfermedad, los nombres propios y los pronombres demostrativos. Suele ser relativamente sencillo interpretar un mensaje indicial; su interpretación es «natural».. (Gorlée, ibid.)

 

         Sin embargo, el signo genuino es solamente el Symbol (Tercero) (Símbolo) ya que, para realizar su propia función de signo, éste debe ser interpretado (debe recibir un Interpretante, convirtiéndose así en el único signo realmente triádico: {interpretante ß signo ß objeto}) a la luz de reglas compartidas:

 

Signos genuinos son símbolos. Son los únicos signos triádicos, pues para actuar como signos -es decir, para representar a otra cosa y ser interpretados como tal- necesitan ser interpretados según alguna regla previamente acordada. La regla, aquí, no es de origen natural (como en el caso de los índices) sino cultural. El objeto mismo está ausente, lo que permite a los símbolos engañar y mentir. El significado de un símbolo es una mera conjetura, a menos que haya un significado que sea el producto de mutuo consenso, mientras dure. La naturaleza arbitraria de la conexión entre símbolo y su objeto hace que la regla consensual de interpretación sea susceptible de cambiar y reemplazar por otra, por voluntad de las partes interesadas y al menor descuido de las personas ajenas al poder. Según este mecanismo puede una paloma significar paz, y un trozo de tela atada a un palo puede simbolizar la patria y conmovernos. Así, también, significan los signos lingüísticos; pues como cualquier signo lingüístico puede, en principio, representar cualquier objeto, la lengua es un sistema de signos simbólicos. (Gorlée 1987:48)

        

Las tres tipologías que acabamos de ilustrar no se excluyen mutuamente: un signo puede participar, y a menudo lo hace, de más naturalezas. Usemos el conocido ejemplo peirceano relativo a Robison Crusoe: la huella que el personaje novelesco deja en la arena es un Índice (hay una relación causal, una inmediatez física) de la presencia de alguna criatura en la isla; al mismo tiempo, la huella se interpreta como Símbolo por ser signo de una presencia humana; además, añade Gorlée, la huella es Icono de un pie humano.[18]

Pasamos ahora a estudiar el tercer elemento de la relación de signo: el Interpretante (Tercero). Ante todo, parafraseando a Peirce, nada es un Signo a menos que sea interpretado como un signo. Por lo tanto, el Interpretante está determinado por el Signo, así como el Signo lo está por el Objeto. Sin embargo, mientas que el Signo está completamente determinado por el Objeto, el Interpretante está determinado por el Signo sólo hasta un cierto punto: si por un lado esto significa que el significado del signo está destinado a permanecer, al menos en parte, indeterminado; por otro lado, del mismo modo, la semiosis se puede concebir como un proceso de búsqueda continua, un movimiento hacia el summun bonum en el que cada nuevo interpretante provee información más completa sobre el objeto. El Interpretante (Tercero) será el signo (Primero) de la relación triádica sucesiva, que se producirá con la evolución del proceso semiótico.

Por cada signo existen tres interpretantes: inmediato, dinámico y final. El primero es solamente un signo de la interpretabilidad del propio signo, siempre y cuando entendamos que éste (el signo) puede interpretarse: “Demuestra el poder generativo del signo, revelando -de manera aún bastante vaga e indefinida- el rosario de los posibles interpretantes que el mencionado signo, en determinadas condiciones, pudiera dar de sí” (Gorlée). Es el interpretante (Tercero) considerado en su Primeridad.

El interpretante dinámico (Segundidad de la Terceridad) concierne a un esfuerzo directo, físico o mental, que caracteriza al evento interpretativo; éste interpretante representa el efecto directo que ha producido realmente el signo en aquél que lo interpreta. El interpretante final, en cambio, se identifica como el efecto que el signo produciría en cualquier mente en la que las circunstancias permitieran que el signo desplegase la totalidad de su efecto. Mientras el interpretante dinámico se caracteriza por la diversidad de los puntos de vista en relación a los posibles intérpretes del signo, el interpretante final es norma y hábito interpretativo, siendo el único resultado interpretativo al que llegarán todos los intérpretes, siempre y cuando hayan considerado suficientemente al signo.[19] (Fig. 2.1)

Los estudiosos de Peirce[20] resuelven el problema que aparece en este punto, que el interpretante final negase la naturaleza infinita de la semiosis, mediante la introducción de la distinción entre “interpretante lógico no-último” y “interpretante lógico último”, siendo sólo este último el que represente el final de la semiosis, una entidad esencialmente hipotética en la que el signo y el objeto sean una cosa sola, habiendo alcanzado la semiosis en el preciso momento final.

Los interpretantes se producen gracias a hábitos interpretativos, gracias a las modalidades divididas y sujetas a evolución:

 

Readness to act in a certain way under given circumstances and when actuated by a given motive is a habit; and a deliberate, or self-controlled, habit is precisely a belief. (CP: 5.480)

 

Sin embargo, puesto que las creencias (beliefs) pueden tener una gran influencia, éstos tienen que considerarse, dentro del espíritu falibilístico propio de la filosofía peirceana, como hipótesis (Terceras en su aspecto de Primeridad: Primeras en cuanto hipótesis pero Terceras en cuanto a forma inferencial, tipología de un razonamiento lógico). Análogamente, también la semiosis, que se despliega en el marco de la pragmática peirceana (entendiendo por “pragmática la teoría del significado) procediendo deductivamente a través de hábitos interpretativos, constituye un proceso que, como ya dijimos, tiene un origen abductivo (hipótesis) y necesita –con el fin de encaminarse hacia el summum bonum– una continua verificación inductiva.        

Sin embargo, el protagonista indiscutible de la semiosis resulta el signo en su naturaleza triádica. De hecho, Peirce no considera explícitamente el sujeto que interpreta como un cuarto componente del proceso semiótico (y análogamente lo mismo ocurre con el emisor del signo). Esto no significa, naturalmente, que el estudioso norteamericano excluya categóricamente la existencia de un intérprete (ni tampoco la de un emisor), pues en algunas ocasiones hizo referencia a éstos a lo largo de su obra. Peirce prefiere utilizar más bien la terminología “cuasi-mente” para indicar tanto un “cuasi-intérprete” como un “cuasi-emisor” que se conciben no como personas particulares ni mentes específicas, sino de forma abstracta, sin que la mente humana sea un prerrequisito para la semiosis. El signo, por lo tanto, se desarrolla por sí mismo en cuanto entidad generadora de significado (es decir, entidad capaz de desvelar el objeto): los “teatros de la mente” (“theaters of mind”) o las “candilejas de la conciencia” (“footlights of consciousness”) no tienen otra función más que el ser instrumentos del signo, que se “traduce” por sí mismo.[21]

         ¿Tenía esto en mente Eco cuando sugería “hacer vivir la intención del texto”? (ver arriba)

Seguramente “hacer vivir la intención del texto” significa, siendo fieles al pensamiento peirceano, considerar el signo complejo con el que estamos tratando como una realidad en continua modificación y evolución a través de las etapas sucesivas de la cadena semiótica, en un proceso de descubrimiento del sentido que, orientado teleológicamente, se produce gracias a la actividad del signo que, más que ser “traducido” por aquél que lo interpreta (en el campo propiamente traductológico, el traductor), “traduce” o, en un sentido limitado, se traduce a sí mismo.

Antes de continuar y ver como, incluso en presencia de este continuo descarte –producto y al mismo tiempo necesidad inscrita en el proceso de semiosis–, la escuela semiótica no abdique de una idea de “equivalencia”, parecen necesarias algunas consideraciones ulteriores sobre la naturaleza del signo, en este caso entendido como texto, es decir, como signo complejo con el que operamos en las actividades y los estudios que conciernen a la traducción.

En la traducción, el uso de los instrumentos puestos a disposición por el pensamiento de Peirce –cuya importancia no se puede discutir– no puede limitarse a la consideración de la igualdad entre texto origen y texto meta, entre original y traducción. Con este propósito, el esquema de la Fig. 1 (que pretende ilustrar el desarrollo, por así decirlo, horizontal de la cadena semiótica, para así afirmar la falta de una jerarquía verdadera entre textos traducidos y textos a traducir) puede analizarse también en relación a su desarrollo vertical (Fig 3).

Por lo tanto, un texto (interpretante-traducción) se refiere a otro texto (signo-original), y a través de éste intenta reconstruir un estado de cosas determinado, un mundo posible (real o no) a considerar en este caso como objeto (objeto dinámico), es decir, como “realidad” a la que original y traducción quieren remitir (a través de sus respectivos objetos inmediatos, los únicos que reentran en el proceso semiótico, ya que los objetos dinámicos se excluyen de éste en virtud de que la realidad, por lo general, se conoce sólo a través de signos, nunca de forma directa, no mediada) (Fig.3.1). Si la traducción no es otra cosa que una de las formas de la interpretación, una de las formas, usando una expresión peirceana, a través de la que un signo se “traduce” en otro signo, el traductor será intérprete y emisor al mismo tiempo: como intérprete proporcionará un primer interpretante lógico (que no está aún por escrito); como emisor, el traductor producirá un signo (un segundo interpretante lógico, un tercer interpretante lógico [Gorlée, 1994: 187-188]) capaz de reproducir el “mismo” estado de las cosas, la “misma” “realidad”, o mejor aún, capaz de desvelar, a través de su propio objeto inmediato, –y aún más que el original– el objeto dinámico, siendo el interpretante un signo a través del cual el objeto (dinámico) resulte más especificado, un signo, además, susceptible de ulteriores interpretaciones, capaz de generar nuevos interpretantes lógicos a confrontar con los interpretantes generados por el original, a confrontar, por lo tanto, con el mismo signo del que son interpretantes, con el fin de asegurar que el objeto (dinámico), la “realidad” a la que remiten el original y la traducción sea la “misma”. Todo esto a sabiendas de “que no si dice nunca lo mismo” (Eco, 2008: 14), sino siempre casi lo mismo, un “casi” que no hay que entender como algo incompleto, sino como necesidad y al mismo tiempo oportunidad, posibilidad de dejar vivir al signo y a su fuerza –aquello que Eco define como “la intención del texto”–, de agilizar el camino teleológico hacia el summum bonum, meta inalcanzable, pero meta al fin de al cabo, que pese a ser sólo ideal, invita siempre a buscarla, atrae hacia ella la expansión de la semiosis.[22](Fig. 3.2)

No obstante la semiótica peirceana no renuncia a una cierta idea de “equivalencia”, a un concepto de “identidad” entre original y traducción. Esto no significa, sin embargo, reconocer una presunta intercambiabilidad lógica y/o situacional entre texto origen y texto meta, pues ésta sería –desde un punto de vista semiótico– paradójica y errónea.[23] La traducción, de hecho, no es una imitación del texto a traducir, sino un interpretante, una interpretación actualizada en un signo capaz de aportar un nuevo conocimiento a cerca del objeto dinámico. La semiosis es un proceso irreversible que no admite –dentro de la óptica de Peirce– ninguna forma de back translation, es decir, la traducción de una traducción.

Además:

         From a semiosic standpoint, the zealously pursued preservation of any semiotic substance –be meaning, information, ideas, or content (just to mention some of the commonly used terms)- is more than irrelevant, counterproductive to what translation should be concerned with, namely the sign-and-code-enriching confrontation between sameness and otherness. (Gorlée, 1994: 171)

 

El concepto de semiosis, sigue Gorlée, se opone al de mimesis. De hecho, según Peirce:

 

         Nay, exact conformity would be in downright conflict with the law; since it would instantly crystallize thought and prevent all further formation of habit. (CP: 6.23, 1901)

 

De aquí procede, según Gorlée, una concepción de interpretante como equivalente dinámico del signo, algo que se parecería mucho –al menos en parte– a la consabida definición de Nida de “equivalent effect”.

Por tanto, volviendo de nuevo al concepto de “equivalencia” en traducción según la óptica peirceana, Gorlée (1994) identifica tres tipologías a las que atribuir la “identidad” entre original y traducción, que difieren según nos encontremos ante una equivalencia respecto al signo en sí mismo (Primeridad), respecto al objeto (Segundidad) o respecto al interpretante (Terceridad).

El primer caso es el de la llamada equivalencia cualitativa (qualitative equivalence) (Gorlée, 1994:174). Ésta concierte a rasgos, características internas del texto-signo complejo susceptibles de entender aun sin poseer el conocimiento del lenguaje con el que se trata.  En este sentido basta pensar, limitándonos al medio verbal, campo de búsqueda elegido en este trabajo, al hecho de que original y traducción pueden mostrar una extensión equivalente, una misma distribución de los párrafos, una misma estructura rítmica, un mismo uso de la puntuación.[24]

De aquí a considerar texto original y texto meta como perfectamente “simétricos” (desde un punto de vista morfológico, sintáctico…) hay un gran paso, que además implica, adoptando como clave de lectura una óptica característicamente peirceana, una gran ingenuidad. No debemos olvidar que original y traducción se colocan en una especia de “jerarquía” temporal y horizontal (por lo que el término “jerarquía” va entre comillas: éste no implica superioridad de prestigio ni de ningún otro tipo) por la que, la función desarrollada por uno en la relación de signo se diferencia de la función desarrollada por el otro, siendo el segundo un interpretante, un paso más allá en el recorrido hacia el descubrimiento del objeto. La equivalencia en la traducción es una cuestión diacrónica, escribe Gorlée retomando la terminología Saussuriana. Original y traducción tienen que considerarse necesariamente como casi-sinónimos.

Eco (2008: 263)  nos remite a un discurso de “equivalencia” cualitativa en la práctica de la traducción cuando cita a Derrida:

 

Derrida (1967: 289-290) escribía en L’écriture et la différence: “Un cuerpo verbal no se deja traducir o transportar a otra lengua. Es eso justamente lo que la traducción deja caer. Dejar caer el cuerpo: ésa es, incluso, la energía esencial de la traducción”. Que el cuerpo (la sustancia) cambie es inevitable. Pero el traductor, sabiendo que el cuerpo cambia, no lo deja caer del todo y hace todo lo posible para recrearlo. Por lo tanto, Derrida (2000: 29 seg.), aun como premisa a observaciones más sutiles, nos coloca ante el deber de que la traducción sea "cuantitativamente equivalente al original (...). Ninguna traducción reducirá nunca esta diferencia cuantitativa, es decir, e el sentido kantiano de la palabra, estética, puesto que concierne a las formas espaciales temporales de la sensibilidad (…). No se trata de contar el número de signos, de significantes y de significados, sino de contar el número de palabras (…). Se fija como ley y como ideal, aunque siga siendo inaccesible, traducir no palabra a palabra, claro, ni palabra por palabra, sino permanecer lo más cerca posible de la equivalencia de una palabra mediante una palabra”.

 

La segunda tipología de “equivalencia” se llama referencial. Ésta se aprecia por el hecho de que los objetos inmediatos que respectivamente remiten original y traducción, aun diferenciándose en el paso de código a código[25], conducen al mismo objeto “real” o dinámico, que se mantiene fuera de la relación de signo y por lo tanto no se traduce.

A pesar de que la semiótica reconozca la existencia de un terreno experiencial común como una necesidad crucial con el fin de la comunicación, incluso la identidad de los objetos dinámicos es relativa, en cuanto son el resultado de una interpretación, de una inferencia. “En otras palabras –escribe Gorlée (1994: 178)–, la relación entre los dos tiene que estar mediada por una semiosis que haga posible el que uno sea la consecuencia lógica del otro”.

Para introducir el tercer tipo de “equivalencia”, la significacional, Gorlée recurre a dos conceptos peirceanos opuestos: y en efecto es necesario recuperar por un lado el concepto de extension (o denotation, o breadth) [extensión, denotación o amplitud], y por el otro el concepto de comprehension, (o connotation, o depth) [comprensión, connotación o profundidad]. La denotación relaciona un término con el mundo. “Ésta indica a los individuos u objetos “reales” a los que se aplica el término y que son causa de su uso”. La connotación, por el contrario, remite al contenido de significado de un término, a los atributos o cualidades que éste puede poseer.[26] “Logical breadth refers backward to the object, and logical depth forward to the interpretant. The dual elements in the sign produce what Peirce called “information”” (Gorlée, 1994: 179).[27]

Por lo tanto, la “equivalencia” significacional remite al hecho de que dos signos complejos, original y traducción, denotan las mismas cosas (apuntan a la misma “realidad”) y tienen la misma connotación, la misma profundidad lógica. Sin embargo, la propia Gorlée sugiere (ibid.: 181): “Equivalence, in the strictest sense, between sign and interpretant is therefore logically impossible: it would stifle the growth of knowledge, which growth is exactly the point of sign production and sign use.”

No se puede olvidar que, a pesar de que a menudo estamos obligados a pensar que original y traducción digan la mismo, éstos dicen casi siempre sólo casi lo mismo (Eco, ibid). Usando palabras de Peirce, ese casi se entiende a la luz de que “un signo es algo que, al conocerlo, nos hace conocer algo más” (1904)[28]. Esto significa que la práctica de la interpretación (que consiste en proveer interpretantes), la única práctica que Peirce admite como instrumento para dar significado a un signo interpretado –y aunque en la serie infinita resultante, el papel activo lo desenvuelva el signo en sí, y no el sujeto interpretante (ver arriba)–, vaya necesariamente acompañada de un incremento en términos de conocimiento, es decir, en términos de denotación y connotación. Nos referimos a aquel movimiento continuo hacia el summum bonum, hacia la verdad, que tiene como primera causa de su ser al objeto dinámico, que avanza a través de las diferentes interpretaciones/significaciones del signo (que representan también los diferentes valores de verdad atribuidos al propio signo) continuamente producidas, negociadas, aceptadas, discutidas, rechazadas…y que no es otra cosa más que el dirigirse hacia una meta inalcanzable en la que el signo y el objeto serán uno, en la que se conquistará el conocimiento total del signo. Ésta es una de las posibilidades para hablar del pragmaticismo de Pierce –como él quiso llamarlo–, usando la teoría del significado, cuya máxima, la máxima pragmática, se enuncia así:

 

         Considérese qué efectos, que pudieran tener concebiblemente repercusiones prácticas, concebimos que tiene el objeto de nuestra concepción. Entonces, nuestra concepción de esos efectos es la totalidad de nuestra concepción del objeto. (CP: 5.438)

 

         La totalidad de los efectos capaces de tener consecuencias prácticas se alcanza, se desvela, con la expansión de la serie infinita de interpretantes, con el movimiento capaz de dar sentido al mundo, a aquello que quizá no tiene sentido, capaz de convertir –usando la terminología peirceana–en “fuerte” aquello que, más allá de nuestro campo cognitivo, es aún “blando”.

         Si examinamos ahora las categorías empleadas por Peirce para describir la relación entre signo y objeto, la traducción se atiene al original –entendido como objeto del signo que lo traduce– ya sea como Icono (Primeridad), –como ya hemos visto se puede hablar de tres tipos de equivalencia–, ya se como Índice (Segundidad) –en la traducción es evidente la inmediatez espacio-temporal respecto al original, la relación causal por la que uno (el texto origen) provoca al otro (el texto meta)–, y ya sea, sobre todo, como Símbolo (Terceridad) –por lo que la traducción no sólo es, como cada texto, un Tercero (símbolo) que puede ser interpretado, sino que ella misma es fruto de una interpretación del original, ella misma es una interpretación dada según ciertas convenciones, normas, “reglas” interpretativas.[29]

         Por lo tanto, la “equivalencia” tiene como fundamento la iconicidad de la traducción. Con este propósito, se pueden distinguir (Gorlée, 2004), además, tres tipologías de hipoiconos (hipoicons, como los define Peirce), en el campo de la “equivalencia” referencial. Nos referimos a los conceptos de imágenes, diagramas y metáforas.

         Cuando hablamos de imágenes estamos hablando de un Primero: imagen significa Primeridad de la Primeridad (iconicidad de la iconicidad). En relación a la traducción, esto remite al hecho de que texto origen y texto meta constituyen dos mapas mentales capaces de comunicar todo su contenido informativo de forma simultánea, sea como enteros que en sus partes.[30] “They create a quality of feeling, or moodscape, which proceeds hic et nunc and from one word to the text, but without per se spurring analysis and further processing, and without being future–oriented” (Gorlée, ibid.:108). Con este propósito, Gorlée sugiere comparar el texto con un videoclip moderno: una secuencia de imágenes, de por sí y en sí ricas y sugestivas, pasan delante de nuestros ojos, y sin embargo no muestra una consistencia aparente de forma y/o materia. Si nos limitamos a lo que acabamos de exponer, las traducciones posibles serían múltiples, cada una de ellas verdadera y/o falsa. Para evitar que cada texto se pueda considerar como la traducción de otro, son necesarios los diagramas: éstos representan la posibilidad de englobar la naturaleza icónica en un universo discursivo con rasgos materiales (deícticos) con los que se compruebe la existencia de una realidad objetiva (worldscape) fuera de la mente individual, fuera del lenguaje.

         Con los diagramas nos encontramos en el campo de la “indexicalidad” de la iconicidad (Segundidad de la Primeridad). Éstos tienen la misma forma que la “realidad” en la que indexan el signo y, a diferencia de las imágenes, no causan significado, sino que deben interpretarse para poder comprenderse (son por lo tanto de naturaleza más abstracta que las imágenes). “A diagram of a text shows the (syntactic, semantic, and/or pragmatic) relations between its aspects and/or constituents, and it shows these relations (which may be sensible and/or logical) iconically”. (Gorlée 2004: 109).

         Por último, las metáforas (Terceridad de la Primeridad) representan “un icono considerado en su aspecto de arbitrariedad y abstracción con respecto al objeto; la metáfora presupone una regla que correlaciona dos entidades que de lo contrario no tendría relación: el signo y el objeto" (Gorlée, ibid).[31] El proceso traductológico asume rasgos metafóricos en el momento en el que una estructura del mensaje origen se “mapea”, se “reproduce” (con las debidas discontinuidades y diferencias) en el mensaje meta.[32]

         Los estudios que se inspiran en la semiótica de Pierce también atribuyen la práctica del acto traductológico a la repetición del esquema-pensamiento triádico (Fig. 4). Según Gorlée (1994; 2004), el traductor, el jugador de este juego que es la traducción, realiza en su trayecto elecciones según estrategias minimax[33], fiándose sobre todo de su inteligencia y habilidad profesional, de su genio y estudio, para así llegar a la mejor solución. El primer paso del acto traductológico no se puede cumplir a menos que el traductor asuma una postura adecuada, una predisposición a disolverse en el texto, convirtiéndose así en sujeto “activo” de lo que el propio Pierce definía como “contemplación” del signo, dejando actuar al signo –que se traduce a sí mismo–, concediéndole el proscenio, las candilejas del teatro de la propia conciencia.[34] Este es el llamado interpretante de primer grado (o también interpretante inmediato o emocional).

         La segunda etapa está representada por el interpretante de segundo grado (dinámico o energético). El traductor busca una “imagen” que se adapte a la del texto origen, realiza experimentos basándose en “diagramas”, pero ante todo llega a un punto en el que el signo lingüístico se transforma en ideas-imágenes, en iconos mentales. En ese momento el signo funciona como interlengua no verbal entre el problema y su solución abductiva (solución que se alcanza mediante hipótesis, que necesitan una verificación inductiva, antes de convertirse en fundamentos de un procedimiento deductivo).[35]

         Por último encontramos al primer interpretante de tercer grado (o primer interpretante lógico). Éste representa la primera traducción, o mejor dicho, la primera hipótesis de traducción, un signo capaz de servir como punto de partida de semiosis sucesivas.

         El primer interpretante de tercer grado es una hipótesis de trabajo, que se somete a experimentación, se prueba y se verifica. El resultado de esta actividad es el segundo interpretante de tercer grado (segundo interpretante lógico), Es decir “la” primera “solución” al problema traductológico, la que tiene sentido y se introduce en la cultura meta, provocando sentimientos y reacciones contrapuestas. Cuando el texto traducido al que se le haya dedicado tiempo y trabajo llegue y se pueda integrar en su mayoría en la cultura meta, y encuentre en ésta su hábitat natural, nos encontraremos ante el tercer interpretante de tercer grado (tercer interpretante lógico), un signo que represente una solución casi perfecta, probablemente origen de una parada momentánea en la evolución. Queda por señalar que ni siquiera el tercer interpretante lógico es definitivo, pues la semiosis se retomará hasta el infinito, o al menos hasta la identidad del signo y del objeto, hasta la lengua pura, vida del objeto, muerte del signo.

 

Conclusiones

 

         La contribución de la semiótica a la traducción interlingüística se construye sobre la adquisición epistemológica de la imposibilidad de una equivalencia perfecta entre original y texto meta. La mirada de los que intentamos echar las redes del sentido para atrapar una realidad compleja, que quizá no tiene sentido, tiene que dirigir no sólo hacia lo que queda, sino también hacia lo que se transforma; no sólo hacia lo que nos atestigua que un texto es la traducción de otro texto, sino hacia lo que es nuevo, y quizá inesperado, hacia lo otro. Cada traducción es un peldaño, bajado o subido, pero siempre recorrido hacia delante, por el sendero que es la vida del signo. Es un camino de ampliaciones y eliminaciones realizadas en nombre del signo –o mejor dicho, realizadas por el propio signo–, gracias a la acción de hombres organizados en comunidad; es el camino desde el que se puede ver incluso el lado oscuro de la luna. No obstante, la vida del signo, como todas,  avanza hacia lo ignoto.

 

Traducción de Miguel Ros González. 

 









 

  

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[1] Traducción de Miguel Ros González  (Universidad de Murcia).

[2] “[…] siendo la negociación, precisamente, un proceso según el cual para obtener una cosa se renuncia a otra, y al final, las partes en juego deberían salir con una sensación de razonable y recíproca satisfacción a la luz del principio áureo por el que no es posible tenerlo todo.”. (Eco 2008: 25)

[3] Con la locución “estrategia minimax”,  retomada en el ámbito traductológico por Gorlée (1993, 2004), sobre la base de Levý (1967), se hace referencia a la adopción, por parte del autor/jugador (de hecho nos encontramos dentro del marco teórico que intenta describir el proceso de traducción usando instrumentos propios de la Teoría de juegos, propuesta por von Neumann y Morgenstern en su importante obra de 1994, Theory of Games and Economic Behavior), de criterios decisivos que configuren una estrategia dirigida a la maximización de la recompensa mínima así como a la minimización de la pérdida máxima.

“The minimax strategy – escribe Gorlée citando a Levý (1967: II: 1171) -  is a decision process composed of a dual “series of a certain number of consecutive situations – moves, as in a game – situations imposing on the translator the necessity of choosing among a certain (and very often definable) number of alternatives””. (Gorlée 2004: 218)

[4] Hagège, C., 1985, L’homme de paroles. Contribution linguistique aux sciences humaines, Paris, Fayard.

[5] Es de capital importancia remitirse al hecho de que “desde el punto de vista de la gramática de una lengua, las sustancias de la expresión son irrelevantes, mientras son de gran importancia las diferencias de forma. Basta tener en cuenta cómo una lengua Alfa considera pertinentes ciertos sonidos que una lengua Beta ignora, o lo diferentes que son el léxico y la sintaxis entre lenguas distintas […] las diferencias de sustancia pueden volverse, en cambio, cruciales en el caso de la traducción de texto a texto”. (Eco 2008: 50).

[6]   Para un análisis de la relación entre Peirce y W. Benjamin vid. Gorlée (1994: 138).

[7] “Para Peirce no había ninguna duda de que cualquier objeto, fenómeno o suceso «conocible» (CP:8.177, s.a.) -es decir, perceptible o imaginable- puede ser un signo”.

[8] Peirce, C. S., Unpublished manuscripts. Peirce Edition Project. Indiana University-Purdue University at Indianapolis. (L75D: 234, 1902)

[9] Barnstone, W., The Poetics of Translation. History, Theory and Practice, New Haven, Yale U.P., 1993.

[10] Vid. Gorlée (1994, 2004), Nergaard (in Petrilli 2001), Eco (2003: 233-234) donde se expresa desacuerdo con la interpretación de Fabbri (La svolta semiotica, Bari, Laterza, 1998: 115-116), que al parecer interpreta al pie de la letra la metáfora peirceana.

[11] Una exposición más profunda del sistema categorial peirceano va más allá del objetivo de este trabajo. Sin embargo, para una mayor claridad, proponemos la siguiente tabla sinóptica, desarrollada a partir de Stecconi (2001: 158) y a la que se añaden algunos elementos (trazados sobre todo siguiendo los pasos de Gorlée 1994).

 

Primeridad

Segundidad

Terceridad

Una potencialidad, una posibilidad

“Algo que puede ser” (CP: 7.538)

 

 

Sentimiento instantáneo, inmediato y no analizado (Un Primero no se puede pensar,  ni depender, para su comprensión, de nada que no sea de lo que presenta ella misma” (Gorlée, 1994: 40)

 

 

 

 

 

 

Cualidad

 

 

Se experimenta la primeridad al sentir un dolor agudo, un choque eléctrico, el estremecimiento de un placer físico, la sensación total de lo rojo o de lo negro, el sonido estridente del silbido de un tren, un olor penetrante, el enamoramiento.

“otra impresión fuerte y llamativa que se impone a la mente, forzándola a reconcentrarse en el fenómeno” (Gorlée, 1994: 41)

 

 

Singular

 

Cualidad

 

Abducción (hipótesis)

 

Presente ([momento presente y atemporal anterior al pensamiento]

 

SIGNO

Hecho concreto

“un suceso, algo que ocurre realmente” (CP: 7.538)

 

“lo real es lo que exige insistentemente que se lo reconozca como algo distinto de una creación de la fantasía” (CP: 1.325)

“hacemos frente a la realidad, valiéndonos de la segundidad, y en este proceso hacemos experiencia de la vida” (Gorlée 1994:41)

 

 

 

 

Experiencia

 

Abrir una puerta, hacer una llamada telefónica y lanzar un balón

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Dual

 

Reacción

 

Inducción

 

Pasado (ha sido)

 

 

OBJETO

Ley general que rige el sentimiento y la acción

 

 

“Más allá de la vaguedad y generalidad inherentes en la primeridad, «una mera idea sin realizar», y la forma concreta e individualizada de la segundidad, «los casos a los que es aplicada [la primeridad]» (CP:1.342), la terceridad viene a representar la ley general que rige el sentimiento (primeridad) y la acción (segundidad), otorgándoles continuidad” (Gorlée 1994: 41)

 

Ley

 

Una palabra, toda la actividad intelectual, esperanza, amor, compasión, devoción religiosa, inteligencia, cognición, desarrollo mental.

“El pensamiento lógico, la terceridad, crea orden y regularidad a partir de caos y azar. «El hilo de la vida es un tercero» (CP: 1.377), pues la terceridad inherente le presta una continuidad que nos permite efectuar una predicción y adoptar la actitud conveniente con respecto a hechos futuros”  (Gorlée, ibid.)

 

Plural  (triádico)

 

Meditación

 

Deducción

 

Condicional (sería)

 

 

INTERPRETANTE

 

[12] En el momento en el que uso una cartulina de color como modelo para la compra de una pintura o un papel de pared del mismo color, mi cartulina actuará como cualisigno: para que la cartulina pueda actuar como signo no es esencial que ésta sea cuadrada, rectangular, redonda o de forma irregular; sin embargo es esencial su color (cualidad) como signo para el color de lo que quiero comprar.

[13] “Un sinsigno siempre ocurre en un cierto contexto, en el cual ocasiona una acción” (Gorlée, 1994: 52). Savan (Savan, D., An introduction to C. S. Peirce’s Full System of Semeiotic ,Toronto, Victoria College of the University of Toronto, 1987-1988: 21-22), citado por Gorlée, se remite al ejemplo de los tipos de roca lunar analizados por los científicos espaciales. También el rojo del semáforo entra en la tipología de los sinsignos, pero hay que advertir que la luz roja no debe ser interpretada como señal de stop cuando represente una decoración eléctrica, ni en el caso de que –aun siendo la luz de un semáforo– se vea desde un helicóptero.

[14] Los signos lingüísticos son legisignos. Escribe Gorlée que “[…] carácter general, regular, de ley hace que sea un signo. Todos los signos lingüísticos pertenecen básicamente a esta tercera categoría, pues representan el signo, que en sí es un primero, en su terceridad. […] Para comprobar si algo es general o no, mírese si es repetible y conserva su identidad en las reproducciones, o si es una cosa, fenómeno o suceso único e individual. Está claro que los signos lingüísticos que los humanos utilizamos pueden reproducirse y que la misma palabra, puede pronunciarse o escribirse muchas veces, apareciendo en cada realización como la misma palabra. Peirce llamó «réplicas» a estas reproducciones”. (Gorlée 1994: 53).

[15] Para una mayor precisión, y aunque vaya más allá de los límites de este trabajo, notemos como Peirce identifica, al menos de forma teórica, una triada ulterior, según el objeto inmediato sea “cualidad”, “experiencia”, o “ley”.

[16] Sería correcto decir que es el objeto dinámico el que determina al signo, mientras que el objeto dinámico está a su vez determinado por el signo en cuestión.

[17] Gorlée D., “Firstness, Secondness, Thirdness, and Cha(u)nciness”, Semiotica 65-1/2: 45-55.

[18] Thinking never occurs without the presence in the mind of some feeling, image, conception, or other internal and/or visual quality which serves as a sign; nor can thought function without establishing a sign-external reference point in reality for such a representation. Thus in Peirce’s semiotics a symbol must involve both an index and an icon; and an index in turn an icon. (Gorlée, 1994: 158)

[19] Parafraseando un ejemplo peirceano (CP: 8.314, 1909), si por la mañana, recién despertados, mi mujer me pregunta: “¿Qué tiempo hace hoy?”, nos encontramos ante un signo complejo cuyo Objeto Dinámico es la impresión que tengo tras echar una ojeada fugaz entra las cortinas. El Interpretante Inmediato del signo es todo aquello que refleja la pregunta, es decir, la gama de posibilidades de respuesta como posibles interpretantes. El Interpretante Dinámico es, en cambio, el efecto real que ese signo provoca en mí, que lo interpreto (yo podría, por ejemplo, sonreír pensando que cada vez que le había dicho que estaba lloviendo o que probablemente llovería ella se olvidada sistemáticamente de coger el paraguas; o podría sentir ansiedad porque esa pregunta ritual me recuerda que es hora de levantarme e ir a trabajar…). El Interpretante Final lo representa en ese caso mi mujer  a través del efecto que mi respuesta tiene en sus planes del día (podría renunciar a ir a la playa y decidir ir a comprar, o podría decidir ir a trabajar en coche y no en bicicleta). Mi respuesta, por ejemplo: “hoy va a llover”, es a su vez un signo al que corresponden tres interpretantes procedentes siempre de mi mujer: el interpretante inmediato es, en su imaginación, la imagen vaga de lo que tienen en común las diferentes imágenes de un día lluvioso; el interpretante dinámico es, por ejemplo, su gesto de decepción; mientras que el interpretante final es la suma de todas las enseñanzas que ella extrae del signo, por ejemplo, coger el paraguas.

[20] Short, T.L., “What they say in Amsterdam: Peirce’s semiotic today”, Semiotica 60-1/2:103-128.

[21] Con este propósito Gorlée señala (1994: 62): “Esto no impide que algún mecanismo interpretador tenga que estar implícito, de algún modo, en la estructura triádica (y no tetrádica) del signo. Pues no mediando e interviniendo alguna conciencia interpretadora -sea real o potencial, humana o no humana- no puede haber acción sígnica, ni interpretación, ni, por ende, semiosis”

[22] Podría decirse que también en la semiosis, y, necesariamente, también en la traducción – así como en el resto, quizá, en cada actividad humana -, pueda seguirse la enseñanza de Maquiavelo: “No cause extrañeza que al hablar de los Estados que son nuevos en todos los aspectos, o de los que sólo lo son en el del príncipe, o en el de ellos mismos, presente yo grandes ejemplos de la antigüedad. Los hombres caminan casi siempre por caminos trillados ya por otros, y apenas hacen más que imitar a sus predecesores en las empresas que llevan a cabo. Pero como no pueden seguir en todo la ruta abierta por los antiguos, ni se elevan a la perfección de los que por modelos se proponen, deben con prudencia elegir tan sólo los senderos trazados por algunos varones, especialmente por aquellos que sobrepujaron a los demás, a fin de que si no consiguen igualarlos, al menos ofrezcan sus acciones cierta semejanza con las de ellos. En esta parte les conviene seguir el ejemplo de los ballesteros advertidos, que, viendo su blanco muy distante para la fuerza de su arco, apuntan mucho más arriba que el objeto que tienen en mira, no para que su vigor y sus flechas alcancen a un punto dado en tal altura, sino a fin de, asestando así, llegar en línea parabólica a su verdadera meta”. (Maquiavelo, Príncipe, VI, 1-11)

La semiosis, en su expansión, apunta a lo alto, al summum bonum, y aunque sólo pueda alcanzarlo idealmente, éste informa a la semiosis, la atrae inexorablemente – aunque no lineal o directamente – hacia sí.

[23] Vid. Gorlée, 1994: 170, “[…] from a semiotic viewpoint this would seem to be a misconception or at least a gross simplification”.

[24] “Such features make them immediately recognizable as similar signs –similar, that is, in “feel”, “tone”, or other “quality of feeling” (as Peirce would say)”. (Gorlée 1994: 175)

[25] Puesto que el objeto inmediato es “la idea sobre la cual se construye el signo”, éste se representa de forma diversa en códigos diversos. Por lo tanto, así como sucede en el ámbito de la “equivalencia” cualitativa, aquí tampoco se requiere –a nivel de objeto inmediato– una perfecta identidad en el micronivel (por ejemplo, correspondencia palabra por palabra o frase por frase) ni en el macronivel, es decir, a nivel textual.

[26] Es importante notar que Peirce establece el predominio de la connotación sobre la denotación. De hecho, según el filósofo americano, la denotación se crea a través de la connotación.

[27] Una nueva ley añadida a un conjunto de leyes significa un aumento de denotaciones, pues, como escribe Gorlée, el término “ley” puede aplicarse a un nuevo objeto. Si, por el contrario, imaginamos una recién casada convertida al Islam y encerrada en un harén, probablemente su concepto de “matrimonio” habrá sufrido un cambio drástico. La institución del matrimonio es la misma, la que ha conocido siempre, pero se ha añadido una teoría con nuevas características; ha aumentado la connotación del término “matrimonio”.

[28] Semiotic and Significs: The Correspondence between Charles S. Peirce and Victoria Lady Welby , C. S. Hardwick (ed.), Blomington and London, Indiana university Press, 1977: 31-32

[29] Para una discusión de estos aspectos relativos a la traducción me remito a Proni-Stecconi, 1999.

[30] Aquí se crea un “problema”. De hecho, Gorlée escribe (ibid. :108): “Paradoxically, perhaps, language (i.e., both linguistic codes involved) places both texts under the aegis of symbolicity (i.e., functioning independently from the object in reality, while perhaps involving some iconic and/or indexical elements). This means that some linguistic elements and/or features of a written text may mirror the non-linguistic referent in reality, but without their signhood being rooted in this possible similarity”.

[31] … thereby – continua Gorlée - bridging the discontinuity and constructing meaning. A metaphor is not the same a san explicit assertion of a comparison. While it presupposes an underling  comparison (or simile, in literary parlance), it can surprise, puzzle, or even startle us precisely because it represents the character of a sign by representing an overall parallelism in something completely different. – that is,  when transposed to another abject of experience and/or investigation, applied to another context, or expressed in another medium – as is the case with interlingual translation. (Gorlée 2004: 109)

Gorlée hace referencia a Henle P., Language, Thought and Culture, Ann Arbor, MI, University of Michigan Press, 1958: 178, para dar cuenta de la sinergia entre Terceridad y Primeridad en la metáfora lingüística: “Metaphor, then, is analyzable into a double sort of semantic relationship. First, using symbols in Peirce’s sense, directions are given for finding an object or situation. This use of language is quite ordinary. Second, it is implied that any object or situation fitting the direction may serve as an icon of what one wishes to describe. The icon is never actually presented; rather, through the rule, on understands what it must be, and, through this understanding, what it signifies”.

[32] Obviamente, como en cada metáfora, en la traducción intervienen también – para orientar la correlación – coherencia y ortodoxia interpretativa.

[33] Vid. nota n. 2

[34] Para conseguir el estado hipnótico de la mente en el que el inconsciente (la imaginación, en el sentido etimológico de la palabra) está desbloqueado y estimulado, lo que se necesita es una suspensión temporal de la acción voluntaria y de la actividad mental consciente, e igualmente una indiferencia temporal hacia las rutinas lógicas y los prejuicios mentales (que hacen que el investigador quede ciego ante los elementos válidos, verdaderos y/o relevantes fuera de sus propias presuposiciones). Sólo en este estado de abandono y ensueño —el famoso Musement peirceano (CP 6.542 ss, 1908)— puede la experimentada mente del traductor relajarse, enfrentarse desinteresadamente al problema (que puede ser una palabra, un grupo de palabras, una oración, un párrafo, etc.), y disolver su "yo" en él.[…] Este es el primer paso en la técnica abductiva de la traducción. (Gorlée 2004: 130)

[35] No omitimos la influencia que puedan ejercer en el intérprete-traductor de un texto las “perturbaciones” indeseadas de cualquier tipo. “Como tercer y último requisito encontramos las circunstancias externas experimentadas por el individuo creativo en busca de un eureka. Cuando la hora de la "verdad" de la traducción se aproxima, sus especulaciones son molestadas y fácilmente frustradas por toda clase de ruidos: no sólo ruidos acústicos, sino también ruidos visuales, fisiológicos, psicológicos, sociales, documentales, y demás, todos ellos fortuitos e indeseados”. (Gorlée 2004: 131)