REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


EL COSMOS DEL CONOCIMIENTO. EN QUÉ MANOS ESTÁN EDUCACIÓN, VISIÓN, IMPROVISACIÓN Y PERSPICACIA

 

Estanislao Ramón Trives

(Universidad de Murcia)

 

 

Si aceptamos que lo que nos plantea el título afecta por entero a nuestra condición radical de animal político que habla o de animal que habla desde su menesterosidad política, me parece coherente con esta asunción de principio que abordemos las distintas dimensiones o ejes de mi reflexión desde una perspectiva doble y complementaria o, si se quiere exigencial: una es la que podemos llamar con Francisco Recanati y otros filósofos del lenguaje perspectiva de abajo-arriba, y otra es la perspectiva de arriba-abajo.

La primera perspectiva está controlada por el lenguaje que hablamos, mientras que la perspectiva complementaria, la de arriba-abajo viene controlada por nuestros quehaceres, nuestras técnicas, nuestra intencionalidad persuasiva, nuestros conocimientos pragmáticos, en suma.

 

 

 

 

Sean mis primeras palabras para agradecer a todos ustedes, estimables amigos, el honor que me hacen al haber acudido a escuchar mi reflexión en torno al tema que nos ha confiado la Entidad patrocinadora de este Ciclo, que no es otra que la Obra Social de la Caja de Ahorros del Mediterráneo, a la que haciéndome ya portavoz de todos ustedes y en nombre propio le estamos todos muy agradecidos.

         En primer lugar, quiero esbozar ante ustedes la metodología o andamiaje de que me he servido para organizar u otear el horizonte que me ha sugerido el título de esta conferencia sobre «El cosmos del conocimiento. En qué manos están educación, visión, improvisación y perspicacia».

He pensado que, como todo lo humano, desde su radicalidad lingüística, que vale tanto como sociopolítica, si aceptamos las dos caracterizaciones que con su clarividencia nos legó Aristóteles al definir al ser humano como ζώоν λόγоν έχων, animal que habla, y ζώоν πоλιτικόν, animal político.

Si aceptamos, como tendré ocasión de mostrar a ustedes, que lo que nos plantea el título que se nos ha propuesto afecta por entero a nuestra condición radical de animal político que habla o de animal que habla desde su menesterosidad política, me parece coherente con esta asunción de principio que abordemos las distintas dimensiones o ejes de mi reflexión ante ustedes desde una perspectiva doble y complementaria o, si se quiere exigencial: una es la que podemos llamar con Francisco Recanati y otros filósofos del lenguaje perspectiva de abajo-arriba, y otra es la perspectiva de arriba-abajo.

La primera perspectiva, como veremos, está controlada por el lenguaje que hablamos, mientras que la perspectiva complementaria, la de arriba-abajo viene controlada por nuestros quehaceres, nuestras técnicas, nuestra intencionalidad persuasiva, nuestros conocimientos pragmáticos, en suma.

0. El centro nuclear de lo propuesto es el cosmos del conocimiento; y a él, como satélites, le acompañan los agentes de la plena integración del hombre en su sociedad, en sentido integral o en una armonía entre la tête pleine y la tête bien faite, entre el fondo y su figura, entre el cuerpo y la mente, en línea con los planteamientos configuradores del pensamiento, la  teoría de la Gestalt y, más concretamente, dentro de la complicidad cuerpomente propiciada en la última década por neurofisiólogos como Antonio Damasio, con su revelador El error de Descartes, 1994 y 2006. Damasio nos dice, o.c., p.149, que “La regulación corporal, la supervivencia y la mente se hallan íntimamente entrelazadas”.

         La similitud de caracteres entre todos los órdenes de la Naturaleza, como natura naturans, es cada vez más plausible, y el orden mineral, vegetal y animal no son más que estadios de un mismo poder energético-evolutivo y, en consecuencia, no quitan un ápice a la maravilla de la naturaleza en todos sus órdenes evolutivos, como hacen ver distintos científicos actuales como el mencionado Damasio. Se percibe que hay que superar la tradicional distinción polar que se articula en Descartes como res extensa –lo material o corpóreo, materia signata quantitate de los escolásticos- y la res cogitans –lo pensante, moral o espiritual-, puesto que se coimplican e interpenetran en una suerte de ordo ordinans ordines omnium. En línea con los clarividentes planteamientos de Ortega, el proceso científico-evolutivo actual nos encamina a sostener que la terra ferma –entendida como algo sólido e inmutable- lo mismo que la vita beata –entendida como un estado estático- no son sino perfectos cuadrados redondos.

 El cosmos del conocimiento nos lleva a una serie de cuestiones, como las planteadas anteriormente:

I. En qué manos está la educación, sus auténticos protagonistas en una no arbitraria jerarquía de agentes, donde el Estado debe ser sumamente respetuoso con las instituciones sociales de los ciudadanos –familia, organizaciones sociales, etc.- a los que sirve, siempre que se atenga al irrenunciable principio de subsidiariedad, para garantizar el principio de igualdad de oportunidades, que propicie que todos los ciudadanos tengan la oportunidad de formarse y educarse a la altura de las exigencias de nivel y calidad dentro del contexto sociocultural y político de cada periodo de tiempo.

II. A ello no es ajeno lo que se comunica visualmente, En qué manos está la visión, qué cultura audiovisual se despliega en beneficio de la mejor instalación del ciudadano en sociedad, donde la cosmovisión sea el estímulo más eficaz para el desarrollo integrado de su personalidad y de sus facultades en sana libertad.

III. Lo cual nos conduce a ver En qué manos está la improvisación, entendida como potenciación de la iniciativa responsable y creadora, como quien dice, ex abundantia cognitionum, como corolario o derivación de conocimientos bien arraigados, más allá del que inventen ellos unamuniano, palabras que paradójicamente traicionaron la ejemplar trayectoria cultural, social y política de la rica ejecutoria humana del que fuera Rector de la Universidad de Salamanca, pues don Miguel de Unamuno, en mi opinión, lo intentó todo, psicólogo, filólogo, novelista, dramaturgo, poeta, ensayista, todo lo inventó, todo, para llegar a la raíz misma del conocimiento del ser humano y más concretamente del ser español, de modo semejante a la improvisación en arte, que no es menester que se deje al albur, sino que es el resultado de un proceso laborioso entre ensayo y error, que va dando en la diana de la perspectiva adecuada, nada precipitada ni injustificada, consiguiendo ser auténticamente creativa pues «el arte  -como hacía ver Paul Klee-  no refleja las cosas, sino que las hace ver» y, en cierto modo, las crea. Y es que la improvisación no se confunde con la precipitación, sino que debe romper moldes, ser imaginativa, como quería Albert Einstein para hacer progresar su trayectoria científica con fundamento, pero sin servidumbres dogmáticas propias de la falta de musculatura del pensamiento, que siempre es dialéctico, creativo, y nunca único, claudicador, dogmático o esclerotizante.

IV. Y, finalmente, nos abrimos al futuro con imaginación mediante el gran angular de la perspicacia, En qué manos está la perspicacia, donde nada se niegue por principio sino la estupidez. La perspicacia nos permite otear horizontes de progreso, en los que el ser humano recupera su sentido de colaborador con la naturaleza, con la vida, en los justos límites, sin falacias, sin falsos planteamientos, como sería proponer que fuera un derecho muy progresista el derecho a no respirar, cuando hay derecho a respirar aire puro, como se desprende del hecho de la necesidad de respirar del ser vivo, también del ser humano. No se puede incurrir en el señuelo del progresismo a ultranza o progresitis, como sería proponer que fuera un derecho muy progresista el derecho a mutilar la circuitería cerebral de un humano intrauterino o el derecho a privarle de su vida uterina y su ulterior desarrollo extrauterino, como ocurre con la distanasia abortista del más noble proyecto de la naturaleza como es el alumbrar un nuevo ser humano, cuando hay derecho a vivir por el solo hecho de ser cualquier ser vivo un episodio de la Vida –con mayúsculas-, que a nadie en particular pertenece en propiedad y es el fundamento del derecho inalienable de todo ser vivo: nos gustará más, nos gustará menos, nos costará más sacrificio, incluso dolor, o menos, pero son los hechos incuestionables de la vida, de la vida humana, puesto que del ser humano estamos hablando, los que fundamentan cualquier desarrollo de derecho ulterior, y contra estos hechos el sentido común ilustrado –en el sentido de Karl Popper- nos hace ver que no hay ley positiva que merezca ser considerada de progreso que no se esfuerce en otorgarle al hecho de la vida el mayor de los respetos, la mayor de las acogidas, y no vale matar a un ser vivo intrauterino con la añagaza de que no se entera y no sufre, puesto que se trata de algo más profundo que todos esos sentimientos, con ser tan importantes, se trata de algo que nos obliga a todos, se trata de la Vida, que nos vive y guarda a flote, y no es fruto de laboratorio alguno.

Legislar contra la vida no es sino una demencia, una enfermedad de progresía, una usurpación de atributos que no nos corresponde regular en su radical menesterosidad, como no se regula si admitimos o no admitimos la respiración o la ingesta: podemos regular las condiciones óptimas para que la respiración y la ingesta sean saludables a la vida, pero no podemos legislar prescindir de ellas, al ser exigencias radicales de la ontogénesis de cualquier individuo desde su más radical fundamento biológico primigenio.

No podemos sino lamentar el rumor de los desheredados de la vida como son tantos y tantos proyectos de vida cortados de raíz desde el mismo seno intrauterino en distinto grado de maduración o desarrollo de su entidad biológica. No podemos sino lamentar tantos miles e incluso millones de seres truncados en su más indefenso proyecto vital en los países más desarrollados, donde, en contraste con el resto de los seres vivos, no existe para los humanos el derecho a nacer, el cual, obviamente, sólo al nasciturus cabe otorgar.

Lamentamos que no se reconozca tal derecho para muchísimos proyectos de vida real humana (diez millones de abortos en la India en las últimas dos décadas, muchos más en China y tantos y tantos en los países occidentales que están en el cima del desarrollo científico y tecnológico). Algo está fallando cuando lo más sagrado se echa por la borda sin el menor de los remilgos. Y no se trata, en mi opinión, como hace ver Umberto Eco, 2007:89-90, de una mera cuestión disputada entre lo que dijo Santo Tomás, sobre los embriones y la insurrección de su carne, frente a la del común de los mortales, lo que dicen otras instituciones, por respetables que sean, sino lo que nos dice HOY nuestro yo insobornable, que está, en mi opinión, a favor del llamado conatus spinoziano, en el sentido de que todo Ser tiene derecho a seguir siendo, tiende a permanecer en el Ser.”Pero es una cuestión de sano empirismo –añade Eco, ib.- reconocer de común acuerdo las diferencias físicas –Y, permítaseme añadir, ¿qué hacemos con las más importantes no ya diferencias, sino semejanzas e identidades desde el punto de vista biogenético? ¿Quién nos autoriza a taparle la boca a la Naturaleza que toma la palabra en cualquier embrión y no deja de hablar hasta su muerte?

Pero volvamos a la cita de U. Eco- <…es una cuestión de sano empirismo, nos dice, reconocer de común acuerdo las diferencias físicas> entre un embrión, un feto y un recién nacido. Y luego, calculemos“, -como si, permítaseme aducir, dependiera de nosotros el respirar, el comer, el dormir, el jugar, el querer a los semejantes, el preguntar, etc., y alguien pudiera privarnos de permanecer en el ser, que es el hecho desencadenante de un derecho más radical aún que las cinco necesidades fundamentales que propone Eco, haciéndose eco de los debieras del hombre ilustrado, o.c.p.90. “Es una cuestión de cultura -nos ha dicho el mismo pensador, p.89- que el Papa tenga razón cuando sostiene que los embriones ya son seres humanos o que la tenga santo Tomás cuando afirma que los embriones no participarán en la resurrección de la carne”. A lo que añado yo que la cultura, en cada momento de su evolución, obliga, hoy también, al sentido común ilustrado, del que hablaba K. Popper.

 

0. El cosmos del conocimiento.

En primer lugar, tenemos una cosmovisión o Weltanschauung subsecuente al lenguaje humano, que es nuestro primer conocimiento de las cosas. El infante durante los tres o cuatro primeros años de su existencia en el seno de su entorno familiar entre congéneres o allegados hablantes madura lingüísticamente y habla con la espontaneidad o naturalidad con la que se desarrollan los distintos órganos, pues como decía Derek Bickerton, «no aprendemos a hablar, sino que el lenguaje crece en nosotros, como las uñas».

El proceso filogenético de todos los seres humanos -los que llama «humanes» Jesús Mosterín, para referirse a los individuos de la especie humana sin distinción de sexo- ha conseguido para los individuos de nuestra especie, que el caos, el desorden o, si se quiere, la condición poliédrica de lo real, lejos de presentarse como un continuum agobiante o indescifrable e indesmallable, se convierta para los hablantes de cualquier lengua en algo jerarquizado, organizado, en un auténtico cosmos, cuyas coordenadas o valores de jerarquía, de participación, de contrariedad, contradicción y de parentesco no son más que palabras. Palabras que son las que le sirven al hablante para encontrarse en su mundo, para reconocer su mundo, para apropiarse, si se quiere, de su mundo, que no es otro que sus palabras.

Son miles de horas –como nos hacen ver en Naître Humain, Jacques Mehler y Emmanuel Dupoux, Odile Jacob, París, 2002, entre otros- las que el niño ha empleado desde su gestación en su proceso ontogenético que, como es habitual, madura a los tres o cuatro años. Durante ese largo e intenso aprendizaje de autoafirmación o maduración humana el niño ha ido configurando su cosmovisión, su mapeo de la realidad en forma de esquemas y procesos mentales, los frames de Ch. Fillmore, hasta el momento en que surge la palabra, el eslabón que le incorpora auténticamente al grupo humano, y se convierte en hablante, auténtico animal político con voz propia en el parlamento de la vida social, la vida humana en su sentido más entrañado y entrañable.

Pero convendrán conmigo que nuestros ilustres representantes parlamentarios, en ocasiones, se ajustan mal a este parlamento natural bona FIDE, que no tiene por qué saber de izquierdas ni de derechas, en una flagrante simplificación de lo que el buen sentido ilustrado, en el sentido de Karl Popper, demanda para el buen tono en los distintos debates, sin dogmatismos de ningún tipo, donde el contrapeso o balanceo entre las distintas opciones y perspectivas se pierde en encarnizados y nada fructíferos ataques verbales al discrepante, sin el menor resquicio para la discrepancia y sin el menor horror al vacío de la amputación o hemiplejia sociopolítica, de la que con razón ya se quejaba Ortega y Gasset en su Rebelión de las Masas.

         Muchos son los autores que podrían servirnos de gran ayuda: Aristóteles, Platón, los Neoplatónicos, Lucrecio, San Agustín, Santo Tomás, Guillermo Humboldt, Wittgenstein, don Miguel de Unamuno, Ortega y Gasset, Xavier Zubiri, Noam Chomsky, etc. También pueden sernos de utilidad los distintos textos que configuran el comportamiento básico de los ciudadanos de los pueblos según se encuentran en las Constituciones de cada País. En ellos podemos sorprender el conjunto sistematizado y ordenado de los debieras a los que se dirige o debe dirigirse la faena utópica de cada ciudadano. El ideario educativo utópico de un pueblo aparece en los pueblos hispanoamericanos  en forma tal que el hombre adquiera una visión o cosmovisión adecuada, en función de la cual el ciudadano, haciendo gala de su libertad de hombre cabal, ejercita su libertad en una suerte de improvisación, que desde su radicalidad humana tiene que habérselas entre las tentativas que apuntan hacia el éxito, siguiendo el diagnóstico y programa que de HOMO, en su Aire nuestro, nos hizo Jorge Guillén, sabio anticipo de los planteamientos de J. Monod en El azar y la necesidad o los de Karl Popper, al hacernos ver que nuestro comportamiento cósmico se mueve en un vaivén ineludible de ensayo y error, de la mano del sentido común ilustrado.

Y es, justamente, ese sentido común ilustrado el que nos va a preparar para organizar nuestro comportamiento con auténtica perspicacia, la que nos hará ser atrevidos con causa y esforzados, previsores de un mundo siempre nuevo, y, en cierto modo, siempre mejor. Los navegantes medievales y renacentistas se pusieron al amparo de los apoyos estatales para llevar a cabo sus prácticas en busca de hacer buenas sus previsiones, y así ensancharon, con sus errores y sus aciertos, el horizonte terrestre, con el descubrimiento del Nuevo Mundo. El profundizar en el universo microscópico ayudó, entre errores y aciertos, a dar con la energía nuclear que ha servido de motor de gran parte de los proyectos de la Humanidad a escala planetaria e interplanetaria. El lenguaje digital nos ha llevado como de la mano a transitar por los espacios siderales interplanetarios e intermoleculares e intraatómicos. Cuando Watson y Crick, el 12 de febrero de 2001, publicaron la estructura del genoma humano, después de haber publicado la estructura del ADN en 1953, sólo diez años más tarde reconocido con el Premio Nobel en 1963, dieron un paso de gigante: un nuevo mundo de inconmensurable alcance se abrió en el horizonte del quehacer humano, de la vida humana, siempre in fieri, en un constante hacerse, nunca in facto esse, como «acaso –para decirlo con la cautela de Ortega, vol.6, p.780- les ocurre al animal, a la planta o al mineral».

Habrá un tiempo no muy lejano en que «El lenguaje dominante del mundo ya no será el digital –con ser imprescindible, añadimos nosotros-, sino el código genético», como nos hace ver Juan Enríquez Cabot, el responsable del Life Science Project, de la Escuela de Negocios de Harvard. Tras el conocimiento del código genético el ser humano, el humán, como nos nombra a los humanos Jesús Mosterín, 2006, en su Naturaleza Humana, ha encontrado la fórmula feliz entre la producción y el consumo, entre la producción de energía y el consumo de la misma, al modo como lo hacen las células, como lo hace la vida. Los gigantes mundiales productores de la energía necesaria al desarrollo ya no tendrán que horadar la tierra en busca de fuentes de energía, sino que cultivarán la tierra para producir a gran escala las plantas bioenergéticas con que producir la energía necesaria para el mantenimiento, consumo y progreso de la humanidad. Habrá una nueva agricultura, una nueva ganadería, una nueva industria farmacéutica, una nueva medicina. El ser humano tendrá que desarrollar la cultura del ocio a gran escala.

Y no es que la humanidad, en mi opinión, tenga que detener el reloj del progreso, sino que tendrá que encaminarlo hacia otros derroteros, con una responsabilidad y protagonismo nuevos, que generarán derechos, deberes y oportunidades insospechadas en estos momentos. Pero es lo cierto que el homo sapiens, nunca satisfecho con el último hallazgo, siempre antesala del subsecuente, siempre tendrá que habérselas con nuevas inquietudes; y, entonces, más que nunca, habrá que huir del analfabetismo científico como de la peste. “La educación en civismo, en historia, en democracia, pero también en ciencia y en tecnología, da oportunidades, empleo, crecimiento,… Se ha vuelto absolutamente esencial. La manera de que un país desaparezca es no educar a la siguiente generación”, como con razón señalaba Juan Enríquez Cabot (EL MUNDO, 31 de marzo de 2007). Sólo con educación se puede tener perspicacia auténtica.

Sólo con educación evitaremos reincidir en los errores pasados. Sólo con educación nos evitaremos dar palos de ciego. Sólo con educación afrontaremos con probabilidades de éxito los retos del futuro, que está ahí, que está tocando a las puertas de nuestro mundo de hoy. Invertir en cultura, en fin, se está convirtiendo en una inversión en seguridad; nos va el ser o no ser en ello. Las armas con las que encontraremos el medio de salir airosos ante las inevitables dificultades del futuro no se solucionarán con otras armas que con las entendederas de cada cual. Por fin, el homo sapiens necesita de la educación, de la cultura, como del aire para respirar. Sin educación el homo sapiens se degrada y desaparece. La tabla de salvación es la cultura con que podamos enriquecer y fortalecer la tabula genética, ciertamente no rasa, no monda o huera, pero necesitada de la maduración cultural que no podemos alcanzar sin el esfuerzo de todos y de cada uno de nosotros. Ese es el reto de las nuevas generaciones, entrar en el reino del conocimiento, en el cosmos del conocimiento, o morir. De ahí el interés de la educación, desde los órganos familiares hasta los estatales. NADIE ES PRESCINDIBLE EN ESTE PROCESO QUE SE LE PLANTEA A LA HUMANIDAD COMO UN RETO INELUDIBLE.

 

         Podemos seguir con el enorme marco de intereses reflexivos que me marca el título de esta intervención mía, con una reflexión tomada del libro de Jesús Mosterín, LA NATURALEZA HUMANA, Espasa-Calpe, Madrid, 2006, pp. 204-205, según el cual «Puesto que el lenguaje desempeña tareas cognitivas y comunicativas, se plantea la pregunta de cuáles fueron primordiales en el desarrollo de nuestra capacidad lingüística. El psicólogo Lev Vigotsky (1896-1034) mantenía que en el infante el origen del lenguaje es social y sólo en el curso del desarrollo infantil va siendo interiorizado como pensamiento verbal. Algunos autores funcionalistas, como Charles Li, consideran que "el lenguaje surgió evolutivamente ante todo y sobre todo como un vehículo de la comunicación humana, no como un instrumento del pensamiento». Otros autores, como Noam Chomsky y Frederick Newmeyer, han defendido la primacía de la función cognitiva, pues ello explicaría mejor el carácter recursivo de la gramática, la mayor relación de las categorías gramaticales con las cognitivas que con las comunicacionales, la existencia de niveles ocultos de la gramática que representan aspectos del significado y la posibilidad de formar oraciones sin función comunicativa.  Chomsky es tajante: "...el lenguaje no puede ser considerado propiamente como un sistema de comunicación. Es un sistema para expresar el pensamiento, que es algo muy diferente. Desde luego, también puede ser usado para la comunicación, como puede serlo cualquier cosa que haga la gente, como la manera de andar o el estilo de la ropa o el peinado, por ejemplo. Pero en cualquier sentido útil del término, la comunicación no es la función del lenguaje e incluso puede carecer de especial relevancia para entender las funciones y la naturaleza del lenguaje".

En cualquier caso, el lenguaje permite articular y representar el pensamiento, potenciando así la inteligencia y la capacidad de resolver problemas, por lo que ha sido seleccionado en el curso de la evolución humana» Y, más adelante, p. 205, añade: «El lenguaje como capacidad lingüística es parte de nuestra naturaleza, está programado en el genoma e implementado en el cerebro y en el aparato fonador. La lengua concreta que hablemos, con sus palabras y reglas gramaticales peculiares, es un código cultural, transmitido culturalmente mediante un proceso de aprendizaje social que depende de la impronta o troquelado (imprinting), es decir, del aprendizaje a una cierta edad crítica (de entre uno y tres años, aproximadamente). Para aprender a hablar no hace falta ir a la escuela. Según Chomsky, el lenguaje no se aprende, sino que es como la pubertad, algo a lo que se accede naturalmente...».

Y es lo cierto que hablamos espontáneamente a una cierta edad de nuestro desarrollo como personas, y esa espontaneidad no la perdemos ni la debemos perder nunca, como no podemos perder nunca nuestra capacidad de hacer preguntas sobre lo que no sabemos, nuestra capacidad de asombro y expresión espontánea en las más importantes situaciones de nuestra vida, donde se nos impone una respuesta de nuestro ser humano en su integridad. Ahora bien, la frescura y espontaneidad de nuestro pensamiento verbal o de la expresión de nuestro pensamiento sin cortapisas serviles de ningún tipo no nos obliga a desinstalarnos de la sociedad gracias a la cual ha madurado nuestro pensamiento verbal y se ha beneficiado de sus conquistas en todos los ámbitos, donde la naturaleza, con sus bondades, se nos ha culturizado, humanizado, en el yunque del tejido social humano del que somos parte integrante. Y si bien el individuo hablante no debe perder nunca su protagonismo, no puede comportarse verbalmente como un ente selvático, desprovisto de norma alguna, en una suerte de vuelta a la barbarie donde los otros no cuentan o incluso, con los términos de Les Mains Sales, de J. P. «l'Enfer, c'est les Autres», lo peor son los otros.

Para salir de esa suerte de rebarbarización, de la que se quejaba Ortega y Gasset, tenemos que atenernos a los usos, donde todo sirve en función de esa convención social, en una integración o reparto equitativo de la dialéctica polar entre la naturaleza y la cultura, donde a medida de que la cultura sea mayor el respeto por la naturaleza será mayor, y nunca la espontaneidad de la naturaleza puede ser obstáculo para la buena relación social. Entre la ortodoxia y la heterodoxia defendía Ortega la paradoxia, el derecho a discrepar dentro de los límites de la cortesía verbal, que evite no ya introducir el dardo en la palabra –como reza el memorable título de las reflexiones de higiene lingüístico-gamatical del que fuera Director de la Real Academia Española, Fernando Lázaro Carreter-, sino que impida el servirse de las palabras como dardos contra los demás en una negación del diálogo, que no puede ser castrante de iniciativas ni opiniones, y se agosta en el pensamiento unitario, unificado y único, mientras que se robustece en medio de la dialéctica mental que se acrecienta y aviva a través de la disparidad de pareceres y opiniones encontradas. La riqueza del hablante y su saber es incuestionable y en los momentos actuales en los que se llega a profundizar en las raíces mismas de lo cuantitativo, la formulación matemática de los sentidos discursivos o usos plurales de una palabra trabajosamente se diseña por los investigadores lingüístico-matemáticos en forma de algoritmos propiciados por la formulación de las probabilidades de uso en forma de “campana de Gauss”. Pero, como es sabido, el hablante, desde el punto de vista del comportamiento verbal fundamental, practica las previsiones de tales algoritmos desde los 3-4 años.

 

Los que hablan lenguas distintas no son bárbaros como se creía en el mundo greco-romano, sino hablantes de su lengua como nosotros de la propia. Lo mismo puede decirse de la cultura en general, la religión, etc. y sus practicantes respecto de otros, que no son incultos, por practicar otras culturas, ni paganos, por practicar otras religiones. En efecto, el ser humano está llamado a ser hablante y, por lo mismo, a ser culto, religioso, etc.

Un patrimonio tan general y versátil como la lengua de cada ser humano dentro de su grupo social compartido necesariamente tiene que ser cambiante, maleable y acomodaticio, como la piel al cuerpo, a las exigencias contextuales en todo momento de la operación verbal dialéctico-intersubjetiva, a los lomos del vaivén homeostático de la realidad verbal, siempre la misma y siempre otra.

Fijémonos, para nuestros propósitos actuales en las memorables reflexiones de Ortega, “Pasado y futuro del hombre actual”, en el marco de las Rencontres Internationales de Genève, de 1951, en torno a la biografía o conducta del ser humano, vol.6, p.784. Cito: “Porque la vida humana es, en todo momento, una ecuación entre pasado y porvenir <…> El futuro es siempre plural: consiste en lo que puede acaecer. Y pueden acaecer muchas cosas, incluso contradictorias. De aquí la condición paradójica, esencial a nuestra vida, de que el hombre no tenga otro medio de orientarse en el futuro que hacerse cargo de lo que ha sido en el pasado, cuya figura es inequívoca, fija e inmutable <…> es la navecilla en que se embarca hacia el inquieto porvenir”.

Pues bien, tan sabia reflexión orteguiana acomoda plenamente a la conducta humana por excelencia que es el hablar. En efecto, podemos decir con todo derecho que   el hablar, todo hablar se cifra en una compleja ecuación entre el singular pasado de la lengua y su imprevisible y múltiple porvenir. La condición homeostática del hablante consiste en un vaivén entre el pasado del uso colectivo que se ha dado de la lengua en la memoria del hablante y del que el hablante es humilde rehén –para decirlo con palabras de Ortega en otro lugar-, y el futuro imprevisible de los usos individuales que se abren al protagonismo de todo hablante individual, nunca mero rehén, sino artífice responsable de lo que dice y también de lo que, al decir, inevitablemente, selectiva y libremente, calla, puesto que también con Ortega sabemos que “hablar es una ecuación entre lo que se dice y lo que se calla”.

 De ahí la justeza que podemos atribuir a las recientes reflexiones de un gran semantista español actual, Ramón Trujillo, en Homenaje al Profesor Alvar –que, en el década de los noventa del Siglo pasado, fuera también prestigioso y dinámico Director de la Real Academia Española-, Institución “Fernando el Católico”, Zaragoza, 2006, p.904, donde nos dice que “Se ha repetido durante un siglo que todas las palabras son metáforas, lo cual es verdad si corregimos la idea diciendo que «todos los usos de una palabra no pueden ser más que metafóricos», aunque la palabra, considerada en sí misma, nunca es una metáfora, sino un objeto único e invariable”. Pero la palabra, siempre luminaria insobornable, se mantiene como "objeto único e invariable" y, "considerada en sí misma, nunca es metáfora", como con razón señala el propio Ramón Trujillo (o.c.:904), más allá de su diversidad de usos, todos metafóricos respecto de la palabra, sean considerados como ortofóricos o metafóricos en relación con los hábitos o convenciones verbales.

 

Por más propensiones intuitivas que impliquen nuestras palabras, por más memoria de usos habidos o normas lingüísticas de uso de que dispongamos, es lo cierto que la última palabra en torno al sentido lo adquiere la palabra en su discurrir en un determinado contexto o cotexto sintagmático. El hecho de que la lengua signifique hace que se deje la puerta abierta al uso, a las normas de uso emanantes de los diversos hábitos verbales convencionales, al cambio de esas normas de uso en función de los diversos condicionantes socioculturales, de modo que se puede oír un rezo “pro perfidis iudaeis”, mientras que se omite en generaciones ulteriores por indecoroso, como se puede aplicar la palabra matrimonio a las parejas de hecho más allá de sus condicionamientos sexuales, y en esto ni el Estado ni ningún organismo ajeno a la lengua tiene nada que hacer, dado que la lengua no se configura por decreto de ningún tipo, siendo en esto, como en todo lo lingüístico-verbal, el uso general el que decide, y, consecuentemente, en el comportamiento verbal todo es posible, si uolet usus, como quería Horacio. Mientras el uso no sancione una determinada convención, no podemos imponerla a nadie, y, en consecuencia, no puede aparecer en el diccionario de usos de lengua, aunque sí en el de las nomenclaturas o terminologías jurídico-sociales, como es lógico.

Pero detengámonos, para ir terminando, en las características que entraña nuestra previsión de futuro y que a lomos del cosmos del conocimiento hemos cifrado, en última instancia,  en la perspicacia.

 

Perspicacia es el arte de ver bien más allá de lo que tenemos delante o, mejor, más allá de lo que se nos pone delante, por muy prestigioso que sea el medio o por mucho poder que ostente quien, con la mejor voluntad incluso, se propone mediatizarnos, instrumentarnos, deshumanizarnos, en suma, limitar nuestra capacidad de decisión inalienable, para lo que no necesitamos más impulso que el de nuestro yo insobornable, el que se informa de todo y con todo se conforma, es decir, se configura, pero que a todos y a todo tiene que dar siempre su voz, su nota, su parecer, su opinión, que, como decía Aristóteles, en su siempre valioso tratado Acerca del Alma, sólo está al servicio del hombre, frente a los animales, pues es el hombre el que tiene opinión y es el hombre el que tiene el poder de manifestarla y persuadir a los demás de sus bondades, porque es él el que tiene la palabra, su palabra, tan válida como la de cualquiera, pero siempre suya.

         Aristóteles en el Libro III, cap.3º, 20-25, del mencionado tratado nos dice que “la opinión puede ser verdadera o falsa. Ahora bien, la opinión va siempre acompañada de convicción –no es, desde luego, posible mantener una opinión si no se está convencido –y en ninguna bestia se da convicción a pesar de que muchas de ellas posean imaginación. Además, toda opinión implica convicción, la convicción implica haber sido persuadido y la persuasión implica la palabra. Y si bien algunas bestias poseen imaginación, sin embargo no poseen palabra”. La cosa está clara, y no se trata de establecer erróneas analogías, si comparamos la llamada “opinión pública” con una de esas alimañas que acechan al libertonato ser humano, puesto que cabe preguntarse si existe y si existe quién la ostenta o más bien la detenta. En el sentido radical aristotélico que aquí comentamos no existe y no tiene fuente originaria, pero en sentido carnavalístico o propagandístico, como nos comenta Eco en “Del juego al carnaval”, pp. 92-97, vaya si existe y lleva camino de invadirnos y colonizarnos, como nos coloniza una epidemia, una gripe, contra las que debemos estar avisados y tratar de recuperar nuestra salud, que, desde su lamentable situación, felix culpa, como hace ver el propio Eco, o.c., p.93, será robustecida, como robustecido fue Adán por la serpiente, que le impidió seguir a la bartola eternamente y le obligó a abandonar su estatus zangánico y así aprendió a inventar  y a ganar el pan con el sudor de su frente para seguir viviendo, para vivir mejor que en el mismísimo Paraíso Terrenal, que no es otro que su propio mundo, gracias a su esfuerzo e inventiva.

         Tener perspicacia, ser perspicaces consiste en decidir por nosotros mismos, ejercitar nuestro mejor criterio, discernir frente a lo que se nos impone, propone, compone, dispone o insta al margen de nuestros compromisos morales o humanos. Ser perspicaz es ver con nuestros propios ojos. Es saber ir contra corriente, cuando lo más fácil, lo más ‘buena gente’ –tomando el sintagma de una reciente y memorable columna EL MUNDO, 5 de abril de 2007, p.14, de una diputada socialista en el Parlamento Europeo, Rosa Díez- sería dejarse llevar por el ambiente que parece que nos arrastra y nos envuelve, como quien dice, incitándonos a mirar para otro lado, a pasar como de puntillas para no despertar a la fiera que nos acecha, como si ésta estuviera dormida y pudiéramos sorprenderla, más astutos que ella, en algún momento de descuido.

         Ser perspicaz es ir más allá de lo explicable, en busca de lo que nos dicta nuestro Foro Interno, más noble, esencial e importante que otros foros nobles, el Foro de nuestro Yo Insobornable, donde anidan todas las causas nobles que se rebelan contra toda barbarie, contra la sinrazón social y humana, contra el trágala, y apuesta por el auténtico diálogo entre humanos responsables desde las mismas posiciones de partida, donde nadie empuñe las armas y los otros hablen como si tal cosa. Ser perspicaz nos exige y nos presupone a todos inermes, bípedos implumes con el único tesoro de su humanidad, su palabra; con el único título de ser hombres, protagonistas y amantes del diálogo, desde su propia condición dialógico-intelectual desde su natural de inteligencias sentientes de que nos hablaba Xavier Zubiri, en su memorable libro del mismo título; y sabedores de que cualquier opción en democracia se defiende con el único instrumento viable, la palabra, que entraña respeto mutuo, equidad, equilibrio bona fide, en pie de igualdad, sin trabas, cuotas o límites de ningún tipo.

         Ser perspicaz es ir incluso más allá de lo que se nos propone o permite por una ley coyuntural meramente formal, más allá de la cual está la ley moral que a todos obliga, pese a que la actitud de partida no pueda ser otra que el respeto a las leyes, incluso aquellas que entendemos que habría que modificar o cambiar: es el juego democrático.

         Ser perspicaz es, en suma, ser ciudadano con protagonismo propio, con personalidad propia, más allá de cualquier superestructura adherente por muy apoyada por los medios que se presente, y esto desde la exigencia política de ciudadanos libres, con entendederas no lastradas por ninguna paraplejia  o hemiplejia social, que es en lo que se incurre cuando el pensar partidario se interpone entre el pensar libre, solidario,  y las exigencias de una ideología o interés momentáneos o meramente partidarios.

 

         Ser perspicaz es, fundamentalmente, ser fiel a la democracia, a nuestras raíces sociales en cuanto ζώоν πоλιτικόν, como quería Aristóteles, y en contra de cualquier dictado explícito o encubierto. Es ejercer el derecho de ser compatriota y cabal ciudadano libre de la República, no ya de las Letras, como decía Feijoo, sino dentro de la sociedad en la que nos ha tocado vivir.

         Cuando en nuestro País el dueño de gran parte de los medios de comunicación manifiesta sus temores ante sus accionistas frente a quienes se manifiestan como ciudadanos en pro de la libertad y la justicia como normas supremas de convivencia en sociedad para todos, de la mano de L. Wittgenstein, en orden a la cautela frente a las trampas de determinados usos verbales, el riguroso entendimiento del juego democrático nos lleva, como de la mano,  a las clarificadoras palabras de U. Eco, en su A paso de Cangrejo, ya citado, concretamente a su capítulo “Por quién tocan las campanas. Llamamiento 2001 a un referéndum moral”, pp. 135-138.

         Me voy a permitir la lectura de unas líneas de Eco para que reflexionemos y valoremos todos, y, finalmente, acabaré con las palabras con que Eco termina su reflexión.

         Cito, o.c.,p.135:«A nadie le gustaría despertarse una mañana y descubrir que todos los periódicos, Il Corriere della Sera, La Repubblica, La Stampa, Il Messagero, Il Giornale, etc., de l’Unità al manifesto, incluidas las publicaciones semanales y mensuales, de l’Espresso a Novella 2000, pertenecen al mismo propietario y reflejan inevitablemente sus opiniones. Nos sentiríamos menos libres.

Esto es lo que sucedería si se produjera una victoria del Polo que se denomina de las Libertades. El mismo dueño sería propietario de tres cadenas de televisión y controlaría políticamente las otras tres, y las seis mayores cadenas nacionales de televisión que son más importantes, de cara a la formación de la opinión pública, que todos los periódicos juntos. El mismo propietario tiene ya, bajo su control, diarios y revistas importantes, pero ya se sabe lo que ocurre en estos casos: otros periódicos se alinearían con el gobierno, ya sea por tradición o porque sus propietarios considerarían útil para sus intereses nombrar directores afines a la nueva mayoría. En resumen, tendríamos un régimen totalitario de hecho».

 

Hasta aquí la reflexión de U. Eco.

 

Por mi parte, no tengo sino que manifestar mi acuerdo pleno con el fondo de la reflexión que nos propone Eco. La concentración de medios de comunicación en un solo propietario puede favorecer la legítima ambición empresarial, pero, en mi opinión y en consonancia con lo señalado por U. Eco, el derecho a la “pluralidad de la información” estaría en serio peligro.

 

Y ya, para terminar, sólo me cabe hacer mía la sugerencia de Eco al final del texto ya aducido con las palabras siguientes. Dice así, y termino:

 

         «PORQUE “NINGÚN HOMBRE ES UNA ISLA… NO PREGUNTÉIS NUNCA POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS: DOBLAN POR TI”». POR MÍ, POR TODOS.

Y NADA MÁS.

MUCHAS GRACIAS.