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EL COSMOS DEL
CONOCIMIENTO. EN QUÉ MANOS ESTÁN EDUCACIÓN, VISIÓN, IMPROVISACIÓN Y PERSPICACIA
Estanislao Ramón Trives
(Universidad de
Murcia)
Si aceptamos que lo que nos
plantea el título afecta por entero a nuestra
condición radical de animal político que habla o de animal que habla desde su menesterosidad política, me parece
coherente con esta asunción de principio que abordemos las distintas
dimensiones o ejes de mi reflexión desde una perspectiva doble y complementaria
o, si se quiere exigencial: una es la que podemos llamar con Francisco Recanati
y otros filósofos del lenguaje perspectiva
de abajo-arriba, y otra es la perspectiva
de arriba-abajo.
La primera perspectiva está
controlada por el lenguaje que hablamos, mientras que la perspectiva complementaria,
la de arriba-abajo viene controlada
por nuestros quehaceres, nuestras técnicas, nuestra intencionalidad persuasiva,
nuestros conocimientos pragmáticos, en suma.
Sean
mis primeras palabras para agradecer a todos ustedes, estimables amigos, el honor
que me hacen al haber acudido a escuchar mi reflexión en torno al tema que nos
ha confiado
En primer lugar, quiero esbozar ante
ustedes la metodología o andamiaje de que me he servido para organizar u otear
el horizonte que me ha sugerido el título de esta conferencia sobre «El cosmos del conocimiento. En qué manos
están educación, visión, improvisación y perspicacia».
He
pensado que, como todo lo humano, desde su radicalidad lingüística, que vale
tanto como sociopolítica, si aceptamos las dos caracterizaciones que con su
clarividencia nos legó Aristóteles al definir al ser humano como
ζώоν λόγоν
έχων, animal que habla, y ζώоν
πоλιτικόν, animal político.
Si
aceptamos, como tendré ocasión de mostrar a ustedes, que lo que nos plantea el
título que se nos ha propuesto afecta por entero a nuestra condición radical de animal político que habla o de animal que habla desde su menesterosidad
política, me parece coherente con esta asunción de principio que abordemos
las distintas dimensiones o ejes de mi reflexión ante ustedes desde una
perspectiva doble y complementaria o, si se quiere exigencial: una es la que
podemos llamar con Francisco Recanati y otros filósofos del lenguaje perspectiva de abajo-arriba, y otra es
la perspectiva de arriba-abajo.
La
primera perspectiva, como veremos, está controlada por el lenguaje que hablamos,
mientras que la perspectiva complementaria, la de arriba-abajo viene controlada por nuestros quehaceres, nuestras
técnicas, nuestra intencionalidad persuasiva, nuestros conocimientos
pragmáticos, en suma.
0. El centro nuclear de lo propuesto es el cosmos del conocimiento; y a él, como
satélites, le acompañan los agentes de la plena integración del hombre en su
sociedad, en sentido integral o en una armonía entre la tête pleine y la tête bien
faite, entre el fondo y su figura, entre el cuerpo y la mente, en
línea con los planteamientos configuradores del pensamiento, la teoría de
La similitud de caracteres entre todos
los órdenes de
El cosmos
del conocimiento nos lleva a una serie de cuestiones, como las planteadas
anteriormente:
I. En qué manos está la educación, sus auténticos
protagonistas en una no arbitraria jerarquía de agentes, donde el Estado debe
ser sumamente respetuoso con las instituciones sociales de los ciudadanos
–familia, organizaciones sociales, etc.- a los que sirve, siempre que se atenga
al irrenunciable principio de subsidiariedad, para garantizar el principio de
igualdad de oportunidades, que propicie que todos los ciudadanos tengan la
oportunidad de formarse y educarse a la altura de las exigencias de nivel y
calidad dentro del contexto sociocultural y político de cada periodo de tiempo.
II. A ello no es ajeno lo que se
comunica visualmente, En qué manos está
la visión, qué cultura audiovisual se despliega en beneficio de la mejor
instalación del ciudadano en sociedad, donde la cosmovisión sea el estímulo más
eficaz para el desarrollo integrado de su personalidad y de sus facultades en
sana libertad.
III. Lo cual nos conduce a ver En qué manos está la improvisación,
entendida como potenciación de la iniciativa responsable y creadora, como quien
dice, ex abundantia cognitionum, como
corolario o derivación de conocimientos bien arraigados, más allá del que inventen ellos unamuniano, palabras
que paradójicamente traicionaron la ejemplar trayectoria cultural, social y
política de la rica ejecutoria humana del que fuera Rector de
IV. Y, finalmente, nos abrimos al
futuro con imaginación mediante el gran angular de la perspicacia, En qué manos está la perspicacia, donde
nada se niegue por principio sino la estupidez. La perspicacia nos permite otear horizontes de progreso, en los que el
ser humano recupera su sentido de colaborador con la naturaleza, con la vida,
en los justos límites, sin falacias, sin falsos planteamientos, como sería proponer que fuera un
derecho muy progresista el derecho a
no respirar, cuando hay derecho a respirar aire puro, como se desprende del
hecho de la necesidad de respirar del ser vivo, también del ser humano. No se
puede incurrir en el señuelo del progresismo
a ultranza o progresitis, como
sería proponer que fuera un derecho muy
progresista el derecho a mutilar la circuitería cerebral de un humano
intrauterino o el derecho a privarle de su vida uterina y su ulterior
desarrollo extrauterino, como ocurre con la distanasia abortista del
más noble proyecto de la naturaleza como es el alumbrar un nuevo ser humano,
cuando hay derecho a vivir por el solo hecho
de ser cualquier ser vivo un episodio de
Legislar
contra la vida no es sino una demencia, una enfermedad de progresía, una
usurpación de atributos que no nos corresponde regular en su radical
menesterosidad, como no se regula si admitimos o no admitimos la respiración o
la ingesta: podemos regular las condiciones óptimas para que la respiración y
la ingesta sean saludables a la vida, pero no podemos legislar prescindir de
ellas, al ser exigencias radicales de la ontogénesis de cualquier individuo
desde su más radical fundamento biológico primigenio.
No
podemos sino lamentar el rumor de los desheredados de la vida como son tantos y
tantos proyectos de vida cortados de raíz desde el mismo seno intrauterino en
distinto grado de maduración o desarrollo de su entidad biológica. No podemos
sino lamentar tantos miles e incluso millones de seres truncados en su más
indefenso proyecto vital en los países más desarrollados, donde, en contraste con el resto de los seres vivos, no existe para los
humanos el derecho a nacer, el cual, obviamente, sólo al nasciturus cabe
otorgar.
Lamentamos
que no se reconozca tal derecho para muchísimos proyectos de vida real humana
(diez millones de abortos en
Pero
volvamos a la cita de U. Eco- <…es una cuestión de sano empirismo, nos dice,
reconocer de común acuerdo las diferencias físicas> entre un embrión, un
feto y un recién nacido. Y luego, calculemos“,
-como si, permítaseme aducir, dependiera de nosotros el respirar, el comer, el
dormir, el jugar, el querer a los semejantes, el preguntar, etc., y alguien
pudiera privarnos de permanecer en el
ser, que es el hecho desencadenante de un derecho más radical aún que las cinco
necesidades fundamentales que propone Eco, haciéndose eco de los debieras del hombre ilustrado,
o.c.p.90. “Es una cuestión de cultura -nos ha dicho el mismo pensador, p.89-
que el Papa tenga razón cuando sostiene que los embriones ya son seres humanos
o que la tenga santo Tomás cuando afirma que los embriones no participarán en
la resurrección de la carne”. A lo que añado yo que la cultura, en cada momento
de su evolución, obliga, hoy también, al sentido
común ilustrado, del que hablaba K. Popper.
0. El cosmos del conocimiento.
En
primer lugar, tenemos una
cosmovisión o Weltanschauung
subsecuente al lenguaje humano, que es nuestro primer conocimiento de las
cosas. El infante durante los tres o cuatro primeros años de su existencia en
el seno de su entorno familiar entre congéneres o allegados hablantes madura
lingüísticamente y habla con la espontaneidad o naturalidad con la que se
desarrollan los distintos órganos, pues como decía Derek Bickerton, «no
aprendemos a hablar, sino que el lenguaje crece en nosotros, como las uñas».
El
proceso filogenético de todos los seres humanos -los que llama «humanes» Jesús
Mosterín, para referirse a los individuos de la especie humana sin distinción
de sexo- ha conseguido para los individuos de nuestra especie, que el caos, el desorden o, si se quiere, la
condición poliédrica de lo real, lejos de presentarse como un continuum agobiante o indescifrable e
indesmallable, se convierta para los hablantes de cualquier lengua en algo
jerarquizado, organizado, en un auténtico cosmos,
cuyas coordenadas o valores de jerarquía, de participación, de contrariedad,
contradicción y de parentesco no son más que palabras. Palabras que son las que
le sirven al hablante para encontrarse en su mundo, para reconocer su mundo,
para apropiarse, si se quiere, de su mundo, que no es otro que sus palabras.
Son
miles de horas –como nos hacen ver en Naître Humain, Jacques Mehler y
Emmanuel Dupoux, Odile Jacob, París, 2002, entre otros- las que el niño ha
empleado desde su gestación en su proceso ontogenético que, como es habitual,
madura a los tres o cuatro años. Durante ese largo e intenso aprendizaje de
autoafirmación o maduración humana el niño ha ido configurando su cosmovisión,
su mapeo de la realidad en forma de esquemas y procesos mentales, los frames de Ch. Fillmore, hasta el
momento en que surge la palabra, el eslabón que le incorpora auténticamente al
grupo humano, y se convierte en hablante, auténtico
animal político con voz propia en el parlamento de la vida social, la vida
humana en su sentido más entrañado y entrañable.
Pero
convendrán conmigo que nuestros ilustres representantes parlamentarios, en
ocasiones, se ajustan mal a este parlamento natural bona FIDE, que no tiene por qué saber de izquierdas ni de derechas,
en una flagrante simplificación de lo que el buen sentido ilustrado, en el
sentido de Karl Popper, demanda para el buen tono en los distintos debates, sin
dogmatismos de ningún tipo, donde el contrapeso o balanceo entre las distintas
opciones y perspectivas se pierde en encarnizados y nada fructíferos ataques
verbales al discrepante, sin el menor resquicio para la discrepancia y sin el
menor horror al vacío de la amputación o hemiplejia sociopolítica, de la que
con razón ya se quejaba Ortega y Gasset en su Rebelión de las Masas.
Muchos son los autores que podrían
servirnos de gran ayuda: Aristóteles, Platón, los Neoplatónicos, Lucrecio, San
Agustín, Santo Tomás, Guillermo Humboldt, Wittgenstein, don Miguel de Unamuno,
Ortega y Gasset, Xavier Zubiri, Noam Chomsky, etc. También pueden sernos de
utilidad los distintos textos que configuran el comportamiento básico de los
ciudadanos de los pueblos según se encuentran en las Constituciones de cada País. En ellos podemos sorprender el
conjunto sistematizado y ordenado de los
debieras a los que se dirige o debe dirigirse la faena utópica de cada
ciudadano. El ideario educativo
utópico de un pueblo aparece en los pueblos hispanoamericanos en forma tal que el hombre adquiera una visión o cosmovisión adecuada, en
función de la cual el ciudadano, haciendo gala de su libertad de hombre cabal,
ejercita su libertad en una suerte de improvisación,
que desde su radicalidad humana tiene que habérselas entre las tentativas que apuntan hacia el éxito, siguiendo el
diagnóstico y programa que de HOMO,
en su Aire nuestro, nos hizo Jorge
Guillén, sabio anticipo de los planteamientos de J. Monod en El azar y la necesidad o los de Karl
Popper, al hacernos ver que nuestro comportamiento cósmico se mueve en un
vaivén ineludible de ensayo y error, de la mano del sentido común ilustrado.
Y es,
justamente, ese sentido común ilustrado
el que nos va a preparar para organizar nuestro comportamiento con auténtica perspicacia, la que nos hará ser
atrevidos con causa y esforzados, previsores de un mundo siempre nuevo, y, en
cierto modo, siempre mejor. Los navegantes medievales y renacentistas se
pusieron al amparo de los apoyos estatales para llevar a cabo sus prácticas en
busca de hacer buenas sus previsiones, y así ensancharon, con sus errores y sus
aciertos, el horizonte terrestre, con el descubrimiento del Nuevo Mundo. El
profundizar en el universo microscópico ayudó, entre errores y aciertos, a dar
con la energía nuclear que ha servido de motor de gran parte de los proyectos
de
Habrá
un tiempo no muy lejano en que «El lenguaje dominante del mundo ya no será el
digital –con ser imprescindible, añadimos nosotros-, sino el código genético»,
como nos hace ver Juan Enríquez Cabot, el responsable del Life Science Project, de
Y no
es que la humanidad, en mi opinión, tenga que detener el reloj del progreso,
sino que tendrá que encaminarlo hacia otros derroteros, con una responsabilidad
y protagonismo nuevos, que generarán derechos, deberes y oportunidades
insospechadas en estos momentos. Pero es lo cierto que el homo sapiens, nunca satisfecho con el último hallazgo, siempre antesala
del subsecuente, siempre tendrá que habérselas con nuevas inquietudes; y,
entonces, más que nunca, habrá que huir del analfabetismo científico como de la
peste. “La educación en civismo, en historia, en democracia, pero también en
ciencia y en tecnología, da oportunidades, empleo, crecimiento,… Se ha vuelto
absolutamente esencial. La manera de que un país desaparezca es no educar a
la siguiente generación”, como con razón señalaba Juan Enríquez Cabot (EL MUNDO, 31 de marzo de 2007). Sólo
con educación se puede tener perspicacia
auténtica.
Sólo
con educación evitaremos reincidir en los errores pasados. Sólo con educación
nos evitaremos dar palos de ciego. Sólo con educación afrontaremos con
probabilidades de éxito los retos del futuro, que está ahí, que está tocando a
las puertas de nuestro mundo de hoy. Invertir en cultura, en fin, se está
convirtiendo en una inversión en seguridad; nos va el ser o no ser en ello. Las
armas con las que encontraremos el medio de salir airosos ante las inevitables
dificultades del futuro no se solucionarán con otras armas que con las
entendederas de cada cual. Por fin, el homo
sapiens necesita de la educación, de la cultura, como del aire para
respirar. Sin educación el homo sapiens
se degrada y desaparece. La tabla de salvación es la cultura con que podamos
enriquecer y fortalecer la tabula
genética, ciertamente no rasa, no monda o huera, pero necesitada de
la maduración cultural que no podemos alcanzar sin el esfuerzo de todos y de
cada uno de nosotros. Ese es el reto de las nuevas generaciones, entrar en el
reino del conocimiento, en el cosmos del conocimiento, o morir. De ahí el
interés de la educación, desde los órganos familiares hasta los estatales.
NADIE ES PRESCINDIBLE EN ESTE PROCESO QUE SE LE PLANTEA A
Podemos seguir con el enorme marco de
intereses reflexivos que me marca el título de esta intervención mía, con una
reflexión tomada del libro de Jesús Mosterín,
En
cualquier caso, el lenguaje permite articular y representar el pensamiento,
potenciando así la inteligencia y la capacidad de resolver problemas, por lo
que ha sido seleccionado en el curso de la evolución humana» Y, más adelante,
p. 205, añade: «El lenguaje como capacidad lingüística es parte de nuestra
naturaleza, está programado en el genoma e implementado en el cerebro y en el
aparato fonador. La lengua concreta que hablemos, con sus palabras y reglas
gramaticales peculiares, es un código cultural, transmitido culturalmente
mediante un proceso de aprendizaje social que depende de la impronta o
troquelado (imprinting), es decir,
del aprendizaje a una cierta edad crítica (de entre uno y tres años,
aproximadamente). Para aprender a hablar no hace falta ir a la escuela. Según
Chomsky, el lenguaje no se aprende, sino que es como la pubertad, algo a lo que
se accede naturalmente...».
Y es
lo cierto que hablamos espontáneamente a una cierta edad de nuestro desarrollo
como personas, y esa espontaneidad no la perdemos ni la debemos perder nunca,
como no podemos perder nunca nuestra capacidad de hacer preguntas sobre lo que
no sabemos, nuestra capacidad de asombro y expresión espontánea en las más
importantes situaciones de nuestra vida, donde se nos impone una respuesta de
nuestro ser humano en su integridad. Ahora bien, la frescura y espontaneidad de
nuestro pensamiento verbal o de la expresión de nuestro pensamiento sin
cortapisas serviles de ningún tipo no nos obliga a desinstalarnos de la
sociedad gracias a la cual ha madurado nuestro pensamiento verbal y se ha
beneficiado de sus conquistas en todos los ámbitos, donde la naturaleza, con
sus bondades, se nos ha culturizado, humanizado, en el yunque del tejido social
humano del que somos parte integrante. Y si bien el individuo hablante no debe
perder nunca su protagonismo, no puede comportarse verbalmente como un ente
selvático, desprovisto de norma alguna, en una suerte de vuelta a la barbarie
donde los otros no cuentan o incluso, con los términos de Les Mains Sales, de J. P. «l'Enfer, c'est les Autres», lo peor son
los otros.
Para
salir de esa suerte de rebarbarización, de la que se quejaba Ortega y Gasset,
tenemos que atenernos a los usos, donde todo sirve en función de esa convención
social, en una integración o reparto equitativo de la dialéctica polar entre la
naturaleza y la cultura, donde a medida de que la cultura sea mayor el respeto
por la naturaleza será mayor, y nunca la espontaneidad de la naturaleza puede
ser obstáculo para la buena relación social. Entre la ortodoxia y la heterodoxia
defendía Ortega la paradoxia, el
derecho a discrepar dentro de los límites de la cortesía verbal, que evite no
ya introducir el dardo en la palabra –como
reza el memorable título de las reflexiones de higiene lingüístico-gamatical
del que fuera Director de
Los
que hablan lenguas distintas no son bárbaros como se creía en el mundo
greco-romano, sino hablantes de su lengua como nosotros de la propia. Lo mismo
puede decirse de la cultura en general, la religión, etc. y sus practicantes
respecto de otros, que no son incultos, por practicar otras culturas, ni
paganos, por practicar otras religiones. En efecto, el ser humano está llamado
a ser hablante y, por lo mismo, a ser culto, religioso, etc.
Un
patrimonio tan general y versátil como la
lengua de cada ser humano dentro de su grupo social compartido necesariamente
tiene que ser cambiante, maleable y acomodaticio, como la piel al cuerpo, a las
exigencias contextuales en todo momento de la operación verbal
dialéctico-intersubjetiva, a los lomos del vaivén homeostático de la realidad
verbal, siempre la misma y siempre otra.
Fijémonos,
para nuestros propósitos actuales en las memorables reflexiones de Ortega,
“Pasado y futuro del hombre actual”, en el marco de las Rencontres Internationales de Genève, de 1951, en torno a la biografía o conducta del ser humano,
vol.6, p.784. Cito: “Porque la vida
humana es, en todo momento, una ecuación entre pasado y porvenir <…> El
futuro es siempre plural: consiste en lo que puede acaecer. Y pueden acaecer
muchas cosas, incluso contradictorias. De aquí la condición paradójica,
esencial a nuestra vida, de que el hombre no tenga otro medio de orientarse en
el futuro que hacerse cargo de lo que ha sido en el pasado, cuya figura es
inequívoca, fija e inmutable <…> es la navecilla en que se embarca hacia
el inquieto porvenir”.
Pues bien, tan sabia
reflexión orteguiana acomoda plenamente a la conducta humana por excelencia que
es el hablar. En efecto, podemos decir con todo derecho que el
hablar, todo hablar se cifra en una compleja ecuación entre el singular pasado
de la lengua y su imprevisible y múltiple porvenir. La condición
homeostática del hablante consiste en un vaivén entre el pasado del uso
colectivo que se ha dado de la lengua en la memoria del hablante y del que el
hablante es humilde rehén –para decirlo con palabras de Ortega en otro lugar-,
y el futuro imprevisible de los usos individuales que se abren al protagonismo
de todo hablante individual, nunca mero rehén, sino artífice responsable de lo
que dice y también de lo que, al decir, inevitablemente, selectiva y libremente,
calla, puesto que también con Ortega sabemos que “hablar es una ecuación entre
lo que se dice y lo que se calla”.
De ahí la justeza que podemos atribuir a las
recientes reflexiones de un gran semantista español actual, Ramón Trujillo, en Homenaje al Profesor Alvar –que, en el
década de los noventa del Siglo pasado, fuera también prestigioso y dinámico
Director de
Por
más propensiones intuitivas que impliquen nuestras palabras, por más memoria de
usos habidos o normas lingüísticas de uso de que dispongamos, es lo cierto que
la última palabra en torno al sentido
lo adquiere la palabra en su discurrir en un determinado contexto o cotexto
sintagmático. El hecho de que la lengua signifique hace que se deje la
puerta abierta al uso, a las normas de uso emanantes de los diversos hábitos
verbales convencionales, al cambio de esas normas de uso en función de los
diversos condicionantes socioculturales, de modo que se puede oír un rezo “pro
perfidis iudaeis”, mientras que se omite en generaciones ulteriores por
indecoroso, como se puede aplicar la palabra matrimonio a las parejas de hecho
más allá de sus condicionamientos sexuales, y en esto ni el Estado ni ningún
organismo ajeno a la lengua tiene nada que hacer, dado que la lengua no se
configura por decreto de ningún tipo, siendo en esto, como en todo lo lingüístico-verbal, el uso general el que decide, y,
consecuentemente, en el comportamiento verbal todo es posible, si uolet usus, como quería Horacio.
Mientras el uso no sancione una determinada convención, no podemos imponerla a
nadie, y, en consecuencia, no puede aparecer en el diccionario de usos de
lengua, aunque sí en el de las nomenclaturas o terminologías jurídico-sociales,
como es lógico.
Pero
detengámonos, para ir terminando, en las características que entraña nuestra
previsión de futuro y que a lomos del cosmos
del conocimiento hemos cifrado, en última instancia, en la
perspicacia.
Perspicacia es el arte de ver
bien más allá de lo que tenemos delante o, mejor, más allá de lo que se nos
pone delante, por muy prestigioso que sea el medio o por mucho poder que
ostente quien, con la mejor voluntad incluso, se propone mediatizarnos,
instrumentarnos, deshumanizarnos, en suma, limitar nuestra capacidad de
decisión inalienable, para lo que no necesitamos más impulso que el de nuestro
yo insobornable, el que se informa de todo y con todo se conforma, es decir, se
configura, pero que a todos y a todo tiene que dar siempre su voz, su nota, su
parecer, su opinión, que, como decía Aristóteles, en su siempre valioso tratado
Acerca del Alma, sólo está al servicio del hombre, frente a los animales, pues
es el hombre el que tiene opinión y es el hombre el que tiene el poder de
manifestarla y persuadir a los demás de sus bondades, porque es él el que tiene
la palabra, su palabra, tan válida como la de cualquiera, pero siempre suya.
Aristóteles en el Libro III, cap.3º,
20-25, del mencionado tratado nos dice que “la opinión puede ser verdadera o
falsa. Ahora bien, la opinión va siempre acompañada de convicción –no es, desde
luego, posible mantener una opinión si no se está convencido –y en ninguna
bestia se da convicción a pesar de que muchas de ellas posean imaginación.
Además, toda opinión implica convicción, la convicción implica haber sido
persuadido y la persuasión implica la palabra. Y si bien algunas bestias poseen
imaginación, sin embargo no poseen palabra”. La cosa está clara, y no se trata
de establecer erróneas analogías, si comparamos la llamada “opinión pública”
con una de esas alimañas que acechan al libertonato
ser humano, puesto que cabe preguntarse si existe y si existe quién la
ostenta o más bien la detenta. En el sentido radical aristotélico que aquí
comentamos no existe y no tiene fuente originaria, pero en sentido
carnavalístico o propagandístico, como nos comenta Eco en “Del juego al carnaval”, pp. 92-97, vaya si existe y lleva camino de
invadirnos y colonizarnos, como nos coloniza una epidemia, una gripe, contra
las que debemos estar avisados y tratar de recuperar nuestra salud, que, desde
su lamentable situación, felix culpa,
como hace ver el propio Eco, o.c., p.93, será robustecida, como robustecido fue
Adán por la serpiente, que le impidió seguir a la bartola eternamente y le
obligó a abandonar su estatus zangánico y así aprendió a inventar y a ganar
el pan con el sudor de su frente para seguir viviendo, para vivir mejor que
en el mismísimo Paraíso Terrenal, que no es otro que su propio mundo, gracias a
su esfuerzo e inventiva.
Tener perspicacia, ser perspicaces consiste en decidir por nosotros
mismos, ejercitar nuestro mejor criterio, discernir frente a lo que se nos
impone, propone, compone, dispone o insta al margen de nuestros compromisos
morales o humanos. Ser perspicaz es ver con nuestros propios ojos. Es saber ir
contra corriente, cuando lo más fácil, lo más ‘buena gente’ –tomando el
sintagma de una reciente y memorable columna EL MUNDO, 5 de abril de 2007, p.14, de una diputada socialista
en el Parlamento Europeo, Rosa Díez- sería dejarse llevar por el ambiente que
parece que nos arrastra y nos envuelve, como quien dice, incitándonos a mirar
para otro lado, a pasar como de puntillas para no despertar a la fiera que nos
acecha, como si ésta estuviera dormida y pudiéramos sorprenderla, más astutos
que ella, en algún momento de descuido.
Ser perspicaz es ir más allá de lo explicable, en busca de lo que nos
dicta nuestro Foro Interno, más noble, esencial e importante que otros foros
nobles, el Foro de nuestro Yo
Insobornable, donde anidan todas las causas nobles que se rebelan contra toda
barbarie, contra la sinrazón social y humana, contra el trágala, y apuesta por
el auténtico diálogo entre humanos responsables desde las mismas posiciones de
partida, donde nadie empuñe las armas y los otros hablen como si tal cosa. Ser
perspicaz nos exige y nos presupone a todos inermes, bípedos implumes con el
único tesoro de su humanidad, su palabra; con el único título de ser hombres,
protagonistas y amantes del diálogo, desde su propia condición
dialógico-intelectual desde su natural de inteligencias sentientes de que nos
hablaba Xavier Zubiri, en su memorable libro del mismo título; y sabedores de
que cualquier opción en democracia se defiende con el único instrumento viable,
la palabra, que entraña respeto
mutuo, equidad, equilibrio bona fide,
en pie de igualdad, sin trabas, cuotas o límites de ningún tipo.
Ser perspicaz es ir incluso más allá de lo que se nos propone o permite
por una ley coyuntural meramente formal, más allá de la cual está la ley moral
que a todos obliga, pese a que la actitud de partida no pueda ser otra que el
respeto a las leyes, incluso aquellas que entendemos que habría que modificar o
cambiar: es el juego democrático.
Ser perspicaz es, en suma, ser ciudadano con protagonismo propio, con
personalidad propia, más allá de cualquier superestructura adherente por muy
apoyada por los medios que se presente, y esto desde la exigencia política de
ciudadanos libres, con entendederas no lastradas por ninguna paraplejia o hemiplejia social, que es en lo que se
incurre cuando el pensar partidario se interpone entre el pensar libre,
solidario, y las exigencias de una
ideología o interés momentáneos o meramente partidarios.
Ser perspicaz es, fundamentalmente, ser fiel a la democracia, a
nuestras raíces sociales en cuanto ζώоν
πоλιτικόν,
como quería Aristóteles, y en contra de cualquier dictado explícito o
encubierto. Es ejercer el derecho de ser compatriota y cabal ciudadano libre de
Cuando en nuestro País el dueño de gran
parte de los medios de comunicación manifiesta sus temores ante sus accionistas
frente a quienes se manifiestan como ciudadanos en pro de la libertad y la
justicia como normas supremas de convivencia en sociedad para todos, de la mano
de L. Wittgenstein, en orden a la cautela frente a las trampas de determinados
usos verbales, el riguroso entendimiento del juego democrático nos lleva, como
de la mano, a las clarificadoras
palabras de U. Eco, en su A paso de
Cangrejo, ya citado, concretamente a su capítulo “Por quién tocan las
campanas. Llamamiento
Me voy a permitir la lectura de unas
líneas de Eco para que reflexionemos y valoremos todos, y, finalmente, acabaré
con las palabras con que Eco termina su reflexión.
Cito,
o.c.,p.135:«A nadie le gustaría despertarse una mañana y descubrir que todos
los periódicos, Il Corriere della Sera,
Esto
es lo que sucedería si se produjera una victoria del Polo que se denomina de
las Libertades. El mismo dueño sería propietario de tres cadenas de televisión
y controlaría políticamente las otras tres, y las seis mayores cadenas
nacionales de televisión que son más importantes, de cara a la formación de la
opinión pública, que todos los periódicos juntos. El mismo propietario tiene
ya, bajo su control, diarios y revistas importantes, pero ya se sabe lo que
ocurre en estos casos: otros periódicos se alinearían con el gobierno, ya sea
por tradición o porque sus propietarios considerarían útil para sus intereses
nombrar directores afines a la nueva mayoría. En resumen, tendríamos un régimen totalitario de hecho».
Hasta
aquí la reflexión de U. Eco.
Por
mi parte, no tengo sino que manifestar mi acuerdo pleno con el fondo de la reflexión
que nos propone Eco. La concentración de medios de comunicación en un solo
propietario puede favorecer la legítima ambición empresarial, pero, en mi
opinión y en consonancia con lo señalado por U. Eco, el derecho a la
“pluralidad de la información” estaría en serio peligro.
Y ya,
para terminar, sólo me cabe hacer mía la sugerencia de Eco al final del texto
ya aducido con las palabras
siguientes. Dice así, y termino:
«PORQUE “NINGÚN HOMBRE ES UNA ISLA… NO
PREGUNTÉIS NUNCA POR QUIÉN DOBLAN LAS CAMPANAS: DOBLAN POR TI”». POR MÍ, POR TODOS.
Y
NADA MÁS.
MUCHAS GRACIAS.
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