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VIVIR EN UN PUEBLO: EL “MANDAO”
Jose S. Carrasco Molina
(Cronista Oficial de Abarán)
Es verdad que la vida en el medio rural tiene sus
inconvenientes, que no se tienen a mano muchos servicios, posibilidades o
recursos que ofrece la ciudad, pero también tiene sus encantos, su lado
entrañable y humano.
La convivencia en los pueblos es más estrecha, más
cordial, más cercana que en el medio urbano, y las personas no somos números,
seres casi anónimos que no se conocen, sino que tenemos nombre e incluso apodos
que nos individualizan.
Y esa convivencia da lugar a muchos personajes,
situaciones, momentos e incluso expresiones curiosas y entrañables. Y una de
esas expresiones muy socorridas y abundantes en la vida de un pueblo es el “mandao”. Para hablar sobre este tema no hace falta recurrir
a ningún archivo ni legajo, sino que basta con salir a la calle un día en una
localidad cualquiera y forma parte, por tanto, de la crónica diaria de la vida
de los pueblos, donde, más de una vez oímos la siguiente conversación:
-
¿Dónde vas?
-
A un “mandao”.
El “mandao” es una
expresión plurivalente en la que no hay que escarbar, porque sería una
indiscreción. Nos valemos de ella cuando vamos a la tienda, a realizar
cualquier gestión burocrática, a hacer alguna visita o a mil cosas que con esa
expresión no descubrimos.
Pero ¿a qué obedece esta expresión? ¿Qué intención
hay detrás de ella? Está claro que en los pueblos todos nos conocemos y todos
sabemos la forma de vivir, el carácter, los virtudes y defectos de los demás.
Parece como si no hubiera vida privada. Por eso necesitamos, en algunas
ocasiones, tener pequeños secretos que los demás no pueden desvelar, un pequeño
dominio íntimo cerrado. Y a esa necesidad de intimidad, de “propiedad privada”
responde esta expresión. Es como un caparazón que, al menos por un momento, nos
cubre de la mirada de los demás.
Es por ello por lo que en la ciudad no existen los
“mandaos”, antes al contrario, uno está deseando encontrarse alguien conocido
para contarle sus idas y venidas.
Para terminar este artículo vaya una anécdota que
corrobora todo lo dicho:
Una vecina mía, ya fallecida, que tenía como apodo
“
-
¿Dónde vas,
Pequeña?
-
A un mandao, ¿y tú?
-
A otro mandao.
Quedaron las dos satisfechas de la “explícita”
respuesta de la otra y marcharon por calles diferentes. En aquella época (años
50) eran bastante frecuentes en nuestros teatros los espectáculos de “varietés” y
-
Pequeña, ¡vaya
un mandao que ibas, vaya un mandao!
Era la voz de
Significativa anécdota más ilustrativa que
cualquier erudita explicación.
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