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EL DUENDE
Miguel Ángel
Caviedes
Mi amigo el duende siempre estuvo
convencido de que la solución estaba en salir de este maldito país:
-
El
nuestro es un país de locos, viejo, la desgracia se descuelga de las miradas y
el miedo se nos resbala del cuerpo cuando alguien camina unos pasos detrás de
nosotros...Este país ya no es nuestro, no nos pertenece porque simplemente
nunca nos ha pertenecido, nacimos aquí por accidente, somos como un globo que
se desinfla poco a poco, como una fruta que se pudre lentamente hasta que los
gusanos dejan una mancha negra y las moscas ya no se posan para chupar; nos
están sacando la sangre y la pérdida nos esta dejando pálidos y débiles.
Mi amigo el
duende nunca llegó a conocer a su padre. Su mamá antes de desaparecer le contó
que era francés u holandés; ni ella misma lo recordaba, ella misma no lo quería
recordar. Alguna vez, por casualidad, encontró en medio de las páginas de
Cuando había algo de dinero nos
encontrábamos en los mismos sitios para hablar del mundo, de mujeres, de
proyectos, y después de muchas botellas de cerveza, el duende se levantaba para
sacar del bolsillo de atrás de sus eternos pantalones apretados, la foto que
hacía que sus ojos se volvieran rojos. Siempre me decía lo mismo:
-
-Viejo,
mi papá debe estar al otro lado del mudo, allá en esas tierras ancianas en
donde nació, en donde la historia les ha enseñado que el país grande se come al
chico, como los peces, ¿sabes lo que quiero decir? Que el mundo está hecho para
dos tipos de países, no ricos ni pobres, no, esos son términos ambiguos, es
como hablar de primer mundo y tercer mundo o desarrollo y subdesarrollo o norte
y sur, digamos que son eufemismos para esconder los términos explotadores y explotados,
y de paso librarse del karma de la esclavitud, y que sus pueblos no se enteren
de lo que sus gobiernos hacen; esconder palabras vergonzosas como genocidio,
holocausto o esclavitud no significa que hayan dejado de existir, ¿entiendes? Y
nosotros corrimos con la mala suerte de nacer entre los explotados, entre los
serviles, entre los de la identidad confusa, y cambiarlo no es posible mientras
los vampiros sigan absorbiéndonos, corrompiéndonos...imposible viejito...
El duende hacía
un silencio suspensivo mientras sus ojos se perdían en el interior de sus
reflexiones y sus nostalgias: - Mi madre se dio cuenta de eso y por eso desapareció,
seguramente buscando las ilusiones que aquí se le desvanecían, como cuando
tienes sed y del grifo solo salen gotas; allá debe estar mi madre, en Francia o
en Holanda o en cualquier parte de Europa buscando sueños, sin resignarse a su
suerte, o tal vez buscando a mi padre...
Yo le entregaba la foto y sabíamos que era el momento de
entregarnos a algún placer banal para olvidar, para alejar por un momento los
pensamientos que atormentaban, las ideas que hacían de nuestros rostros un
híbrido que solo nosotros reconocíamos... y a veces desconocíamos.
Mi amigo el duende era filósofo, tuvo
el privilegio de estudiar en la universidad. Allí, cuando yo salía de clase, lo
veía trepado en los árboles cogiendo mangos para almorzar y tal vez para comer
en la noche. En ocasiones nos sentábamos a la orilla del lago del alma máter a
fumarnos un cigarrillo de esos que dan risa y luego caminábamos un par de horas
por la ciudad hasta llegar a donde vivía solo. El duende vivía en una iglesia
pequeña de una religión con un nombre inmensamente largo y que ahora, por más
que lo intento, no logro recordar. Detrás del altar del predicador había una
habitación diminuta en donde solo cabía una cama pequeña y alta debajo de la
cual había un baúl antiguo en donde guardaba su ropa, y las paredes estaban
colmadas con estanterías que el mismo habría colocado con tablas de madera
viejas y desiguales en donde reposaba todo su patrimonio literario y musical.
Tenía miedo de esa habitación. Siempre que venía a verlo yo no dejaba de pensar
en que si una sola de esas tablas cediera moriríamos sepultados por las
toneladas de conocimientos que reposaban a unos centímetros de nuestras
cabezas. Aun no me explico cómo pudo vivir allí con su madre durante tanto
tiempo. Cuando ella desapareció, él cubrió el techo de su espacio con afiches y
póster de figuras demoníacas y ocultistas y se pasaba horas y días sin moverse
de su cama leyendo y escuchando música tenebrosa, sin salir a ver la luz del
sol, sin saber si era de día o de noche, sin siquiera ir a orinar, pues había
colocado detrás de su puerta una de las ollas del cura que le servia de orinal.
Sobre todo en los atardeceres, cuando
el jueves empezaba a ser devorado por el viernes, me embargaba la necesidad de
buscarlo para charlar sobre el mundo. Llegaba a la entrada de la iglesia en
donde estaba la multitud de feligreses escuchando los sermones del predicador,
me confundía entre ellos, entre sus cantos y oraciones mientras avanzaba
abriéndome paso hacia el altar. Una vez allí, observaba que todos quienes se
encontraban en el sitio estaban en un trance, desconectados, y que ni siquiera
se daban cuenta de que yo atravesaba el altar para encontrarme con el duende
tendido en su lecho con una pila de libros en su cama y la música estridente
que se armonizaba con los sonidos de la iglesia. - Me voy viejo - Para donde -
Para otro país - Nos vamos juntos - No, yo me voy muy pronto, en el otro mundo
nos encontramos.
El duende se había cansado de
trabajar, no quería saber nada de construcción, ni de minas, ni de obreros, ni
de jefes, ni de nada. Había empezado a trabajar rompiendo piedra para las
construcciones cuando tenía 8 años y siguió haciendo todo tipo de trabajo de
bestias hasta que decidió que quería estudiar filosofía, un año después de que
despertó y se dio cuenta de que su madre se había evaporado sin dejar rastros o
pistas. Desde luego que tenía toda la mirada y la voz pausada de los filósofos,
sin duda que sus ojos le permitían ver mas allá -No es con los ojos con los que
observo, no es con los ojos con los que deberíamos observar- me repetía cuando
me decía entre risas que lo mas creíble de los periódicos eran los mensajes
clasificados y de la televisión la meteorología, "el resto es humor negro
de la mayor calidad".
Sin embargo sus manos no eran de pensador, gruesas y de
piel almidonada, y su espalda ancha desentonaba con la fineza de sus
pensamientos, por lo menos dentro de las ideas preconcebidas que tengo de los
filósofos, aunque alguna vez escuché que Platón recibió ese nombre por las
características de su dorso.
El duende vivía en ese pequeño espacio
sin pagar, con la condición de limpiar la iglesia después de cada ceremonia y
dejarla impecable antes de que esta iniciara. Nunca tuvo una moneda en su
bolsillo. Caminaba dos horas para llegar a la universidad y luego otras dos
para regresar a su refugio, comía los frutos que nos proporcionaban los árboles
del campus y en algunas ocasiones el pastor de la iglesia le invitaba a comer.
Alguna noche de viernes me confesaría, mientras nos tomábamos el vino de
consagrar en el altar de la iglesia, de donde sacaba el dinero para pagar sus
estudios; al terminar las ceremonias, el pastor salía a la puerta del templo
para despedir a todos sus fieles estrechándoles la mano y con unas palabras
diferentes a las de los rituales católicos tradicionales. En esa fracción de
tiempo el duende tomaba estrictamente cinco billetes sin observar su nominación
hasta que completaba el dinero justo para matricularse, ni uno más, ni uno
menos. Yo no lo veía como un robo, más bien como una causa noble, y él lo
justificaba como una comisión por cuidar del lugar santo (y de todas las
antigüedades que allí reposaban) a cada noche de quienes no tenían otra forma
diferente de buscarse la vida sino robando; ya en varias ocasiones había tenido
que enfrentarse a ellos. El duende me decía que le daba tristeza tener que
golpearlos brutalmente, pero que era la única manera de hacerlos reaccionar,
tenía que tomarlos por sorpresa -Factor sorpresa, mi hermano, es lo único que
un ladrón callejero no se espera, además es la mejor manera de quitarles la
pistola o el cuchillo. Si no lo haces pues...
Nunca, en tantos años viviendo en la
iglesia habían podido llevarse algo de allí, nunca en tantos años habían
intentado robar al duende entre las calles de aquel barrio polvoriento y
olvidado.
Recuerdo mucho uno de esos viernes, quizás el último en
que lo vi feliz, tan feliz, bailando como quien descubre por primera vez la
música, como quien se olvida de que está rodeado de gente; cantaba y gritaba
sin conocer las canciones pero sin duda el sonido que producía le era
agradable. La gente no dejaba de mirar. Había cierta burla envidiosa en sus
ojos, estoy seguro de que ninguno de quienes nos cruzamos esa noche era o había
sido, por lo menos un instante, más feliz que él. Cuando el vino se acababa
nuestros comportamientos ya no eran evidentemente los mismos. Sin dinero
regresábamos caminando y desafiando las horas de los bajos instintos,
preguntándonos con resignación si aquella noche sería nuestro signo. -El
destino nos quiere vivos. Me decía al girar por segunda vez la llave y abrir la
puerta del templo mientras yo no dejaba de mirar atrás. -Hogar dulce
hogar. Y
se colocaba en el lugar del pastor mientras yo me sentaba en el
confesionario preparándome para su sermón.
-
-Hermanos,
estáis aquí reunidos porque hoy os será desvelada la realidad, hoy el mundo
será visto con otros ojos, con los ojos que atraviesan la farsa y el sistema,
con los ojos que pueden ver más allá de las máscaras y los disfraces que nuestros
queridos gobiernos, tanto de los países mal llamados pobres como de los mal
llamados ricos, han colocado al mundo; hoy dejaremos de ser serviles, hoy
convirtámonos en las ovejas negras del sistema; hoy, hijos míos, apagad
vuestros sentidos para no contaminaros del imperio de los medios, la
herramienta de los explotadores, el maquillaje de
Lo miré desde el
confesionario y él con los brazos en alto, el vino de consagrar en una de sus
manos chorreando por su cuerpo y una ligera sonrisa, esperaba mi reacción.
Levantó una ceja y asintió con la cabeza. Supe que su viaje era inminente. Le
di la mitad de mi primer salario como profesor.
-
-
Me abro, viejito, nos vemos en el otro mundo...
-
-
¿A dónde te vas?, ¿cuándo es el viaje?
-
-
El viaje, bonito nombre, el viaje, me haces pensar en Baudelaire, ya te darás
cuenta, solo tengo que dejar arreglados unos asuntos en este mundo.
El duende nunca
había abordado un avión, jamás había ido mas allá de las fronteras de la
capital, sin embargo su sueño era volar. Tal vez por eso se desconectaba cuando
pasaba algún pájaro metálico retumbando por los cielos de la ciudad, tal vez se
pensaba en uno de esos asientos observando por la ventana que pequeñas eran las
cosas desde lo alto, tal vez creyendo que uno de esos aviones le regresaría a
su madre o a su padre.
En el mes de agosto, cuando los
vientos soplaban más fuerte y refrescaban las brasas de nuestra ciudad,
salíamos en búsqueda de uno de los pocos parques que quedaban, de una zona en
donde la pata de la civilización no hubiera pisado, una zona que el concreto
aun no hubiese devorado, un lugar en donde pudiéramos volar su cometa. Era como
alejarse del presente, como regresar a la infancia pero sin traumas familiares,
como evadirse del futuro. Nos sentábamos sobre la hierba a tomar cerveza cuando
la cometa alcanzaba un punto estable, cuando ya no teníamos más pita que soltar
y solo se divisaba un signo diminuto de exclamación en el horizonte. Y entonces
el silencio. El duende no dejaba de observar su juguete en el firmamento,
envidiándole, encandilándose con el sol al fondo.
-
-Estoy en España. Estoy comiendo mierda y, aunque hablo
español, pedir una servesa y luego desir
grasias es ya el reconosimiento de lo extraño, lo diferente… Otro día te
escribo cuando tenga más dinero para alquilar un computador al menos 15
minutos…
Fueron sus
primeras palabras algunos meses después de que su sueño de volar se hiciera
realidad. Yo estaba convencido de que la tecnología informática nos permitiría
permanecer en contacto continuo enviándonos cartas casi a diario, fotos de
aquel país tan lejano y tan próximo a la vez, charlando sin hablar, moviendo
los dedos en vez de los labios, viendo
a...p...a...r...e...c...e...r...p...o...c...o...a...p...o...c...o...s...u...s...i...d...e...a...s...e...n...l...a...p...a...n...t...a...l...l...a..., imaginándome su voz y las figuras que hacía
con su rostro al hablar, esperando escuchar, o mejor leer, sus historias desde
donde se encontraba.
No fue así. El duende padecía de lo
que podríamos llamar terror informático, le angustiaba tener que sentarse en frente
de un computador y padecía con los trabajos que tenía que entregar en la
universidad (yo tuve suerte de que mi sobrinito más pequeño me enseñara las
bases de aquel mundo que también me era hostil). Pocas veces supe de él durante
su viaje. Me tenía que limitar a esperar una carta o una llamada de su parte,
pues aquí era yo el único que sabía o podía saber que sucedía con su vida.
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