REVISTA ELECTRÓNICA DE ESTUDIOS FILOLÓGICOS


 

PALALI

Un cuento de

Edmundo Farolan Romero

 

 

 

 

 

Ronda, 1883

Afuera se oía la lenta galopa de caballos, tirando de calesas, entremezcladas con una guitarra dándose al ritmo flamenco. Bailaba una gitana con su compañero mientras la gente alrededor gritaba "olé", tirando monedas en el suelo.  Las jóvenes señoritas con sus velos blancos y vestidos vibrando de colores andaluces -rosas, violetas, rojas- brillaban en el sol cálido de primavera. Salían de la catedral acompañadas por sus madres y tías en velos y vestidos negros. Iban hacia el parque central vía la calle Santa María, después cruzando el viejo puente de Ronda.  Desde el puente se veía el tajo donde los pájaros volaban encima del río Tajo.

 

El joven teniente Francisco de Paula caminaba solo en pleno uniforme hacia su casa en la calle Ríos Rosas. Tenía la facha de un aristócrata de las provincias -orgulloso, su cuerpo recto, con una energía juvenil-. Mostraba en el fruncir de sus cejas algo que le perturbaba.  Pero no tenía ningún remordimiento de lo que ocurrió hace una semana. Tuvo un argumento con su capitán, sobre su novia Encarnación a quien su rival se enamoraba, y resulto feo después. Le insultó y dos días después, el comandante le llamó para decirle que la vida militar no correspondía bien con su temperamento y el joven allí mismo en frente del comandante tendió su resignación. ¡Qué más da! La juventud, el temperamento impulsivo de un andaluz aristócrata que no le importaba ni un pepino a estos idiotas militares. Le habló a la condesa su mamá de esto y le dijo que quería marcharse de España para olvidar de esta desgracia, este feo acontecimiento, y pues la buena madre le consolaba a su hijo mayor y le dijo que le iba a escribir a su hermano Miguel en Filipinas a ver si le consiguiera algún trabajo allá. 

 


Estos pensamientos cruzaban la mente del joven ex-teniente mientras caminaba deprisa hacia su hogar.

 

Su hermana menor, Adela, quien estaba sentada al lado de la ventana de la sala mirando a la gente divirtiéndose le vio a su hermano mayor andando en la calle. Corrió hacia la puerta para saludarle a su hermano mayor y abrazarle. 

-Hola, Paco.

-Hola Adela. Le besó a su hermanita en la mejilla y se sentó al lado de ella por la ventana. 

La sala tenía la sensación de un castillo medieval. En la pared un gigantesco retrato de su padre, el Conde de Paula, muerto muy joven en un accidente de caballería cuando Francisco solo tenía diez años. Un candelabro se colgaba en medio de la sala, y cuando se hablaba, se oían ecos alrededor de todos los pasillos.

-Filipinas, pero ¿qué vas a hacer allá?  Adela le preguntó en su voz chiquita, débil, femenina. Se sentía triste porque su hermano se iba a marchar.

-No sé. Un exilio, más bien un auto-exilio. El caso fue grave.  El cabrón casi se forzaba sus intenciones a Encarnación. Lo conté a mamá.  Primero no estaba de acuerdo pero después de hablar de las consecuencias si me quedara aquí, me dio su bendición para marcharme.

-Pero ¿qué piensas hacer allí?

-No sé todavía. Probablemente trabajar con tío Miguel. Para decirte la verdad, no sé qué va a pasar. Dios sólo sabe.

 

 Málaga, 1884

En treinta minutos, el expreso para Barcelona estaba para salir. Toda la familia se reunía en la estación de ferrocarril para despedirse de Paco -su madre, la Condesa de Paula, sus hermanos menores Abelardo y Diego, y sus hermanas María, Antonia, Luisa, Pepa y la menor, Adela. Estaba a punto de embarcar el expreso para Barcelona y de allí, tomar el barco para Las Islas Filipinas. La hermana favorita, Adela, estuvo en lágrimas.

-Te echaré de menos.

-No te preocupes. Volveré en dos años. Pasará pronto el tiempo. Te voy a traer una de esas graciosas mantillas de Manila. - Le abrazó a su hermanita.

Sus hermanos Diego y Abelardo le abrazaron y le despidieron. 

-Buena suerte, Paco.

 

Sus hermanas le besaron y les dijo: - Nos veremos pronto, muy pronto, os aseguro.

 

Su querida madre, con una triste sonrisa en su cara, beso a su hijo.  Sintió su cálido beso en su mejilla.  Le abrazo.  No sabía el joven Paco que esta iba a ser la última vez que le besaba su madre.

 

--Ten cuidao, hijo, ¡y váyate con Dios!

--Gracias mamá.  Nos veremos seguro en dos años.

 

El viaje a Barcelona fue nostálgico. Paco miraba afuera, desde su asiento en el tren, a las flores de los naranjales sonriendo al sol cálido de Andalucía. Se acordó de su niñez en la hacienda de Ronda. Su pequeño caballo Rocinante, su burro Sancho Panza que le fastidiaba siempre porque tenía un genio...la dulce fragancia de la miel que las abejas cosechaban de los naranjales, y en otoño, recogía las dulces y verdes naranjas de los árboles, su mamá haciendo mermelada de las cáscaras secas, y él, tomando su café con la dulce crema de la leche de las cabras, pan tostado y la mermelada.

 

Ya era el verano de 1884. Las colonias de Latinoamérica y Filipinas estaban intranquilas; muchas colonias en Hispanoamérica ya han obtenido la independencia después de luchar en sangrientas revoluciones. Muy pocas se quedaron bajo el dominio español.  Las Islas Filipinas, Puerto Rico y Cuba eran unas de las pocas.  Pero ya se notaba la intranquilidad política en Filipinas; el pueblo filipino clamaba por su independencia. Los frailes con sus abusos daban a España una mala reputación. Los frailes españoles abusaron de sus poderes eclesiásticos, aprovechando, por medio de sus terrenos, el control de la política y economía filipina, todo en nombre de la cristiandad. Los ilustrados filipinos empezaron su propaganda contra los frailes, y consecuentemente, contra España. Este movimiento intelectual resultó después en la revolución filipina contra España que estalló en 1896 poco después de la muerte del héroe nacional, José Rizal.

 

Francisco de Paula iba a un país en tumulto; un país donde la mayoría del pueblo eran anti-españoles. A la vez que España perdía poco a poco sus colonias, un nuevo poder económico y político surgía, los Estados Unidos de América. Este nuevo imperio dominará el mundo muy pronto, pensaba el joven de Paula.

 

-Es el destino, pensó el joven. Muchas veces se sentaba en el último banco de la iglesia y en vez de contemplar en el sermón del párroco de Ronda, rezaba directamente al crucifijo encima del altar y susurraba ‘Tu voluntad no la mía’.  Encontraba difícil creer que era necesario confesar los pecados a un cura, como lo creían todos, que el cura servía como sicólogo-confesor. Le era difícil creer en el sacramento de la penitencia. Para él, la confesión era un tipo de chismes, un instrumento de manipulación de los curas.  De esta manera fue un tipo de rebelde, un verdadero "protestante" que no creía necesario pedir perdón por sus pecados por medio de un intermediario, o sea, el cura en un confesionario. Para él, era más natural, más puro comunicar directamente al Todopoderoso.

 

-Destino, pensó otra vez. Estaba en camino a una de las colonias. Una sensación de esperanza surgió dentro de su alma.

 

 

Morong, 1891

 

El joven Francisco de Paula puso su cédula en su bolso y estaba en camino a verle a su tío Miguel, el gobernador de la provincia de Morong, que previamente recibió una carta de su hermana en Ronda de la llegada de Francisco, pidiendo si le pudiera ayudar a encontrar trabajo en Filipinas.  El gobernador le había vuelto a escribir a su hermana para decir que no había ningún problema, diciendo que si quería trabajar en Morong con él, no era ninguna inconveniencia. Francisco terminó sus estudios con el título de Ingeniero de la Escuela Militar de Zaragoza y le necesitaba como ingeniero en Morong. Tenían que construir una carretera desde Manila a Morong, además de otras construcciones en los pueblos alrededor de la Bahía Laguna.

 

-Claro, tío, si me necesitas aquí, estoy dispuesto a trabajar contigo.

 

Y así fue. Estuvo siete años trabajando como ingeniero con su tío en Morong, y fueron años fructíferos en su carrera.  Una tarde, su tío le llamó a su oficina.

 

-Buenos días, tío.

 

-Hola sobrino.  ¿Cómo te va? Siéntate, siéntate. ¿Qué tal la familia?

 

-Pues todo anda bien, gracias a Dios. Mamá, siempre nostálgica en sus cartas, quejándose de mi hermanita Adela, a pesar de tantos pretendientes, no se ha decidido con quien casarse. Mi hermano Abelardo fue designado a Madrid. Mamá escribe que hay una gran posibilidad que le hagan el nuevo comandante de la escuela militar en Zaragoza.

 

 -Bien, bien.  Me alegro de que todo ande bien. Pues, te llamé porque me marcho para España. Después de diez años aquí, fui recomendado al Rey para el puesto de Gobernador de la Provincia de Málaga. El Rey le llamó al gobernador para ser uno de sus consejeros

-Me alegro, tío.  ¡Enhorabuena!

 

-Muchas gracias.  Ahora bien. ¿Quieres seguir conmigo?  O si quieres quedarte más tiempo en Morong. Eres un buen trabajador.

 

-Prefiero quedarme más tiempo en las Islas, tío Miguel. Me gusta Filipinas y me acostumbré a vivir aquí. Son buena gente los filipinos. Claro que echo mucho de menos a mamá y mi familia, pero quizá me gustaría quedarme dos años más, y después, veremos.

 

-¿Quieres seguir trabajando aquí en Morong?

 

-No creo, tío. Ahora que te vas, me gustaría trasladarme. Quizás al norte. Visité esa parte el año pasao y me gusto el terreno mucho. Se parece mucho a Ronda. Las montañas, el mar en La Unión. La carretera de San Fernando a Baguio se parece mucho a la carretera de Málaga a Ronda, con sus curvas. ¿Has visitado esa parte del norte?

 

-Sí, sí,  hace unos años, estuve por ahí. Sé lo que dices. Muy parecido a Andalucía.

 

-¿Crees que puedes conseguirme algún trabajo por ahí?

 

-Puedo hablar con el Director de La Tabacalera en Manila cuando vaya a verle al Gobernador General en Malacañang la semana que viene. Ven conmigo si quieres.

 

-Por supuesto, tío. Gracias.  Lo aprecio mucho. Hasta luego. ¡Adiós!

 

-Adiós, Francisco.  Nos vemos.  Hasta ahora.

 

Un mes después, Francisco de Paula estaba en el tren camino hacia San Fernando, La Unión. Fue designado Director de Tabacalera en la provincia de La Unión.  Cuando embarcó el tren, tenía alguna premonición de que el Destino tenía algún plan para él… algo que cambiará el camino de su vida.

 

No sabía, en aquel momento, cuando se sentó en aquel tren en Tutubán para La Unión, que esta era su destinación final. No sabía, en aquel momento, sentado en aquel tren, que iba a vivir en aquella parte de Filipinas el resto de su vida, crear raíces. Raíces que nunca jamás había imaginado… las raíces de su vida. Nunca había pensado que allí, se casaría, tendría casi una docena de hijos, y moriría en aquella provincia montañosa que con mucho cariño amaba como amaba a su propia familia. Palali. Baguio. Reminiscencias de las colinas y el Tajo de Ronda.

 

Sentado en aquel tren, se acordaba de su viaje desde Málaga a Barcelona hace más de siete años… los pueblos, la costa… cuánta España veía en esta parte de las islas… cuánta Andalucía… mar, montañas, colinas. Se acordó en particular las Colinas de Palali cuando tomó por primera vez un viaje desde San Fernando a Baguio el año pasado cuando se fue de vacaciones. Se enamoró instantáneamente con las Colinas rojas de Palali igual que las Colinas rojas de Ronda, y el camino “zigzag” a la ciudad de pinos, Baguio, igual que el camino de curvas a su pueblo natal. Tenía el presentimiento de que esto iba a ser su nuevo hogar.

 

 

                                                    

Bangar, 1894-1899

         

 

          Los años 1894-1899 fueron los mejores años en la vida de Francisco de Paula. Su carrera como Director de la Tabacalera de la provincia de La Unión floreció. Se enamoró de una ilocana, Adela, la hija de Graciano Aguinaldo Vives, el gobernadorcillo de Bangar, y se casaron. En cinco años, tuvieron tres hijos: Antonia, la mayor, nacida en 1894, un año después de las bodas; Abelardo en 1896, el mismo año de la muerte del héroe nacional, Jose Rizal; y la tercera, María en 1898, nacida en el mismo año de la Independencia Filipina.

La historia filipina en estos años fue una de turbulencia; pasaba lo mismo en el mundo hispánico, porque los Estados Unidos abarcaban hacia su dominio y control mundial. Sus relaciones con España se empeoraron, y en diciembre de 1898, España y los Estados Unidos firmaron el infamoso Tratado de París donde España vendió sus ultimas tres colonias, Cuba, Puerto Rico y Filipinas, a los Estados Unidos por $20,000,000.

La turbulencia alrededor del mundo hispánico no afectaba el mundo doméstico de Paco de Paula.  El seguía su vida normal en la Tabacalera en Bangar mientras el generalísimo Emilio Aguinaldo, primo hermano de su esposa Adela, luchaba contra los españoles primero, y después, contra los norteamericanos.

Cuando llegó el Generalísimo a visitarle a su prima hermana en Bangar, y para recoger comida para sus tropas, conoció por primera vez a Paco. Paco, aunque era español, respetaba a este gran hombre, que estaba ya en camino a las montañas, perseguido por los norteamericanos.
-Los norteamericanos nos traicionaron, les comentaba a Paco y Adela. -Nos prometieron la independencia, y ahora, quieren arrebatarlo de los filipinos.
Su estancia en el pueblo de Namacpacan fue muy breve porque los norteamericanos ya se acercaban. Diez años después de este breve encuentro, Paco y Aguinaldo se reunieron otra vez durante el cumpleaños de Adela en Baguio.

 

 
Ronda, 1902

Paco seguía recibiendo cartas de su madre y su hermana Adela casi todos los meses y el siempre contestaba inmediatamente. Tenía la costumbre de cerrar la carta con una lacre roja y sellarlo con el anillo que llevaba el escudo de la familia.

Este mes su hermana le escribió para contarle malas noticias. Su madre estaba muy enferma. Su salud se deterioraba. Desde su primer infarto hace 10 años, su salud no andaba bien. Esta vez era algo grave, escribía Adela, un ataque que por poco le mata.

-Vente en seguida.  Mamá está muy enferma -decía en su carta.

Paco muy angustiado, le llamó a su esposa.

-Adela, tengo que ir a España.  Mamá esta muy enferma. ¿Quieres seguir conmigo?

-Y ¿quién cuidará a los chiquillos?

-¿Puedes hablar con tu madre?

-Bueno. Hablaré con ella.

Ese mismo día, se prepararon para ir a Manila y coger el primer barco para España.  Llegaron a Ronda en marzo, un día cálido en marzo. Pero era demasiado tarde. ¡Su madre murió tres días antes!  El entierro era para el día siguiente.

Paco recitó el elogio. Voz triste, agrietada. Primero, dio gracias a la gente en nombre de sus hermanos y tíos por haber asistido en el funeral. Después expresaba su tristeza de no haber llegado a tiempo y haberla visto a su madre viva. Paró un rato. No podía seguir con su discurso.  Las lágrimas caían de sus ojos. Oía sollozos de sus hermanos. Continuó:

-Me duele mucho la muerte de mamá; siento verdadero remordimiento por no haber venido más temprano, sabiendo que ya estaba enferma hace años. Mi trabajo, mi familia me lo impidió, pero -paró otra vez para secar sus lágrimas- No, no quiero dar excusas.  Me siento culpable, muy culpable.

Miró la cara serena de su madre.  Empezó a sollozar.

-Madre, perdóname.

Sus lágrimas caían de sus ojos como dos ríos. No podía continuar con el elogio. Su esposa Adela le ayudo a su asiento. El padre, en medio de los sollozos dentro de la iglesia, terminó el réquiem.

Fue un día muy cálido durante aquel entierro en el cementerio de Ronda. El calor seco de Ronda.  La familia y unos amigos asistían al entierro. Paco y las dos Adelas se ubicaban al lado del reverendo padre quien recitaba las últimas palabras del réquiem: Salmo 23.

Paco y Adela se quedaron una semana más antes de regresar a Filipinas. Conoció por primera vez a los cuñados Izquierdo y Corrales casados con sus hermanas Luisa y Concha. Abelardo estaba con su mujer Teresa. Abelardo seguía en el militar y ya era un coronel. Adela la menor a pesar de sus muchos pretendientes decidió quedarse soltera.

-Pues, hermanita,  ¡cómo corre el tiempo!  Y tú, ¿sin marido todavía?

-Alguien tenía que estar con mamá. Todos se marcharon, o se casaron. Me quedé sola con ella para cuidarla.

-Has hecho bien, Adela. Mamá, en los cielos, con certeza te va ayudar el resto de vida.

Y resulta que así pasó. Su madre, antes de morir, dejó la mitad de todas sus posesiones, incluso la casa en Ronda, a su hija Adela. A Paco le dejó una pequeña herencia que utilizó más tarde para construir la casa solariega en Baguio.

Antes de marcharse de Ronda, Paco acompañó a su mujer a la finca de los de Paula para recordar sus días de niño.

-Mi feliz niñez -le dijo a Adela. –Aquí yo mismo recogía limones y naranjas y mamá me preparaba jugos y mermeladas. Mira los oliveros.  Me acuerdo de esas aceitunas negras que los inquilinos preparaban, y su aceite puro de olivo que se usaba para el bacalao durante la semana santa.

Pensó en su madre otra vez.--La muerte inevitable… nacer, vivir, morir. Todo parte del ciclo humano. Todo parte del plan divino.

El día siguiente, se marcharon para Filipinas.

 


BANGAR, 1903-1905

          Paco volvió a Filipinas, su alma completamente destrozada. Sentía un dolor mezclado con una confusa angustia; sus sentimientos de culpabilidad le inundaban, y empezó a beber fuerte para matar el dolor y la vaciedad que sentía. Siempre estaba de mal humor. A veces, permanecía en un estado melancólico días tras días sin hablar con nadie; luego, en sus sueños, lloraba en sollozos como un niño castigado. Con frecuencia se despertaba de pesadillas gritando y llorando "¿Por qué?" Paco ya no era el andaluz alegre que Adela conoció hace casi diez años.

          En sus momentos de borrachera, gritaba a los criados -Puñetera la madamdama!; perdía la paciencia por poca cosa. Su mal genio le hacía gritar con frecuencia al chofer, al cocinero, por cada poca cosa -que no se ha cocinado bien la carne, que no manejaba con cautela el chofer, etcétera-. Adela hablaba con los criados después para explicar que el señor estaba de mal genio por la muerte de su madre, y que por favor tengan mucha paciencia con él, etcétera. Los criados comprendieron y asintieron con un wen, siñora.

          La muerte de su madre le causó un terrible golpe psicológico a Paco. En sus momentos nostálgicos, con lágrimas en sus ojos, se ponía a recordar sus días de niño con su querida madre en Ronda, los paseos con ella y la familia en las playas de Málaga, las procesiones durante la Semana Santa, caminando juntos con velas en sus manos, cantando la Salve Regina.

          Después de un mes, Paco decidió volver a su trabajo. Trabajaba más que nunca para distraerse. Se daba cuenta de la miseria que seguía causando a su familia con su mal genio y momentos irracionales. El trabajo fue su única salvación para quitarle la depresión y la melancolía. Trabajaba doce horas al día en la Tabacalera, algunas veces, más, para olvidar el sereno rostro de su madre muerta, su cara que permanecía claramente clavada en su mente a pesar de tantos años de no haberla visto viva. Y ahora, viéndola así, antes de su entierro. Recuerdos de su cara serena iba y venía en su memoria, y la única manera de olvidar era el trabajo y su coñac. Adela era su único consuelo. Su esposa le consolaba en estos tiempos difíciles, en estos meses de tormento y dolor…

 

Baguio y Palali,  1910-1931

 

Don Francisco de Paula, ya bien conocido y respetado en la comunidad de Baguio en el año del señor 1910, se acercaba a su mediana edad y se ponía más y más irritable cada día. Se impacientaba mucho con los criados y les gritaba puñeta cuando les oía decir madamdama. A él le fastidiaba la procrastinación, y cuando mandaba que hicieran algo, quería que lo hicieran inmediatamente.

Pero los criados le temían por respeto. Conservaba su postura aristocrática; tenía un estilo elegante en su manera de dar órdenes, en su modo de sentar, en su manera de agarrar su vaso de coñac.

Hoy estaba de mal genio porque su hijo Paquito tuvo una pelea y venía a casa lloriqueando, su nariz sangrienta, diciendo que uno de sus condiscípulos le pegó en la cara. Don Paco le dijo: -¡Vuélvete y pégale también, y no vuelvas aquí llorando!

Paquito, con una mezcla de confianza y temor a su padre, paró de llorar y volvió a su escuela. Desde aquel día, Paquito nunca jamás volvió a su padre; aprendió aquel día una lección que no olvidó nunca en toda su vida: el coraje.

 

Después de este incidente, Paquito, que salió triunfante aquel día porque resulta que le pegó al niño varias veces que por poco le llevaron al hospital, pues, Don Francisco sintió recompensada, el honor de la familia conservada. Tomó un sorbo de su coñac,  y se sonrió contento.

 

Se acordaba aquel viaje en tren a Barcelona cuando salió por primera vez de España hace más de 25 años. Se llenó de nostalgia recordando los campos de Andalucía, el mar cuando el tren se acercaba a Valencia, la famosa costa del sol. Se acordaba también de sus viajes a Castilla cuando era aún un cadete en la escuela militar de Toledo -el terreno casi como un desierto, el terreno de los oliveros de Castilla, Burgos, hogar del legendario El Cid, y más cerca a Madrid, Toledo, con su famoso Alcázar, y la ciudad del pintor El Greco, ciudad de los "moros". -Sí, Castilla de mis recuerdos--pensó Don Paco.

En el mismo compartimento del tren, se encontraba con una familia amable. Le ofrecían al joven Francisco tinto y bocadillos, pero el tenía su vino andaluz y los bocadillos de jamón serrano y aceitunas preparados por su madre la noche antes.  Tomaron su vino después de un brindis.

-Salud, pesetas y amor.

-Y tiempo para gastarlas, contestó el compañero.

Se pusieron a reír y contar cuentos tártaros de Andalucía. Era una familia feliz, típica de las familias andaluzas -alegres, enérgicas, con el gesto frenético de vivir la vida. Se acordaba de sus días de niño mientras miraba a los niños de esta pareja reír y jugar.

-¡Papá! -le interrumpió Paquito, en medio de estos salubrios recuerdos.

-¿Qué dices, hijo?

-Pues le pegué a aquel niño, y se puso a correr a su mamá llorando.

-Pues, hijo,  hoy día has aprendido una lección de coraje.

-Sí, papá, sonrió el niño Paquito que apenas tenía ocho años.

-¿Qué pasa aquí?, -preguntó Adela, preocupada con la facha sucia de su hijo.

-¡Todo anda bien y resuelto!, respondió Don Paco, sonriendo a su esposa. Ella tomó la mano de Paquito y le llevó al baño para limpiarle.

Don Francisco volvió a sus recuerdos y pensamientos. ¡Qué pronto pasan los días! Más de veinte años se han pasado. Se acordó de aquel día cuando le escribió a su hermanita Adela diciéndole que se enamoró de una hermosa ilocana que también llevaba el mismo nombre, Adela. Como que un día, aburrido con el sermón del cura, miraba alrededor de la iglesia, y curioso, se fijó en una cantatriz en el coro que tenía una voz muy bonita y que cantaba mejor que los canarios, y que se enamoró de ella en ese instante mientras ella cantaba la Ave Maria. Luego, supo que la jovencita era hija del gobernadorcillo Graciano Aguinaldo Vives, y desde aquel día que oyó su Ave Maria en la iglesia, la observaba casi todos los días desde su balcón en la Tabacalera cuando ella pasaba después de su misa diaria, con su vestido de María Clara y su "payong" acompañada por una criada en una calesa que la llevaba de la iglesia de Namacpacan hasta su casa.  Decidido a casarse con ella, le habló al gobernadorcillo que, para él, fue un gran privilegio que su hija se casase con un conde español bien respetado en la comunidad ilocana.

 

Pero la joven Adela que acababa de cumplir sus quince años no quería casarse con el conde español de la Tabacalera. Lloraba a su mamá diciendo que era demasiado joven para casarse. Pero su papa replicaba -Hija, ya te has hecho una mujer y este es el momento oportuno de casarse.

 

Pero ella supo que no podía hacer nada contra la decisión de su padre. El deseo de su padre fue un mandato irreversible, y ella, siendo una hija obediente y sumisa, no podía hacer nada.

La madre de Adela la consolaba y le decía -Cuando tengas hijos, te vas a dar cuenta de la felicidad. Tus hijos serán tu alegría. Adela se acordó de estas palabras de su madre el resto de su vida.

 

Don Francisco tomo otro sorbo de su coñac mientras reflexionaba, sonriendo, recordando como su novia, la jovencita Adela, en la iglesia, rehusó dar la mano cuando él iba a meter el anillo en su dedo. Dio finalmente la mano después de mirar a su madre quien le devolvía la mirada con una sonrisa de aliento.

-Acuérdate dos cosas, aconsejaba la madre a Adela después de la boda. Enséñales a tus hijas que si se casasen con hombres ricos, deben saber manejar la casa y los criados. Pero, por suerte, bien o mal, si se casasen con pobres, deben saber cocinar, y cuidar bien a sus maridos e hijos. Así son las buenas esposas.

 

Doña Adela se acordó de estos consejos de su sabia y buena madre, y educó a todas sus hijas con la misma tradición.

 

          Se disminuía un poco el dolor que sentía Paco por la muerte de su madre cuando nació su hija, Luz, en 1905. La nombró Luz porque se acordaba de su hermana Luisa Luz, una mujer jovial y siempre alegre. Se acordaba como su pelo rizado era igual que su hijita, pelo negro y rizado. Sonrió por primera vez después de mucho tiempo y le llamó "mi pequeñita gitana morena". A veces, cuando la chiquilla no podía dormir, él le cantaba Soñé... danzando por ti en una noche de amor porque tenías la voz de un ángel que vi. Pero la suerte que hallé ha sido cruel... mi ilusión, mi pobre fiel corazón que padecí por ti..., y la gitanilla se ponía a dormir tranquilita. Su gitanilla era su salvación de su estado deprimido, como si fuera el nacimiento de su hija le hubiese dado nueva vida dentro de su espíritu.  Ella era su salvación después de tres años de dolor y vaciedad. De la muerte de su madre encontró la resurrección del espíritu de su madre en su hija. La pequeña gitanilla creció para quedarse una mujer generosa que luego cuidó a sus hermanos y sobrinos menos afortunados que necesitaban su ayuda.

          Los años que siguieron después del nacimiento de Luz fueron los años más prolíficos de Don Paco y Doña Adela. Tuvieron seis hijos más, y cada vez que nació una criatura, Don Paco vio a su madre resurrecta y poco a poco se disipó su aflicción. Después de Luisa nació Conchita en 1908; Paco la nombró de su hermana, Concha, que se casó con la familia Izquierdo. Otra hija nació en 1910; la nombró Dolores, de una tía rondeña conocida en la provincia de Málaga como cantatriz y danzarina de flamenco. Dos años después nació Miguel. Lo nombró tal por su tío, que le ayudó cuando era Gobernador en Morong y luego, Gobernador de Málaga. Otra hija nació en 1913, pero murió de pulmonía cuando sólo tenía 4 años. Aida Adeling en 1915, nombrada por la madre y su hermana menor; Josefina, 1917, nombrada por su tía Pepa, conocida en toda Málaga como una incansable trabajadora comunitaria; y el menor, Diego, nacido en 1919, nombrado de su hermano menor.

          Estos años fueron los más fructíferos para Don Paco; le volvió la felicidad, y no necesitaba a su "Carlos Primero" o "Fundador" para distraerse. Se convirtió en un excelente padre de familia. Le gustaba mucho jugar con sus hijos después de su trabajo diario. Se abundaba del amor, cariño y respeto de su mujer y de sus hijos.  A pesar de que era un disciplinario y un padre muy estricto, fueron compensadas por su compasión y sentimentalidad. Y por eso sus hijos, aunque le temían por su manera disciplinaria, le amaban y le respetaban. En casa, su palabra fue la ley, y cuando se le desobedecía, quitaba su grueso cinturón de cuero y pegaba con fuertes palizas a los hijos, en particular a los niños Paquito y Miguel cuando mentían o desobedecían. Pero en total, lo hacía para darles lecciones de la vida.

          Un año después que nació Diego, Paco empezó a hacer planes de jubilarse de la Tabacalera. Casi aproximaba los sesenta años, y le aconsejaba su médico que tenía síntomas de diabetes y que era tiempo de descansar. Le decía que evite la consunción de alcohol para no agravar su enfermedad. Paco seguía el consejo del médico, y paró de tomar un rato.

          Decidió construir su casa de retiro en Baguio. Había comprado unas cinco hectáreas de terreno allí en 1901, y pensó en construir la casa solariega cerca del municipio de Baguio. En 1921, se terminó la construcción de la casa; ese mismo año, se jubiló de la Tabacalera, y empezó el gran éxodo a Baguio.

          La casa que mandó construir en Baguio fue una magnífica mansión de piedra de tres pisos con nueve dormitorios, seis baños, y una enorme cocina y dormitorios de los criados en el sótano. Adela y Paco ocuparon el tercer piso; con ellos en el mismo piso, los menores Adeling, Pepita y Diego acompañados por una aya. Los mayores ocuparon el segundo piso: Luisa y Conchita en un cuarto, Miguel y Paquito en el otro. El otro cuarto fue reservado para los otros hijos que ya no vivían con ellos pero que visitaban de vez en cuando: Abelardo cuando venía visitar de sus viajes en la US Navy; María y Antonia que ya eran casadas. María se quedó en Luna después de casarse con Manolo Montilla, un joven abogado muy carismático, y de una buena familia española de Bangar. Se enamoraron los dos, y se casaron sin ninguna objeción de Paco y Adela. Al contrario, se ponían muy felices y contentos con la unión de los dos enamorados. Tuvieron 15 hijos.

          La pobre Antonia no tenía tanta suerte. Se fugó con su amante, un médico casado, y le dejó un hijo, que ella nombró Francisco con el apodo de "Paquing".  Paquing llevaba el apellido de su madre, de Paula, y fue nombrado igual que su abuelo. Antonia se casó poco después con un empleado de los Ferrocarriles Nacionales de Filipinas (PNR), y vivió el resto de su vida en Tondo, cerca de la estación de Tutubán donde trabajaba su marido. Tuvo dos hijos con él: César y Berting.

          En el año 1945, antes de la liberación de Filipinas por los GI's bajo el General McArthur con su famoso "I shall return", los norteamericanos bombardearon las ciudades donde creían que los japoneses aún escondían. Baguio y Manila fueron las dos ciudades donde más hubo bombardeos. La magnífica mansión de piedra en Abanao se destruyó completamente. La reconstrucción comenzó poco después del fin de la segunda guerra mundial, y en 1951, se levantó una casa de madera de pino importado con casi las mismas dimensiones que la casa original. 

          Abelardo se había ingresado en el "Navy" cuando sólo tenía 17 años, tanto con el disgusto de su padre. Se casó con una mujer santa de buen corazón, una ilocana con el nombre de Teresa.  No tuvieron hijos.  Cuando apenas tenía 40 años, murió de una complicación rara de los riñones, “nefritis”. Su hermano menor, Miguel, se caso con la viuda Teresa y tenían dos hijos gemelos, Migueling y Luisito.  Ella y el otro gemelo Luisito murieron poco después de la desnutrición en el año 1942 mientras fugaban y escondían de los japoneses. Miguel era un oficial guerrillero, y estaba constantemente fugando de los japoneses, con su mujer preñada. El otro gemelo, Migueling, vivió con su abuela y sus tías en la casa en Abanao. En 1971, su prima, Angeling, hija de Conchita, le ayudó emigrar a Chicago, y hoy día, es un próspero negociante en la ciudad del legendario Al Capone.

          Don Francisco había enviado a sus dos hijas, Luisa y Conchita a una escuela exclusiva de mujeres en Manila, Santa Isabel.  Lolita y Aida siguieron después. Luisa aprendió a tocar el piano y conocer a los clásicos: Beethoven, Mozart, Rakmaninoff, etcetera. Luego se acordaba cómo de estricto eran las monjas española en aquella escuela. Cada vez que tocaba notas sintonadas, la maestra de música le daba palizas en la mano con una regla de madera.

          Con su pensión de la Tabacalera, Paco con Adela, quien era una experta en manejar los presupuestos y gastos de la casa, soportaba en confort a toda la familia, además de un cocinero, un chofer, y dos criados. En 1925, el gobierno americano buscaba un sitio para establecer una academia militar. Pidieron a Don Francisco si quería vender parte de su propiedad en Baguio. El consintió, y con parte del "honorario" que recibió compró 200 hectáreas de tierra agrícola en Palali, un barrio de Sablán.

          Palali. Palali, para Paco, era un nostálgico recuerdo de Ronda. Durante los fines de semana, bajaba de Baguio para respirar el aire fresco de la granja. Mandó construir una pequeña casita ranchera con un balcón típicamente andaluz, y allí sentaba en la tarde con su coñac, dormitaba un rato. Cuando se despertaba y no hacía tanto calor, subía a Kimalugong para ver, en días claros, el mar en el distante. El clima en Palali era ideal. No tenía la fría humedad de Baguio, ni tampoco el calor irritante y sudoroso de las tierras bajas de La Unión.

          El color ladrillo de las colinas le hacía recordar de las colinas alrededor de Ronda.  Iba con frecuencia a Palali en estos últimos años de su vida para absorber en su alma los últimos alientos del aire de Palali, el microcosmos de su querida patria adoptiva, bañarse después en su sol cálido del mediodía, refrescarse en las noches tranquilas, tomar su coñac y sentir la paz y la quieta comunicación con la naturaleza y su Creador el Omnipotente para después hablar con él en medio de la tranquila quietud para darle gracias por haberle regalado dos divinas bendiciones: su vida y sus hijos. 

 

A los setenta años, Don Francisco de Paula murió en la gracia omnipotente de Dios, rodeado por su mujer e hijos en 1931.

FIN