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EL DISCURSO CRÍTICO CONTRA LA «TIRANÍA» DEL CULTO AL CUERPO
José Antonio Díaz Rojo
Instituto de Historia de
(CSIC-Universitat de València)
Ricard Morant Marco
Departamento de Teoría de los
Lenguajes y Ciencias de
El culto a la salud y la belleza: un fenómeno social y lingüístico
Desde
los años 80 del siglo pasado, la belleza y la salud han dejado de ser un medio
para convertirse en un fin en sí mismos. La mayoría de las personas sufren una
gran presión mediática y social para conseguir un cuerpo bello, delgado y
joven, el tan deseado cuerpo 10.
Además, estar «sano» ya no es un deseo y una aspiración natural de toda
persona, sino una especie de «tiranía» que ha convertido la salud en un deber
que, según la industria del bienestar, sólo podemos satisfacer mediante el
consumo de determinados productos y servicios comerciales. Se ha impuesto la
delgadez (incluso extrema) como canon de belleza, con la consiguiente explosión
de dietas milagrosas y la expansión de
los alimentos light,
la extensión de la cirugía estética a clases sociales a las que antes estaba
vedada, la apología del ejercicio físico, y el florecimiento de los gimnasios, spas, balnearios
y centros wellness.
Durante los últimos años hemos estudiado este fenómeno social, y el resultado
de nuestra investigación ha sido un reciente libro titulado El culto a la salud y la belleza. La
retórica del bienestar.[1] En el libro no sólo
analizamos los orígenes, causas y características del problema, sino también la
retórica con que se intenta persuadir a la sociedad para atraerla al culto al
cuerpo.
Sin el lenguaje, todo este negocio de la salud y la
belleza carecería de su mejor aliado. Este vasto fenómeno de culto a la salud y
la belleza se manifiesta en la publicidad y etiquetado alimentario, la
propaganda del bienestar de spas y balnearios, el lenguaje de algunas de las llamadas
«terapias alternativas», los mensajes de las dietas de adelgazamiento
«milagrosas», las revistas de salud y belleza, y la publicidad pseudomédica de la cosmética el lenguaje alarmista de las
falsas enfermedades creadas con intereses comerciales por los laboratorios
farmacéuticos.
Esta variada
muestra de mensajes forma un agobiante y «tiránico» discurso pro-belleza y pro-salud muchas veces falaz que, a pesar de
su eficacia persuasiva y de no mostrar síntomas de agotamiento, provoca una
reacción en personas concienciadas, comprometidas con la verdadera salud y
conscientes de los límites reales de la belleza. No es extraño, pues, que ante
la sobreexposición mediática que nos vemos obligados
a soportar, surjan mensajes críticos y de resistencia que van formando un discurso anti-culto
a la belleza y la salud que actúa como «contraataque».
Es un discurso
procedente de voces individuales (libros, artículos periodísticos, ensayos,
cartas al director, blogs,
etc.), basado en la ironía y la crítica, y de voces institucionales
(administración pública, asociaciones de consumidores, sociedades médicas y científicas),
fundamentado en la información y la educación. Junto a esto, es cada vez más
frecuente que frente a los superficiales mensajes publicitarios y
propagandísticos que nos prometen salud y belleza, se abran debates sociales
que profundizan sobre el problema e intentan contestar a cuestiones
importantes:
1) ¿quién es el
culpable de la obesidad?
2) ¿es lícito que
los gobiernos regulen nuestra alimentación y nuestro estilo de vida?, ¿las
medidas gubernamentales protegen la salud o coartan la libertad?
3) ¿es la moda la
responsable de la anorexia y de otros trastornos alimentarios?
4) ¿es legítimo
retirar a los padres la custodia de un hijo con obesidad extrema?
5) ¿es frívola la
cirugía estética?, ¿son médica y éticamente aceptables programas de televisión
en que se somete a personas insatisfechas con su imagen a una transformación de
su cuerpo mediante operaciones quirúrgicas?
6) ¿se están
demonizando algunos alimentos supuestamente perjudiciales para la salud?
El discurso crítico: la rebeldía ante la «tiranía» de la belleza y la salud
La reacción
contra la «dictadura» de la belleza y la salud comercializadas impuesta por los
medios de comunicación y la industria, va generando un discurso crítico que
alza su voz para concienciar a la sociedad. Este discurso no es totalmente
nuevo, pues ya a principios de los años 90, poco después de iniciarse la
expansión del culto al cuerpo, se publicaron algunos libros que criticaban e
intentaban combatir este fenómeno social. Entre ellos, destaca El mito de la belleza (1991), de la
feminista Naomi Wolf, que lleva el significativo
subtítulo de Cómo las imágenes de la
belleza se usan contra las mujeres. Wolf sostiene que el concepto de
belleza es un arma para que la mujer se sienta mal consigo misma.
Poco después se
publicó Las trampas del cuerpo. Cómo
dejar de preocuparse por la propia apariencia física (1993), de Judith Rodin, experta en trastornos alimentarios. La autora
propone una serie de consejos para liberarse de la obsesión o adicción por el
aspecto físico, asentada en una serie de creencias: el cuerpo como medida del
valor social de la persona, la idea de que todos podemos tener la apariencia de
un modelo, el convencimiento de que los defectos corporales reflejan una
deficiencia de carácter y el hecho de considerar que comer es a la vez un
placer y un pecado.
En 1997, Carol Hunter y Jane R. Hirschmann publicaron su obra Cuando las mujeres dejan de odiar sus cuerpos. Cómo librarse de la
tiranía del culto al cuerpo. Las autoras proponen superar el temor a comer
y a no seguir una dieta, aprender a comer según las necesidades, abandonar el
ideal de belleza social y aceptarse sin condiciones para gustarse. En España
también se han publicado algunos libros sobre el tema, como Tu cuerpo es tuyo (1997), de Almudena Albi Parra, y La
tiranía de la belleza (2000), de Lourdes Fernández-Ventura.
Como ya
indicamos, el discurso crítico contra el culto al cuerpo está formado por voces
individuales y voces institucionales que pretenden contraatacar desde varios
frentes.
1. Voces individuales
Son textos
procedentes de escritores y periodistas, así como de lectores de periódicos que
exponen sus opiniones.
1.1. Cartas de protesta que circulan por la red
Hace un tiempo se
vio por las calles de São Paulo un anuncio
publicitario de Runner –una de las cadenas de
gimnasios más renombradas del Brasil– con la foto de
una chica escultural y la siguiente frase: «Este verano, ¿qué querrías ser:
sirena o ballena?». Al parecer, una mujer de São
Paulo (cuyas características físicas nunca trascendieron) le envió a la empresa
Runner como respuesta el siguiente mensaje:
Las ballenas están siempre
rodeadas de amigos. Tienen una vida sexual activa, se embarazan y tienen
ballenitas de lo más tiernas. Las ballenas amamantan. Son amigas de los
delfines y se lo pasan bien comiendo camarones. También se lo pasan bien
jugando en el agua y nadando por ahí, surcando los mares, conociendo lugares
maravillosos, como los hielos de
Las sirenas no existen. Si existieran, vivirían en permanente crisis existencial. «Soy un pez o soy un ser humano?». No tienen hijos, pues matan a los hombres que se encantan con su belleza. (Y yo agregaría que no tienen por donde hacer el amor. ¡Por Dios!). Son bonitas, sí, pero tristes y siempre solitarias.
Runner, querido, prefiero ser ballena. Si me quedaba alguna duda, ¡ya quedó desterrada!
P.D.: En estos tiempos de mujeres anoréxicas y bulímicas, en que la prensa, las revistas, el cine, amigas, madres, suegras y la tele nos meten a la fuerza en la cabeza que sólo las flacas son bellas, este mensaje trae nuevas esperanzas a las ballenitas y, ¿por qué no?, a las sirenitas que no descansan un segundo pensando en su apariencia exterior. Yo prefiero disfrutar un helado junto a la sonrisa cómplice de mi hijo, una copa de vino con un hombre que me haga vibrar y una pizza exquisita con amigos que me quieren por lo que soy, no por cómo luzco.
El escritor
colombiano Santiago Gamboa nos ofrece otro texto, muy difundido en internet y publicado originalmente en la revista Cambio, que es un apasionado retrato de
las mujeres de entre 45 y 50 años, donde exalta su belleza física natural y sus
valores morales, y en que no falta un toque inconformista sobre el culto al
cuerpo:
Es el único tema en el que
soy radical e intolerante. En el que no escucho razones: las mujeres de mi
generación son las mejores. Y punto. Hoy tienen cuarenta y pico, incluso
cincuenta, y son bellas, muy bellas, pero también serenas, comprensivas,
sensatas, y sobre todo, endiabladamente seductoras, esto a pesar de sus incipientes
patas de gallo o de esa afectuosa celulitis que capitanea sus muslos, pero que
las hace tan humanas, tan reales. Hermosamente reales. Casi todas, hoy, están
casadas o divorciadas, o divorciadas y vueltas a casar, con la idea de no
equivocarse en el segundo intento, que a veces es un modo de acercarse al
tercero, y al cuarto intento. Qué importa. Otras, aunque pocas, mantienen una
pertinaz soltería y la protegen como una ciudad sitiada que, de cualquier modo,
cada tanto abre sus puertas a algún visitante. ¡Qué bellas son, por Dios, las
mujeres de mi generación! Nacidas bajo la era de Acuario, con el influjo de la
música de los Beatles, de Bob
Dylan… Herederas de la «revolución sexual» de la
década del 60 y de las corrientes feministas que, sin embargo, recibieron
pasadas por varios filtros, ellas supieron combinar libertad con coquetería,
emancipación con pasión, reivindicación con seducción. Jamás vieron en el
hombre a un enemigo a pesar de que le cantaron unas cuantas verdades, pues
comprendieron que emanciparse era algo más que poner al hombre a trapear el
baño o a cambiar el rollo de papel higiénico cuando éste, trágicamente, se
acaba, y decidieron pactar para vivir en pareja, esa forma de convivencia que
tanto se critica pero que, con el tiempo, resulta ser la única posible, o la
mejor, al menos en este mundo y en esta vida. Son maravillosas y tienen estilo,
aún cuando nos hacen sufrir, cuando nos engañan o nos dejan. Usaron faldas
hindúes a los 18 años, se cubrieron con suéteres de lana y perdieron su
parecido con María, la virgen, en una noche loca de viernes o de sábado después
de bailar. Se vistieron de luto por la muerte de Julio Cortázar, hablaron con
pasión de política y quisieron cambiar el mundo, bebieron ron cubano y
aprendieron de memoria las canciones de Silvio y de Pablo. Adoraban la
libertad, algo que hoy le inculcan a sus hijos, lo que
nos hace prever tiempos mejores, y, sobre todo, juraron amarnos para toda la
vida, algo que sin duda hicieron y que hoy siguen haciendo en su hermosa y seductora
madurez. Supieron ser, a pesar de su belleza, reinas bien educadas, poco
caprichosas o egoístas. Diosas con sangre humana. El tipo de mujer que, cuando
le abren la puerta del carro para que suba, se inclina sobre la silla y, a su
vez, abre la de su pareja desde adentro. La que recibe a un amigo que sufre a
las cuatro de la mañana, aunque sea su ex novio, porque son maravillosas y
tienen estilo, aún cuando nos hacen sufrir, cuando nos engañan o nos dejan,
pues su sangre no es tan helada como para no escucharnos en esa necesaria y
salvadora última noche en la que están dispuestas a servirnos el octavo whisky y a poner, por sexta vez, esa melodía de Santana.
Por eso, para los
que nacimos entre las décadas del 40, 50 y 60, el día de la mujer es, en
realidad, todos los días del año, cada uno de los días con sus noches y sus
amaneceres, que son más bellos, como dice el bolero, cuando estás tú. ¡Qué
bellas son por Dios, las mujeres de mi generación!
1.2. Escritos críticos
Son textos que
intentan luchar contra la publicidad que incita consumir estética y que
consigue crear en muchas mujeres una falsa conciencia, como hace notar Espido Freire[2]
en su escrito Ser o no ser guapa:
La publicidad me exhorta a dejar que mi belleza interior aflore, a recuperar una figura o una piel ideal que nunca ha sido mía, en realidad. Me cubren de embustes, modifican las fotografías de mujeres ya de por sí bellísimas y luego me las tienden para que me convierta en ellas. Si quiero ser realmente yo, he de transformarme en otra. Si quiero recibir el homenaje reservado a las bellas, debo demostrar que controlo mi cuerpo hasta el último detalle. Un cuerpo esbelto, ligeramente musculazo, libre de taras, el verdadero yo que capas defectuosas, o sobrantes al menos, impiden asomar.
Esta belleza que
la publicidad presenta como fácil de lograr es en realidad una meta casi
siempre imposible y frustrante. Espido Freire[3]
describe así la situación:
He visto a mis amigas, mujeres inteligentes, sensatas, al borde de las lágrimas en un probador, mientras la cremallera de una falda se negaba a subir. Las he visto más avergonzadas por haber engordado tras las fiestas navideñas que por haber suspendido una asignatura.
En esa falsa
promesa de belleza, delgadez y juventud que obliga a estar continuamente a
dieta y bajo tratamientos estéticos, radica el gran negocio del culto al
cuerpo. Rosa Solbes[4]
lo expone con estas palabras:
Dice la feminista australiana Germaine Greer: “Como la celulitis no mata y tampoco desaparece es una mina de oro para los médicos, nutricionistas, naturópatas, aromaterapeutas, expertos en fitness y organizadores de planes de vida. Los fabricantes de cremas, aparatos de ejercicio, cepillos para la piel y suplementos dietéticos ganan todos un pastón gracias al disgusto, atentamente cultivado, que sienten las mujeres por sus propios cuerpos”.
La estrategia
comercial consiste en dos pasos: primero, generar insatisfacción, y después,
ofrecer soluciones. Espido Freire[5]
señala a este respecto:
[...] y salió a relucir una vez más lo rentable que resulta el miedo y la inseguridad femenina. La insatisfacción ha de estallar de alguna manera, y la más común es el consumo.
Sólo la
aceptación del paso del tiempo y del deterioro físico natural puede evitar la
insatisfacción y el consiguiente consumismo:[6]
¿Incólumes ante el paso del tiempo? «La eterna juventud es una locura que sólo puede abordarse con humor», concluye Marie Darriusecq. Quizá el truco consista, tras haber cometido el pecado de vivir más allá de los 40, en gastar menos en botox y más en ostras. No quitan años, pero quizá nos ayuden a aceptar como poéticamente describe Gioconda Belli «la aparición de inevitables líneas en el mapa de vida del rostro».
1.3. Cartas al director
Una carta al
director de un lector del periódico ADN,[7]
bajo el título de «¿Elecciones o concurso de
belleza?», hace una crítica sobre los excesos de los retoques fotográficos de
los políticos en los carteles electorales:
Nunca he comprendido ese capricho de los políticos de colgar carteles con sus fotos que en nada se parecen a la realidad, manipuladas con el Photoshop, como si de un lifting facial se tratara. ¿Por qué ese empeño de intentar aparentar menos edad, mostrando un cutis más terso y un cabello más abundante, cuando las arrugas, la calvicie y las canas son señales inequívocas del estudio, trabajo y experiencia del ser humano? No busco una miss o un míster que represente a mi pueblo en el próximo certamen de belleza, sino al alcalde o alcaldesa cuya preparación le capacite para velar por el bienestar de los ciudadanos. Por favor, dejemos que los años dejen su huella natural sin avergonzarnos y no utilicemos el físico para ganar votos. Antonio Lozano. Tomares (Sevilla)
2. Voces institucionales
Son leyes,
campañas informativo-educativas y medidas políticas con que los gobiernos
intentan combatir los males del culto a la belleza, modificando los patrones
estéticos actuales. Los fines que persiguen son:
a) Regular las medidas de las modelos de pasarela
Ante la polémica
generada por la participación de modelos esqueléticas y con aspecto enfermizo
en
El hecho de que
algunas modelos hayan quedado excluidas del desfile por no alcanzar el índice
de masa corporal exigido por la organización, ha provocado también polémica.
Bajo el título de «Delgadez y discriminación», en el diario gratuito Metro hoy[8]
se denunciaba que antes se discriminaba a la mujer gorda, ahora a la flaca, no
dejando que pueda trabajar en desfiles de moda.
Otros debates se
plantean con relación a la asociación entre moda y anorexia. Para algunos, no
está claro que las modelos de alta costura sean la principal influencia sobre
las adolescentes, ni que la iniciativa principal corresponda a los gobiernos
por delante de la industria textil.
Ana Lobo[9]
recoge más datos sobre el caso Cibeles:
Atendiendo al compromiso adquirido en la pasada edición de plantar cara a la problemática de la anorexia, la nueva cita con la moda en Madrid busca presentarse al público, una vez más, con un aspecto más saludable.
Aunque muchas de las
maniquíes defienden que su aspecto es el que es «por pura constitución»,
«metabolismo» o que «siempre» han sido delgadas, algunas de sus compañeras han
alzado sus voces para contar lo que ocurre entre bambalinas. Es el caso de Raquel Brel, de
Para añadir más
polémica al tema, en las mismas fechas en que se produjo el debate sobre la
relación entre moda y anorexia, había muerto la modelo Ana Carolina Reston, tras pasarse meses alimentándose de tomates y
manzanas. En pocos meses fallecieron también las hermanas uruguayas Eliana y Luisel Ramos, como las
modelos brasileñas Maria Galvano y Carla Sobrado, de 21 años.
b) Unificar las tallas reales de las españolas
El Ministerio de
Sanidad y Consumo ha encargado un estudio antropométrico para conocer las
medidas reales de las españolas a partir de la obtención de 130 mediciones. El
objetivo es unificar el tallaje de la ropa para
adaptar las tallas al cuerpo de la mujer, y contribuir así a combatir los
trastornos alimentarios producidos por la presión que ejercen las tallas. En el
estudio participarán 8500 mujeres entre 12 y 70 años residentes en 60 ciudades
españolas. En estos momentos existe una disparidad de tallas entre los
distintos fabricantes, de manera que el tamaño de una misma talla no es igual
en todas marcas. Con esta homogeneización se acabará también con la falta de
coincidencia entre la medida real de la prenda y su talla. Es el llamado tallaje de vanidad, una estrategia comercial
destinada a halagar y adular al consumidor, y que consiste en agrandar las
tallas, de manera que se venden prendas de talla superior como tallas más
pequeñas; así, es frecuente que algunos fabricantes vendan una 36 como una 30.
Asimismo, con este estudio el Ministerio pretende acomodar las medidas de los
maniquíes a las medidas reales de las mujeres españolas, y prohibir que
aquéllos tengan una talla inferior a la 38, con un pecho y caderas generosos y una cintura de avispa. Se pretende también que
la talla 46 deje de ser considera como especial.
Junto a estas
medidas para combatir los patrones estéticos que ensalzan la extrema delgadez,
el Gobierno ha emprendido la lucha contra la obesidad, con una política de
intervención en el estilo de vida, que no es aceptada por todos los ciudadanos.
El Ministerio de Sanidad y Consumo ha desarrollado la estrategia NAOS
(Estrategia para
Sin embargo,
según el Ministerio, estos pactos entre la administración y la industria alimentaria se han incumplido por parte de la cadena Burger King, que, tras
comprometerse a no incentivar el consumo de raciones o porciones gigantes, ha
lanzado al mercado su hamburguesa XXL, que aporta 971 calorías (el equivalente
a cuatro tortillas de patata), casi el 50% de la energía que necesita
diariamente un adolescente. El Ministerio ha exigido la retirada del anuncio
que promociona esta hamburguesa, pero la empresa ha hecho caso omiso, y ha
respondido que lucha por fomentar una alimentación sana, que dicha hamburguesa
forma parte de sus menús desde hace años y que los gustos de los clientes priman
por encima de todo. El eslogan de la campaña era Como tú quieras, una directa invitación a rechazar consejos y
recomendaciones dietéticas. Incluso, en plena polémica, Burger
King ha desafiado al Ministerio lanzando un nuevo
producto hipercalórico, el triple whopper,
con 1400 calorías. Ante estos hechos, el Ministerio estudió la posibilidad de
presentar una denuncia a la cadena alimentaria por
incumplimiento de contrato, a la que anunciaron su apoyo diversas asociaciones
de consumidores. Finalmente, el Ministerio ha considerado roto el pacto con la
empresa Burger King.
Este episodio es
una muestra de las dificultades para lograr que la industria se implique en la
lucha contra la obesidad y la alimentación inadecuada. Detrás de estas batallas
entre la administración y los fabricantes de comida, no sólo hay una defensa de
intereses comerciales, sino un debate sobre los límites de la intervención de
los gobiernos en diversos ámbitos de la vida de las personas. Julia Barrio[10]
plantea el problema de esta manera:
Burger King dijo que promociona una «alimentación equilibrada», y sus defensores acusaron al Gobierno de exceso de paternalismo. Sanidad contestó que las promesas se deben cumplir, y más si se trata de un peligro emergente como el de la obesidad.
Josep Ramoneda[11]
analiza el intervencionismo estatal en materia de salud y estilos de vida. A
raíz de la ley del vino que el Gobierno hubo de retirar tras las protestas del
sector, afirma que
[...] ha sido el vino el que ha frenado el furor redencionista de la ministra de Sanidad, decidida a salvar nuestros cuerpos sin pedirnos permiso. No podía ser de otra manera: con el vino no se juega. El vino ha sido elemento vivificador de nuestra cultura desde los tiempos de Noé, de modo que forma parte de la naturaleza de nuestras cosas.
Considera a la
ministra Salgado una gobernante «comprometida con una
visión aséptica y clínica da la sociedad» y define sus medidas como
«intervencionismo creciente en la vida –sentido biológico–
de los ciudadanos. Algunos lo han llamado biopolítica:
condicionar los cuerpos para así gobernar mejor los espíritus».
Para Ramoneda, la biopolítica tiene
sus razones: reducir el gasto sanitario prohibiendo los excesos. Describe así
el intervencionismo gubernamental:
El Estado ha decidido que no puede permitirse el lujo de curar a la gente cuando ésta lo pida, sino que tiene que dirigir su salud, aún coercitivamente, para gastar menos en curarla. Y así, decidir por los ciudadanos que no se debe fumar, que se debe comer una dieta equilibrada, que no se deben ingerir determinados productos, que se debe mover el cuerpo y un largo etcétera. En las hipocondríacas sociedades del primer mundo es fácil encontrar el ambiente favorable a estas prohibiciones. Se trata de convencer a la ciudadanía de que el tabaco mata, de que la droga mata, de que las hamburguesas gigantes matan, para que todo el mundo las acepte con naturalidad.
El comentarista
se hace las siguientes preguntas para cerrar sus reflexiones:
¿Corresponde al Estado decidir lo que la gente quiere hacer con su cuerpo? ¿O la obligación del Estado es dar toda la información necesaria para que los ciudadanos, a los que hay que suponer adultos, obren en consecuencia? ¿Paternalismo o autonomía individual? Estas son las cuestiones que el activismo biopolítico genera. Me pregunto si es función del Estado preocuparse de que el ciudadano adapte su cuerpo al tipo medio más adecuado para cumplir con su triple misión de consumidor, competidor y contribuyente.
En un artículo
sobre las polémicas acciones del Gobierno actual para regular el consumo de
tabaco, la comida basura y el alcohol, el periodista Luis
Calvo[12]
simplifica la cuestión y la plantea como un dilema: «¿salud impuesta o libertad
insana?». Mediante un paralelismo antitético y cruzado (salud-insano, impuesta-libertad),
Calvo presenta las dos opciones como opuestas e incompatibles. ¿Son realmente
las medidas gubernamentales «saludables» una cortapisa a la libertad? ¿Dónde
están los límites de la intervención del Estado en materia de estilos de vida?
El periodista se pregunta si estamos ante un Estado paternalista y opresor (niñera, en palabras de Calvo), o
responsable y social.
En el artículo se
incluyen las opiniones de personas y colectivos implicados. Por una parte, se
recoge el parecer de los fumadores, las empresas, los anunciantes y
1) Opiniones en
contra de la intervención del Estado:
a)
asociaciones de fumadores:
·
son aceptables la información, la ayuda y los
tratamientos, pero no el cambio de hábitos de vida;
·
los fumadores ingresan al Estado más dinero que la
cantidad gastada en sus tratamientos médicos;
·
el fin de la política intervencionista es imponer un
modelo de vida y convertir al médico en un censor;
b)
anunciantes: los anunciantes deben vender y el Estado debe enseñar, no imponer,
costumbres saludables;
c)
Asociación para
·
existe una persecución contra un aspecto (la apariencia
obesa), no sólo contra unos hábitos;
·
se puede estar obeso y sano;
2) Opiniones a
favor de la intervención del Estado
a)
consumidores:
·
no se puede ser libre si la información es engañosa;
·
las normas son necesarias para garantizar la libertad de
los menores;
·
un niño está sometido a 95 anuncios diarios, por lo que
está justificado que se restrinja la publicidad;
·
la verdadera libertad está en defender al consumidor
frente a la manipulación, que necesita más información y menos propaganda;
·
en materia de alimentación, lo que ha regulado el Estado
es la publicidad, y no el consumo.
b)
Agencia Española de Seguridad Alimentaria: según el Informe Porgrow,
el 40% de los ciudadanos son partidarios de gravar con impuestos los alimentos
altos en grasas y aplicar exenciones fiscales a aquellos con menos lípidos.
A estas
opiniones, hay que añadir los comentarios de algunos expertos académicos, que
introducen matizaciones y distinciones:
a)
José Luis Colomer, filósofo del derecho: distingue entre
valores consensuados (obligatoriedad del cinturón de seguridad, por ejemplo) y
valores con menos consenso social (alimentación), donde es preferible la
educación a la prohibición.
b)
Manuel Atica, filósofo del derecho: considera que hay
que diferenciar entre los jóvenes, que son vulnerables y a los que hay que
proteger, y los adultos, a quienes se ha de proporcionar herramientas para que
sean autónomos y libres; reconoce que el Estado social implica un cierto
paternalismo.
c)
Lorenzo Navarrete, decano del Colegio de Politólogos y Sociólogos: opina que
tras la dictadura franquista, se produjo una reacción contra la autoridad
durante
d)
Fernando Savater, filósofo: justifica la
reglamentación para proteger a los menores, pero cree que con los adultos, que
deben tomar sus propias decisiones, la labor del Estado es informar.
Hay otros
episodios que dan lugar a enfoques distintos del problema, como el que
comentamos a continuación, en que vemos que las instituciones no sólo dirigen
sus acciones hacia las empresas, sino también hacia los padres con hijos que
padecen graves problemas de obesidad, acusados de no saber educarlos
saludablemente. Es el caso Connor, en Gran Bretaña, un niño de 8 años que pesa
Otros creen que
no hay que demonizar a la madre, sino enseñarle a alimentar correctamente a su
hijo, que muy probablemente sufra obesidad por factores genéticos, además de
ofrecer tratamiento psicológico al niño y a la madre y reeducar sus hábitos
alimentarios. Hay quien piensa que retirar la custodia es exagerado, pues en la
mayoría de los casos no existe más medicina que la atención, el cariño y el
sentido común. Según otros, la madre no es la única responsable, pues los
pediatras que a lo largo de su vida vieron al niño tampoco hicieron nada. Por
ello, es el Gobierno británico quien debe asumir la culpa, por dejadez y
abandono. Para otros, en cambio, los culpables somos todos. Es la opinión de
José Manuel Ávila,[13]
Secretario Técnico de
Todos somos responsables
La obesidad infantil se va a convertir en el principal problema de la sociedad el siglo XXI. No se trata de prohibir a un niño que coma tal cosa, ni de amenazar a una madre con retirarle la custodia de su hijo, sino de educar. Todos somos responsables de las alarmantes cifras de obesidad infantil que presenta la sociedad actual. No tenemos ninguna conciencia de las gravísimas consecuencias que tiene que casi el 50% de nuestros menores tengan sobrepeso. Va a provocar que por primera vez en muchas décadas nuestra esperanza de vida baje. Somos culpables por los hábitos adquiridos, no enseñamos a comer a nuestros hijos, ya no les incitamos a que practiquen deporte, sino que se pasan muchas horas viendo la televisión o jugando con el ordenador. Por todo ello se impone empezar a implantar una educación nutricional adecuada.
Por último, y
aunque no son muchos, hay quienes apuntan a la industria alimentaria
como culpable de la obesidad de Connor MacCreaddi y de los millones de casos de obesidad que
existen en el mundo. Así expone la cuestión un lector de 20 minutos:[14]
¿Por qué culpamos a la madre?, ¿y los fabricantes de basura alimenticia? Prohíben el tabaco, el alcohol y demás artículos de dañinos efectos, pero la basura de regalices, patatas fritas, chuches,... se venden en todos lados sin el menor control.
Así pues, los
debates sociales sobre los problemas relacionados con el culto a la salud y la
belleza son cada vez más frecuentes, lo que es un índice de la importancia
ideológica, económica, política y social del problema. En algunos casos,
pequeñas anécdotas son el pretexto para reflexiones de mayor hondura. Así,
Cristina Fallarás[15]
nos relata que han adelgazado de nuevo al muñeco Michelin
–cuyo nombre es Bibendum–
para usarlo en otro anuncio. Ante este hecho, existen tres reacciones: primera,
la de quienes denuncian airados que se trata de una agresión contra la minoría
obesa y sostienen que hay que tomar medidas; segunda, la de quienes opinan que
es necesario dar a todos los símbolos un aire más saludable y que está muy bien
empezar por Bibendum, para seguir con el toro de Osborne, la botella de Tío Pepe y acabar en Homer Simpson; y tercera, la de
quienes piensan: «vale, ¿y qué?». Son quienes empiezan a sentir un hartazgo de buenismo general.
Bibliografía
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[11] Ramoneda, J. (2007).
[12] Calvo, L. (2006).
[13] Ávila, J. M. (2007).
[14] 20minutos.es, 1-3-2007.
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