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TROPEZAR Y
CAER: DE ALGUNAS CAÍDAS CÉLEBRES DE
Estrella
Ruiz-Gálvez Priego
(Universidad de Caen. Francia)
…al pasar por el puente de
García Lorca
I.
Tropezar y caer… ya se sabe: un
tropezón cualquiera se da en la vida… y según el tango el corazón aprende así a
vivir… No sé si aprende o no a vivir, pero sí sé que el tema del tropezón y la
caída ocupan un lugar particularmente importante en la literatura española, y
que la lectura atenta de esas caídas puede enseñarnos muchas cosas. Esas caídas
pueden funcionar como clave de lectura para la comprehensión de los textos
clásicos, como llave que abre perspectivas de interpretación particularmente
interesantes que no siempre son fácilmente perceptibles.
En mi « lectura » de hoy, me voy a
ocupar de algunos casos de caídas célebres de la literatura española. Algunas
son de intencionalidad manifiesta, otras sin embargo, con ser célebres, suelen
pasar por meros accidentes de recorrido, anécdotas sin importancia en el
contexto del relato, incidentes que podrían y deberían suprimirse. Ocurre sin
embargo que las gentes que nos han precedido funcionaban según unas estructuras
mentales en las que todo podía convertirse fácilmente en signo. Esos signos
convertidos en símbolos descifrables sin esfuerzo para el espectador/lector del
momento, actuaban como atajos que hacían entrar en materia sin rodeos inútiles
ni parlamentos excesivos. Se trata pues hoy, de un « recoveco » de la
literatura, un recoveco que sin embargo acorta el camino hacia el texto y lo
aclara.
Empecemos por analizar los
elementos de la caída: ¿Quién cae? ¿de
dónde cae? ¿cuándo cae? ¿por qué cae? Evidentemente no es lo mismo caer desde
el cielo como Lucifer y sus ángeles o como Ícaro o Faetonte, que caer en tierra
desde el caballo o desde su propia altura… En el primer caso habremos cambiado de elemento en el segundo
no... pero lo cierto es, que el hecho de caer supone siempre una disminución,
una humillación, un abajamiento, y por ello, y situándonos en el contexto de
una mentalidad tradicional, un recuerdo
del viejo mito de la caída primordial. Ángeles caídos, espíritus encerrados en
la materia o simplemente descendientes de Adán, los humanos, somos todos seres
defectuosos, con una tendencia a fallar, a claudicar, y a caer.
Los mitos de la caída, nos traen
siempre a las nociónes de exceso y defecto, sin embargo, esas nociones no se
manifiestan siempre de idéntico modo. Lucifer, Ícaro y Faetonte, abatidos desde
las alturas celestiales, provocan su caída por soberbia, ambición o desmedida
presunción: el exceso. Adán
expulsado del Paraíso, sucumbe a la cupiditas de la carne: representada por
Eva, víctima de un irreprimible deseo/curiosidad que es en sí mismo la
manifestación de un estado de insatisfacción, de una carencia, de un defecto. Como denominador común ese
incontrolable movimiento esa pasión que nos hace dejar los confines de la razón
y nos lleva fuera de nuestro elemento,
fuera de nuestro sitio.
Las caídas, además, tienen género,
al menos en la literatura. Hay caídas « masculinas » y caídas
« femeninas ». En general las caídas desde la altura, las caídas por
exceso, son masculinas, y las caídas por tropezón, caídas por defecto,
femeninas. Se constata fácilmente porque el « tropezón » es hasta tal
punto femenino, que va a llegar a constituirse en un tópico con utilización
específica: Calderón lo utilizará para simbolizar la excepción de
También va a caer Abigail en La primera Flor del Carmelo pero
David le toma la mano « antes que a tierra llegues te tendrá la mano mía.»[2]
El tropezón femenino -fuera del contexto de los autos marianos-
connota siempre el desliz sexual, que se acompaña evidentemente de una caída
social. En la comedia del Siglo de Oro los ejemplos de este tipo de tropezón
son abundantísimos. Señalo entre muchos otros el de la condesa de Belflor en el Perro
del Hortelano de Lope de Vega, quien finge una caída –« Cielo
santo caí » (acto I, escena
XXII)- para poder apoyarse en su secretario de quien está enamorada. Es desde
luego una caída social considerable… También tropieza
(Mireno le da la mano)
« que la mano la tomé »
- y ella responde: « sabed que al que es
cortesano //le dan al darle la mano // para muchas cosas pie »…
La mano… símbolo de la posesión,
instrumennto de la potencia… la mujer que cae se pone en manos de otro…
El segundo ejemplo viene de Don Gil de las calzas verdes. Doña Juana
la protagonista a la que ha plantado su amante, cuenta a su criado el primer encuentro con el ingrato:
« tropecé, si con los pies, // con los ojos al salir, //la libertad en la
cara //en el umbral de un chapín //Llegó descalzado el guante //una mano de
marfil //a tenerme de su mano// qué bien me tuvo, ay de mi !//y
diciéndome, señora tened que no es bien que así// imite al querubin bello,
//cayendo así un serafin… (v81-92).
Los ejemplos podrían
multiplicarse hasta el cansancio, porque el
mensaje es siempre el mismo: el tropezon sentimental en la mujer supone
siempre una caída social, y traduce lo que la teología entiende por cupíditas
de la carne.
II. EL TROPEZÓN
El caso paradigmático del
tropezón funesto nos lo ofrece un texto medieval, que viene de lejos, pero al
que la traducción del taller de Alfonso X da cartas de naturaleza, se trata del
cuento de Calila e Dimna.
El libro de Calila e Dimna,
heredero del Pancha Tantra y antecesor de las fábulas de
Una lectura en paralelo del
Pancha Tantra y del Calila en la versión de Ibn Almuqaffa, muestran rápidamente
la importancia de la transformación sufrida por el libro a su paso por
Ibn Almuqaffa era, lo recuerdo,
persa de nación, pero los accidentes de la historia habían hecho de él un
súbdito de los Omeyas primero y de los feroces Abbassidas después. Y de la
misma manera, el mazdeista que era, se había convertido en un mahometano más o
menos ferviente. Ibn Almuqaffa hizo preceder su traducción del Calila de un
prólogo sobre el interés del libro y sobre los diferentes niveles de lectura
que podía tener la obra, que abre la puerta a una lectura no anecdótica de la
obra. Una lectura que va a ser esbozada aquí. En efecto, el prólogo ya
mencionado, se continúa por una introducción que cuenta la historia del libro:
la búsqueda, podríamos decir « la demanda » del buscador: un menge
« Berzebuey » quien va a
La recopilación se abre con el
cuento de Calila e Dimna, y no es casualidad. El cuento de Calila e Dimna que
da nombre a toda la recopilación, ocupa el primer lugar de la serie de relatos,
situación introductora altamente significante en el contexto literario de la
antigua retórica, posición justificada por el contenido temático del relato:
estamos ante un caso de traición, un caso de infidelidad a la palabra dada, e
inciamos así lo que no es sino un largo discurso sobre las nociones de
fiabilidad e infidelidad. Recordemos brevemente la anécdota: Senceba es un buey, el
mejor que tiene su amo, y he aquí que este hermoso animal sufre una caída en su
camino hacia el mercado. Según el Pancha Tantra, resbala. Tropieza, según Ibn
Almuqaffa; el caso es que cae en un agujero, un hoyo del camino y es dejado por
perdido. Pero Senceba logra salir del hoyo. Cojea, pero se repone y se instala
en un prado cercano, un prado « vicioso »como él dice. No sabe
Senceba que el rey León tiene al lado su corte. Este último oye mugir al buey y
como no sabe de qué animal se trata, está aterrado, tan muerto de miedo que no
se atreve a salir de su caverna. En su entorno hay dos comparsas: Calila e
Dimna. Dos zorros, según el Pancha Tantra. Dos chacales según Ibn lmuqaffa. Dos
lobos cervales, « linces »
según el genial traductor de Alfonso.
Dimna, para ganar el favor del rey
León, se acerca a Senceba, descubre que es un pobre buey, y lo trae ante el rey. Senceba presta pleito homenaje
al rey, y el rey le da su fe. La con/fianza, es decir la « fianza » recíproca
se instala entre los dos fuertes. Senceba se convierte en el confidente del
león, tanto que son, según la voz del relato « dos que se aman », tanto
que ya no hay sitio para Calila y para Dimna…. Dimna decide entonces sembrar la
cizaña entre ellos y logra que el rey, creyéndose traicionado por Senceba, quebrante
el pacto de amistad y lo mate. Senceba es devorado por el león.
En la versión del Pancha Tantra,
los dos zorros se frotan las manos y se ríen a carcajadas de la ingenuidad de
los fuertes. En la version de Ibn Almuqaffa se añade un capítulo que cuenta los
remordimientos del león, la encuesta sobre Dimna y el castigo de este último.
En los dos casos la moraleja es la misma: la astucia vale más que la fuerza.
Hay que desconfiar de los débiles, porque son siempre torcidos y mañosos.
Pasemos al tema: En todas las
versiones de nuestra historia, el relato empieza por una caída: Senceba entra
en escena tropezando y cayendo. En todas las versiones, la caída física, el
accidente, provoca un desclasamiento una caída social: Senceba la mejor bestia
de su amo se ve abandonada como inservible, como cosa sin valor. La
circunstancia del accidente, su importancia no ha pasado desapercibida para el
lector de la época: así cuando Don Juan Manuel en El Conde Lucanor, vuelva a
utilizar la historia de los dos
poderosos enzarzados por culpa de dos mestureros falsos, pequeños y malignos,
pondrá en escena un León y un Toro y la historia será otra y diferente, porque
si bien los dos amigos se combatirán por culpa de los pequeños, lo cierto es
que el León no matará al Toro, por la sencilla razón de que se trata de un toro
y no de un buey y esto, porque en la historia de Don Juan Manuel no ha habido
« caída ». Esta caída física tiene un significado moral, indica la
existencia de un desorden, de un vicio de origen de un defecto de
« fabricación » que anuncia la fatalidad de la muerte.
La versión del buey en tanto que
toro amputado, animal caído, incompleto, defectuoso, carne para el consumo… se
ve confortada por la caracterización de los dos mestureros en la versión de
Alfonso.
Calila y Dimna, hay que
recordarlo, también están en situación de « caída ». Antiguos
consejeros del rey, he aquí que están
« a la puerta del rey », es decir fuera de su privanza. El
traductor de Alfonso, los llama « mestureros » de mestura o mezcla y
les da una caracterización privativa de su versión que corresponde a su
naturaleza mezclada o mixta. El lobo-cerval o lince que sustituye a los zorros o
chacales de las otras versiones, es un felino sutíl con una mirada aguda: el
famoso ojo de lince, una mirada que le permite ver lo que los demás no perciben:
la poridad del león, su miedo secreto. El lince tiene además un soberbio pelaje
blanco moteado, « maculado ». Su físico maculado corresponde a su
naturaleza « mesturada » mezclada, que tan bien traduce su nombre
« mezclado » compuesto de dos opuestos: lobo/cerval Lobo y Ciervo.
Algo que corresponde perfectamente a un personaje que el relato califica de ser
de « dos faces y de dos lenguas ». Capaz de parecer manso como
un ciervo y de ser feroz como un lobo… Se trata de una caracterización, buscada
y plenamente consciente, en la que no interviene la noción de ignorancia con
respecto a la identidad del chacal o a su denominación en árabe. El traductor
de Alfonso sabía de sobra lo que era un chacal y de sobra concocía su apelación
en árabe puesto que la utiliza en otro cuento de la recopilación. Pero también
sabía lo que significaba la mancha.
Hay que recordar que estamos en el siglo
XIII en pleno debate teológico sobre el
inmaculismo, sobre la mácula del pecado original… en plena continuidad con la
línea doctrinal del IV Concilio de Letrán (1215) que impone el porte de marcas
de infamia a los infieles: rodela de los judíos, media luna de los mahometanos,
marcas de infidelidad… Se trata de una caracterización pensada y buscada,
aquí la mancha o mácula de Dimna es
signo exterior de infidelidad o traición.
En su versión, la mácula del
lobo cerval, lo excesivo de su moteado pone en evidencia lo incompleto y
defectuoso del buey que además « cojea ». Exceso y defecto. La
manifestación habitual del pecado original. El ser humano que se esconde bajo
la máscara animal se determinará frente a la fortuna - destino o acaso
vital- por exceso o por defecto según su
naturaleza viciada.
En el relato que nos ocupa
Senceba hubiera debido morir en su caída pero el destino le ofrece otra
oportunidad es un accidentado, pero es libre. Sus amos le han dejado, se ha
recuperado, puede irse donde quiera, pero elige quedarse donde está porque el
pasto es bueno y el lugar ameno, y esto a pesar del riesgo que supone vivir al
lado de carnívoros. Él mismo cuando llegué el momento lo reconocerá así:
« Veo que soy llegado a
la amargor en que yace la muerte e por la tribulación que había en parte de
haber, ca quien me metió en compaña con el león, él comedor de carne y yo de
hierba, sino entremetiéndome yo con codicia y con gula, ca estas me echaron en
esta tribulación ».
« Entremetiéndome yo… » Es su
elección la causa del desastre y esa « elección » es el otro eje temático
del Calila que no es sino una versión oriental del relato primordial, del
relato de los orígenes. El tema de
III. EL CABALLO DESBOCADO
Tropezar con el suelo, con la tierra de
la que estamos hechos, es una cosa; caer del caballo otra. Una de las formas
más elocuentes y más utilizadas para significar el tema de la caída es
justamente la descabalgadura del caballo. Hacerse desmontar, caer del caballo,
entrar cayendo… son numerosos los personajes de la comedia española que entran
así en escena.
El recurso es
conocido, utilizaba una imagen que nos viene del fondo de los tiempos y que ya
nos había servido Platón, cuando para ilustrar el mito del alma humana, compara
ésta a un carro tirado por dos caballos, uno blanco dócil y razonable y otro
negro irascible e indómito, que representa claro está a las pasiones. Razón y
Pasión son el lote de lo humano y todo el discurso de la civilización consiste justamente
en realzar la predominancia de la razón sobre la emoción y en poner de relieve
las consecuencias nefastas de dejarse llevar por el caballo desbocado de las
pasiones no dominadas.
Porque el caballo -y más aún si es
negro- es el símbolo de las pasiones. Dejarse desmontar, caer del caballo es
perder el control de las emociones y, por ello mismo, cuando se quiere significar
el alto control que sobre sus propias pasiones ejerce un personaje, se le pone
en situación de domar al bruto desbocado: es el caso del Periandro de Cervantes
en los famosos Trabajos de Persiles y
Segismunda. Nuestro personaje, no sólo realiza la hazaña de no dejarse
desmontar por el terrible caballo de Cratilo sino que, además, logra -no caer- saltar de un terrible barranco y
llegar al mar sin romperse nada… Añádase que el caballo es
« morcillo », es decir negro, del color de la mora. Dado que estamos
en el contexto de una novela bizantina
en donde los protagonistas –amantes castísimos- se hacen pasar por
hermanos, podemos llegar a pensar sin grandes esfuerzos que el caballo negro es
el de la pasión amorosa, que tan bien sabe controlar Periandro.[7]
La caída del caballo podría clasificarse en tres modelos de base :
La caída del caballo significante de un
desorden amoroso.
La caída que podría asimilarse al
arrebatamiento del rapto. Rapto de origen divino, sobre el modelo de Saulo en
el camino de Damasco.
La caída provocada por la pasión colérica.
Dos personajes ilustrarán las
caídas significantes del desorden amoroso: El Comendador de Ocaña, en la
comedia de Lope de Vega Peribañez y el
Comendador de Ocaña y
¿El Comendador de Ocaña? Primera
constatación: el comendador no toma nombre propio hasta el verso 350… Hasta
entonces Lope de Vega lo ha designado por su función, por su título, porque Don
Fadrique es más que un hombre, una calidad social, una altura de donde caer. El
Comendador llega a Ocaña, el día de las bodas de Peribañez y Casilda, y entra
cayendo, como Senceba. He aquí que con motivo de los festejos de la boda han
soltado un novillo en el pueblo y « el nuesso Comendador, señor de Ocaña,
bizarro cierra, más gallardo que un azor »… el Comendador pasaba casualmente
por allí: « passaba la calle acaso ». Un acaso desgraciado:
« el Comendador de Ocaña // nuestro
señor generoso,// en un bayo que cubrían// moscas negras pecho y lomo,//
mostrando por un bozal// de plata el rostro fogoso//, y lavando en blanca espuma //un tafetán verde y rojo//,
passaba la calle acaso// y viendo correr el toro,// caló la gorra y sacó de la
capa// el brazo airoso.// Vibró la vara y las piernas// puso al bayo que era un
// y al batir los acicates,//revolviendo el vulgo loco// trabó la soga el
caballo// y CAYO en medio de todos… (…) Tan grande fue la caída// (dice el
lacayo que cuenta la historia) que es el peligro forzoso » (I.v250/270)
Toro… caballo… jinete he aquí
reunidos a los tres protagonistas de la caída mítica. Añadase la presencia de
ese « acaso » que es fatalidad y esas « moscas
negras », esas manchas que maculan la piel del bayo... El Comendador es
llevado a casa de Casilda, se enamora perdidamente de ella y contra toda
sensatez intenta hacerla suya: a partir de ese encuentro y de ese
enamoramiento, la obra de Lope podrá leerse como el relato de una caída. La
caída de un hombre y la subida de otro, porque Peribañez sube y asciende al
honor en la medida en que el Comendador baja y se deshonra. Hay que señalar que
la obra en sus primeras ediciones se llamaba « El Comendador de
Ocaña », lo cual equivalía a hacer del Comendador y de su dramática caída
el centro de la obra. Pero la caída del Comendador va a ser tan y tan completa
que poco a poco Peribañez le tomará aquí también la delantera, y la obra
acabará llamándose Peribañez y el Comendador de Ocaña. El Comendador ha caído
en tierra, es decir, en esa « tierra » de Peribañez que es Casilda.
Casilda es una preciosa recién
casada y el Comendador en su deseo de poder acercarse a ella se dispone a buscar
la amistad del marido. Es decir, el Comendador procura la amistad de un villano
que además es su vasallo: recordando que la amistad es una relación de igualdad,
no cabe duda de que estamos bajando el primer peldaño.
Evidentemente, procurar la amistad
de un villano supone ponerse a su altura y el Comendador busca consejo sobre la
manera de hacerlo:
« Si quiero Luján hacerme
amigo deste villano (…) ¿qué medio podrá valerme? (I.v568 :569).
Luján es un lacayo que nunca ha
gozado de especial favor de su refinado señor, y es el primero en asombrarse de
la nueva « privanza »:
« cáusame risa el ver que
hagas tu secretario en cosas de tu gusto a un hombre de mis prendas.» (I.v800)
Pero es un lacayo lo que necesita en
esta ocasión, y éste le aconseja cuerdamente :
« si consideras// que a un labrador
adulas,// será darle un par de mulas,// más que si a Ocaña le dieras.»
(v595 /598 ). Segundo peldaño.
El segundo regalo del Comendador, es
aún más significativo. Casilda y sus amigas van de romería y el carro de
Casilda no está bien aderezado, no tiene ni alfombra ni colgadura como llevan
otros. Peribañez dicide pedir al Comendador, que le preste algún paño con que
decorar su carro. Cuando llega a casa del Comendador, y se arrodilla ante él,
éste le levanta y le abraza. Peribañez se asombra: « tanta merced a un
villano, tanta merced a un labrador.»
El Comendador
manda que le den « una alfombra mequinesa y ocho reposteros con sus armas»;
es decir, pone a su disposición, para ser pisados, los signos exteriores de su
honor y su nobleza. Se despoja de ellos para revestir a Peribañez: « Armas
rendidas que no colgadas porque amor lo quiere así » dirá Luján.
El tercer paso, tercer bajón de
peldaño, tiene lugar en el acto II: el Comendador aparece vestido de villano,
de labrador, es decir, toma la apariencia de los que son sus vasallos, sus
inferiores, y, en cierto modo, empieza un proceso de
« desnaturalización ». Casilda
le identifica con « un labrador de lejas tierras » un
« enviado del Agosto » (II.v 505 /567) … un temporero que viene
para las cosechas.
El mismo Comendador consciente de
su despeñarse se exclamará unos versos más lejos « Maldiga el Cielo// el
punto en que caí, pues no he
podido// desde entonces Leonardo levantarme de los umbrales de su puerta.»
(II.v775).
Las fases de la caída, parecen
bien definidas:
1. rebajarse buscando la amistad
de un inferior,
2. adularle como a superior,
3. regalarle
« montura », es decir: « alzarle » a su altura,
4. entregarle sus armas,
5. vestirse como él. Igualarse.
En paralelo con la caída del Comendador, la subida de Peribañez.
Pedro, quien ha recibido montura y que tiene en su casa las armas de su señor,
va a verse soldado y más aún capitán. El rey Enrique III lanza la campaña
contra Granada y le pide al Comendador hombres para la frontera. El Comendador
forma dos compañías de buenos mozos, cien hidalgos y cien villanos, y hace a
Peribañez capitán de estos últimos. Peribañez adopta las galas de soldado y el
Comendador nota que los vestidos son tan apropiados « que no hay
diferencia en los dos » (III. V150). Justamente falta algo algo que aún
los diferencia y Peribañez va a pedir al Comendador que le ciña la espada. El
Comendador dispuesto a llevar la broma hasta el final, le arma caballero (Iiv
154), le ciñe espada y le hace prestar juramento. A partir de ahora Peribañez
va a hablar de honor, de un honor, que bien lo sabe él, se lo debe al
Comendador: « a vos por quien tengo honor //que yo, cuando
mereciera//ver mi azadón y gabán //con nombre de capitán //con gineta y con
bandera// del rey (III; v 135/140) y más lejos : « vos me ceñistes
espada //con que ya entiendo de honor,// que antes yo pienso, señor// que entendiera poco o nada.»
(III; v 197/200).
En suma, el Comendador, no sólo
se ha rebajado, sino que ha subido a un hombre que ahora es plenamente su
rival.
Para el Comendador esto es poco
menos que un juego, pero si con su disfraz de labrador él ha querido pasar por
labrador, Pedro con su traje de capitán se siente capitán. El comendador le ha
tranferido los hábitos –no del monje- pero sí del honor, y Peribañez, al
adoptar los nuevos hábitos, cambia de naturaleza, según el vocabulario de la
época. Hoy diríamos de mentalidad. Empieza por llamar a Casilda
« señora » (IIIv 310) porque como él dice « sabed que soy
hidalgo// y que decir y hacer puedo// que el Comendador Casilda // me la ciñó
cuando menos »…
Después de esto ¿qué le queda
por dar o por perder al Comendador? Nada. La vida o mejor dicho su noble sangre. Pensando que Pedro es ido a Toledo, el Comendador se
acerca a la casa de Casilda. Los músicos cantan « cogiome a tu puerta el
toro// linda casada// (…). El novillo de tu boda //a tu puerta me cogió//, de
la vuelta que me dió// se rió la villa toda ».
El Comendador entra en casa. Empieza por
identificarse como « su señor ». Casilda le dice que ella no tiene
más señor que Pedro. El Comendador se declara « su esclavo ». Entra
entonces Pedro y mata al Comendador con su nueva espada. Este le perdona y
añade: « yo le abono.// No es villano, es caballero//que pues le ceñí
la espada// no ha empleado mal su acero// » (III . v 795/799).
Si la sangre es la esencia del
individuo, el índice de su nobleza o villanía, no cabe duda de que Peribañez al
verter la sangre del Comendador ha vertido su honor, un honor con el que él se
cubre. La muerte del Comendador, su derrota ante el villano, es también la
victoria del villano que con el despojo de su noble enemigo alcanza el honor.
El Comendador acude a casa de Casilda fatídicamente, y como el toro en la plaza
se precipita en su cuarto. El día en que perdió las riendas de su caballo,
perdió las riendas de su vida y eso es lo que cuenta la comedia de Lope: el
despeñarse de un hombre de honor que ha perdido el control de su vida.
Quedaría por analizar el
comportamiento de la linda Casilda, verdadera clave del asunto, porque su
preferencia por Peribáñez « con su capa la pardilla », es el punto de
arranque del despeñarse del uno y de la subida del otro. Asunto apasionante que
merecería mayor espacio y que podría ilustrar el otro tema primordial: el de la
elección. Su papel es fundamental y dice mucho del auténtico feminismo del
teatro del Siglo de Oro. Una palabra también sobre la actitud del rey: éste no
anula el nombramiento del Comendador, pero se ocupa de darle contenido real:
¿Peribañez ha sido armado caballero? bien pues si es caballero, y si lo ha sido
para matar a un hombre en defensa de su honor, deberá serlo también para ir a
luchar en la frontera a la demanda de su rey. Peribañez, caballero pardo, ha
tomado la espada y en consecuencia deberá dejar el arado, porque o bien es un
rústico colérico y merece la horca, o bien es un labrador honrado con madera de
capitán y su sitio está en la frontera… Peribañez debera justificar el
nombramiento del Comendador, y, por ende, al Comendador mismo.
La caída del caballo no es privativa
del género masculino… La más célebre de todas las espectaculares caídas del
teatro español es sin duda la de Rosaura en La
vida es sueño. Rosaura entra en escena cayendo, cayendo y echando pestes
contra su caballo al que llama « hipogrifo violento ». Para Moratín e incluso para Menéndez Pelayo, el
personaje de Rosaura increible, y hasta absurdo, estaba de más. En cuanto a su
entrada en escena… qué pensar de una mujer que en vez de quejarse del dolor que
le ocasiona la caída se dedica a apostrofar a su caballo… Evidentemente los
lectores /espectadores del siglo XVII, acostumbrados al segundo nivel del
símbolo tenían otra percepción del texto. Para el espectador del siglo XVII la
entrada en escena de Rosaura, era entrada directa en materia de deshonra. Para
ese espectador era evidente que la caída
de Rosaura tenía otro aspecto que el simplemente físico. Antes de que Rosaura
contara su historia, ya sabía el espectador que Rosaura, era mujer
« caída » es decir deshonrada; y en efecto: Rosaura se encuentra en
esa situación. Es mujer « burlada » y como muchas mujeres burladas de
la comedia, corre tras su honor vestida de hombre. Pero Rosaura no es simple
dama de comedia que cae de un chapín, Rosaura cae del caballo, como un hombre, porque
en la obra calderoniana, Rosaura es lo humano femenino: Eva en la rosada aurora
del comienzo de los tiempos, y porque « el
caballo sin freno del que cae, no es solo el símbolo de su desliz sentimental,
sino también el de su ambición. Rosaura se ha dado a Astolfo, Duque de
Moscovia. Ciertamente lo ha hecho bajo palabra de esposa, pero de sobra sabe
ella, bastarda y sin estatuto social, que el Duque no había de casarse con
ella… Como Faetonte, Rosaura ha querido más de lo que razonablemente podía
querer… y por ello toda su acción en la obra será un luchar por recuperar su
honra, es decir por situarse frente al padre y frente al marido. Un luchar por
recuperar las riendas de la situación, y de hecho, Rosaura tendrá otra
sorprendente entrada a caballo « en un veloz caballo »que ella esta
vez domina, en el que según la descripción de Clarín « un mapa se dibuja atento… ». Dispuesta
a lo que sea, pero dominando sus emociones, Rosaura entra en escena vestida con
« vaquero, espada y daga » Mujer guerrera, amazona sin abandonos
femeninos. Personaje apasionante, mal entendido con frecuencia, verdadero alter
ego de Segismundo…
Para entender plenamente la
intencionalidad del entrar cayendo de Rosaura me parece util comparar su caída
con la de San Juan en El mejor padre de pobres. Esta obra que
Germán Vega atribuye con tanto acierto a Calderón, basándose justamente en la
similitud de disposición del discurso, tan semejante al de
Al « monte » abrupto del que se despeña
el caballo de Rosaura, responde el « prado »
de San Juan, y, sobre todo, allí donde Rosaura va « ciega y desesperada » sin más camino que « el de su destino », San Juan, « cuerdo » en sus desengaños; « libre » del coraje de su caballo, es decir, de sus pasiones, « solo », vuelve la carrera de (sus) años « a más
propicio polo ». Es decir, empieza una nueva vida, que pasa por el
abandono de ambiciones y por la renuncia a su estatuto anterior. Rosaura, entre
tanto, « baja » la cabeza
enmarañada del monte: la maraña de su cabeza y el monte de sus
pretensiones.
Rosaura en
10 Quédate en ese monte 10
quédate en ese prado
11 Donde tengan los brutos su Faetonte 11 adonde
te despeñas irritado
12 Que yo sin más camino 12
que yo de tu coraje libre,
solo
13 Que el que me dan las leyes del destino 13
deste infeliz a más propicio polo
14 Ciega y desesperada 14
cuerdo en mis desengaños
15 Bajaré la cabeza enmarañada del monte 15
volveré la carrera de mis
años
Tampoco son iguales los caballos.
Imagen de las pasiones de los jinetes que los montan, los caballos manifiestan
las características de los personajes y las situaciones en que se encuentran.
Véanse los caballos de Rosaura en
(Jornada primera)
Hipogrifo violento
Que corriste parejas con el
viento
¿dónde rayo sin llama
pájaro sin matiz, pez sin
escama
y bruto sin instinto natural,
al confuso laberinto
de esas desnudas peñas
te desbocas, te arrastras y
despeñas
Este primer caballo de Rosaura es
una aberración de la naturaleza, un « hipogrifo » con patas y alas, un
rayo « sin llama », un pez « sin escama », un bruto
« sin instinto »… en suma incompleto y defectuoso, verdadero monstruo de ese
« laberinto » por el que se despeña la protagonista. En cuanto al segundo caballo, el que le
sirve de montura en
(Jornada tercera)
En un veloz caballo
(…)
En quien un mapa
se dibuja atento
pues el cuerpo es
la tierra
el fuego el alma
que en el pecho encierra
la espuma el mar,
y el aire es el suspiro
en cuya confusión un caos admiro
pues en el alma
,espuma, cuerpo, aliento
monstruo es de fuego,
tierra, mar y viento
de color remendado
rucio y a su
propósito rodado
del que bate la
espuela
que en vez de
correr vuela
a tu presencia
llega
airosa una mujer
El caballo del futuro San
Juan es ciertamente tan fogoso como el de Rosaura pero de distinta
manera y con carrera diferente:
(Sale San Juan de Dios de soldado
con votas (sic) y espuelas, ensangrentada la cabeza, bajando le eminencia de un
risco)
Fugitivo Corcel, sañuda fiera,
Cuyo indómito ardor, cuya carrera
aún más que te desboca
segundo alado bruto, te provoca
polaco enfurecido
que con curso veloz has presumido
hacer de cada clavo de tus plantas
alas con que a la esfera te
levantas
El « fugitivo corcel »
de San Juan es de « indómito ardor », pero su ardor no le
« desboca »… Los clavos de sus plantas son « alas » que a la esfera le
« levantan ». La continuación
de la historia vendrá a confirmar la « elevación » que la caída
inicial introduce.
En suma las dos caídas del
comienzo tienen en los dos casos un mismo valor expositivo e introductorio,
pero se trata de historias diferentes y por ello y a pesar de la similitud que
presenta la disposición del discurso,
corceles y jinetes tienen distintas características y discursos de
contenido específico.
Queda por fin un último
personaje y, según mi clasificación, un último tipo de caída. Juan es hijo de
Pedro Crespo, mozo irascible que controla mal sus humores. Mozo poco reflexivo.
Su padre ha optado por confiárselo a Don
Lope de Figueroa, esperando que la guerra haga de él un hombre de provecho.
Ahora, y tras la despedida, corre a reunirse con Don Lope pero
« cae » a la entrada del monte a donde ha sido llevada su hermana
Isabel, que se debate contra Don Alvaro, que acaba de violarla:
« A la entrada deste monte// cayó mi rocín conmigo// veloz corriendo
y yo ciego// por la maleza le sigo//
Tristes voces a una parte //y a otra míseros gemidos escucho//, que no conozco
porque llegan mal distintos… »
Juan acude en defensa de la persona
en peligro pero no encuentra a su hermana, ella huye y él preocupado por la identidad del emisor de
voces vuelve a su casa:
« Desde que al traidor herí
//en el monte, desde que// riñendo con él porque// llegaron tantos volví// la
espalda el monte he corrido// la espesura he penetrado// y a mi hermana no he
encontrado//… ».
Cuando la
encuentra no se le ocurre nada mejor que matarla :
« ¡Hermano! ¿qué intentas ? »
« Vengar así// la ocasión en que hoy has puesto// mi vida y mi
honor ».
Pedro Crespo sale
y a su pregunta Juan responde: « es satisfacer, señor// una injuria, y es
vengar// una ofensa y castigar…//
El escenario: monte fragoso
rodeado de malezas. El impulsivo comportamiento de Juan « ciego » que
pretende matar a su hermana, su irascible discurso, todo ello se resume en esa
caída del rocín que es índice de ofensa recibida, pérdida de opinión, pero que
es también caída de la razón y falta de control
de sí mismo, incapacidad e impotencia frente a la situación. Al espectador del siglo XVII no le hacía
falta mayor discurso: la caída le servía de explicación y le exponía sin
mayores rodeos la situación y sus consecuencias.
¿Qué añadir? Que de sobra
sabemos que el espectador de los siglos de oro podía ser analfabeto, sin ser
iletrado. Una cultura oral, un capital de lugares comunes que
« comunmente » servían, le habían acostumbrado a entender los textos
a su segundo o tercer nivel de interpretación y el mito de la caída formaba
parte de ese arsenal de tópicos que el
hombre de la calle entendía sin discursos y descifraba sin clave. Para
nosotros, descifrarlos, es acercarnos a ellos, dar un paso hacia la comprehensión
del contexto en que vivían, las obras que se representaban, y los hombres que
las hacían.
REFERENCIAS
BIBLIOGRAFICAS
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e Dimna, J.M. Cacho Blecua y María
Jesus Lacarra (ed) Madrid, Castalia 1984.
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CALDERÓN DE
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CERVANTES, M. Los trabajos de Persiles y Sigismunda, Carlos Romero Muñoz (ed),
Madrid, Catedra 2002.
RUIZ-GÁLVEZ PRIEGO, E. « Des
chutes nefastes du mesturero falso et du pacte d’amitié », Paris, Crisol, n°21, 1996.
RUIZ-GÁLVEZ PRIEGO, E.
« Calila e Dimna, conte du Moyen Age et recit primordial », Cahiers de Linguistique et de civilisation
hispaniques médiévales, Lyon, ENS, 2002.
TIRSO DE MOLINA, El vergonzoso en Palacio, Francisco
Ayala (ed) Madrid, Castalia, 1989.
TIRSO DE MOLINA, Don Gil de la calzas verdes, Alonso
Zamora Vicente (ed), Madrid, Castalia, 1990.
VEGA y CARPIO, L. de, Peribáñez y el Comendador de Ocaña,
Juan María Marín (ed) Madrid, Cátedra, 1993.
VEGA y CARPIO, L. de, El perro del Hortelano. B.A.E. Tomo XXIV. Redición de 1946, pp341-363.
ZAYAS, MARÍA DE, Novelas ejemplares y Desengaños amorosos,
en Obra Narrativa Completa Estrella Ruiz-Gálvez Priego (ed), Madrid, Fundación
José Antonio de Castro, 2002.
[1] CALDERÓN DE
[2] CALDERÓN DE
[3] CALDERÓN DE
[4] MENENDEZ Y PELAYO, Don
Marcelino atribuía al Calila « cierto
sentido utilitario un concepto de la vida muy poco desinteresado y que concede
más de lo justo a la astucia y a la maña… » Orígenes de
[5] Quizás sea útil recordar
que el nombre de Mitra, señor del Mazdeismo, significa « pacto ».
[6] El tema de las tres
actitudes ante el destino es también recurrente. Recurrente y desde luego no
privativo de
[7] El doble lenguaje al que
tan aficionado es Cervantes le hace utilizar el mito y desmontarlo al mismo tiempo.
La hazaña está contada por Periandro mismo, y la voz del texto, Cervantes, nos
señala cuán difícil se le hacía a Mauricio aceptar el que Periandro hubiera
dado tan formidable salto sin romperse siquiera una pierna… CERVANTES, M. Los Trabajos de Persiles y Segismunda,
Libro II, cap. XVIII, Ed. cit.
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