|
UN VIVENCIAL CULTURALISMO.
EN TORNO A LA EVOLUCIÓN POÉTICA
DE JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ
Mauro Jiménez
(Colegio
Santo Tomás de Villanueva. Valencia)
RESUMEN: La obra poética de José
María Álvarez ha recorrido un largo trayecto: desde un comienzo cercano a la poesía
social hasta un culturalismo vivencial, pasando por la influencia vanguardista.
En este artículo ensayo un análisis de la poesía de José María Álvarez en el
contexto de la evolución poética española a partir de los últimos años sesenta
del pasado siglo hasta nuestros días.
Palabras clave: Poesía, Teoría de la
Literatura, Estética, Ideología, Historia de la literatura española.
SUMMARY: Jose Maria Alvarez's poetic work
has covered a long journey: from its beginning close to social poetry to a
cultured existentialism, going through a vanguardist influence. In this
article, I try an analysis of Jose Maria Alvarez's poetry in the context of
Spanish poetry evolution since the past century's last years of the sixties
decade until nowadays.
Key
Words: Spanish Poetry, Literary Theory, Aesthetics, Ideology, Spanish Literature
History.
1. Introducción.
José María Álvarez es quizá el poeta más controvertido de los nueve
que aparecieron agrupados por Castellet en su ya clásica antología Nueve novísimos poetas españoles. Debido
al fuerte carácter vertido en sus versos y en sus declaraciones, y a las
enemistades que jalonan su trayectoria literaria (incluso se jacta de ellas en
sus memorias), además de una actitud aristocrática y dandy, de gran gestualidad
como la ingente cantidad de citas que integran sus poemas, el poeta cartagenero
siempre ha sido caracterizado parcialmente y por ello recluido a la
consideración de poeta culturalista sin mayor razonamiento, evitando así
cualquier análisis de su poesía en profundidad. Ésta desborda los márgenes de
la literatura y se inmiscuyen en su vida. Adentrarse en el mundo poético de
José María Álvarez es abrir una puerta de la Literatura, mientras una voz
claramente personal nos muestra a sus maestros, poetas y escritores universales
que no sólo influyen en su escritura sino que también le proporcionan un dictum moral. De ahí que podamos afirmar
que José María Álvarez literaturiza
su vida, consciente de que cada acto también se firma. Y, en este sentido, su
existencia encuentra justificación, como señalaba Nietzsche, en la creación,
haciendo de la estética el fundamento de la existencia.
Lo cierto, a pesar de la mala lectura de su obra como sectaria y de la
indiferencia hacia sus logros, es que en la poesía de Álvarez existen varias
etapas y alguna de ellas de gran importancia para la historia de la poesía
española contemporánea por su influencia en las nuevas tendencias que aparecían
en los primeros años del decenio de los ochenta.
2.
La etapa social.
José María Álvarez se dio a conocer en
el ámbito poético en 1964, cuando publicó el Libro de las nuevas herramientas. Pero años antes su labor cultural
era frenética, ya que realizaba numerosos recitales en España y en Francia,
donde su actividad como escritor era muy próxima a la de un activista político de la cultura,
llegando a participar en lecturas poéticas emitidas por Radio París, cuyo
presentador en la emisión en castellano era Mario Vargas Llosa. Allí estuvo en
los primeros sesenta estudiando Filosofía en la Sorbona y realizando crítica
literaria en revistas universitarias; regresó a España posteriormente para
terminar sus estudios de Historia por la Universidad de Murcia, que desvió
luego hacia una descubierta atracción por la Geografía, bajo la dirección de su
maestro el geógrafo Vilá Valentí.
Esta etapa ha sido después rechazada parcialmente. El problema que
existe entre José María Álvarez y su poesía de aquellos años es que él no la
considera escritura significativa, esto es, lo que hoy entendemos como poesía
culta de creación. Aquella etapa es la de un hombre influido por una concepción
del artista comprometido desde la militancia política. Era el tiempo en que el
poeta, el escritor, el dramaturgo y el intelectual tenían que entregar unas tasas a la izquierda. Era el tiempo de la
gauche divine, cuando Sartre paseaba
por París repartiendo pasquines y en España la poesía social entregaba a la
imprenta sus libros últimos. Cabe pensar que, en torno al medio siglo de la
pasada centuria, los escritores de la España franquista se enfrentaban a una
doble presión: la oficial del régimen y la de la oposición izquierdista. Por
entonces, Álvarez descubría la inutilidad de aquel esfuerzo por dos razones
fundamentalmente. La primera de ellas era la recepción de aquella poesía que pretendía
ser social y, por lo tanto, llegar a los más desfavorecidos. La segunda, la
laxa calidad de unos versos que, por eso mismo, más tarde fueron rechazados. En
definitiva, el poeta de Cartagena comprendió pronto que aquél no era su camino,
no era la dirección en la que intentar desarrollar su vocación literaria.[1]
Sin embargo, el anterior afán de revolución, entendido éste como
oposición al régimen, nunca fue repudiado por el primer Álvarez ni por otros
poetas compañeros de generación –estoy pensando sobre todo en Antonio Martínez
Sarrión y en Manuel Vázquez Montalbán, los seniors
de Nueve novísimos poetas españoles
(con el primero le unía una gran amistad desde su época de estudiante en
Murcia, y le dedicó un poema publicado en una antología de Museo de Cera llevando su nombre como subtítulo.[2] Más tarde acabaron
distanciándose tanto poética como personalmente[3]). Sus primeros poemas de Museo de Cera abogan por una revolución
vanguardista, a la manera de la vanguardia rusa. Esta intención revolucionaria
por medio de la poesía es expresada por el poeta murciano en la poética que
acompaña sus composiciones en la antología de Castellet, poética que aún
esgrime años después en la antología Joven
poesía española en la prestigiosa colección de Cátedra Letras Hispánicas.[4]
Ésta alude a la vanguardia histórica del superrealismo francés. En esas líneas
iniciales a sus poemas encontramos a un poeta con una clara voluntad de
provocación –en el tono del resto de compañeros de antología, para quienes la
poesía venía a ser un pasatiempo, un divertimento–, actitud que incrementa el
esnobismo de sus versos: «Mire Ud. Yo escribo igual que aquella gente se iba
con Emiliano Zapata. / No sé qué decirle. Escribir, aparte de todo, me parece
una especie de juego. La Ruleta Rusa, por supuesto. / Considerando, además, que
mi verdadera vocación es jugador de billar o pianista». La cita de Emiliano Zapata subraya su
intención revolucionaria, un símbolo de la rebeldía utópica. De esta forma,
como no podía ser de otra manera, los versos cobran el sentido de armas contra
el régimen, aunque no sólo contra él sino también contra la mediocridad
bahorrina de los que lo aceptaban y sometían su vida a la vulgaridad. Estas palabras
vendrían a ser un correlato menos prosaico del poema celayiano «La poesía es un
arma cargada de futuro», y, sin embargo, difiere de la séptima estrofa:
«Maldigo la poesía concebida como un lujo/cultural por los neutrales/que,
lavándose las manos, se desentienden y evaden./Maldigo la poesía de quien no
toma partido hasta mancharse».[5]
Por otra parte, al declararse más cercano a ser jugador de billar o
pianista Álvarez adopta una pose con la que descollar su individualidad, una
intención propia de los dandis, a quienes tanto estima[6], característica, entre
otras, que le acerca a su compañero de generación Luis Antonio de Villena,
ambos amantes de los gestos. También es cierto que esta actitud recuerda al
Manuel Machado de El Mal Poema
(1909), quien en el poema inaugural «Retrato» dice «Y, antes que un tal poeta,
mi deseo primero/hubiera sido ser un buen banderillero».[7]
Finalmente, acaba su poética con la frase de A. Breton en mayúscula:
AQUÍ Y EN TODAS PARTES HAY QUE ACORRALAR A LA BESTIA LOCA DEL USO.[8] Así pues, la poesía
inaugural de Museo de Cera, después de su etapa como poeta social, tiene como objeto la revolución auspiciada desde sus versos con
unos postulados vanguardistas, y por lo tanto, todavía susceptible de ser
considerado un poeta activista. Según aquellos preceptos vanguardistas no era
más importante derrotar un sistema político determinado –recordemos los
enfrentamientos en el movimiento superrealista debido a su compromiso con el
partido comunista– que la derrota de un realismo ya casposo. De esta forma su
manifiesto se bifurca en dos caminos: por una parte, puede ser entendido como
una apuesta por una poesía de lucha política, y, por otra parte, como un
enfrentamiento contra la anterior estética dominante en el ámbito de la
literatura española, es decir, contra el realismo.
Si se analiza correctamente su actitud y sus composiciones no
encontramos más que la aceptación de los
preceptos superrealistas, ya que su poética expresa de distinta manera las
últimas líneas del Discurso en el Congreso
de Escritores de Breton: «“Transformemos el mundo”, dijo Marx; “cambiemos
la vida”, dijo Rimbaud. Para nosotros, estas dos consignas se funden en una».[9]
Esta interpretación es la única posible para comprender estas palabras
que José María Álvarez dice a Jesús Munárriz «[...] En cuanto a esta última
congregación de poetas [alude a los novísimos, distanciándose de ellos] me
parecen literariamente muy pobres y políticamente reaccionarios. No me
interesa. Creo que es pasar de una poesía para sirvientes a una poesía para
decoradores.[...]».[10] De nuevo una clara
voluntad de distinguir su individualismo separándose de su generación. Se trata
de la actitud de ciertos poetas que después de ser reconocidos dentro del marco
de un grupo poético o de una generación reniegan de sus características comunes
para subrayar su personalidad poética, como hizo en sus últimos años de vida
José Ángel Valente en relación con el llamado grupo de los cincuenta. En este
caso, Álvarez critica a sus compañeros de antología porque según sus
presupuestos revolucionarios, expuestos arriba, él es el único en plantar cara
a la realidad de aquel entonces. Actitud que puede leerse de dos maneras:
contra el poder político y contra el poder literario, esto es, Franco y el
realismo, respectivamente. Podríamos objetar a esta interpretación el hecho de
que el resto de poetas de Nueve novísimos
también tenía los mismos enemigos que el de Murcia, pero su lucha estaba
dispuesta de distinta manera.
Sin embargo, en otras partes de la obra de Álvarez hallamos una
conformidad con el grupo de poetas con quienes apareció en la antología de
Castellet. Aceptación final que se podría resumir en el credo de tres
postulados generales:
-
voluntad de ruptura con la poesía
realista inmediatamente anterior;
-
gusto por un bizantinismo, tanto
literario como gestual;
-
afirmación de la cultura por encima de
todas las cosas.
Así, leemos en «Las rayas del tigre» refiriéndose al grupo novísimo y
oponiéndose a la anterior cita: «Afirmamos la Literatura, el Arte como nuestra
única patria y nuestro único idioma. Y también dijimos: un libro, un viaje, una
película, un cuadro, la música, un cuerpo radiante, una noche memorable, el
esplendor de una ciudad, todo es uno. Añadimos que un poeta necesariamente
debía ser culto, y lo defendimos con pasión, con intransigencia, orgullosos,
conscientes de que se estaba dictando un Estilo».[11]
Aquella primera poesía de objetivo revolucionario con ecos de
vanguardia histórica albergó antes buenas intenciones que logros. Aparecen
inicialmente estas composiciones en 87
poemas, y luego en las sucesivas ediciones de Museo de Cera. Muchos poemas de aquella antología de Museo fueron luego desechados y, otros,
sustancialmente modificados. Pero allí ya se observaba el germen de lo que a lo
largo de diferentes poemarios José María Álvarez mostrará como su estética.
Museo de Cera,
por entonces, era un proyecto todavía no definido por completo. El hecho de que
en 87 poemas se dijera que la
selección provenía de dos libros, Museo
(Manual de exploradores) y Lectura de
la consumación (Oh, hazme una máscara), y la posterior integración del
segundo poemario en el primero, indica hasta qué punto el poeta cartagenero no
tenía delimitado su futuro poético. De cualquier forma, lo que ya por aquellos
años parecía indicar su producción era la composición de una obra magna debido
a la ingente cantidad de poemas que configuraban sus libros. Con los años hemos
ido observando y comprendiendo su integración en las sucesivas ediciones de Museo de Cera.
La poesía de 87 poemas es
muy semejante, como antes señalé, a los primeros libros de Antonio Martínez
Sarrión. Me refiero a Teatro de
operaciones (1967) y a Pautas para
conjurados (1967-1969). En ambos poetas hay una voluntad vanguardista que
se lee en unos poemas que restringen sus marcas ortográficas y, por eso, cuando
no intencionadamente, dificultan la interpretación de unos versos que pierden
significado lineal en beneficio de una poesía que juega con las formas y con
las palabras como símbolos y con la referencia a realidades concretas que
evocan determinadas situaciones. Así, es continua la presencia de la infancia
mediante poemas-estampas o composiciones de un tono elegíaco que se rompe en
los últimos versos con finales anticlimáticos o irónicos (lo vemos en «Las
flores marchitas», «Asesinato de un caballo de cartón», «Investigación
confidencial», o «Recuerda su casa» y «Mama»). También son frecuentes los
espacios irregulares entre los versos, y el uso de las mayúsculas («Muñeco
Automático»). El poema de mayor experimentalismo poético es «Baby Doll» que
incorpora a sus versos una cita a pie de página, como luego harían Guillermo
Carnero en El sueño de Escipión (1971),
y Leopoldo María Panero en Teoría (1973).[12] Otra característica de
esta primera entrega, y luego confirmada en las siguientes, es la brevedad de
las composiciones. Brevedad que llega a su expresión máxima en el poema «No se
dormía y compuso estos versos», donde después de una cita de William Carlos
Williams encontramos: «¿Ves, qué tonta eres / Por buscar dentro del sobrero [sic]?».[13]
Si bien en esta selección hay características que más tarde
abandonarán sus versos, sobre todo las referentes a la actitud de vanguardia,
otras tantas muestran, sin embargo, al José María Álvarez de sus posteriores
libros. En primer lugar, un elemento definidor de su estética son las continuas
citas en los encabezamientos de los poemas. En esta ocasión no sobrepasan en
dos su número, pero éstas, a veces, son más extensas que los versos del poema
que introducen. Su función es discutible cuando, más que ambientar el poema o
servir de dialéctica textual, semejan meros alardes culturalistas.[14] En otro grado, pero en
semejante función propia de la erudición, hallamos tópicos que serán
recurrentes en toda su obra: la música clásica (Johann S. Bach, Haiden,...),
París, Venecia, palacios suntuosos, cuadros bellísimos, el cine... Por último,
encontramos en 87 poemas
composiciones que utilizan el correlato objetivo bajo la forma del personaje
histórico analógico.[15] Éstas son «Insólito
acontecimiento», «El retrato oval», «A. B. pasa el puente sobre el río del búho»,
y «Sociedades secretas». Todas ellas siguen el mismo esquema, según el cual los
personajes son sujetos de lo plasmado en el poema pero poetizados por el autor,
de forma que pasan a ser objeto. Salvo en «A. B. pasa el puente sobre el río
del búho», que bajo esas siglas oculta a André Breton, el resto de
composiciones que utilizan esta técnica presentan a personajes no conocidos
históricamente pero sí de características peculiares: «Insólito acontecimiento»
a «Claudius el físico tenido por mago», «El retrato oval» a un viejo cónsul, y
«Sociedades secretas» a Maribel Sepúlveda con «la música de su famoso
tango».
87 poemas es,
en fin, un poemario que refleja el giro que José María Álvarez toma después de
rechazar su anterior poesía social. El cambio se fundamenta en una intención
inequívoca de rechazo al realismo, pero en este empeño se juntan técnicas y
estilos que impiden columbrar una poética diáfana. Sus composiciones de
tendencia vanguardista, además de tener una gran influencia de Martínez
Sarrión, parecen la única posibilidad de no contradecir su anterior poesía
enfrentada al régimen político y, a la vez, entonces, negar el realismo.[16]
El decenio de los años setenta se completa con una nueva entrega de Museo de Cera en 1974. Continúan las
constantes variaciones y modificaciones de sus composiciones. Ya no vuelve a
publicar hasta 1980, y, sin embargo, a juzgar por el índice de sus obras su
creación es constante. Sucede que Álvarez en la relación final de sus poemas
indica la fecha de su elaboración y el lugar. De ahí que en las progresivas
ediciones que ofrece a sus lectores hallamos nuevas creaciones de épocas
pasadas.
4. La
atemperación de la radicalidad y la fijación del estilo.
A pesar de que no apareciera José María Álvarez en el ruedo poético
español en los últimos setenta con un libro propio, su presencia era
persistente por diferentes motivos. Uno de ellos, el principal, era su labor
como traductor. De aquel tiempo son destacables sus traducciones de los poemas
de la locura de Friedrich Hölderlin, ya Scardanelli, y de Kontantino Kavafis.
De gran importancia, podemos decir ahora con la visión que nos da la atalaya
histórica, la traducción del segundo. El cartagenero fue el primero en publicar
una traducción al castellano de la obra poética de Konstantino Kavafis. Por
entonces se conocía la producción del de Alejandría por la versión que había
realizado al francés M. Yourcenar. Esta traducción de Álvarez[17] acompañada por una gran
aceptación de la estética kavafiana hizo que se pusiese de moda una poesía
pubescente, llena de sensaciones hedonistas junto a una tristeza elegíaca,
además de cierto culturalismo propio de composiciones que toman como sujeto de
sus versos personajes de acciones históricas. Extremadamente llamativa fue la
acomodación de estos preceptos en el poeta Luis Antonio de Villena, que, sin
duda, le ayudaron a encontrar –paradoja de la poesía– una voz propia que
cristalizó con el magnífico poemario Huir
del invierno.[18]
Aquella traducción ha sido
duramente criticada posteriormente, y traductores profesionales se han
abalanzado sobre el texto de Konstantino Kavafis con la intención de sentar
cátedra y hundir la anterior versión. A juicio de la influencia y el eco que
causó tal traslación habría que introducir esta obra dentro del estudio de la
poesía española de este época, como ya reclamaban Walter Benjamin y Ezra Pound
en sus declaraciones como teóricos de la traducción al respecto del trasvase de
ciertas obras a otras lenguas por la repercusión obtenida.
José María Álvarez no quedó al margen de todo esto, y su poesía
comienza a presentar cambios. La anterior exaltación revolucionaria se atempera
hasta la desaparición, dejando ver, entonces, otros rasgos ya localizados
anteriormente pero solapados por la maraña de la influencia vanguardista. Es
esta la única explicación de que su poesía no apareciera en la antología de
Enrique Martín Pardo, máxime cuando ésta se basa en la selección de una poesía
«culta, densa, intimista, a veces decadente, a veces deliberadamente
irracional, dispuesta siempre a que la imaginación encuentre el cauce más
apropiado para su completa realización».[19] En efecto, su poesía, una
vez que se ve despojada del prurito vanguardista, se caracteriza por los
atributos aglutinadores de los poetas de Nueva
poesía española. A su vez, lo que destaca la obra de José María Álvarez de
la gran cantidad de poesía culturalista que se escribía en esos años es la
intromisión de un elemento vivencial[20] en sus composiciones,
característica recibida, seguramente, como influencia de su traducción del
poeta alejandrino.
Muestra inminente del viraje de su poesía hacia un estilo moderado fue
el libro
Por lo tanto, un rasgo que encontramos de nuevo en
Después de haber vencido al enemigo,
esto es, a la estética realista, la poesía novísima se bifurca en diferentes
aventuras: el cuestionamiento de la escritura poética o metapoesía (Gimferrer,
Carnero, J. Talens); la búsqueda de una poesía pura que limita con la poética
del silencio (Siles), el malditismo
(Panero), el incremento de la experiencia vital en el poema (A. Martínez
Sarrión, J. Mª. Álvarez, L. A. de Villena, L. A. de Cuenca). José María Álvarez
con una poesía de sabor clásico en
Las características de Álvarez
que le confieren la calidad de novísimo nunca desaparecen, pero a partir de
1980 su dicción poética está llena de referencias vitales. Esto no implica que
deje de utilizar técnicas plenamente culturalistas, al contrario, y se podría
decir, por ello, que hasta paradójicamente ya que plasma en sus versos todas
las peculiaridades de su generación, llegándosele a acusar de «rozar la
caricatura».[24]
Sin embargo, lo que pretende Álvarez con estas reestructuraciones poéticas no
es otra cosa que hallar su propia voz. Entonces es cuando ya tiene en su mente,
a juzgar por todos los libros de poesía que ha ido entregando a la imprenta,
cuál es su verdadero estilo y cuál es su proyecto poético. En lo sucesivo sus
poemarios se integran en Museo de Cera,
pasando a configurar este libro unas proporciones desmesuradas —la última
edición (7ª) de 2002 ya con 879 páginas—, y el hecho de que la mayor parte, por
no decir casi la totalidad, de la obra de un poeta esté en un mismo libro
refleja un acto de valentía, ya que esto manifiesta el convencimiento del autor
de que todos los libros que configuran su obra son uno, poseen elementos
comunes, son variaciones de un mismo tema y estilo. En este sentido, el
descubrimiento de su voz y las distintas maneras de experimentar con ella en
diferentes poemarios llevan a José María Álvarez a publicar nueve libros en un
período que va desde 1980 hasta 2006, (
Esta explosión creativa instiga siempre los mismos elementos de su
visión de la literatura y de la vida. Lo que podríamos llamar como poética de Álvarez se ha venido
repitiendo desde entonces en todos sus libros, unas veces con mayor fortuna que
otras. Es, como Villena, un autor que ha fijado y catapultado su estilo con la
repetición de unos motivos y unos temas en un tono que permite
experimentaciones y variaciones pero no grandes virajes.
Así pues, estos años han establecido con su actualización en los
diferentes libros los pilares fundamentales de su obra: el sexo y la cultura.
Bajo estos dos grandes campos José María Álvarez ha configurado su visión
poética en una dialéctica constante entre vida y poesía. El hedonismo vital
sigue siendo la piedra de toque de su obra, por eso sus poemas reflejan cuáles son las cosas que fulgen en su vida.
Para mostrarnos esto sigue utilizando la técnica del correlato objetivo, pero
poco a poco éste va desapareciendo en beneficio del uso de la primera
persona.
Si hay que seleccionar un poemario de entre los que configuran esta
época por su calidad, sobresale, sin duda, Tosigo
Ardento. Escrito en el período que va desde 1983 a 1985, este libro está concebido
como un poema largo que se desarrolla en veinticinco páginas y dividido en tres
secciones. Es una exquisita elegía de todo lo que ha sucedido en su vida. Sus
versos comienzan con la contemplación del mar en Cartagena remontándose a su
infancia para seguidamente confundirse con el espejeo verdoso de las aguas de
Venecia, ciudad retratada con una imagen bellísima:
—los
palacios se reflejan en el Gran Canal
como joyas tiradas en una sábana de seda—[25]
Pero, más allá de las excelsas
metáforas y preciosas imágenes que se convocan en este poema, subyace en el
fondo dos visiones del mundo. Es la lectura de la realidad con unos ojos que, a
pesar de su voluntad hedonista, encuentran una visión pesimista del futuro. La
crítica recorre múltiples ámbitos: la ética, la cultura, la política, las
costumbres... El efecto de sobrecogimiento que acoge al lector desde el primer
momento es debido a un tono que va poco a poco aumentando. En sus versos
Álvarez emplaza todos los motivos de su obra: la música, la pintura, la
literatura, las mujeres y las ciudades. Todos estos elementos son los que han
construido su poesía y ahora son traídos en el poema como si de un último canto
se tratara, porque, en realidad, el poeta se siente heredero de una tradición
cultural, con su consecuente reflejo vital, que está desapareciendo reemplazada
por una mediocridad inmensa. Es por tanto, Tosigo
Ardento, un libro pesimista donde cabe la descripción de una matanza, para
después sentenciar:
Es
normal sucede.
Y quizá de todos
los que allí
comían, puede que solamente el asesino
guardara en su
corazón algo de vida, quizá era el único
con quien
podrías sentarte
a beber.
Mueve el poema la voluntad de recordar los memorables momentos que el
autor ha pasado disfrutando de sus grandes pasiones. La reflexión se establece
con la confrontación de ese tesoro que el considera que tiene la sociedad en la
Cultura, ese Botín del Mundo, con la ignorancia del presente donde el
envilecimiento es la moneda corriente de seres adocenados por un pensamiento
nulo, sepultados bajo su propia voluntad de encefalograma plano. José María
Álvarez se siente espectador del fin del Arte, observa que ya no se establece
un diálogo con lo heredado y esto le lleva a pensar que estamos ante la
decadencia. Sin embargo, después de todo, es asombroso el final del poema, una
vez que el lector está totalmente turbado por la emoción de los sentimientos
expuestos, con unos versos anticlimáticos cuyo objetivo es subrayar la
personalidad del poeta en una actitud aristocrática de desdeño ante el resto
del Mundo porque él, a pesar de que también se va con ese declinar, ya ha
disfrutado de la riqueza heredada:
La
noche
es
hermosa, divina.
Tampoco
importa mucho
que
una Civilización
se hunda.
Es Tosigo Ardento una
muestra de la poética de Álvarez, de sus motivos centrales. Posteriormente, la
repetición de estos tópicos en distintos libros ahonda en la visión
apocalíptica de fin de siglo. Quizá, de todos los elementos que construyen la
poesía del murciano, el rasgo menos representado en este largo poema es el
ensalzamiento del sexo. En los siguientes poemarios esta característica es
fuertemente acentuada y puede llevar a una mala interpretación, cuando menos,
ya que al adular el sexo suele dar una visión de la mujer que no se atiene al
molde del tiempo en que vivimos. Este hecho llega a su expresión mayor en La lágrima de Ahab, donde da el
siguiente consejo a una imaginaria joven para triunfar en la vida:
Sé
a
rebel´s whore,
la
puta de un rebelde.[26]
Hay que entender que con el uso de este lenguaje pretende dar el
énfasis necesario a la composición utilizando una referencia a la obra de
Shakespeare, que, como aduce Guillermo Carnero, «[...] con ello se ha querido
recalcar melodramáticamente la entrega incondicional y fervorosa [...]», pero,
¿cabe mantener el mismo concepto después de cuatro siglos?: «[...] alguien
podría replicar que no podemos asumir hoy el concepto masculino de mujer del
siglo XVI».[27]
La poesía de José María Álvarez
se enfrenta a esos riesgos. Por su extrema participación de una estética puede
llegar a rozar su propia parodia. Por eso estamos ante un poeta especial, sin
comparación dentro del mundo hispánico, desbordante en todos los campos. Desde
esta perspectiva es normal que su obra tenga dos tipos de recepciones: la de
sus incondicionales, fieles a su visión del mundo, y la de sus críticos que
sólo ven amaneramientos y excesos.
Ciertamente, el lector que se enfrenta a Museo de Cera se encuentra ante un banquete de la inteligencia,
ante un producto de la cultura tamizado por la visión de una personalidad
peculiar. Su lectura requiere siempre de cierta participación de su mirada,
aunque, a veces, ésta sea repetitiva y no añada grandes cambios en relación con
anteriores poemas. En todo caso, una obra fundamental, a mi parecer, para
poseer una visión completa de la poesía española de la última mitad del siglo
XX.
[1] Recuerda el momento de la deserción
de aquella militancia en el Partido Comunista en un pasaje de sus memorias:
«[...]todo hombre con dignidad, no podía sino enfrentarse a aquel populismo
sórdido y aquella espesa y mezquina putrefacción que fue el sueño de poder del
General Franco [...] pero tener que luchar contra ellos, y sobre todo al lado
de quienes lo hicimos, y los años perdidos en aquella inútil aspiración nos
hicieron mucho daño y limitaron o retrasaron, cuando no desecaron para siempre,
nuestro enriquecimiento cultural. [...] Muchas veces me preguntaba ¿Qué haces
escribiendo estas espantosas imitaciones de Maiakovski para un recital
subversivo, cuando lo único que te interesa es Museo de Cera o contemplar
[2] Se trata del poema «In a sentimental
mood (Antonio Sarrión)», once versos sin puntuación ortográfica, a la manera de
los poemas de Martínez Sarrión de Teatro
de operaciones (1967). Álvarez en un tono elegíaco recuerda noches pasadas
con el poeta de Albacete: «[...] Y en aquella grandeza enloquecidos/Íbamos por
el Mundo mientras fuera/Todo Madrid compraba luces//[...] Pero así era la vida
en
[3] Cfr. José María Álvarez, op. cit.,
1996, p. 201.
[4] Concepción G. Moral y Rosa Mª Pereda.
Joven poesía española. Madrid: Cátedra, 1979.
[5] Á. L. Prieto de Paula. 1935-1975: Antología de poesía española. Alicante:
Ed. Aguaclara, p. 94.
[6] Cfr. “El Dandysmo”. En: op. cit., 1998, pp. 69-81.
[7] Manuel Machado y Antonio Machado. Obras Completas de Manuel y Antonio
Machado. Madrid: Biblioteca Nueva, p. 75.
[8] José María Castellet. Nueve novísimos. Barcelona: Barral
Editores, 1970, p. 111.
[9] André Breton. “Discurso en el
Congreso de Escritores”, (1933). En: Manifiestos
del Surrealismo. Barcelona:
Editorial Labor, 1992, p. 269.
[10] José María Álvarez, op. cit., 1971, p. 24.
[11] José María Álvarez, op. cit., 1998, p. 55.
[12] Véase el poema «Chagrin d´amour principe d´oeuvre
d´art» de Carnero, y de Leopoldo María Panero «Homenaje a Catulo» o «Vanitas
Vanitatum».
[13] José María Álvarez, op. cit., 1971, p. 55.
[14] José Olivio Jiménez señala este hecho en el
culturalismo de los novísimos: «Ostentarán una tendencia al culturalismo como
técnica de hacer avanzar el poema (culturalismo que en ocasiones más que prueba
de cultura asimilada es rápida muestra de información libresca o juvenil deseo
de épater) y al propósito de hacer
literatura sobre la literatura, no sobre la vida (o, al menos, de transformar
ésta en literatura, de adobarla con ella, en una suerte de superposiciones
literarias de signo archibarroco).», Diez
años de poesía española (1960.1970). Madrid: Ínsula, 1972, p. 25.
[15] Cfr. Á. L. Prieto de Paula. Musa del 68. Madrid: Hiperión, 1996, p. 353.
[16] En la entrevista que antecede a los poemas
justifica su poesía reclamando una línea revolucionaria en ambas épocas, en la
social y en la novísima: «Porque todo mi proceso, todo cuanto he hecho, y
pienso que todo cuanto haga, no es sino una lucha increíble por encontrar una
expresión, una literatura, auténticamente revolucionaria, absolutamente
revolucionaria», José María Álvarez, op. cit., p. 19.
[17] La primera traducción de José María Álvarez a
Kavafis abre la colección de poesía Hiperión bajo el título Poesía Completas (1976), posteriormente
con el número 15 de la misma colección apareció 65 poemas recuperados (1979).
[18] Luis Antonio de Villena. Huir del invierno. Madrid: Hiperión, 1981. Con este libro obtuvo el
Premio de
[19] Enrique Martín Pardo, (1970). Nueva poesía española. Madrid: Hiperión, 1990, p. 13.
[20] Cfr. José Luis García Martín. Treinta años de poesía española. Sevilla: Renacimiento, pp. 72-73.
[21] José María Álvarez, (1980).
[22] José Luis Borges, (1960). “El hacedor”. En: Obras Completas, vol. II. Barcelona:
Círculo de Lectores, 1995, p. 448.
[23] José Luis García Martín. Las Voces y los Ecos. Madrid-Gijón: Ediciones Júcar, 1980.
[24] José Luis García Martín. Como tratar y maltratar a los poetas. Gijón: Llibros del Pexe, p.
175.
[25] José María Álvarez. Museo de Cera. Madrid: Visor, 1993, p. 591.
[26] José María Álvarez. La lágrima de Ahab. Madrid: Visor, 1999, p. 64.
[27] Guillermo Carnero. La lágrima de Ahab. En: “El Cultural”.
|